Hechizante. Terriblemente hechizante y encantador.

Así es él, así es aquel que domina absolutamente cada uno de mis malditos sentidos. Y lo peor es que no puedo hacer nada, no cuando me mira fijamente con sus centellantes ojos verdes y me susurra con su arrulladora voz  las palabras que durante tanto tiempo deseé escuchar.

—“Te amo”—

Al oír esto, maldigo y añoro completamente nuestro encuentro. Desearía poder haber sido consciente de que iba a ser esclavo de todo tu ser, para así huir. Pero… ¿qué se supone que voy a hacer sin ti, alma mía? Blasfemo, blasfemo y blasfemo. ¡Maldita mi hermosa suerte! ¡Qué idiota más feliz que soy!

Ah, amor mío. Debe ser divertido, ¿no? Eso de andar jugando a manipular cual títere a este idiota enamorado. Pero no importa, no cuando estás conmigo y mucho peor cuando puedo tenerte rodeado por mis brazos.

Eres mío. Mío, mío y sólo mío. Para siempre.

Y aunque pienses que no es así, podría seguir esperando el tiempo que fuere necesario, aún si se traduce a la eternidad. Tan sólo para que comprendas que no sólo eres mi aire para respirar; sino, que eres mi todo, eres absolutamente lo que tanto necesitaba. No importa lo mucho que traté de negarlo, simplemente sigue ahí, ese deseo incontenible de hacerte mío y monopolizarte cuál maniático enamorado.   

Ven amor, abrázame.

Y desvanécete conmigo en este fantástico mundo al que llamo “oscuridad”