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Pequeño problema. por Girlyfairly

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Notas del fanfic:

¡Hola!


Pues probablemente nadie me recuerde pero quise volver a este fandom con este pequeño oneshot.


Inicialmente se llamaba “Tres mil años sin nada... es demasiado” jajaja lo único demasiado era lo largo de ese título. Decidí borrarlo hace mucho con la promesa de reescribirlo. 


No quise que la idea principal se perdiera, así que probablemente no sea taaaan bueno jaaja, lo único que si es que decidi cambiar un poco el final porque no me gustaba como quedó el lemon. Así que en esta versión no llegaremos a la parte del lemon :( pero creo que tiene un final más adecuado. 


Espero pronto hacer un oneshot súper sexoxo de ellos dos, porque los amo, son mi pareja favorita, con ellos empecé en el yaoi aunque siento que les he dado la espalda T.T


Y bueno, no sigo alargándome, espero lo disfruten <3

Acostado en su cama, brazos extendidos y vista fija en el techo, Yugi se pregunta por qué Yami no ha salido del rompecabezas en todo el día. En un principio no le dio importancia, es más, ni siquiera le llamó la atención la ausencia del otro ya que había sido una mañana agitada, estuvo a punto de llegar tarde al colegio por culpa de Jōnouchi, pero ahora, de vuelta en casa, se percata que las charlas con su otro yo han sido escasas y solamente a través de su vínculo.


—¿Yami?— pregunta a través del vínculo que comparten y suelta un suspiro al no obtener respuesta —¿Podemos hablar?— insiste mientras se sienta en la orilla del colchón.


—Claro, ¿Qué sucede, aibou?


Yugi suelta otro suspiro y pone los ojos en blanco cuando la respuesta que recibe es a través del mismo medio.


—No te hagas el gracioso, sal del rompecabezas para que podamos hablar.


«¡Oh, Ra! ¿¡Justo ahora debe necesitarme!?» dice Yami para sí mismo luego de haber cortado el vínculo con su pequeño.


—¿Yami?


El aludido escucha la dulce voz de su aibou pero percibe cierta molestia en ella. No lo quiere enojar y tampoco le conviene, Yugi apenas llega a los 153 centímetros pero sabe cómo hacerlo sufrir cuando se lo propone; así que sin tiempo para pensar en otras opciones, decide salir pero dándole la espalda.


—Dime— dice con esa voz profunda que oculta muy bien los nervios que le invaden, tanto que Yugi se preocupa al pensar que su otro yo está enojado con él.


—Yami… ¿te hice algo?


Escuchar la voz suave, casi quebrantada de su Hikari le sonsaca un respingo, lo menos que quiere es que Yugi piense eso, pero aún consciente de su situación, decide no girar, tan solo ladea un poco el rostro y le contesta:


—No, no, no digas eso. Jamás me enojaria contigo


—Hoy estás raro— dice a la vez que se pone en pie.«Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña» piensa antes de situarse frente al otro, quien en un acto reflejo intenta alejarse pero es demasiado tarde.


—¡Ah, Yami!— grita, sin poder apartar su mirada de cierta zona del traslucido cuerpo que tiene enfrente —¿Qué… es e-eso?


—¿¡Esto!?— señala con ambos dedos índice su entrepierna, donde un notable bulto se forma —¡Es una erección, Yugi! ¡Una jodida y dolorosa erección!


—Ya sé que es una erección, no soy tonto— hace un mohín con los labios pero en realidad siente que sus mejillas se encienden, por algún motivo no deja de observar esa parte del cuerpo del otro —¿Por qué estás así…?— sus enormes y hermosos ojos parpadean con curiosidad pero su voz denota timidez —Pensé que los espíritus no tenían necesidades.


—¡Pues a menos que eso sea aire acumulado, creo que si las tengo!— responde con sarcasmo.


—Yami… ¿y te duele?— su curiosidad es tanta que la exasperación del otro no le afecta, en cambio se agacha hasta quedar a la altura de la cintura de Yami, no lo hace por morbo, solo quiere ver mejor mientras se pregunta si tener una erección así de prominente dolera.


Yugiii... no te pongas así— susurra casi temblando, claramente tener a Yugi hincado frente a él y con esos enormes ojos pegados en su entrepierna no ayuda mucho.


—¿Eh…?— le toma unos segundos darse cuenta de su posición, pero al hacerlo se pone de pie tras un respingo, ojos muy abiertos y mejillas rojas —¡Lo siento, lo siento!


Yami se encoge de hombros para restarle importancia. No quiere incomodar más a su Yugi y tampoco cree que en su situación sea conveniente para él seguir observando ese bonito rostro sonrojado, así que intenta retomar el tema con más calma.


—He llegado a la conclusión que mis necesidades las satisfago a través de ti— comienza a explicar su teoría, una en la que ha estado pensando el día entero —. Por ejemplo, yo nunca tengo sed pero es refrescante cuando tú bebes agua; igual cuando duermes, aunque yo esté despierto me siento descansado. El problema es…— guarda silencio, meditando.


—¿Cuál es el problema?— pregunta Yugi ansioso. Yami suelta un suspiro.


—Bueno, sellan mi alma por tres mil años y… ¡mandan mi alma al cuerpo de un adolescente asexual!


—Ahhh, ya pe… ¡Oye!— vocifera frunciendo el entrecejo —Agradece que estás en tu forma de espíritu o ya tendrías un ojo morado.


Yami suelta una risilla, se ve tan adorable cuando se enoja que podría apretarle los cachetes si no fuese porque su “problema” se ha puesto más duro.


—Oye, Yami…¿quieres… ¡ya sabes!— se muerde el labio nervioso, siempre le ha molestado que todos piensen que es demasiado inocente pero en momentos como éste se da cuenta que a sus dieciséis años aún lo es —, si quieres… puedes usar mi cuerpo y… ya sabes… no sé, quizá alguno de nuestros amigos…


—Vaya que eres pervertido— murmura cruzándose de brazos, haciendo que esta vez el rostro de su hikari realmente pareciera un tomate —. Además, pequeño pervertido, todos tienen pareja.


Yugi agacha la cabeza apenado, no suele dar los mejores consejos cuando está nervioso. Mentalmente hace un recuento de los amigos que tienen, no sabe cómo olvidó que todos tienen una relación estable. Sin embargo sonríe cuando recuerda que una todavía está soltera.


—¿Y qué tal rebecca?


—¡Iugh! Eso sería pedofilia— rechaza al instante con una mueca de asco. La chica es bonita pero la conoció cuando era una chiquilla insoportable, y eso hace que la vea como la amiga de una hermana que no quieres.


—Lo siento— susurra cabizbajo dándose por vencido —. Ojalá pudiera hacer algo más…


Yami suspira también decepcionado, pero al repasar las palabras de Yugi, se le ocurre una idea, tal vez no la más decente pero está tan caliente que no le importa.


—¡Eso es!— exclama emocionado.


Yugi levanta la cabeza confundido, y antes de que pueda hacer alguna pregunta, Yami le coloca sus traslúcidas manos sobre los hombros, transportandolos a ambos al interior del rompecabezas.


—¡Yami!— exclama, aunque es más un reclamo ya que siente el estómago revuelto, su cuerpo no soportó muy bien el repentino viaje —¿¡Qué hacemos aquí!?


—Tus palabras me dieron una idea— comenta de forma casual.


—¿Y cuál es tu gran idea, faraón?— hace énfasis en la última palabra a la vez frunce el entrecejo y se cruza de brazos, como si el otro pudiera verlo.


Yami escucha pero no responde al instante. Dándole la espalda a Yugi, pasea su mirada de un lado al otro, entre las dos recámaras que reflejan sus almas.


—Ya que tú eres el culpable, tú debes ayudarme— dice al fin con una sonrisa al mismo tiempo que da media vuelta, quedando frente a frente.


—¿¡Qué!?— escuchó lo que el otro dijo pero su cerebro no logra procesarlo correctamente —¿¡Estás loco!?


—¿Qué prefieres?— pregunta llevándose una mano al mentón, y no es que adrede ignore a Yugi sino más bien es que en este momento no es su cabeza de arriba la que piensa —¿Quieres que sea en tu recamara para una fantasía más inocente o en la mía para una más perversa?


—¿¡Siquiera me estás poniendo atención!?


—¿Por qué mejor no lo hacemos aquí, en el pasillo?


—¡Yami!


—¿¡Qué!?


—¡Ni siquiera me preguntas si estoy de acuerdo!


—Hace un momento me llamaste faraón— responde encogiéndose de brazos —. En el antiguo Egipto solía tener esclavos “especiales”, los cuales se mostraban muy agradecidos por haber sido elegidos para servirme.


—En primera, faraón de pacotilla, no estás en el el antiguo Egipto, no seré tu esclavo y ¡no soy gay!


—¿En serio?— pregunta con voz grave a la vez que se acerca al más joven hasta acorralarlo con la pared —¿Por qué luces nervioso, entonces?


—Po-Por que estás in-vacíenlo mi espacio personal— dice entre tartamudeos, casi encogiéndose cuando el otro se encorva un poco, quedando sus rostros muy cerca.


—¿Es solo por eso?— con una de sus rodillas le separa las piernas para luego hacer leve presión en su entrepierna, sonsacándole un jadeo —¿Sabes? A veces se te olvida cerrar nuestro vínculo y escucho lo que piensas. Nunca te lo dije porque no quería incomodarte, pero te confieso que tu admiración hacia mí siempre me ha parecido excitante.


Yami… — jadea con las mejillas completamente rojas. ¿En serio ha sido tan descuidado de permitir que el faraón conozca sus sentimientos más profundos? O una mejor pregunta sería… ¿Qué tanto sabe?


—Dime, aibou… ¿así es como imaginabas mis manos?— recorre el pequeño torso con lujuria hasta llegar al pantalón —… ¿o mis dedos?— con agilidad se deshace del cinturón y sus falanges se sumergen en la intimidad del más bajito.


«¡Lo sabe todo!» se grita Yugi mentalmente pero de su boca no sale ni una sola palabra, tan solo jadea cuando esas expertas manos liberan su miembro.


—Repite que no eres gay— dice con sorna al manipular el pequeño pero endurecido pene con sus dedos —. O dime que no te gusta.


—¿Ya-Yami…?— el aludido se detiene, se ha dejado llevar pero no quiere decir que piensa forzarlo. Sí Yugi le pide que pare, lo hará. Sin embargo la respuesta que recibe hace que su miembro se estremezca —. Quiero hacerlo pero tengo miedo de que me duela— susurra con las mejillas enrojecidas.


Yami se pregunta si Yugi sabe lo mucho que siempre lo ha excitado cuando lo mira de esa forma.


—Seré gentil— le promete al oído antes de retomar sus acciones previas.


Yugi tan solo puede soltar un sonoro jadeo cuando el dedo pulgar de Yami juega sobre su glande, esparciendo la humedad que sale de él. Arquea la espalda, como entregándose a las nuevas pero placenteras sensaciones que lo invaden. Sus pequeñas manos se aferran a los brazos del mayor para no caer, porque siente que en cualquier momento sus piernas lo traicionarán.


—Yami… ¡mhgn!


—Yugi…—jadea antes de acortar la distancia y apoderarse de esos delicados labios, robando el primer beso de su aibou.


El más pequeño cierra los ojos mientras sus manos recorren la espalda del otro. Es un inexperto, pero ansioso busca la lengua de su Yami…


¡Mhnf…! ¡Ñhg…!— los gemidos de Yugi se ahogan en la boca del otro, sus piernas tiemblan al igual que el resto de su cuerpo y Yami sabe lo que significa.


Detiene el beso pero mantiene su rostro cerca al de su Hikari, porque no quiere perderse su expresión cuando alcance su primer orgasmo. Con un brazo le rodea la cintura mientras su otra mano continúa trabajando sobre el pequeño miembro, esta vez con movimientos más rápidos. Yugi gruñe con los ojos cerrados y arquea la espalda cuando una corriente eléctrica lo sacude por completo.


—Yugi…— susurra el más alto luego de unos segundos, pero el aludido se niega a abrir los ojos, tan solo respira agitado, sin dejar de abrazar al faraón —Yugi… Yugi… ¿¡Yugi!?


El pequeño de ojos amatistas abre los ojos solo para darse cuenta que está en su habitación, confundido y alarmado se sienta, percatándose que está en su cama, y en pijamas.


—Se te hará tarde para ir a la escuela…


Yugi da un respingo al escuchar la voz de Yami, lo ve en el medio de la habitación, señalándole el reloj digital que tiene sobre la mesita de noche.


—Gra-Gracias…


—¿Sucede algo?— pregunta el traslúcido faraón, sabe que su aibou hubiera salido corriendo de la cama al saber que llegaría tarde a clases.


—No… nada— murmura aún confundido. Si solo era un sueño… ¿Por qué se sintió tan real?


—¿Estás seguro? Estabas respirando muy agitado, ¿tuviste alguna pesadilla?


Y ante esas palabras, Yugi se sonroja de nuevo.


—¡Sí!, ¡una pesadilla!— exclama alarmado a la vez que salta fuera de la cama y corre en dirección al baño.


—¡Ya te he dicho que no veas películas de miedo antes de dormir!— aconseja Yami desde la habitación, escuchando el agua de la ducha caer.


El antiguo espíritu toma asiento en el colchón y sonríe luego de ver su entrepierna. Su problema ha desaparecido, lo que confirma su teoría: satisface sus necesidades a través de Yugi.


—Aibou, esta vez tenías que ir a la escuela— dice con una sonrisa ladina solo para sí mismo, porque a diferencia de su Hikari, él si recuerda cerrar su vínculo —, pero te prometo que la próxima vez no te me escapas.

Notas finales:

¡Gracias por leer!


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