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La Manzana Prohibida (Destiel AU Omegaverse) por Babaau

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-¡No es justo! -Dean exclamó por millonésima vez en su vida mientras caminaba de un lado a otro de la recámara, sus furiosos pasos resonando en el frío piso de piedra al andar.


Su padre levantó la vista de su desayuno, hastiado, y le contestó en una monótona inflexión:


-No estamos discutiendo justicia, Dean. Estamos discutiendo tu futuro.


-¡Precisamente! -Replicó el joven apasionadamente -¡Es mi futuro, debería ser yo quien lo dictamine!


-¡TU FUTURO QUEDÓ DICTAMINADO EL SEGUNDO EN QUE NACISTE OMEGA, Y LO SABES! -Su padre estalló, iracundo, y Dean se quedó de piedra en el lugar. Sin embargo pronto su sorpresa dio lugar al enojo, y todo su cuerpo comenzó a temblar.


-No importa lo que hagas, yo no me casaré. -El muchacho murmuró entre dientes, y el rostro de su padre perdió todo color.


-Mientras tu madre estuvo viva se aseguró de liberarte de tus obligaciones, alegando que eras 'muy joven para eso'. Pero ella ya no está aquí para defenderte, y yo tampoco podré encargarme de ti para siempre, jovencito...


-No los necesito. -Repuso rápidamente el omega, orgulloso. -Además, tengo a Sam.


-¡No voy a permitir que te conviertas en una carga para tu hermano! -Su padre exclamó, indignado. -¡Samuel estará comprometido pronto, y poco después comenzará su propia familia! ¡No tendrá tiempo para lidiar contigo y tus caprichos de soltería!


-¡¿Y cómo pretendes que me case si ni siquiera me permites salir de este maldito castillo?! -Dean reclamó con las palmas de las manos hacia arriba y su voz más estridente que lo usual. Estaba seguro de que todos los sirvientes de ese ala estarían oyendo la discusión sin dificultad y pronto la estarían comentando por todos lados, pero no le importaba.


-¡¿Salir?! -John espetó casi con asco- ¿Para qué? ¿Para que hagas lo mismo que hiciste cuando tenías quince años? No eres ningún plebeyo, Dean Winchester, te casarás con un alfa noble y criarás a sus hijos nobles como corresponde. ¡No hay ningún 'afuera' que necesites volver a visitar!


El joven quiso replicar pero los ojos de su padre relampaguearon y su voz se tornó inflexible, silenciándolo por completo gracias a su supremacía como alfa.


-En cuanto encuentre a alguien lo suficientemente firme para soportar tus berrinches, te casarás y punto. -Sentenció- Esta discusión se terminó.


°


-Lo detesto. -Dean bufó un rato después, frustrado, tras terminar de contarle a su hermano menor lo que había ocurrido. Éste suspiró y tomó asiento junto a él, al pie de la enorme cama con dosel del mayor de los príncipes.


-Escucha, Dean, entiendo tu desánimo... -Le dijo con cautela- Pero padre sólo está intentando cuidarte.


-¿Como me cuidó todos estos años? ¿Teniéndome prisionero? -El mayor gruñó - Padre sólo quiere deshacerse de mi, Sammy. Lo ha querido desde que nací con los genes incorrectos.


-No seas tan duro contigo. -Su hermano le dijo con calidez -Cualquier alfa sería afortunado de tenerte...


-Oh dios, guárdatelo. -Dean lo interrumpió con una risa irónica- Tú y yo sabemos que eso es un montón de mierda. Soy el peor omega que existe en la faz de la tierra, y ¿sabes qué? Me encanta serlo. Me arrancaría un brazo antes de casarme con cualquier imbécil para que se encargue de mi, cuando yo puedo cuidarme solo perfectamente.


Sam se vio tentado de refutarlo, pero sabía que era inútil. Su hermano odiaba ser un omega, y en su rencor no terminaba de aceptar que necesitaba un compañero que cuidase de él, que lo hiciese feliz. Buscando un enfoque distinto al problema, optó por decir algo más.


-Bueno, tú sabes que cuentas conmigo. -Murmuró- Si realmente te opones a la idea del matrimonio... Yo te secundo.


Dean miró de reojo a su hermanito, y suspiró. El 'pequeño Sammy', un espécimen alfa de pura cepa, brillante, honorable y determinado; el perfecto heredero al trono y todo lo que su padre esperaba de él, y ¿qué hacía? Apoyaba la rebeldía de su fallado hermano mayor con total seguridad.


Hubiese llorado ante semejante muestra de lealtad si no se le hubiese dado antes por reír.


-Estás loco, hermanito. -Le dijo, divertido- Pero te agradezco.


-¡Lo digo en serio! -Sam exclamó. -Si tú no deseas casarte, yo insistiré a nuestro padre para que no te obligue a hacerlo. Cuidaré de ti y te mantendré a salvo de otros alfas toda nuestra vida de ser necesario, hermano. Lo prometo.


-Oye oye, no te apures a prometerme nada, aún tienes que conocer a tu futuro prometido, y estoy seguro de que tendrás mucho de lo que ocuparte cuando eso suceda. Dudo que tengas tiempo para cuidar de tu renegado hermano mayor.


-Bah, no me interesa conocerlo -Sam dijo con un gesto despectivo de la mano. -Jamás lo he visto, y no sé nada de él. Por más que Padre insista que es perfecto para mi, es muy poco probable que me interese en absoluto... confía en mi.


° ° °


Dean dejó de rememorar el pasado y tras un suspiro apuró su copa de vino, viendo a la feliz pareja a su lado saludar a los cientos de invitados a su fiesta de compromiso, bajo la atenta supervisión del Rey y su Corte. Habían pasado apenas tres meses desde que el omega había discutido con su padre, y en tan poco tiempo todo había cambiado radicalmente.


Sam había intentado cumplir su promesa, se admitió Dean. El muchacho se había mostrado todo lo reacio a conocer a aquel príncipe omega como había podido, pero ni bien sus ojos se habían encontrado, todo su esfuerzo había estado perdido. Dean no creía en "amores a primera vista" ni en "parejas destinadas"; para él los flechazos pasaban más por una urgencia en los pantalones que por una conexión sagrada, pero con ver a aquellos dos su sistema de creencias se había tambaleado considerablemente. No había sino otra forma de explicar lo bien que habían congeniado.


Gabriel por su parte era un omega gracioso y sonriente, siempre dispuesto a compartir una broma o hacer alguna travesura. No tenía problema en hablar francamente y era dueño de una suspicacia y una ironía tales que hasta el propio Dean lo había encontrado agradable... claro que no lo había dicho. Preferiría morir antes que demostrarle a su padre que aprobaba la pareja que había elegido para Sam.


Y Sam... el joven alfa había quedado prendado en cuestión de minutos. La misma noche en que se conocieron había ido a hablar con Dean en su recámara, luciendo mortificado, y le había pedido disculpas casi de rodillas por haberse fascinado así con aquel risueño muchacho, reiterando su promesa de protección aún así. Su hermano, resignado ante la expresión soñadora en ojos del menor, no había tenido otra opción más que sonreír y desearles felicidad. Después de todo, nadie se lo merecía más que Sammy...


Claro que, que el menor de los Winchester aceptase contraer matrimonio según los designios de su padre no podía significar nada bueno para Dean y su propio futuro amoroso.


El joven omega continuaba perdido en sus cavilaciones, cuando un delicioso aroma a manzana invadió sus sentidos. Un pequeño niño rubio se había acercado hasta la larga mesa frente a la que la pareja estaba ubicada, sosteniendo en sus manos el pie de aspecto más delicioso que Dean hubiese visto en su vida, al parecer demasiado pesado para sus delgados brazos. En cuanto fue su turno de desearle felicidad a los príncipes, el niño se inclinó en una reverencia y ofreció la tarta a Gabriel.


-Para Su Alteza- Dijo con timidez- Espero que le guste mucho.


-¡Oh, gracias pequeñito! ¡Me muero por probarlo! -Gabriel exclamó con ternura, dando un paso adelante para tomar el regalo, pero siendo detenido de inmediato por el Rey.


-Alto. -Dijo con autoridad desde su trono -¿Quién te manda, niño?


El pequeño palideció de pronto y sus ojos azules se abrieron muy grandes, pero de sus labios no salió una palabra. De inmediato Lord Lucifer, consejero real, quien estaba sentado algunos lugares más allá del Rey, se dirigió al niño con frialdad:


-Tu rey te ha hecho una pregunta, chico. Si valoras tu vida, la contestarás.


Los ojos del niño se llenaron de lágrimas y enseguida se apresuró a hablar entre balbuceos.


-M--mi padre, él horneó... el pie. Yo s--se lo pedí, señor.


-¿Y quién es tu padre? -Insistió el noble con desagrado, pero entonces Sam intercedió, furioso.


-Es suficiente, Lucifer. -Gruñó, su temperamento elevándose veloz. El otro le sonrió maliciosamente, pero no dijo nada, así que el joven lo ignoró y volteó hacia el niño, quien estaba encogido en el lugar, claramente atemorizado. -Agradecemos a tu padre y a tí por el pie, pequeño. -Le dijo con dulzura- Es de manzana, ¿cierto?


El niño pareció relajarse un poco ante la amabilidad del príncipe y asintió con la cabeza, tímido.


-Es el favorito de mi hermano, le convidaré una porción para que la pruebe también. -Sam le dijo sonriendo, mientras se agachaba hasta quedar a la altura del niño y tomaba el pastel de sus manos. A su lado, Gabriel sonreía orgulloso de su futuro esposo. John, en cambio, rechinaba los dientes, fastidiado.


-Hay otros aldeanos esperando, hijo. -Murmuró a su espalda. El príncipe se incorporó nuevamente y tras dedicarle una sonrisa al pequeño dejó el pie en la mesa, listo para continuar.


Dean bostezó, aburrido, mientras sus ojos no se despegaban de la tarta de manzana. No era infrecuente que el imbécil de Lucifer intentase imponerse sobre la voluntad de Sam, pero siendo ambos alfas, el joven no se dejaba amedrentar. Quizá de más pequeño sí le había tenido miedo, recordó Dean, pero una vez que hubo madurado su carácter había evolucionado lo suficiente para defenderse de sus pullas verbales sin titubear. Lucifer, sin embargo, parecía encontrar dicho cambio placentero, de alguna retorcida y desagradable manera.


-Maldito pervertido -Pensó Dean con asco. Aquel hombre era la perfecta representación de todo lo que él no soportaba en los alfas, a excepción del propio Sam. En su opinión, su hermano era el único miembro de esa especie que no era un completo idiota abusivo.


Decenas de aldeanos continuaron desfilando por el enorme salón del castillo, llevando flores, carne seca, cereales y obsequios varios a los agasajados. Alguien incluso logró hacer entrar una cabra gritona al recinto, hecho que pareció divertir enormemente a Gabriel; Dean sólo quería que aquello terminase. 


Varias horas después, cuando por fin las puertas se hubieron cerrado, dio comienzo un banquete en honor a los prometidos. Sam y Gabriel sonrieron y brindaron una y otra vez, mientras Dean sólo pensaba en el momento en que por fin pudiese escabullirse de aquella espantosa farsa.


Finalmente, luego de los incontables platos de comida y bebida que desfilaron por la larga mesa, el joven omega se desperezó y tomó en sus manos el pie de manzana que había reservado para si más temprano, antes de que los sirvientes pudiesen llevárselo a la cocina junto con los demás tributos. Luego hizo una reverencia a su hermano y a su futuro cuñado y sin más se marchó a sus aposentos para disfrutar la tarta en paz.


° ° °


-Vaya, eres una verdadera delicia. -Dean murmuró extasiado, comiendo bocado tras bocado del postre sentado en su balcón. Sin dudas era el mejor pie que hubiese probado jamás, con la justa combinación de ácido y dulce, crocante y a la vez suave en su boca. Un verdadero deleite para los sentidos. -Qué bueno que no te compartí con el resto...


De pronto golpearon a su puerta, y él gruñó.


-¿Qué? -Dijo de mala manera, sin levantarse siquiera. Del otro lado de la pesada madera, la suave voz de Gabriel resonó.


-Príncipe Dean, soy Gabriel, ¿me permite ingresar? -Le dijo con amabilidad. El aludido suspiró: Lo último que deseaba era un feliz momento entre cuñados.


-Pasa. -Repuso sin ganas, mientras escondía lo que quedaba de pie tras la enorme cortina que cubría el balcón.


El omega de ojos avellana entró rápidamente y cerró la puerta tras él. Lucía un llamativo sonrojo en sus mejillas y sus labios estaban inflamados como si Sam hubiese estado intentando comérselos recientemente... Algo más que probable, pensó Dean con una risita.


Gabriel lo localizó tras unos segundos de búsqueda y se acercó hasta él en el balcón, haciendo una pequeña reverencia al llegar.


-Oh deja esas estupideces para cuando estemos en público. -El mayor repuso, hastiado. -Eres el novio de mi hermano, no un completo desconocido. Y no se te ocurra hablarme de usted.


-De acuerdo, como prefieras. -Gabriel repuso con una amplia sonrisa. -Gracias por la confianza, Dean.


-No hay de qué. ¿Qué quieres? -Le dijo sin vueltas- Si deseas que te cuente cuál es el color favorito de Sam o cómo le gustan sus huevos revueltos, estás perdido.


-Oh, no será necesario, yo... Creo que Sam y yo estamos conociéndonos mejor cada día. 


-No me caben dudas -Dean repuso con sorna, observando con descaro los botones mal abrochados de la túnica de Gabriel y su cabello revuelto. Éste sonrió, con el buen tino de fingir siquiera un poco de vergüenza antes de hablar.


-Tu hermano es... Bueno, soy muy afortunado de haberlo conocido. -Dijo con la cabeza gacha y una sonrisa sincera en los labios. Dean suspiró.


-Tengo que admitir que no eres todo lo idiota que esperaba, considerando que fue mi padre quien te recomendó a mi hermano. -Admitió con franqueza.


-Sí, sobre eso... -Gabriel rebuscó en los bolsillos de su túnica hasta dar con un pequeño frasquito con ornamentos dorados. En su interior, un líquido color ámbar brillaba casi sobrenatural.


-¿Qué es eso? -Dean no pudo evitar preguntar, intrigado.


-Sam me dijo que tu padre es muy inflexible contigo -El omega se explicó con timidez- Eso... por no decir que es un completo cretino castrador.


Dean lanzó una carcajada sentida ante esas palabras, y asintió resignado.


-Me temo que Sammy te explicó bien.


-Bueno... sé que nos conocemos hace poco, pero desde un principio me recibiste con amabilidad, y quiero agradecerte por eso. -Gabriel prosiguió- Después de todo, seremos hermanos pronto, y quisiera que como tales podamos contar el uno con el otro. Ya sabes, omegas unidos, blablabla...


Dean puso los ojos en blanco y sonrió a modo de disculpa.


-Me temo que si lo que buscas es apoyo de mi lado dócil de omega, te llevarás una decepción.


-Justamente para eso es este frasco. -Gabriel dijo, misterioso, y el mayor frunció el ceño- Sé que nuestra situación es agobiante y limitada. "No salgas solo, aíslate durante tu periodo de celo, no trates con alfas a solas...". Y sé cuan afortunado soy yo por estar comprometido con alguien como tu hermano. Sólo puedo desear que algún día tengas mi misma suerte, pero mientras tanto... quiero que tengas esto.


Le entregó por fin la botellita, y Dean la inspeccionó extrañado.


-¿Qué se supone que es esto? -Le dijo observando el líquido a contraluz.


-Eso es cómo pasé mis últimos años sin morirme de aburrimiento -Gabriel se explicó, satisfecho. -Es una poción, muy poderosa, diseñada para alterar tu esencia de omega durante unas horas y hacer que huelas para todo el resto como un alfa.


Dean se quedó de piedra. Bajó la vista hacia su cuñado y sacudió la cabeza, como si quisiese oír mejor.


-¿Qué dijiste...?


-Lo que oyes. Con eso en tus venas, podrías salir de tu confinamiento sin peligro, cuantas veces quisieras. Nadie sabría que eres un omega, ningún alfa se sentiría interesado en ti, estarías a salvo de las hormonas de todo el mundo, a excepción de las tuyas, claro. -Agregó con un guiño. Dean estaba pasmado.


-¿De dónde...? ¿Cómo lo--? ¡¿Qué demonios Gabriel!? -Exclamó mitad riendo mitad horrorizado- Esto es hechicería, magia oscura, ¿de dónde sacaste algo así?


-Fue... una adquisición feliz. Pero con suerte dentro de poco ya no la necesite. -Agregó con una sonrisa soñadora.


-Baboso- Dean se burló, y Gabriel se encogió de hombros.


-¿Qué? Cuando Sam me marque--


-Oh no, ¡no escucharé esto! -Dean exclamó horrorizado -Una cosa es aceptarte como cuñado y otra es oír lo que harás en privado con mi hermanito. Ahora dime, ¿es seguro esto? ¿Qué hay de quienes me conocen? ¿Sabrán que hay algo raro en mí si lo tomo?


-Por supuesto. No puedes dejar que ellos te vean... o huelan, para ser exacto. ¿Pero de las puertas para afuera...? ¿Nadie ha visto al Príncipe Dean en cuánto...?


-Demasiado tiempo... -El omega respondió con una enorme sonrisa conspirativa.


-Entonces nadie te reconocerá. ¡Disfrútalo, tigre! Y recuerda, una gota es igual a una hora de efecto. No te metas en demasiados problemas, y si lo haces... no digas que yo te ayudé.


Le guiñó un ojo y caminó hasta la puerta. Dean lo llamó justo antes de que saliese de la habitación.


-Gabriel... te has ganado un lugar especial en el cielo por esto. -Le dijo. El otro rió y se fue, y Dean sonrió para sí mismo. Por fin sus plegarias habían sido oídas, los días de prisión domiciliaria habían terminado... Sería libre.


° ° °


Despertó la siguiente mañana justo antes del alba, sintiéndose exaltado. Lo primero que hizo fue revisar la parte superior del dosel de su cama donde había escondido la pequeña botella, sólo para asegurarse de que todo no hubiese sido un sueño y la misma estuviese realmente allí. El líquido ambarino bailó en el interior del frasco al tomarlo, adoptando un brillo que le recordó el destello dorado en los ojos de un alfa enfurecido, y su corazón revoloteó con una mezcla de anhelo y envidia.


-Yo debería haber nacido así, sin necesitar una absurda poción para fingirlo... -Pensó con cierta amargura, pero enseguida decidió que lo mejor sería aprovechar aquella bendición sin quejarse. 


Antes que nada llamó a su ayuda de cámara para decirle que se sentía enfermo y permanecería en cama todo el día. El obediente beta asintió y prometió no molestarlo mientras descansase, retirándose en silencio, y Dean sonrió complacido. Luego corrió hasta su armario y tomó las ropas más sencillas que encontró, las cuales lo harían lucir con suerte como un simple noble, y no un maldito príncipe, llamando menos la atención  de los plebeyos.


Afortunadamente, pensó mientras se observaba ya vestido en el espejo, desde pequeño había insistido en usar ropajes más propios de un alfa que de un omega, más opacos y sobrios, y sin tanto estúpido brillo. Su padre siempre había reprobado dicha conducta, pero su querida mamá lo había complacido diciendo que el atuendo tenía que ser cómodo para su usuario, y que si Dean no disfrutaba usar túnicas de seda ellos no lo obligarían.


Una sonrisa nostálgica cruzó su rostro al recordar a la difunta reina. Ella siempre había hecho su vida un poco menos miserable. Incluso se había opuesto a la decisión del rey de encerrar a Dean luego de aquel funesto episodio a sus quince años, pero él sencillamente la había ignorado.


El omega, sin embargo, siempre había estado agradecido con ella por el gesto, así como también por su discreción al descubrir que su hijo disfrutaba pasar tiempo en las cocinas junto con los criados, buscando otra gente con quien hablar para pasar el rato dado que Sam vivía ocupado con sus lecciones de economía, estrategia de guerra, lucha con espada o demás disciplinas propias de un futuro rey, y Dean se aburría solo.


-¿Qué opinarías de esto, madre? -Dean pensó riendo nervioso mientras se arrebujaba en su capa de terciopelo color esmeralda, intentando cubrir un poco mejor el resto de su costosa vestimenta.


Se deslizó fuera de su habitación a través de la ventana, como miles de veces había hecho, y tras trepar con cuidado por las almenas de su torre corrió hasta una salida lateral del castillo, normalmente usada para el ingreso de mercancías a las cocinas. El movimiento de gente era tanto allí, que Dean esperaba colarse desapercibido entre tantos sirvientes y comerciantes que iban y venían.


Su corazón latió desbocado al casi chocarse cerca del portón con el maestro de armas, un viejo alfa llamado Robert, quien podría reconocer a Dean hasta con los ojos cerrados. Por suerte el viento estaba en su contra y su aroma no llegó hasta el afilado olfato del mayor, por lo que el joven príncipe se escabulló con cuidado fuera de su vista, suspirando aliviado.


Esquivó carretas, caballos y sirvientes varios, manteniendo el rostro oculto bajo su capucha; cruzó el puente levadizo del castillo y por fin puso sus pies en el camino de tierra que llevaba hacia el pueblo más abajo en la colina. Entonces sonrió ampliamente, sintiendo que su corazón saldría volando de su pecho: Lo había conseguido.


De inmediato corrió a esconderse tras un árbol, tomó el frasquito de la poción y tras destaparlo dejó caer seis gotas bajo su lengua. Suponía que sería tiempo suficiente para pasear por el pueblo. Aguardó unos instantes, y de pronto pudo sentir un fuerte ardor recorrerlo de punta a punta, quemando sus extremidades y brindándole de inmediato un extraño aroma, distinto al suyo.


-Wow, eso fue rápido... Más te vale que esto funcione, Gabriel. -Dean murmuró, sintiéndose más nervioso que lo que había estado en años. Luego se guardó la poción con cuidado en un bolsillo y emprendió la bajada hasta el pueblo, algunos cientos de metros más allá.


Al llegar, el tumulto del mercado le arrancó una carcajada. ¡Hacía tanto no veía el mundo exterior! Entonces decidió perderse entre el gentío sin rumbo fijo, disfrutando de los sonidos y aromas típicos de las ferias campesinas, contento como no lo había estado en mucho tiempo.


Deambuló un buen rato, despreocupado y con el ánimo tan ligero que sentía que podría ponerse a cantar. Entonces vio más adelante un grupo de guardias reales, y se detuvo de golpe. Los cuatro caballeros custodiaban el lugar, un alfa y tres betas. Eran uno de los tantos grupos apostados por el pueblo, elegidos específicamente para mantener el orden en las calles del reino, aunque tenían fama de comportarse como canallas con los omegas atractivos que les pasasen cerca.


Dean tragó saliva, inquieto, y decidió poner a prueba la utilidad de su poción. No había como un alfa para reconocer a un omega. Se acomodó su capucha, tomó aliento y caminó junto al capitán de la guardia con la frente en alto...


El alfa ni siquiera lo olfateó.


-Oh dios, Gabriel, te enviaré a mi hermano a tus aposentos con un moño en el cuello en cuanto regrese. -El omega pensó, eufórico, y continuó su paseo ahora sí del todo relajado.


A media mañana, su estómago comenzó a rugir tan fuerte que no hubo forma de disimularlo. Algunas campesinas le habían regalado frutos secos y piezas de pan recién horneado al verlo pasar, probablemente creyendo que se trataba de un joven alfa soltero y queriendo en vano impresionarlo, pero incluso habiendo comido todo aquello, Dean seguía hambriento.


Paseó por el mercado en busca de algo que se viese apetitoso; a pesar de estar acostumbrado a las sofisticadas comidas del castillo, el joven sabía apreciar las bondades de la comida sencilla de pueblo, sin embargo nada satisfacía el indefinido antojo en su estómago... hasta que lo olió.


Nuevamente, el acaramelado y exquisito aroma a manzana del pie que había devorado la noche anterior; esa extraordinaria creación horneada que tan feliz lo había hecho. ¿De dónde venía? Necesitaba encontrarlo, su boca se estaba haciendo agua con sólo pensar en dar un bocado a algo tan delicioso una vez más.


Caminó como un poseso por la plaza en la que se erguía el mercado, pero el aroma venía de más lejos. Finalmente, salió de la feria y llegó a un pequeño callejón soleado con locales, en cuyas vidrieras lucían distintos tipos de mercadería. Telas en uno, muebles en otro... y pie. Feliz, el príncipe casi corrió hasta el tercer negocio y pegó la nariz al vidrio por un momento, fascinado con los perfectos pasteles que adornaban el mostrador. Luego caminó raudo hasta la puerta y la abrió de un empujón, haciendo que la campanilla resonase con violencia.


La escena que encontró al entrar lo sorprendió. Un grupo de niños de alrededor de 12 años molestaba al pequeño tendero tras el mostrador, que resultó ser nada menos que el mismo niño rubio que había llevado el glorioso pie al compromiso de Sam y Gabriel. Éste respondía a sus burlas con balbuceante timidez, luciendo afligido, y en cuanto Dean entró le dedicó una mirada suplicante tan tierna que hizo que la sangre del príncipe ardiese de furia.


-¡Hey! -Les gritó a los pequeños, que de inmediato voltearon a verlo sorprendidos. -¿Por qué no se buscan a alguien de su tamaño para molestar, eh? ¿O prefieren vérselas conmigo?


Los pequeños brabucones abrieron grandes sus ojos y salieron corriendo de inmediato, al grito de "Perdón, señor!", y el tendero suspiró aliviado.


-¿Estás bien, niño? -Dean le dijo cerrando la puerta tras de sí y acercándose al mostrador. El pequeño asintió, con ojos llorosos.


-Gracias, señor. -Le dijo con su tierna vocecita, acomodando las bandejas de comida que los otros niños le habían desordenado.


Dean miró alrededor, en busca de algún adulto responsable, pero al parecer el pequeño estaba solo. Chasqueó la lengua reprochativamente y se apoyó contra el mostrador, de brazos cruzados.


-¿Te molestan seguido? -Le preguntó. Los hombros del niño se tensaron automáticamente antes de contestar.


-B--Bastante, señor.


-¿Y qué hay de tu padre? ¿No te enseñó a defenderte? -Dean recordaba que el muchachito había mencionado un padre, pero al parecer el mismo no estaba presente. El niño asintió.


-Papá dice que la violencia no es la mejor manera de defenderse... por eso estaba hablando con ellos.


-¿Hablando? Te estaban abucheando. -Dean murmuró, irónico. -Tu padre tiene bastante razón, pero a veces los idiotas necesitan aprender por las malas. Sobre todo si eres un omega. Tienes que enseñarles que ellos no mandan aún así.


El pequeño parpadeó varias veces antes de contestar. Lucía extrañado.


-Yo no soy un omega, señor. -Le dijo con simpleza. Dean no pudo evitar olfatear el aire, confundido, y entonces lo comprendió.


-¿Eres un alfa? -Le dijo casi con horror. El niño asintió con una sonrisa. -¿Y dejas que te molesten así? ¡Deberías darles una paliza sólo por mirarte feo!


El pequeño abrió grandes sus ojos y negó de pronto, espantado.


-Papá dice que--


-¡Tu papá te está haciendo demasiado blando! -Dean exclamó indignado- ¡Eres más fuerte que cualquiera de esos infelices, debes aprender a hacerte respetar!


Si él lo sabría, tantos años siendo motivo de burlas de los otros niños nobles por ser un omega, débil. Cuánto hubiese dado por ser como Sam, y ponerlos en vereda con sólo una mirada... ¡¿Y el niñito rubio en cambio se acobardaba así y sólo quería hablar!? Su padre debía ser un completo pusilánime.


Estaba por continuar su sermón cuando la puerta de entrada se abrió, y el más arrebatador aroma que Dean hubiese percibido jamás inundó todos sus sentidos.


Olía delicioso. A canela, manzana y algo más que el omega sólo podía describir como brisa marina. Fuese lo que fuese que oliese así de maravillosamente, Dean creyó que podría devorárselo de un bocado...


Hasta que al voltear descubrió horrorizado que no se trataba de un "qué" sino de un "quién".


-Agradecería que no metiese ideas erróneas en la mente de mi hijo, señor. -Dijo el recién llegado con una voz profunda y rasposa, tan seductora como su olor. Dean tuvo que respirar profundo para recomponerse de la fuerte impresión que le había causado su presencia antes de poder siquiera pensar en responder.


Alto, delgado, con el cabello negro alborotado y ojos más azules que un topacio, el hombre que acababa de entrar era sencillamente el ser más atractivo que Dean hubiese visto en su vida. Sin poder evitarlo, inspiró una vez más el increíble aroma que su cuerpo expedía y tuvo que contener un gemido mitad de excitación y mitad de horror: El hombre era, sin lugar a dudas, un alfa.


Un increíblemente atractivo alfa.


 


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