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Indicio de Amistad por yuhakira

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Notas del fanfic:

Historia original.

Todos los derechos reservados, no se permite su distribución ni venta.

Notas del capitulo:

Bienvenidos a la primera parte de esta historia, espero les guste tanto como a mí.

 

Bienvenid@s.

 

Ángel se estaba sintiendo extraño desde semanas atrás. Entre confundido y embriagado, con una mezcla de tristeza y desconcierto. Todo junto. 

 

Ángel esta sentado en el gran sofá de cuero negro ubicado en el centro de la sala en casa de Jeyko, su amigo. Frente a ellos el televisor destellante transmite la última jugada del encuentro. El partido más importante del torneo que definiría el ascenso a finales de su equipo, ese que ha seguido sin tregua durante toda su vida, acababa de terminar y él ni siquiera lo notó. Solo un pensamiento permanece constante en su cabeza, o mejor una pregunta ¿Qué le estaba pasando? El partido había finalizado con un pésimo marcador para su equipo, que según las estadísticas este año tampoco iba a estar en la final. Su rostro no había mostrado emoción alguna ante el resultado. Sus amigos, que veían el partido con él no se extrañaron, ellos de algún modo se sentían igual de anonadados con el desenlace del juego. Pero a Ángel lo que menos le importaba en ese momento era el resultado del partido. ¿Tenía que ver acaso con lo que Jeyko les había contado antes?

 

Jeyko, luego de que Finalizará el partido, se había separado del grupo en dirección del cuarto de baño. Había respirado hondo una vez se había visto solo en el cuarto. La noticia que les dió en el intermedio no había recibido la respuesta inicial que esperaba. 

 

—Me caso. —Fue todo lo que dijo antes de beber de un sorbo el resto del líquido en la lata de cerveza frente a él. 

 

La reacción fue tardía, más pudo adivinar en cada uno de ellos sus pensamientos. Tal vez por qué los conocía muy bien o por qué él mismo había estado pensando lo mismo. Ninguno lo creía, él mismo seguía sin creerlo y esa por supuesto no era la respuesta que él esperaba. Luego al mismo tiempo, como si lo hubieran planeado, todos rieron. Qué fue lo que finalmente lo terminó molestando.

 

—Casi te creo Jey, de verdad, aunque como broma no es muy buena —Comentó Alex, uno de los invitados a ver el juego y uno de sus amigos más cercanos.

 

—No estoy bromeando. Ayer le pedí que se casara conmigo, su respuesta fue un sí, y mañana me reuniré con sus padres para pedir su mano en matrimonio.

 

Entonces el silencio pareció no querer abandonar la habitación y todas las miradas se quedaron sobre él hasta que el juego dió inicio con el segundo tiempo. Su atención fue robada momentáneamente. Sin embargo el partido había terminado sin que ninguno dijera nada al respecto, lo que sin duda lo había desanimado un poco.

 

En el apartamento había un total de cuatro personas, amigos entre ellos. Se habían conocido mucho tiempo atrás, siendo apenas unos niños. Juan y Alex por ejemplo, quienes son los mayores del grupo y que se conocen desde mucho antes que el resto. Se habían dedicado al oscuro mundo de las apuestas. Y en un mundo donde se juega con la probabilidad, es normal imaginar que así como se gana alguna veces, otras se pierde. Sin tener muy en claro la naturaleza de sus apuestas, Jeyko y Ángel, imaginaron muchas veces que la razón de sus continuas desapariciones era justo por qué las estadísticas no estaban a su favor.

 

El más grave de esos incidentes había sucedido tres años atrás. Una tarde de fútbol en casa de Jeyko, el lugar elegido para la mayoría de sus reuniones. El celular en el bolsillo interior de la chaqueta de Alex había empezado a sonar segundos antes de que el partido terminara. Sus labios se habían apretado con fuerza al reconocer el número, instintivamente había mirado a Juan sentado frente a él en uno de los sillones de la pequeña sala. Juan que seguro ya intuía de qué se trataba no pudo ocultar su nerviosismo, mas no dijo nada. Alex no había contestado la llamada tampoco, seguro quizás de lo que le iban a decir. Ambos, minutos después de haber terminado el partido se fueron, contrario a lo que era común. Lo que normalmente sucedía era que luego de terminado el partido se quedarían bebiendo en el apartamento o en todo caso habrían salido todos juntos en busca de algo que hacer. La despedida melodramática de Alex los había confundido, pero ninguno prestó atención, él solía ser así en ocasiones. Sin embargo luego de que cruzaron la puerta principal del apartamento no los volvieron a ver si no hasta seis meses después. Seis meses en los que ningún intento de búsqueda dio resultado. Llegaron como si nada una noche cualquiera a la casa de los padres de Ángel, —donde aún vive—. Ángel había intentado indagar sobre su desaparición, pero ninguno de los dos dio señas de querer explicar algo, por el contrario, cada vez que Alex parecía que iba a decir algo de más, recibía un ligero golpe en un costado de su cuerpo por parte de Juan. 

 

Ángel, no es ni profesional, ni adicto al juego o algo parecido. Tiene un trabajo como administrador en un supermercado cerca de su casa. Su madre lo habría recomendado años atrás, luego de que terminara la secundaria. —Es para que puedas ahorrar algo para tus estudios— le había dicho ella el primer día de trabajo. Sin embargo, fue tan cómodo el empleo y la vida que le permitió llevar que nunca se preocupó por hacer una carrera o conseguir un empleo mejor. Mientras las condiciones continuarán tal cual estaban él no tendría problemas. 

 

Por último está Jeyko. Jeyko tiene estudios de panadería y pastelería sin terminar. Abandonó la academia en cuanto supo lo básico y lo demás lo aprendió empíricamente. Sin duda era uno de los mejores pasteleros de la ciudad. Tal vez no de la ciudad, pero si es el predilecto de sus conocidos. Es el jefe de cocina en una de las pastelerías más grandes de la zona. Para cualquiera podía pasar como un empleado más de Binster, la pastelería en la que trabaja. Pero no, su lugar es privilegiado. Y luego de haber trabajado tan duro durante los últimos años era obvio que merecía la posición en la que se encontraba. 

 

En Binster fue donde conoció a la mujer con quien pensaba pasar el resto de su vida, fue allí donde la vio por primera vez, en la pastelería. Su jornada laboral había terminado y estaba cerca de la caja hablando con el administrador para que le facilitara un adelanto de su próximo sueldo. Estaba atrasado unos días en el pago del alquiler del apartamento y el dueño lo empezaba a irritar con su insistencia. Cuando las vio, ella se encontraba sentada en uno de los bancos de la barra principal, comiendo uno de sus pasteles —crema helada de vainilla sobre galleta de leche con media fresa bañada en salsa de chocolate caliente— una de sus invenciones, sin duda la más sencilla, pero la que más gustaba. Su cabello negro y lacio caía hasta sus hombros cubriendo parte de su rostro, de tez trigueña, un color parejo que bajaba por sus brazos descubiertos, hasta las manos que sostenían con tanta delicadeza la fina cuchara que llevaba el postre hasta su boca. Pensó en acercarse, presentarse como el creador de la obra que sus sentidos degustaron, pero eso sería demasiado presuntuoso y lo último que deseaba era incomodarla. Temía al mismo que si no se acercaba pronto perdería para siempre la oportunidad de conocerla, de saber quién era y de entender por qué en el momento en que su rostro se giró él quedó hechizado en sus ojos color ámbar, esos ojos destellantes ante la tenue luz del local. Se acercó a ella con pasos lentos sin tener en claro que decir, tal vez solo se sentaría a su lado haciendo un comentario acerca de lo ameno que era el lugar o le diría quien era su candidato para las próximas elecciones. Pero todos sus pensamientos se detuvieron conforme su cuerpo lo hizo. Estaba a tan solo dos bancos de ella, cuando una mano masculina de dedos gruesos y venas hinchadas se posó sobre la pequeña cintura de la mujer —Es el papá— fue lo que pensó al distinguir en esas manos las callosidades y manchas típicas de una persona mayor; pero su asombro fue más grande al presenciar sus labios rosa y delgados posarse sobre los del hombre mayor, que casi era un anciano. Sus ojos se abrieron por la sorpresa y su cuerpo se paralizó por un momento antes de dar media vuelta y volver a entrar en el pequeño cuarto donde guardaba los ingredientes de sus pasteles. Su corazón palpitaba rápidamente y sentía la inmensa necesidad de dar pequeños saltitos, cualquier cosa que calmara su agitada respiración.

 

Había caído en un embrujo al ver aquellos ojos, al distinguir el color rosa pálido de sus labios, sus largos y finos dedos, en la forma que adoptan sus caderas mientras se mantenía sentada en la misma posición. Era la mujer más hermosa que había visto hasta entonces, quería amarla, amarla como lo hacen los hombres y también como lo hacen las mujeres, poseer su cuerpo y su alma. Pero según su impresión ella ya tenía a alguien, y ni siquiera estaba seguro de que sus ojos se hubieran fijado en los suyos como para recordarlo después de abandonar la pastelería. Esperó sin embargo que al salir él también olvidará las sensaciones que había experimentado.

 

Respiro hondo un par de veces antes de salir del cuarto. Se encontró de nuevo con el administrador que traía en su mano el dinero que había solicitado, lo recibió rápidamente y sin dar muchas explicaciones se despidió dispuesto a irse. La mujer seguía en el local, solo que esta vez se había sentado en una de las mesas para dos frente a su acompañante, que, al momento de poder verlo un poco más de cerca, no aparentaba en realidad tanta edad como al principio había imaginado. Estaba cerca a la puerta, levantaba su brazo suavemente para alcanzar el picaporte, para luego detenerse súbitamente de nuevo.

 

—Señor. Disculpe, qué pena molestarlo, usted trabaja aquí ¿verdad?

 

Lo había tomado por el brazo obligándolo a que se volteara a verla, era ella quien le hablaba. Escuchó el tono suave de su voz retumbando en sus oídos, como una dulce melodía que guardaría para siempre en su memoria. No iba a llegar a ningún lado así, ella sin duda lo había cautivado. Recordó que de uno de los bolsillos de su camisa colgaba alegremente el carné que lo identificaba como uno de los empleados de Binster, no tuvo más opción que asentir, de ese modo la hermosa mujer lo soltó.

 

—Señor, lo que pasa es que el dependiente se ha ido, y estoy interesada en hacer un pedido bastante significativo de uno de sus pasteles para una reunión que mi familia celebrará pronto, y quería saber si es posible que me ayuden o si podría contactarme con alguien.

 

Jeyko se había quedado atónito mirándola. Sus labios se movían rápidamente de forma elegante. Entendió cada palabra dicha en ese tono agudo, hablaba de sus pasteles, de sus creaciones, pero no era con él con quien debía hablar, debía hablar con el administrador. Sus ojos lo miraron impaciente. Estaba perdido en sus pensamientos, en la forma alargada y delgada de su rostro, en la forma en que lo miraba inclinando un poco los pies para poder estar a su nivel, en sus ojos que parecían tener la inocencia de una niña, más en su mirada reconocía la picardía de un cuerpo experimentado. Estaba en éxtasis.

 

—¿Señor?

 

—Si claro, —dijo por fin— siento no poder ayudarte, en unos segundos saldrá el administrador y podrás hablar con él, es un señor ya entrado en edad él te dará la información, sin embargo y espero disculpes mi atrevimiento, me gustaría saber cuál de los pasteles deseas que te sean preparados.

 

—No es ningún atrevimiento, siendo usted el pastelero creo tiene todo el derecho a saberlo —su sonrisa se ensanchó, dándole a entender que había leído toda la información de su carné, ahora ella tenía conocimiento no solo de su puesto sino también de su nombre— probé una cantidad enorme de pasteles, pero mi favorito es el de la galleta con la crema y la fresa, discúlpeme, pero no puedo recordar el nombre.

 

—No tiene.

 

Su sonrisa se multiplicó, se sentía coqueto ante ella, y ella parecía estar haciendo lo mismo que él, finalmente el administrador llegó y se hizo cargo del asunto. Aun así, él había logrado verla un par de veces después, ya que ella se había convertido en un cliente regular del establecimiento. Buscaba cualquier excusa para hablar con ella, pronto descubrió que el hombre que la acompañaba en aquel día era un tipo con el que solo había salido un par de veces. Su relación a medida que pasaron los días en que se vieron se hizo más estrecha, se conectaba con ella en cada conversación que tenía, finalmente consiguió que aceptara una invitación a salir y desde entonces no la ha dejado sola un minuto. 

 

Hace mucho tiempo que no pensaba en la forma en que se habían conocido, y por fin, después de dos años de conocerla le había pedido matrimonio. Estaba nervioso, como las primeras veces en las que tocó su cuerpo o como cuando finalmente conoció a sus padres. Sabía que la sonrisa en su rostro no sería borrada, incluso si su equipo del alma perdía el partido más importante o sus amigos actuaban tan desinteresados del asunto. Le sorprendía la reacción que había tenido su grupo de amigos ante la noticia; ninguno de ellos pensó siquiera que alguno en algún momento lo haría, cuando hablaban de sus planes a futuro y temas similares, ninguno mencionaba el matrimonio, no cabía en la mente de ninguno de ellos remplazar las cosas buenas que tenían por un apartamento pequeño y una mujer controladora, por esas razones la mayoría —a excepción de Ángel— habían abandonado el seno materno en cuanto tuvieron la oportunidad, sin embargo había esperado más interés de su parte. 

 

Esa es la imagen que guardan estos hombres acerca del matrimonio, y no era una idea del todo descabellada, aunque la idea de que las mujeres eran las causantes del fiasco matrimonial era algo que siempre quedaba en discusión. Ángel sabía que Jeyko seguramente podría ser el hombre más feliz del mundo al lado de esta mujer, —ella ha sido buena con él— se repetía a sí mismo cada vez que recordaba la noticia —lo hará feliz—. Pero no por eso era capaz de alegrarse por él, cuando asimilo la noticia no fue capaz de abrazarlo y felicitarlo como los demás. Luego de que él saliera del baño, Alex   fue el primero en acercarse y abrazarlo, seguido por Juan que se disculpó también por haberse tardado. En cambio él se había quedado sentado en el sofá mirándolo incrédulo. Sin embargo, Ángel no había podido evitar adentrarse en una discusión sobre quién sería el padrino de bodas de Jeyko, con Alex, precisamente. Juan sentado en el sofá frente a ellos reía en silencio, él ya sabía la respuesta a esa pregunta, sabía que, aunque Alex se parara de cabeza no habría forma de que Jeyko cambiara de opinión, Ángel se había ganado ese lugar a pulso, aun cuando no cruzaba palabra con Andrea y esta pareciera odiarlo, es más Juan estaba seguro que ni siquiera ella lo haría cambiar de opinión.

 

Alex en cuanto vio a Jeyko cruzando la habitación ya completamente vestido y acercándose a ellos, lo abrazó con fuerza, felicitando su última decisión y soltó la pregunta. Jeyko lo miró asustado. Sabía que en algún momento tendría que enfrentarlo, pero no esperaba fuera tan pronto, recién les había dado la noticia y él ya lo presionaba, ni siquiera había pensado una fecha para casarse, además quería decírselo en persona, quería pedirle que fuera su padrino de una forma más privada, para hacerle saber que las cosas iban a continuar igual, que ya no podría volver a quedarse en su apartamento, pero que por siempre seria su amigo. Así que de la manera más amable posible desvió la pregunta sin causarle daño a ninguno.

 

—Por favor, ninguno de ustedes merece ser mi padrino, menos tú, con eso de que te desapareces en cualquier momento, como puedo confiar en que estés conmigo el día de la boda, si no se si mañana te veré.

 

El grupo se rió ante el comentario de Jeyko, Juan entendía por qué la desviación de la pregunta y consoló a Alex con una palmada en la espalda ante su fingida tristeza. Ángel seguía mirándolo sin entender por qué, pero en el fondo el comentario le había herido. No quería ser su padrino de bodas, no le interesaba serlo, sabía que Andrea era una buena mujer, pero no por eso tenía que ser de su agrado. Había discutido con ella incontables veces, su comportamiento tenía mucho que ver con eso, pero no era algo que le preocupara, mientras Jeyko no se molestara a él no le afectaba lo que ella tuviera que decir acerca de sus arribos al apartamento a media noche con mujeres distintas cada fin de semana, ni que entrara en su habitación cuando estaban juntos sin siquiera golpear, o que llegara a mitad de la cena para acabar con todo lo que ella había preparado. Jeyko solo atinaba a reírse de esas situaciones, incluso cuando adivinaba en los ojos de Andrea que quien pagaría los platos rotos sería él, no podía decirle nada a Ángel, prohibirle algo sería como prohibírselo a sí mismo, pero ahora que iban a casarse todo eso tendría que cambiar y debía buscar la forma de hacerlo de la manera menos dolorosa.

 

Ángel entró a la habitación que solía ocupar cuando iba a quedarse en ese apartamento, tenía una pequeña ventana detrás de la cama que daba justo frente al apartamento del vecino —No es una ventana es un respiradero— solía decirle Jeyko cada vez que se quejaba de la poca luz que entraba por ella. También tenía un pequeño televisor y un DVD con una película porno dentro de él; en realidad nunca había visto la película, pero sabía que Jeyko escudriñaba de vez en cuando entre sus cosas y le gustaba pensar que este tenía cierta imagen de él, la cambiaba regularmente, para no levantar sospecha, iba a un video al otro lado de la ciudad y las cambiaba, trataba de no invertir mucho dinero en su pequeña mentira. El closet a un costado tenía ya una pequeña colección de sus camisas y calzoncillos, los días que iba a quedarse allí eran tan regulares que todos pensaban que compartían el apartamento; bromeaban acerca del tema —Te meterás aquí sin que me dé cuenta y sin pagar servicios—, Ángel pensaba que podría haber sido así si no fuera por la noticia que ahora lo obligaba a llevarse sus cosas. Revisaba el armario cuando Jeyko entró el cuarto.

 

—Los muchachos quieren ir a beber algo, ¿iras? —Ángel se giró a mirarlo y en su mirada descubrió algo que nos estaba seguro de haber visto antes— ¿Estás bien?

 

—Si claro, solo me gustaría saber cuándo tengo que llevarme mis cosas, o si prefieres que lo haga de una vez —había intentado evitar que su voz se escuchara entrecortada, pero era tan fuerte el sentimiento que no podía controlarlo, se sentía traicionado... si,  tal vez eso era eso lo que sentía, traición.

 

—¿De qué hablas? sabes que no es necesario, las cosas obviamente van a cambiar, pero no hay que hacerlo así.

 

—Está bien.

 

Salieron de la habitación sin decir nada más, tomó la chaqueta y se la puso. Iría a beber con ellos, solo porque quería dejar de pensar, porque si no lo hacía sería sospechoso, pensaran que estaba enojado cuando no tenía por qué, más no podía dejar de sentirse así con ese extraño nudo en la garganta y esa sensación de traición. 

 

Fueron a un bar cerca del edificio de Jeyko El Gran Conejo. Un bar que habían empezado a frecuentar siendo menores de edad, justo antes de graduarse del colegio. El dueño es su amigo, Alex y Juan, en tiempos dónde aún eran estudiantes, lo habían sacado de un aprieto con una mujer que buscaba apropiarse de sus propiedades y su dinero. Ellos se habían "encargado" de ella, habían encontraron la forma de hacer que no se acercara más a él. Fue fácil, solo hicieron que el hombre más peligroso del barrio se enamorara de ella, y que luego la reclamara como suya, a lo cual la ella no se negó, el maleante ofrecía lo mismo que el cantinero le había ofrecido cuando recién la conoció, solo que, en doble cantidad, así que fue fácil. El pequeño trabajo de Alex y Juan les había otorgado de por vida la mejor mesa del lugar, un descuento en lo que bebieran, y mientras fueron adolescentes un escape a sus hormonas. Eran pasadas las diez de la noche cuando llegaron al lugar, su mesa estaba vacía, como era costumbre, solo bastaba con hacerle una llamada a Don Conejo para que fuera así, sobretodo después de que se enteraron como la mujer había dejado en la quiebra al maleante más poderoso de la zona, sentía que prácticamente les debía la vida.

 

Muchas de las mujeres con las que se relacionaba Ángel las había conocido en el bar. Su mesa estaba ubicada cerca de la pista de baile, pero al mismo tiempo retirada lo suficiente como para poder observar todo el lugar. Desde ese lugar Ángel podía tener una visión completa de las mujeres que entraban en el bar, adivinar que mujeres venían solas y querían seguir así, los grupos de amigas, quienes discutían y quienes buscaban lo mismo que él. A través de los años había perfeccionado su sexto sentido, pronto descubrió que tipos de mujeres gustaban de él, y cuales se irían con él esa misma noche. Pero esta noche era diferente, cuando llevaron la primera ronda de cervezas a la mesa Alex ofreció un brindis por Jeyko y su loca decisión, las botellas resonaron en el aire y Ángel pudo imaginar el sonido de las campanas en la iglesia, pudo ver a Jeyko frente al altar diciendo el esperado sí, pudo verse a su lado con los ojos en blanco, como un autómata.

 

—No te cases.

 

El sonido de las botellas chocando ya se había acallado y Jeyko ya tenía el líquido en su boca, líquido que no pudo evitar escupir ante la petición que hacía su amigo. El lugar a pesar del sonido, de la bulla generada por la música y las conversaciones en la mesas contiguas pareció quedarse vacío, los ojos de Ángel se abrieron de par en par al descubrir que sus pensamientos habían salido expresados en voz alta, que había dicho algo sin estar seguro porque lo decía. Alex soltó una carcajada y cruzó uno de sus brazos por encima de los hombros de Ángel.

 

—Tranquilo, no dejaremos que se aleje de nosotros, ya veraz que cada sábado estará aquí en esta mesa, igual que hoy, igual que siempre, te lo prometo.

 

Jeyko no había comentado nada solo se había quedado mirándolo. Era la segunda vez en esa tarde que parecía no reconocerlo, en el apartamento había sido igual, se lo estaba tomando mal, él sabía que sería difícil aceptarlo, pero confiaba en que Ángel finalmente cedería y entendería que Andrea era la mujer que él quería. Pero por el contrario le pedía a plena voz que no se casara, no había tenido la oportunidad de preguntarle por qué le pedía eso, el comentario de Alex había cambiado el rumbo de la conversación y Ángel en toda la noche no había vuelto a decir nada, es más, pudo adivinar que el tema había sido olvidado al encontrarlo cerca de la barra invitando un trago de vodka a una mujer.

 

¿En realidad era miedo lo que sentía?, es decir ¿por qué le molestaba tanto que él se casara? estaba consciente de que el momento llegaría y no podría hacer nada para evitarlo. —Ella es una buena mujer— se repetía a sí mismo tratando de convencerse que era eso lo que le perturbaba, él al igual que Alex trataría de que las cosas no cambiarán mucho, aunque esto pareciera imposible.

 

Vio a una mujer en la barra, luego de varios minutos descubrió que estaba sola, y también que había bebido cuatro vasos de Whiskey uno seguido del otro, era obvio que estaba triste, él también se sentía así. Ella a primera vista era el tipo de mujeres a las que solía acercarse, mujeres con cuerpo de modelo y cara bonita, pero al ver las lágrimas luchando por salir en sus ojos supo que no era igual a todas ellas, supo que por más que intentara llevársela a la cama esa noche no lo lograría, también supo que era perfecta para alejarse por esa noche de la mesa, para irse del lugar, e ir a su cama en casa de sus padres a pensar, pensar en las cosas buenas que esa decisión, que no era suya, traería a su vida. Efectivamente la mujer estaba triste, había perdido su trabajo al acceder dormir con su jefe, no busco en Ángel un consuelo, por el contrario, se alegró al descubrir en él la misma desesperación de ella, a pesar de que este ni siquiera mencionó el tema. Hablaron toda la noche, bailaron un par de canciones y al final se besaron, como si estuvieran obligados a continuar un ritual; a ella se le había ido momentáneamente la tristeza, Ángel la había convencido de que cuando empezara un nuevo día descubriría que hacer, aunque al momento de decir esas palabras se lo decía más a sí mismo que a ella. Luego de que se pasaran las horas conversando perdió el deseo de irse a su casa, pero tampoco quería ir donde Jeyko que pasadas las dos de la madrugada se acercó a la barra junto a ellos a despedirse y ofrecerle la habitación como escondite esa noche. Al despedirse lo abrazo como siempre lo había hecho, un abrazo fraternal, reconoció la colonia que Jeyko usaba desde que se convirtiera en adulto, esa que según él le ayudó en su primera conquista, el olor de sus cabellos, similar al suyo, observó sus ojos al negarse a ir con él, y descubrió el color aguamarina en ellos. Tenían casi quince años de amistad y jamás había visto sus ojos, no sabía qué color tenían, y le sorprendió verse a sí mismo pensando en eso, tenía unos ojos hermosos y lo único que pudo hacer fue reiterar el no hacia su invitación, se quedaría con ella, así no hicieran nada, solo quería estar lejos de todo lo que le recordase que él se iba a casar.

 

Andrea lo había llamado justo después de despedirse, estaba esperándolo en el apartamento, quería pasar la noche con él. 

 

Jeyko había estado esperando toda la noche para hablar con él, pero luego de que se fue a la barra no había vuelto a la mesa. Alex y Juan se habían centrado en lo que habían perdido ese día, hacían cuentas que Jeyko no entendía, al parecer no habían perdido mucho por el juego, pero tampoco habían ganado lo suficiente para compensar la pérdida, era una estrategia inteligente esa de apostar por ambos resultados pero estaban confiados en que ganarían el partido y apostaron más a favor de un resultado positivo; los estragos de pensar más con el corazón que con la cabeza, eso había causado sus pérdidas que comparadas a muchas otras que habían tenido en el pasado no eran demasiado. Pero el tema no era del interés de Jeyko, nunca lo había sido, por eso sí mirada en el resto de la noche no se había apartado de la barra donde Ángel había pasado en resto de la noche.

 

Jeyko al llegar al apartamento en el séptimo piso de un conjunto residencial estrato medio, encontró a Andrea su novia de hace dos años y ahora su prometida, desnuda sobre la cama. Se abalanzó sobre ella, como solía hacerlo cada noche que compartieron juntos, se posesionó de su cuerpo, la reclamó como suya, se volvió a enamorar, sin embargo, esta vez ella no era solo su novia, era la mujer que había escogido para compartir su vida, para siempre, porque quería estar con ella toda la vida, no unos meses, no unos años, toda la vida. Pero si era así, sí estaba seguro de su decisión, porque Ángel aparecía en su mente mientras los gemidos de la que sería su esposa se escuchaban por todo el lugar, porque osaba en profundizar las penetraciones cada vez que veía los ojos apagados de Ángel mientras se negaba a acompañarlo a casa. Sería duro, era su mejor amigo, lo había sido desde muchos años atrás. Sabía que dolería, que le causaría daño, pero acaso no era Ángel un hombre ya, lo suficientemente adulto para aceptar que era hora de tomar rumbos distintos. Sabía de antemano que Ángel era fuerte, lo había visto enamorarse y sufrir para saber que algo como eso no acabaría con él, le había visto pasar de una mujer a otra sin ningún problema, habilidad que le había envidiado durante muchos años. Si sabía que él era fuerte ¿porque le había afectado tanto esa mirada? Por qué le daba tanto morbo verlo triste, tanto que por los ojos ámbar de Andrea resbaló una lágrima justo antes de que él llegara al orgasmo.

 

Alex y Juan abandonaron el bar media hora después que Jeyko lo hiciera, se despidieron de Ángel. Juan a diferencia de muchas otras veces en las que solo presionaba su mano, o simplemente hacía un ademán desde la puerta se acercó abrazándolo, luego le dijo al oído que estuviera tranquilo que todo estaría bien, al parecer él parecía tener una leve sospecha de lo que estaba pasando. Alex bromeó un poco acerca del asunto del padrino asegurando que al final él sería el elegido sin imaginar la propia veracidad de sus palabras; Ángel le siguió el juego, más por cortesía que porque realmente lo deseara así.

 

Una vez que se fueron pudo fijarse de nuevo en la mujer que se había quedado con él acompañándolo. Lo miraba directo a los ojos, las pequeñas despedidas le habían mostrado el motivo de la posible tristeza de Ángel, quiso preguntar, darle consejo, pero tenía la duda de si él mismo era consciente de lo que le estaba pasando. Lo invito a su casa, le invito un café, luego lo beso más por su propio placer que por querer conseguir de él algo más esa noche, por lo menos de forma física. Porque quería saberlo todo, saber cómo un hombre heterosexual como él, lograba ante la inminente pérdida de un amigo descubrir una parte de su sexualidad que siempre se había negado. Mas no iba a decírselo directamente, probablemente los acontecimientos hasta esa noche serían los únicos que conocería.  Pero era suficiente. El despertar de ese sentimiento era lo único que le interesaba, no quería revelarle nada, él solo a través de los días sería capaz de descubrirlo y en él estaba la decisión de dejarlo pasar y aceptarlo o hacer lo posible por arreglarlo. De esta forma soltó la primera pregunta.

 

—¿Cuándo lo conociste? —no dijo su nombre, los ojos de Ángel la miraron fijamente, quiso ignorar de quién le hablaba, pero pronto contestó.

 

—¿A Jeyko?

 

—Tiene un lindo nombre.

 

—No sé nada de eso.

 

—Por pura curiosidad, lo recuerdas, ¿recuerdas cómo lo conociste?

 

—Sí.

 

—Cuéntamelo.

 

Su relato empezó. Primero tomó aire de forma pesada, su mirada se dirigió al techo y las palabras empezaron a salir de su boca, mientras mantenía su cabeza recostada sobre las piernas de la bella dama. Se habían conocido unos quince años atrás, en el onceavo cumpleaños de Ángel. Su familia no estaba, su mamá se había ido a un viaje de negocios, en ese tiempo ella aún trabajaba, y su padre trabajaba como vendedor en uno de los almacenes de una cadena de supermercados. Ninguno estaba en casa, ninguno le había dicho nada antes de irse. Tal vez por eso no se decidía a salir de casa de sus padres. Tal vez solo esperaba que por un año se acordaran de su cumpleaños. Fue al parque, se montó en uno de los culombios y se balanceo. Eran más de las cuatro de la tarde y el parque empezaba a quedarse vacío cuando Juan se acercó a él, lo invitó a jugar. En ese entonces Juan era diferente, era alegre, juguetón y gracioso, similar a Alex. En algún momento cambió, seguramente en su afán de proteger a Alex de los peligros del mundo en el que habían acabado. Juan lo llevó hasta ellos, Alex lo había impactado, él se había encargado en convertir ese día que hasta entonces no dejaba ninguna huella en su memoria en un día que recordaría para siempre. Ese día había conocido a Jeyko también, sin embargo, no podía recordar mucho de él, sus mejillas se sonrojaban con facilidad, su cuerpo temblaba muy ligeramente cuando un rose se producía entre los dos. Recordó haberlo acompañado hasta su casa, recordó también el esfuerzo que hacían sus oídos para poder escucharlo, la delicadeza de su rostro.

 

—Aún hoy su rostro se ve muy suave, hasta algo femenino diría sin miedo a equivocarme, tiene rasgos muy finos —comentó mientras seguía relatando su historia, ella solo sonrío.

 

Le había tomado la mano para besarla, tal y como su madre le había enseñado a saludar a las señoritas, ignorando por completo las zapatillas rojas con estampado del hombre araña, y la camisa verde con las tortugas ninja. El grupo había soltado una risa de infarto y los ojos aguamarina de Jeyko se abrieron por completo, esos hermosos ojos que le miraban sorprendido. Ya los había visto, ¿entonces por qué esa noche en el bar había creído que era la primera vez? No recordaba esos ojos, se había quedado impactado al verlo, sus once años no le permitieron entender lo que pasaba en ese momento, pero tal vez su subconsciente se había prendido ante una alarma insertada por la sociedad. Tal vez, esa alarma le negó el placer de verle a los ojos durante los últimos quince años. La alarma había sido desactivada, no en el bar, al verlo de nuevo, si no al escuchar la noticia, el presagio del fin de su amistad. Pero no era nada de eso, le quería y ese era su mayor miedo, dejar de ver esos ojos aguamarina y ese rostro infantil que anhelo tener cerca de niño, para enseñarle, para cuidarle, pero nunca para hacerlo suyo, no, esos deseos jamás habían pasado por su mente.

 

—Es una buena mujer —volvió a repetirse lo mismo que se había dicho una y otra vez durante todo el día.

 

—¿Quién?

 

La miró fijamente, ¿Quién? Andrea, pero no podía decirlo en voz alta, porque ese pensamiento se había escapado de sus labios como aquel que había soltado en el bar esa misma noche. Estaba seguro que era una buena mujer, totalmente seguro, solo no quería perder la amistad que tenía con él.

 

—Hablas de la mujer con la que se va a casar, ¿no te simpatiza?

 

—Andrea, ese es su nombre, el que me simpatice o no en realidad no tiene mucho que ver.

 

—¿Pero crees que ella lo merece?

 

—Él es feliz a su lado.

 

Esa era la verdadera razón de todo, el motivo por el cual ahora Jeyko decidía casarse, ser feliz. No había nada que fuera más importante que eso. Incluso él de muchas formas había buscado la forma de serlo, aunque hasta ahora ninguna de ellas hubiera funcionado. 

 

En una ocasión, siguiendo los consejos de su madre —Entrar en la universidad te va ayudar—. Eso había dicho ella. Lo que no sabía era que sus costumbres serían las mismas. Que las clases lejos de otorgarle una actividad provechosa, inquietaban su corazón, le incomodaba. Abandono antes de terminar el primer ciclo. Ella no pudo más que lamentar el hecho. En otra ocasión decidió salir del sótano de la casa de sus padres. Un mes fue todo lo que vivió fuera de casa, un mes en el que su vida transcurrió en casa de sus amigos, prácticamente había encontrado un lugar en el cual abandonar sus cosas mientras vivía en el cuarto de invitados en el apartamento de Jeyko. Hubiera seguido de este modo si Andrea un lunes cualquiera no hubiera llegado con tanta furia a sacarlo de su apartamento. Ella misma se había encargado de empacar su ropa en maletas para luego tirarlas a la calle junto con él. No la culpaba, no después de haberlo encontrado con otra mujer haciendo el amor sobre el comedor, comedor que ahora pasaría a ser de ella también.

 

Pero ella no era la única capaz de hacerlo feliz, y Ángel lo sabía muy bien. Incontables veces había disfrutado de la compañía del otro, cuando sus gritos se mezclaban en el estadio después de un gol marcado. En el gran conejo mientras brindaban bajo el destello tenue de las luces.

 

—¿Por qué te pone tan triste el hecho de que se case con esta mujer?

 

—He estado preguntándome lo mismo todo el día, pero el problema no es que se case con ella, ya te dije lo hará feliz, tiene las cualidades suficientes para hacerlo.

 

—¿Cuáles son esas cualidades? ¿Qué debería tener yo para poder casarme con él?

 

La pregunta lo había dejado en blanco. ¿Cuáles cualidades tenía ella que la hacían tan especial? Acaso él no sería capaz de lo mismo si así se lo propusiera. Quizás ella tenía razón. Si ella supiera cómo complacerlo él podría casarse con ella también. Nunca se había detenido a pensarlo realmente. Al principio, cuando él los había presentado Ángel se había enviado con él. Una noche de sábado en que habían quedado de encontrarse en El Gran Conejo y él había llegado con ella, lo primero que vio fue el escultural cuerpo que se movía al son de la música al entrar. Inmediatamente llamó su atención. Reconoció en su rostro la mirada enamorada que le dirigía a Jeyko. La llevó hasta la mesa y estrecho su mano, la delicada mano de una mujer. Pero Jeyko solo le dijo su nombre, la presentación de Ángel por parte de Jeyko se había quedado en solo su nombre. Ni siquiera le había dicho que se trataba de su mejor amigo, del que sería su padrino de bodas, de quien dormía en el cuarto de al lado casi cuatro noches a la semana. Era Jeyko quien merecía un reclamo, más nunca le dijo nada. Esa noche no retiró su mirada de ella, de la forma en que Jeyko la aprisionaba con su cuerpo mientras bailaban en la pista de baile, en su sonrisa que se cerraba ante la inminente cercanía de los labios de Jeyko. En esa ocasión había encontrado una mujer igual a la que lo acompañaba esta noche. Una mujer sola sin interés en él, una mujer que solo le ofrecía unas horas de compañía con un café en la mano. Se había ido sin él, pues él le había cambiado por una mujer morena de ojos color miel.

 

¿Cuántas veces él no había hecho lo mismo? cuántas veces no le había abandonado en el bar para irse en los brazos de una mujer cualquiera, incontables veces eso era cierto. Relaciones de una noche con mujeres que no recordaba, amoríos y orgasmos mal logrados. Ángel una vez se enamoró al igual que él, de una mujer rubia de ojos claros, hace muchos años de eso. Una mujer que ahora reaparece en su memoria. Una relación que después de unos meses, en los que se había visto condicionado a cambiar sus costumbres, sus rutinas y todo, para que al final ella hubiera elegido estar con otro. Hubiera elegido ser madre del hijo de alguien más. En este punto de su vida no era capaz de decir si realmente había estado enamorado. Cuando ella se fue, fue tal su desesperación que el que mantuviera aún su trabajo era únicamente gracias a la pronta intervención de Jeyko. Si no hubiera sido por él, hubiera terminado en el sótano de su madre muerto con una botella de vodka en una mano y un arma en la otra. Pero ahora luego de tantos años de eso, ahora que a duras penas podía recordar su rostro, se daba cuenta que quizás no la amo, que solo estaba obsesionado con ella, con su rostro de niña bonita, en sus ojos verdes, en su cadera ancha de muslos gruesos que lo hacían enloquecer. Jeyko le había felicitado incontables veces por haber encontrado por fin una mujer con la cual estar, le sonreía cada vez que hablaba de ella, como si viviera a través de su felicidad. Mientras ese pensamiento pasaba por su cabeza pudo darse cuenta, él fue feliz con él, lo motivó para que siguiera adelante, y cuando ella lo había dejado, él había estado ahí con él, sin dejarlo solo un minuto, dándole golpes si era necesario para que reaccionara. ¿Por qué no podía él hacer lo mismo? ¿porque no podía compartir su felicidad? ser ese apoyo que él necesitaba, ¿porqué de solo pensar que se iba a casar sentía deseos de llorar?

 

La mujer continuó acariciándole la frente mientras escuchaba atentamente las confesiones que Ángel hacía, sonriendo para sus adentros. Encontrando cada vez más clara su desesperación, mientras hablaba de una mujer rubia de ojos claros de la cual ni siquiera recordaba el nombre sin poder evitar mencionarlo a él, como si su relación hubiera sido con él o más bien gracias a él. Como si esa circunstancia hubiera sido el resultado de su deseo por complacer, por complacer a Jeyko en su deseo de verle feliz, ignorando quizás también que de la única forma en que Ángel podría serlo, sería con él.

 

Las lágrimas de Ángel esa noche no lograron brotar de sus ojos, él no lo había permitido, nunca se lo permitiría, no por un hombre, no por su mejor amigo. Ella tampoco había insistido en hacerlo hablar más luego de que sus ojos se cerraran. Había sido suficiente lo que había escuchado. Finalmente ella también había decidido seguir con su vida y buscar su propia felicidad.

 

Jeyko por el contrario no había podido conciliar el sueño esa noche, aun después de la agotadora actividad física del día. Se sentía cansado, realmente cansado, pero aun cuando sus ojos permanecían cerrados no podía conciliar el sueño. El cuerpo frágil de Andrea estaba recostado sobre su pecho, no le era pesado, amaba tenerla así entre sus brazos. Sin embargo, esa noche le era incómodo. No podía dejar de pensar en el cuarto del otro lado, ese cuarto que ahora permanecía vacío. Hasta pocas horas antes se consideraba el hombre más feliz del mundo. Nada hubiera podido sacarlo de ese estado, sin embargo, la única persona que esperaba estuviera con él, que compartiera esa felicidad, le pedía que no lo hiciera, que no se casará. —Es un egoísta—, se dijo así mismo, y es que para Jeyko lo que su amigo hacía era solo eso, egoísmo. En ese cuarto, esa misma tarde, le había preguntado cuando tendría que llevarse sus cosas, a él le hubiera gustado pensar que estaba triste, ¿pero si no era así? ¿si lo único que le importaba era perder su escondite? —No, él no es así, no puede ser así—. Necesitaba hablar con él urgente. Remediar la situación, dejarle en claro muchas cosas, que le aclarara muchas cosas.

Notas finales:

Gracias por leer.


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