Enero de 2002.
Un hombre desconocido para él, vestido con las usuales sotanas que usaban los japoneses, irrumpió en su casa acompañado de dos hombres de traje negro que portaban katanas.
Al parecer el chico de 12 años había pasado desapercibido para los adultos, debido a que estaba escondido bajo de la cama; anteriormente se había metido ahí para esconderse de su madre, quien lo buscaba en un juego usual de ambos cada vez que el pequeño debía bañarse. Él no conocía a aquellos hombres, pero al parecer su padre sí y sabía muy bien el motivo de su visita, ya que lo vio tomar aquel instrumento que el tenía prohibido tomar; la katanas de la familia, su padre la conservaba por protección, o eso le habían dado a entender al menor. La escena era muy clara para él; el hombre de sotana estaba sentado en el sillón favorito de su padre fumando un abano, mientras los otros dos hombres le servían de escolta a cada lado. Su madre estaba escondida tras de su padre, mientras éste último sostenía en alto la espada, seguramente esperando por algún movimiento de los contrarios.
Parpadeó una vez y cuando volvió a abrir los ojos vio como le enterraban, a su padre, aquella arma blanca en el abdomen. Sus ojos y boca se abrieron de pánico, mientras los primeros se empañaban por las lágrimas, a la vez que su corazón latía con rapidez; aún así no emitió ruido alguno y se quedó quieto en aquel lugar. Su madre gritaba con horror palpable, podía leer el miedo en su rostro, mientras la risa de aquel sujeto se escuchaba en la pequeña estancia. Apretó sus puños y su mandíbula con ira, pero aún así sabía que no debía salir de aquel lugar y solo debía aguardar a que todo acabara.
Su madre fue la siguiente víctima, pero no por las manos de los matones, sino por las del sujeto de sotana. Lo vio levantarse, sin antes medio apagar el abano en el brazo del sofá, para luego dirigirse hacia donde estaba su madre, quien estaba de pie junto al cuerpo de su padre. La tomó con brutalidad por el cabello y la zamarreó, no fue consciente de las palabras que le dijo ya que, aquel sujeto hablaba en japones. Cerró los ojos con fuerza tratando de ahogar sus sollozos, no quería presenciar la muerte de su madre también. pero un movimiento brusco sobre la cama en que él estaba escondido, lo hizo abrir los ojos de golpe. El llanto de su madre se mezclaba con la risa de aquel individuo, para luego escuchar un grito de horror del fino y suave tono de su progenitora, seguido del impacto de aquella arma blanca que atravesó el colchón y se enterró en el suelo justo al lado de su rostro. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas a la vez que la sangre del cuerpo inerte de su madre comenzaba a gotear sobre su rostro y el suelo, notando que gran parte del colchón estaba rojo. Un susurro muy débil de la palabra "mami" salió de sus labios, pero como reacción inmediata cubrió su boca con ambas manos, tratando de acallar de la misma forma sus sollozos.
Nuevamente la risa de aquel sujeto se escuchó en la estancia, mientras él aún estaba bajo la cama. Los veía salir de la habitación, cruzando el umbral de la puerta principal. Uno de los hombres retiró aquella espada y la limpió con un pañuelo blanco, mientras apreciaba la macabra escena de la que él había sido testigo. Sobre la mesa había una botella de vino de la que su padre bebía antes de la interrupción, solo una patada bastó para esparcir aquel líquido por gran parte del suelo y una porción sobre la cama, debido a que la botella se había roto en varios pedazos. Lo vio dirigirse hacia el sofá, donde antes había estado aquel sujeto, tomando de ahí el cigarrillo a medio apagar, bastando solo eso para encender el licor y por lo tanto, la pequeña casa.
Una vez el último sujeto abandonó la estancia él pudo salir de su escondite, sin querer mirar la escena de sus padres. Corrió hacia la ventana más cercana y salió finalmente de su hogar en llamas. Desde afuera, un lugar seguro, pudo ver su casa mientras ésta se consumía por el fuego, recordando en aquel momento todos los momentos vividos, a sus padres y las muchas risas que habían compartido.
JongHyun tan solo era un chico de 12 años pero tenía un propósito, destruir a quien destruyó su vida. Fue así como decidió emprender hacia la cuidad más cercana. Hasta los 15 años vivió con sus tíos, éstos creían que la muerte de sus padres había sido un accidente, pero él sabía que no, aunque nunca lo aclaró, jamás dijo una sola palabra de lo vivido. Sus tíos no conocían la vida que el joven estaba llevando, las amistades que tenía y a qué dedicaba su tiempo fuera de casa; realmente se había vuelto alguien tan sombrío que hasta miedo daba preguntar.
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Un joven de 18 años se despertaba de un salto, agitado y sudado por completo. Su sudadera estaba mojada al igual que parte de su pantalón, que decir de su cabello.
—¿De nuevo la misma pesadilla?, ¿hasta cuándo seguirás así, JongHyun?.
Cuestionó el chico de cabellos medianamente largos que ocupaba la cama de al lado, Choi MinHo. Observaba preocupado a su compañero, desde que durmió por primera vez con él supo de sus terrores nocturnos y sabía perfectamente que los causaban y de qué trataban.
Ambos jóvenes estudiaban el último año de la secundaria juntos, aunque el año escolar aún no iniciaba. Compartían un piso, un lugar pequeño, pero cómodo para dos solitarios jóvenes.
—¿Te desperté?.. Lo siento. Ya pronto, MinHo, ya pronto acabará todo.
Un suspiró largo por parte del chico de cabello más corto, hizo que el joven Choi se alarmara. Las palabras de su amigo siempre lograban preocuparlo, pero desde hace un tiempo había dejado de preguntar debido a que siempre obtenía la misma respuesta; "Es mejor que no estés enterado". Choi volvió a acomodarse en su cama y tratar nuevamente de conciliar el sueño.
JongHyun, como cada noche, no podría volver a dormir. Miró hacia la mesita de noche; el reloj, notando que eran cerca de las cinco de la madrugada. Se levantó con pereza de la cama y se dirigió hacia el closet, sacando del interior una sudadera limpia; aunque realmente no entendía para qué, la ensuciaría de todas formas en menos de una hora. Como era la rutina del joven, subía hasta la azotea del pequeño edificio en el que se encontraba ubicado su hogar, para si comenzar con los calentamientos y posteriormente, entrenamientos. Solía ejercitarse, claramente debía hacerlo, tenía planes y una venganza que llevar a acabo.