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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del fanfic:

¡Hola a todos, soy Delian!

 

Esta historia se basa en el doujinshi de la artista SH2JW, "An Unsavory companion of dubious morals", ambientado en la época victoriana de las novelas de Sherlock Holmes en un universo alternativo omegaverso.

 

 

John comenzó a tener los primeros síntomas a las 6 semanas. Al principio no le dio importancia, pensando que podría tratarse de una indigestión o algún tipo de enfermedad estomacal. Notaba el vientre hinchado y se sentía muy cansado. Sin embargo, no quiso dejar de atender a sus pacientes aunque eso supusiese que luego tendría que irse sin dormir a ayudar en uno de sus casos a Sherlock, quien como siempre no dejaba de reclamar su atención y le reprendía mordazmente, a veces hasta siendo ofensivo, cada vez que llegaba tarde cuando lo hacía llamar. Era una muestra claramente evidente para Watson de que Holmes lo necesitaba, si no a nivel profesional, sí a nivel emocional, pues parecía descontrolado y ansioso cada vez que no estaba a su lado, si bien seguía siendo capaz, sin ningún tipo de problema, de resolver los misterios y acertijos en los que se enfrascaba.

 

Era ya de noche, pero John Watson aún estaba en la casa de su paciente más joven. Era un niño de tan solo siete años, que padecía una terrible enfermedad que lo hacía permanecer en cama y lo cierto era que ni siquiera el doctor Watson sabía cómo tratarla. La fragilidad e inocencia de aquel pequeño cada vez más cerca de la muerte le conmovía el corazón, y después de la revisión se había quedado a leerle un cuento para que se durmiera y olvidase momentáneamente sus dolores.

 

- "¡Al fin le detienen!... ¡Ya le han cogido!... ¡Hermosa hazaña! ¡Tendido le tienen sobre el arroyo, y en torno suyo se agrupa la gente, que hasta lucha y riñe para no privarse de la satisfacción de verle!" - leyó con voz clara y musical sin perder de vista los ojos avispados del niño, que hacían que de cuando en cuando se le escapara una sonrisa, pero esta se borró cuando lo oyó de nuevo toser.

 

- Me duele mucho, doctor. - dijo con voz lastimera el joven y a John se le encogió el corazón como si fuese la primera vez que tenía un paciente a los pies de la muerte, pero supo mantener la compostura y tocándole la frente, volvió a sonreír, intentando infundirle calma.

 

- Tranquilo. Voy a darte algo para dormir y mañana vendré de nuevo a ver cómo estas. - y dicho esto salió de la habitación y habló con sus padres, quienes le dieron el permiso para drogarlo, aún a sabiendas de que aquella podía ser su última noche.

 

Watson volvió al 221B de Baker Street intentando mantener una entereza estoica que sin embargo no sentía. En el fondo estaba destrozado y no recordaba cuándo se había sentido tan mal por un paciente. Las calles de Londres estaban oscuras y silenciosas, cubiertas de una niebla espesa que helaba sus huesos y le hacía encogerse dentro de su abrigo para mantener el calor. No eran horas de paseo para nadie sensato ni decente y John no podía evitar tener la sensación de que alguien le observaba desde la oscuridad, pero todo lo achacó a la inquietud que sentía su corazón por el pequeño joven al que tal vez nunca volvería a ver con vida.

 

Cuando llegó por fin a casa, subió las escaleras con sumo cuidado, pues eran altas horas de la noche y no quería despertar a la señora Hudson y mucho menos a Holmes, quien esperaba que estuviese durmiendo, lo que no dejaba de ser una esperanza vana, conociéndolo. Sherlock estaba en su sillón que daba la espalda a la puerta fumando y no le pasó inadvertido el que calificó como "patético" intento de Watson de pasar desapercibido.

 

- Llegas muy tarde. ¿Cuánto tiempo crees que llevo esperando, Watson? - se quejó profundamente ofendido Holmes mientras veía como John se sentaba frente a él. Lo vio cansado y pálido, macilento a la tenue luz de los quinqués.

 

- Te dije que tenía trabajo, Sherlock. No tenías por qué haberme esperado para ir a dormir.

 

- ¡Como si pudiera quedarme tranquilo sin haber resuelto ese caso! ¡Es tu culpa, John! ¡Te dije que vinieras a las cinco! - alzó la voz Holmes, levantándose del sillón.

 

- ¡No me necesitabas para resolver ese maldito caso! ¡Tú mismo me dijiste su respuesta esta mañana! ¡Había sido claramente una desafortunada aunque extraña muerte accidental! - Watson hizo acopio de todo su autocontrol mientras apretaba los brazos del sillón en el que se encontraba hasta casi marcar su carne en ellos. Esperaba que su argumento lo callara y aquella conversación terminara, pero Sherlock no había estado esperando durante más de siete horas para dejar pasar la discusión como si nada hubiera ocurrido.

 

- ¡Esperaba que tu inteligencia diera para sobreentender que me refería a otro caso nuevo, pero John Watson parece estar demasiado ocupado perdiendo el tiempo con moribundos como para tratar de cosas verdaderamente interesantes!

 

Watson se levantó de súbito, lleno de ira, pero el fuerte mareo lo hizo flaquear, y después de tambalearse, amenazando con caerse, se volvió a erguir todo lo largo que era, henchido de orgullo, y si Sherlock no hubiese estado tan ensimismado con la conversación y hubiese mantenido la calma como solía hacer con cualquier persona que no fuese John, se habría dado cuenta que aquel movimiento escondía algo más que un simple tropiezo.

 

- ¡Es un niño, Sherlock! ¡¿Qué esperabas, que lo abandonase solo porque tú me lo pides?!

 

- ¡Ese niño ya está muerto, John! ¡Tan solo debías de haberle dado laúdano y haber acabado con toda esa farsa!

 

Holmes había dicho con tal mordacidad sus palabras y con una arrogancia que crecía por momentos y no desapareció a pesar de ver que Watson estaba siendo claramente afectado por sus palabras.

 

- Es solo un niño, Sherlock. ¿Cómo te hubieras sentido tú?

 

- No preguntes cosas inútiles, John. Sabes que yo simplemente lo habría matado. No tiene sentido luchar por una causa perdida.

 

- ¡¿Y si hubiese sido tu hijo?!

 

Esa última frase salió desgarrando la garganta de Watson y Holmes por primera vez se quedó mudo y petrificado. John no esperó a que respondiera. Con grandes trancos que hacían que la cojera de su pie izquierdo se acentuara más, se dirigió a su habitación, a pesar de que hacía ya más de un mes que dormía en la habitación de Sherlock con él, y se encerró dando un portazo, poniendo después el pestillo.

 

John pasó el resto de la noche en duermevela. Estaba intranquilo por demasiadas razones, algunas de las cuales aún ni siquiera era consciente, pero lo único que sabía era que no quería ver a Sherlock.

 

Todo parecía haber empezado a ir extrañamente bien entre ellos dos desde que se unieran. Su amor había salido a la luz y ahora no tenían miedo a besarse cuando estaban a solas y habían comenzado a compartir la misma cama, aunque no habían vuelto a tener sexo ni a sentir los síntomas del celo. Era como si hubiesen dado su primer paso en su relación de recién casados, si no fuera porque habían dado un salto enorme habiéndose fundido para después retroceder hasta el punto inicial. Watson no había querido forzar las cosas, temiendo que Holmes, recuperado de su celo, rechazase cualquier avance carnal por ser una "distracción banal y animal". Y Sherlock seguía igual que siempre.

 

- Es un estúpido egocéntrico egoísta. - se dijo para sí mismo John, antes de conseguir dormise aquella noche.

 

 

 

Las semanas que siguieron después de aquella discusión parecieron tender un telón invisible entre ellos. De algún modo retrocedieron al estadio antes de que haberse unido. Su amor se volvió a reducir a una secreta y silenciosa atracción contenida y ambos volvieron a dormir en habitaciones separadas. Sherlock seguía reclamando la atención de Watson y él seguía compaginando su trabajo de doctor, intentado mantener una actitud normal hacia Holmes cuando la realidad era que estaba terriblemente resentido con él, más incluso de lo que era lógico esperar. Él mismo no entendía qué le ocurría, y eso solo lo enfadaba más. La actitud infantil de él, desde luego, no le ayudaba en absoluto.

 

De pronto John volvía a sentir la necesidad de poner distancia entre ellos, aun a sabiendas de que aquello provocaría el enojo de Sherlock. La ocasión se le presentó en bandeja de plata cuando fue invitado a un congreso de doctores en Escocia. No lo pensó dos veces y a pesar de las quejas de Holmes y de sus insultos ingeniosos, se fue solo con la esperanza de encontrar un poco de paz y aclarar sus sentimientos.

 

Aquella mañana antes de coger el tren estaba decidido a salir temprano para no llegar tarde y poder despedirse de la señora Hudson (y pedirle que, discretamente, cuidase de que Holmes no se olvidase de ciertas necesidades básicas como comer), cuando Sherlock lo detuvo en la puerta, llamándolo. Watson se quedó plantado en el sitio como si le hubiesen lanzado un hechizo, sin siquiera mirarlo. Oyó cómo se levantaba de su sillón y fue directo hasta su encuentro y para sorpresa suya tenía la intención de darle un beso, pero el movimiento le pilló tan desprevenido, que inconscientemente se apartó, rehusando el contacto. El rostro de Holmes se endureció y no pudo saber si simplemente se había enfadado o también estaba triste por su partida.

 

- Ya veo. John Watson siempre hace lo que quiere. ¡Vete ya!

 

Él encogió el rostro y vaciló durante un instante antes de marcharse. En el fondo de su corazón, aunque era una actitud infantil y egoísta, había esperado que Sherlock lo intentase retener a toda costa como siempre hacía, que hubiesen discutido largo y tendido con el resultado de que él hubiera perdido el tren y los dos hubiesen acabado rodando por el suelo, luchando como animales hasta que la misma pasión los hubiese vencido.

 

Watson se avergonzó de sus propios pensamientos, que lo acompañaron durante todo su viaje en soledad. Sabía que el problema era de los dos, que no era Sherlock el único orgulloso de la relación, que sus fuertes personalidades chocaban tanto o más de lo que se complementaban y que él mismo, John Watson, estaba inexplicablemente irascible, mucho más de lo habitual.

 

Inverness resultó ser una ciudad bonita, menos bulliciosa y viciada que Londres, lo que reconfortó en cierto modo a Watson. Había contratado una habitación en una pequeña posada rústica de dos plantas donde servían buena comida y té, ¿qué más podía pedir?

 

Sin embargo, al despertarse al día siguiente y tomar el desayuno, dió un trago del té que se suponía que debía ser fabuloso y le supo condenamente amargo, daba igual cuánta leche o azúcar le añadiera, y se sintió muy decepcionado, de modo que se levantó indignado y marchó a la convención de doctores sin siquiera desayunar mientras por el camino iba ajustándose de vez en cuando el bigote postizo que se había puesto. Sabía que era una ridiculez a esas alturas preocuparse por ese tipo de cosas, pero no muchos en la comunidad científica sabían que él era un omega y la repentina muestra de que no solo era uno sino que se había unido a un alfa le causaba cierto pudor. Si todos los lectores de sus novelas y fans de Sherlock Holmes supieran que estaba ligado a su compañero John Watson, ¿qué pensarían?

 

En el salón de actos donde se realizaba la convención, John encontró a muchos viejos compañeros de la Universidad de Londres y a camaradas del frente. Y las preguntas no tardaron en estallar. Su carrera profesional como doctor sin duda había sido totalmente eclipsada por su trabajo como cronista de Sherlock Holmes, cosa a la que ya estaba acostumbrado.

 

- ¡Ey, doctor Watson! ¿Para cuándo la próxima novela?

 

- ¿Quién sabe, caballeros? Pero creo que en realidad es motivo de alegría que haga tiempo que no escribo nada. Significa que no ha ocurrido ningún crimen atroz que resolver.

 

- ¿Y no será más bien que el señor Holmes está oxidado?

 

Las risas generales estallaron y John frunció el ceño, enfadado por aquel malintencionado comentario. Él no era una persona paciente y alguien que se burlaba en esos términos de Sherlock sin duda no lo conocía y lo subestimaba y eso sin duda le enfermaba, pues para él Sherlock era la persona más capaz e inteligente no solo de Inglaterra, sino de todo el mundo conocido y por conocer.

 

- Usted preocupase de sus pacientes que es de lo que sabe y no se meta en asuntos ajenos.

 

- Ahora va a resultar que un botarate sin oficio ni beneficio va a saber de asesinatos más que un asesino o de muerte más que un doctor. ¿Cuándo dejaste tu orgullo de doctor a un lado para convertirte en su perrito faldero?

 

Watson no pudo aguantarlo más y se abalanzó sobre el otro doctor, cogiéndolo del cuello de la camisa y levantándolo del suelo, a pesar de que era mucho más alto que él. Alzó el puño y lo estrelló con violencia contra su mejilla, y así comenzó su pelea.

 

John fue apartado de un empujón, pero eso no le derrumbó, se quitó la chaqueta con tranquilidad y se subió los puños de la camisa antes de atestarle otro golpe. Aquel hombre había cometido un terrible error al subestimarlo. Era bien cierto que Watson era bajo de estatura y de mayor edad que su contrincante, pero tenía mucha experiencia luchando e incluso matando. Y estaba furioso, tan furioso que le hervía la sangre y nada le importaba su reputación frente a los otros doctores ni que aquello le supusiera la expulsión de la convención.

 

No tuvo piedad con él, John lo cubrió de puñetazos por todo el cuerpo hasta que los otros médicos le apartaron, reduciéndolo por la fuerza. Watson hiperventilaba sobreexcitado y tenía los ojos exaltados, pero pronto notó algo extraño. Le faltaba el aire aunque apenas había recibido golpe alguno y tuvo que echarse hacia delante para vomitar.

 

Todos los que allí se encontraban quedaron atónitos ante la incoherente escena. Ni el mismo Watson se la explicaba, estaba al borde del desmayo, pero intentó mantener la dignidad y levantarse. Alguien le pasó el brazo por la espalda, pero no pudo ver quién era, solo notó que acto seguido cogía su brazo para que colocárselo alrededor de su cuerpo y así ayudarlo a caminar. Luego se volvió todo borroso.

 

Cuando despertó estaba sobre una cama mullida, de nuevo en la posada. Todo parecía haber sido un mal sueño, pero la presencia de un maletín de doctor que no era el suyo propio sobre la mesita de noche le confirmó que no lo era. Watson suspiró y se pasó la mano por la frente. Se sentía nervioso y enfermo. En ese momento le llamó por fin la atención el médico que le había atendido. Era ni más ni menos que Connor Gagnon, su compañero de habitación cuando estaba estudiando en la universidad. No se habían visto desde hacía quizás quince años.

 

- ¡Por dios! ¿Gagnon, eres tú? - expresó sorprendido Watson incorporando el tronco para poder verlo mejor. Los años no había pasado en balde por él. Donde antes descansaba una frondosa melena chocolate ahora fallecía el escaso pelo que le quedaba, de un color ceniciento, y su rostro también estaba cambiado y surcado de arrugas, pero aún en ese estado era imposible confundir su nariz aguileña y sus ojos grandes y castaños.

 

Connor le sonrió de forma tan tenue que dudo de si aquello había sido una muestra de alegría por verle o solo un espasmo facial.

 

- Sí, soy yo, Watson. Me alegro de verte. - dijo mientras se sentaba en la silla que había al lado de la cama. - ¿Tienes alguna idea de lo que te ha ocurrido?

 

- No, en absoluto. Es cierto que estos días he estado más débil de lo normal, pero tampoco es nada de lo que preocuparse. Uno ya tiene una edad, ya sabes. ¿Pero cómo has estado, hace tanto tiempo que no sé nada de ti?

 

No obtuvo respuesta a su pregunta y pudo notar cierta incomodidad en Gagnon. Parecía que ni la distancia ni el tiempo habían paliado el ambiente enrarecido que se había creado entre ellos tras "aquel incidente". Watson tanteó nervioso la parte superior de sus labios para recolocarse el bigote, dándose cuenta de que ya no lo llevaba puesto. Debía de haberlo perdido durante la pelea.

 

- ¡Oh, sí! La pérdida de tu bigote sin duda habría dado de qué hablar si no fuera porque vomitaste y te desmayaste después de eso. - el tono de reproche fue claramente evidente en sus palabras, lo que hizo que John frunciera el ceño, pero no dijo nada.

 

Gagnon era una de las pocas personas que conocía que él era un omega. Ambos lo habían descubierto a la vez aquel día en el que el primer celo llegó y de haberlo sabido, Watson nunca habría compartido su habitación con un alfa.

 

Aquella había sido una noche de verano y John apenas tenía veinte años. Estaba solo en la habitación con el camisón ya puesto, dispuesto a dormir, cuando empezaron los primeros espasmos. Un ardor comenzó a inundar todo su cuerpo, desde lo más profundo de sus entrañas hasta nublar febrilmente su mente. Nacía un cosquilleo en su parte baja y el deseo de ser tomado. Watson aún recordaba lo asustado que había estado en ese momento, cuando había colocado su propia mano a su ano y lo había notado pegajoso y húmedo. Había comenzado a masturbarse sin siquiera haberse dado cuenta, mientras se mordía el labio con fuerza para acallar sus vergonzosos gemidos. La fuerte y dulce esencia de melocotón que emitían las hormonas de John había traspasado su propia habitación hasta llegar a la habitación de su compañero. Connor entró enseguida en celo en cuanto la olió y llegó en el cuarto de Watson con una clara intención.

 

Ambos forcejearon, pero la violencia del celo que John había despertado en Gagnon hizo que pronto este lo tuviese subyugado bajo él, penentándolo contra su voluntad. En todo el proceso, John nunca dejó de intentar resistirse, en una larga noche en la que ni siquiera era capaz de recordar las veces que fue violado. Watson, tras un periodo de odio, había disculpado a Connor por su conducta, ya que el celo no le había permitido controlarse, y había procurado hacer como si nada hubiese ocurrido, cosa que fue sorprendentemente fácil cuando, al pasar de los meses e incluso los años, no volvió a tener otro celo.

 

John ignoraba que Connor había esperado después de aquel desagradable encuentro que ambos se transformasen en pareja y que había herido terriblemente su orgullo que Watson, a pesar de su celo, se hubiese resistido hasta al final, demostrando una fuerza de voluntad de la que él carecía. Y aunque había pasado tanto tiempo, no dejaba de existir cierto rencor en Gagnon, que se hizo notar cuando le preguntó:

 

- ¿Cuándo fue tu último celo?

 

- ¿A qué viene esa pregunta? Ya sabes que mi ciclo no es regular. - respondió incómodo Watson, sonrojándose.

 

- ¿Prefieres que te pregunte cuándo fue la última vez que mantuviste relaciones carnales?

 

- ¡Virgen santa, Gagnon! ¿Me lo preguntas realmente como médico o solo quieres burlarte de mi?

 

- ¡Te lo pregunto muy en serio, John! Si no, no tendría sentido que te hiciera la prueba que estoy pensando hacerte.

 

- ¿De qué prueba estas...? - Watson calló súbitamente y palideció, palpándose la frente. Un susurro traicionero escapó de sus labios. - Dios mío, no puede ser.

 

Connor no necesitó más confirmación por su parte y recogió una muestra de su orina, yéndose después con ella, dejando solo a Watson en la habitación con la orden expresa de que guardase cama hasta su regreso.

 

Él se quedó mudo y perplejo, como clavado. Con la cabeza hecha un auténtico lío y los nervios mordiéndole la piel.

 

- Las fechas coinciden, pero yo soy algo mayor... Incluso con el nudo, ¿cuántas posibilidades había de que un omega de tan baja clase como yo se quedase preñado?...No, es imposible. Pero si fuera cierto...¿cómo demonios se lo digo a Sherlock? Entrará en pánico. ¡Yo estoy en pánico! - habló consigo mismo mientras recorría la habitación de una punta a otra con pasos firmes de militar a pesar de su leve cojera en el pie izquierdo.

 

Dos días enteros tuvo que esperar, el doble del tiempo que tardaba el test de la rana en confirmar si existía ese supuesto embarazo o no, y cuando Connor llegó por fin a su encuentro, Watson se sentó sobre la cama, esperando el duro golpe que intuía que iba a recibir.

 

- Me parece que tengo que darte la enhorabuena. ¿Debería dársela también al señor Holmes? - la acidez de sus palabras hizo que John arrugase el ceño, disgustado.

 

- Eso no te concierne, Connor, de quien me he quedado preñado es asunto mío.

 

- Debes estar contento. Vas a tener un hijo del gran Sherlock Holmes, admirado a la vez que odiado y envidiado a lo largo y ancho del Reino Unido. Un calculador alfa sin corazón o tal vez un omega mentiroso y desvergonzado.

 

- ¡Te diré una cosa! ¡Lo único que me importa es que ese hijo no sea de un imbécil como tú! Sherlock no es un asqueroso alfa de tu calaña, es todo un caballero. Tenía mejor concepto de ti, Gagnon. Me has decepcionado.

 

Y diciendo esto cogió su maleta y se fue, maldiciendo y despotricando todo aquello que se le pasaba por la mente mientras se ceñía el sombrero hasta casi calárselo en las orejas.

 

No podía creer cómo todos sus colegas, conocidos y desconocidos, habían pasado a convertirlo en el hazmerreír, ni cómo varios de ellos parecían sentir auténtica aversión por Holmes, a quien ni siquiera habían visto sino era en su imaginación al leer una noticia en la que aparecía o en una de sus novelas. Watson no podía estar más furioso, ¿en qué momento la comunidad académica se había convertido en una panda de cotorras sarnosas? Tal vez siempre lo había sido y por ello había ejercido gran parte de su carrera como médico de guerra hasta que fuera obligado a volver a Londres por contraer tifus.

 

Su malhumor era tal que John olvidó incluso su condición, y ya no se sentía cansado, ni con el vientre hinchado y las náuseas acosándolo. El largo viaje en tren le dio tiempo para calmarse y reflexionar. Dejando atrás todos esos malintencionados comentarios, se acercaba cada vez más a enfrentarse a la Sherlock y de pronto las dudas le invadieron.

 

¿Cómo debía decírselo y cómo se lo tomaría? ¿Le culparía por el embarazado? ¿Estaría feliz, furioso, asustado? Su falta de entendimiento hacia los sentimientos ajenos y su comportamiento infantil era lo que más terror le causaba a Watson, después de su propio desconocimiento sobre cómo cuidar a un niño. Su madre había muerto siendo él muy pequeño y su padre nunca había pasado mucho tiempo con él y con su hermano mayor Henry. Ambos habían crecido en un ambiente difícil, ambiente que tal vez explicase por qué Henry no le sorportaba y se había convertido en un alcohólico.

 

Si lo pensaba, aquello era sin duda a lo que más miedo tenía John, a que su hijo creciese odiándolo y finalmente se convirtiese en un enfermo, envuelto en una vida de exigencias, que sería insufrible si no daba la talla.

 

La desazón de Watson solo crecía y crecía a la velocidad a la que el tren se deslizaba por las vías y cuando llegó de nuevo a Londres solo tenía claras dos cosas: que aquello iba a ser difícil y que lo mejor era ocultar que estaba embarazado, al menos hasta que tuviese claro qué hacer.

 

Con eso en mente, salió del tren y se encaminó a Baker Street. Las calles estaban bulliciosas a esa hora del día y los cafés llenos de burgueses tomando un refrigerio, hablando con conversaciones inusualmente apasionadas, algo que era muy común cuando había ocurrido algo importante en la ciudad. John había pasado cinco días fuera de Londres, tiempo suficiente para que en una metrópolis como aquella pasase de todo. La curiosidad le invadió y nada más ver a un niño vendiendo el periódico compró uno para enterarse.

 

- Por favor, que no sea nada relacionado con Holmes. - masculló para sí mismo, temiendo que durante su ausencia, el detective más famoso del lugar hubiese tenido un encontronazo con la policía o algo mucho peor. Para su desgracia, la noticia sí tenía relación con Sherlock, pero de un modo totalmente inesperado para él, que hizo que su corazón se le subiera a la garganta y se detuviera durante un instante.

 

«Cazador cazado: El doctor John H. Watson espera un hijo del famoso detective Sherlock Holmes»

 

Watson se sintió todo su rostro arder y estrujó el periódico, arrojándolo al suelo para después pisarlo con rabia.

 

Estaba tan solo a unos pasos del portal de casa, completamente en estado de shock y ya no sabía si subir y enfrentarse a Sherlock o si echarse a morir de vergüenza.

 

 

Notas finales:

¡Hola a todos! Gracias por leer este primer capítulo.

 

En esta ocasión esta historia solo está escrita por uno de los miembros de Emerald Janus, Delian, osease, yo misma y publicaré un capítulo cada semana.

 

Quiero dedicarle esta novela Aralaid, autora de la portada, lectora beta y mejor amiga. 

 


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