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In the queen's clothes por Yun000

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A medida que el sol sale y los pájaros cantan, luz cálida entra por la pequeña ventana en la habitación del joven mago. Su cama, ahora iluminada por los rayos del sol, deja ver montañas de ropaje encima de ésta. Merlín, sentado en el suelo, sigue durmiendo plácidamente, al menos hasta que alguien entra sin aviso a su habitación.

 

- ¡Merlín! -grita Gaius- Levántate, holgazán. Hay mucho que hacer el día de hoy.

El que antes dormía se levanta de un brinco del suelo, mira a Gaius y luego su cama. Sonríe como si hubiera sido descubierto haciendo una travesura y entonces se para frente a su mentor, intentando bloquearle la vista más allá de él.

- Sí, ya oí -responde sonriente.

- ¿Qué hacías? -Gaius, suspicaz como es, intenta mirar detrás del chico, cosa imposible a pesar de su delgadez, pues peste no se quita de frente a él.

- ¿Yo? Nada. Me preparaba para el día importantísimo que tendremos hoy -pone sus manos en los hombros del anciano y le da la vuelta-. ¿Vamos? -pregunta, empujándolo levemente por la espalda fuera de la habitación.

- Si me entero que andas haciendo cosas raras de nuevo, Merlín... -le advierte el hombre, sentándose a la mesa.

- Tranquilo Gaius, te preocupas demasiado -el joven se acerca una silla y se sienta frente a él-. ¿Qué comeremos?

Sin embargo, la enorme sonrisa que le muestra su discípulo sólo le hace desconfiar más.

 

 

 

 

La actividad en el castillo era más de la usual. Los sirvientes, así como los caballeros, se movían de un lado a otro, haciendo los preparativos para ese día especial. Era nada más y nada menos que el aniversario del matrimonio del Rey Arturo y la Reina Guinevere. En esta ocasión se preparó una celebración de tres días enteros: se comenzaría con un viaje a un lugar paradisíaco en las tierras de la Reina Mithian, el segundo día una celebración colosal en dicho reino y el tercero... sólo el Rey Arturo sabía lo que se haría el tercer día.

Sir Leon y Sir Percival supervisaban fuera de los establos la montura de los caballos cuando unos gritos histéricos les hicieron dar un brinco.

- ¡¡¡Merlín!!! -el Rey Arturo rugía desde sus aposentos.

Una mirada entre ambos caballeros y agradecieron no estar en los zapatos del pobre chico.

 

- ¿Qué sucede, Arturo? -Gwen entró a sus aposentos con mirada conciliadora- ¿A qué se deben los gritos?

El Rey asomó la cabeza, sumergido en un mar de ropa.

- Tú no eres el inútil de Merlín -no pudo evitar escupir con molestia-. Sabes, a veces llego a creer él es el único que no puede escucharme.

- No me digas... -la mujer se acercó a su marido, sonriéndole amablemente- ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?

- Sí -salió de entre la ropa sobre la cama-. No encuentro mi camisa roja, ya sabes, esa que me hace lucir muy bien.

Gwen alzó las cejas, aunque ya se estaba acostumbrando al narcisismo del rubio.

- ¿Ya buscaste bien?

- ¡Por supuesto que sí! Busqué por todas partes -se encaminó de nuevo a su closet haciendo berrinche para sacar el resto de ropa que quedaba dentro- Merlín dijo que la dejaría a la vista, lo debió haber olvidado, ese idiota... 

La joven pasó una mirada por la habitación para luego suspirar pesadamente.

- Nada más lo vea y-

- ¿Es esta? -preguntó, con dicha camisa en una mano, interrumpiendo los refunfuños del otro.

- Sí, ¿dónde estaba? -sorprendido se acercó a su mujer.

- En la cama...

- ¡¿La cama?! -tomó la camisa y la metió en la valija de su equipaje- Bueno, ese no es un buen lugar para dejar mi ropa...

- Como diga, mi señor...

Gwen se acercó a Arturo, tomó su rostro con ambas manos y justo cuando estaba por darle un casto beso en los labios...

- ¿¡¿Qué ocurre?!? -grita Merlín, entrando al lugar sin anunciarse primero.

- AArrghhh... ¡¡Merlín!! -se queja Arturo.

 

 

 

 

 

Caballos y carruajes estaban preparados, el equipaje donde debía, el pueblo listo para despedir a sus reyes, los caballeros esperando, junto a la reina, y Arturo... Arturo estaba en la sala del consejo, junto a Sir Leon, Gaius, Geoffrey y algunos otros miembros de éste. Al parecer uno de los guardias que patrullaban Camelot vio algo extraño, algo que parecía ser un pequeño grupo de asesinos comandados por el Rey Odín. Fuera verdad o no, no era algo que podían ni debían tomar a la ligera.

- Creo que son simples rumores. Debe continuar sus planes y viajar como había previsto -opinó Geoffrey.

- ¿Tu crees? -preguntó sin entusiasmo, recargando su mandíbula en su palma, sobre la mesa.

- El Rey Odín ha hecho una tregua con usted, mi señor -habló Leon-. Si de pronto ha decidido romperla debemos actuar enseguida.

- ¿Qué propones? -llevó sus ojos a la puerta, específicamente a los guardias que siempre la custodiaban, preguntándose de repente si aquellos hombres nunca se aburrían, así como se encontraba él en ese momento.

- Despistar el enemigo. Hagámosle saber que viajará a las tierras de Nemeth, si no es que lo sabe ya, y mientras aseguramos el camino usted estará aquí, en su reino -explicó el caballero.

- ¿Quedarme en Camelot? -preguntó desconcertado, volviendo a enfocar su atención en el caballero frente a él- ¿Y echar mis planes a perder?

- Será sólo un día, mi señor -se apresuró a hablar-. Tan sólo dennos un día para confirmar la veracidad de esos rumores.

- No está de más tomar precauciones -Gaius caminó hasta Arturo y le palmeó el hombro.

El rey se veía indeciso, pero después de un rato habló.

- De acuerdo -concedió, pues no le quedaba de otra-. Pero, mientras tanto, ¿qué hay de Guinevere?

 

 

 

 

 

- ¿Debo viajar sola? -la reina miró sorprendida a su hermano, quien le había dado la noticia- ¿Qué hay de Arturo?

- No te preocupes Gwen, es parte del plan -respondió Elyan.

- ¿Plan? ¿Qué plan?

- Es una sorpresa -intervino Gwaine-, el rey ha preparado algo para usted, seguro le gustará.

- ¿En serio? -la reina entró al carruaje aún sin comprender del todo.

- Así es, querida hermana. No te preocupes, Arturo te alcanzará allá, en Nemeth.

- Por el momento, debe hacer lo que nosotros le digamos -Gwaine le guiñó un ojo, coqueto-, ¿de acuerdo?

- Lo haré si dejas de hacer eso... -los hermanos rieron.

Elyan cerró la puerta del carruaje y emprendieron viaje.

 

 

 

 

 

Arturo caminaba de un lado a otro por su habitación, como un león enjaulado. Se suponía que debía estar celebrando su aniversario y se encontraba en Camelot, solo. La mayoría de los caballeros se habían marchado, ya sea acompañando a la reina y a todos los miembros de la corte en el viaje o patrullando el reino en busca del rey Odín. Los sirvientes se habían tomado los días libres, pues con el castillo vacío, no había a quien servir. Estaba solo... solo con su miseria...

- ¿Por qué me mira así? -preguntó Merlín. Hacía rato que al rey le había dado por mirarlo muy mal, como si él tuviera la culpa de todo.

Arturo, sentado a la mesa, con el joven sirviéndole, se dio cuenta de lo mucho que anhelaba la atención... cualquier atención... la completa atención de, pues, Merlín...

- Dime, Merlín, ¿piensas que soy cobarde?

El sirviente al escucharle dio un brinco.

- ¿Disculpe? -se dio la vuelta para mirarlo.

- Que si piensas que soy cobarde. Con esta nueva amenaza y yo estoy confinado en el reino... Guinevere viaja sola y yo estoy-

- ¿Asustado como una niña pequeña? -terminó su oración.

El rey le dirigió una mirada furiosa y Merlín bajó la vista para continuar sirviéndole la cena.

- No precisamente -gruñó-. Pero sí.

- No creo que sea cobarde, mi señor -respondió como si fuera lo más obvio-. Camelot necesita un líder y muerto no puede hacer mucho, ¿o sí?

- ¿Aunque haya dejado a Guinevere sola?

- La vida de la reina vale mucho, mi señor. Pero la vida de un rey vale mucho más. Creo que ha demostrado valentía y mucha madurez al decidir quedarse aquí, en lugar de-

El joven interrumpió sus propias palabras, negando levemente con la cabeza, al terminar de servir la comida se paró firme junto a su rey.

- ¿En lugar de qué, Merlín? -preguntó curioso.

- Olvídelo, mi señor. No era nada -respondió soltando risitas.

- No, dilo. Vamos, nunca has contenido tus palabras, aunque en algunas ocasiones deberías, no empieces ahora. Dilo -exigió saber-. ¿En lugar de qué?

Soltó un suspiro y respondió.

- En lugar de haber preferido retozar como un conejo -balbuceó-... Mi señor.

El rostro de Arturo se tiñó de rojo ante las tonterías que hablaba su sirviente.

- ¡Merlín!

- ¡Usted me hizo decirlo! -se excusó.

- ¡Pues ahora cállate! -desvió su vista del joven impertinente.

- Sí, señor.

El rey se llevó una cucharada de sopa a la boca, escuchando de fondo las risitas del joven. En algún momento la risa se le contagió y ambos se echaron a reír.

- Eres un idiota...

 

 

 

 

 

Ya había limpiado la loza de la cena y preparaba la cama del rey. Éste le miraba trabajar desde el escritorio, se le notaba aburrido.

- Listo, señor. Puede descansar ahora.

- No hay mucho de qué descansar... -respondió recargando su mentón en su mano.

- Anímese, mañana saldrá hacia Nemeth y podrá ver a Gwen.

- En eso tienes razón -se levantó de la silla y caminó hacia la cama, sacándose la ropa.

- Si es todo lo que necesita, señor...

- Antes de que te vayas, recoge la ropa detrás del vestidor -le indicó con un dedo.

- Por supuesto -el joven caminó hasta la pared de madera, encontrando un montón de ropa en el suelo, entre la que se encontraban algunos vestidos.

Merlín levantó uno y lo miró detenidamente. Era hermoso. Una tela de un color morado encantador, exquisitamente suave, y cara, supuso. En el frente llevaba bordados dorados, así como pedrería, las amplias mangas caían suavemente. Era encantador, por un momento deseó que fuera suyo.

Recogió el resto de la ropa y salió del vestidor, para encontrarse de frente con Arturo, quien le miraba irritado.

- ¿Qué haces? -preguntó confuso.

- ¿Eh? ¿Yo? Nada. Recogía esto -respondió nervioso, mostrando las ropas en sus brazos.

- No, lo hacías de nuevo -achicó los ojos.

- ¿Disculpe? -incómodo se alejó del rey hacia la salida, quien le seguía con brazos cruzados.

- Lo haces siempre al ver vestidos. Los miras fijamente y por un segundo... por un segundo pensaría que te los quieres poner...

Al escuchar lo dicho dejó caer todo al suelo, entonces se tropezó con esta y cayó también. Se levantó riendo, sobándose la cabeza.

- No sé de qué me habla -alcanzó a pronunciar, viendo al rey acercándosele mucho, demasiado.

Al tenerlo frente a él le vio sonreír.

- ¿Por qué estás nervioso? ¿He dado en el blanco?

- ¿Eh?

Arturo le pasó un brazo por los hombros y lo acercó a él.

- Lo haces con los vestidos de Guinevere, lo hacías también con los de Morgana. Dime, Merlín, ¿es que te gustaría ser una chica?

- ¡¿Eh?! ¡No! -se sacó a Arturo de encima, se disponía a levantar la ropa cuando Arturo continuó.

- Te he visto varias veces, no puedes negarlo. ¿Tienes ciertos... intereses hacia esas cosas?

- ¡Mi señor! -el rostro de Merlín había adquirido un tono rojizo y este le miraba avergonzado.

- ¿Te gusta cómo se ven en las damas? ó... ¿cómo se verían en ti?

No pudiendo lidiar con la situación trató de huir, mas Arturo lo tomó del brazo, impidiéndoselo.

- Espera, espera. ¿Es eso?

- ¡No! -el joven sirviente estaba más rojo que un tomate, ya ni siquiera podía mantenerle la mirada. Por alguna razón Arturo lo encontró adorable... aunque sólo un poquito, se aseguró orgulloso.

- Oh, ¡apuesto a que tienes unos cuántos vestidos guardados en tu habitación, ¿no es así?!

- Mi señor, con todo respeto, está diciendo disparates.

- En ese caso -le miró divertido-, no te molestará que revise, ¿verdad?

Merlín levantó la mirada y le miró alarmado. La sonrisa de Arturo se ensanchó.

- ¡Por Dios, Merlín! -exclamó- Esto tengo que verlo -soltó su brazo y salió ansioso por la puerta.

El joven mago se quedó parado, mirando en el suelo el vestido morado que había traído su perdición. Entonces cayó en cuenta de las intenciones de su amo, corrió tras él.

 - ¡¡Espere!!

 

 

 

 

Entró con prisas a las habitaciones del médico Gaius, seguido de su inútil e interesante sirviente. Dio una ojeada por el lugar, el cual se encontraba en penumbras, luego se giró al chico asustadizo detrás de él.

- Enciende las velas -ordenó.

- No. Sabe, Gaius se molestará muchísimo cuando se entere que andaba jugueteando en su área de trabajo -le hizo saber, viendo al despreocupado rey encogerse de hombros.

- Te equivocas, no jugueteo en su área de trabajo. En todo caso juguetearé en tu habitación, contigo.

Merlín abrió mucho los ojos dando inconscientemente unos pasos hacia atrás. Arturo carraspeó.

- Eso sonó mal...

Siguió su camino, hasta subir las pocas escaleras y llegar a la habitación del chico. Cuando estaba apunto de abrir la puerta Merlín se le echó encima, haciéndolo caer al suelo, dentro de la habitación.

Mientras Arturo se quejaba Merlín se apresuró a usar un poco de magia, literalmente a espaldas del rey, para esconder los vestidos que seguían en la cama en un lugar donde nunca pudiera encontrarlos. Sus ojos brillaron dorados.

- ¿Qué rayos! ¡Merlín! -gritó el rubio.

- ¿Sí?

- ¡Levántate de encima!

- Por supuesto, señor -obedeciendo se levantó y dándole la mano ayudó al rey a levantarse. Le miró con una sonrisa inocente en su rostro y sus manos enlazadas en su espalda.

- Eres tan raro... -se sacudió y miró alrededor. Una habitación simple, limpia, lo cual era una sorpresa. Caminó observando el lugar, siendo vigilado de cerca por el mago.

- Como puede ver, no hay nada fuera de lo normal aquí, mi señor.

- ¿Aparte de ti? -bromeó. Se agachó y miró bajo la cama, luego caminó hasta unos cajones y los abrió, uno por uno. Caminó cerca de la puerta para abrir unas puertas. Nada; no encontró un sólo vestido- Parece que decías la verdad...

- Pues claro. Ahora, si me permite, señor, le escoltaré fuera de aquí -con una sonrisa de listillo se dio la vuelta para salir de su habitación cuando la voz de Arturo le detuvo.

- ¿Qué es eso que está en el techo?

Se giró al instante y miró también, eran sus vestidos. Adheridos de alguna forma a la madera. Le dio la vuelta, nervioso, y sonrió.

- ¿De qué habla?

- Hay vestidos pegados en éste -respondió como si fuera obvio, mirando curioso el techo.

- ¿En serio? -dio una ojeada rápida- No, no hay nada.

- Aparte de tonto eres ciego.

- Bueno, ya, sí. Colecciono vestidos, ¿contento? -confesó rendido. Volvió a su habitación para sentarse en la cama, avergonzado.

- ¿Ves? No era tan difícil admitirlo, ¿o sí? -satisfecho, y por alguna extraña razón contento, se sentó junto a él.

- Es vergonzoso... -murmuró mirando al suelo.

- Pues... sí, lo es. Y raro también -soltó una carcajada.

Merlín suspiró cansado.

- Vamos, todos tenemos nuestras rarezas... -intentó animarle.

- Usted no colecciona vestidos... ¿o sí? -le miró esperanzado.

- Oh, por Dios, no.

Volvió su vista al suelo, derrotado.

- Hey, mírame -sujetó el rostro de su sirviente con ambas manos, justo como lo había hecho Gwen hacía un día y lo obligó a mirarle-. No encuentro malo que alguien sea tan... dedicado a sus intereses.

- ¿En serio? -preguntó sin creérselo.

- De verdad -Arturo le dedicó una sonrisa sincera, mirándole a los ojos, aquellos hermosos ojos verdes que siempre le habían intrigado, pues eran misteriosos al igual que impresionantes. Entonces notó las mejillas ruborizadas del chico y se preguntó cuándo se había puesto tan lindo-. No tienes por qué esconder quien eres ante mí, te acepto tal y como eres, no hay más.

Entonces Merlín se separó de él, levantándose y dándole la espalda, dejándole una mala sensación.

- No creo que realmente quiera decir eso -su voz se había tornado algo triste, apagada, melancólica quizá.

- ¿De qué hablas? Claro que sí.

- No, no es cierto. ¿Y si escondiera algo que fuera imperdonable?

Arturo se levantó y le encaró.

- ¿A qué te refieres? -preguntó intrigado.

- Es sólo una pregunta, una suposición...

- Ya veo... En ese caso-

Un vestido cayendo justo en su cabeza cortó el momento. El rubio se lo sacó de encima y lo miró con detenimiento. Era un lindo vestido, sin duda; seguramente a la reina le gustaría. Merlín se lo arrebató y lo escondió tras su espalda.

- No lo escondas, es inútil, ya lo vi.

- ¡Es vergonzoso!

- Es hermoso, y... creo que se vería bien en ti.

Merlín lo miró estupefacto, sin poder evitar sonrojarse.

- No lo creo...

- Claro que sí -su mente trabajó rápidamente, ocurriéndosele una idea de lo más tentadora.

- Oh... 

Sin darse cuenta Arturo se le había acercado, lo tenía frente a él y sentía sus manos acercarse a su cintura. Le sujetó suavemente, sin perder el contacto visual, luego le tomó de las manos, acariciándoselas con delicadeza.

- ¿Sería mucho pedir... que usaras uno para mí?

- ¡¿Eh?! -nunca había sentido el rostro arderle tanto como en esa ocasión.

- Viste uno para mí -exigió esta vez, tomando el vestido con sus manos.

- ¿Es... una orden?

- Lo es -sonrió.

- Sí, mi señor...

 

 

 

 

 

El joven mago volvió a los aposentos del rey vistiendo el vestido verde que le había dado. Arturo lo esperaba sentado en la cama, al escucharle entrar levantó la vista y su corazón se aceleró al instante.

Merlín era alto y delgado, con ese vestido entallado su figura se veía estilizada y elegante. Como supuso, los ojos del chico resaltaban maravillosamente, su piel se veía más blanca de lo normal y ese hermoso sonrojo acompañado de la reciente timidez que mostraba le hizo ponerse de pie al instante.

- Te ves... -comenzó a hablar, sin saber muy bien qué decir.

- ¿Ridículo?

- Hermoso -finalizó.

Se acercó a su joven sirviente para tomarle de la mano. Al principio notó cierta resistencia del chico pues intentó soltarse, pero al sujetarlo más fuerte gradualmente se rindió. Alzó su brazo y le hizo darle una vuelta, admirándolo por completo.

- Sabes, este vestido es un presente de aniversario para Guinevere. Pensaba dárselo en el tercer día de la celebración...

- ¿Qué? Me hizo vestir el ropaje de la reina, de su esposa... ¡de Gwen! -se soltó del agarre y caminó desesperado por la habitación, sin comprender muy bien cómo se había metido en esa situación.

- De haber sabido que luciría mejor en ti...

- Oiga, oiga, no, no, no. Esto está mal. Es incorrecto -se sentía incómodo pues Arturo no le quitaba la vista de encima-. Será mejor que me lo quite...

- ¡Espera! -lo detuvo el rey- Déjame... déjame hacerlo yo.

Sin saber porqué se dejó hacer, incapaz de detener al hombre que le estaba desnudando con tanta delicadeza, o por lo menos alejarse de él. Le fue soltando poco a poco los lazos del corsé, descubriendo desde sus hombros hasta su espalda baja, sintiendo el helado de la noche acariciar sobre su piel desnuda. Esas manos fuertes le resbalaron la tela desde los brazos hacia abajo, dejando sus hombros descubiertos. Un hormigueo por su cuerpo entero lo hizo estremecer, el aliento de Arturo chocaba contra su piel y cuando menos lo esperó el rey le depositó un beso en su nuca.

Merlín se giró al instante, mirando interrogante al rubio, se sorprendió el verlo de esa forma. Su pálido rostro sonrojado, sus ojos brillantes en fascinación, su respiración acelerada, ¿era su imaginación o Arturo estaba... excitado?

- Arturo...

- Shh... -le calló poniéndole un dedo en la boca- Sólo disfrutémoslo.

Terminó de bajar el vestido hasta que cayó al suelo, completamente olvidado, dejando a su bello sirviente tan sólo en interiores. Lo tomó de los hombros y por primera vez, en lo que quiso pensar serían muchas veces, lo besó. Como lo había imaginado en sueños, como siempre imaginó que se sentiría, los labios de Merlín eran suaves y dulces, mucho mejor que cualquier tarta que haya comido alguna vez. Su piel era más suave que cualquier seda o hilo egipcio, quería tocarla siempre. Por alguna razón pensó en su conversación anterior, decidió que Merlín le gustaba así como él era, sin importar qué cosa le estuviera ocultando; lo aceptaba, lo quería así.

 

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente preparó los caballos, con mucha dificultad pues apenas si podía aguantar las punzadas de dolor en su trasero y espalda baja. Después de desayunar y ayudar a su rey a vestirse, emprendieron camino hacia Nemeth, para encontrarse con la corte y la reina. No cruzaron palabra en todo ese tiempo, más no por enojo o alguna inconformidad; cabe decir que no fue un silencio incómodo. Arturo y Merlín compartían un mismo destino, se complementaban y podían transmitir todo lo que sentían y pensaban el uno del el otro sin necesidad de palabras.

Al llegar al reino de la reina Mithian fueron recibidos con mucha alegría. Gwen corrió hasta Arturo y le demostró a besos cuánto le echó de menos. Arturo le correspondió.

No había lugar para celos en tales momentos, pues el joven mago sabía que, aunque la reina y esposa de Arturo era quien estaba a su lado en ese momento, era él quien estaba en su corazón y ninguna corona ni anillo de matrimonio podían hacer algo al respecto.

Siendo completamente sincero y aunque a veces se lamentaba, le gustaba más ser él mismo que ponerse en los ropajes de la reina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al tercer día...

El rey Arturo y la reina Guinevere salieron a pasear a caballo, él preparó un picnic para ella, tal como lo hizo en su primera cita, en un lugar con una vista preciosa. Entre la comida le entregó un presente. La reina quedó fascinada con el bello vestido verde que Arturo le había regalado.

"Oh, tiene una mancha", se lamentó la reina, viendo su regalo con pesar.

Arturo se lo arrebató y lo miró con sus propios ojos, "¡Imposible!", pensó. Una pequeña, traviesa e incriminadora mancha blanca que le recordó al ojiverde; Arturo carraspeó sonrojado.

"Debiste haberlo manchado de patatas...", fue todo lo que comentó, devolviéndoselo bruscamente. 

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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