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Noches de príncipe por aisaka-san

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Las largas horas de vuelo estaban siendo un verdadero problema ahora mismo, sentía como si su cabeza se balanceara de un lado a otro a pesar de que la sostenia fuertemente entre sus manos. Ya era la quinta vez que la azafata le ofrecía una píldora para el mareo, su orgullo característico le impidió aceptarla antes pero a regañadientes cedió cuando la amenaza de vómito aumentó exponencialmente.

 

Recostó la cabeza en el respaldo del asiento, miró a través de la ventanilla la tierra que visitaba como una tradición forjada desde hace años. En la costa un gran pueblo lleno de pintorescas casas modernas, tiendas de grandes marcas comerciales y enormes edificios corporativos eran protegidos por el mayor atractivo visual del lugar, un castillo.

 

La nada humilde edificación pertenecía al linaje de la familia real, los Bogard desde siglos pasados. La historia familiar se caracterizó por ser la responsable de liberar a lo primeros habitantes de las costas de los ataques de los bárbaros provenientes del mar; con valentía enfrentaron heroicamente a los salvajes y, en un giro de los acontecimientos, fueron los habitantes del pueblo quienes eligieron a los Bogard como líderes soberanos.

 

“O más o menos algo así”, pensó Aiga cuando terminó de repasar la cátedra que Xavier le dio hace algún tiempo sobre la historia de esas tierras.

 

La azafata dio las indicaciones rutinarias para el aterrizaje, Aiga abrochó nuevamente el cinturón de seguridad y en cuestión de minutos se halló bajando del avión.

 

No le extrañó ver a ningún otro pasajero bajar antes o después de él, pues ese vuelo fue completamente privado. Honestamente no era de su desagrado recibir este trato especial, después de todo él, Aiga Akaba, permanecía como el campeón mundial de beyblade y como tal casi siempre recibía lo mejor.

 

Sin embargo esta vez no recibia este trato por su título, sino por la persona a la que visitaba.

 

En la pista de aterrizaje una limusina blanca con dos banderas nacionales al frente estaba rodeada de ocho camionetas negras con la misma insignia, esperando de pie estaba ese chico esperándolo con una gran sonrisa.

 

Acostumbrado a encontrarse con ese panorama cada vez que pisaba aquella tierra, simplemente se dirigió a aquel chico de ojos y cabello azul característico.

 

“Azul serenidad”, pensó el castaño un tanto divertido pues, Xavier Bogard era todo menos calmado y sereno, no al menos en las batallas, los entrenamientos… o a solas con él.

 

—Joven Akaba, te ves horrible —expresó el monarca al notar el rostro pálido de su invitado, este rodó los ojos.

 

—Comí almejas antes de abordar, fue una mala idea.

 

Xavier soltó una risa amena, si Aiga estuviera en mejores condiciones lo habría secundado pero como no era ese el caso se limitó a subir con él a su lujoso transporte.

 

La limusina poseía todos los vidrios polarizados y altamente reforzados, el vehículo echó a andar gracias al chofer y todas las demás camionetas les siguieron el paso. La distancia desde el aeropuerto hasta el castillo de Xavier era de menos de 30 minutos a pie o 5 minutos en auto, aún así el joven príncipe siempre iba a recibirlo gustoso.

 

Y siempre había una razón.

 

Después de que Xavier le pidiera al conductor un poco de privacidad supo lo que tenía que hacer.

 

Empujó al joven monarca agresivamente hasta recostarlo en el largo asiento, descaradamente paseó sus dedos por el cuerpo ajeno, en su columna vertebral, en el interior del muslo y lamió detrás de su cuello. 

 

Todo lo que el príncipe amaba sentir.

 

Xavier no se resistió en absoluto, pequeños gemidos nacieron desde el interior más profundo de su garganta a la vez que era completamente dominado por ese plebeyo extranjero.

 

Sintieron como el vehículo empezó a disminuir de velocidad hasta quedar completamente inamovible, rápidamente Aiga se retiró de encima del príncipe, ambos arreglaron sus ropas y secaron lo mejor posible el poco sudor que desprendieron en esos cortos cinco minutos.

 

Xavier fue un gran actor cuando la puerta del vehículo se abrió y salió con esa sonrisa orgullosa de siempre, Aiga por su lado aún luchaba con el golpeteo de su corazón mientras caminaba detrás suyo.

 

La recepción del joven monarca fue larga y cansada como todos los años, “simples protocolos” según las palabras de Bogard para justificarse.

 

Horas después iniciaron el entrenamiento especial de Xavier, romper bloques de concreto de un solo golpe, correr sobre troncos sueltos que descendían desde una colina o cargar piedras de pesos descomunales; todo ello era parte de un amplio repertorio al que se somete siempre el joven héroe.

 

Hacía siete años que Aiga Akaba, campeón mundial de beyblade, visitaba a Xavier Bogard, joven monarca de aquellas tierras, para hacerse aún más fuerte con los entrenamientos intensos del príncipe-héroe.

 

Y desde la primera vez que pisó ese país, inició algo entre ellos, insano, pecaminoso, prohibido para ambos. Algo que quizás podría llevar a Xavier al destierro de su propia nación y a el, a la pérdida total de sus títulos y todos sus logros.

 

En defensa suya fue Xavier quien inició todo esto.

 

La primera noche que se quedó a dormir en el castillo real, a sus inocentes once años de edad, se perdió entre los pasillos buscando la cocina pues, como el niño tan enérgico que era en ese entonces, tenía un gran apetito que constantemente debía saciar.

 

Después de quince minutos andando por los enormes pasillos sin rumbo alguno creyó encontrar su esperanza a la lejanía, pues Xavier caminaba por ahí, parecía nervioso mirando a todos lados.

 

Se acercó a él y cuando sus miradas chocaron el príncipe se apresuró a tomarlo de la mano para después cubrir su boca, se escondieron detrás de uno de los grandes pilares del lugar.

 

Una tenue luz en el suelo advirtió la presencia de alguien más, permaneció varios segundos ahí pero después se retiró en silencio absoluto.

 

Sin poder reclamar nada, Aiga fue arrastrado por el príncipe a una vacía habitación aleatoria. Ahí dentro Akaba se zafó de su agarre, confundido cuestionó a Xavier por sus actos pero noto un ligero temblor en él.

 

Cuando se acercó a verificar si estaba todo bien se dio cuenta del temblor incesante en todo el cuerpo de Bogard, este último no respondió a ningún alegato futuro, en cambio recargo su cuerpo en Aiga con el mismo temblor.

 

Aiga empezó a sentirse extraño, el silencio de la habitación y el temblor del cuerpo de Xavier aceleró su ritmo cardiaco. El joven príncipe se acercó a su oreja y susurro esas palabras que jamás podría olvidar.

 

Tócame.

 

Parpadeo confundido, sus preguntas no fueron contestadas, la mano del de cabellos azul tomó la suya y la dirigió hacia su cadera. Lo que pasó después fue solo un juego de niños, abrazados en la oscuridad de la habitación se llenaron el rostro de inocentes besos hasta que llegó el alba.

 

El día siguiente todo siguió tan normal como siempre, Xavier actuó como si nada y Akaba le siguió el juego, al menos hasta que en el vehículo de vuelta al aeropuerto, el príncipe recostó su cabeza en las piernas de Aiga y lo miró directamente, le sonrió travieso antes de guiñar el ojo.

 

Esa vez Aiga se fue muy confundido a casa.

 

El año siguiente fue invitado de nuevo al castillo, los juegos aumentaron entre los dos, se besaron temerosos en la boca.

 

Y el año que siguió pasó algo similar, y el que siguió y siguió. Cada vez haciendo más peligroso su juego, volviéndose más adictos a los toques, a la adrenalina, el sudor y el olor. Aiga descubrió que Xavier amaba ser dominado, sus besos eran tiernos y a la vez salvajes, cuando tuvieron relaciones el año pasado no dejaba de pedir por más como una bestia.

 

¿Pudo negarse? Por supuesto que sí.

 

¿Por qué no lo hizo entonces? En realidad no lo sabía.

 

No, es que no quería admitir la verdad.

 

Los rasgos nobles de Xavier eran de envidiar, con el paso de los años simplemente salió a la luz esa masculinidad erótica digna del próximo rey. Aiga tampoco se quedó atrás en esa etapa de madurez pues varias veces fue llamado para modelar para marcas prestigiosas de belleza varonil.

 

La atracción física nació primero en esa desolada y oscura habitación a los once años, los sentimientos se desarrollaron con el paso del tiempo.

 

Pero no podían aceptar esos sentimientos, tenían responsabilidades que atender.

 

Sin embargo, ahora dentro de esa misma habitación de siempre, cubiertos por el manto nocturno eran esos mismos sentimientos los que orquestaron sus actos.

 

Las manos de Xavier se aferraban como podían a la superficie lisa de la pared mientras sentía a su acompañante entrar y salir agresivamente de su cuerpo.

 

Amaba esa sensación.

 

Aiga enterró sus dedos en las caderas del joven monarca, empujando una y otra vez su maduro cuerpo varonil.

 

Xavier estaba tan caliente que sacó la lengua para sentirse un poco fresco, a Aiga se le pego su largo cabello castaño al cuello y la espalda; empapados en sudor continuaron hasta quedar secos y satisfechos.

 

Al finalizar se desplomaron sobre la cama, Aiga atrajo a Xavier y lo envolvió en un abrazo cariñoso.

 

Pero no podían amarse.

 

—El próximo año me casaré.

 

Fue lo que Xavier le dijo a Aiga durante uno de sus entrenamientos el día anterior, aunque no dijeron nada más relacionado a ello, las miradas de ambos reflejaron la enorme tristeza de sus corazones.

 

Y ahora, recostados en esa lujosa cama, Xavier volvió a hablar al respecto mientras los dedos de Aiga recorrían sus finos cabellos.

 

—Cuando contraiga nupcias esta habitación permanecerá vacía. Será el único lugar donde haré el amor… contigo.

 

El toque sobre su cabeza se detuvo, un largo silencio prevaleció después hasta que Aiga termino con el.

 

—No lo hagas, no es correcto.

 

Xavier se impulso y lo miró alarmado, preocupado y decepcionado. Akaba también se levantó pero solo le dirigió indiferencia absoluta.

 

—Esto no puede seguir y lo sabes.

 

—Pero yo te a…

 

—No lo digas —interrumpió el de ojos turquesas abruptamente, cerró los ojos y negó con una expresión dolorosa—. No lo hagas más difícil.

 

El joven monarca bajo la mirada, derrotado y adolorido por la pérdida más grande que jamás pensó tener, no había manera en la que se sintiera como el valiente héroe al que siempre aspiró a convertirse.

 

Esperaron juntos en esa habitación hasta que el primer rayo de luz solar atravesó la ventana, Aiga fue el primero en salir, a los pocos minutos Xavier lo secundo.

 

El camino de regreso al aeropuerto fue como nunca antes había sido, incómodo.

 

Cuando faltaban menos de dos minutos para llegar, Xavier volvió a intervenir.

 

—¿De verdad te quieres ir… así?

 

Aiga no volteo a mirarlo.

 

—Estas visitas deben terminar aquí.

 

El monarca lo abrazo efusivo.

 

—¿Acaso deseas que un miembro de la realeza se incline a tus pies a rogarte? ¿Es eso lo que tú corazón egoísta añora?

 

—Ya llegamos.

 

La puerta del vehículo se abrió, para extrañeza de todos el joven príncipe no bajo con una enorme sonrisa de ahí, en cambio lloraba ante la partida de su amado.

 

Cuando el avión que Aiga abordaba despegó, a varios kilómetros sobre la tierra, finalmente el castaño dejó escapar gruesas lágrimas de sus orbes turquesas. En su mente se orquestaba una cruel promesa.

 

“Las noches con el príncipe terminaron, jamás vendré a ver al Rey.”

 


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