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Dulce Aroma por DanyNeko

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Notas del capitulo:

N/A: Pues sí, de hecho, sigo viva. Por si alguien se lo preguntaba :v

Ya saben. Yu-Gi-Oh! Y todos sus personajes son ajenos a mí. No poseo nada más que la cabeza tan rara que pensó en este OS así que… disfruten el puzzleshipping.

 

El aroma almizclado, tuvo que admitir Yugi, era bastante agradable.

Era sutil, y poco tenía que ver con el usual y -¿por qué negarlo?- mareador olor de los inciensos a los que estaba acostumbrado.

Miró la velita que su otro yo había encendido amablemente por él con cierta curiosidad antes de dejarla en un buen sitio sobre el mostrador de la tienda, donde ninguno de los dos pudiera tener un accidente con la llama o la cera caliente.

Tomando una caja sellada, no muy grande entre sus manos, le dirigió otra mirada al muchacho apenas más alto que él, de ojos color vino, que estaba ayudándolo tan servicialmente en arreglar y atender la tienda de juegos.

Había pasado solo un día desde que el abuelo Sugoroku se había marchado, junto con su viejo amigo y colega Arthur Hopkins, a una nueva expedición. Totalmente emocionado con la idea, ahora que tenía la certeza de que su pequeño y amado nieto no estaría solo en casa mientras él se hallara lejos.

Si bien el mencionado tricolor estaba un poco inquieto y preocupado por su abuelo… -recordemos cierto inconveniente de camino a la India- Sugoroku descubrió que el faraón tenía un gran poder de convencimiento y un increíble conocimiento en la forma de pensar de Yugi, suficiente como para tranquilizar la conciencia y las preocupaciones del adolescente en cuestión de minutos.

Claro que no pasaban desapercibidos los gestos que acompañaban el sereno y calmante discurso del antiguo residente del rompecabezas. Una mirada profunda directo a los ojos. Un roce de manos por aquí. Un toque casual en medio de la espalda por allá. Y Yugi casi era macilla en manos del mayor.

Sugoroku eligió pasar esto por alto. No le parecía algo realmente relevante en lo que pensar mucho a fondo.

No en balde, por años había sido testigo del enorme aprecio y afecto que Yugi guardaba hacia el -en aquel entonces- espíritu milenario. Ver que esto parecía ser reciproco, le daba cierta felicidad y alivio, al saber que había una persona en la vida de Yugi que lo quería tanto y que estaba dispuesto a acompañarlo en cualquier cosa que les deparase el destino.

Ese era el tipo que cosas que eran necesarias para afrontar la vida y no simplemente pasar por ella. Con sus años de experiencia, Sugoroku podía notar que -sin importar hasta donde llegaban esos sentimientos- Yugi ya había encontrado el foco de felicidad en su vida.

Estando juntos esos dos, solo podían aguardarles cosas muy buenas.

Estaban hechos el uno para el otro.

 

Yugi soltó el aire en un suspiro lento, luego de haber inhalado profundamente. El aroma de la vela le recordaba de cierta forma al verano; a sentarse en una noche cálida sobre la hierba cubierta de rocío, con una paleta helada en la mano, quizás a la orilla de un riachuelo a contemplar las luciérnagas mientras los grillos y cigarras cantaban de fondo.

Una ligera sensación en su estómago, como cierta inquietud o ansiedad, lo embargaron de repente; así pues, subido en una pequeña escalera-banquillo como estaba, acomodando la caja en la parte más alta de un estante, no puedo acallar el pequeño ‘mhhh’ que tomó lugar en la parte posterior de su garganta cuando se sintió perder muy vagamente el equilibrio.

En cuestión de ínfimos segundos, una mano estaba afianzando la escalera y la otra le brindó estabilidad, tomando una posición firme contra el lateral de su cadera.

— ¿Estas bien, compañero? —cuestionó el dueño de aquellas manos, con cierta preocupación filtrándose en su tono.

—Uh, sí… —respondió lentamente Yugi —creo que solo me distraje un segundo aquí —expuso con una expresión ligeramente avergonzada y una sonrisa de disculpa.

—Ten más cuidado, debiste avisarme para que sostuviera la escalera por ti —reprendió el otro, con un tono de voz demasiado suave y cálido como para poder tomarse en serio un regaño. Yugi solo asintió, terminando de colocar la caja en su sitio antes de que la mano en su cadera se moviera para ofrecerse como apoyo a la suya, para bajar la pequeña escalerilla.

—Gracias —le sonrió dulcemente al mayor, sonrisa que fue correspondida rápidamente, junto a un ligero y fugaz roce en su mejilla, cortesía de un par de dedos cálidos y gentiles.

Como no hubo ninguna explicación a dicha caricia, Yugi asumió que debió haber tenido alguna mota de polvo en su mejilla o algo similar y dejó pasar el hecho como si nada.

— ¿En qué estabas pensando? —la repentina pregunta del oji-vino tomó desprevenido al menor.

— ¿Eh?

—Dijiste que estabas distraído hace un segundo —retomó el otro, como explicación — ¿qué ocupa tu mente, compañero?

Desde que habían dejado de compartir cuerpo, su conexión mental se había visto seriamente afectada. Ya no podían leer los pensamientos del otro, aunque no era un problema la mayoría de las veces, ya que se conocían tan bien que eran demasiado transparentes el uno con el otro, como dos libros abiertos.
Las emociones eran un cuento muy distinto, si bien eran fáciles de leer entre sí, habían descubierto en un par de ocasiones que, al experimentar fuertemente un sentimiento, el otro también podía notarlo en su propio ser. 

Este tipo de preguntas se habían convertido en un juego, por llamarlo de alguna forma.
“¿en qué estás pensando?” “¿qué pasa por tu cabeza justo ahora?” “sé que tienes algo mente, cuéntame” todas hechas en voz baja, tenue y cálida, susurros que solo el otro escucharía, sin importar que hubieran otras personas a su alrededor o se encontraran completamente solos.

Era un juego.
Era su juego.
Como si extrañaran esa vieja conexión mental.


Yugi miró la velita, consumida apenas un tercio de su forma —me pregunto de dónde la habrá sacado el abuelo.

El ex-espíritu siguió la dirección de los bellos ojos violetas —huele muy bien ¿no es verdad?

Yugi asintió con la cabeza, su mirada fija en la danza de la llama sobre la vela, aun cuando los ojos rojizos de su guardián regresaron a él —es mucho más agradable que la mayoría de inciensos que acostumbro —dijo con cierto tono de broma.

El mayor, a quien el olor rustico y tosco de los inciensos herbales le recordaba fuertemente a los salones de hechizos -donde alguna vez estudió magia- cuando era un príncipe heredero, solo pudo soltar una risilla —tienes razón, compañero —accedió y ambos compartieron unos segundos de risas.

Se miraron a los ojos después de eso, un par de grandes amatistas y dos afilados color vino, ambos con miradas cálidas de cariño hacía el otro.

Yugi sonrió aún más para su otro yo y se inclinó ligeramente hacia su pecho, siendo bien recibido con una mano en su espalda baja cuando apoyó su frente en el hombro del más alto. El pensamiento de que esta persona olía incluso mejor que la vela aromatizante, por sí mismo, sin necesidad del uso de fragancias o colonia, pasó por su mente, envuelto en una neblina que no le permitió sobresaltarse por tener un pensamiento tan… íntimo.

— ¿Podrías poner el cartel de cerrado y asegurar las puertas, por favor? —pidió suavemente el oji-amatista, retirándose de vuelta a una posición erguida —cerraré la caja y podremos ir adentro a cenar —informó — ¿en el sofá y una película?

El mayor sonrió, más que satisfecho con el ofrecimiento —por supuesto, compañero —estiró una mano para recoger las llaves tras el mostrador y fue a cumplir con lo que el menor le había pedido.

El tricolor de piel dorada volteó el cartel de abierto a cerrado, observando vagamente como el cielo se tenía de colores nocturnos tras la desaparición del sol en la cúpula celestial. La calle se notaba poco activa y el alumbrado público ya estaba encendido. Cerró las puertas y les echó llave, dando un leve tirón para cerciorarse de que todo estaba en orden antes de regresar.

Inconscientemente, tamborileó los dedos que antes se habían posado en la espalda de Yugi sobre su muslo, el calor de su piel -aunque escondida bajo la ropa- se mantenía en su palma, picando su carne con el deseo de seguir tocándolo, de mantenerlo cerca, de estar en contacto.

Para Yami, no era un deseo nuevo. Usualmente se aseguraba de estar físicamente lo más posible cerca de Yugi que pudiera, otra consecuencia de haber estado compartiendo cuerpo por tanto tiempo. Para ambos se sentía natural y como, simplemente, así debiera ser.
En cualquier momento Yugi se reclinaría contra el hombro del mayor, o este apoyaría un brazo sobre su hombro; si llevaban algún maletín o bolsa, lo tomaban entre ambos para que sus dedos pudieran rozarse y siempre compartían sombrilla. Y, a pesar de que una cama extra fue instalada para Yami, casi siempre terminaban durmiendo juntos.

De nuevo, para ellos era natural. No veían que hubiera nada malo allí.

Eran felizmente ignorantes de las miradas que atraían por la calle o la intriga que generaban entre sus propios amigos.

Porque así eran felices.


El sonido peculiar de la caja registradora coincidió con el tintinear de las llaves cuando ambos tricolores dieron fin a sus quehaceres en la tienda.

Yami le sonrió a Yugi, de una forma que podía calificarse más traviesa o coqueta, que dulce y tierna.

—Vamos dentro, compañero —e, inclinándose sobre el mostrador, el mayor alcanzó a presionar un rápido beso en la mejilla del oji-amatista.

El rubor en las mejillas de Yugi fue una reacción nueva para Yami, el adolescente muy pocas veces se mostraba avergonzado por los afectos que le prodigaba o, más bien, que compartían. Por ello, el mayor se descubrió a si mismo fascinado con el suave color cereza que se extendió por las mejillas claras de su protegido. También por eso, no se percató de que Yugi le había dado la vuelta al mostrador para alcanzarlo hasta que los tuvo a escasos centímetros y, prácticamente cayendo sobre él.

Muy vagamente sus oídos captaron el sonido particular de algún objeto rastrillándose contra el suelo, posiblemente lo que haya hecho tropezar al menor, mientras se iba de espaldas al piso, dado que lo habían cogido con la guardia baja.

Terminó con la retaguardia resentida gracias al frio suelo y las palmas contras el mismo para evitar irse completamente de espaldas, una de sus piernas quedó estirada mientras que la otra se flexionó, con el talón igualmente apoyado en el piso.

—oh, Yami ¡Como lo siento! —exclamó el tricolor, que pronto estuvo de rodillas frente a su semejante —fue mi culpa ¿te hiciste daño? —una de las manos de Yugi se apoyó en el suelo, justo entre las piernas del mayor, para poder inclinarse hacia él. La otra fue dudosamente estirada, no sabiendo si posarse en el pecho del mayor, o usarse para levantarle la cabeza.

Yami sin embargo, levantó el rostro por cuenta propia y, dando una pequeña sacudida con su cabeza, procedió a tranquilizar a su luz —estoy bien, compañero. Fue solo un tropiezo, no te preocupes…

La voz cálida y masculina del mayor fue menguando a lo largo de su discurso, sintiéndose una vez más fascinado y completamente cautivado por Yugi. El pequeño encantador y preocupado, hincado entre sus piernas y mirándolo atentamente a punto de tocarlo, como si esperase a que él le diera permiso.

Sus grandes y bellos ojos amatistas, sin embargo, fueron el foco de su atención.

Y Yugi no estaba menos influenciado por la extraña atmosfera que se cernió sobre ambos paulatinamente.
La forma en que el cuerpo de Yami se había tensado por la caída, el ligero quejido que apenas escapó de su voz y, sobretodo, los fieros ojos rojizos que no dejaban ni por accidente su figura, seguro eran una gran distracción.

Tanto así que no se dio cuenta de cuándo su mano bajó a posarse sobre el pecho del mayor, o de cómo su cuerpo se inclinó más, voluntariamente, hacía la maravillosa fuente de calor y comodidad que siempre había resultado la persona frente a él.

Claramente Yugi y Yami no se dieron cuenta de nada hasta que sus rostros estuvieron a escasos tres centímetros de distancia, y podían sentir el aliento ajeno acariciar sus labios, y podían sentir el deseo y anhelo del otro.

Entonces, solo hubo un curso a seguir desde allí.

La llama de la vela bailoteó con más ímpetu justo cuando dos pares de labios se encontraron, lenta, experimentalmente. Su combinación de colores rojizos, naranjos y amarillos se enardeció al igual que los cuerpos que se cernieron en un cariñoso y posesivo abrazo. El aroma se intensificó justo cuando la llama se encontró con el charco de cera derretida en el que se había convertido la velita, así como el afecto y el deleite estallaron cuando dos lenguas curiosas se toparon.

Y entonces la llama se apagó.

La vela se había terminado.

No así el par de tricolores que seguían sentados en el suelo, hechos un lio de brazos y labios, ocupados en la danza que ahora protagonizaban sus lenguas, igual de hambriento el uno del otro.

Fin

Notas finales:

Okia…. Creo que esto requiero algun tipo de explicación ¿no?

Justo esta mañana, cuando estaba en proceso de despertarme, con la cabeza negándose a salir de debajo de las sabanas, llegó a mi esta imagen de Yugi arrodillado al lado de un Yami que parecía haberse caído de culo y me hizo un poco de gracia. Luego, mi cabeza loca generó un dulce aroma muy peculiar que no puedo describir y, muy gentilmente, mi cabeza agrandó la imagen mental de los tricolores mostrándome que estaban en la tienda de juegos y había una velita aromática por allí.

Pensé “¿qué carajos? ¿después de meses sin inspiración me dan esto?”

Luego, mi -de nuevo gentil- cerebro me recordó que en algún momento, hace unos años, lei un fin de Inuyasha donde el abuelo Higurashi había dejado unos inciensos medio-afrodisiacos en casa. Justo Kagome volvía y su familia no estaba e Inuyasha llegaba y… bueno, ya se podrán imaginar el resto.

Así pude darle algo de contexto a este loco golpe de inspiración así que… ¡benditos sean los abuelitos! xD

Espero que les haya gustado.

Saludos, Ja ne~nya                   


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