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Raikorisu no hata (El campo de las Lycoris) por shanakamiya

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Notas del fanfic:

Los eventos, personajes , sircunstancias y la historia que aparece aqui son totalmente ficticios. Cualquier similitud a personas, eventos, lugares o instituciones son mera coincidencia.

Esta historia puede contener escenas que pueden resultar ofencivas o muy explicitas para sierto tipo de personas. Se recomienda discrecion 

Notas del capitulo:

Hola a todos.

Bien este es mi primer historia original. Asi que estoy algo nerviosa.

Después de mucho pensarlo de todas las ideas que había tenido para hacer un original termine desviándome por esta. Supongo que es porque esta era la que mas habia estado desarrollando en mi cabeza o porque últimamente he estado escuchando mucho esa canción de Ali project "Katana to saya" La cual sirve en gran medida de inspiración a esta historia, la considero un tipo de op no oficial o algo asi XD asi que si pueden darle una oida me gustaría. Aunque también esta historia está inspirada en otras canciones de la agrupación como "Pekin lovers". En fin, creo que dibago un poco.

Solo espero que les guste.

Japón.

Periodo Edo. En algún punto de los 1600.

Su nombre en realidad ya no importa en este momento. Dentro de poco lo abandonara para siempre para convertirse en un Autobureiku, un brote. Sera educado para convertirse en una flor que se abrirá solo para aquel que lo compre en las largas noches dentro del Yukaku, el barrio del placer de Yoshiwara.

Él tenía nueve años cuando aquella vieja mujer llego a su pueblo. Vestía un kimono marrón sencillo y se cubría los canosos cabellos con un sombrero japonés de paja. Caminaba lentamente recargándose en su bastón. Los rumores de su llegada habían corrido rápidamente en aquel pequeño pueblo que había sufrido una severa sequía. Los cultivos no eran más que polvo y el ganado sobrevivía en los huesos, varias familias habían perdido algún ser querido a causa del hambre. Por ello con la llegada de aquella anciana muchos no tardaron en ofrecer lo único que les quedaba a cabio de dinero, sus hijas.

Sin embargo ella no buscaba niñas, no, ella no era como las demás busconas que paseaban de pueblo en pueblo buscando a las futuras prostitutas de la nación. Lo que ella buscaba tendría el mismo destino pero era más difícil de hallar.

―Y bien… ¿puede mostrarme al niño?                    

Escucho a la anciana decirle a su padre desde el marco de la puerta de la habitación contigua.

Ambos su padre y  la vieja estaban sentados en el roído tatami de su humilde choza, uno frente a otro. La vieja se había quitado el sobrero y el niño podía verla claramente. Ella tenía los ojos apagados, de complexión reumática torcida, tullida, jorobada y delgada como un esqueleto; tenía la nariz aguileña y los dientes amarillos. Su padre no era más que un campesino común y corriente, ni alto, ni bajo, lo único que recuerda de él es su piel morena por el sol como resultado de los días en el campo.

―Sera un placer. Estoy seguro de que es lo que está buscando.

―Sabe para qué quiero a ese niño ¿verdad? La mayoría de las personas no están dispuestos en dar a un hijo varón en especial si es el primogénito. Solo por querer continuar el apellido.

― ¡Oh! El motivo no me importa en lo absoluto ―contesto el padre sin más―. He escuchado rumores, pero en realidad no se preocupe, no necesito saber si es cierto. Me basta con que no siga teniendo al niño y además me paguen una buena cantidad por ello.

―Los niños que busco deben de ser especiales. No aceptare cualquier campesino.

―Se lo aseguro es un niño muy hermoso. ¡Mocoso ven acá! ―grito y el pequeño niño se acercó temblando hacia ellos―. Miro bien, es un niño muy hermoso.

―Vamos acércate ―la anciana jala al niño hacia ella de  la muñeca hasta tenerlo de frente―. No tengas miedo.

―Mírelo bien ¿no cree que vale algo?

El niño se queda en silencio. Incomodo, mientras la vieja le examina de arriba hacia abajo cautelosamente de manera extraña, cerrando un ojo y repasándole con el otro penetrantemente como si pudiera ver incuso su interior.

Después de unos segundos dijo al fin:

―Me sorprende en realidad. Su piel es muy blanca para ser campesino y muy delicado para ser varón.

―Eso es por su madre. Nunca quiso que hiciera nada. Lo traía pegado a ella  todo el tiempo. No sabe hacer nada, no sirve para trabajar en el campo. Un muchacho así, no me sirve a mí. Pero le aseguro que es muy sano. Mire fíjese en sus pierna ¿ha visto usted otras más derechas? Y sus brazos ¿no le gustan?

―Es demasiado delgado.

La vieja se queja.

―Eso es de esperarse por la sequía pero le aseguro que es muy sano. Tóquelo, vea, tóquelo usted misma.

Con su huesuda mano toco las piernas del niño de arriba hacia abajo y de regreso, apretó de manera brusca los glúteos, palpo los brazos, le estiro los labios para revisarle los dientes, le agito la cabeza y puso mala cara. El niño ya había visto una escena parecida antes, cuando su padre tuvo que vender la vaca y se la llevaron lejos, mas no dijo nada se quedó enojado y callado mientras los adultos hablaban.

―Es un niño como otros ―dijo la vieja―, esa es la verdad. Jamás serviría para trabajar en el campo. Póngalo frente a un arado y no le duraría ni un mes.

―Ve lo que le digo. Pero a usted le sirven esta clase de chicos ¿cierto?

La anciana entrecierra lo ojos. Ese hombre no la dejaría ir de allí sin sacarle al menos un par de monedas. Observa de reojo al niño de nuevo. Tiene el pelo negro desordenado y lleno de polvo, la piel blanca, unos hermosos ojos cafés oscuros y ciertamente el cuerpo no lo tiene magullado una ganancia en especial por el origen que tiene. Bien puede venderlo.

― ¿Qué dice su madre? ―pregunta sabiendo que la transacción puede arruinársele por completo por aquel factor―. ¿Está de acuerdo?

―Ella murió por la sequía. De eso no tiene que preocuparse.

―Entiendo. Te daré diez monedas de plata por él.

― ¿Solo diez?

―Tómelo como es.  Es un niño como otros ―dijo la anciana―. No es especialmente hermoso o tiene una característica especial por el cual se pelearan otros. Un niño común y corriente.

―Pero mírele.

― ¡Usted mírele!

― ¡No quieras verme la cara, vieja! ―el hombre se levanta rabioso―. No creas que eres la primera buscona que pasa por este pueblo. Sé que por una niña pagan al menos veinte veinte monedas de plata.

― ¡Exacto por una niña! Su hijo no es nada especial para el oficio que lo quiero. Bien podría irme al siguiente pueblo y encontrar algo mejor. Pero yo no soy la que quiere deshacerse de él. Quince monedas de plata es mi última oferta.

El niño noto la expresión de feria de su padre, tragársela, cerrar los puños y aceptar sin más. No se sorprende en realidad, después de todo sabía que ese hombre no era su padre real. Una vez escucho como se lo gritaba a su madre mientras la abofeteaba frente suyo.

La buscona prosiguió a pagar el dinero tomar al niño de la mano y limitar a decirle:

―Bien. Vámonos.

El pequeño tardo en entender lo que estaba pasando a su alrededor. Parecido a estar pedido en el tempo. Sin nada más que lo que traía puesto se vio de un momento a otro caminando siendo jalado por a anciana a las afueras de aquel pueblo que olvidaría su nombre.

―Con lo difícil que es encontrar buena mercancía hoy en día ―menciono la vieja buscona mientras caminaban―. Tuve que pagar más por ti de lo que esperaba. Pensé que podría engañar a tu padre como a cualquier otro campesino con lo que ya lo he hecho. ¡Mírate todo flaco y sucio! ¿Cómo se puede descuidar a tan buen material como tú?―lo jala de la muñeca como si fuera un animal por el camino―. Solo tengo una semana para engordarte y darte un buen baño. De lo contario no ganare mucho contigo.

 ― ¿A dónde me lleva, señora? ―pregunta el niño confundido por las acciones contradictorias a las palabras que le dedicaban.

―Al Yukaku de Yoshiwara ―dicto la anciana sin ocultar nada―. Allí hay una casa especial en donde solicitan niños como tú.

― ¿Qué es eso?

―No te lo tomes personal niño ―la vieja le mira con desdeño―. Este es mi trabajo, encontrara hermosas criaturas y ofrecerlas para convertirse en aquellos que cumplirán cualquier deseo, cualquier licencia que la mente más lubrica pueda concebir. Nadie mejor que yo quien ha vendido su vida a los placeres para encontrar a esos niños. Pero la vida es cruel ya estoy demasiado vieja y mi belleza se ha acabado, así ya no puedo atraer a la mayoría de los hombres. Me acabe el dinero que gane en mis años. Solo me queda mi experiencia para reconocer el talento para sobrevivir. 

― ¿Talento?

―Si. Estoy segura. Puedo verlo en ti. Nunca me he equivocado en ninguna de mis mercancías. Ciertamente no le mentí a tu padre, no eres excepcionalmente hermoso, pero para el oficio al que estarás destinado el talento es valioso.

― ¿Qué? ¿Qué cosa? ¿Qué hará conmigo?

El niño pregunta a un confuso, ingenuo. Solo lo arrastran cada vez más rápido.

―Mi niño ¿aún no lo comprendes? Bueno será en vano ocultártelo. De todos modos lo sabrás en cuanto lleguemos. Escucha bien atento, porque de ahora en adelante lo echarás el resto de tus días. De ahora en adelante no eres más que un objeto. Si todo sale bien y logro venderte te educaran para complacer a los hombres con tu cuerpo. No tienes nada que temer, mira que te lo digo yo que ya estuve en esa posición. Si te va bien y escuchas a tu Okaa-san te puedes volver uno de los chicos más ricos en tu casa, no incluso me puedo atrever a decir que puedes llegar a ser uno de los más ricos dentro del Yukaku. Claro solo si le vendes tu vida a la lujuria sin reparos.  ¡Ahh! ―ella suspira largo― La gente subestima el valor de los varones para esta profesión. No, mejor dicho es como si no existieran. Por eso es difícil encontrarlos. Pero las casas pagan mejor por un niño que por una niña. Aun que es más fácil que no pases la prueba de ingreso. Así que has el favor de no hacerme quedar mal. Sé un niño obediente. Cuando lleguemos quédate calladito y déjame hablar. Créeme que te espera una mejor vida dentro de Yukaku que en el campo. Vivirás rodeado de lujos, arte y placeres. Hasta una Yuujo como yo pudo vivirlos. Claro antes de convertirme en esto ―el niño solo observo a la anciana añorar con nostalgia. Sin saber si debía creer lo que le decía. Lo continúa jalando a pesar de que él ya está cansado y continua hablando―. El Yukaku es como otro mundo, niño. Se ven cosas que nunca creíste que existirían y te codeas con la más alta clase del país. Estuve a punto de convertirme en Oirán, ¿sabes qué es eso? Estuve a punto de convertirme en una diosa. De tener todo el poder, todo a mis pies, pero… ―chasquea la lengua y se encoleriza―. Eso ya no tiene importancia. ¡Camina!

Durante el periodo Edo y la gubernatura de Tokugawa  como parte de su política de control las leyes establecían la restricción de los burdeles en distritos especiales separados por muros a cierta distancia del centro de cada ciudad, denominados “Yukaku” (barrio del placer). En las ciudades más populosas, existía una zona de burdeles en Shimawara en Kioto, Shimmachi en Osaka y en Edo (la presente Tokio), Yoshiwara.

Estos crecieron rápidamente hasta convertirse en "cuarteles del placer" que ofrecían todo tipo de entretenimientos. De manos de las mujeres más hermosas de la nación.

Sin embargo había un secreto resguardado tras los enormes muros rojos. La existencia de casas especiales que eran atendidas por los jóvenes más hermosos que se podían encontrar. Existencias negadas dentro de un mundo que aceptaba todo lo que el exterior trataba de mantener oculto.

Ese era el destino que aquel niño le deparaba.

Durante aquella semana la anciana se encargaría de él. Lo baño, acicalo, lo vistió con un kimono de algodón bonita de color azul celeste. Ella era muy inestable de un momento a otro divagaba sobre aquel lugar llamado Yukaku y otras le gritaba tratándolo como un animalito. Más nunca se atrevió a pegarle, argumentando que no magullaría su mercancía. En su lugar solo le daba una porción más de arroz y después lo tocaba de nuevo como si fuera una vaca. Asentía y sonreía “Todo va bien, va bien” la escuchaba decir.

Fue la primera vez que alguien se preocupó por él y darle de comer a parte de su madre. También fue la primera vez que durmió cómodamente un suave futon en los hostales donde se quedaron durante su viaje. El mundo era grande y tan diferente a cualquier cosa que haya visto. Lejos de esa choza callándose que llamaba casa o su polvoriento pueblo donde la gente gritaba y se maltrataba. Había cosas bonitas, paisajes espectaculares, gente educada y comida deliciosa. En momentos como esos la anciana le miraba y aseguraba que nada de eso se compararía a las maravillas que le esperaban en el Yukaku.

En el séptimo día la caminata no fue tan larga. El camino final era esplendoroso cubierto de árboles con hojas naranjas y rojas. Se podían ver a ratos personas cargando lujosos palanquines ir en contra dirección a ellos. Pasando del medio día, pero antes del ocaso. Se encontraron de frente a unas enormes puertas abiertas de color rojo. A cada lado había guardias, unos estaban sentados en pequeño bancos mientras otros bebían y reían. El niño podía ver desde su lugar la que parecía la calle principal la cual empezaba a llenarse de vendedores ambulantes y personas con elegantes ropajes caminar o meterse a las casas cercanas.

―Bien. Llegamos al Yukaku.

Le dijo la anciana.

Entraron como si nada dentro de la pequeña ciudad amurallada. Apenas unos de los guardias, el cual lucia ebrio, le pregunto:

― ¿A dónde va?

La anciana le contesto:

―Vengo a ver a la encargada del “Raikorisu no hata”

― ¡Ah! Es otra de ustedes ―le dice el guardia y mira al niño vestido de azul al lado de ella―. Ya veo. Puede pasar.

Le dijo el guardia con un leve hipo que denotaba su estado de embriagues a pesar de que ya habían cruzado la puerta principal. La anciana lo tomo de la muñeca y lo jalo consigo con mucha impaciencia sin darle el tiempo de apreciar el nuevo lugar al que lo llevaba con detalle. La atención del niño solo se fijó en los faroles y en las lámparas rojas de papel que se encontraban por todo el lugar y que aún se encontraban apagadas. Casi al final, en el límite de uno de los muros, en lo más apartado, donde ya no había casas, ni locales. Solo un  jardín de árboles, había entre todos ellos una enorme casa antigua de tres niveles que era su destino. En cuanto llegaron fueron atendidos por una señora mayor y llevados de inmediato a un enorme salón. En aquel lugar había nueve señoras más que llevaba consigo un niño más o menos de la misma edad, todos vestidos con hermosos kimonos de colores sólidos. Se les indico que esperaran a Okaa-san, se les sirvió una taza de té a las mujeres que fueron sentadas en mullidos cojines de seda amarilla mientras los niños se quedaron de pie a un lado de su respectiva buscona.

El niño asomo su cabeza un poco observando el jardín interior por las puertas abiertas de la habitación. Había varios árboles pequeños, un puente rojo que conectaba una sección de la casa con la otra;  en una de las esquinas había un pequeño lago lleno de peces koi y varios arbustos con las hojas doradas y rojizas por el otoño. En el centro había un enorme árbol el cual le llamo la atención al estar sin hojas, seco. La anciana que iba consigo carraspeo para llamar su atención y que volviera a quedarse derecho al lado de ella. Justo a tiempo. La puerta por donde habían entrado se abrió y apareció una hermosa mujer vestida en un elegante kimono purpura en compañía de dos señoras mayores en kimonos sencillos color kaki  y un niño más o menos de su edad vestido con un kimono verde oscuro con bordados de flores rojas.

―Así que ustedes respondieron a mi anuncio ―la mujer que era la dueña de lugar hablo. Tenía cuarenta  años de edad y gozaba de un esplendoroso aspecto; de ojos bellos, cutis claro y esbelta. El kimono purpura con el obi atado por delante resaltaba sus pechos soberbios. Sus labios eran rojos y su cabello aun perfectamente negro, adornado con varias decoraciones de oro y flores. En su mano derecha sostenía una larga pipa de humo. Paseo por la habitación observando de reojo a los niños enfrente suyo. Tomo una bocanada de humo, soplo y dijo―. Interesante. Den un paso al frente.

Así lo hicieron los niños que solo se miraban confundidos.

―Bien. Quítense la ropa. Toda. Déjenla detrás de ustedes ―dio otra bocana a su pipa. Los niños solo se miraron entre ellos, unos pensando en lo extraño de la petición, otros temerosos, otros más, se desataban tímidamente y torpemente el obi del kimono―. ¡Deprisa!

Demando firme pero sin alzar su voz. E inmediatamente los nueve niños se quitaron el kimono y se mantuvieron de pie. La mujer extendió la mano donde traía la pipa, otra de las mujeres con las que iba, la tomo con humildad agachando la cabeza. La mujer de purpura se acercó al primer niño con lentitud, lo observo con detenimiento.

Después prosiguió a tocarle los brazos, apretar los hombros; le reviso lo dientes con sumo cuidado mientras pellizcaba las mejillas. Paso sus dedos por el largo de la espalda del niño hasta la cadera las cuales zarandeo y presiono con ambas manos; apretó los glúteos y los muslos, para enseguida deslizar sus dedos por en medio y presionar con algo de fuerza. El primer niño no pudo evitar soltar un chillido de incomodidad, a lo que la mujer le miro de inmediato con seriedad. Lo dejo y paso al siguiente.

Nuestro niño del campo era el último en la fila. Estaba nervioso. La anciana buscona que lo había comprado lo tocaba de esa manera constantemente durante sus viaje por ello lo ve con cierta naturalidad. Pero la mirada y actitud de la mujer de purpura lo hace temblar. También había estado atento al del niño de kimono verde al lado de las sirvientas, {el también traía el obi atado por delante y se notaba que tenían la misma edad. Su cabello de era de un castaño oscuro, lo llevaba atado en una coleta parecida a la de los samuráis con un listón blanco,  su piel lucía un poco bronceada y tenía los ojos de un café más oscuro que los suyos. Este se veía de lo más natural, suspirar y negar con la cabeza como si fuera un experto en el tema. Eso  hacía que nuestro niño de kimono azul comenzara a pensar que  a lo mejor no era el indicado para estará en ese lugar. Bien podía tomar su ropa y salir corriendo. Pero eso era imposible. Aun si lograra escapar de esa casa ¿A dónde iría? ¿Con quién iría? Aunque fuera capaz de pasar a esos descuidados guardias. No tiene ningún mejor lugar para estar. Tiene una sensación extraña de no querer ser rechazado.

―Vamos, vamos ―escucha a la mujer de purpura decirle al tercer niño―No seas tímido. Muéstrame lo que tiene allí abajo ―el niño se mostró dócil y obediente mientras la mujer lo tocaba y revisaba minuciosamente como a los dos primeros―. Nada mal, tienes una piel muy suave y unas caderas muy resistentes.

El niño sonrió tímidamente. La buscona que lo había llevado lucia satisfecha por el asunto.

La dueña de la casa tomo al chiquillo de la mano  y lo jalo un paso al frente. Continúo con la revisión del cuarto y el quinto niño. A este último también lo paso al frente. Del sexto niño paso rápidamente al séptimo.

La buscona que había llevado a ese niño no tardo habla a favor de su mercancía.

―Mírelo bien. ¿No es hermoso? ―la mujer de purpura le dio la vuelta al niño dejándolo de espaldas hacia ella. La buscona continuo―. Mírele. ¿No tiene el culo más delicioso que haya visto jamás? duro como pocos y un cuerpo que reviviría a los muertos.

―Cierto ―la dueña de la casa da la razón pero al revisarle minuciosamente la boca pregunto enojada― ¡¿Qué es esto?!  ¿Qué significa esto? ―sostiene al infante con rudeza y le alza el labio mostrando que le faltaba un diente en la parte lateral.

―Perdóneme, no me había dado cuenta ―la buscona se disculpa y trata de justificarse nerviosa―. Como usted entenderá con tan bella criatura ese tipo de detalles pasan desapercibidos. Además aun es pequeño, ese diente le saldrá de nuevo dentro de poco, se lo aseguro.

― ¡Lléveselo! ―ordeno la mujer lanzando al chiquillo sobre la buscona que lo había llevado hasta ella.

―P-pero se lo aseguro. Eso no…

―No quiero escusas. Nuestra clientela es muy exclusiva, algo como eso no es digno de este lugar. ¡Lléveselo!

La buscona enojada toma al niño del brazo y lo jala consigo. El chiquillo apenas es capaz de tomar su ropa del piso. Mientras la otra no para de gritarle molesta por el pasillo.

―Espero que las últimas dos no traten de engañarme igual.

Advirtió la dueña de la caza a las restantes. Paso a inspeccionar al octavo niño. Mientras tanto. El pequeño niño del campo al final de la final se había aterrado. ¿Qué iba a ser de él si lo rechazaban? Se lo llego a preguntar a la anciana durante su viaje, la cual no tapo la verdad “Conseguiré la forma de venderte. Quizás termines destapando cloacas. Sin duda alguna con el cuerpo que tienes no duraras ni un mes. Pero ese ya no será mi problema” Recordar eso solo lo hizo sentirse más nervioso. Él que no era nada especial, ni excepcionalmente hermoso. Debe admitir que los otros niños que estaban esa habitación, lo eran en verdad. No tiene posibilidad.

―Bien. Eres el último. No te pongas nervoso ―Le dijo la mujer estando frente a él. Lo reviso igual que a los otros. Gimió con cierto desencanto y lo tacaba de nuevo por arriba y por abajo―. Bien. Date la vuelta ―ordena y el niño obedece. Ella aun luce indecisa―. No necesitas subir más de peso y tienes buen cuerpo. Lindas nalgas ―alaga y el niño enrojece. En seguida la mujer se arrodilla, lo inclina y separa las piernas y comenzó a acariciar las turgentes nalgas del chiquillo, abrir y observar el altar de los deseos  más impuros. Apretó el centro con un dedo―. Bien. Carne firme y tiene buen color.

Por su parte el pequeño tembló en su lugar, pero no de miedo. En  vez de eso la sensación es extrañamente agradable, un cosquilleo que no sabe de dónde viene e inconscientemente comenzó a menear las caderas de manera tan seductora que por poco hace desfallecer a la dueña de la casa.

―Tú también.―le dijo la mujer soltándolo y poniéndose de pie  tratando de ocultar su momento de debilidad―con esto terminamos. Vístanse de nuevo. Quiero a los tres que pase al frente. A los demás se los pueden llevar ―indico extendiendo su mano para que la sirvienta le diera su pipa de nuevo.

Los niños terminaba de vestirse y los rechazados había sido tomados por su respectiva buscona con regaños y reproches. A nuestro niño del campo la suya le terminaba de ponerse su kimono azul felicitándole:

―Bien hecho. Bien hecho. Yo sabía que tenías talento.

Justo en ese momento la puerta se abrió de nuevo por otra sirvienta la cual le indicó a su señora:

―Disculpe alguien más viene a buscarla por el anuncio.

―Ya es tarde. Ya escogí a los niños.

―Mi señora permítame ―otra mujer de unos treinta años que lucía despeinada entro tratando de ser detenidas por otras sirvientas―. Se lo aseguro nunca se arrepentirá. Le traigo a quien será su próximo Ikebana. 

―Eres muy atrevida para asegurar algo así ―la dueña se acercó soberbia―. Dime si tres contigo a tan hermosa criatura porque llegas tarde. ¿Miedo a la competencia, querida?

―No. el niño que le traigo es muy especial. Es hermoso como ninguno que haya visto en su vida. Pero lo que lo hace tan bello el sol se lo podría arrebate si se expone a él. Tuve que viajar de noche durante treinta días para llegar hasta usted. ¡Oh mi señora! Solo usted puede valorar la belleza de semejante criatura.

―Te advierto que si me haces perder mi tiempo me asegurare que te corten la cabeza ―amenaza la mujer en kimono purpura.

―No se arrepentirá. Ven aquí. Pasa.

Le indico al niño que traía consigo. El cual se abrió paso entre las sirvientas de la casa.

En cuanto las demás busconas en el lugar lo observaron quedaron boquiabiertas. El recién llegado tenía la piel más blanca que jamás vieron en sus vidas. Pálida como la nieve recién caída al principio del invierno. Su cabello igualmente blanco lo traía largo hasta los hombros con un flequillo adorable, lucia sedoso y suave. Sus enormes ojos eran de color granate que desbordaban inocencia. Su cuerpo era pequeño y delicado envuelto en un kimono rojo lleno de flores de cerezo.

Nuestro niño de kimono azul no tardo en pensar que se trataba de una niña la que acababa de entrar en la habitación.

―Una yuki-onna…

 Escucho decir del niño en kimono verde que iba con la dueña de la caza. Bastante impresionado igual que los demás.

―Cierra la boca, Himawari.

Le ordeno la dueña de la casa que no podía creer lo que miraba. Sin decir una palabra más el niño comenzó a desvestirse dócilmente y corroborara que se trataba de un varón.  Apenas abrirse el kimono la dueña le indico que eso era suficiente. El niño se inclinó agradeciendo aun con la ropa mal puesta.

Después de ese extraño momento. Solo se quedaron las busconas cuyos niños habían sido escogidos. Se les pago una cuantioso cantidad de dinero y se fueron sin decirle nada más a los niños con los cuales habían viajado. Los recién llegados fueron llevados a otra habitación acompañados de Himawari y una de las sirvientas. Mientras la dueña platicaba con la mujer que llegó al último acompañada de aquel niño albino de kimono rojo.

En la otra habitación los niños que habían sido escogidos se quedaron de pie en fila uno al lado del otro. 

El niño en kimono verde se paseó con los brazos cruzados tras la cabeza y da la bienvenida:

―Así que ahora van a ser mis hermanitos. Soy Himawari, mucho gusto. Pueden considerarme como su hermano mayor aun que estaremos estudiando lo mismo y tengamos el mismo rango. Si tiene  dudas solo pregúntenme ―sonrió tontamente mientras se señalaba así mismo con su pulgar―. Si Okaa-san los escogió es porque vio en ustedes algo que no se puede encontrar en otro lugar. Además… estoy seguro que ya saben que es lo que va a ser de ustedes de ahora en adelante.

Los tres  niños se miraron entre si y el más alto respondió:

―Si. Nos  van a vender como si fuéramos prostitutas ¿verdad?

 

Continuara...

Notas finales:

Raikorisu no hata: El campo de las licorys.

Lycorys. En el antiguo lenguaje de las flores: Perdida, abandono, añoransa, muerte, recuerdos perdidos.

"Transición"


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