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Gira gira gira... por Nazuki

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Notas del capitulo:

Odio titular. Y resumir. Gracias. (Acabo de sentirme muy Dot en La esquina poética de Dot xD) 

Espero que lo disfruten!!

PD: El término “el idiota” es usado exclusivamente por Shota, no comparto esa opinión así que espero nadie se sienta ofendido conmigo.

Ah! Y algo así es un lavarropas industrial

  Gira gira gira…

  Tener el negocio propio es el sueño de muchos, de ellos no era precisamente un sueño, pero era la forma cómoda de mantenerse independientes y manejarse por sí mismos. Con el dinero de una herencia que Adam había cobrado, se plantearon y replantearon varias veces cuál sería el negocio que pondrían. Un comercio, un restaurante, un local de comidas rápidas, un bar… Muchas eran las opciones, pero las de poner un lavadero nunca estuvo entre ellas, sin embargo la oportunidad les cayó del cielo en el momento justo en el que nada los convencía del todo. Era una señora mayor, ya cansada de su negocio, con un hijo enfermo, y sólo buscaba la tranquilidad propia de la vejez.

  No sólo era el lavadero, estaba la pequeña casita a un lado, ideal para ellos dos y Miura, el gato. Una puerta doble, vidriada, era la entrada al lavadero. Ahí se topaban con el mostrador y detrás de ellos los estantes y percheros para ir colocando la ropa ya pronta para entregar. Por una puerta lateral a la izquierda se tenía acceso al lavadero propiamente dicho, seis lavarropas con capacidad para diez y doce kilos, uno industrial, muy viejo, de ochenta kilos y dos secarropas de capacidad normal, así como una mesa grande de planchado al fondo.

  Adam se detuvo curioso frente al lavarropas industrial. Era como un lavarropas común y corriente, pero de casi dos metros de alto y una entrada circular por la que fácilmente cabría una persona y más. Les sorprendió encontrarse con eso en un lavadero que de masivo no parecía tener mucho. La vieja les explicó que ya ni lo usaba en realidad, que muchos años atrás trabajaron con las sábanas y mantas de un hospital cercano, pero ya no y pocas eran las cosas que la gente podría querer lavar que ameritaran el encendido de ese viejo armatoste.

  La puerta lateral de la derecha de la recepción llevaba a la casita, cocina, living comedor y una habitación. Nada con lo que vanagloriarse, pero arreglado quedaría muy bien. El lavadero ya tenía clientela fija, era un buen negocio que no iniciarían de cero, lo cual lo hacía mucho mejor. Y el precio una bagatela.

  —Prácticamente lo está regalando… —comentó Adam.

  —¿Por qué tan barato? —preguntó Shota igual de desconfiado—. ¿Las máquinas funcionan todas bien? ¿Incluso el monstruo ese?

  —Todo funciona perfecto, pueden comprobarlo ustedes mismos —contestó con amabilidad—. Ya soy bastante mayor, muchachos, quiero vender pronto y disfrutar lo poco que me queda. No quiero pasar al otro lado girando, acá todo da vueltas todo el día. Gira gira gira…

  La frase les resultó tan chistosa como descabellada, típico de una persona mayor. En verdad era un buen negocio, tan bueno que no podía dejar de desconfiar, algo raro había, pero Adam se entusiasmó muy rápido con la idea y decidió invertir en ello.

  Era el dinero de él, y, en última instancia, si no funcionaba el negocio vendían las máquinas y ponían un restaurante, así que trató de verle el lado positivo. De todos modos, con el carisma de Adam, y su capacidad nata para los negocios, no habría forma que les fuera mal.

  Esa misma noche, luego del papeleo y hacerse oficialmente acreedores de la propiedad y la maquinaria, lo festejaron con champagne en el lavadero mismo y lo estrenaron haciéndose el amor; a la mañana siguiente estaban estudiando a fondo su emprendimiento, leyendo artículos sobre telas y su cuidado mientras se mudaban y acondicionaban su nuevo hogar; dos semanas después reabrían la lavandería y ya recibían a algunos de los antiguos clientes del local; tres meses después, cuando las cosas no podían estar marchando mejor con el negocio, Adam sufría un derrame cerebral.

  Él había salido a entregar unos paquetes de ropa, aunque tenían trabajo más que suficiente, brindar el máximo de atenciones posibles sumaba clientela así que ofrecían ese servicio también; cuando regresó escuchó el ruido del viejo lavarropas industrial y fue a preguntarle para qué lo había encendido, ya sabían que funcionaba perfectamente, pero nunca tenían pedidos que ameritaran el ponerlo en marcha, hasta las sábanas era más económico lavarlas en las otras máquinas, salvo que viniesen en enormes cantidades, cosa que no ocurría, y menos si tenían en cuenta que la mayoría era de colores y debían tener ciertos cuidados individuales.

  Lo encontró inconsciente frente al viejo armatoste. Intentó hacerlo reaccionar, pero no hubo forma, y, desesperado, salió con él rumbo al hospital más cercano. Adam no sólo había heredado dinero de su familia, también había heredado un aneurisma que nunca se había manifestado hasta el momento —como su familia antes de esa herencia—, y se había revelado del peor modo posible: un ataque cerebrovascular hemorrágico, uno que había afectado el hemisferio izquierdo del cerebro.

  Le dieron tantas explicaciones médicas que se perdió en más de la mitad, no tenía cabeza para nada y los siguientes meses se convirtieron en una nebulosa de dar vueltas en el hospital.

  Gira gira gira…

  Fue largo el tiempo en el hospital, y para cuando regresó a casa con Adam, no era a Adam a quien traía exactamente, era a un idiota. Adam se había vuelto un hombre de mirada perdida, sin campo visual derecho, incapaz de razonar, de decir algo comprensible, comprender lo que le dijeran, leer o escribir, hemiparesia del lado derecho de su cuerpo y parálisis facial derecha. En resumen: un idiota al que él debía cuidar como si fuese… un idiota. Los médicos le aconsejaron dejarlo en una clínica de rehabilitación dada la gravedad de la lesión en el cerebro, y de seguro hubiese sido lo más inteligente, pero maldito fuera el amor que le había sentido a Adam alguna vez, maldito y mil veces más maldito por no poder abandonarlo y tener “esperanzas” que algo de aquel Adam podría recuperarse si estaba junto a él.

  Lo peor de todo igual no era el idiota con el que había regresado a casa, lo peor era el demonio que con él había venido al que, con cariño, le llamó el fantasma del lavarropas.

  Gira, gira, gira…

  El lavarropas industrial no era fácil de prender, pero por algún extraño motivo que no comprendía, el idiota podía encenderla y se sentaba enfrente, piernas cruzadas, media sonrisa izquierda en los labios, y miraba el tambor girar. Al principio creyó que algo de raciocinio quedaba en él y se emocionó por ello, creyó que podría ir dándole tareas sencillas del lavadero para que Adam regresara. Era el primer avance que parecía tener en todo el tiempo que llevaban de lo mismo, porque haberlo visto girando en la habitación del hospital hasta marearse y vomitar no había sido precisamente lo que podía llamar un avance.

  Decidió reabrir el lavadero, además el poco dinero que había quedado de la herencia se había esfumado entre tanto gasto médico, reabrir era absolutamente necesario. No tuvo problemas de clientela, aunque enfrentarse a la mirada lastimosa de quienes veían al idiota no le hacía bien. Todos recordaban al muchacho enérgico, amable y sonriente que había sido Adam.

  —Ay, Shota querido… —había lamentado una de las señoras del barrio—. Es tan triste. Pero no debes perder la esperanza y la tranquilidad.

  La tranquilidad fue lo primero que empezó a perder. El dichoso “avance” que había creído que lograría poniéndolo a realizar tareas en el lavadero había sido un fiasco. Lo único que el idiota sabía hacer era encender el lavarropas industrial y sentarse frente a él como si estuviese frente a la televisión mirando su programa favorito. Lo veía y recordaba a ese Adam que se reía frente a la caja boba, por ello lo dejaba. El gato empezó a hacerle compañía y se sentaba al lado de él a mirar el tambor girar, y ahí se quedaban los dos mientras él lavaba ropa, secaba, planchaba, atendía a la clientela, cocinaba para ambos y procuraba los quehaceres de la casa.

  Pero claro, conforme llegó la primera factura de luz luego de casi un mes de encender todos los días el lavarropas industrial, se le fue la ternura de ver al idiota frente a él.

  —No, Adam —lo detuvo cuando quiso ir a su típico lugar en el lavadero—, ve a mirar la televisión o escuchar la radio.

  —Ra ra ra ra ra ra. Ra ra ra ra.

  El idiota hablaba su lenguaje propio. Afasia global le llamaban, era capaz de entonar como si estuviese diciendo algo con sentido, pero nada tenía sentido y sólo repetía la misma sílaba. Decían que con el tratamiento fonoaudiológico podría mejorar, que cuando el hemisferio izquierdo no funcionaba, el derecho se encargaba con el tiempo de ir supliendo las pérdidas, pero hasta el momento todo era “ra”.

  —He dicho que no —sentenció cuando intentó avanzar de todos modos—. Si quieres quédate mirando estos que ya están encendidos, pero aquel no.

  —¡Ra! —exclamó luego de mirar por un momento los lavarropas comunes, y quiso seguir camino—. Ra ra ra ra ra.

  —No, Adam, no. —Lo agarró con fuerza de los brazos—. Luz, ¿sí? Electricidad, cuenta… ¿Puedes entender esas palabras?

  —¡Ra ra ra ra ra ra ra ra ra ra!

  —¡Maldición, no!

  El idiota le dio un puñetazo cuando empezaron a forcejear. Gritó otros “ra” y se fue a encender el lavarropas industrial. Lo había dejado en shock, pasmado e incrédulo, tocándose el adolorido pómulo. Lo miró furioso, sería un idiota, pero no iba a permitirle que le pasara por encima. Caminó rápido hasta él, le quitó el control del encendido y lo agarró de un brazo para sacarlo de allí. El idiota intentó golpearlo de nuevo, pero esta vez ya estaba más preparado para ello y se lo impidió. Fue difícil, fue tenso y horrible, pero forcejeó con él hasta llevarlo a la casa.

  —¡No quiero volver a verte en el lavadero!

  ¿Qué sentido tenía gritarle cuando no lo comprendía? Y a la tercera vez de ese día que tuvo que sacarlo del lavadero, antes que algún cliente fuese a verlo llevándose a rastras al idiota del lavadero a la c asa, optó por dejarlo encerrado en la habitación.

  Lo escuchó gritar más ras, pero no le importó, en algún momento se cansaría. Y así fue. Agradeció la calma, ni el lavarropas industrial estaba taladrándole los oídos ni el idiota. Pero pasadas un par de horas de tanta calma, se preocupó y fue a ver cómo estaría.

  El olor a vómito en la habitación fue nauseabundo. Tanto que hizo arcadas apenas abrió. Adam estaba girando sobre sí mismo, como los niños cuando giraban hasta marearse, así lo hacía él hasta que se remachaba contra el piso. E intentó medio enderezarse, pero el piso tenía ese efecto de atracción con el cual uno después de girar no podía levantarse. Y desde allí vio que lo miraba directamente de reojo, era su campo visual izquierdo así que podía verlo perfectamente y había resentimiento en el brillo del ojo, pudo saberlo de inmediato, rencor y resentimiento.

  Negó con la cabeza y volvió a cerrar la puerta. ¿Por qué tenía que pasarle eso a él? ¿Por qué? Esa tarde volvió a llorar como había llorado los primeros días en el hospital. Pero esta vez no lloraba rogando que Adam viviera, que abriera los ojos, lloraba rogando que muriera. Vivir de esa forma no era vivir. Todo hubiese sido muchísimo más simple si hubiese muerto, lo habría llorado, lo habría sufrido mucho, pero no estarían pasando por todo eso.

  Decidió cerrar el negocio por el día y calmarse con un trago. Una copa de vino que se convirtió en la botella completa. Se tiró en el sofá y terminó durmiéndose, pero tuvo unas pesadillas delirantes con el lavarropas industrial. Lavaba un montón de sábanas blancas, las sábanas blancas del hospital, pero había una que envolvía algo relativamente grande, casi cilíndrico por decirlo de algún modo, y no podía quitar su atención de cómo giraba.

  Gira gira gira…

  Despertó con un gusto amargo en la boca, pero lo que le hizo abrir los ojos de golpe fue alcanzar a ver a Adam de pie frente al sofá, mirándolo fijamente. Pensó que estaba por matarlo mientras dormía y se sentó más que rápido, pero al verle las manos se las vio nada más laxas a los costados como siempre, sin un cuchillo ni nada que se le pareciera.

  Respiró profundo y suspiró.

  —¿Tienes hambre? —preguntó, mirando la hora, sólo había sido una siesta de algunas horas.

  —Ra ra ra ra ra…

  —Tienes hambre —acabó respondiéndose a sí mismo, levantándose para ir a preparar la cena.

  Y si pensó que el tema del lavarropas se terminaría ahí, estaba muy equivocado. Por la noche despertó con el sonido del maldito aparato, Adam no estaba a su lado así que podía hacerse a la idea. Se levantó resignado y fue hasta el lavadero. En efecto, ahí estaba con el gato, sentado frente al armatoste, mirando el tambor girar.

  Fue hasta él y lo apagó.

  —Ra ra ra… —dijo Adam con tranquilidad y su media sonrisa.

  —Ra ra ra… —repitió rendido y lo ayudó a ponerse en pie para regresar al cuarto.

  A la mañana siguiente fue la misma espantosa pelea y, aunque no tenía deseo de terminar limpiando vómito por la tarde, igual lo dejó encerrado en la habitación. Ya no era por no pagar la cuenta de la luz, era un tema de que así no podía seguir. El idiota no se iría donde él siguiera consintiéndolo, y el idiota mucho menos iba a poder más que él. A la noche iba a trancarle el lavadero con llave, fin del asunto.

  Y otra vez soñó bizarreadas con el lavarropas. La maldita cosa envuelta entre las sábanas blancas. Lo peor de todo era pensar que podía tratarse de una persona embalsamada en una sábana. Esta vez el ruido que lo despertó fue diferente. Un constante golpe tras otro. El idiota no estaba, así que evidentemente era él.

  El toc, toc, toc intermitente le hizo darse cuenta. Algo tenía ese aparato. Algo tenía que tener, no era lógico lo que estaba pasándole. Algo había. Porque si no ¿cómo explicaba que Adam estuviese dándose la frente contra la puerta del lavadero, lastimándose al punto que se tornaba rojo moreteado? De repente todo tuvo sentido, era obvio que había algo. La dueña anterior tenía un hijo enfermo. ¿Enfermo de qué? ¿Habría sufrido un derrame cerebral? Nunca preguntaron qué enfermedad tenía. ¿Qué les había importado a ellos qué enfermedad tenía? ¿Acaso pasaría horas prendado al lavarropas y por eso la vieja había decidido vender y mudarse? Maldita cínica, se las había jugado, les había arruinado la vida. El sueño del cuerpo embalsamado en la sábana, lavándose con las demás sábanas de hospital, cobraba perfecto sentido. No era un cuerpo precisamente grande, aunque tampoco un niño, ¿acaso podría ser que del hospital enviaran sin querer un cuerpo entre las sábanas sucias? Era descabellado y él no creía en fantasmas, pero ¿qué otra explicación tenía? Lo que estaba ocurriéndoles no era normal. Las cosas iban sobre ruedas, tenían el negocio, iban ganando buen dinero, empezando desde abajo con planes a llegar alto, como se lo merecían, se amaban mutuamente, Adam era el sueño de cualquiera en la cama, y le pertenecía íntegramente a él. ¿Cómo imaginarse que de un día para el otro terminarían así? No tenía ningún sentido. Pero claro, idiota él que no se dio cuenta del plan de aquella vieja desde un principio. ¡Con razón lo vendía tan barato!

  —Basta… —pidió a Adam que seguía dándose contra la puerta mientras se agarró la resaqueada cabeza. Todo estaba tan claro. Ahora tenía que encontrarle la solución, poner a la venta el monstruo ese, que otro se las arreglara. ¿Recuperaría así a Adam? Cabía la posibilidad, no de que tuviera una recuperación milagrosa, pero que al menos empezara a poner de su parte en los tratamientos. El idiota ya no iba a estar presente a tiempo completo para entorpecer a Adam mismo y el maldito fantasma del lavarropas no estaría llamándolo sin descanso—. ¡Basta! —exclamó, agarrándolo para que dejara de darse contra la puerta—. Basta, por favor… Saldremos de esta… Te sacaré de ahí.

  Usualmente acompañaba en las sesiones de terapia de Adam, pero esta vez lo dejó solo para ir en busca de la dueña anterior del lavadero. Sorpresa, sorpresa. La vieja había envenenado al hijo y se había suicidado, y de eso ya hacía unos cuantos meses. Incluso le mencionaron que fue una noticia abrumadora, el hijo mostraba marcas de violencia, la vieja lo había tenido atado a la cama por mucho tiempo. “¿Qué clase de mujer ata a su hijo enfermo a una cama?” fue la pregunta que hizo la persona que le contaba los sucesos con la vieja. La respuesta era obvia para él siendo que la noche anterior había terminado atando a Adam a la cama, con una sábana y un cinto, tampoco quería dejarlo marcado o lastimarlo, pero si no hubiese hecho eso el idiota habría seguido dándoselas contra la puerta, ya bastante tenía que dar explicaciones por la frente morada.

  Bien, la vieja no iba a darle las respuestas, pero él no iba a terminar suicidándose como ella, así que le buscaría la vuelta por otro lado. Dio con el hospital local que tiempo atrás había enviado las sábanas a lavar en el lavadero de la vieja, preguntó con los más viejos funcionarios si alguna vez habían tenido algún problema con el lavadero como para que decidieran dejar de enviar las sábanas allí, y le contestaron que no, que el motivo para ello nada más fue que el hospital había adquirido maquinaria propia. Estaban ocultándole algo. Claro, nadie allí iba a decirle que habían enviado un cuerpo entre la ropa sucia.

  ¿Cómo entonces llegar al fondo del asunto? Noticias, tenía que haber alguna noticia, y hacia la biblioteca partió en busca de todas las noticias que involucraran al hospital o el lavadero. Y voilá, un periódico local tenía una pequeña columna que los involucraba a ambos. Una decena de pacientes hospitalizados habían sufrido de una severa dermatitis o complicaciones respiratorias, y el motivo se debía a la cantidad de cloro que se había utilizado en el lavado de las sábanas. No mencionaba que hubiese alguien muerto por ello, pero si alguien hubiese muerto después de que la noticia saliera a la luz, tal vez no por las sábanas mismas, pero como consecuencia de haber empeorado su condición, ya no lo iban a publicar como una noticia. ¡Maldita vieja desquiciada! “No quiero pasar al otro lado girando, acá todo da vueltas todo el día”. Ojalá que estuviese girando y mucho más.

  Ya que estaba allí, buscó la noticia sobre la vieja y su hijo. Quería saber cuál era la enfermedad del hijo. No tuvo suerte esta vez, el periódico local había querido hacer la noticia más espectacular por lo que nada más habían dicho que el chico tenía retraso mental y se habían concentrado en detallar las marcas de violenta crueldad que se habían encontrado en él, pero había una foto de él y no parecía que tuviera síndrome de Down. Al fijarse en la fecha de la noticia todo cobró más sentido aún. ¿Por qué él, que siempre leía el periódico, no se había enterado de eso? Tan simple como el hecho de que había ocurrido en la misma fecha que Adam estaba recién hospitalizado, debatiéndose entre la vida y la muerte.

  Tenía un fantasma en el lavarropas.

  Gira gira gira…

  Vender el armatoste entonces era la solución. Pero mientras esperaba un comprador no podía tener al idiota dándose toda la noche contra la puerta, ni toda la mañana girando encerrado en la habitación. Y a problemas absurdos, soluciones lógicas: le cortaba la conexión eléctrica.

  Cuando volvió para esa noche con el idiota, lo vio irse directo al lavadero y sonrió yendo tras él. El idiota intentó encender el lavarropas, presionó los botones varias veces, lo analizó por todos lados y lo miró a él con desesperación. Había pánico en su mirada inerte.

  —Se rompió —dijo con fingida tristeza.

  —¡Ra ra ra ra ra!

  Maldeciría en su idioma mientras le daba vueltas al armatoste. Lo perdió de vista tras él, y de repente se silenció, lo vio entonces asomar la mitad de la cabeza, lo miraba directamente y su sonrisa izquierda no estaba. El idiota había descubierto su truco y le odiaba por ello. No era rencor ni resentimiento, era auténtico odio, y un escalofrío recorrió su nuca.

  Esbozó una sonrisa arrogante y de desprecio. Pues si el idiota lo odiaba, que lo hiciera, él tampoco lo quería.

  —Tú me devolverás a Adam.

  Gira, gira, gira…

  Conseguir comprador para el monstruo no era tan simple como había creído, por más barato que lo estuviese ofreciendo, no había nadie interesado en un armatoste antiguo que tragaba más gastos de lo que beneficios daba. Y la situación con el idiota se tornaba insostenible. Ya no tenía que encerrarlo en la habitación, pero se pasaba las horas sentado frente al lavarropas, así estuviese apagado, y ya no había media sonrisa, sólo un medio ceño fruncido. Era peor desde que el gato ya no lo acompañaba en esas sentadas de horas porque intentaba atraparlo, pero el gato lo arañaba y se iba. Él reía.

  —Ya ni el gato te quiere…

  —¡RAAAAAAA!

  El grito furioso y frustrado fue horripilante, pero poco le importó.

  —Sí, sí. Raaaaa…

  Él se ahogaba cada vez más a la bebida, el alcohol era lo único que le permitía dormir y estar medianamente tranquilo, de lo contrario enloquecería. Todas las noches soñaba con el viejo trasto, las sábanas blancas y el maldito cuerpo envuelto lavándose entre ellas. Varias fueron las ocasiones en las que intentó abrir el lavarropas, pero en el sueño era imposible. Una vez incluso golpeó furioso el vidrio de la puerta, gritándole qué era lo que pretendía de él. Pero nada, el fantasma embalsamado en la sábana blanca sólo giraba en el lavarropas. Todas las malditas noches el mismo maldito sueño. Para colmo despertaba y tenía al idiota mirándolo fijo. No importaba qué tan oscuro estuviese todo o qué tanto le doliera la cabeza por la resaca, podía notar claramente que el idiota clavaba su media mirada ceñuda en él y pasaba horas así, viéndolo mientras él dormía. A veces le daban ganas de molerlo a golpes hasta que se durmiera, y no importaba si se iba a dormir al sofá, cuando abría los ojos tenía al idiota sentado a un lado, mirándolo.

  La esperanza fue entonces lo siguiente que perdió cuando un día se despertó escuchando el terrible maullido tormentoso del gato. La imagen fue patética cuando entró en el lavadero. El idiota, de idiota no tenía nada, y había conseguido reparar la conexión eléctrica, y para festejarlo había metido al gato en el lavarropas, encendiéndole la función de centrifugado. El pobre gato giraba en el lavarropas despedazándose, y el idiota lo miraba con su media sonrisa instaurada de nuevo.

  —¡¿Qué hiciste?! ¡¿Qué hiciste?! —gritó furioso, deteniendo el armatoste para sacar al gato… lo que quedaba de él—. Oh, maldición… ¿Qué hiciste?

  Lo miró iracundo, y su media sonrisa sólo contribuyó a enfurecerlo más. Lo abofeteó en su media sonrisa, no quería volver a vérsela, pero la bofetada le giró la cara, dejando esa media sonrisa de frente a él, una sonrisa que no se borraba con una simple bofetada. Lo peor de todos modos no fue eso, lo más escalofriante fue verlo que estaba mirándolo directo de reojo, y su mirada tenía un brillo diferente que le erizó cada pelo en su nuca. El idiota parecía más vivo que nunca, el idiota parecía asesino.

  —Ra ra ra…

  Su lenguaje incomprensible fue la gota que terminó de desbordarlo y el motivo por el cual volvió a golpearlo, arrojándosele encima, fueron una y otra y otra. Y su mano dolía, sus nudillos se llenaban de sangre, pero él seguía.

  —¡Ra ra ra! ¡Ra ra ra ra!

  Y era él quien estaba gritándole en su mismo idioma. Era él que, desquiciado, fuera de sí, gritó y lo golpeó hasta que se sintió mareado y no le quedó de otra que hacerse a un lado a vomitar.

  Gira gira gira…

  Ahora sí, el idiota iba a matarlo, el idiota ya no iba a simplemente verlo dormir, el idiota intentaría meterlo en el lavarropas como al gato.

  —Debiste morirte, Adam… Debiste morirte… Si ibas a traer esto contigo, debiste hacer tu mejor esfuerzo y morirte… ¡¿Por qué tenías que hacerme esto?!

  —Ra…

  Levantó la cabeza para ver al idiota al escucharle tan lastimero susurro, le había deformado la cara y estaba llorando, al idiota se le caían las lágrimas. ¿Sería Adam? Ya no lo creía. Adam se había ido hacía meses, y él había estado conviviendo con el idiota y el fantasma del lavarropas. Tenía que terminarlo, así como lo había terminado la vieja con su hijo.

  —¿Quieres morirte? —preguntó ahogado.

  —Ra ra ra…

  —Sí… Gira gira gira… Ven… —Se levantó y fue hasta el lavarropas industrial. Si el fantasma quería sangre, sangre obtendría, pero no iba a ser la suya, le devolvería al idiota que le había dejado. Miró al gato destrozado en el piso y lo pateó para hacerlo a un lado. Abrió la tapa y miró al idiota, deforme y todo había esbozado su media sonrisa—. Ven, entra —dijo con más seguridad.

  El idiota se levantó y caminó hasta él, miró al fondo del tambor y luego lo miró a él.

  —Ra ra ra…

  Respiró profundo, viéndolo apenas de reojo. Tenía que terminarse allí. Y por suerte el idiota lo comprendía por lo que por sí solo entró en el lavarropas. El fantasma del lavarropas había ganado a fin de cuentas, pero por nada del mundo sería él. Miró al interior por una última vez, pero se quedó petrificado al ver que el idiota se llevaba una mano al rostro y apoyaba un dedo en la comisura derecha de su labio para levantarlo, formando así una sonrisa completa, una sonrisa de agradecimiento. Era Adam quien estaba allí, era a Adam a quien estaba entregándole al fantasma, y estaba sacrificándose por él. En el fondo del idiota, Adam seguía allí, y ya no esperaba ser salvado sino que estaba feliz por dejar de ser una carga para él.

  Quiso cerrar la puerta de todos modos para que el centrifugado volviera a activarse, desvió la vista a otro lado y realmente quiso hacerlo. Pero no podía dejar a Adam despedazado de ese modo como el gato, tenía que sacarlo de allí, irse con él a otro lado. Con paciencia, con calma, con amor el idiota se iría. Lejos, bien lejos de aquel monstruoso armatoste y su fantasma.

  —Adam… —Entró medio cuerpo para tenderle una mano y ayudarle a salir. Tocó algo viscoso a un lado, sangre del gato. Adam lo agarró de un brazo y volvió la vista a él. Ya no era Adam, era el idiota y su media sonrisa izquierda, y lo tironeó de golpe para que entrara en el lavarropas—. ¡No!

  —Ra ra ra…

  Perdió el equilibrio que intentaba mantener y se fue de bruces contra el tambor, y el idiota lo tironeó para que terminase de entrar. El tambor tenía movimiento por lo que le costaba hallar el balance para enderezarse y retroceder, pero se quedó congelado cuando escuchó la puerta del lavarropas cerrarse de golpe. Miró por sobre su hombro con desesperación y alcanzó a ver afuera al fantasma embalsamado en la sábana blanca.

  —No… ¡No, no, no! ¡No!

  Había caído redondito en la trampa. Ahora a centrifugarse.

  Gira gira gira…

 

 

  Frente a la repentina desaparición de ambos muchachos y a que algunos vecinos tenían ropa para recoger en el lavadero, un par de oficiales ingresaron en el lugar dos semanas después. Nada más entrar, frente a tremenda peste que infectaba el aire, supieron que no se trataba de una simple desaparición. El gato muerto en el lavadero marcaba el inicio de la decadencia. Uno de los oficiales caminó hasta el pobre animal y buscó por allí a sus dueños. El vidrio de la tapa del lavarropas industrial estaba turbio y repleto de manchas amarronadas por lo que lo abrió. La bomba fétida obligó al oficial a retroceder de golpe, cubriéndose la boca y la nariz más que rápido, pero eso no impidió las inminentes arcadas con la imagen que se presentaba ante él en el interior del lavarropas. Había visto crímenes extraordinarios, pero nunca imaginó encontrarse con dos cuerpos centrifugados, en alto estado de descomposición y torneados entre ellos como se tornea la ropa entre sí dentro del lavarropas. 

Notas finales:

Ruki: o.o… Gracias al cielo que no soy yo…

-.-…

Ruki: ¡¿Qué?!

-lo patea-

 

Buenas!! ¿Qué tal? Tanto tiempo (?) XD! Para quienes no me conocen, soy Nazuki, ése es un Ruki imaginario y éste es mi espacio personal para distenderme, divagarme, cagarles el momento y hablar de cosas varias…

 

Bueno, antes de ponerme poco seria en realidad debería empezar disculpándome, así como ya lo hice en las notas del principio. Personalmente no creo que una persona sea “idiota” por haber sufrido una enfermedad o… lo que sea. Nunca, pero nunca me referiría así a alguien con problemas. Me resulta cruel y espantoso. Pero bueno, redacté desde el punto de vista de Shota y para él era “el idiota”, sin contar que “el idiota” tiene otra pequeña connotación.

Cuando me anoté para el desafío de Poe… (que no me anoté en realidad, me anotaron xD (y lo agradezco). Yo planeaba meditarlo porque si bien me gusta el terror, me gusta leerlo, nunca intenté escribir algo de terror. Y Poe es como… buf… palabras muy mayores), además de pensar en Poe, pensé en todos los cuentos de terror que me he leído. Y han sido bastantes, soy buena fan de Stephen King (o sea, el terror comercial barato xD). Y lo primero que pensé fue en uno de los tantos consejos que Stephen da en su libro “Mientras escribo”, no cito porque no más parafrasearé como lo recuerdo: Toma un elemento común y corriente y conviértelo en algo terrorífico. Miré mi apartamento, de la televisión ya hicieron un par de películas muy conocidas, de la heladera creo que hay una (y si no hay debería haberla, es terrorífico), el teléfono también es muy común, el espacio debajo de la cama… pfffft… Entonces pensé en las tres cosas básicas que quise comprarme cuando me mudé sola: heladera, calefón y lavarropas. O sea, yo no lavo absolutamente nada a mano. Pensar en tener que lavar algo a mano y… nooo, ni loca. Y el lavarropas tiene eso de que uno va a meter la mano para sacar algo y te van a tirar de lo más lindo para adentro… Que en un lavarropas de casa seguro que a uno a duras penas le pasa la cabeza por la puerta, pero… hay lavarropas industriales. Mi papá trabaja en el lavadero de un hospital y he visto donde lavan y… buf… son moles.

Entonces bien, ya tengo mi cuento de terror!! (?) xD Ok, no, sólo tengo el elemento del terror. Un homenaje a Poe… locura, amor, muerte… Y recordé “Cuentos de locura, amor y muerte” de Horacio Quiroga. Para quienes no lo conozcan, es un escritor uruguayo que escribió cuentos como: “La gallina degollada” o “El almohadón de plumas”. Se los recomiendo, yo los leí en la escuela y me traumaron. Y resulta que Quiroga consideraba a Poe como un maestro y se enorgullecía cuando lo comparaban con él (¿quién no?).  Entonces, ¿por qué no hacerle un pequeño “homenaje” a Quiroga? Por lo tanto me revelé (??) y decidí hacerle los honores a un uruguayo. ¿Cómo? Con “el idiota”. Los invito a leer “La gallina degollada”, cuento corto, en tercera persona, y con “cuatro idiotas” como protagonistas.

Entonces ahí estoy yo, con un lavarropas, manejándome en tercera persona y viendo cómo convertir a un hombre en “el idiota”. La meningitis sólo le da a los niños, así que descartada la posibilidad. Tenía que ser un derrame cerebral, el cual en realidad es poco probable que le dé a un hombre joven, a no ser que se trate de un aneurisma. No soy médico ni estudio medicina, sólo leí mucho por ahí, así que si tengo errores, mil disculpas. Pero según lo que yo leí al respecto, los aneurismas no siempre se manifiestan por lo que una persona puede tener uno y no saberlo, pueden tener varias causas, pero una de ellas es genética, y cuando estalla puede producir un accidente cerebrovascular hemorrágico. Y dependiendo de la parte afectada del cerebro, las consecuencias que esto traiga. De todos modos, una persona que sufre un accidente cerebrovascular no queda incapacitada de por vida, depende claro del tipo de accidente cerebrovascular, de cuánto tejido cerebral fue dañado y qué funciones corporales han sido afectadas. Y esa ha sido la clase (no) médica del día de hoy. Repito: no estudio medicina, googleo y leo, así que no me tomen nunca en cuenta.

Excelente! Tengo un lavarropas, un “idiota”, sólo necesito un loco enamorado del “idiota”. Y es ahí donde más problemas tengo porque… maldición, ya tuve un loco!! (De hecho, era uno de los motivos por los que en un principio me planteé si debía entrar al desafío). Quien me ha leído antes sabe que tuve un personaje con Trastorno antisocial de la personalidad. Entonces qué hacía acá con el loco?! Y pensé en una frase que me dijeron una vez: “Si alguien cree que algo es verdad, entonces es verdad”. Si alguien cree que Dios existe, entonces Dios existe. Y puede que no exista para mí, pero para esa persona sí existe. Y esto también se aplica al miedo irracional como el de las fobias. Yo le tengo fobia a las aves. Yo sé que una paloma no va a picarme los ojos, racionalmente lo sé, pero cada vez que veo una p*ta paloma me petrifico, para mí el miedo es real, tan real que he llegado a cruzar la calle o irme a otra parada de bus con tal de no cruzarlas, y a veces sueño con aves y me he despertado de los peores modos. ¿Cómo entonces instaurarle un miedo irracional al lavarropas a mi “loco” para que se convenza que es verdad? Colocar coincidencias de la vida como si piezas de un puzle se tratase y… sumarle la paranoia.

Ruki: Nunca más volveré a poner ropa a lavar T.T -paranoico-

xD! ¿Tú haces eso?

Ruki: Ok, no, pero ahora con más razón no planeo acercarme a ningún lavarropas!

Déjame lavar mi ropa en paz .-.No hay ningún fantasma en la lavadora…

Emmh, sí, así es… o tal vez no es, pero puede ser que sea (?) Citaré: “El psiquiatra español Enrique González Duro, en su libro La paranoia (1991), afirma que los factores desencadenantes de esta enfermedad se encuentran muy activos en individuos que presentan un acusado narcisismo y que se han visto expuestos a serias frustraciones, hallándose consecuentemente dotados de una baja autoestima. Esto provoca que se dispare en los mismos el mecanismo natural de Proyección, muy estudiado por la psicología, en virtud del cual tendemos a atribuir a otros aquellos impulsos, fantasías, frustraciones y tensiones que nos resultan inexplicables, inaceptables e insoportables en nosotros mismos”.

Ruki: -pestañea varias veces-. ¿Estás diciendo que Shota estaba paranoico y se imaginó todo?

Umh… en realidad ahora se llama trastorno delirante y no paranoia…

Ruki: MOMENTO! En el trastorno delirante no se presentan alucinaciones. ¡Y Shota vio al fantasma del lavarropas al final!

Síp, y es como hacer level up del trastorno delirante hacia la psicosis, pérdida de contacto con la realidad.

Ruki: Pero, pero, pero… La puerta del lavarropas se cerró.

Sí, a todos se nos cerró una puerta sola alguna vez…

Ruki: ¡Y el lavarropas se encendió y los centrifugó!

Aham… Como cuando cierras el microondas y vuelve a funcionar…

Ruki: Pero los sueños de Shota!!

Mmh… Yo también sueño con aves. Y no significa que afuera de mi ventana haya una paloma esperando por picarme los ojos… (T____T No la hay, verdad?!)

Ruki: La gente que murió a causa del  exceso de cloro! SUS ALMAS EN PENA!!

¿Eh? ¿Quién murió?

Ruki: AGH! La vieja que se suicidó y mató al hijo que sufrió derrame cerebral como Adam!!!

El hijo tenía retraso mental y no todo retraso mental se ve físicamente. Y la vieja estaba loca, fin.

Ruki: Claaaro, ¡y justo fue a matar al hijo y suicidarse en la misma fecha que Adam sufrió el accidente!

¿Casualidad? Existen también.

Ruki: Pero el idiota…!

IGH! -lo patea- No le digas idiota.

Ruki: Ash… Pero “el idiota” se pasaba horas sentado frente al lavarropas…

Sí, yo me paso horas sentada frente al pc… y a veces lo miro no más o.o

Ruki: Pero hasta lo arregló!!

Ahaaam… todos sabemos que no usamos todo nuestro cerebro, cuando a una persona se le daña una parte, el cerebro suple las funciones con el uso de otras partes. Vi un video de una señora con Afasia global (la señora sólo decía Pi pi pi, fue horrible -.-) y mostraba que usaba casi todo el hemisferio derecho del cerebro dado que tenía dañado el izquierdo.

Ruki: Pero metió al gato en el lavarropas!!

¿Quién te dijo eso?

Ruki: …

¿Y si el gato ya estaba ahí y no lo sabía cuando lo encendió? -cejitas-

Ruki: Entonces no hay un fantasma en el lavarropas? ¡Oye, tú me vendiste un maldito fantasma en el lavarropas!

Sí, y ahora estoy vendiendo a un loco xD Pues no sé si hay fantasma o no en el lavarropas, yo sólo escribo, no es como que lo sepa todo tampoco. Igual… toda mente racional tiende a pensar que alguien que “ve” o a quien le persigue un fantasma, está loco o paranoico… ¿Quieren saber algo creepy? Anoche terminé de escribir el fic y después de un rato, me fui a acostar, y escuché como algo que se arrastró… Y resulta que mi compañera de apto no está, o sea que estoy sola en mi apto… Pues cerré los ojitos y pensé: Estoy paranoica… Nada más estoy psicopateada… Duerme… Así que dormí feliz en la negación absoluta de mi mente perfectamente racional xD!

Ruki: Tsk… De todos modos, si había un “Adam” ahí, ¿qué clase de idiota se metería en un lavarropas para morirse?

Umh… -mete a Reita en un lavarropas-.

Ruki: O__O -corre y se tira de palomita dentro del lavarropas-.

-cierra la puerta- Síp, así de simple sería… xD!

 

En fin xD! Como de costumbre y para no perderla, mis notas finales son más largas que el fic mismo xD! Y creo que es momento de decir por último que me siento reivindicada conmigo misma. Los desafíos me los tomo a muy personal como desafío propio, y la vez pasada pues… quienes me leían por ahí saben que no quedé conforme con el resultado (el del fic, no de los jueces xD), de hecho, me fue estresante. Y no quiero sonar malagradecida dado que el fic obtuvo su lugarcito, pero no colmé mis propias expectativas. Sentí que el fic tuvo mucho más para darme y yo no supe aprovecharlo bien, incluso dije que era la última vez que escribía desde un único punto de vista porque me había sido exasperante no poder manejarlo todo en la historia. Supongo que el tener dos personajes nada más ahora y el que uno tuviese que mantenerse en la “oscuridad” me ayudó a poder relatar desde un único punto de vista. A su vez en esta ocasión leí unas ocho millones de veces los lineamientos del desafío para que no me ocurriera lo mismo de la vez pasada, arrancar a escribir cuatro fics que ninguno entraba en todos los lineamientos requeridos. Y mi desafío propio: mi primera historia de terror. Ahora díganme… ¿Les asustó? xD!

El tener muchas historias y pelis de terror encima hace que haya escenas que me marcaron y aún las recuerdo con pavor. Los ojos de cerdo en la ventana en “Amithyville”, el policía que se saca la lengua como si estuviese sacándose un pelo de la misma, y la arroja a un lado en “Desesperación”, el hombre al que le ordenan ir a morirse sentándose en un cactus en “Posesión”, el fuckin’ payaso en la alcantarilla en “It” (que no se compara en nada en realidad a que la pendeja después se conejea a todos los pendejos para recuperar su “unión”… eso sí fue traumante xD), el putísimo almohadón de plumas de Quiroga y creo que la máxima son “los cuatro idiotas” imitando a la empleada cuando degolló la gallina, maldición, eso fue creepy como la p*ta. Pero, ¿saben? Si pienso en Poe, pienso en “Los crímenes de la calle Morgue” que no es un cuento de terror, y recuerdo claramente a la mujer en la chimenea. Para mí Poe significó el: mierda, yo quiero escribir policial! Así que si pienso en hacerle un pequeño “honor” a Poe, es que en lugar de una mujer en una chimenea, hay dos hombres en un lavarropas… Crímenes extraordinarios. 

 

Muchíiiiiisimas gracias por leer!! Y también muchas gracias al grupo Rock n'Ink que siempre intenta mantenernos en actividad a todas con sus desafíos!! 

 

Nos leemos pronto!! Se me cuidan!! 

 

Nos leemos pronto por ahí! 


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