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The artist hands por Nami Nkz

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Eran once cuarenta de la noche y debido a sus problemas para consultar el sueño aún se encontraba dando cuentas en su cama. Cuando su mente empezaba a nublarse, suspiró profundo y abrazó esa gran almohada a su lado. Creyó estar en un momento de absoluta paz, hasta que esa melodía particular resonó en la habitación le hizo despegar la cabeza de la almohada y con su brazo extendido lograr alcanzar ese dispositivo.
 
El nombre en la pantalla se repitió mil veces en su cabeza antes y después de incorporarse y caminar completamente desganado, quizá disgustado también  hacia la puerta de su hogar. Recogió una manta y la colocó sobre sus hombros y la sujetó con ambos brazos. El sonido de las gotas estrellándose contra el piso fuera de la comodidad de su hogar disfrazaban el de las pisadas de sus pies descalzos que se detuvieron al estar frente a la puerta.
 
—Zoro... ¿Tenías que...? —Balbuceó introduciendo la llave y girando la perilla casi por completo. — Es casi media noche... ¿Qué te pasó en la cara? — Levantó la cara después de tallar sus cansados ojos un momento, lo primero que alcanzó a ver fue el rostro de su amigo, que reflejaba frustración pura en ella. Él estaba empapado por la lluvia, con ambos puños cerrados a sus costados, con su teléfono en una de ellas. 
 
—Mi pareja y yo... hemos discutido un poco. 
 
—¿Se han agarrado a golpes...? Vamos, no te quedes ahí —Murmuró con torpeza, aún no despierto del todo. Se movió un poco hacia su izquierda y abrió un poco más la puerta para permitirle el acceso a su compañero. —Cuéntame que ha pasado. Te traeré una toalla.
 
Zoro dejó que su abrigo se deslizarse por sus hombros  después de haber dejado sus zapatos empapados en la entrada. Caminó descalzo hacia sofá no sin antes encender la luz de esa habitación. Sanji volvió con una toalla como lo prometió y se quedó a su lado, no quería verlo a la cara pero sabía de la expresión de preocupación en su rostro. Permitió que Sanji le quitase la camiseta y le colocase la toalla encima, cubriéndole la cabeza también.
 
—Zoro... — Suspiró su nombre con preocupación pero Roronoa no le respondió. Peinó sus cabellos revueltos hacia atrás y talló sus ojos arenosos cuando vió a Zoro apoyar sus antebrazos en sus rodillas mirando al suelo. 
 
—Sé lo que vas a decirme... pero no estoy de humor para escucharte. —
 
—Ya lo sé. — Se incorporó del sillón, acomodándose la manta que llevaba en los hombros.
 
—Puedes volver a dormir. Me las apañaré bien solo. —
 
—De acuerdo. — Bostezó. — Sé bueno. Te daré una paliza si dejas un desastre en mi cocina. — Escuchó a Zoro suspirar cuando él comenzó a alejarse caminando hacia las escaleras para volver a su habitación. — Marimo... quédate el tiempo que necesites
 
—Te lo agradezco. — Fue lo último que escuchó de él antes de volver a su habitación y meterse de nuevo en su cama. 
 
Al día siguiente, cerca de las diez de la mañana se levantó de la cama y mientras caminaba escaleras abajo esperó ver a Zoro aún dormido en el sillón, quizá con una o dos botellas de alcohol. Su sorpresa no podías ser mayor al no encontrarlo ahí, se había ido temprano por la mañana y no había quedado rastro de él en ese lugar.
 
Suspiró profundo tomando el control remoto del televisor, se sentó en él dejando sus pantuflas de conejito en el piso mientras los dedos de sus pies acariciaban la manta que cubría su sofá. Exceptuando su cocina, toda su casa era un desastre, habían artículos suyos completamente desordenados que debía recolocar en su sitio, pero no tenía la energía para hacerlo.
 
Ordenó sus cabellos revueltos con sus dedos y después se recostó en su sillón, mirando directamente a la pantalla donde el programa había dejado el paso a los comerciales. Su corazón dió un salto del susto cuando su teléfono comenzó a sonar y comenzó a buscarlo con desesperación. Cuando dió con él lo tomó lleno de ilusión esperando ver el nombre del idiota marimo que había recurrido a él la noche anterior, pero se sintió decepcionado demasiado pronto.
 
—¡Sanji! ¿Dónde estás? ¡Estamos esperándote! — La voz molesta del muchacho al otro lado de la línea resonó por toda la habitación al no darse cuenta que había puesto el altavoz. —Zoro tampoco ha llegado... ¿Sabes algo de él? — Una vocecita más se comenzó a escuchar en el fondo, antes de que al parecer el otro se diese cuenta y acercase el micrófono del teléfono.
 
—No lo sé, Luffy. Estoy saliendo de casa, ¿Vale?. Os veo ahí, chicos. — Intentó olvidarse un momento de las estupideces de su amigo de cabello verde. Se levantó del sillón y arregló un poco su cabello, sólo un poco, lo hizo con sus dedos. Cambió ese suéter blanco de lana por un saco negro de vestir y salió de casa después de tomar las llaves de su hogar.
 
Tomó un taxi para llegar más rápido, afortunadamente no tenía que alcanzar el tren. Al  acercarse a ese lugar, no tuvo que adivinar el número del departamento, estuvo claro cuando alcanzó a escuchar el solo de guitarra electrica de su amigo músico. Al tocar la puerta, la pelirroja le recibió con cariño y un vaso de alcohol. Un olor llegó a su nariz y se apresuró al lugar donde estarían reunidos.
 
—¿Han comprado comida rápida? — Preguntó completamente indignado. — ¡Cómo se atreven! Sólo debían esperarme un poco más...
 
—Ven aquí Sanji, justo aquí.— El mecánico y carpintero del grupo le alentó a acercarse a él para escuchar lo que estaba por decirle. Su brazo cubrió sus cervicales aún que su expresión de indignación no desapareció.— No necesitas hacer nada. Sabes que somos felices con cualquier cosa. — El comentario de su compañero de cabello azul alborotado logró dibujar en él una sonrisa. — Hemos guardado algunas para tí.
 
—Pensé que Zoro llegaría contigo. — El pequeño castaño susurró para sí mismo, preguntándose. 
 
— No sé nada sobre ese idiota. Tampoco entiendo por qué no está aquí sabiendo lo alcohólico que es. — Dejó el vaso de plástico ahora vacío en la mesa, levantó la mirada hacia las grandes botellas de sake en la mesa al lado de la gran pila de cajas de pizza.— ¿Aún hay hawaiana para mí?
 
—Es la caja de abajo. 
 
 
 
...........ZS............
 
 
 
Por la madrugada del domingo, su amigo se ofreció para llevarlo a casa en su automóvil. Durante el camino conversaron muy poco en realidad, no había tomado mucho pero se sentía tan cansado que de no haber sido por su amigo estaba seguro que se habría quedado a dormir en casa de Luffy. Usopp se ofreció para acompañarlo hasta la entrada de su casa, pero se negó diciendo que ya había hecho mucho por él.
 
Se despidió de Usopp y caminó torpemente hacia el porche pero al llegar no esperó encontrar ahí a Zoro. Roronoa estaba sentado en el piso justo frente a la puerta; llevaba consigo esas tres preciadas katanas y al parecer estaba bastante borracho. 
 
—¿Qué estás haciendo ahí? — Buscó las llaves de la puerta en el bolsillo de su pantalón. El moreno peinó su cabello hacia atrás y volteó a verlo, aparentemente muy enfadado. Sanji sabía que no era por algo que él habría hecho, sabe que Zoro ha discutido otra vez con "ella" y lo ha echado. —¿Vas a quedarte ahí o vas a entrar?— Pasó por encima del él pero no cerró la puerta. Encendió la luz y se sentó en el sillón cuando escuchó la puerta cerrándose. —¿Necesitas hablar sobre ello? —
 
 Apoyó su mejilla en su mano derecha mirando hacia Zoro cuando este se quedó un momento de pie justo delante de él. Bostezó un par de veces antes de que Roronoa dijera algo, estaba ahí esperando casi dormitando hasta que Zoro hizo su petición.
 
—Déjame quedarme aquí unos días, por favor. — Abrió sorprendido sus ojos, Zoro ahora lo miraba con cierta súplica en sus ojos, algo que jamás pensó ver en él. 
 
—Uh... Supongo que está bien. — Se incorporó y caminó hacia la ventana para encender un cigarrillo. — Puedes dormir en el sofá. Pero tendrás que hacer los deberes, ¿Suena bien? —
 
—Seguro. — Pudo ver alivio en su mirada y se sintió estar soñando despierto. Talló sus ojos por el cansancio y sólo pensó en apagar su cigarrillo en el cenicero para irse a dormir. Zoro le miró con curiosidad desde el sofá.
 
—No hagas mucho ruido. — Subió un par de escalones arriba antes de escuchar una afirmación de parte del otro y entonces continuó hasta su habitación. Se dejó caer en la cama completamente exhausto, no le importó si había cerrado la puerta o no y olvidó vestirse con su pijama, simplemente cayó y no supo en qué momento se dejó llevar por los brazos de Morfeo.
 
A la mañana siguiente, estiró sus brazos al incorporarse y soltó un gran bostezo. Recién se había dado cuenta de que la puerta de su habitación estaba abierta, pero no le tomó mucha importancia hasta que dirigió la mirada al buró para buscar su teléfono. Ahí estaba una bandeja con su desayuno. Encontró aquello como un buen detalle, así que tomó el tenedor aún sentando en su cama.
 
— Jamás imaginé que vería ésto alguna vez. — Dijo Sanji, con su taza de café mirándole desde las escaleras. Zoro no respondió y siguió con lo suyo. — Iré de compras, ¿Quieres acompañarme?
 
—¿Por qué haría eso?— 
 
—No lo sé, da igual. Avísame si necesitas algo. — Tomó sus llaves de su hogar, que había dejado en la mesa del comedor en el momento en que llegó a casa y después de ponerse sus deportivas en la entrada, miró a Zoro un momento. — Gracias por el desayuno.
 
En el momento en que Zoro alzó la mirada para responderle, ya habíamos cerrado la puerta detrás de sí.
 
Continuó con lo que hacía, limpiar el desastre que no era suyo, pero debía hacerlo si quería quedarse ahí. Encendió la televisión para no sentirse tan solitario y se sentó un momento en el sillón para tomar un descanso. Su teléfono sonó desde el bolsillo de su pantalón.
 
Estrujó el control remoto del televisor entre sus dedos, hasta que se escuchó un crujido. Sólo era una fotografía, una de su novia, su pareja al lado de otro hombre dándose un beso. Ella la había subido a sus redes sociales, cuando ni siquiera tenía una estando con él.
 
No sabía cómo sentirse. 
 
Ella es actriz, amada por todos aquellos que tuvieron el más mínimo contacto con ella. Recibía alagos y reconocimiento por lo que hacía, considerado por algunos como "arte" y llevado a la gran pantalla por personas reconocidas en ese mundo, así que cuando se conocieron y comenzó algo entre ellos, jamás se presentó de forma oficial, sólo por qué ella no lo quería así.
 
Se había dejado humillar por esa mujer más de una vez, ésta no iba a ser la primera ni la última. Parecía que le estaba forzando a salir de su vida, pero no estaba dispuesto a ceder.
 
Abandonó todo lo que hacía, dejó el televisor encendido incluso. 
 
Pocos lo sabían realmente, eran relativamente muy pocas las personas que sabían lo que pasaba entre ellos, una de esas personas, también había recibido la notificación y había abierto la dichosa fotografía en cuestión.
 
Dejó igualmente lo que hacía, abandonó por un momento la pequeña bolsa de azúcar que había tomado y se llevó las manos al rostro. Se lamentó por su mejor amigo. Ese hombre era tan estúpido que ni aún así se apartaría del lado de esa mujer, sólo por qué había conquistado su corazón, según él de la forma más fantástica posible.
 
En algún momento le había prometido que no iba a interferir en lo que pasaba entre ellos y lo iba a cumplir, pero aún así no podía evitar lamentarse. Pensar que él jamás tendría la oportunidad de estar en la posición de ella y que ese hombre tan estúpido le permitiera hacer cosas como esa, le dolía hasta lo más profundo en su alma. 
 
—“¿Por qué sigues permitiéndolo, Zoro?” — Se preguntó a sí mismo, intentando encontrar una respuesta, pero no lo consiguió. —“¿Por qué...?”—  
 
Él lo había visto todo desde el momento en que Roronoa dijo "encontré a la mujer más maravillosa del mundo". Había visto a su mejor amigo sufrir por el amor de una señorita mientras él debía hacerlo en silencio por qué la persona que había llenado su corazón de ilusión no tenía ojos para él.
 
Continuó con sus compras, con el corazón en la garganta. Salió de la tienda con varias bolsas y se dirigió a casa, aún que sabía que Zoro no iba a estar ahí.
 
 
............ZS...........
 
 
Al llegar a casa, ignoró las bolsas de la compra y se arrojó al sofá. Encendió su televisor y elevó tanto el volúmen hasta que le fue suficiente y pudo desahogarse con total libertad entre los cojines de su sillón favorito. 
 
Dejó que sus lágrimas cayeran sin cuidado y muriesen en la tela de sus pantalones. Sus mejillas se pintaron de rosa y él sólo atinó a suspirar un nombre una y otra vez. 
 
—¡Eres un imbécil! — Gritó. — pero... ¿por qué tuve que caer por tí? soy un tonto... ¡Sólo eres un idiota!... ni siquiera... ni siquiera volteas a mirarme... cuando estás con ella... ni siquiera te acuerdas de... ¡todas las malditas cosas que he hecho por tí!... ¡en todos los problemas en lo que me he metido por tu estúpida culpa...! — Una melodía extraña comenzó a sonar desde el televisor y él emitió un grito de pura desesperación mientras arrojaba con fuerza el cojín hacia el piso.
 
Abrazándose a la almohada a su lado y acurrucándose contra el respaldo del sofá, respiró profundo y frotó su rostro contra la suave tela afelpada de esa almohada blanca hasta que consiguió tranquilizarse. 
 
Esperó durante horas acostado en ese sillón, estaba quedándose dormido abrazando uno de los muchos cojines, llegó el momento en que pensó que Zoro jamás volvería o por lo menos en mucho tiempo, así que se incorporó del sofá y tomó unas llaves de la pequeña mesita. 
 
Caminó descalzo hasta una pequeña trampilla que levantó sin mucho esfuerzo y bajó lentamente por las escaleras en total oscuridad hasta que con sus manos tocó el interruptor y las luces se encendieron. Una gran sonrisa se dibujó en sus labios mientras de maravillaba con el majestuoso instrumento que acaparó todas su atención. 
 
Tomó asiento y deslizó sus dedos por las teclas. El calorcito en su pecho se hizo poco a poco más intenso y él chilló de la emoción cuando tocó el primer acorde. Segundos después sus dedos comenzaron a danzar en las teclas más alejadas de su cuerpo, él comenzó a tararear una canción y a seguir un ritmo con su talón izquierdo. 
 
Fue acostumbrándose al ritmo que fue haciéndose más intenso y ahora podía continuar con varias teclas a la vez de diferentes octavas. No necesitó ver las partituras y simplemente se dejó llevar, no le interesaba que estuviera alejándose de la melodía original, siguió complaciendo a su más que entrenado oído. Con la ubicación de cada tecla más que memorizada, cerró sus ojos y continuó deslizando sus dedos por el instrumento con divina habilidad.
 
Continuó presionando teclas completamente no al azar, hasta convertirla en una maravillosa pieza de arte ante sus oídos. Era así, su deseo melómano por seguir aprendiendo más de ese mundo y hacer que esa pequeña colección a su alrededor se hiciera más grande. Sus mejillas coloradas por el esfuerzo y sus lágrimas que rápidamente se secaron adornaron su precioso rostro mientras continuaba con dos, tres acordes más en la mano izquierda y una increíble danza en la derecha. 
 
“Quizá deba seguir con la batería." Pensó al abrir sus ojos. 
 
—¡Aah! — Su grito debió haber sido escuchado hasta por sus vecinos. Su cuerpo se encogió, tocó teclas que no debía por error y en su rostro se dibujó una expresión de horror y disgusto al mismo tiempo — ¡Imbécil! ¿¡Qué crees que estás haciendo!? — Volteó hacia atrás y le gritó disgustado al hombre que había posado sus manos en sus hombros de manera completamente inesperada y había hecho que su corazón se detuviera por la sorpresa. —¿Dejé la puerta abierta? — Suspiró profundamente, preguntando más para reprocharse a sí mismo antes que para recibir una respuesta del otro.
 
—Eso que hacías antes... — Zoro levantó las manos de sus hombros y miró un momento a su alrededor. Frente a él había una batería Ludwig evolution, justo al lado derecho un armario que dejaba ver a través del vidrio alrededor de seis guitarras y al lado izquierdo algunas cajas de diferentes tamaños. —¿Todo esto es tuyo? ¿Qué hay ahí? —
 
—Equipo de sonido. — Sanji se levantó de su sitio y caminó con tranquilidad hacia las escaleras. Zoro se mantuvo un momento observando los cuadros que adornaban las paredes y los muchos instrumentos que habían ahí. — Aquí hay algunas cosas de mis hermanos. Quizá se olvidaron de venir a buscarlas y...  me he quedado con ellas. Uh... ¿Qué estás haciendo?— No entendía por qué razón había respondido, ni tampoco por qué Zoro se había quedado estático enmedio de la habitación. —Como sea, largo de aquí.
 
Roronoa no le escuchó, sólo se acercó a las estanterías y sacó uno de los tantos álbumes para ojear entre él. Cogió otro y al abrirlo intentó descifrar lo que aquellas partituras significaban.
 
—Es fantástico. — Se sorprendió al escuchar aquellas palabras de la boca de Zoro. —¿Qué eres? ¿Dj y miembro de una banda por la noche? 
 
—No, yo... — Se lo pensó un minuto antes de responderle. El moreno seguía husmeando entre su colección y por extraño que pareciera eso no le hacía enfadar, tampoco se sentía avergonzado ni intimidado. — Sólo soy un poco melómano. 
 
—¿Un poco? — 
 
—... quizá un poquito demasiado. — Rió, alzándose de hombros, haciendo un gesto con sus dedos. —Hey...— Vio como el otro abría la puerta del pequeño armario y sacaba su bajo favorito entre sus manos. Hizo una mueca incómoda, pero no le detuvo. —Ese es...
 
—Un bajo eléctrico, ese de ahí es acústico.— Señaló uno dentro del armario. Sanji ladeó su cabeza y sonrió levemente mientras se apoyaba en la pared. 
 
—Luces como un niño. —  Escuchó a Zoro exclamar de emoción al encontrarse con su hermosura de doce cuerdas, pero él se había dado la vuelta para salir del sótano. — No rompas nada. — 
 
—Espera, no te vayas. — Dejó la guitarra de doce cuerdas en el piso, apoyada en el mismo armario de dónde la había sacado. — No tenía ni idea. — Alzó una de sus cejas ante lo dicho por Zoro; si, jamás lo había comentado con nadie, el único que conocía su gran afición era Luffy y jamás se lo contó a él por que parecía estar más interesado en cómo conquistar a esa mujer que él consideraba "la más maravillosa". — Haz como si no estuviera aquí, eso que hacías era increíble.
 
—Solo estaba tocando el piano. — Se alzó de hombros. — Alguien debe preparar la comida. — Volvió a darse la vuelta para salir de la habitación, pero Zoro le detuvo.
 
—Yo la prepararé por tí. — Le tomó del hombro y fue Roronoa el que salió del sótano. Él se halló solo enmedio de esa habitación, con el gran instrumento delante suyo. Miró hacia las escaleras pensando si debía ir detrás de Zoro, pero entonces volvió a sentarse frente al piano con un nudo en su garganta. Apretó sus puños y extendió sus manos sobre las teclas. 
 


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