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El bucle de óbito por Ilusion-Gris

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Kohei Horikoshi.

A contraluz su figura a la distancia, parecía que se esfumaba, ni siquiera intentó estirar la mano para alcanzarlo, no sería la primera vez que se quedaba atrás, murmurando con dificultad su nombre, con un sabor amargo emanando de sus labios y con la sensación en la piel de su ya conocida ausencia.

Estaba acostumbrado a quedarse solo en aquel lugar que tanto les costó construir; el sitio ideal donde no importaban ni sus nombres, mucho menos, aquello que los volvía diferentes, el motivo por el cual, fuera de allí no podían mirarse a los ojos con la complicidad que compartían en su pequeño refugio.

Sin embargo, esta vez no habría una nueva oportunidad. Su cabeza que creyó estallaría, ahora la sentía tan ligera, el dolor físico se esfumó, pero no se dio cuenta por la agonía que nublaba su razonamiento al ser testigo de su partida.

Observó su espalda hasta que se convirtió en un punto que pronto desaparecería, bajó la mirada en señal de derrota y todo se volvió más confuso. El suelo a sus pies se movía tan rápido que ya no sabría distinguir quién era el que se alejaba.

Quería cerrar los ojos con la esperanza de al abrirlos, despertar de aquella pesadilla diseñada con la intención de enloquecerlo. No solo habían jugado con su más grande anhelo, se habían burlado de lo que más apreciaba para demostrarle lo patético que sería con o sin quirk. Seguía siendo Deku.

Al menos recordaba, al menos era capaz de sollozar por lo que perdió en tan solo unos instantes. Qué frágil es la vida y qué insignificante la existencia.

No quería morir, pero deseaba aún menos que Kacchan lo hiciera.

La puerta se cerró con suavidad a su espalda, sin perder tiempo sacó de la mochila, que colgaba de su hombro, celular y audífonos. De un vistazo rápido descubrió que la acera estaba libre y aprovechó para buscar la canción que en ese momento no podía parar de escuchar. Se colocó un auricular sin detenerse hasta que llegó a la esquina donde esperó a que el semáforo peatonal cambiara a verde.

Recién salía del trabajo, había sido una jornada tranquila, después de todo, ser recepcionista de una tienda de conveniencia no era nada del otro mundo. Lo más difícil llegaba a final de cada mes, cuando tenía que entregar junto a sus compañeros el inventario, incluyendo lo que tenían en almacén y en los estantes de los pasillos; pero no se podía quejar, de vez en cuando se encargaba de despachar a los proveedores, atender a los clientes habituales —conformados en su mayoría por niños y ancianos— no significaba problema alguno para él. Era tímido, pero su amabilidad lo superaba y no podía evitar trabajar con una sonrisa en el rostro.

Sin embargo, no significaba que le gustase lo que hacía, pero no podía aspirar a más, había desgastado sus sueños con la idea de ser un héroe, ahora, lo que tenía era justo lo que merecía.

Una persona pasó rozando su brazo logrando que reaccionara para que cruzara la avenida antes de que, de nuevo, la luz cambiara a roja; mientras dirigía sus pasos al departamento donde vivía con su madre, cambió de opinión al percatarse de que era miércoles. La revista donde publicaban su manga favorito ya tendría que haber llegado a la sucursal de su prefectura, sabía que de no comprarla hoy, mañana sin problemas la conseguiría, pero en cuanto se conectara a Internet los spoilers lo atacarían. No, definitivamente, no deseaba enterarse por medio de otros lo que ocurriría con Saitama. Wanpanman* no podía esperar.

Para llegar a la librería era necesario que tomara un pequeño desvío, caminando tardaba unos diez minutos; no tenía mucha prisa por llegar a casa, lo esperaba Inko, muy probablemente, sentada en el sillón para que la acompañara a ver el noticiero de las ocho. Sí, enterarse por medio de un reportero de los acontecimientos importantes de todo Japón no era tan deprimente, a diario los héroes arriesgaban sus vidas para mantener la paz en la población, y qué decir del gran All Might, era el perfecto símbolo, la persona que más admiraba en el mundo, pero también, era su constante recuerdo de que él no podría hacer más que esperar a ser una víctima. Jamás tendría la capacidad de ayudar con una sonrisa, lo único a su alcance era decir «bienvenido» con una burda imitación del gesto, a los clientes que visitaban la tienda en la que era empleado.

Pensó que debería de parar de involucrarse con los héroes, debía dejar de escribir de aquellos personajes bendecidos con poderes y envueltos de una valentía de la que jamás gozaría, igual, ya no debería leer tantos mangas de héroes, quizá debería intentar involucrarse con aquella historia de titanes, y comenzar a escribir de artistas. Pero nada lograba excitar más su corazón que aquellos que poseían quirk, que lo utilizaban para ayudar al prójimo, era una forma sublime de vivir. 

Su vida no era tan interesante y excelsa. Simplemente, no podía parar de anotar las cualidades de cada héroe, no conseguiría quedar satisfecho al escribir las características de los excéntricos artistas de su país. Lo suyo no tenía remedio.

Con un profundo suspiro se quitó el auricular para alcanzar el largo puente que pronto cruzaría. No estaba de más prevenir cualquier accidente, aunque la calle estaba desierta, ningún automóvil transitaba por ahí, prefería andar con sus sentidos alerta, además, le gustaba pasar por allí para observar las residencias que quedaban por debajo, era una bonita vista. 

El día había estado nublado, con una lluvia ligera por ratos, ahora el asfalto estaba húmedo, más gris de lo habitual, pero el cielo, el cielo era punto y aparte; las nubes se aglomeraban, los últimos rayos del sol que lograban filtrarse le daban un aspecto irreal al cielo que lo dejaba sin aliento. El aire era frío, incluso, podría oler la lluvia en el viento que acariciaba su rostro, amaba el otoño cuando los días se ponían melancólicos, aunque también amaba la primavera. Le gustaba cuando la naturaleza se pintaba de colores que se le antojaban románticos, provocando que sus pensamientos también lo fuesen. Sin embargo, ahora estaba sumido en sentimientos más penosos, y metiendo las manos a sus bolsillos, se protegió de la gélida sensación que comenzaba a nacer en la punta de sus dedos.

Se detuvo cuando llevaba apenas un tercio del recorrido, se recargó en el fuerte tubo de metal que impedía que cayese, e inclinándose, se asomó para mirar por encima de los techos limpios —gracias a que estaban en época de lluvias—, los árboles flanqueando las estrechas calles con sus hojas amarillas y naranjas, unos estudiantes compitiendo en una carrera en bicicletas, unos cuantos oficinistas al teléfono, nada fuera de lo normal.

Al incorporarse ya había un par de chicos delante de él, probablemente mientras se detuvo le dieron alcance y ahora lo dejaban atrás.

No era su intención ser indiscreto, pero podía oír su conversación, hablaban con entusiasmo de sus clases en la famosa academia U.A. Reconoció sus uniformes, eran unos aspirantes a héroes, y quizá lo serían.

Todavía con las manos en los bolsillos se encogió un poco de hombros abrumado, aquel par de estudiantes eran más pequeños que él, Izuku ya tenía veinte años, envidiar a unos críos de quince años incluso sería lamentable; no le quedaba más que intentar ignorarlos, pero sus voces impregnadas de confianza y sus posturas orgullosas le dificultaban la tarea, por ello, se colocó el auricular que antes se hubiese quitado y subió el volumen de la música. Comenzaba a creer que debió irse directo a casa.

Bajó la mirada con desánimo y descubrió un objeto brillando en el suelo, pensó que se trataba de alguna moneda, pero al acercarse distinguió la forma de un anillo. «Tal vez sea de uno de los chicos de adelante», pensó al recogerlo. Era una argolla totalmente lisa, sin adornos superfluos ni nada que resaltase a simple vista.

Pasó con cuidado su dedo pulgar, con algo de miedo de rayar el material. No tenía el color de la plata, era oro blanco, concluyó al corroborar que no estaba ni un poco oxidado y resplandecía con la escasa luz solar.

Pronto oscurecería y las lámparas se encendieron en automático, por un instante se sobresaltó, pero recordó que ya era tarde, que en menos de una hora la ciudad se sumergiría en la oscuridad.

Sin poderlo evitar, se midió el anillo en el dedo corazón y le asombró que le calzara a la perfección, pero al estirar la mano para apreciar cómo le lucía, notó que los chicos que iban a unos metros de distancia se habían esfumado. Entrando en pánico aseguró bien la mochila a sus hombros y comenzó a correr para darles alcance. «Tengo que preguntarles si les pertenece», se recordó a sí mismo para no detenerse. Le pareció extraño que a pesar de todo el tiempo que llevaba recorriendo el puente, no viera el final en ningún momento. Se detuvo con la respiración agitada y la luz de un automóvil lo obligó a llevar su antebrazo a los ojos para cubrirse. Se sintió un poco mareado y cuando el motor ya no se escuchaba, bajó el brazo con lentitud.

Seguía sin ver el final del puente y le preocupó haberse distraído tanto hasta quedar desorientado. Unas ganas inmensas de observar debajo del puente le invadieron y sin resistirse volvió a asomarse. Los techos limpios por la lluvia, los árboles con sus hojas secas, un par de estudiantes compitiendo en sus bicicletas y unos oficinistas al teléfono.

—Vaya, el escenario nunca cambia —musitó sin apartar la vista—. Es mejor que deje de perder el tiempo.

Dio media vuelta para reanudar su camino, pero en lugar de avanzar, retrocedió unos cuantos pasos.

A unos metros dos chicos caminaban delante de él, con el uniforme de la academia U.A.

«Espera, deja de ser paranoico, hay muchos jóvenes estudiando en la U.A.», se reprendió a sí mismo.

—¡El festival deportivo fue increíble! —Exclamó uno de ellos con euforia—. Estoy seguro que llamé la atención de un montón de héroes profesionales.

—No seas creído, cuando no recibas nominaciones, no quiero que vengas a quejarte conmigo.

—No te preocupes, eso nunca...

«Estoy seguro de haber escuchado eso antes», pensó Midoriya con nerviosismo. Debía ser alguna especie de deja vu. Seguramente era eso. Se tranquilizó e hizo el ademán de colocarse un auricular. «No, esto ya lo hice antes», subió la vista y notó que las lámparas estaban apagadas. «Es una broma, una broma de mi propia mente», se dijo a sí mismo y con inseguridad siguió avanzando, paseando la mirada por la acera y la calle, hasta que un destello llamó su atención. Inspeccionó la mano en la que se puso el anillo, y que no alcanzó a quitarse, que antes recogió. No estaba.

—Es una mala broma... —farfulló entre dientes.

Al volver a recoger el anillo lo observó solo unos instantes y decidió que esta vez no perdería el tiempo, pero cuando volvió a enfocar la vista hacia el frente los chicos ya no estaban.

Midoriya se frotó los ojos con desesperación y al terminar se sintió mejor. Había avanzado unos cuantos pasos cuando las lámparas a su alrededor se encendieron de golpe.

—Estoy experimentando un deja vu —habló en voz alta, logrando que su propia voz le ayudara a recuperar la compostura—, eso pasa más de lo que se cree. Sí, debe ser eso.

Continuó caminando, con pasos más largos y sin distraerse, a la distancia vio acercarse un automóvil con las luces altas, pero esta vez no cubrió su rostro y permitió que la luz lo encandilara.

Su cabeza se sintió pesada y perdió el equilibrio, cayó de rodillas provocando un sonido como de huesos al quebrarse. Poco a poco volvió a adaptarse y una sensación aterradora le embargó.

Giró medio cuerpo para mirar hacia atrás, apenas llevaba un tercio del puente en recorrer y los rayos que se filtraban entre las nubes luchaban por no extinguirse, el viento estaba helado, el final —gracias a que el camino descendía— no alcanzaba a distinguirse. Estaba en el mismo sitio por tercera vez.

Notas finales:

¡Gracias por leer!


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