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Confesión de Chocolate por Archi05

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«Capítulo Único»

Cuando el timbre que indicaba el término de clases finalmente sonó, guardó apresuradamente todas sus cosas dentro de la mochila sin ningún cuidado y salió corriendo como alma que lleva el diablo hacia el segundo piso. Iba tan metido en sus pensamientos que no reparó en aquellos estudiantes que blasfemaron por lo bajo mientras le dedicaban una mirada irritada cuando Yuri casi choca con ellos por subir a toda prisa las escaleras. Sin embargo, nada de lo que pudieran llegar a decirle le importaba, tenía algo muy importante que hacer y no podía detenerse a pelear con nadie, las clases acababan de terminar y él debía apresurarse si es que quería llegar a tiempo antes de que borraran la pizarra.

Desde que se le había ocurrido en la soledad de su habitación aquella estúpida idea de querer hacer chocolates para San Valentín, todos los días luego de sus clases Yuri corría hacia el penúltimo salón del segundo piso, el cual solían ocupar las chicas del club de cocina, para leer la pizarra con la esperanza de que ese día se hubiesen dedicado a preparar chocolates. Sin embargo, y con el día de los enamorados a la vuelta de la esquina, hasta la fecha no habían preparado ni una sola receta relacionada a ello. Lo cual comenzaba a ponerle de los nervios. Tal vez debía empezar a buscar otra manera de aprender, algo tan simple y tan sencillo como buscarlo en Google o ver un video en YouTube al respecto, cosa que, por muy extraño que sonase, aún no había hecho. Aunque también podía simplemente resignarse y abandonar aquella absurda idea. Después de todo, se suponía que eran las chicas las que regalaban chocolates en San Valentín, para sus compañeros y amigos, y en especial a aquél que era capaz de poner sus mundos patas arriba. Pero él era un chico, ellos no regalaban chocolates, los recibían. Volvió a replantearse la idea de entregar chocolates. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se le ocurrió hacer tal cosa? Sacudió con fuerza su cabeza alejando aquellos pensamientos. No, no podía pensar así. Se había propuesto darle chocolates a Otabek en San Valentín y eso haría.

 Aminoró el paso cuando estuvo cada vez más cerca del salón y miró hacia todos lados, pretendiendo estar pasando por allí por pura casualidad cuando dos chicos mayores que él caminaron por su lado mientras iban conversando. Cuando estuvo nuevamente solo en el pasillo, se detuvo frente a la puerta abierta e intentó leer rápidamente para que nadie lo notara, el título que habían escrito en la pizarra con un casi invisible marcador azul. ¿Qué era lo que habían escrito? “Galletas de…”

—¿Se puede saber por qué espías al club de cocina?

La suave y acusadora voz de Mila a sus espaldas le hizo saltar del susto. Afortunadamente alcanzó a taparse la boca antes de que un vergonzoso chillido escapara de sus labios.

—¡Bruja! —masculló, fulminándola con la mirada mientras su corazón latía tan rápido que parecía que iba a salírsele del pecho. Fue entonces cuando recordó, Mila Babicheva había sido parte del club de cocina el año pasado. La idea llegó a su cabeza tan rápido como había soltado sus palabras —. Necesito tu ayuda.

Y antes de que la chica terminara de procesar lo que había dicho, Yuri la jaló del brazo escaleras abajo, haciendo caso omiso a sus quejas.

—¿Qué..? ¡Espera! ¿A dónde me llevas? Mis clases aún no terminan.

—¡No te preocupes, Mila! ¡Tomaré apuntes por ti!

El grito de su mejor amiga Sala fue lo último que pudo escuchar antes de ser forzada a abandonar el edificio. Completamente resignada siguió al rubio a donde sea que la estuviera llevando. Para su sorpresa, Yuri no había pronunciado palabra alguna en todo el camino, lo cual había empezado a preocuparle. Por lo general, Yuri solía quejarse por todo, del tráfico, de los semáforos, de las personas que caminaban delante de uno a paso de tortuga… Sin embargo, esta vez no había dicho absolutamente nada, ni una mueca, ni un gesto, nada. Definitivamente, lo que sea que tuviera a Yuri tan preocupado, debía de ser algo muy serio.

Se detuvieron frente a un Starbucks donde Yuri no demoró en entrar y ocupar una de las pocas mesas que había libres junto a la ventana. La pelirroja le siguió sin protestar, con el frío que hacía afuera la verdad es que si se le antojaba un buen café.

—¿Y bien? ¿Me dirás que es lo que te sucede? —se atrevió a preguntar una vez que ambos tuvieron sus respectivas bebidas frente a ellos. Yuri tomó entre sus manos el chocolate caliente que había ordenado, sintiendo la calidez del vaso templar poco a poco sus dedos fríos.

—Tú sabes cocinar ¿verdad? Quiero decir… al menos sabes cómo hacer chocolates ¿cierto? —inquirió con algo de desconfianza. Si bien era cierto que había estado en el club de cocina, el rubio sabía por experiencia propia lo poco que su amiga podía cocinar. Según él, la pelirroja tenía un don para arruinar las recetas más sencillas.

—¡Oye! ¿Qué significa eso? ¡Por supuesto que se! —Mila hizo un mohín, sintiéndose ligeramente ofendida —. Bueno, ya dime ¿A quién quieres regalarle chocolates?

La pregunta fue tan rápida y sorpresiva que instantáneamente las pálidas mejillas del rubio comenzaron a adquirir un color rojizo cada vez más intenso. Aquella iba a ser la primera vez que lo admitiría en voz alta. Pero si alguien podía ayudarle con sus problemas, esa era Mila.

—Otabek —murmuró, deseando que la tierra se lo tragase allí mismo de lo avergonzado que se sentía. A pesar del barullo que había en el local y el tono bajo que había empleado el rubio al decir aquello, Mila fue capaz de escucharlo, casi como si le hubiese leído los labios.

—¡Yuri Plisetsky! —chilló escandalizada, llevándose algunas miradas por parte de los demás clientes situados en las mesas contiguas a la suya —. ¡¿Hay algo que no me hayas contado?!

—Shh. Nos está mirando todo el mundo. Además, te lo estoy contando ahora ¿o no?

—Más vale que me cuentes todo con lujo de detalles —demandó normalizando su tono de voz para luego beber un sorbo de su capuchino. Yuri simplemente suspiró.

—Ni te emociones, no hay mucho que contar. Es solo que… no sé, siempre me he sentido a gusto cuando él está cerca, pero últimamente mis ojos no dejan de buscarle. Y cuando nuestras miradas se cruzan siento una sensación extraña en el estómago. Es… raro —concluyó, jugando con la pajilla de su bebida.

—Oh, Yuri… estás enamorado. ¡Está clarísimo! —exclamó la pelirroja esbozando una sonrisa boba en el rostro. Sin embargo, no logró contagiar su emoción al rubio que aún tenía sus dudas respecto a eso.

—Pero Mila, él es mi mejor amigo, el primero que he tenido. ¿Está bien sentirme así por él? ¿Es esto normal entre amigos? Yo… —Yuri calló súbitamente. No había querido darle tantas vueltas al asunto por esa misma razón. Él jamás había tenido un amigo tan cercano como lo era Otabek, y mucho menos había estado enamorado de alguien. ¿Cómo iba a saber la diferencia?

Mila meditó un momento lo que iba a decir mientras perdía su mirada en la ventana, observando los autos que iban y venían. Yuri estaba enamorado de Otabek. Si bien aquello le había sorprendido un poco cuando se lo dijo, en realidad se lo veía venir. Es decir, les había visto juntos millones de veces y el cambio en la actitud de Yuri era radical. Inclusive sonreía más a menudo cuando estaba con Otabek. La única persona a la que trataba de forma similar era a su abuelo y eso era entendible.

—La amistad que sentías por Otabek se ha convertido en un sentimiento más profundo. No tiene nada de malo. Pero si tu pregunta es, si con todos los amigos se siente igual, entonces la respuesta es no. Otabek es alguien especial para ti. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

El rubio demoró unos segundos en contestar. Aquel era un tema del que no habían hablado mucho, y siendo honesto, le hacía sentir muy incómodo, más ahora que había descubierto la naturaleza de lo que sentía.

—Perdona, es que no estaba completamente seguro de mis sentimientos. Además, sé que él te gustaba y-

Mila le cortó haciendo gestos con las manos.

—Eso está en el pasado. Me deslumbró cuando llegó, nada más. Otabek y yo ahora somos buenos amigos, es todo —aseguró.

—¿De verdad ya no te gusta? —Yuri no dudaba de ella. Había podido ver en sus ojos azules que decía la verdad, sin embargo, solo por si acaso el rubio prefirió confirmar. Si ambos estaban enamorados de la misma persona siendo ellos casi como hermanos iba a ser todo un problema, y lo menos que quería era romperle el corazón a su mejor amiga. Estaba seguro de que Mila se sentía igual que él. Pero por esa misma razón le preocupaba que ella estuviese mintiendo sobre sus sentimientos para que él tuviese vía libre para confesarse a Otabek.

Mila alejó un poco el vaso de café ya terminado. Lo mejor era dejar las cosas claras para que no hubiese malentendidos después.

—A ver, me sigue pareciendo un chico atractivo, pero no siento nada especial por él. ¿Entiendes? En realidad, hace tanto tiempo que no me gusta nadie que estoy comenzando a olvidar cómo se siente estar enamorada —Mila apoyó el codo sobre la mesa y recargó su mejilla en su mano. Debía admitir que sentía algo de envidia de Yuri, ya que él estaba experimentando las famosas mariposas en el estómago, iba cada día al colegio con esa emoción y esas ganas de querer ver a la persona que te gusta aunque sea en los pasillos, y ella no tenía a nadie en especial. Pero a pesar de sentirse así estaba muy feliz por el rubio, él se veía diferente ahora que sabía que estaba enamorado. Quizás ella también debería salir más y conocer gente nueva. Salir de su zona de confort. Pensaría en ello después, de momento debía apoyar a su mejor amigo —. ¿Entonces? —retomó la conversación tras un breve silencio —. ¿Aprovecharás San Valentín para confesarte?

Yuri se encogió de hombros y se llevó la pajilla a los labios para beber un poco.

—Eso creo. Sabes que lo cursi no es lo mío. Y decirle como me siento en San Valentín es un poco… —Yuri dejó la frase en el aire, de solo pensarlo ya se había sonrojado. ¿Qué rayos le pasaba? ¿Por qué no podía controlar las reacciones de su cuerpo? Aquello era absurdo, Beka ni siquiera estaba ahí ¿Por qué se sonrojaba solo con pensar en él? No, definitivamente eso no le gustaba.

—Nada de eso —le cortó la chica, intuyendo lo que estaría pasando por su cabeza. Echarse para atrás no era una opción —. Es verdad que San Valentín tiene un significado especial para las chicas, pero también es un día en que los chicos pueden confesarse. No tienes por qué sentirte avergonzado. Además, yo te ayudaré a hacer los mejores chocolates. Mañana después de clases ven a mi casa, compraremos lo necesario. Tendrás una semana para practicar.

Sin atreverse a replicar o emitir opinión en contrario, Yuri se vio envuelto en el torbellino de emoción y ánimo intenso que era Mila Babicheva.

 

~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~

 

Cómo habían acordado, al otro día después de clases ambos se dirigieron a casa de la pelirroja. Mientras sacaban los utensilios de cocina que utilizarían iban haciendo una especie de lluvia de ideas con lo que se les ocurría, bajo el concepto de “diferente” que Mila había propuesto. 

—Podríamos hacer algo con frambuesas. Son las favoritas de Otabek —comentó, e inmediatamente los ojos verdes de Yuri que hasta ese momento se habían mantenido ocupados en los instrumentos que estaba lavando, se clavaron en su persona.

—¿Y tú como sabes eso? —preguntó con recelo, sintiéndose indignado porque Mila sabía algo de Otabek que él no.

—Porque se lo pregunté —dijo sin más. Una sonrisa burlona se pintó en sus labios e inmediatamente todos los sentidos de Yuri se pusieron en alerta ante aquella insinuación de traición. La pelirroja rodó los ojos como si hubiese podido escuchar sus preguntas no formuladas —. Tranquilo, no le dije que te gusta, ni que le regalarás chocolates.

Yuri entrecerró los ojos con desconfianza. La pelirroja le dio un golpe en el hombro por sospechar de ella y se dirigió hacia su estantería de la cual sacó un libro grueso y rojo de tapa dura.

—Ahora bien, este será nuestro mejor aliado —expresó con orgullo, dejando caer el pesado libro sobre la mesada de la cocina para que Yuri lo viese.

—“Chocolate Kisses”. Di Te Amo con un chocolate —leyó en la portada —. No preguntaré por qué tienes un libro como este cuando tú ni siquiera cocinas.

El sarcástico comentario le hizo ganarse otro golpe en el hombro por parte de la pelirroja.

—¡Ya! Vamos a ver… —dijo arrebatándole el libro de las manos para fijarse en el índice del mismo algo acorde a lo poco que tenían en mente. Yuri siguió el movimiento de su dedo índice sobre las letras pero no pudo leer ni uno de los títulos que ella rápidamente pasaba —. ¿Qué te parece si intentamos este? —propuso, deteniéndose finalmente en uno y señalándolo en la hoja —. Macarons de frambuesa rellenos de chocolate. ¡Hasta podemos hacerles formas de corazón! Tengo los moldes —inmediatamente la chica fue a buscar en el mueble el objeto mencionado, mientras Yuri la observaba abrir casi todas las puertas.

—¿No es eso muy complicado? ¿Por qué no simplemente hacemos chocolates y ya?

Mila rodó los ojos con aburrimiento, sacando por fin los moldes que estaba buscando.

—Qué básico eres. ¡Dijimos que prepararíamos algo diferente y eso haremos!

—Lo que digas —esta vez, quien rodó los ojos fue Yuri. Había veces en las que ni siquiera tenía ganas de discutir con ella. Sabía que cuando algo se le metía en la cabeza era muy difícil hacerla desistir. Solo perdería su tiempo si lo intentaba.

—Anota todo los ingredientes que necesitemos en una lista, voy por algo de dinero —fue lo último que dijo antes de salir de la cocina.

Sin protestar el rubio hizo lo que la pelirroja le había dicho y comenzó a escribir en una libreta que la chica convenientemente tenía a la mano, todo aquello que debían comprar, sin contar las cosas que Mila ya tenía en su casa, como huevos, harina y azúcar.

—Hay mucha gente —se quejó al ver la multitud. Si había algo que Yuri detestaba con todas sus fuerzas era la aglomeración de personas en un solo lugar. El tener que caminar a paso lento con los hombros rozando los de la demás gente. ¡Dios, como lo odiaba! De solo pensarlo le ponía de mal humor.

—Es porque se acerca San Valentín. Vamos para allá —dijo jalándole del brazo.

Como si no fuera poca la absurda cantidad de personas en aquel mercado, Mila quería entrar a una tienda que tenía específicamente cosas para eventos y fechas especiales, la cual estaba aún más repleta de gente que el resto. Donde además no había ni un solo hombre, cosa que hizo a Yuri retroceder.

—No voy a entrar ahí, está lleno de chicas.

—¿Qué importa? Pensarán que solo estás acompañándome. Además… —Mila le miró de reojo esbozando una sonrisa socarrona e inmediatamente el rubio supo a qué se refería.

—¡Cállate, tonta! ¡No te atrevas a decirlo o te esperaré afuera y tendrás que comprar todo sola! —exclamó histérico.

Mila frunció el ceño y aún con el montón de bolsas que llevaba en ambas manos, la pelirroja puso sus brazos en jarra.

—Te recuerdo que el chocolate es para tu amado, no para mí, así que trae tu trasero a la tienda ahora mismo.

Y como si hubiesen firmado su sentencia, Yuri bufó fastidiado, siguiendo a la pelirroja que ya se dirigía hacia adentro del local murmurando algo divertida.

—Además no habrá problema porque pareces una chica.

—¡Hey, te escuché!

 

~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~

 

Una semana después, el día más esperado en el mes de febrero finalmente había llegado, para la alegría de los chicos que ansiaban recibir chocolates, y de las chicas que finalmente tendrían el valor de confesar aquello que sentían a la persona que les gustaba. Como también de las parejas que aprovechaban para pasar un día romántico y especial junto a la persona que amaban.

Yuri estuvo toda la mañana esperando una oportunidad para entregarle los macarons a Otabek. Sin embargo, casi no se lo había cruzado en los pasillos y las pocas veces que lo había hecho no llevaba la caja consigo para entregársela. Era como si el destino estuviese confabulando en su contra para que no pudiese darle los condenados dulces a Otabek.

No obstante, Mila le comentó en uno de los recesos que el equipo de hockey sobre hielo del cual el kazajo era el capitán, estaría entrenando hasta pasado el mediodía, por lo que podría aprovechar para dárselos una vez que terminaran. Aquello sirvió para dejarle muerto de nervios el resto del día, ni siquiera había podido prestar atención a las clases porque en lo único que podía pensar era en Otabek y en los macarons con forma de corazón que guardaba en su mochila.  

Cuando por fin terminó su horario, el rubio se dirigió a su casillero para guardar algunas cosas antes de ir a buscar a Otabek. Lo que menos se esperó fue que al abrirlo una caja de chocolates cayera directo hacia él, logrando atraparla en el aire antes de que esta terminara en el suelo. Sorprendido como nunca, ya que no esperaba recibir ningún chocolate ese día, leyó la tarjeta que venía pegada a la caja elegantemente decorada y en ese momento todo rastro de emoción abandonó su rostro.

Para mi rubia favorita, con amor.

El Rey

 

P.S.: Lamento informarte que no son afrodisíacos.

P.P.S.: Sé que lo pensaste, pervertido. Solo tienen un poco de licor. 

 

¡Maldito hijo de…! Las ganas de ir y aventarle la caja de chocolates en la cara a Jean se esfumaron cuando Mila apareció a su lado, lista para irse.

—¿Y eso?

—Tonterías de JJ —gruñó —. ¿Los quieres?

—No, gracias —por nada del mundo aceptaría algo que JJ le había dado previamente a Yuri. Quien sabe lo que podría contener. Lamentablemente lo había tenido que aprender del modo difícil —. ¿Nos vamos? El equipo de hockey ya debe de haber acabado de practicar —dijo dirigiéndose hacia la salida.

Yuri metió como pudo los chocolates de JJ en su mochila y corrió tras su amiga. El momento que había estado esperando durante más de una semana finalmente había llegado.

—Ahí está Otabek —señaló Mila, al ver a lo lejos que el equipo de hockey recién acababa de abandonar la pista y se dirigía hacia las duchas —. ¿Estás listo? —Yuri se sonrojó de solo verlo, podía distinguir al kazajo incluso con toda la indumentaria puesta. Se veía tan cool como siempre. Desde que se había hecho amigo de Otabek no había faltado ni a uno de sus partidos. Y con el campeonato inter-escolar a la vuelta de la esquina, sabía que estaban entrenando más duro que de costumbre, lo que le hacía sentir aún más orgulloso de su amigo.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un grupo de chicas que había aparecido de la nada, se acercaron a ellos con bonitas cajas decoradas en las manos. Muchas de las chicas rodearon al kazajo para entregarle sus chocolates, al tiempo que otras formaban círculos alrededor de JJ, Leo y los demás. Hasta el antipático de Mickey tenía a un par de admiradoras revoloteando a su alrededor. Al ver la situación, Mila le miró de reojo —. ¿No vas a ir a hablar con él?

—No.

—Yuri, probamos el resultado tres veces. Están perfectos —comentó exasperada. Todos los días por la tarde habían estado preparando macarons para que el rubio pudiera perfeccionar la receta, incluso habían estado cocinando hasta la madrugada ¿y ahora que finalmente habían quedado bien decía que no? Mila le observó dándose cuenta por el semblante decaído del rubio, que el problema no eran los macarons —. ¿Yuri?

—No, no puedo.

Sin querer ver aquello un solo segundo más, el rubio le dejó los chocolates a la chica y echó a correr.

—¡Yuri!

La pelirroja le vio atravesar el patio hasta salir por el portón del colegio y desaparecer tras los muros. Un segundo después Otabek se hacía paso entre las chicas para acercarse a ella con expresión preocupada.

—Mila ¿Qué pasó con Yuri? ¿Por qué salió corriendo?

—Él… hizo esto para ti —dijo entregándole la caja. Yuri había trabajado tanto para que quedaran perfectos, ella simplemente no podía permitir que todo su esfuerzo hubiese sido en vano.

Otabek observó con detenimiento la caja que la pelirroja le había dado. ¿Yuri le había preparado chocolates?

 

~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~

 

Se sentó en uno de los columpios del parque y dejó su mochila en el asiento de al lado. Mientras pensaba en lo que había ocurrido movió sus pies para balancearse un poco, ensuciando la punta de sus zapatos con algo de tierra. Tenía unas tremendas ganas de llorar y no entendía por qué. Afortunadamente no había nadie más que él en el parque por lo que nadie le vería si lo hacía. ¿Qué era lo que le había afectado tanto? ¿Ver a Otabek rodeado de chicas? Él sabía que tenía muchas admiradoras, aquello no era ninguna novedad. Tal vez, había estado tan ocupado preparando lo que iba a darle que olvidó que esas chicas también planeaban hacer lo mismo. No se había planteado hasta ese momento la idea de que Otabek pudiera tener una novia. Quizás ya le gustaba alguien y él no lo sabía. Ingenuamente había creído que Otabek lo aceptaría si se confesaba. Que estupidez.

—Me siento como un completo imbécil —murmuró, sintiendo su pecho oprimirse de forma dolorosa. Tenía un nudo en la garganta pero no quería llorar. Debía olvidarlo y hacer de cuenta que nada de eso había pasado. Esperaba que Mila tirara los macarons a la basura, porque de todas formas él no tendría ánimos para comerlos.

—¡Yuri!

La voz del kazajo le trajo de regreso a la realidad. Yuri le vio entrar al parque con el cielo rojizo propio del atardecer a sus espaldas. Sus ojos verdes comenzaron a llenarse de lágrimas. Maldita sea. Intentó recomponerse antes de que Otabek llegase hasta donde estaba.

—¿Estás bien? —el rubio evitó su mirada. Por nada del mundo quería que Otabek le viera así, tan destrozado —. Mila me contó que hiciste esto para mí —Otabek le enseñó la caja y Yuri maldijo para sus adentros. Genial, ahora sabía que le había preparado algo ¿Podía ser más patético? —. ¿Puedo probar uno? —preguntó.

Yuri se encogió de hombros y fijó su mirada en el piso. Otabek abrió la caja con cuidado y tomó uno de los macarons con forma de corazón. El rubor cubrió las mejillas de Yuri en el momento en que recordó la forma que les había dado. Definitivamente no podría volver a mirarle a la cara jamás.

—Delicioso —comentó el kazajo tras probar un pequeño bocado —. Chocolate y frambuesa, mi combinación favorita. ¿Por qué no me los diste en persona?

El rubio se mantuvo en silencio. ¿Cómo podría decirle que se había sentido celoso de esas chicas? ¿Por qué eso había sido, verdad? Celos. Era la primera vez que experimentaba algo como eso y se sentía fatal. Los oscuros ojos de Otabek fijos en su persona le hicieron sentir aún más nervioso.

—Yuri, no puedo leerte la mente ¿sabes? —susurró, poniéndose en cuclillas para conectar su mirada con la del rubio. Yuri apretó en sus manos los fierros del columpio. Ahí estaba de nuevo, ese extraño cosquilleo en el estómago cuando sus miradas se encontraban.

—Supongo que debes estar harto de tanto chocolate —comentó al fin, encogiéndose de hombros. Otabek parpadeó un par de veces sin comprender.

—Estos son los únicos chocolates que he probado en todo el día.

—Mentiroso —rebatió —. Te vi hace un momento, estabas rodeado de chicas queriendo darte chocolates.

El kazajo le observó un momento y Yuri volvió a esquivar su mirada.

—Ya veo. Supongo que no alcanzaste a ver cuándo las rechacé a todas. Y los chocolates que dejaron anónimamente en mi casillero, se los regalé a JJ —aseguró —. Estos son los únicos chocolates que jamás rechazaría.

Yuri le observó sorprendido luego de escucharle decir aquello. Por primera vez desde que había llegado, sus ojos verdes se posaron en los oscuros del kazajo.

—¿Qué quieres decir con eso? —murmuró ofuscado.

—¿Qué querías decirme tu cuando hiciste los chocolates?

El rubio sintió su cara arder ¿Qué estaba insinuando? Yuri soltó un profundo suspiró, ya no tenía caso seguir ocultándoselo. Los macarons en forma de corazón habían hablado por si solos.

—Justo antes de dártelos se me cruzó por la cabeza que tal vez eso arruinaría nuestra relación. Me dio tanto miedo de perder tu amistad que al final me acobardé. Además estaban esas chicas… —Yuri mordió su labio inferior, otra vez había vuelto a ponerse celoso —. La verdad es que tú me confundes mucho, Beka.

Otabek permaneció en silencio unos segundos, observando la reacción de Yuri al decir aquello. Sus mejillas levemente sonrojadas, sus ojos verdes vidriosos…

—¿Es porque somos amigos?

El rubio asintió, los fierros del columpio resbalaban en sus manos ligeramente sudorosas. Era como si el tiempo se hubiese detenido a su alrededor. Deseaba cerrar los ojos y despertar en otro lugar, lejos de Otabek, donde su corazón que ahora latía desenfrenado pudiese regresar a la normalidad.

—Yuri, yo quede cautivado por ti incluso antes de conocerte —las palabras dichas con aquella dulzura con la que solo podía hablarle Otabek, le tomaron por sorpresa —. La primera vez que te vi estabas discutiendo con JJ en la puerta de nuestro salón. Acabábamos de salir e íbamos a almorzar. Mientras los veía no podía evitar pensar en lo bonito que eras y en la suerte que tenía JJ de ser tu amigo.

—No somos amigos —interrumpió —. Él tiene como pasatiempo molestarme.

—Lo sé. Aun así sentía celos de lo cercanos que parecían ser. El día que finalmente pude hablar contigo en el cumpleaños de JJ fue la mejor noche de mi vida. Había esperado tanto para conocerte, tener una oportunidad de hablarte y al final pasamos toda la velada juntos —comentó, trayendo a su memoria aquel día. Yuri también lo recordaba como si hubiese sido ayer. El estilo único de Otabek le había llamado mucho la atención. A veces le costaba creer que con lo rudo que aparentaba ser, fuera en realidad muy amable y cariñoso —. Ser tu amigo era todo a lo que podía aspirar, pero desde siempre me has gustado.

—Tu también me gustas, Beka.

—Yura…

Un breve silencio les envolvió mientras se sonreían con complicidad. Se habían confesado. Finalmente habían podido expresar sus sentimientos, aquellos que en el caso de Otabek guardaba desde hace tiempo. Aún no podía creer que Yuri le correspondía.

Sus rostros fueron acercándose lentamente como dos imanes de polos opuestos. Yuri podía escuchar el latir acelerado de su corazón en sus oídos. ¿Era esto real? ¿Realmente estaba pasando? Otabek posó una de sus manos en la nuca del rubio y le acercó aún más a él.

—¿Puedo?

Yuri asintió levemente y fue cerrando sus ojos. Antes de que se diera cuenta los labios de Otabek presionaban los suyos en un casto y tierno beso. Se observaron un momento, notablemente sonrojados. Yuri se mordió el labio inferior, aún podía sentir ese delicioso cosquilleo. Quería besarle otra vez. 

—El horario escolar terminó pero aún tenemos tiempo antes de que termine San Valentín. ¿Te gustaría venir a mi departamento?

El sonrojo en las mejillas de Yuri se hizo aún más fuerte pero finalmente aceptó.

—Vayamos por mi motocicleta, la dejé en el colegio junto con el resto de mis cosas.

El rubio le siguió luego de colocarse su mochila al hombro. Las ganas de llorar con las que había llegado al parque habían desaparecido por completo y ahora solo le dominaban los nervios por saberse a solas con Otabek, más ahora que sabía que ambos se gustaban. ¿Cambiaría mucho su relación por eso? Honestamente, esperaba que no. Le gustaba como era su relación aunque esperaba poder agregarle más besos en el futuro.

Cuando llegaron al lugar donde Otabek había estacionado su Harley-Davidson, este le pasó uno de los cascos y ambos se subieron al birrodado. Yuri aferró sus manos alrededor de la cintura de Otabek y rápidamente y tras hacer rugir el motor, emprendieron el viaje hasta el apartamento del kazajo.

 

~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~

 

—Deberías avisarle a tu abuelo —comentó el castaño una vez que entraron en el ascensor luego de dejar la motocicleta en el estacionamiento en la planta baja del edificio —. ¿Te quedarás, verdad? Esta noche.

Yuri asintió algo avergonzado y sacó su teléfono celular de su mochila mientras el kazajo abría la puerta de su departamento y encendía el aire acondicionado. El rubio comenzó a sentir su pulso acelerarse nuevamente. No era la primera vez que estaba allí pero nunca se había sentido tan… íntimo.

Mientras Otabek iba al baño para darse una ducha rápida, ya que no había podido cambiarse en el colegio, Yuri aprovechó para llamar a su abuelo, dejando sus cosas en el sofá. Nikolai contestó casi de inmediato luego de los tres tonos.

—Abuelo. Te llamo para avisarte que voy a quedarme a dormir en casa de Otabek —dijo esperando la respuesta de su abuelo del otro lado de la línea.

—Dile que te llevaré mañana, que no se preocupe —gritó Otabek aún bajo la ducha. Dado que había dejado la puerta del baño abierta, Yuri había podido escucharle perfectamente.

—Dice Beka que él me llevará, que no te preocupes —el rubio sonrió y comenzó a pasearse por la sala mientras escuchaba lo que su abuelo le decía —. Está bien. También te quiero abuelo, adiós.

Justo cuando cortó la llamada, Otabek salió del baño con solo una toalla blanca atada a la cintura. Yuri se paralizó al verlo, el kazajo estaba frente a él con su torso desnudo y ligeramente mojado por las pequeñas gotas que no había terminado de secar. Casi se le resbala el celular de las manos de la sorpresa.

—¿Qué te gustaría cenar? —preguntó como si nada mientras se dirigía a su dormitorio para buscar algo de ropa, sin notar el estado de nerviosismo en el que había dejado a Yuri por aparecerse así en mitad de la sala.

—Lo que tú quieras —respondió sentándose en el sofá y hundiendo su rostro en sus manos. Debía calmarse o de lo contrario no sobreviviría hasta el otro día. ¿Por qué su amigo tenía que ser tan sexy? Debería ser ilegal.

—¿Espaguetis a la Carbonara está bien? —propuso cuando regresó con unos pantaloncillos cortos y una remera negra lisa que marcaba sus torneados brazos a la perfección. Yuri asintió, incapaz de pronunciar palabra. Otabek pudo notar como el rubio había comenzado a desviar su mirada otra vez —. ¿Y de postre?

—Fresas con chocolate —soltó rápidamente, arrepintiéndose al instante por cómo había sonado. Otabek no pudo evitar sonreír, Yuri había respondido aquello automáticamente como lo haría un niño pequeño cuando le daban la opción de preparar su dulce favorito.

—Vayamos a comprarlas entonces. Ah, pero aún es temprano —dijo observando la hora en el reloj de pared —. ¿Quieres darte una ducha primero?

Yuri asintió y se dirigió hacia el baño luego de que Otabek le diera una toalla. A pesar de que no tenía ropa para cambiarse, el kazajo le prestó algunas prendas con las que se vería lo suficientemente decente. Un suéter que le quedaba grande de todos lados y unos jeans en los que podían caber dos Yuris. Solo cuando salió de la ducha reparó en que no tenía bóxers limpios para ponerse. Se sentó en la tapa del wáter lamentando su mala suerte. Claro que podía pedirle unos calzoncillos a Otabek, alguno que le quedase chico, pero la idea de usar su ropa interior era demasiado para su frágil corazón que ya había sufrido bastante por ese día. Por dios ¿y ahora qué hacía? Fue entonces cuando otra estúpida idea llegó a su cabeza, era casi tan vergonzosa como usar un bóxer de Otabek pero era lo único que tenía.

Rebuscó en su mochila que afortunadamente había llevado consigo al baño para meter su ropa sucia y encontró una bolsa con la ropa que Mila había dejado en su casa el día anterior y que él debió haberle dado esta mañana. Sacó de entre las demás prendas la ropa interior de la pelirroja agradeciendo a todos los santos que conocía el hecho de que no fuera una tanga. Hubiese preferido que fuera más grande y cubriera un poco más pero estaba bien, eran unas bragas de encaje negro, nada de qué alarmarse. Como decía el dicho: a situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Nuevamente hundió el rostro entre sus manos y suspiró ¿Qué rayos estaba haciendo con su vida? 

Yuri dio un salto cuando el kazajo golpeó ligeramente la puerta del baño para saber si todo estaba bien puesto que se estaba demorando demasiado. Entonces no lo pensó mucho más, se colocó la dichosa prenda y la ropa que Otabek le había prestado y salió. De todas formas él no lo sabría ¿o sí? “Pervertido” las palabras que JJ le había escrito en la tarjeta regresaron a su mente. El día se le estaba haciendo condenadamente largo.

Una vez bañados y listos se colocaron sus respectivos abrigos y fueron a la tienda a comprar lo que necesitaban. En el camino Otabek entrelazó sus manos, algo que sorprendió a Yuri pero no se quejó, después de todo ya estaba oscuro y por la calle en la que iban casi no pasaba nadie. A pesar de eso, nunca había agradecido tanto el tener un rostro andrógino como en esos momentos. La mano de Otabek era grande y estaba caliente, todo lo contrario a las suyas, frías y pequeñas.

Como prepararían algo sencillo las compras fueron bastante rápidas. Tuvieron suerte de encontrar fresas y una vez que pagaron la cuenta regresaron caminando hasta el apartamento de la misma forma en la que habían ido, tomados de las manos como una pareja. Aunque ellos no eran oficialmente una. Mirando las estrellas antes de entrar Yuri se preguntó por qué Otabek aún no había mencionado nada al respecto. ¿Acaso no quería que estuvieran juntos? ¿Le daría vergüenza que la gente supiera que era gay? Quizás él también pensaba que su relación estaba bien así y por eso no había dado el primer paso. Pensar en ello por alguna razón le desanimó un poco.

Mientras Yuri sacaba de las bolsas las cosas que habían comprado, Otabek puso agua en una olla grande para hervir los fideos. Cuando terminó, el kazajo sacó su iPhone y de su lista de Spotify seleccionó una canción. Tenían la suerte de compartir gustos musicales, y como Otabek trabajaba de DJ algunos fines de semana, la música que escogía siempre era excelente y acorde al momento.

Otabek sacó de uno de los muebles de la cocina dos delantales y le pasó uno a Yuri para que pudieran cocinar sin preocuparse por ensuciarse la ropa. Luego de unos minutos el kazajo terminó de hacer la salsa para los espaguetis y Yuri escurrió las fresas que acababa de lavar. Por fin estaban listas para sumergirlas en los diferentes chocolates que habían derretido previamente. Con una manga improvisada con una bolsa de plástico transparente les hicieron algunas líneas de chocolate por encima, incluso a algunas les habían hecho un elegante smoking. Repentinamente, Otabek tomó un poco de chocolate con su dedo y tocó la mejilla de Yuri con el ensuciándolo y haciéndole chillar. Entre risas y manchas de chocolate por doquier terminaron de decorarlas. Ahora solo faltaba ponerlas en el refrigerador.

En lo que el chocolate de las fresas endurecía, ellos aprovecharon para comer. La cena transcurrió con normalidad, habían hablado puras trivialidades, de los profesores, las tareas y el hockey. Sin embargo, Yuri no pudo evitar volver pensar en lo anterior mientras enrollaba los últimos fideos en su tenedor. ¿Por qué se sentía decepcionado? Debería conformarse con que Otabek no había terminado su amistad por los sentimientos que le profesaba, es más, si hasta le había correspondido. No debería pedir más que eso.

—Yuri —le llamó, interrumpiendo la sucesión de sus pensamientos —. Sé lo que estás pensando.

—¿Qué cosa?

—En que aún no te lo he preguntado —el rubio no supo que decir. Había acertado —. Ven —pidió tendiéndole la mano. El rubio se acercó hasta él y sumamente avergonzado se sentó en su regazo como el kazajo le sugería —. Yura… ¿Quieres ser mi novio o no? —preguntó al fin, colocándole uno de sus mechones rubios tras la oreja —. ¿Yuri?

El rubio simplemente enmudeció. Nuevamente sentía ganas de llorar pero esta vez eran lágrimas de pura felicidad.

—Sí. Por supuesto que quiero —respondió, abrazándose a su cuello y uniendo sus labios con los de Otabek, sorprendiéndole al haber tomado la iniciativa.

—Las fresas ya deben de estar listas. Echemos un vistazo —comentó haciendo amague de levantarse. Yuri se paró para permitirle hacer lo mismo. ¿Por qué sentía que Otabek estaba evitando su contacto? Él quería besarle de nuevo, muchas veces más. ¿Acaso no era correcto?

Al ver que Yuri se había quedado atrás, el kazajo le llamó sacándole de su estupor y trayéndole de regreso a la realidad. Las fresas habían quedado bien, pero Yuri ya no estaba tan interesado en ellas sino en el chico que sostenía la bandeja en la que las habían colocado. De a poco el rubio fue sintiendo como su personalidad de siempre regresaba, ahora era Otabek el que actuaba con timidez. Algo muy inusual en él.

Bajo la atenta mirada del kazajo, Yuri se sentó en la mesada de la cocina, y rodeó el cuerpo de Otabek con sus piernas, atrayéndolo hacia él para luego tomar una de las fresas y morder la punta con sensualidad.

—Mmm, rico ¿Quieres probar? —preguntó, lamiéndose los dedos llenos de chocolate sabiéndose observado.

Otabek tragó con dificultad y posó su vista en los labios de Yuri. Por supuesto que quería probar.

—No hables —ordenó, tomando otra de las fresas y derritiendo un poco el chocolate con su lengua caliente para luego delinear con la fruta los labios de Otabek, como si fuese un lápiz labial marrón —. Qué guapo está, señor Altin —se burló, observando lo mal que le había pintado los labios. Y aprovechando que le tenía a su altura y completamente a su disposición, el rubio se acercó y le rodeó el cuello con sus brazos para lamer de sus labios todo el chocolate.

—Yuri… —jadeó, aceptando el beso que el menor le estaba dando. La lengua suave y caliente del rubio se metió en su boca y jugó con la suya, haciéndole degustar el chocolate de una forma exquisita. Era la primera vez que se besaban de esa forma, probando el sabor del contrario. Sus lenguas se acariciaban lentamente intentando explorar todo lo que podían la boca del contrario.

Unos segundos después, Yuri cortó el beso dejando un hilo de saliva y llevó la punta de la fresa cubierta de chocolate hasta su cuello, donde volvió a lamer para quitar los restos, succionando su piel con parsimonia con toda la intensión de dejarle un chupón. Tomándose todo el tiempo del mundo para hacerlo sin saber lo que provocaba en el mayor.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con dificultad. La lengua de Yuri en su cuello le hacía cosquillas a la vez que le excitaba de sobremanera.

—Marcándote —respondió sin más, separándose de su piel solo lo suficiente —. Mi novio tiene muchas admiradoras. Deben saber que eres mío.

Las traviesas manos de Yuri se colaron por debajo de su remera, rozando levemente su formado abdomen al tiempo que iba subiéndole la prenda. Otabek permitió que se la quitara y Yuri se tomó un momento para contemplar la vista. Sus mejillas volvieron a teñirse de rojo al recordar que le había visto semi desnudo hace un par de horas atrás. Fue como si la vergüenza que le había abandonado hubiese regresado casi de inmediato.

—Mi turno —dijo, tomando a Yuri por las nalgas y llevándole hasta el sofá donde le recostó —. Espera aquí.

Antes de que pudiera decir nada, Otabek volvió a la cocina dejándole muriendo de expectativa. Cuando regresó trajo consigo uno de los bowl con lo que había sobrado de chocolate. Lo dejó en la mesita de café y untó una de las fresas en el chocolate para luego hacer lo mismo que Yuri había hecho con él, haciendo una cruz en su cuello para luego lamerla, lentamente y con calma.

—Beka me haces cosquillas —rió, sintiendo su piel erizarse ante su roce.

Olvidando su timidez inicial, Otabek le fue quitando el holgado suéter que le había prestado, dejando su blanca piel expuesta, y sin prisas, volvió a untar la fruta en el chocolate y acarició con ella cerca de su pezón, el cual se endureció al sentir el frío del chocolate. El kazajo lamió alrededor sin llegar a tocarlo y repitió el proceso varias veces. Tomó un poco más de chocolate y esta vez lo colocó bajo el ombligo. La lengua de Otabek, caliente y húmeda en aquella zona sensible le hizo arquear la espalda de placer.

—Ahn —un gemido escapó involuntariamente de sus labios. Otabek detuvo todo movimiento para mirarle. El rubio estaba mordiendo su labio inferior, con un fuerte rubor cubriendo sus mejillas y tenía los ojos llorosos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que todo se les había ido de las manos. Le deseaba como a nadie, pero no podía. Al menos no por ahora.

—Yuri, no quiero que pienses que te traje aquí para esto —expresó juntando su frente con la del menor —. Quiero que vayamos poco a poco.

Una de las manos del rubio se posó en su rostro, acariciándole con ternura y comprensión.

—Esperaré hasta que te sientas listo. Hasta que ambos nos sintamos listos.

Luego de decir aquello volvieron a unir sus labios en un beso necesitado e inexperto. Como el cuerpo de Otabek estaba sobre el suyo, Yuri podía sentir su erección presionando la suya propia. Le aliviaba saber que no había sido el único que se había excitado. Otabek mordió y tiró suavemente del labio inferior de Yuri y este hizo lo mismo cuando tuvo la oportunidad, algo que a ambos les parecía muy erótico y excitante. Cuando volvieron a separarse, Yuri recordó algo importante.  

—¡Ah, se me había olvidado! Tengo chocolates en la mochila —susurró alarmado. Había guardado su ropa y había sacado la de Mila sin ningún cuidado, seguramente la caja estaría toda aplastada.

—¿Chocolates?

—Sí, Jean me los dio. Según él tienen un poco de licor. Espera, voy por ellos.

Mientras Yuri se levantó para ir a buscar los chocolates en su mochila, Otabek encendió la televisión poniendo cualquier película en Netflix y apagó las luces para que solo la claridad de la tele iluminara la sala. Ni bien regresó, Yuri se sentó a su lado y abrió la caja de chocolates para probar uno. El poco licor que contenían era fuerte, seguramente debían de ser unos chocolates muy caros. Otabek le comentó lo mismo cuando probó uno.

El rubio se acercó a su rostro dándole de probar otro chocolate directamente de sus labios y cuando quiso acordar estaba nuevamente bajo el cuerpo semi desnudo de Otabek, besándose con deseo. Lo menos que hicieron fue mirar la película. Yuri gimió en su boca cuando el kazajo acarició sus rozados pezones para luego comenzar a pintar otra vez su piel con el chocolate. Cuando llegó a la pelvis, la mirada suplicante de Yuri destruyó por completo la poca convicción que poseía. Posó sus manos en los bordes del jean que le había prestado y fue bajándolos hasta llegar a sus tobillos para finalmente quitárselos. Los pantalones yacieron olvidados en el suelo al igual que el resto de las prendas que se habían sacado con anterioridad. Otabek se sorprendió al notar la ropa interior que Yuri llevaba puesta pero no dijo nada, simplemente bajó un poco las bragas y liberó su erección. De la punta del pene de Yuri comenzaba a brotar el pre semen, Otabek quiso jugar un poco más y derramó algo de chocolate sobre su miembro que ansiaba por atención.

—¡Ah! —Yuri gimió fuerte cuando el kazajo se llevó su erección a los labios, lamiendo el chocolate como había hecho con el resto de su cuerpo.

Otabek succionó el glande y Yuri arqueó la espalda, enterrando sus dedos en su cabello oscuro. Era la primera vez que recibía sexo oral y sentía que estaba tocando el cielo con las manos.

—Beka… m-me corro —jadeó cuando el kazajo se llevó toda la extensión del miembro del rubio a su boca. Yuri no pudo soportarlo mucho más y se corrió. Otabek tragó toda su semilla sin protestar y esperó a que el menor se recompusiera del orgasmo. Observó el cuerpo de Yuri bajo el suyo, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba regular su respiración agitada. El rubio le dedicó una sonrisa y el kazajo le sostuvo de la barbilla para volver a unir sus labios. Yuri inmediatamente correspondió, con sus sentidos aún aturdidos por las oleadas de placer que no habían desaparecido por completo, sumado al alcohol de los chocolates que había estado consumiendo y que parecían haber comenzado a hacer efecto en su sistema.

—Espera, traeré una toalla para limpiarte.

Yuri asintió en silencio, sin embargo cuando Otabek regresó a la sala encontró al rubio profundamente dormido en el sofá donde le había dejado. Sin querer despertarlo, el kazajo le dio un casto beso en los labios, le limpió con cuidado todo el cuerpo que estaba algo pegajoso por el chocolate y le llevó en brazos hasta su cama, donde se recostó a su lado, contemplándole por última vez antes de dormirse.

 

~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~

 

Yuri despertó en la mañana al sentir la molesta luz del sol que entraba por la ventana iluminar toda la habitación. Se sentó y se talló los ojos, encontrándose a sí mismo envuelto en las sábanas blancas de una cama que no era la suya. Rápidamente el recuerdo de lo que había hecho con el kazajo la noche anterior regresó a su mente como una bofetada de realidad. No lo había soñado. Otabek le había hecho una felación y había sido increíble. Se avergonzaba de solo pensar en ello. La próxima vez que hicieran algo parecido, sería él quien le daría placer al kazajo como forma de agradecimiento.

En ese momento reparó en que Otabek no se encontraba en la habitación con él, y por el silencio que había en el apartamento supuso que había ido a alguna parte. Sin embargo, a su lado sobre la cama el kazajo le había dejado unas rosas rojas artificiales cuyas flores estaban hechas de chocolate. Una sonrisa enamorada se pintó en sus labios. Otabek siempre lograba sorprenderle con pequeños detalles. Sintió una agradable calidez en su pecho al pensar en el kazajo comprando esas flores especialmente para él.

Revisó su celular para ver si le había escrito y efectivamente encontró un mensaje que el kazajo le había enviado hace poco menos de media hora.

 

«Buenos días, Yura.

Salí a comprar algunas cosas para el almuerzo.

Regreso en seguida.»

 

 

Yuri observó las flores en sus manos y sonrió al ocurrírsele una estupenda idea. Se recostó nuevamente en la cama y con la cámara de su celular se hizo una foto y se la mandó al kazajo, escribiendo con dedos veloces una respuesta.

Tal vez el día en que debería compensar a Otabek por lo de la noche anterior llegaría antes de lo previsto. Mientras le esperaba, contestaría la decena de mensajes que Mila le había dejado queriendo saber cómo estaba. Definitivamente tenía mucho que contarle sobre todo lo que había ocurrido en San Valentín, aunque se reservaría ciertos detalles que prefería compartir únicamente con Otabek.

Notas finales:

Hola amores mios!

Les traje un pequeño oneshot por San Valentín. (si se que fue hace mucho)

Si quieren ver la foto que Yuri le envió a Otabek, pueden verla en wattpad, vale la pena, i promise ;)

Espero que les haya gustado ^^

Besitos<3

 


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