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El silencio blanco le clavaba en el pecho el más profundo de los dolores vivido hacía una semana atrás; cuando estás completamente seguro que toda la vida es un completo copie de los días uno por uno, mirando a tus niños crecer mientras riegas esas hermosas flores que te ha regalado el soporte de tu existencia.

Seiichi Yukimura tenía veintiocho años, seis hijos, entre ellos un nene de diez años, cuyos problemas relacionales se consideran graves, pero que su amor y cariño incondicional lo harían salir de cualquier traba que el destino quisiera ponerle; una pareja de gemelos, bastantes traviesos para su edad, tenían siete años y estaban en una etapa complicada, tal así que Seiichi debía renunciar a su trabajo para concentrarse en sus hijos, quienes ya al saber caminar por si solos y hablar, no eran tan controlables como hacía unos años atrás; el siguiente niño, Yuki, tenía seis años, recientemente ingresado a la primaria con los miedos de un niño de esa edad, quien se rehusaba a ir al colegio, le molestaba los horarios y se enfermaba a menudo; el más pequeño, Geniichi, no pasaba de los cinco años, era otro más en una edad complicada donde crecen tan rápido pero aún es demasiado pequeño como para no tener su vista en él. Y por último, su bebé recién nacido, bah, tenía más o menos cinco meses pero aun lo trataba como un recién nacido, su vida y su integridad física dependía de ellos.

Ese día, que su vida y sus fuerzas se acabaron momentáneamente, había desayunado pan tostado y unas frutas, le había servido café a su marido: Genichirou Sanada, con quien llevaba diez años casado, quince de relación y veinticuatro de conocerse. Sus niños aún estaban durmiendo, dado que entraban a las ocho y media al colegio y a las nueve el más pequeño al jardín.
Seiichi le había consultado a Genichirou la idea de comenzar un nuevo proyecto de trabajo, tenía muchísimas ganas de tomar unas horas como profesor de arte en una escuela zonal, por lo que le mantendría ocupado una parte de la mañana donde podía dejar a su hijo al cuidado de su madre. Sanada, impresionado y maravillado con la idea, apoyó a su único amor a realizar esas actividad que se le había ocurrido, y lo mantendrían alejado durante unas horitas, de todos los problemas que tenían sus hijos y que lo deprimían constantemente.

Ese día, despidió a su esposo con un beso, colocándose la gorra de policía en la cabeza salió caminando hacia la jefatura que quedaba a unas tres cuadras. Ese día levantó a sus niños, vistiendo a los más pequeños y haciéndoles el desayuno como todos los días. Kazuya comía sus frutas, los gemelos competían a ver quién comía más cereales, Yuki se quedaba dormido por las medicina, Genichi le comentaba acerca de una novela nueva, y Kenji que se embarraba con la papilla. Estaba seguro que no cambiaría su familia por nada del mundo.

Y sonó entonces el teléfono:

 

“Yukimura Seiichi-san, llamamos de la comisaría 52 de Kanagawa, donde trabaja su marido Sanada Genichirou………….lamentamos informarle……..que……Sanada-san ha sufrido graves heridas en un tiroteo”.

 

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Sus lágrimas no se contenían al verlo allí, toda su vida se derrumbó al piso y cayendo de rodillas junto a la camilla, donde Sanada estaba completamente conectado a máquinas para poder vivir, respirar, para poder sobrevivir al intenso dolor. Aunque pasaran los días, Seiichi sentía el dolor de su marido en el cuerpo a tal punto que su mirada comenzó a vaciarse. No importa cuántas horas pasaran, él seguía firme, tomándole la mano con fuerza y besándosela.  Yagyu, que trabajaba en el hospital, llamó a su marido, quien en ese momento llevaba a sus hijos al club; la expresión del castaño debió ser desgarradora para que Masaharu tomara a los cuatro pequeños que tenía y saliera corriendo hacia el hospital. Todo el Rikkai se había enterado del problema de Genichirou, tal así que constantemente iban a visitarle, y cada vez que lo hacían, como una estatua junto a él se encontraba Seiichi.

Marui llegó a eso de las 14:52, junto con Masaharu y los cuatro niños pequeños que tenía con el doctor Hiroshi. Ambos se encontraron en la entrada y se saludaron cortésmente.

 

–Pensé que estabas en el colegio, acabo de llevar a Shio y Sato al entrenamiento –dijo Marui mientras sostenía con nerviosismo un taper con alimentos.

–Hiroshi me llamó, dijo que tenemos que hacer algo con Yukimura –fijo su mirada directamente hacia los extensos pasillos donde caminando, un médico concentraba su vista también a él–. Ahí está.

–Hiroshi –habló Bunta y señaló el taper que llevaba consigo–. Traje algo para Seiichi.

–Qué bueno que están aquí……–Hiroshi se agacha hacia sus hijos más grande, un par de mellizos hermosos de siete años. Masato era idéntico a Niou, mientras que Hiroki era igual a él mismo–. Masa-chan, Hiro-chan, vayan con sus hermanos a la cafetería donde esta Yumi-sensei, la recuerdan ¿ne? –ambos pequeños afirman–. Díganle que les sirva algo de leche y galletas, que yo lo pago cuando salga.

–Si papi –dijeron ambos al unísono, Masato tomó de la mano a Hirohito, y Hiroki a Masashi, ambos llevaron a sus hermanitos a la cafetería.

–Me asustas Hiro, ¿qué pasó? –preguntó Masaharu agobiado, Hiroshi cruza los brazos.

–Yukimura no ha ido a descansar ni un día desde que Genichirou está internado, quiero aunque sea que alguno de ustedes se quede aquí un par de horas para que él pueda ir a su casa, bañarse, ver a sus niños y descansar un poco –explicó el doctor mientras observaba aquella planilla con los datos de su exfukubuchou.

–¿Aun sigue grave? –Marui preguntó con tristeza, Hiroshi suspiró.

–No tanto como cuando entró, pero aun no abre los ojos y eso me preocupa…..

–¿Y dónde están los niños? –esta vez quien cuestionó fue Niou.

–Con sus abuelos. No saben lo que fue cuando entró, no quería decirlo porque no quería hablar de ésto con Seiichi en frente, pero los seis quieren estar con su mamá y su papá, pero no podemos tenerlos aquí, ésto es un hospital, no una guardería –Yagyu parecía molesto pero a la vez compresivo–. Kenji es bebé aun, necesita a su mamá con él.

–Y Kazuya.

–Kazuya tiene graves, gravísimos problemas de relación, ¿sabes de que me enteré? Que su abuela no puede controlarlo, se golpea con todo y llega aquí todo golpeado, se descontrola en el colegio, llora, grita, vomita, y el nene no tiene nada fisiológico, es todo de la mente –Yagyu se señala la cabeza y luego niega.

–No te preocupes, yo me quedaré hoy aquí con Sanada –dijo Masaharu–. ¿Puedes llevarte a mis nenes a casa, Marui?

–Claro, claro, no hay problema –afirmó–. ¿Podemos entrar a verlo?

–Pasen.

 

Seiichi se encontraba allí, como era de suponerse. Aferrando sus manos a la de Sanada, mirándolo, como si fuera a despertar en cualquier momento; estaba delgado, pálido, con la ropa arrugada y algo sucia, con su mirada gris, triste, su cabello revuelto y unas ojeras enormes. Niou tomó a Marui del hombro, dado que al ver esta imagen quiso inmediatamente discutir, pero no lo dejaron. El peliblanco negó con la cabeza y se acercó lentamente depositando una mano en el hombro de Yukimura.

 

–Yukimura –susurró el muchacho, Seiichi levantó la mirada.

–Hola.

–Seiichi, puedes ir a tu casa, nosotros nos quedaremos a cuidar a Genichirou. Aséate, come algo, duerme un poco y vuelve más recuperado.

–No puedo………–susurró–. Cuando me casé, prometí estar a su lado en la riqueza y en la pobreza, en la salud y enfermedad hasta que la muerte me lo arrebate.

–Es un tanto egoísta ¿no crees? –esta vez Seiichi giró completamente su cabeza hacia Niou, quien lo miró severo–. Es egoísta hacia tus hijos que te aman.

–¡Tienes un bebé, Seiichi! –Marui elevó la voz, pero fue inmediatamente silenciado por Niou nuevamente–. Perdón, pero, ¡es verdad! Tu bebé tiene cinco o seis meses Seiichi, a esa edad un bebé tiene que estar con su madre.

–………lo……….lo sé.

–Sino haces algo por ti, el enchufado serás tú –un poco cruel, Masaharu comentó–. Seiichi, llevas aquí una semana, ¡una semana sin ver a tus hijos! ¡Una semana sin comer, sin dormir, sin bañarte!

–¿Una………semana? –Seiichi no parecía conectado con la realidad, según su perspectiva, apenas había pasado unas horas desde que ingresó.

–Seiichi, por tu bien, ve por favor a tu casa, te hará bien, te cargará de energía estar con tus hermosos bebés………

–No quiero dejar a Genichirou solo –sollozó suavemente y se agachó para besar la mano–. ¡Ustedes no entienden! Jamás entenderán porque tienen a sus soportes a su lado. Tú, Niou, cuando estuviste enfermo en esa oportunidad, Yagyu estaba a tu lado, siempre a tu lado para darte apoyo, contención. Marui, en tus dos embarazos Jackal estaba ahí para cuidarte, a pesar que tu primer bebé no es hijo de él. Mis hijos son mi vida, pero Genichirou es más que eso, es mi apoyo, mi soporte, es mi alma, mi conciencia, mi hombre, mi corazón………–sollozó ahogadamente.

–Se….Seiichi –susurró el pelirrojo.

–No entienden el dolor en el alma que estoy sintiendo. Ya no puedo más que llorar…….ya…..me es ………imposible respirar –el llanto era cada vez más profundo.

–Seiichi, tienes seis maravillosos hijos, ¿vas a dejarlos por morir aquí…….?–los ojos violáceos de Seiichi brillaron, se abrieron de par en par y comenzó a respirar agitado–. Seiichi, tienes un hijo mayor que te necesita, dos gemelos locos por ti……un niño de salud delicada, y otro que necesita verte feliz, además de un bebé precioso y rechoncho que quiere verte, por amor de dios Seiichi, vuelve a tu casa.

 

Esas fuertes palabras de Niou le hicieron levantar. Marui le ayudó a incorporarse y lo encaminó a la salida, no pudo apartar ni dos segundos su mirada de su esposo. ¿Y si moría? ¿Y Si abría los ojos? Él quería estar ahí, ¡ese maldito trabajo! Odiaba que Sanada fuera policía, odiaba que lo fuere porque cada día sentía que le arrebataban la vida de su marido, esa estúpida devoción por la autoridad y el deber.
Decidió abandonar la clínica por unas horas, solo eso, iría a ver a sus hijos a la casa de su madre.

 

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Sino lo veía no lo creía, Seiichi se estaba dando cuenta que él también era una pieza fundamental en la vida de sus hijos y podía indagar en esos mismos momentos cuando entró a su casa y observó como Kazuya se encontraba sentado a un costado, justo en la esquina de la habitación, abrazando sus piernas y llorando, diciendo en voz bajita: “no te lleves a papi, no te lleves a papi”, temblando de miedo. Los gemelos gritaban y se peleaban, tirándose de los cabellos y desafiándose uno con otro, parecían estar tremendamente agobiados por la falta de su padre y su madre. Yuki traía consigo un inhalador del cual no se separaba, Geniichi llevaba una hora mirando al vacío sin decir absolutamente una palabra, y Kenji no quería comer y se podía notar delgado como el resto de sus hijos.
Lloró entonces, estaba descuidando a su familia, estaba sacándole el brillo de los ojos a sus hijos, apartándose para cuidar a su marido y a la vez, sin poder llevarlos a los seis consigo a pasar tiempo con su padre aunque sea tocarle la mano y sentirlo calentito. Pidió a su madre un momento y se fue a bañar, comió un poco y les pidió a sus niños que vayan a dormir con él a la inmensa cama matrimonial que tenía en su ex habitación. Los gemelos, su niño de seis meses, Kazuya, Yuki y Geniichi, todos entraban en esa enorme camucha. Los abrazó, les besó y los acurrucó a su lado sintiendo esa energía. Poco a poco la palidez de sus rostros desaparecía para notar el sonrojo de la sanidad, Kazuya dejó de temblar, su bebé Kenji comenzó a comer, Yuki ya no tenía ataques de asma, Geniichi había hablado otra vez, y los gemelos ya no se pelearon más.

 

–¿Podemos ver a papá? –murmuró Ken una vez que abrió sus ojitos y vio a su mamá observándolo.

–Claro amor……

 

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Rodeado por sus seis hijos, Sanada abrió sus ojos. Con Kenji apoyado suavemente en su pecho, intentando gatearle encima; con los gemelos que más que querer tocar todos los botones de los aparatos eléctricos del cuarto se concentraban en mirar a su padre a la cara para sonreírle apenas abriera esas obres miel; Kazuya tomando suavemente la mano y acariciándola con devoción. Yuki y Geniichi llenándole de besos la frente esperando que nuevamente vuelva a hablar con esa voz ronca y esa sonrisa socarrona.

 

Soporte, Genichirou era el soporte de la madre, de Yukimura, quien a su vez lo era de sus seis hijos. Seiichi se dio cuenta que sin Sanada su vida estaría completamente vacía; que ese hombre que ahora intentaba jugar con sus hijos, luego de varios días internado, era parte de su corazón, de su alma, de su si-mismo. Muchas veces lo había desvalorizado, tal vez por miedo a amarlo tanto que era capaz de morir con él, pero se daba cuenta a medida que pasaban sus años, que era ese su destino.
Conoció a Genichirou un 4 de abril hace ya más de veinticuatro años, cuando apenas era un infante. Pasó gran parte de su existencia compitiendo con él, luego anhelando tener su apasionado corazón, más adelante amarlo infinitamente para terminar cerrándole los ojos y a su vez, sabiendo que él también los cerraría al poco tiempo, porque era destino de ambos morir juntos.

 

Porque, Sanada era su soporte…..y cuando el soporte deja de estar allí, el edificio, ósea él, se derrumba completamente.

 

 

Fin.

 

 

 

Notas finales:

 

Es una historia de amor prácticamente, me gustó hacer algo diferente. Bueno, los personajes de Geniichi, Seichirou y Kenji le pertenecen a Maxi-anime, al igual que Hiroshi y Hirohito, el resto es mio, y los de PoT son de Konomi. Gracias por leer.


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