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El precio del poder por Cris fanfics

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Un daimio iba a pasar por la aldea antes de que acabara la semana.

Luffy, en una de sus aventuras por otras aldeas, había vuelto corriendo al pueblo para avisar de esta noticia. Todos los aldeanos querían causar buena impresión a una figura con tanta autoridad (que alguien importante viese al pueblo con buenos ojos podía ser de ayuda en temporadas de bacas flacas) y yo no era menos que los demás.

Había pasado un año desde que el anciano murió y me dejo a cargo del restaurante. Gracias a la ayuda financiera de Nami y al apoyo moral del resto de mis amigos, pude superar su pérdida bastante pronto (bueno... en realidad fueron cuatro meses de depresión, pero podría haber sido mucho peor), y también sacar a flote el local.

Sorprendentemente, aquellos ocho meses en los que yo había tomado el timón del negocio y en los que, para que me voy a engañar y dar méritos que no me merezco, había decidido contratar a Nami como contable (esta mujer es demasiado buena con el dinero), su éxito había subido como la espuma.

Casi me sentía culpable de que así fuese, el pobre viejo había trabajado toda su vida cocinando en aquel negocio y hasta que no había fallecido su sueño de ver el local en su máximo esplendor no se había cumplido... pero aún así sé que él preferiría que diera rienda suelta a mi talento culinario a que me contuviese para respetar su memoria, me lo había dicho muchísimas veces durante sus últimas semanas de vida.

Y no había mejor momento para cumplir su voluntad que con la visita del daimio. Si él y su pelotón se pasaba por algún restaurante a comer ese sería el mío; y tenía que dar lo mejor de mí.

Y el día llegó.

Usopp y Luffy se ofrecieron para ayudarme como camareros y, aunque tenía verdadero pánico de su desorden, no tuve más remedio que aceptar la oferta.

El restaurante estaba abarrotado de los sirvientes del daimio, desde simples soldados hasta algún que otro samurái. Yo me me estaba esforzando lo máximo posible para cocinar rápido pero sin quitar la calidad a la comida, cuando Luffy entró con estrépito en la cocina:

— ¡Sanji!

— ¿Nuevo pedido? ¡Déjalo encima de la mesa y continúa tomado nota de los demás!

— Sí, pero este no es un pedido normal... es un pedido del general del ejercito del daimio, y ha ordenado que se le de prioridad ante el resto de pedidos.

«Genial, gracias por darme más presión de la que ya tengo, los samuráis parecéis que tenéis un palo metido por el culo cuando dais órdenes de esa forma a la gente común y corriente. Os amo» pensé.

— ¡Está bien! Entrega este pedido a la mesa seis y dile a ese pez gordo que prepare sus papilas gustativas, no va a probar plato más bueno en la vida.

Tras tenderle a mi compañero la bandeja, me subí las mangas y encendí los fogones. Dispuesto a dejarme el alma en aquellos platos.

Cuando terminé, me aparté de la cocina y me limpié el sudor de la frente. Había costado su esfuerzo, pero sentía que aquello era lo más cercano que estaría nunca de cocinar algo de una forma completamente perfecta.

Orgulloso de mi obra, decidí que se le entregaría a aquel espadachín creído yo mismo.

Procurando mantener la cabeza gacha para no tropezarme y para no ofender al señorito si le miraba a los ojos como al resto de los mortales, salí de la habitación y me precipité en el pequeño comedor, pensando en que si el restaurante se volvía más famoso iba a tener que hacer unas reformas para extenderlo.

Tras dejar los platos en la mesa, seguí mirando al suelo, esperando el momento en el que la perfección de mi plato hiciera que el samurái me diese permiso para mirarle a la cara. Aunque no hizo falta que lo hiciera.

— Vaya, Sanji, has mejorado mucho desde la última vez que comí algo tuyo, estoy impresionado.

Incrédulo, levanté la cabeza para encontrarme un fantasma del pasado que había venido a atormentarme de nuevo. Nunca pensé que una persona que hacía más de cinco años que no veía pudiera hacer latir mi corazón tan deprisa.

— Zoro...

— Hey, Sanji —saludó él, haciendo un gesto amigable con la mano—, me alegro de que todo te haya ido bien.

Tuve que contenerme para que no me fallaran las piernas y caer el suelo en medio de toda aquella gente, sentía verdaderas ganas de llorar.

Zoro tuvo que notar esto, porque se levantó del asiento y me cogió de los hombros antes de que me derrumbara.

— Tranquilo… —me susurró para que nadie más escuchase—. Sanji, nos vemos a la noche, dónde siempre.

Tras decir aquello me soltó, terminó de comerse lo poco que quedaba en el plato y salió del local, captando las miradas curiosas de los presentes.

Mi corazón seguía latiendo muy deprisa y mis ojos estaban a punto de soltar lágrimas a borbotones, así que decidí volver apresuradamente a mi santuario para seguir trabajando y olvidarme de lo que acababa de pasar.

Pero tras la llegada de la noche nada pudo retenerme. Cerré el restaurante con toda la prisa de la que fui capaz y empecé a caminar hacia las afueras del pueblo.

Y allí me esperaba él. Más alto, más fuerte y más seguro de sí mismo que nunca.

— Me alegro de verte, Sanji.

Me senté en el lugar en el que años atrás había dado mi primer beso, mirando fijamente a la luna y evitando su mirada.

Él hizo lo propio.

Estuvimos un rato en un silencio incómodo; no era de extrañar, hacía años que no nos veíamos y los dos habíamos cambiado mucho en aquel tiempo...

— Me alegra ver que ya no eres un rōnin; siempre opiné que podías ser mucho más que eso —llevé la iniciativa.

Él pareció sorprenderse por mi comentario.

— Gracias, yo también me siento muy orgulloso de lo que he logrado. Pero no hablemos solo de mí, ¿dónde está ese viejo cascarrabias? No me digas que ha decidido pasarte el relevo ya —dijo con sorna.

— Sí y me temo que para siempre. Murió el año pasado.

— Lo siento muchísimo...

— Era cuestión de tiempo que pasara, ya era mayor cuando nosotros éramos críos.

— Aquellos eran tiempos mejores.

— Sí, sí que lo eran —afirmé yo, con sequés.

Sobrevino otro momento de silencio incómodo. Pero esta vez no fui yo quien lo rompió.

— Escucha, Sanji, yo... quiero disculparme por lo que te hice. Te amaba de verdad, pero aún así decidí dar prioridad a mi deseo egoísta antes que a ti y, encima, me despedí de una forma horrible diciendo cosas que realmente no pensaba ni sentía. Comprendo que me odies después de eso.

Yo me quedé callado, esperando a que continuara hablando para saber qué decir al respecto.

— Pero aún así yo te amaba —reiteró—. Y me gustaría... volver a intentar lo nuestro ahora que ambos tenemos una vida más estable.

Yo, cansado de estar en silencio, me decidí a hablar:

— En caso de que lo intentemos... ¿estarías conmigo?

Zoro pareció dudar.

— Ahora tengo que estar con mi señor y puedo pasarme por aquí a menudo e incluso, más adelante, plantearle que me de como recompensa por mis servicios el poder sobre estas tierras. Por ahora no se si podrá ser posible el estar siempre juntos... pero aún así siento que si tengo que pasar un día más con el reconcome de que me odias no podré ser feliz nunca.

Me acerqué más a él, obligándole a mirarme fijamente a los ojos y a percibir mi respiración con claridad.

— ¿Estarás conmigo? —repetí.

Zoro parecía estar en el límite, y yo también estaba deseando entregarme a la pasión y olvidar lo que pudiese pasar más allá de eso; solo centrarnos en nosotros dos y saber que lo que sentíamos el uno por el otro era real... y que podíamos traspasar fronteras como la distancia y el tiempo con esos sentimientos.

Él me cogió de la mano y se acercó a mi oreja.

— Estaré siempre contigo, no me marcharé y nunca te dejare solo.

— Eso era lo que necesitaba escuchar, estúpido marimo —sollocé.

No pude evitar lanzarme encima de él y besarle. Llevaba mucho tiempo esperando poder volver a hacerlo. Al cabo de un rato en el que nos entretuvimos con besos y caricias juguetonas, empecé a desnudarle.

Me daba igual que sus obligaciones no le permitieran estar siempre conmigo; me daba igual que su señor estuviese más tiempo con él yo mismo; me daba igual no ser el núcleo de su vida. Lo único importante es que yo siempre sería parte importante de él y él sería siempre una parte importante de mí.

Nada más importaba.

 

 


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