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Querido amigo por Cris fanfics

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Notas del fanfic:

Este fanfic se encuentra publicado completo en mi cuenta Cris Amor Yaoi, ahora mismo inaccesible para mí. Podéis buscarlo allí si queréis leerlo de una sola vez o, en su defecto, a vuestro ritmo, pero aún con todo quiero tenerlo en esta cuenta que, al menos eso espero, va a ser la definitiva. Voy a subirlo poco a poco porque tiene bastantes capítulos y no quiero agobiarme con ello, mucho menos cuando ya lo he publicado hasta el final, no quedó inconcluso, por suerte.

 

Aviso que en este fanfic uso los nombres europeos (o al menos españoles, ahora no estoy segura si son comunes en toda europita) de personajes y equipos porque me resultan más familiares, al intentar escribrirlo con los originales me resultaba todo demasiado ajeno.

 

Espero disfrutéis la lectura ;)

Todo era muy extraño, se sentía perdido y no había nada.

Absolutamente nada.

Lo único que podía ver era oscuridad hasta donde alcanzaba la vista. Tampoco se escuchaba ningún sonido; el único que se había hecho notar en aquel mundo de oscuridad era el de su propia voz cuando al llegar suplicó entre gritos que, si había alguien más en aquel lugar, se dejase ver.

Sus súplicas, obviamente, fueron en vano.

Llevaba rato caminando y no había salida. Pero, a pesar de todo, ya no tenía miedo, se sentía como si estuviese en un sueño en el cual no hubiese dolor ni ningún otro sentimiento negativo.

Realmente, no le importaría quedarse allí para siempre.

— ¿Puedes oírme?

Una voz se escuchaba en la lejanía, una voz que no era la de la figura solitaria. Esta, al escuchar un sonido ajeno a sí misma, decidió seguirla.

Cuando iba a empezar a caminar de nuevo por aquella negrura sin fin, una mano la agarró del brazo y la obligó a darse la vuelta. Aunque al principio estaba asustada no tardó en calmarse al encontrarse de frente con su querido amigo; con él a su lado nada malo podía pasarle.

Intentó hacerle saber lo feliz que se encontraba por su reencuentro, pero antes de que tuviera la oportunidad su amigo se acercó y la besó apasionadamente en los labios, despertando en su interior algo que había estado dormido hasta aquel momento.

Algo que llevaba mucho tiempo deseando.

— Venga, chico, despierta.

Esa voz le empezaba a resultar molesta. Lo mejor sería ignorarla y entregarse al deseo...

Al cabo de un rato separó sus labios de los de su amado, dejando un fino hilo de saliva entre ambos, para recuperar el aliento. Aún así no quería detener aquello. Intentó abrazar al otro joven, pero este se separó de ella con sus ojos verdes más brillantes que nunca y una sonrisa burlona en el rostro.

«Había un hombre torcido...»

Una nueva voz invadió el lugar. Pero esta, a diferencia de la primera, le resultaba conocida. De la misma manera en la que le resultaba familiar lo que había empezado a recitar.

No quería escuchar aquello, no en aquellas circunstancias, así que se tapó las orejas en un inútil intento de ignorarlo.

Pero la voz no resonaba en sus oídos...

Sino en su cabeza.

«... que caminó una milla torcida... y encontró una moneda de seis peniques torcida...»

— ¡Mentiroso, mentiroso! ¡Tus padres no te quieren! —cantó en coro un grupo de sombras infantiles mientras le señalaban con sus diminutos y acusativos dedos.

«... en un sitio torcido compró un gato torcido, que atrapó un ratón torcido...»

— Creo que eres lo suficientemente mayor como para que sepas la verdad —se sumó la sombra de un anciano.

«... y todos ellos vivieron juntos en una pequeña casa torcida...»

Los sollozos y súplicas desesperadas de una chica joven se sumaron al escándalo. Con estos también llegó una repentina bajada de la temperatura.

«... pero el hombre torcido estaba triste, y pensó: ¿por qué soy torcido cuando los demás no lo son?...»

— Me alegro de que seamos amigos —dijo el joven al que amaba mientras se volvía a acercar y le ponía una mano en el hombro.

Cada vez había más gente hablando, y sus voces cada vez sonaban más altas en una cacofonía inaguantable que amenazaba con hacerle explotar la cabeza.

— ¡Hay que llamar a una ambulancia, rápido!

Otra vez la voz distante. ¿De qué demonios hablaban todos? ¿Y por qué no estaba entendiendo nada de lo que estaba ocurriendo?

«...Todo era inútil. Dejó escapar un gran suspiro y se marchó a buscar una cuerda, que ató al cielo...»

— ¡Callaos! —gritó desesperadamente la sombra solitaria—. ¡No quiero escuchar nada más!

La voz que recitaba la historia del hombre torcido se hizo más fuerte, sobreponiéndose a las demás:

«Ya veo, entonces tenía razón, este es un lugar para gente torcida... ¿Por qué no haces como el hombre torcido? Él dejó de sufrir»

— ¡Quiero vivir!

Tras gritar esto, empezó a correr lo más rápido que sus piernas se lo permitían. Lejos de las voces, lejos de su amado, lejos de su problemas...

— ¡Vamos joven! Puedes lograrlo, solo abre los ojos.

**********

La blancura de la habitación le obligó a cerrar los párpados de nuevo, con los ojos doloridos por la claridad. Su segundo impulso fue cubrirse con el brazo, pero su cuerpo se sentía pesado y no respondía a las órdenes de su cerebro.

Se encontraba en una habitación bastante grande, tumbado en una camilla cuyas colchas y sábanas olían aún a detergente, vestido únicamente con una bata de hospital y con su melena desparramada en la pequeña almohada.

Tenía la cabeza ida, como si estuviese drogado, lo que le impedía pensar en nada que no fuese inmediato.

El sonido de la puerta al abrirse le chirrió al oído y le provocó un fuerte dolor en la frente.

Intentó hacerse el dormido —si alguien quería hablar con él prefería evitarlo—, pero pudo detectar cómo una persona adulta se sentaba cerca de donde se encontraba.

Entreabrió un ojo con curiosidad, delatándose así ante el hombre que le miraba fijamente.

— Me alegro de que te hayas despertado.

Sabiéndose descubierto, no tuvo más remedio que contestar.

— ¿Por qué... estoy aquí?

Le sobrevino un ataque de tos.

El hombre se levantó para alcanzarle una botella de agua y ayudarle a incorporarse para que pudiese beber. Mientras hacía esto, continuó hablando:

— Soy el detective Gregory Smith. Llámame solo Smith.

— ¿Qué quiere de mí? —preguntó el más joven ya superado el ataque.

Smith le ignoró.

— Te encontraron desmayado en una calle de Kioto, mal nutrido, ardiendo en fiebre y lleno de heridas y moretones. Tuviste suerte de que llamaran a tiempo a una ambulancia. ¿Recuerdas qué te ocurrió para acabar así?

El adolescente intentó de veras pensar en ello, pero algo en el interior de su cerebro le proporcionaba un dolor similar al de una descarga eléctrica cuando lo hacía.

Resignado, negó con la cabeza.

— ¿Recuerdas algo en general? Nombre, edad, familia...

— No, nada —contestó claramente angustiado.

Gregory movió la cabeza, perplejo.

— Es lo mismo que ocurre con el resto de chicos que hemos encontrado —susurró más para sí mismo que para su interlocutor—. Si de verdad es el mismo caso esto debería aclararle las cosas. —Sin más dilación, revolvió en los bolsillos de su gabardina hasta que encontró lo que necesitaba y se lo tendió—. ¿Sabes quienes son los de esta foto?

El joven se esforzó en prestar atención a la imagen, que notaba terriblemente borrosa. En ella salía un grupo de niños pequeños abrazando con cariño a un señor de avanzada edad, y él se encontraba entre ellos.

Un nuevo calambre viajó desde su cabeza hasta su espalda, provocando que sufriera un espasmo por culpa del intenso dolor... y que todos sus recuerdos le salpicaran como si fuesen agua helada.

El detective, impresionado ante el repentino espectáculo, se apresuró a salir de la habitación a buscar a un enfermero.

Aunque la verdad era que ya no era necesario, el dolor se marchó del cuerpo del joven tan pronto como había llegado. A pesar de esto, el adolescente empezó a llorar como un bebé recién nacido mientras asimilaba todo lo que le había pasado...

Desde el comienzo.


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