Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El precio del poder por Cris fanfics

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Entre los rōnin que formaban parte del ejercito había nacido una leyenda que los atemorizaba cuando salían al campo de batalla. Una leyenda que hablaba de un extraño samurái en estado de descomposición que se llevaba las almas de aquellos que traicionaban el bushidō. No habían sido demasiado originales al ponerle el nombre, le habían llamado "El Espíritu Samurái".

Nadie con dos dedos de frente querría encontrarse con semejante peligro... pero él hacía mucho que no hacía caso a su cordura. Había conseguido todo el poder que tenía en aquellos días gracias a no haberse amilanado nunca, y aquella vez no iba a ser una excepción.

Se había unido a las tropas del shōgun como mercenario para poder comprobar si el Espíritu Samurái era real. Si lo era, era casi seguro que su fuerza y habilidad como espadachín superarían a la de los rivales que había tenido últimamente.

El cuerpo de Zoro se estremeció visiblemente ante la inevitabilidad de la batalla. El ejército enemigo está justo en frente de ellos, ultimando sus preparativos, tal como hacían ellos mismos.

Si ese maldito espectro no aparecía en aquella pelea abandonaría el ejercito, aquella lentitud y organización milimétricas le ponían nervioso de lo exasperantes que eran.

Tras un rato de pesarosa espera, la batalla comenzó.

Los soldados enemigos, en silenciosa diligencia, se movilizaban hacia el batallón del de pelo verde.

Desenfundó sus espadas, disfrutando del sonido del metal contra la vaina de madera.

Se tiró de cabeza contra sus enemigos, y los miembros cercenados empezaron a caer como si de frágiles pétalos de una flor se tratasen... haciéndole llegar a la conclusión, una vez más, de que era muy fácil acabar con la vida humana.

Cada vez que desenfundaba sus espadas y entraba en un campo de batalla sentía como parte del instinto animal que ha ido perdiendo el ser humano al cabo del tiempo poseía su cuerpo y le obligaba a dar lo mejor de sí mismo para poder sobrevivir... pero no le molestaba tener este sentimiento; le hacía sentir vivo, y se había vuelto adicto a él.

En aquellos momentos podía permitirse olvidarlo todo y ser, simplemente, él mismo.

No importaba que tuviera unos amigos que había ido conociendo a lo largo de sus viajes; no importaba que los niños del dojo le esperen con ilusión para que les contase historias; no importaba que tuviese un amante que deseaba lo mejor para él; no importaba que pudiera tener una vida más allá de aquello.

Amante.

Era cierto, él ya no tenía eso, igual que tampoco tenía la posibilidad de tener una vida distinta.

A medida que avanza la batalla eran menos los soldados que quedaban en pie. Además, una espesa niebla había empezado a cubrir el lodazal en el cual estaba ocurriendo la trifulca.

Tras decapitar a un pobre infeliz que trataba de escapar, se dio cuenta de que estaba solo. Un escalofrío de peligro recorrió su espina dorsal, indicándole que había peligro. Agudizó el oído y se puso en posición defensiva.

Tenía la mitad del cuerpo sumergido en el lodo, se había dejado llevar por el albor de la batalla y se había metido en una zona demasiado profunda.

Maldijo para sus adentros.

Una sombra pasó velozmente por su izquierda. Se giró hacia esa dirección, pero la niebla ocultaba a su posible atacante.

Un breve sonido de viento se escuchó en el lugar al que había dado la espalda. Se dio la vuelta, chapoteando en el lodo, pero no había nada.

¿Cómo es que alguien se podía mover por allí sin hacer ruido? No podía estarse enganchando en los árboles, no aguantaban nada de peso, pero tampoco había ninguna otra forma de moverse por el lodo con sigilo.

— ¿Me estabas buscando, humano?

Una voz de otro mundo le habló desde su espalda.

Si giró hacia el recién llegado, dispuesto a proponerle un reto, pero sus cuencas carentes de ojos y su piel completamente deshidrata le frenaron en seco.

No cabía duda, aquel debía ser el Espíritu Samurái.

Una alegría muy fuera de lugar empezó a dominar el cuerpo de Zoro, aquello podía ser divertido.

— ¡Sí! He oído que vas a por los rōnin. Bien, yo soy uno de ellos, y te reto a una pelea a muerte para comprobar quien es el mejor de los dos.

— Así sea, joven — dijo el espíritu mientras desenfunda su única katana—. Mi nombre es Ryuma, y acepto tu duelo.

Zoro, para poder tener una pelea en igualdad de condiciones, guardó su segunda katana en la vaina.

Y así, empezó el combate.

El rōnin esperó a que su rival se abalanzase sobre él para bloquear y contrarrestar su ataque pero, en vez de hacer este necesario movimiento, Ryuma retrocedió, haciendo de la niebla su escudo.

Cobarde, pensó el humano, y se las daba de ser un seguidor del bushidō...

Antes de que Zoro pudiera reaccionar, Ryuma se precipitó sobre él desde el mismo punto donde le había visto ocultarse. Solo gracias a que se tropezó con el barro, pudo salvarse de que aquella estocada le perforara el corazón.

El de pelo verde soltó una maldición entre dientes, estaba actuando como si fuese un novato, pero el terreno cenagoso tampoco ayudaba.

Se movió, intentando encontrar un terreno más sólido en el cual pudiera pelear teniendo mayor estabilidad y maniobrabilidad.

Con un corte descendente, Ryuma volvió a atacar. Esta vez consiguió parar el golpe.

Pero algo extraño sucedió con su cuerpo entonces; tan pronto como consiguió apartar a su rival de encima, sintió como si un cuchillo le atravesase el pecho.

Descolado por el dolor, se quitó la camisa…. Para descubrir con horror que una enorme cicatriz ascendía por sus pectorales.

— ¿Qué es esto?

Sin responder a su pregunta, Ryuma volvió a atacarle. Esta vez moviendo la katana con la clara intención de darle en la cara.

Esquivó el golpe milagrosamente, consiguiendo que solo le rozara parte del ojo.

Aquello era extraño; suponía que el Espíritu Samurái debía de ser un maestro de la espada, pero solo lanzaba golpes de aficionado... y, lo que era más raro, a él le estaba constando responder a sus amagos de ataque.

Un escozor en la cuenca hizo que se distrajera de nuevo del combate. Sentía el ojo al rojo vivo, si seguía así se le iba a salir de la órbita.

No pasó demasiado tiempo para que ocurriera de verdad.

Zoro gritó de agonía. Dolía, dolía mucho, y no entendía qué era lo que estaba pasando.

En todo aquel rato que había estado padeciendo su dolor, Ryuma no se había movido del sitio, se resistía a atacarle.

— ¡¿Cómo estás haciendo esto?! ¡Es imposible que con los golpes que me has dado hayas conseguido hacerme tales heridas!

Ryuma no contestó, se limitó a mirarle. Y esa actitud hizo que el joven deseara vengarse de él por todo el dolor que le había hecho sufrir.

Se lanzó hacia él en un patético movimiento con el que pretendía acertarle en el estómago; pero el samurái se limitó a retroceder unos pasos para esquivar el golpe.

Se precipitó contra el lodo, sollozante, cubriéndose aún más de vergüenza.

Una súbita sensación de debilidad le dominó.

— No... no comprendo. ¡¿C-cómo?!

El espectro se acercó a él y envainó la espada.

— Yo no te he hecho nada. Has sido tú mismo quien se ha hecho esto.

— ¡Mentira! —gritó desgarrándome la garganta—. Mira lo que me has hecho. Mi... mi ojo.

El aterrado rōnin no entendía por qué estaba actuando así, aquello era una deshonra, prefería morir a seguir haciendo aquel alarde de patetismo, pero... aquella sensación... no era la primera vez que sentía algo así. La última vez que sintió aquello fue la primera vez que mató a alguien; recordó el miedo que sintió al comprender que con aquel combate peligraba su vida, y el desagrado de cuando asesinó a sus enemigos. Estaba pasando por lo mismo que aquella vez, cuando era solo un crío, con la diferencia de que ya no había nadie a su lado que lo apoyase.

— Esa no fue la única que sentiste ese miedo —dijo Ryuma—, hubo otras, ¿no te acuerdas?

Sí..., era cierto. Había sentido el mismo miedo cuando la doncella Robin murió entre sus brazos y, también…, cuando se hizo la cicatriz en el pecho protegiendo a los niños del dojo, y cuando perdió el ojo peleando contra aquel samurái de excepcional fuerza y habilidad en Kyoto.

Se llevó la mano de nuevo al pecho. La cicatriz que allí se encontraba no era reciente, llevaba ahí muchos meses. ¿Cómo había podido olvidarse de ella o de que ahora era tuerto? Y, más importante…, ¿cómo sabía el Espíritu Samurái todo aquello?

Levantó la cabeza buscando respuestas en las cuencas vacías de Ryuma.

— Este no es el auténtico camino del espadachín. Como dice una de las siete virtudes del bushidō: «los samurái no tienen motivos para ser crueles. No necesitan demostrar su fuerza. Un samurái es cortés incluso con sus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales. Un samurái recibe respeto no solo por su fiereza en la batalla, sino también por su manera de tratar a los demás. La auténtica fuerza interior del samurái se vuelve evidente en tiempos de apuros».

— Pero yo no soy un samurái...

— Sí que lo eres, tu corazón es el de un auténtico samurái. Algún día, serás un grande entre los grandes... pero este no es el camino que debes seguir para ello. Este camino solo te guiará a una vida patética en la que no podrás demostrar lo que realmente vales.

— Pero... soy hijo de un rōnin. Mi única opción en esta vida es seguir siéndolo.

— Si demuestras tu valía ante algún señor de la guerra puedes recuperar el título que, si no hubiese sido por la estupidez de tu padre, ahora sería tuyo por derecho.

Bajó la cabeza, pensando en todas las nuevas posibilidades que tendría si lo que decía Ryuma era cierto.

— Veo el interior del corazón de aquellos con auténtico espíritu samurái, y sé que puedes hacer que tu sueño se haga realidad... así que ve, joven, márchate de este lugar infecto y cumple tu destino —dijo Ryuma mientras desaparecía entre la niebla, con dignidad.

— ¡Espera! ¡¿Qué eres?!

La única respuesta a su pregunta fue un silencio espectral. Ryuma había desaparecido de la misma forma en la que había llegado, sin dejar ningún rastro.

Con la dignidad por los suelos y con muchas cosas en las que pensar, decidió que aquel era el mejor momento para abandonar el ejercito. Tampoco es como si fueran a echarle de menos, de todas formas.

Tras recoger su katana, que en algún momento había quedado abandonada entre el lodo, partió en busca de una nueva meta.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).