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The Meaning of a Promise por KakaIru

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Notas del fanfic:

Wow! Hace mucho tiempo que no me paso por aqui ^^U pero ps, se avecina una fecha muy importante!!!

Bueno, primero que nada, saber que este fic es para mi adorada Ire-chan 3<!!!!

Tmb, aprovecho este fic para promocionar la Semana GaaLee que se esta acercando!!!! Es en Febrero, y de verdad espero que todos los fans del GaaLee y el LeeGaa se unan!!! >u<

Toda la informacion esta AQUI

Notas del capitulo:

Uish! La verdad es que es es un fic que he estado escribiendo desde hace MUUUUUUCHO tiempo. Es un one-shot semi-AU en el que Lee es el guardaespaldas de Gaara en Suna. En lo personal siento que la historia es algo larga y un tanto aburrida, pero lo cierto es que me diverti mucho al escribirla. He ahi el por que de la longitud del shot. 

 

De igual forma, espero que alguien mas (ademas de mi) la disfrute ;D

 

Asi que de antemano, muchas gracias x leer! >u<

Lee le dirigió una larga mirada al gobernante de Suna. Del otro lado del estadio, Gaara lucía como usualmente. Su rostro no parecía más entretenido por los entrenamientos de sus estudiantes que cuando se hallaba dentro de su oficina revisando las nuevas regulaciones para la aldea. Su cabello rojo brillaba con intensidad bajo el abrasivo sol de media tarde, y tan sólo una leve brisa acarició su sobria vestimenta, que también era la misma que llevaba cada día, el largo abrigo del color del vino y los pantalones negros.

 

Sus ojos entrecerrados estudiaban con cuidado cada uno de los movimientos del par de genins que peleaban en la arena, exhaustos y al borde del colapso. Lee sintió su pecho inflarse de un profundo orgullo al comprender que ninguno de los jóvenes iba a rendirse simplemente por no querer defraudar a Gaara.

 

Los exámenes a chunin estaban a la vuelta de la esquina, y esa época siempre lograba llenar a Lee de melancolía. Habían pasado cinco años. Cinco largos y solitarios años sin visitar su villa más que para esporádicas misiones que no le proporcionaban el tiempo suficiente para reencontrarse con sus antiguos camaradas y su sensei. Cinco años durante los cuales había tenido que acostumbrarse a vivir en Suna, rodeado de desierto, sequedad y personas aún más secas. Muchísimo tiempo, sin duda alguna, durante el cual Lee había hecho hasta lo imposible para ganarse la aceptación de los aldeanos, del consejo, de Gaara y sus hermanos, de todos.

 

Al final de la jornada, en ocasiones cuando su positivismo flaqueaba, Lee pensaba que ninguno de sus esfuerzos había valido la pena. Y otras veces no podía sino sonreír con orgullo y felicidad al ser objeto receptor de la admiración de los ninjas en la academia, y no sólo de ellos sino de los propios aldeanos que poco a poco se habían acostumbrado a su peculiar forma de ser.

 

Todo esto lo agradecía inmensamente, aunque por momentos su pecho se contrajera ante el inmenso deseo de querer volver a ver a sus amigos, a Gai-sensei, a Sakura-chan… Cerró los ojos con sutileza y sus dedos se alzaron a acariciar la máscara de ANBU que salvaguardaba su rostro (a pesar de que su identidad era más bien conocida y del dominio público).

 

Una diminuta sonrisa trepó por los delgados labios de la orgullosa Bestia Verde de Suna.

 

Cinco años junto a Gaara lo habían cambiado mucho. Lejos de la influyente figura de Gai-sensei, había aprendido a ser más reservado y prudente. Ya no actuaba con tanta impulsividad y estaba plenamente consciente de sus limitaciones y sus alcances. A pesar de que aún ahora había ocasiones en las que su antiguo yo emergía a la superficie, adornándolo con una sonrisa simplona y una forma de ser relajada y espontánea, la mayoría de las veces se podía notar y confirmar una seriedad que nadie habría creído posible en él si le hubiesen visto años atrás.

 

Claro que Lee no había sido el único en cambiar. Junto a él, Gaara había pasado a ser alguien que no era ni la sombra de antaño.

 

El aura asesina que otrora le rodeara como un manto protector había desaparecido casi por completo, mas no así la estridente soledad de sus ojos y la madurez que otorgan vivencias que ninguna persona a tan temprana edad debería tener la fe de padecer. Bajo la tutela de Baki, su mano derecha, Gaara se había convertido en un ejemplo de Kazekage, sabio, inteligente y justo. Con grandes esfuerzos y aún mayores sacrificios se había ganado no sólo el cariño y respeto de los aldeanos de Suna, sino también la admiración de ellos. Los años habían demostrado que Gaara era más que capaz no sólo de llevar el mando de una aldea como lo era Sunagakure, tan dañada en sus raíces y traicionada por el espanto, sino que además tenía todas las habilidades para hacerla mucho mejor.

 

Y por supuesto, cualquiera habría creído que al obtener la aceptación de los demás también habría obtenido, por añadidura, el afecto de jóvenes shinobis y kunoichis deseosos de calentar no sólo su corazón sino también su lecho. Pero desde hacía años el corazón de Gaara-sama se había saturado de malas experiencias y falsas esperanzas, así que se mantenía siempre solo, rechazando diplomáticamente cada avance en su dirección. Sí, como todo ser humano tenía necesidades humanas, pero nada más allá de lo físico y banal. Y al menos parecía estar bien así. Gaara estaba tranquilo, el Consejo estaba tranquilo y, lo más importante, Suna estaba tranquila.

 

Lee abrió los ojos de nuevo cuando el enfrentamiento llegó a su final, uno de los genins jadeando en el suelo mientras el otro se sostenía con dificultad. Aplaudió con entusiasmo el esfuerzo y la entereza que demostraban, acostumbrado a pasar desapercibido cuando ya todos se habían adaptado a su forma de ser. Haciendo la pose ‘Nice Guy’ en dirección a uno de sus propios estudiantes, inició el trayecto hacia el asiento reservado para el Kazekage.

 

Gaara no dio señas de notar la silenciosa presencia que se colocaba a sus espaldas y tan sólo regaló unas cortas observaciones a los estudiantes antes de levantarse de su sitio y emprender el regreso a su oficina. Un par de pasos más atrás, pegado a él como si fuese su sombra, Lee le siguió todo el camino.

 

Ese era, después de todo, su labor como guardia personal de Gaara.

 

 

* * *

 

 

Lee no emitió ningún sonido cuando Gaara le arrancó la máscara de ANBU y estrelló los labios violentamente contra los suyos. La boca de Gaara se cerró hambrienta sobre la propia, forzando su lengua dentro de la boca de Lee al tiempo que sus manos pálidas atrapaban sus hombros en una prensa dura y mayormente salvaje.

 

Físicamente Gaara también había cambiado. A pesar de por un tiempo haber llevado el cabello tocando sus hombros, había terminado por cortarlo hasta que las puntas a duras penas rozaban su nuca. Además había crecido lo suficiente como para estar a la misma altura de Lee, y su cuerpo había desarrollado el físico de un gobernante. Contrario al escuálido muchacho que se había enfrentado a Lee casi diez años atrás, su cuerpo se había desarrollado hasta otorgarle una apariencia trabajada y peligrosa. Pero contrario a la usual calma que siempre guiaba sus acciones, en ese momento sus labios estaban guiados por un deseo salvaje y fiero.

 

Por otro lado, Lee tan sólo abrió los labios y permitió que Gaara tomara su boca a voluntad. Sus manos permanecieron laxas a ambos lados de su cuerpo durante lo que duró el intempestivo beso, sabiendo de antemano que, a pesar de que ese tipo de caricias estaban sólo destinadas entre amantes, Gaara no sentía ningún tipo de atracción romántica hacia él. Ese beso era, como todo lo que hacía, mecánico y motivado por el instinto, nada más.

 

El cómo Lee había llegado a adecuarse a esto, sin embargo, escapaba incluso de su propio entendimiento.

 

Finalmente, tras minutos que parecieron eternos, Gaara abandonó los labios ajenos, los cuales ahora lucían rojos y levemente hinchados. Con una de sus manos limpió el hilo de saliva que conectaba su boca con la de Lee, y sus ojos azules brillaron por un segundo antes de entrecerrarse.

 

—Es molesto verte en las gradas —su voz sonó ronca y grave. Sus manos apretaron los hombros de Lee al punto de hacerle contraerse por el dolor—. Tu figura me… me distrae.

 

—¿Qué debería hacer entonces, Gaara-sama? —concedió Lee con cortesía sin denotar hasta qué punto lo afectaba el agarre del Kazekage.

 

El pelirrojo estuvo un segundo en silencio, considerándolo. Finalmente respondió, su voz impersonal y siempre displicente:— No estés tan lejos de mí.

 

Después de esto le soltó como si nada hubiera pasado. Lee suspiró de alivio y asintió con cautela, observando al joven gobernante caminar hacia su escritorio y tomar asiento de forma ausente, sus ojos perdiéndose rápidamente sobre la pila interminable de reportes.

 

Como era requerido, Lee no se movió de su lugar en una de las esquinas de la oficina, pensando.

 

Con el paso de los años junto a Gaara había notado que, contrario a lo que le sucedía en Konoha, tenía muchísimo más tiempo para pensar. En esos momentos sopesaba todo lo que había sido su vida y también hacía nuevos planes para guiarse hacia su ideal trazado. De este modo había conseguido convertirse en el mejor especialista en taijutsu dentro de las Cinco Naciones, superando incluso el nivel de Gai-sensei. En menos tiempo del esperado para un shinobi incapacitado de usar su chakra o cualquier técnica ninja, Lee había sorprendido a todos al alcanzar su rango de jounin y prontamente de ANBU. Y había sido tras largos trabajos de asesinato y desesperantes misiones en solitario que Lee finalmente había aceptado que quería algo más.

 

Tras una fallida relación con Sakura, la cual sólo había durado lo suficiente para hacerle entender que el amor que sentía por ella había menguado de forma considerable, a sus oídos había llegado la noticia de que el Kazekage de Suna estaba interesado en reclutar guardaespaldas. Esto representó, para Lee, la oportunidad perfecta de expandir sus conocimientos y entrenarse en un medio diferente, así que de inmediato había firmado como voluntario.

 

Claro que lograr convertirse en el escolta personal de Gaara no había sido fácil. Lee, junto a otros juveniles y vigorosos voluntarios como él, había tenido que demostrar su valía en una especie de mini-torneo del cual había salido gratamente victorioso, portando nuevas cicatrices y una luminosa sonrisa al rostro. Pero si aquello había parecido difícil, adaptarse a una persona tan cambiante como lo era Gaara había representado la verdadera complicación. Hicieron falta muchas peleas disfrazadas de entrenamiento, caminatas a través de tormentas de arena, y una nueva resistencia al dolor, para que Lee finalmente congeniara con el pelirrojo, si es que se le podía llamar así.

 

Entonces esa había sido la parte de la relación Kazekage/guardaespaldas de la que todos en Suna estaban enterados. Lo que ocurría a puertas cerradas y usualmente a resguardo del manto nocturno era ya otra cosa.

 

Lee aún recordaba la primera vez que Gaara comenzara sus avances con él. Sin haber sido bendecido con el arte de la delicadeza, el pelirrojo simplemente le había mencionado al estupefacto ANBU, con la falta de tacto que le caracteriza, que quería tener sexo con él. El porqué Lee había accedido era, nuevamente, todo un misterio.

 

La primera vez con Gaara había sido francamente decepcionante, completamente diferente de lo que había supuesto o al menos esperado. Durante esa primera vez no hubo mucho placer involucrado en el acto, y Lee pensó que aquello del sexo entre hombres realmente no debía ser anatómicamente posible. Pero con la frustración creciendo en ambos shinobis, Gaara había insistido en que aquello podía ser ciertamente alcanzado, y con resultados bastante placenteros para los dos, así que había decidido seguir intentándolo. Y ni quién para desobedecerle…

 

Un par de noches después y tras una larga y exhaustiva investigación acerca de posiciones y métodos para hacer más fácil la penetración, finalmente Gaara había llegado a un orgasmo. Esto, sin embargo, no logró complacerlo por completo. Se sentía de cierto modo erróneo si Lee no alcanzaba el clímax también, así que habían empezado de nuevo.

 

Eso había sido tres años atrás, y Lee aún no lograba comprender por qué el hecho de intimar con alguien por quien no guardaba sentimiento alguno más allá de la amistad y la camaradería no le molestaba en lo absoluto. Tal vez, se dijo, es que no era tan importante. Tal vez…

 

 

* * *

 

 

A través de los agujeros de la Máscara de la Ardilla, Lee contempló el final del desolado corredor en el que se encontraba. Gaara había entrado a una reunión con el Consejo hacía aproximadamente una hora, y por lo que parecía ser iba a tardarse mucho más.

 

Suspirando cansinamente se recostó contra la pared y alzó la vista al techo, aburrido a más no poder. A punto de lanzar un bostezo, reparó en una figura que se acercaba por el pasillo.

 

La recibió con una cordial sonrisa, a pesar de que la kunoichi no pudiese percibirla a causa de la máscara, pero de igual forma le dedicó una larga reverencia y le sonrió a su vez.

 

—Qué sorpresa encontrarte por aquí, Matsuri-chan —saludó Lee.

 

La chica correspondió el saludo soltando una breve risita coqueta, aunque el nativo de la hoja estaba más que al tanto de los afectos de la jovencita hacia el Kage de la Arena. Había ocurrido una noche cualquiera, cuando Lee patrullaba por la aldea y la había encontrado observando con decisión hacia la ventana del mandatario. Por motivos de seguridad, Lee se había acercado a ella, riñéndole con suavidad el hecho de que una postura como la suya podía resultar altamente sospechosa.

 

En su defensa, Matsuri había caído presa de un indetenible sonrojo y un tartamudeo ciertamente inoportuno. Y así, entre que la chica intentaba calmar los latidos de su corazón y batallaba para encontrar las palabras apropiadas que justificaran su comportamiento, había terminado confesando un amor considerablemente fuerte hacia el pelirrojo.

 

La primera reacción de Lee había sido de desconcierto; esto es, por supuesto, un desconcierto decoroso que le había revuelto las entrañas de una forma bastante familiar antes de estallar en una sonrisa cegadora, deseándole a Matsuri la mejor de las suertes. Esa había sido una noche muy larga, en parte porque la chica, una vez sin ese peso encima, había parecido querer hacer de Lee su confidente, y en parte también porque tras regresar a las barracas establecidas para los ANBU, Lee había permanecido toda la noche despierto, pensativo como no lo había estado en mucho tiempo.

 

Tras la plática con Matsuri, la mente de Lee había quedado hecha un lío, pero tras un atentado de parte de la Aldea de la Roca, involucrando a varios ninjas exiliados, que casi había cobrado la vida de Gaara, el pelinegro había decidido que su cabeza bien podía ser estudiada luego. De ese modo, las cosas habían quedado así, y tan sólo de vez en cuando Lee se ponía a pensar en ello. En realidad tampoco había mucho que pensar, y Lee se convencía de ello a diario. Además, Matsuri había demostrado ser algo bastante cercano a una amiga, y a menudo solían pasar las tardes cerca de los campos de entrenamiento, cuando la joven decidía que era hora de mejorar su taijutsu.

 

O cuando necesitaba pedir un favor, como parecía ser la suerte esa tarde.

 

—Lee-san, necesito consultarte algo —pidió la chica luciendo una sonrisa arrobada mientras una de sus manos jugaba con uno de los mechones de pelo marrón que caía sobre su rostro.

 

Lee la miró con curiosidad, atento a sus mejillas sonrojadas y el acelerado palpitar de su corazón:— Por supuesto, Matsuri-chan. Tan sólo dime cómo puedo serte de utilidad.

 

Ella rebuscó en el bolso que llevaba colgado a la cintura y sacó de éste lo que parecía ser una cajita de color rosa que inmediatamente hizo a Lee arrugar la nariz. El color rosa… digamos que no le traía buenos recuerdos, pero aún así se animó a tomar la pequeña caja que Matsuri tendió en su dirección, la cual examinó como si se tratara de un poderoso pergamino el cual le han asignado descifrar.

 

—¿Y bien? ¿Qué te parece? —la emoción en la voz de Matsuri hizo que las entrañas de Lee se contrajeran.

 

A simple vista era una caja como cualquier otra, un poco más adornada de lo común pero una caja al fin y al cabo. Aunque lo realmente importante no era la caja en sí, sino el contenido que descansaba en su interior. Lee observó con detenimiento el chocolate casero en forma de corazón que lucía un muy vistoso ‘Feliz Día de los Enamorados, Gaara-sama’ hecho con una substancia roja hasta el momento desconocida.

 

Y resultó una pequeña sorpresa. No el hecho de que Matsuri hubiese pensado en regalarle chocolates a Gaara sino que Lee ni siquiera se había acordado de en qué día estaban. La verdad es que siendo un ANBU uno tendía a olvidarse de esas cosas y comenzar a interesarse por las fechas establecidas para viajes diplomáticos y todo eso, así que el especial día había pasado completamente desapercibido para él. Pero ahora allí, con aquel chocolate que desbordaba amor y cariño a raudales, Lee sintió una ligera punzada en el pecho, justo debajo del esternón, como si alguien le hubiese clavado una aguja.

 

—¿Y entonces? —insistió Matsuri, algo ansiosa por el inadvertido silencio. Por un momento se cuestionó si había hecho algo mal, o si se habría equivocado en alguna cosa— ¿Crees que a Gaara-sama le guste?

 

Lee tuvo que morderse la lengua para no decir que era muy probable que Gaara ni siquiera se dignara a probarlo. Cada Día de San Valentín el pelirrojo recibía cientos de tarjetas, las cuales terminaban en el cesto de la basura o bajo algún jutsu incendiario, y toneladas de chocolate que Lee tendría que comer en tiempo récord porque nadie podía verlo con la evidencia. Si la noticia de que el Kazekage desechaba de forma tan fría e impersonal los acercamientos de las jovencitas de Suna salía a la luz pública, esto equivaldría a un enorme dolor de cabeza para Gaara, así que lo que había iniciado como una mera cortesía hacia el pelirrojo había terminado convirtiéndose en días enteros con dolor de estómago tras haber ingerido peligrosas cantidades de la empalagosa golosina.

 

—Pues… —Lee observó la mirada esperanzada de la chica y no tuvo corazón para decirle la verdad— creo que le gustará.

 

—¿En serio? —sus ojos marrones brillaron de emoción al tiempo que sus mejillas se encendieron encantadoramente. Tomó la caja con el chocolate y se la llevó al pecho, suspirando con añoranza— Arigato, Lee-san… —sonrió en dirección del enmascarado shinobi, haciendo que éste se removiera con nerviosismo desde su posición, de inmediato sintiéndose mal por haberle mentido— No sabía a quien más preguntarle. Además, no hay nadie que conozca a Gaara-sama mejor que tú…

 

Dejó las palabras flotando en el aire, ojos entrecerrados al tiempo que soltaba un suspiro agradecido. Pero fueron esas palabras las que ocasionaron que Lee se congelara en su sitio, atónito ante la confesión y el descubrimiento que ni por el más loco de los segundos le habría pasado por la cabeza. Una parte de él quedó en silencio, sin saber cómo responder aquello, mientras que otro lado de su ser caía definitivamente en el pánico.

 

—No es cierto —refutó sin muchas fuerzas, a lo que Matsuri tan sólo soltó una corta carcajada.

 

—Claro que es cierto —recalcó, llevando un dedo acusador hacia el pecho del pelinegro—. Lo conoces mejor que nadie. Sabes lo que le gusta, lo que le molesta, sabes cuándo acercarte a él y cuándo mantenerte alejado. ¡Si hasta eres el único que ha sido capaz de traerlo de vuelta a la aldea cuando se ha encontrado en una de sus crisis!

 

La chica rió bajito ante esto último, ignorante de lo que sus palabras desataban dentro de su acompañante. En primera instancia desencadenaron un vivaz sonrojo que se apoderó del cuerpo de Lee a una velocidad increíble, y también un desazón tremendo dentro de su pecho, porque todo lo que ella decía era alarmantemente acertado. Con cinco años al lado del cambiante Kazekage, Lee podía decir a ciencia cierta cómo era en realidad, lo que le gustaba y lo que no; podía saber de qué humor estaba con tan sólo mirarlo; podía hacer un simple gesto para calmarlo cuando estuviese a punto de perder el control y, efectivamente, era el único shinobi que había ido tras él durante una de sus escapadas al desierto para arrasar con todo y que había regresado victorioso, con vida y, más importante, con un pelirrojo mucho más calmado.

 

Pero todo esto, en lugar de hacerlo sentir orgulloso, lo tornó un poco intranquilo, temeroso casi. Se llevó una mano a su máscara de ANBU, sopesando las palabras de la chica.

 

—Lee-san… —el aludido volteó a mirarla, interesado al captar la seriedad en su tono que también se vio reflejada en la determinación de sus ojos— Estás enamorado de Gaara-sama, ¿no es cierto?

 

El pelinegro quedó de piedra, anonadado ante la pregunta.

 

—¡Claro que no! —exclamó entonces, segundos después, gesticulando con ambos brazos, luciendo claramente ofendido siquiera por la mención— Gaara-sama es el Kazekage y merece respeto, Matsuri-chan. Por ningún motivo podría… podría mirarlo con esos ojos.

 

—Pero lo haces —insistió la chica convencida de su afirmación. Estaba, para ella, más que claro—. No es muy difícil notarlo, Lee-san. ¿O cómo explicas que siempre estés junto a él, a todo momento?

 

Lee adoptó un porte serio, cortando de raíz su nerviosismo y manteniendo a raya las reacciones de su cuerpo, respiración normalizada y los latidos de su corazón bajo control:— Soy su guardaespaldas; es lógico que esté junto a él a cada instante —explicó, llevándose una mano al rostro en un gesto exasperado—. Matsuri-chan, lo que estás diciendo no tiene sentido.  Por favor, no vuelvas a repetirlo. No quiero crear falsos rumores ni mucho menos.

 

La chica se tensó ante el tono severo de Lee, asintiendo con cautela.

 

—L-Lo siento, Lee-san —se disculpó, haciendo una pequeña reverencia.

 

—Está bien, tan sólo… —Lee trató de pasar por alto la forma en que la joven temblaba, como una hoja a merced del viento— tan sólo no vuelvas a repetirlo.

 

 

* * *

 

 

Y allí estaba entonces, luego de haberle dicho aquello, y frente a él, sus intenciones se burlaban y se reían de sus palabras previas. El poderoso ANBU agachó la mirada, sus ojos apagándose por momentos. Apretó entre sus manos enguantadas el presente que había comprado esa mañana: un dije precioso con un enorme rubí en el centro. Lee se llevó la joya al pecho, estrujándola contra el chaleco de su uniforme.

 

No había podido evitarlo. Y por un instante el joven se preguntó si, este año sí, Gaara se daría cuenta de sus verdaderos motivos. Sus mejillas se enrojecieron al pensarlo, y su mirada se llenó de una culpabilidad tremenda.

 

“Esto está mal”, susurró la voz dentro de su cabeza, y muy en el fondo sabía que tenía razón. ¿Pero cómo evitarlo? Era catorce de febrero. Era un día especial, un día importante, y de todos modos no le veía lo malo a hacerle un regalo a Gaara-sama, ¿o sí? No iba a ser el primero y tampoco el último. Matsuri le hacía regalos todos los años, y como ella muchas otras kunoichis más, e incluso algunos shinobis (los más temerarios) se atrevían a hacer presentes al mandatario. ¿Qué tenía de malo entonces que Lee le obsequiara algo también?

 

Nada, no había nada malo.

 

Lee inspiró profundamente, dándose ánimos. Y con cada paso que daba en dirección a la torre del Kazekage su seguridad aumentaba, al punto en que se encontró trotando, enorme sonrisa al rostro, a esperas de reunirse con el Kage.

 

 

* * *

 

 

Le encontró, por supuesto, sumido en uno de los tantos reportes dentro de la interminable pila que se amontonaba sobre su mesa. Tenía el ceño fruncido en pura concentración, y por un momento Lee no supo muy bien qué hacer. No quería interrumpirlo, pero tampoco quería estar parado toda la tarde con la caja de regalo en las manos. Así que suspirando suavemente, Lee decidió que a la primera oportunidad que se le presentase le abordaría de inmediato.

 

Tuvo que esperar tres horas por aquella oportunidad, la cual duró apenas un segundo. Lee se sonó el cuello acalambrado por el nulo cambio de posición y Gaara se hizo hacia atrás en su asiento, hastiado de todo el trabajo que, en lugar de disminuir, parecía multiplicarse con cada segundo que pasaba. Fue cuando Lee se acercó a él, solícito y con una sonrisa nerviosa a los labios.

 

—Gaara-sama —le llamó con cuidado; el pelirrojo le miró, sorprendido por el tono tan suave en que había mencionado su nombre. Costaba admitirlo, pero ni siquiera se había percatado de la presencia de Lee a su lado.

 

Era simplemente por la costumbre, por el hecho de haberse familiarizado tanto con su presencia que tenerle a su lado le era tan común como respirar. Como su escritorio, como la lámpara dentro de su oficina, Lee era tan común y tan deseado como la brisa que entraba por la ventana.

 

—¿Sí?

 

Una de sus invisibles cejas se alzó cuando Lee pareció removerse en su sitio, como si estuviera incómodo.

 

—Yo… tengo algo para ti, Gaara-sama —dijo conjurando todo el valor que tenía, y con paso rápido se inclinó sobre la mesa, dejando el presente sobre las manos del anonadado pelirrojo, quien tan sólo pudo observar, con suma sorpresa, como Lee volvía a la esquina donde había estado toda la mañana.

 

Entonces agachó la mirada y contempló lo que, sabía de sobra, era un regalo. ¿Y cómo no saberlo si cada año su oficina se llenaba de estos? El único consuelo que tenía era que al menos con esta tradición sí sabía que hacer al respecto, así que con toda la suavidad posible desató los coloridos lazos de la caja.

 

En su lugar, Lee tragó en seco, ansioso.

 

Estuvo a punto de apresurarle. ‘¿Y bien? ¿Te gusta?’, pero antes de enunciar palabra la grave voz de Gaara lo detuvo.

 

—¿Qué es esto? —Gaara ladeó el rostro y contempló la pequeña cajita de color morado. Desde su esquina, Lee se enderezó de inmediato, su máscara de ANBU ocultando el obvio nerviosismo que se apoderaba de sus facciones.

 

—Es una gargantilla, Gaara-sama.

 

El pelirrojo alzó una inexistente ceja en un gesto que Lee no supo identificar.

 

—¿Me estás regalando un collar?

 

Lee abrió mucho los ojos al captar el tono irónico en que lo decía:— No; técnicamente es una gargantilla.

 

El pelirrojo le dio una nueva mirada al objeto en cuestión, llegando a la misma conclusión:— Es un collar.

 

—Gargantilla —volvió a corregir el amo del taijutsu, sin ser consciente de la discusión tan infantil que estaban teniendo.

 

—Es un collar —repitió a su vez el pelirrojo, más que convencido de su posición—. Lo mire por donde lo mire, sigue siendo un collar para mí.

 

—Pero es una gargantilla. El dueño de la tienda fue muy enfático en ello —explicó, algo airado de que el otro pudiese suponer que le regalaría algo como un collar. Pero antes de que la situación pasara a mayores, el Kage alzó una mano, deteniendo cualquier futura explicación de su guardaespaldas.

 

—Lee, sé perfectamente lo que es una gargantilla —comentó Gaara con un casi indetectable tinte de burla en la voz, finalmente cediendo ante la lógica del moreno. Entre todos los tratados y documentos que revisar, burlarse un poco de Lee era uno de esos pocos momentos que hacían de su día algo más llevadero—. Y me estás obsequiando una. ¿Por qué?

 

Desde su sitio, Lee no supo realmente cómo contestar a ello sin delatarse por completo. Se removió en su esquina y estuvo realmente tentado de lanzarse por la ventana y escapar de la inquisitiva mirada del gobernante de Suna. ¡Pero él era Rock Lee! Y Rock Lee no escapaba de nada ni de nadie, ni siquiera del asesino más peligroso que hubiese pisado la nación del fuego. Y también porque, de igual forma, aquello nunca resultaría. Por experiencia propia sabía que Gaara era capaz de cazarlo con su arena a través del desierto por horas enteras.

 

—Pensé que no te molestaría —contestó en un tono suave que hizo a Gaara tornarse ligeramente suspicaz.

 

Los ojos del pelirrojo parecieron taladrar a su guardia en busca de encontrar el más leve rastro de mentira. Sus pupilas profundas y penetrantes estudiaron la altísima figura del pelinegro, pensando para sus adentros que era una verdadera pérdida de tiempo cuando ni siquiera podía mirarlo a los ojos.

 

—Hmm... Ya veo... —se encogió de hombros con suavidad y guardó la caja en una de  las gavetas de su escritorio.

 

Sin mencionar otra palabra volvió la vista hacia sus reportes, relegando el tema del obsequio a una esquina de su cerebro. Más tarde se encargaría de analizarlo a consciencia.

 

Y, viéndole rendirse por el momento, Lee dejó escapar un corto suspiro de alivio.

 

El que Gaara hubiese cesado sus preguntas era bueno, porque si llegado el caso comenzaba a indagar un poco más profundo, Lee no sabría qué decir. Odiaría tener que mentirle, ¿pero qué otra cosa podía hacer si ni siquiera él comprendía el cariz de sus acciones? Desde el fondo de su ser rezó porque el pelirrojo no se diera cuenta del pequeño, minúsculo detalle; y cuando Gaara se levantó de su asiento, horas después, y le indicó que era tiempo de reunirse con el gobernante de la Aldea de la Niebla, Lee agradeció su buena fortuna y le siguió fuera de la oficina.

 

Kami-sama le estaba sonriendo, al parecer.

 

 

* * *

 

 

Efectivamente, Kami-sama se estaba riendo, sí, pero de él.

 

Esa era la única explicación. Kami-sama se estaba burlando, y cruelmente de paso. Lo menos que Lee esperaba, cuando Gaara le dijera que iban a reunirse con el dirigente de la Aldea de la Niebla, es que este iba a terminar siendo una mujer. Y no era la primera vez que Gaara-sama se reunía con mujeres, pero había algo en ésta que le ponía a Lee los pelos de punta.

 

Era, principalmente, la forma que tenía de mirar a Gaara, o mejor dicho devorarlo, con sus expresivos ojos verdes que no sentían reparo alguno a la hora de escanear el cuerpo del pelirrojo de punta a punta, disfrutándolo. Y tenía esa enervante manía de relamerse los labios de forma sugestiva mientras miraba a Gaara a los ojos, tentándolo, o al menos así podría haber sido si se hubiese tratado de cualquier otra persona. Obviamente Gaara parecía ajeno a las evidentes indirectas de la chica, pero Lee las veía tan claras como el agua de un oasis. Y lo que era peor, ella sabía que él sabía, y desde el momento en que se había percatado de la doble percepción había hecho sus insinuaciones aún más descaradas.

 

Lee apretó los puños detrás de su espalda cuando ella se recostó sobre la mesa de forma descuidada. ¡Qué ‘nuevo tratado de intercambio’ ni que ocho cuartos, lo que ella quería era que Gaara tuviese una buena vista de sus pechos!

 

Lee gruñó por lo bajo y la joven alzó la mirada en su dirección.

 

—¿Sucede algo con tu guardaespaldas, Gaara-kun? —preguntó con voz dulzona y llena de confianza, ladeando un poco la cabeza de modo que un largo mechón de pelo rubio tapó parcialmente uno de sus ojos esmeralda.

 

El pelirrojo ni siquiera intentó voltearse en dirección a Lee. Sin dirigirle la mirada, respondió:— En lo absoluto.

 

Sin más comentarios al respecto, volvieron a sumirse en temas que Lee ni entendía ni estaba interesado en entender. En ese momento lo único que ocupaba su mente era el hecho de que esa mujer se estaba regalando a Gaara y, lo verdaderamente desconcertante de todo el asunto, era que el hecho de que éste no hiciera nada para cortar de raíz sus avances hacía que el estómago de Lee se estrujara incómodamente. Y era una incomodidad ligeramente familiar, que había conocido antes, a pesar de que no lograba identificar el momento exacto.

 

Una hora y media después, Gaara se levantó de la mesa, dirigiéndole una mirada cortés a la joven frente a él. La chica le sonrió comprometedoramente, y Gaara, como siempre, no fue consciente de ello. Habían quedado en ir a terminar la reunión en un restaurante cercano, nada demasiado lujoso, pero a Gaara le gustaba porque era tranquilo y la comida era buena. Lee salió detrás del pelirrojo, como una sombra cuidando sus pasos, cuando una mano en su pecho lo detuvo. Con suma estupefacción contempló directamente a los penetrantes ojos aguamarina del mandatario.

 

—¿Qué sucede, Gaara-sama? —preguntó, sorprendido de que Gaara le tocara en público.

 

—Contrólate —ordenó Gaara frunciendo el ceño. Se le notaba molesto, pero su voz fue baja, casi inaudible, e hizo que Lee sintiera la vergüenza arremolinarse en sus mejillas al ser regañado de esa manera, cual si fuese un niño, ¡y delante de esa bruja para colmo!—. ¿Qué es lo que te pasa?

 

Negó lentamente con la cabeza, agradecido de que la máscara de ANBU protegiera sus facciones. Sería mucho más bochornoso si el Kage pudiese verle en ese estado:— No me pasa nada, Gaara-sama. Es que estoy un poco tenso, eso es todo.

 

Pero por la forma en que sus ojos brillaron, era obvio que el pelirrojo no le creía absolutamente nada. Eran raras las oportunidades en las que Lee se permitía perder el control de esa manera, y no era algo que Gaara fuese a pasar por alto.

 

—Entonces mejor vuelve a tu habitación —dijo luego de unos segundos de estar parados en medio del pasillo, con la representante de la niebla mirándoles desde el otro extremo, entretenida por aquel silencioso intercambio de murmullos del cual apenas podía dar cuenta.

 

—Pero… Gaara-sama, ¡soy tu guardaespaldas! ¡No puedo dejarte solo! —exclamó Lee, sus ojos abiertos como platos porque no podía creer lo que estaba escuchando.

 

Gaara no lució impresionado en lo más mínimo, y su rostro impasible se mantuvo perfectamente estable:— Puedo cuidarme por mis propios medios, Lee —y entonces añadió—. Ahora vete a tu habitación —y al verle titubear añadió—: Es una orden.

 

Tras esto se dio la media vuelta, dejando a un consternado shinobi detrás de él.

 

En su sitio, Lee apretó los puños hasta que sus nudillos palidecieron. Una molestia enorme se extendía por todo su cuerpo, y es que estaba enojado, más que enojado. Pero no con Gaara, ni siquiera con aquella mujer de la niebla, sino consigo mismo. ¿Qué demonios le había sucedido? ¿Cómo había podido perder el control delante de Gaara? Eso era un fallo imperdonable.

 

Sin más opción que obedecer, Lee asintió, haciendo una corta reverencia, y se despidió de ambos jóvenes de la forma más cortés que pudo, sus ojos brillando peligrosamente al posarse sobre la mujer que le observaba con una enorme sonrisa en los labios, declarándose ganadora (de qué, Lee no estaba seguro). Mordiéndose entonces la cara interna de la mejilla en un gesto por controlarse, dio la media vuelta y se marchó hacia su habitación, detestando cada segundo en el que sentía los poderosos ojos de Gaara puestos en él.

 

 

* * *

 

 

Por primera vez en mucho tiempo Lee sintió la seca brisa proveniente del desierto remover sus cabellos y acariciar su nuca, y eso fue algo que agradeció inmensamente. Frente a él, el casi derruido domo que fungía como centro de entrenamiento parecía que iría a colapsar de un momento a otro, las rocosas paredes de arena a duras penas conteniéndose sobre sus cimientos. Alzando sus nudillos ensangrentados, Lee limpió el sudor que caía por su frente como si en lugar de haber estado horas enteras entrenando hubiese estado sumido en las limpias aguas de un oasis.

 

Su cuerpo dolía de forma tan potente que incluso algo tan simple como respirar se le hacía dificultoso. Pero estaba bien, el dolor que para cualquier otro podría resultar alarmante; porque esa era la cuestión: Lee quería doler. Ese era su castigo por lo ocurrido horas atrás junto a Gaara, y porque entrenar hasta desfallecer había sido siempre su respuesta a todo.

 

Cuando no podía encontrar solución a un problema: entrenar; cuando se hallaba confundido: entrenar; cuando algo lo hería en demasía: entrenar; y en ese momento Lee se hallaba sin salida, confundido, y con un naciente dolor en su corazón que no sabía cómo explicar. Estaba relacionado con Gaara, por supuesto (siempre él, siempre), y con la forma en que reaccionaba al verle. ¿Por qué se había puesto celoso de aquella chica? No tenía sentido, y sin embargo con tan sólo pensar en el hecho de que Gaara pudiera corresponder a sus risas y sus miradas Lee sentía unas insanas ganas de destruir algo, un coliseo, una arena, una aldea completa de ser preciso, pero algo.

 

Sin poder mantenerse más en pie, Lee se lanzó sin mucho decoro sobre el suelo, su cabeza conectando duramente contra la fría superficie rocosa que le hizo sisear levemente. La luna se alzaba, potente, esa noche, y Lee la contempló con algo parecido a la añoranza, pero también el recelo.

 

Tal vez la luna podría responder a sus preguntas, tal vez podría disipar todas sus dudas.

 

—¿Por qué me siento de este modo? —susurró llevando unas de sus manos lastimadas a su pecho, apretando sobre su ajustado mono verde. Hacía años que no lo usaba, y de repente Lee quería sentirse como antes; antes de abandonar su villa, antes de dedicarse en cuerpo y alma a proteger a Gaara… ¡Y allí estaba de nuevo! ¡Ese pelirrojo invadiendo sus pensamientos cuando lo único que Lee quería era dejar de pensar en él!— ¡Qué me sucede! —exclamó, y no estuvo seguro de si aquello fue una pregunta real o tan sólo una forma de descargar su frustración, su desespero. Una vez más, su garganta ardió ante el deseo de querer enunciar algo sin saber exactamente el qué.

 

Por un momento Lee se sintió abrumado, agobiado, perdido cual si fuera un niño que ha sido abandonado por sus padres. Solo, en medio de un mundo que no comprende, en medio de emociones que no logra descifrar, así se sentía.

 

—Algo está pasándome —susurró para sí mismo, sus labios apenas moviéndose, apenas pronunciando cada letra.

 

Y de pronto vino a su mente el momento atrás, las palabras de Matsuri. “Estás enamorado de Gaara-sama, ¿no es cierto?” Cerró los ojos con fuerza. ¡Claro que no! ¡Eso era imposible! Él no podía estar enamorado de Gaara porque eso era… eso sería… sería algo horrible, espantoso. ¿Qué caso tenía enamorarse de alguien que estaba muy por encima de él? ¿Alguien que jamás iba a verlo mas que como una forma de aliviar el estrés? Porque Lee no intentaba engañarse al respecto. Él lo sabía, aún cuando en el fondo una parte de sí trataba de ver más allá de lo que el pelirrojo mostraba, él comprendía que cada vez que Gaara se acercaba a él era por instinto únicamente. Cuando se acostaban era a tener sexo, nunca hacer el amor. Las hermosas palabras que el Kage le dedicaba morían al momento en que todo terminaba, en el que los jadeos, el movimiento, la fricción terminaba.

 

Entonces dolía mucho más, de una forma que Lee comprendió de inmediato.

 

Sus ojos se abrieron como platos ante tal entendimiento, ante la enorme revelación, su corazón contrito y espantado.

 

¡Estaba enamorado de Gaara! Por Kami, finalmente había terminado quedando prendado de él. Y lo peor de todo es que saber esto no supuso gran alivio, ¡sino lo contrario! Su corazón latió a todas prisas, su respiración de pronto laboriosa, trabajada y difícil. Amaba a Gaara, era eso. Por eso había estado celoso de esa mujer, por eso le protegía del modo en que lo hacía, por eso sentía que no quería separarse nunca de él, porque lo amaba.

 

Lo amaba y esta realización no hizo sino herirle el pensamiento.

 

Una sonrisa amarga se posó en sus labios, y sus ojos negros contemplaron la luna con resentimiento.

 

—Una vez más… —dijo de forma agridulce mientras se levantaba con suma dificultad del suelo, sus músculos agarrotados y sus piernas entumecidas— Una vez más enamorado de un imposible, ¿no? —cuestionó con ironía, pensativo. Porque tal parecía ser que ese iba a ser siempre su destino. Primero Sakura, y ahora Gaara… ¿acaso nunca iba a ser correspondido? ¿Acaso no iba a encontrar nunca a una persona que sintiera lo mismo que él?

 

Negando lentamente con la cabeza, Lee se dirigió a las barracas de los shinobis. Esa noche no dormiría en la residencia del Kazekage, porque esa noche debía pensar muy seriamente.

 

Y pensar hizo, tras tomar una ducha y atender sus heridas, asegurándose de que no se infectaran.

 

No fue sino hasta casi la media noche que Lee sintió un cambio a su alrededor, algo escasamente perceptible, pero no para un ninja tan bien entrenado como él. Fue apenas una ligera alteración en el aire, diminutos granos de arena moviéndose dentro del cuarto, y un chakra que se le hizo demasiado familiar como para que Lee no se tensara de inmediato.

 

—Debes estar muy cansado, Lee, para dormir con la guardia baja —ronroneó Gaara apareciendo sobre la cama, sosteniendo las muñecas del moreno a ambos lados de su cabeza y colocando ambas rodillas a los lados de sus caderas, todo esto de una forma tan íntima que Lee sintió sus mejillas enrojecerse por el más corto de los segundos, antes de caer en cuenta del brillo animalista que refulgía en la mirada turquesa.

 

Teniéndole de esa forma, Lee se vio imposibilitado de despegar la mirada de aquella otra tan potente: —G-Gaara-sama —susurró de forma ahogada, sus profundos ojos del color de la noche paseándose por sobre aquellas facciones que tan bien conocía. Por un segundo sus ojos se posaron en la sonrisa, y Kami, Gaara nunca sonreía, salvo cuando su lado más salvaje salía a flote, algunas noches que se tornaban luego pasionalmente sublimes—, ¿qué está haciendo aquí?

 

El pelirrojo se relamió los labios antes de responder, y Lee sintió un escalofrío recorrerle, recordando (al Gaara de antes, a la bestia). Su corazón dio tumbos dentro de su pecho.

 

—¿No es obvio acaso? —sus manos apretaron con un poco más de fuerza, sabiendo que el dolor, para Lee, no significaba nada; una de sus rodillas encontró acceso entre los otros muslos más trabajados, presionando un poco hacia arriba, de la forma que sabía podía excitar al moreno hasta límites insospechados— Te deseo, esta noche. Ahora.

 

En su sitio, sin saber cómo reaccionar, Lee se mordió los labios con fuerza, sus mejillas adornándose del más sutil de los rubores. Una parte de él, la más ilusa e ingenua, no hacía sino esperanzarse, ilusionarse por aquel contacto, por aquella cercanía, sobre todo ahora que sabía de sus propios sentimientos. Pero su lado más racional, sin embargo, no tardó en recordarle la verdad de aquella escena, y el hecho de que cada caricia era provista a causa de un deseo físico que nada tenía que ver con el corazón. Saber esto lo entristeció enormemente, por primera vez en mucho tiempo.

 

—Gaara-sama, este no es un buen momento —susurró, conjurando algo de fuerza para así poder desatar sus manos de la prensa del Kage. De la forma más delicada posible, Lee le hizo a un lado sobre la cama, ignorando a propósito la mirada anonadada del otro. Era la primera vez que le rechazaba.

 

El pelirrojo frunció el ceño, y como siempre cuando se encontraba ante una adversidad, cruzó ambos brazos a la altura del pecho de forma defensiva: —¿Por qué no? —inquirió, más que seguro de que algo estaba ocurriendo.

 

Sencillamente Lee había empezado a actuar demasiado extraño. Lo del collar había sido lo de menos, pero su actitud con aquella mujer… la forma en la que se había descontrolado… el modo en el que había entrenado hasta quebrar cada uno de sus nudillos… Porque sí, Gaara le había visto ejercitarse toda la noche, en parte porque ver a Lee entrenando era siempre un espectáculo digno de admirar, pero también a causa de la curiosidad.

 

Decididamente, Lee era una persona curiosa. A pesar de los años juntos, Gaara no podía comprenderlo por completo. Sí, podía leerle con facilidad, pero entender cada una de sus acciones, cada una de las cosas que lo motivaban, eso era prácticamente imposible para él. Así que le observaba a diario, a cada hora, sin poder conformarse con tenerle siempre. Porque Gaara era una persona difícil de complacer, entonces debía tener todo lo que deseaba, y en ese instante deseaba a Lee, con locura casi.

 

—No es nada grave, es sólo que… —el moreno se mordió los labios esta vez en gesto ansioso, su mirada disparándose hacia la sábana blanca que había estado cubriéndole hasta la llegada del más joven. No era su estilo mentir, pero tampoco podía aceptar abiertamente que no quería volver a acostarse con Gaara hasta que no llegara a términos con su corazón. Porque no quería volver a sufrir. Por Kami, Lee estaba harto de doler por amores no correspondidos, así que si podía evitarlo, por Dios que iba a hacerlo, aunque para ello tuviese que decir una pequeña mentira— no me he sentido muy bien últimamente —susurró tratando de usar su tono más convincente.

 

Del otro lado de la cama, Gaara alzó una de sus invisibles cejas, y antes de que Lee pudiera reaccionar, ya le tenía una vez más bajo su cuerpo, esta vez sus rostros tan cerca que el aliento de Gaara humedeció aquellos otros labios deseosos de algún contacto.

 

—¿Realmente piensas que soy tan tonto? —siseó, y su tono fue perturbadoramente calmo, tan contrastante con sus ojos que parecían querer destrozar a Lee en piezas pequeñas y finas. Había en su mirada una mezcla de todo, desde traición hasta desengaño, desde un deseo monstruoso hasta un rechazo casi descorazonador.

 

Lee contuvo el aliento al tenerle tan cerca, confundido con aquella pregunta: —¿Cómo dice, Gaara-sama?

 

Por segunda vez esa noche, Gaara sonrió de forma predadora y mordaz.

 

—Me has estado dando estos regalos por tres años ya, siempre el mismo día, sin falta —relató con parsimonia, sus manos rozando suavemente la mejilla de Lee antes de separarse, y sus movimientos fueron tan sutiles como la brisa que entraba por la ventana entreabierta. Por un segundo Lee deseó poder escapar a través de ella, pero estos no eran sino pensamientos de iluso. Cuando agachó la mirada, como si de esa forma pudiese huir de aquella conversación, los pálidos dedos de Gaara le alzaron el mentón bruscamente, como ofendido por aquella acción tan cobarde—. ¿Por qué? —preguntó con dureza— ¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué huyes de mí ahora?

 

Lee hubiese deseado poder responder a aquello, de verdad que hubiese querido, pero simplemente no sabía cómo. Lo único que sabía a ciencia cierta en ese momento era que amaba a Gaara, amaba tanto que dolía más de lo que había dolido alguna vez. Porque incluso con Sakura él ya había sabido de antemano que no tendría ninguna oportunidad, pero tampoco había habido acercamiento. Con Gaara era diferente, porque éste nunca le correspondería pero contrario a la kunoichi, él le besaba, lo acariciaba, se acostaban juntos. Lee ya no podía seguir con eso. Lee estaba… estaba lleno de dudas.

 

Frente a él, como atrapado en aquellos hechizantes ojos negros, Gaara soltó un suspiro exasperado. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes.

 

—Lee… —llamó en tono peligroso, y el moreno lo supo entonces, no había salida, no había escapatoria.

 

Ocultando los ojos tras sus mechones de pelo negro, se acomodó sobre la cama, apoyando la espalda sobre la cabecera: —Ya… ya han pasado tres años, Gaara-sama. Tres años desde que… desde que nosotros…—por Dios, estaba tan nervioso. Su corazón parecía querer salírsele del pecho, y Lee supo que si no lograba calmarse le iba a dar un paro cardíaco. ¿Por qué no podía simplemente decirle lo que pensaba?

 

Gaara esperó por contados segundos, hasta que ya no pudo más.

 

—¿Desde que nosotros qué? —le apremió apretando los puños con fuerza. Le fastidiaba muchísimo todo aquello, más que nada porque estaba seguro de que aquello que Lee le diría no iba a tener el menor sentido. El moreno no había tenido problemas en que se acostaran la primera vez, ¿a qué venían todas esas dudas ahora? Porque Gaara lo sabía, podía verlo escrito en el rostro de Lee, que éste estaba confundido de alguna manera, y no tenía ningún sentido. Cuando el chico no hizo amago de querer contestar, Gaara perdió la paciencia— ¡Lee! —exclamó en voz baja, tomándole del brazo y apretando un poco, buscando coaccionar una respuesta.

 

Pero cuando aquellos ojos negros se alzaron levemente, el joven Kage contuvo la respiración.

 

—Gaara-sama, ¿qué somos?

 

El pelirrojo le soltó tan rápido que su cabeza pareció marearse.

 

—¿Q-Qué has dicho? —le observó con confusión, porque ahora el que no entendía era él. Y sus ojos aguamarina denotaron exactamente eso, la confusión, las dudas, y más que nada la incomprensión.

 

Tragando saliva con dificultad, Lee asintió, decidido: —¿Qué es lo que somos, Gaara-sama? —repitió acomodándose sobre la cama, sentándose con cuidado para así poder enfrentar al otro— Ciertamente no somos amantes —enumeró, y su garganta se secó al mencionarlo— y tampoco somos novios. ¿Somos amigos? ¿O tan sólo soy tu subordinado?

 

Por primera vez en mucho tiempo, Gaara se encontró sin palabras. ¿Acaso no era obvio lo que eran? Aparentemente no.

 

—¿Por qué me preguntas eso? —dijo a su vez entrecerrando los ojos, estudiando a Lee con mirada crítica.

 

Ahora más que nunca comprendía que algo sumamente extraño le estaba sucediendo al joven. ¿Sería acaso que estaba enfermo? ¿Habría caído presa de algún jutsu? Pero apenas esto pasó por su mente lo descartó como una tontería. No, esa no era la razón.

 

Desde su lugar sobre la cama, Lee soltó un suspiro pesado: —Porque quiero, no —se corrigió—, necesito saber, Gaara-sama.

 

—¿Pero por qué? —volvió a preguntar el Kage.

 

—¡Por favor! —estalló el moreno alzando la mirada, sus ojos oscuros luciendo febriles y encandilados. Sus perlas negras se movían sobre el pálido rostro de Gaara como si no le viese, como si se encontrara en una situación de vida o muerte. Sin darse cuenta había comenzado a temblar, y sus ojos se humedecieron y amenazaron con derramarse. Finalmente, Lee apretó los puños sobre sus piernas, y sintiendo la garganta seca y rasposa se obligó a continuar, esta vez de forma más moderada— ¿Podrías…? ¿Podrías contestarme? ¿Qué es lo que somos exactamente?

 

Gaara le observó en silencio, meditando sus palabras. Su rostro lucía, como de costumbre, impertérrito y decidido, aunque en el fondo fuese otra historia. No podría negarlo, aquella súbita exclamación lo había descolocado un poco, lo había sorprendido y no de la mejor de las formas. Sencillamente era porque nadie, absolutamente nadie se atrevía a gritarle. Y allí estaba Lee, hablándole de esa manera, como si en lugar de estar frente al poderosísimo Kazekage de Suna estuviese frente a un ninja cualquiera.

 

Apartándose entonces, el pelirrojo se arrodilló sobre la cama y contempló a Lee duramente.

 

—No lo sé —respondió tras mucho pensarlo—. Eres mi guardaespaldas y yo soy tu Kage —dijo con tono de obviedad—. ¿Qué más se supone que seamos? —y entonces añadió, suspicaz— ¿Qué quieres que seamos?

 

Lee no lo supo entonces, si fue por el modo en que lo dijo o la forma en que la realidad lo golpeó de pronto, pero su corazón pareció detenerse, y caer justo al nivel de sus tobillos. Era más que obvio que a Gaara no le interesaba formar ningún tipo de lazo, probablemente ni siquiera hubiese pasado por su mente alguna vez. El único que había estado dándose esperanzas vanas era él mismo.

 

Sintiendo la garganta seca una vez más, Lee negó lentamente con la cabeza: —Yo… —tardó un par de segundos en contestar, en reponerse y convencerse a sí mismo que el dolor no lo estaba desgarrando. ¿Qué se supone que diría?— En realidad no tiene importancia, Gaara-sama. Lo siento —susurró dando el tema por perdido.

 

Un suspiro pesaroso brotó de sus labios, y por primera vez Gaara le vio con una actitud tan derrotada que se sintió incómodo. Ver a Lee de esa forma, tan desganado y… ¿quebrado? No, no estaba bien de ninguna forma. Ese pesar que el moreno sentía, en Gaara se manifestaba de forma física. Sus dedos ardieron, su sangre hirvió, y él frunció el ceño con enojo tanto con Lee como consigo mismo, con esas reacciones que no entendía y que tampoco podía controlar.

 

—No, ahora dime —demandó, pero Lee no parecía querer dar su brazo a torcer.

 

—Ya te dije que no importa… —murmuró, haciendo el rostro a un costado.

 

En menos de un parpadeo Gaara estuvo nuevamente junto a él. Le tomó el mentón con dureza, forzándolo a que le mirara a los ojos.

 

—¿Crees que preguntaría si no fuese importante? —siseó con peligrosidad, y por un momento Lee fue casi capaz de contemplar al chico de antes, al asesino que el otro había sido en el pasado. Inconscientemente tembló, pero no de miedo, sino a causa de una emoción que era igual de peligrosa: el anhelo— Responde, Lee. ¿Quieres que seamos amantes? ¿Novios?

 

El moreno se mordió los labios, imposibilitado de apartar el rostro. Porque cada vez que miraba a Gaara sentía que podía perderse en sus ojos. Porque lo atraía como un imán, con una fuerza incontenible. Porque ante él se sentía pequeño, perdido, y completamente desesperado.

 

—Yo… yo pensé que quería ser tu amigo, Gaara-sama —dijo con absoluta sinceridad, porque desde el fondo de su corazón eso era lo que había deseado siempre. Quería ser amigo de ese chico tan callado y reservado, tan alejado de todos, aquel que no permitía que nadie se le acercara cuando era más que obvio que necesitaba de algo de contacto.

 

Ah… era por eso.

 

Ahora entendía. Era por eso que Lee había aceptado estar con él la primera noche. Porque ingenuamente había pensado que él lograría salvar a Gaara, y alejarlo de esa horrible soledad que lo acompañaba como una eterna sombra, que seguía sus pasos y nunca lo abandonaba. Por Dios, había sido tan ingenuo…

 

Especialmente en ese momento, y es que todo lucía tan imposible de pronto…

 

—Eres mi amigo —escuchó la rasposa voz de Gaara rompiendo contra sus oídos, acabando con la apacible calma de la noche.

 

Y una vez más, Lee negó con la cabeza.

 

—No, no lo soy.

 

—¿No lo eres? —esta vez lo que denotó el tono de Gaara fue una profunda incredulidad, sus ojos abiertos un poco más de lo normal.

 

¿Qué demonios estaba pasando con Lee? Por momentos Gaara tuvo ganas de amarrarlo con su arena y zarandearlo un par de veces, y ver si algo de sentido común entraba en esa cabeza dura como la roca. ¿Cómo podía Lee decirle, luego de tres años juntos y muchos más de conocerse, que no eran amigos?

 

Una parte de Gaara se sintió traicionada, y en su pecho algo se apretujó, algo que le hizo doler. El pelirrojo tuvo que hacer un esfuerzo monumental para contener la mano que deseaba irse a apretar allí sobre su ropa, por encima de su corazón. Simplemente no lo hizo porque ese gesto había sido siempre demasiado familiar, desde pequeño, y representaba una debilidad más grande y más vasta que el mismísimo desierto de Suna. Y una cosa que Gaara no iba a admitir nunca era que las palabras de Lee lo estaban hiriendo profundamente.

 

—Responde, Lee. ¿No somos amigos? —una vocesita pequeña y suave quiso apresurarle, instarle a que respondiera que sí. Necesitaba que Lee dijera que sí, por favor…

 

El pecho de Lee se contrajo al momento de dar voz a sus palabras: —No lo somos, Gaara-sama —dijo con pesar—. Yo quería ser tu amigo, y de verdad pensé que lo era, pero no es así.

 

Esta vez sí, Gaara agachó el rostro, imposibilitado de enfrentar su mirada del color de la noche. Eso era… se sentía… por Dios, era peor que morir. Porque era cierto, aún después de todo, Gaara no tenía muchos amigos, a pesar de que finalmente había comenzado a apreciarlos. Así que sin darse cuenta los lazos que creaba se estaban haciendo más fuertes, en especial con Lee.

 

Ah, sí, Lee era… no entendía de pronto lo que era. Lo único que comprendía era que aquellas palabras le herían, y dolía, e hicieron que los ojos de Gaara se humedecieran, por lo que tuvo que ocultar la mirada tras sus cortos cabellos rojizos, escapando. Y qué risible sería, que alguien le viera de ese modo, a él, huyendo. Una vez más, Gaara se sintió como un niño.

 

—¿Por qué? —preguntó; y lo que realmente quiso decir fue: ¿qué tengo que hacer para convencerte?

 

Por un segundo Lee tan sólo se estuvo en silencio, pensativo.

 

—Porque es imposible, Gaara-sama —el pelirrojo tuvo ganas de abofetearlo al escucharle, y gritarle que estaba equivocado, que era un estúpido por decir esas cosas; pero no tuvo ni siquiera fuerzas suficientes para ello—. Los amigos se tienen confianza, se conocen. Yo no sé nada de ti, Gaara-sama, y tampoco tú sabes nada de mí.

 

El pelirrojo alzó la mirada tan rápido que las vértebras de su cuello sonaron, sus ojos bien abiertos, casi acusadores.

 

—¡Por supuesto que sé de ti! ¡Sé todo sobre ti, Lee!

 

El otro negó, y Gaara se sintió impotente, de nuevo.

 

—Mis miedos —susurró, sus ojos negros perdidos sobre la cama—, mis sueños, lo que quiero o lo que necesito; no, no sabes nada, Gaara-sama.

 

Y entonces lo comprendió, y vio que tenía razón y su corazón latió con ansias. Conocía a Lee, lo había observado a diario, religiosamente, memorizando cada una de sus rutinas. Pero lo que habitaba en su corazón, lo que no mostraba a nadie ni siquiera a él, Gaara lo desconocía. Entonces se desesperó, y sus ojos se abrieron como platos. Las venas en su cabeza palpitaron, y el joven Kage tuvo que repetirse varias veces que Shukaku ya no estaba presente, no iba a desatar su ira sobre toda la aldea. Porque así se sentía, como si fuera a perder el control.

 

—¡¡¡Entonces dime!!! —exclamó, y por primera vez gritó a todo lo que dieron sus cuerdas vocales. Se acercó a Lee en menos de un parpadeo y, de esa forma tan común ya, le tomó de ambos brazos, fuertemente— ¡Dime cuáles son tus sueños, tus miedos! ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué necesitas? ¡¡Te ordeno que me lo digas!!

 

Y era como decir: te ordeno que seas mi amigo, te ordeno que no me abandones. Pero no lo dijo porque él era Gaara y no tenía permitido mostrarse débil. Pero sus ojos, aquellas delicadas piedras que parecían derrumbarse, no podían mentir. Y Lee contempló el anhelo, la desesperación y la rabia, y de igual modo fue partícipe de su dolor, de una pena que era más grande que él mismo y más antigua que las lágrimas.

 

Agachó entonces el rostro, y las lágrimas que había estado conteniendo dentro de sus ojos brotaron sin control alguno. No entendía por qué lloraba, y Gaara le miró con la misma incomprensión reflejada en sus ojos.

 

—Gaara-sama… yo… lo siento mucho…

 

Y antes de que el pelirrojo pudiera comprender la razón de su disculpa, a punto de preguntarle a qué se refería, Lee había desaparecido de la habitación. Rápido, como una revelación, se había soltado de las manos de Gaara y había volado por la ventana, lo más rápido que sus piernas se lo permitieron. Quería escapar, quería estar solo, y definitivamente quería pensar, porque ya no sabía cómo enfrentar a Gaara.

 

Dentro de la habitación, Gaara apretó los puños.

 

Todo estaba fuera de control. ¿Pero por qué? ¿Por qué Lee tenía que comportarse de esa forma? ¿Y por qué tenía él que aceptarlo sin más? ¿Por qué no iba tras él a enfrentarle, a arrastrarle de vuelta a Suna de ser preciso? Gaara contempló sus manos desnudas y todos los deseos que temblaban en ellas. Porque era lo que deseaba. Quería ir tras Lee y obligarlo a encararle, sin importar si tenía que usar la fuerza, si tenía que lastimarlo de gravedad, Lee tenía que volver. Pero aún así, aún con todos estos deseos, no se movió de su lugar. Porque estaba confundido, y él detestaba sentirse así.

 

Se llevó ambas manos a la cabeza, como tratando de contenerla para que no estallara. Pero iba a explotar, lo sabía. Por más que intentó contenerse, la rabia y el dolor fueron demasiados, lo desbordaron.

 

—¡¡¡Aaaahhhh!!! —gritó con todas sus fuerzas, su chakra disparándose.

 

A punto de salir de la aldea, Lee se detuvo, anonadado. Se giró apenas levemente justo para ver como el edificio que contenía las barracas se destruía, cayendo a pedazos sobre la arena. A su lado, los aldeanos gritaron y corrieron, los ninjas se abalanzaron a ver qué sucedía, y él tan sólo pudo darle la espalda a todo ese caos, reiniciando el trayecto lejos de Suna, lejos de Gaara.

 

 

* * *

 

 

Lee volvió a Sunagakure seis días después, deshidratado, malnutrido, con la ropa desecha y cientos de quemaduras sobre la piel. Había estado entrenando sin parar, sin descanso de ningún tipo, en medio de un oasis, hasta que finalmente su espíritu se había calmado y él había decidido que ya era tiempo de regresar. Al llegar al nuevo edificio dispuesto para los ninjas, puesto que el anterior se había derrumbado, según la versión oficial, debido a sus ‘cimientos tan débiles’, las miradas sorprendidas del resto de sus compañeros no tardó en aparecer. Le observaban como quien ve a un fantasma, e incluso murmuraron cuando le vieron pasar, sangrante y malherido, rumbo a donde suponía se hallaba la enfermería.

 

Al llegar a la enfermería enseguida encontró el tan familiar rostro de la kunoichi de turno, quien lanzó un jadeo sorprendido al verle y de inmediato se fue a atenderle.

 

—¡Por Kami-sama, Lee-san! —exclamó, examinando los retazos de piel que el destruido mono verde dejaba entrever. No sabía qué la sorprendía más, si el ver a Lee en ese estado o el saber que el ninja había estado ausente por tanto tiempo. Seis días desaparecido en Sunagakure no era poca cosa— Ven aquí —le instó llevándole a una camilla; Lee, con lo débil que se encontraba, ni chistó—. Voy a traerte algo de tomar, por favor, quítate la ropa.

 

Mordiéndose los labios con fuerza, Lee hizo lo que le ordenaba. Con mucha dificultad se quitó los calentadores, colocando los pesos en el suelo con sumo cuidado, tras lo cual procedió a desvestirse, lento y pausado para no empeorar sus heridas. Ahora con la cabeza en frío, el chico admitía que tal vez no había sido tan buena idea el marcharse de ese modo, sin provisiones de ningún tipo. Pero en su momento lo había creído preciso, y ahora Lee sentía que podía respirar de nuevo.

 

Recostado sobre la camilla, el maestro del trabajo duro contempló al techo con decisión.

 

Sabía que ahora que había vuelto a la villa lo primero que debía hacer era reportarse con Gaara, pero siendo sincero consigo mismo, aún no estaba seguro de querer hacerlo.

 

Simplemente no sabía qué esperar del otro, no tenía ni idea de cómo reaccionaría al verle. ¿Se mostraría agresivo? ¿Indiferente? ¿O acaso fingiría que no había sucedido nada? Perdido dentro de sus pensamientos, un suave carraspeo a su lado lo detuvo, y el chico giró hacia su derecha, hacia la ninja médico.

 

—Lee-san, voy a curar tus heridas —dijo con suavidad al tiempo que movía una silla cercana y la colocaba frente a la camilla, tras lo cual, con suma delicadeza, comenzó a curar cada herida, grande o pequeña, gracias al chakra que salía de la palma de sus manos. Lee respiró con alivio; esto quería decir que su estancia en la enfermería no sería muy larga—. Lee-san… —el chico alzó la cabeza, observándole con atención.

 

—¿Sí, Chihiro-san?

 

La joven carraspeó nuevamente, esta vez nerviosa.

 

—Pues… es que quiero preguntarte algo —murmuró como si estuviera hablando de un gran secreto. Lee adivinó de inmediato sobre lo que querría hablar la joven, y su estómago se revolvió con algo de nerviosismo. Era obvio que alguien iba a preguntar, tarde o temprano—. ¿Pasó algo entre Gaara-sama y tú?

 

Lee trató de hacerse el desentendido: —¿Algo? ¿A qué te refieres?

 

Chihiro se removió en su sitio, incómoda: —Me refiero a si pelearon o algo —al notar la mirada sorprendida de Lee, se apresuró a explicar—. Es que… Gaara-sama no está actuando como usualmente. Nadie lo dice, pero todos sabemos que tiene algo que ver contigo y con que hayas desaparecido del modo en que lo hiciste. ¿Acaso discutieron?

 

A esa pregunta, Lee no supo qué responder. Es decir, ni siquiera sabía qué pensar. ¿Acaso era tan notable el cambio?

 

Como si pudiera leer su mente, Chihiro asintió, y sus ojos denotaron una enorme preocupación.

 

—Lee-san, voy a serte sincera —susurró deteniendo momentáneamente su trabajo y apretando los puños sobre sus muslos, su mirada fija en él—. Desde que llegaste a Suna, Gaara-sama no es la misma persona. Desde que estás aquí él luce… diferente, feliz. Todos sabemos que es gracias a ti, porque te considera un amigo muy preciado. Es por eso que quiero pedirte algo —sin aviso de ningún tipo tomó las manos de su paciente, estrechándolas fuerte y cálidamente—. Por favor, Lee-san, habla con él. Gaara-sama te quiere, te necesita, y todos en la aldea queremos que sea feliz de nuevo.

 

—Yo… —en ese momento Lee se encontró sin palabras que enunciar.

 

—Sé que tú también lo aprecias mucho, eso es evidente —razonó la chica más que convencida de sus palabras—, así que por favor, no abandones a Gaara-sama. Resuelvan sus diferencias y vuelvan a ser lo de antes —suplicó.

 

Dentro de sí, una parte de Lee se sintió complacida de saber que Gaara tenía a gente que le quisiera de esa forma, que se preocupara de tal modo, y al mismo tiempo se preguntó qué cambio tan radical había dado el pelirrojo para que la propia Chihiro lo notara y decidiera tomar cartas en el asunto. La chica, de lo que conocía, era más bien tímida, callada y observadora, y sin embargo allí estaba, rogándole tan encarecidamente que Lee no se vio capaz de negarse.

 

—Está bien, voy a hablar con él —aceptó; soltó un suspiro quedo, y con suma estupefacción vio a Chihiro sonreír de forma aliviada, como si le hubiesen quitado un enorme peso de encima.

 

—¡Muchas gracias, Lee-san! —exclamó lanzándose sobre el moreno, encerrándolo en un poderoso abrazo.

 

En silencio y meditabundo, Lee no hizo sino sopesar sus palabras y la promesa que acababa de hacer. Sin pensarlo siquiera, resulta que se había echado la soga al cuello.

 

 

* * *

 

 

Algo estaba definitivamente mal con Gaara. Lee estuvo completamente seguro de ello cuando contempló el águila mensajera parada sobre el marco de su ventana, a esperas de que Lee tomara el pergamino que llevaba amarrado en una de sus patas. Lee tomó el pedazo de papiro con algo de duda, y una expresión amarga se adueñó de sus facciones al contemplar la corta misiva firmada con el sello del Kazekage.

 

“Otra misión”, se dijo Lee con pesar.

 

Desde que regresara a Sunagakure, sin importar cuántas veces lo había intentado, no había logrado hablar con Gaara. El chico simplemente se le hacía inaccesible. Cuando no estaba en una junta, estaba ocupado revisando reportes, o estudiando alguna ley o trabajando en alguna alianza. De hecho no paraba de trabajar, y Lee se desesperaba cada vez más. Le dolía pensar que podía perder la amistad del pelirrojo, el poco cariño que había logrado obtener de su parte. Era por eso que, ahora más que nunca, Lee estaba empeñado en hablar con él. Y lo haría, de no ser por las constantes misiones que eran depositadas sobre su ventana una tras otra, incansables.

 

“Gaara-sama no me está evadiendo”, pensó Lee con angustia. “Está echándome a un lado, eso es lo que hace.”

 

Definitivamente, Gaara estaba apartándolo, de esa forma nada sutil que tenía de hacer las cosas. Sumiéndose en juntas interminables, desapareciendo en mini-tormentas de arena apenas sentía cerca el chakra de Lee, y ahora dándole todas esas misiones…

 

Lee se llevó una mano al pecho, arrugando la hoja de papel que aún llevaba en su mano.

 

—No puedo estar así… —dijo para sí mismo. De repente sentía una enorme presión en el cuerpo; una incomodidad que nacía bajo su pecho, en el estómago, y se extendía hacia arriba, abarcando todo, triturando su corazón y sus ojos. Lee supo en ese momento que lloraría, porque lentamente comprendía que todo estaba perdido— Pero no puedo —repitió, mordiéndose los labios con fuerza—, no puedo dejar que todo acabe de esta forma.

 

En ese momento, Lee tomó la decisión.

 

Iría a ver a Gaara. Aún si tenía que irrumpir en su oficina por la fuerza, hablaría con el pelirrojo y dejarían las cosas claras de una vez.

 

—¡Yosh! —exclamó Lee, decidido. Apenas terminara su misión, sería la hora de la verdad; y la verdad sea dicha, estaba ansioso por ello.

 

 

* * *

 

 

La misión duró más de lo que había previsto, y cuando Lee regresó a la aldea se fue directamente al hospital. Era cuestión de pura costumbre, la verdad. Antes de reportarse con el Kazekage debía pasar por la enfermería a que le hicieran un pequeño chequeo de rutina. Ahora que, con tres costillas rotas, una contusión en la cabeza y una fiebre altísima, era obvio que Lee pasara un tiempo obligado allí. Al principio tanto Chihiro como el resto de los médicos pensó que se trataría de una nimiedad, nada que no hubiesen enfrentado antes. Las costillas habían sido soldadas con chakra, la contusión se había atendido, y todo el daño a sus músculos asumieron que se debía al uso de las Puertas Sagradas.

 

Pero entonces estaba la fiebre, fuerte y persistente.

 

La primera noche de tratamiento había sido de lo más común. Bolsas de hielo y agua fría, pero a los tres días, cuando Lee empezó a delirar, comprendieron que algo estaba mal con el ninja.

 

—No tiene sentido —susurró Chihiro, su voz llena de espanto, mientras daba el reporte a su Kage.

 

Gaara lucía impasible, como si las noticias sobre Lee no le afectaran, pero a sus pies, tras el escritorio, la arena se movía con peligrosidad. Lee no podía estar muriendo, ¿o sí?

 

“Ningún ninja muere de fiebre”, se repitió por décima vez el mandatario, y por décima vez su propia voz respondió que, entonces, tal vez sí, algo había escuchado alguna vez. Y sin poder hacer nada al respecto, su corazón se agitó y él tuvo que obligarse a inspirar profundamente.

 

Lee no podía estar muriendo; punto.

 

—¿Qué van a hacer con él? —preguntó luego de lo que pareció una eternidad, y por primera vez desde que entrara a la sala, la ninja se encontró sin palabras.

 

—Pues… —se balanceó sobre sus piernas y sus ojos avispados se movieron de un lado a otro de la habitación— lo mantendremos en el hospital, tratando de bajarle la fiebre —Gaara la miró con el ceño fruncido y los labios crispados, por lo que la chica añadió, temerosa:—. ¡También le haremos más pruebas! —pero como la vez anterior, Gaara le observó, expectante. La kunoichi sudó frío, sin saber qué más decir, hasta que finalmente se dio por vencida—. Yo… no sé qué más hacer, Gaara-sama…

 

En su escritorio, el joven contuvo el aire dentro del pecho. Cruzó ambas manos sobre la mesa y agachó la mirada hacia los papeles que plagaban su vista.

 

—Entiendo, puedes retirarte —susurró con voz ronca y afectada.

 

Por un segundo Chihiro dudó, viéndole de ese modo. Aunque el pelirrojo no quisiera admitirlo, era obvio que le estaba afectando lo que sucedía con Lee. Por más que la máscara de su rostro fuese perfecta, sus ojos no podían mentir. Y esas perlas aguamarina no hacían sino derramarse con una melancolía y un dolor tremendos.

 

Comprendiendo entonces que no tenía nada más que hacer allí, la kunoichi hizo una reverencia, abandonando la oficina de forma apresurada. Aún no podía creerlo, que Gaara-sama insistiera tanto en lucir tan poco afectado por la noticia de Lee-san. ¿Cómo era posible aquello? Cuando Lee había llegado a la aldea, años atrás, ella como todos había pensado que el joven no era sino una pérdida de tiempo. Habían estimado que el chico duraría, cuanto máximo, un par de semanas. Más que nada era por la personalidad de Lee, porque era demasiado alegre, hablaba sin parar y no dejaba de ver el lado positivo de todas las cosas. Decididamente una persona así no era compatible con Gaara. Pero qué tan grande había sido su error, y que equivocadas sus maquinaciones.

 

¡Era todo lo contrario!

 

El llegado de Konoha no sólo había permanecido junto al Kage más de unas semanas, sino que había hecho lo que nadie, absolutamente nadie había logrado conseguir: cambiar a Gaara. Porque eso era lo que hacía, cada día con su enérgica personalidad, lo estaba cambiando. Había hecho que el pelirrojo se relajara un poco más, distrayéndose con entrenamientos cuando las juntas con los ancianos parecían querer enloquecerlo. Y entonces se le veía lejos de su oficina, a veces, en un pequeño puesto de comida que abría hasta bien tarde, y Lee reía junto a él y, en contadas ocasiones, Gaara sonreía también, una mueca pequeña y casi inexistente pero que estaba allí, como la lluvia luego de la sequía.

 

Entonces resultó obvio, Lee era lo que toda Suna estaba esperando. Él era el salvador de Gaara, un salvador que ahora estaba muriendo…

 

Cuando Chihiro llegó al hospital supo que algo malo estaba sucediendo. Lo notó de inmediato en los ojos preocupados de la enfermera que estaba supuesta a atender a Lee a todo momento. La mujer, de unos treinta años y ojos de color caramelo, se abalanzó sobre Chihiro apenas la vio entrar por la puerta, su pecho subiendo y bajando tempestuosamente con cada exhalación.

 

—¡Chihiro-san! —exclamó, el rostro pálido y la mirada vidriosa. Ella, como todos, sabía de lo importante que era aquel shinobi, no sólo para el Kage sino para la aldea entera— ¡Ya sabemos lo que está mal con Lee-san! —y al decirlo, de los labios de Chihiro escapó un suspiro aliviado. Si sabían lo que estaba mal con el chico, lo más probable es que pudieran solucionarlo. Esperanzada entonces, el fantasma de una sonrisa comenzó a invadir sus labios, pero la misma se vio borrada de súbito cuando la enfermera continuó:— Lee-san ha sido envenenado.

 

El corazón de la ninja médico pareció detenerse, y con él todo el bullicio del hospital, el ruido de la aldea, los susurros del desierto… De entre todas las posibilidades, el que hubiese sido un envenenamiento era simplemente la peor, y su rostro pálido lo demostró. Sus labios se movieron pero de ellos no brotó ningún sonido. Una parte de sí quiso negar, ¡porque aquello no era posible! ¡Ella misma le había hecho la revisión tras llegar de su misión! Lee-san había estado bien, no tenía signo alguno de haber sido víctima de envenenamiento. Y además, de ser así estaba segura de que el chico se lo diría. Pero entonces…

 

—Voy a verlo —fue todo lo que dijo antes de salir corriendo hacia la habitación que tan bien conocía ya.

 

Lo que encontró con tan sólo poner un pie adentro la hizo detenerse en su sitio, los ojos abiertos al máximo y el corazón en pausa. Lee estaba… ¡estaba peor que nunca antes! A diferencia de otras veces, su piel no lucía su usual saludable tono acanelado, sino que estaba pálida como la de un muerto. Y al tocarle la mano, dispuesta a verificar su pulso, notó que su piel estaba espectralmente fría. El único indicio de que aquello que estaba allí era un ser vivo y no un cadáver era el suave y casi imperceptible movimiento de su pecho al respirar, pero incluso esto era tan indetectable que cualquiera le hubiese podido dar por perdido.

 

Entonces lo supo a ciencia cierta, aunque el corazón se le apretujara dentro del pecho. La condición de Lee era crítica, y lo más probable es que no pudiese ser salvado.

 

—Avisen a Gaara-sama —dijo con voz seria y casi impersonal porque simplemente ya ha visto a muchos caer. Como en modo automático, sus labios dieron la orden precisa—. Es probable que Lee-san no sobreviva esta noche.

 

Tras ella, la enfermera soltó un sollozo y asintió, dispuesta a acatar la orden.

 

Dolía, sin duda que dolía, pero ninjas morían a diario. Por un momento Chihiro se preguntó si habrían podido hacer algo por Lee, tal vez si se hubiesen dado cuenta antes del veneno. En ese momento se sintió culpable, por no haberlo visto antes, por no darse cuenta. ¡Había estado tan confiada! Había permitido que la contagiosa risa de Lee la engañara. Porque se había presentado con tanta normalidad, como si nada pasara cuando en realidad estaba muriendo por dentro. ¿Pero por qué? ¿Cómo había sido posible?

 

Limpiándose el rostro húmedo de lágrimas, Chihiro tomó el cuadro clínico de Lee y escribió, su letra borrosa y casi ilegible.

 

Rock Lee; guardaespaldas del Kazekage; ANBU. Paciente víctima de envenenamiento. Signos vitales por debajo del nivel normal, posible fallo cardíaco, probable que caiga en estado de coma o muerte. Se estiman de uno a dos días de vida…’

 

 

* * *

 

 

Cuando Lee despertó esa noche casi deseó no haberlo hecho. Estaba seguro, al menos, de que morir no sería tan doloroso a como se sentía en ese instante. El moreno trató de hacer memoria, y recordar lo que había sucedido. ¿Cómo había llegado a allí en primer lugar? No sabía exactamente cuánto tiempo había transcurrido desde que volviera de su misión, porque el tiempo de pronto se había convertido en una idea ilusoria, en un reflejo que su mente parecía haber creado entre cada pesadilla que lo agobiaba. Durante los últimos días su ser entero se había estado debatiendo entre la realidad de aquel hospital y el mundo de sus sueños y pesadillas.

 

Cada vez que abría los ojos sentía el cuerpo adolorido, como si cada célula dentro de él estuviese siendo estrujada sin misericordia. Especialmente su brazo y su pierna izquierdos parecían querer estallar, y la verdad sea dicha, Lee no dudaba que eso fuese mejor. Unas náuseas tremendas lo atacaban, sus ojos se disparaban, febriles, sobre las paredes arenosas, y su mente había comenzado a… pues, digamos que no estaba bien, para nada bien. Desde horas atrás había empezado a escuchar cosas, y ver cosas que definitivamente no estaban allí. Y a pesar del inclemente calor de la aldea, un frío enorme lo recorría, y su cuerpo se sacudía en espasmos temblorosos.

 

Con la garganta seca y los ojos llorosos, su voz se alzaba como un lamento, pidiendo que alguien le ayudara, Chihiro o quien fuese. El dolor era inenarrable, necesitaba que lo sedaran o algo. Pero nadie venía, era como si todos hubiesen decidido darle por muerto.

 

Entonces era el corazón de Lee el que se agitaba. Porque aquello no podía ser cierto, ¿o sí? Su alma se contrajo al pensarlo, pero tenía sentido. Desde hacía rato que Chihiro no se asomaba en su habitación, y desde que llegara Gaara tampoco había ido a verlo.

 

Ah… sin duda era eso lo que más dolía. Era saber que estaba grave, tal vez estaba muriendo, y no era lo suficientemente importante para Gaara. A pesar de todos los momentos juntos, el pelirrojo no había ido a visitarlo ni una vez.

 

Lee se mordió los labios con fuerza, allí entre el dolor y su fiebre, y sus ojos se derramaron con desespero y desencanto. Dolía, más que sus huesos, más que su piel y su sangre, el dolor que sentía en su corazón era más grande que todo. Por primera vez en muchos años, Lee se sintió… desechado. Porque eso era, ¿cierto? Un ninja descartable que ya no tenía ningún uso, por eso es que Gaara no se dignaba a visitarlo ni siquiera para asegurarle que todo iba a estar bien, aunque fuese mentira. A pesar de todos sus esfuerzos, a pesar de todos sus sacrificios, iba a morir de esa manera, solo, sin nadie que se preocupara por él, y para colmo lejos de sus amigos, lejos de Gai-sensei.

 

Un sollozo lamentable escapó de sus labios entreabiertos, una corriente de frío azotándole el cuerpo. El moreno trató de arroparse con la sábana lo más que sus miembros pesados y adoloridos se lo permitieron. Y entonces fue cuando lo escuchó, una de aquellas tantas voces que había comenzado a invadirlo.

 

“Nadie te desea”, susurraron, y los labios de Lee se movieron buscando pronunciar: “Mentira”. Pero se sentía tan débil…

 

“Él no te desea. Nunca fuiste importante para él”, repitió la misma voz que parecía provenir de todas partes, riendo, burlándose, disfrutando con su sufrimiento. “Cuando mueras te reemplazará, te olvidará, como si nunca hubieses estado aquí.”

 

Nuevas y renovadas lágrimas escaparon de sus ojos fuertemente cerrados. Tal vez tenía razón. Quizás era eso lo que sucedería. Él iba a morir, y Gaara probablemente se presentara a su funeral, incluso hasta podría pronunciar unas palabras, decir que había sido un buen ninja, un gran hombre, ¿pero y después qué? Regresaría a su oficina, a firmar y revisar sus incontables documentos, hasta que al caer la noche regresara a su habitación, pensando aún en su aldea. No habría, dentro de su cabeza, ningún pensamiento para Lee.

 

En oportunidades tal vez miraría hacia el rincón donde Lee siempre estaba, y contemplaría el espacio vacío y permanecería en silencio hasta que finalmente alguien llamara a su puerta. Y entre juntas, entre entrenamientos, se iría olvidando de él. De la sombra que habría dado hasta su vida por protegerle, del chico al que casi había matado dos veces y que sin embargo le había amado más que nadie.

 

Entonces dolió, de nuevo, y Lee se mordió los labios hasta hacerse daño. ¿Pero qué daño podría ser mayor que ese?

 

Inspiró profundamente, tratando de aliviar el ardor que le trancaba el pecho. Si iba a morir, Kami-sama, que lo hiciera pronto, en silencio y en soledad, sin ni una sola lágrima, ni un sólo lamento.

 

—P-Por favor… K-Kami-sama… —pidió, su voz como nunca antes se le había escuchado; suave, medida e inquieta, quebrada— d-déjame morir ahora… onegai

 

Su vista se empañó por el dolor, y por un instante pudo sentirlo, como todo cedía ante el silencio. Las cortinas de la habitación se removieron, y en la lejanía el desierto lloró su nombre. Lo supo entonces. Ese era su fin.


Delgadas lágrimas brotaron de sus profundos ojos negros al tiempo que su ser entero parecía elevarse. ¿Así que eso se sentía morir? Era casi como flotar, lejos de todo lo que le hacía daño, todo lo que lo martirizaba, lejos de las voces y el recuerdo de su amor no correspondido. ¡Ah! ¡Si tan sólo…! ¡Si tan sólo pudiese decirle al menos! Entonces sí se iría sin ningún arrepentimiento.

 

—G-Gaara-sama… —llamó en su delirio. Y ante su vista empañada se materializó un rostro que conocía tan bien… Suavemente sonrió, su mente jugándole trucos misericordiosos. Sin darse cuenta cerró los ojos, y de forma entrecortada confesó:— te amo…

 

 

* * *

 

 

Estaba muriendo.

 

Ahora sí era oficial, Lee estaba muriendo.

 

El chico de Konoha estaba muriendo y Gaara sentía que su pecho iba a explotar. ¡Eso no era posible! ¡Lee no podía morir! ¡Mucho menos después de hacerle semejante confesión!

 

La arena se removió con violencia a los pies del pelirrojo, destruyendo todo a su paso.

 

¡No tenía sentido!

 

¿Por qué Lee iba a decirle algo así antes de cerrar los ojos de esa forma? ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Acaso lo hacía para lastimarlo? ¿Para jugar con su mente, dejándole en semejante estado de caos total? ¿O acaso sería una burla? No, Lee nunca haría algo como eso. Lee era demasiado amable, demasiado preocupado, jamás sería tan irónico de profesarle semejantes palabras antes de morir, como si le golpeara con su ironía, como si le recordara tácitamente: ‘nunca serás amado, me tenías a mí pero ya no más, ja’. Pero entonces, ¿por qué?

 

No, fuese la razón que fuese, Gaara se negaba a aquel final. Aún si era mentira, aún si lo hacía para castigarle, ya ni siquiera eso era importante, ni tenerle lejos o tenerla cerca. Nada de eso interesaba ya. Lo único que él sabía con seguridad era que no podía dejarlo morir, porque si aquel chico desaparecía, si aquel shinobi simplemente se iba, entonces aquel hueco que tenía en su pecho nunca se iba a desvanecer, y aquellas lágrimas que se agolpaban en sus ojos nunca iban a dejar de caer.

 

Sin detenerse a pensar demasiado se acercó al débil cuerpo de Lee tendido sobre la cama. Se mordió los labios con fuerza al verle. No sólo su piel lucía enferma y pálida, sino que se sentía así, enfermo y muerto, incluso el antiguo brillo de su cabello y el sencillo aroma que solía brotar de su piel era como si se hubiesen desvanecido. Pero no lo permitiría. A decir verdad, Gaara estaba harto de tener que lidiar con tanta pérdida, harto de perder gente importante, harto de tener que ser una víctima. Esta vez no. Esta vez la vida no le iba a hurtar nada más, nadie más.

 

—Tú no —susurró al tiempo en que le tomó en brazos. Hizo a un lado unos cuantos mechones del frágil cabello negro, observando aquel rostro de facciones tan peculiares—. Esta vez me niego a dejarte ir…

 

Cerrando los ojos lentamente, su chakra se disparó, rodeándolos a ambos cual manto protector. Pero no importaba, el costo lo que pudiese estar arriesgando, no le importó utilizar una técnica prohibida, si al menos con esto podía salvaguardar lo poco que quedaba de su corazón, entonces bien valía la pena. ¿Qué mejor razón para romper las reglas que esa?

 

Mandando al demonio las consecuencias, sus labios se movieron en un cántico suave y repetitivo, su mano derecha haciendo sellos que, sabía, serían más poderosos que todo. Y allí, en medio de la habitación, sintió su chakra fundirse con el de Lee, alimentándolo, nutriéndolo, salvándolo

 

 

* * *

 

 

Tres semanas habían transcurrido; y era como si las cosas hubiesen vuelto a lo mismo de antes. Como un eterno círculo, el final y el comienzo, volviendo a lo que ambos habían sido en un inicio: perfectos extraños. Gaara no se apareció durante todo lo que duró su recuperación, y Lee lentamente había terminado por aceptar que las cosas habían llegado a su fin.

 

Nadie sabía a qué se debía la extraña recuperación de Lee, o por qué aquella noche el chakra de Gaara se había sentido con tanta intensidad, pero todos no estaban sino extáticos de saber que Lee se recuperaría.

 

El proceso fue lento y doloroso, a pesar de que, aún si nadie podía dar cuenta de ello, el chakra de Gaara había acabado con la mayor parte del veneno (al menos con la cantidad más peligrosa), sin embargo sus heridas internas habían sido demasiadas, y el desgarre a sus músculos mucho mayor. Por primera vez en muchos años, Lee se vio incapacitado en una silla de ruedas, sus piernas demasiado débiles aún como para sostenerle.

 

En rehabilitación literalmente le habían enseñado a caminar de nuevo, fortalecer sus huesos y músculos. Lee se había sentido como un bebé. Y esto era… era simplemente insoportable. La sensación era espantosa, la falta de movilidad, de libertad, el no poder hacer misiones, el estar estancado en una silla día sí y día también. La situación era, sinceramente, descorazonadora, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que ocurría con Gaara y su suave pero desgarrador silencio.

 

Sí, era eso lo que más dolía. Era saber que había estado a orillas de la muerte y Gaara no se había tomado la molestia de irle a visitar siquiera, preguntar cómo se encontraba. ¿Acaso no tenía tiempo para él? ¿Ni siquiera cinco miserables minutos para asegurarse de que Lee estaba bien? Oh, Kami, que molesto se había sentido Lee al despertar y saber que todo seguía igual entre ellos… Era tan frustrante, y eventualmente la ira dio paso a la decepción, porque de verdad, hubiese esperado más de Gaara.

 

Lo único que hacía de la situación algo más soportable era sin duda alguna la presencia de Chihiro. La chica le había brindado su apoyo desde el comienzo, animándole y alentándole a que continuara con sus ejercicios, y así, tras lo que para Lee había parecido un siglo, finalmente era la hora de dejarle ir del hospital.

 

—Ne, Lee-san, ¡espero que estés emocionado! ¡Hoy es el gran día! —celebró la chica con una sonrisa de oreja a oreja. Lee agradeció su espíritu tan juvenil y alegre, y reconoció que la joven era sin duda capaz de levantarle el ánimo a cualquiera.

 

—¡Por supuesto que estoy emocionado, Chihiro-san! ¡No veo la hora de dejar esta silla a un lado! —hizo un pequeño puchero, porque el confinamiento nunca había ido bien con él. Las enfermeras se quejaban constantemente de eso, porque Lee nunca hacía caso, nunca permanecía en cama aunque tuviera varios huesos rotos. Pero luego de una de las experiencias más escalofriantes de su vida involucrando una de las kunoichis e hilos de chakra (Lee tembló con sólo pensar en ello), el moreno había decidido que lo más inteligente era seguir sus instrucciones paso a paso, si al menos esta vez. Y la verdad sea dicha, su obediencia había dado frutos. ¡Lee iba a estar fuera del hospital en tiempo récord!

 

—Muy bien, déjame entonces chequear como están esas piernas —animó Chihiro arrodillándose frente al moreno.

 

Lee le miraba, ansioso, cual si fuera un niño a punto de recibir un regalo:— ¿Y bien? —apresuró, su excitación casi palpable.

 

Chihiro soltó una risita, negando lentamente con la cabeza:— Necesito un par de minutos, Lee-san —susurró mientras sus manos empapadas de chakra se paseaban sobre las piernas de Lee, revisando cada músculo, cada hueso y cada terminación nerviosa.

 

No parecía haber ningún problema, y esto la hizo sonreír amplio.

 

—¡Listo! —exclamó, dándole una palmada en el muslo antes de levantarse de su posición. El joven ANBU le miraba fijamente, esperando las preciadas palabras.

 

—¿Y?

 

La ninja médico rió:— Estás como nuevo, Lee-san. Considérate dado de alta, sólo tengo que firmar algunos papeles y listo.

 

Ni bien estas palabras abandonaron sus labios, Lee se levantó de su silla, enérgico:— ¡¡Yosh!! —exclamó, lanzándose sobre la chica.

 

La abrazó por largos segundos, alzándola del suelo y dando vueltas en la sala. ¡Estaba tan feliz! Parecía como un sueño hecho realidad.

 

La joven rió con él, también alegre:— ¡Realmente debes estar feliz! Dentro de poco podrás realizar misiones de nuevo, ¿no te emociona, Lee-san?

 

Contrario a lo que esperaba, Lee tan sólo agachó el rostro, su aura de pronto oscureciéndose.

 

—Lee-san, ¿estás bien? —pregunto Chihiro con preocupación, especialmente cuando Lee negó con la cabeza— ¿Q-Qué sucede?

 

Le tomó un par de segundos contestar, inspirando profundamente y sintiendo sus pulmones arder.

 

—Yo… —ni siquiera tuvo el valor de intentar sonreír, sus fuerzas de pronto abandonándole— yo ya no voy a hacer misiones —ante el rostro asustado de la chica y antes de que pudiese bombardearle con preguntas, añadió:—. He decidido que voy a regresar a Konoha.

 

La joven soltó un jadeo ahogado.

 

—¿Q-Qué? ¿Pero por qué? —de forma más bien poco profesional, se acercó al moreno y le tomó de los brazos, tratando de mirarle directamente a los ojos— ¿Acaso…? ¿Acaso es por Gaara-sama? ¿Es porque no ha venido a verte?

 

El corazón de Lee es estrujó al escucharle. Por supuesto que era eso, ¿por qué más sino? Era lógico, luego de exponer su vida por una persona que evidentemente no se preocupaba por él, ¿qué ninja en su sano juicio decidiría seguir adelante?

 

—No es por eso —mintió, aunque no del todo en realidad—. Es sólo que… todo esto, todo este tiempo en el hospital, me ha hecho pensar.

 

Observó a Chihiro por un segundo, y luego desvió la mirada hacia la única ventana de la habitación. El sol brillaba alto esa tarde, las dunas parecían ser hechas de oro puro y, como todo en Suna, aquello no fue sino el más bello de los espejismos. Sí, Lee había llegado a aquella villa esperando encontrar oro puro, y sin embargo tan sólo cardos y espinas habían inundado su camino.

 

—A pesar de que te considero una amiga, mi vida está en Konoha, rodeado de personas que me apoyan, que hubiesen estado conmigo durante mi rehabilitación, que me hubiesen animado a seguir adelante. Yo… —negó lentamente con la cabeza, un suspiro cansino y derrotado abandonándolo— yo no pertenezco a este lugar. Por más que sus habitantes me hayan abiertos los brazos, Suna no es para mí. Si me quedo aquí moriré en soledad, y eso es algo que no quiero. Por eso no puedo quedarme más…

 

Las tersas manos de Chihiro acunando su rostro lo sorprendieron, y la expresión afable en su rostro.

 

—Lee-san, si estás tan decidido a irte, ¿por qué estás sufriendo tanto? —a punto de preguntarle a qué se refería con ello, su vista se empañó y supo de inmediato de qué se trataba.

 

—G-Gomen —sollozó, sin poder negar más el torrente de lágrimas que se abalanzó sobre sus mejillas cual cascada.

 

Sintiendo las piernas débiles, Lee cayó sobre sus rodillas y Chihiro cayó con él, acunándole suavemente sobre su regazo. Y allí, entre sus brazos, le permitió llorar todo lo que fuese necesario.

 

 

* * *

 

 

La decisión estaba hecha. Lee inspiró profundamente, tratando de calmar los erráticos latidos de su corazón. Odiaba ese momento, no quería hacerlo, no quería decir adiós, odiaba las despedidas. Pero tampoco podía evitarse. Esa mañana había hecho su maleta, se llevaría las cosas más importantes con él, y ya luego podían enviarle el resto de sus cosas. Ah… la verdad es que él mismo no se había sentido con el valor suficiente como para empacar las cosas que le traían tantos recuerdos, como aquel cactus que Gaara le había regalado sin razón alguna, tan sólo indicándole que, cuando floreciera, ese sería un momento muy importante. Y lo había sido, tan extraño, por casualidad o no, el pequeño brote había florecido el día exacto en el que se conmemoraba su primer año en Suna.

 

Lee sonrió un poco ante las buenas memorias que lo sobrecogieron, pero luego vinieron a su mente las tardes en aquella sala de hospital, esperando una visita que nunca llegó.

 

No, tenía que olvidarse de eso.

 

Tratando de insuflarse algo de ánimo, Lee tocó a la puerta de la oficina del Kazekage.

 

Del otro lado, Gaara se tensó. Desde hacía tiempo había sentido la presencia de Lee al otro lado de la puerta, y por momentos había deseado que el otro simplemente desistiera y se marchara. Pero sus deseos habían sido inútiles y ahora estaba allí, el momento de la verdad que tanto había estado detestando. Supuso que podía decirle que estaba ocupado, o simplemente podía marcharse sin darle la casa, ¿pero por cuánto tiempo podía escapar de aquella conversación? No, mejor era enfrentarlo de una vez.

 

—Adelante.

 

Le vio entrar con paso vacilante, y Gaara pensó que no tendría que insistir demasiado, pero cuando el moreno alzó la mirada, supo que se hallaba frente a un hombre herido que no estaba dispuesto a ceder.

 

—Lee… —le llamó quedamente, viéndole por vez primera desde que saliera del hospital. Una sensación de alivio lo recorrió al verle tan repuesto, como si aquella noche en el hospital no hubiese sido sino una pesadilla. Estuvo a punto de sonreír, pero las palabras de Lee literalmente le detuvieron hasta la respiración.

 

—Gaara-sama, he venido a presentar mi s papeles de traslado. Quiero volver a Konoha.

 

En ese instante un millón de cosas pasaron por la mente de Gaara, pero el dolor tan profundo que le comprimió el pecho se encargó de sobrepasarlo todo. La garganta se le secó, y sus manos temblaron imperceptiblemente.

 

Esto no estaba sucediendo. Lee no estaba yéndose, no estaba abandonándolo. Por más que trató de convencerse de lo contrario, supo que aquello era real, no era una fantasía ni una pesadilla. Lee de verdad lo estaba dejando, y dolía tanto.

 

Pero ¿por qué? ¿Por qué lo afectaba tanto?

 

“Kankuro y Temari están en misión”, pensó de pronto, tratando de comprender. “Y ahora Lee no desea estar a mi lado. Ya no tengo a nadie. Estoy completamente solo, justo como antes. Nada ha cambiado. Soy respetado, soy Kazekage, la gente ya no huye de mi, pero yo sigo siendo el mismo. Sigo estando solo y… y aún me duele…”

 

Era eso entonces. Le dolía, aún ahora. Era por eso que había decidido buscar a un guardaespaldas en primer lugar. No era porque realmente lo necesitara. Lo único que él había deseado era sentirse seguro de nuevo, había deseado tener a alguien en quien confiar como Naruto había dicho muchos años atrás. Y por eso es que no deseaba que Lee se marchara ahora. No ahora, ni nunca. Lee era su único amigo, la única persona en la que realmente podía confiar. Y ahora Lee quería marcharse, quería regresar a su villa. Lee lo estaba hiriendo, y Gaara no sentía que podía soportar otra estocada de esas. Por Kami, tantos años habían pasado y él seguía teniendo la misma debilidad de antaño, y Lee rompía sus barreras una vez más, como antes. La historia parecía repetirse, pero esta vez no había un monstruo al cual culpar, tras el cual esconderse. Lo único que había tras la coraza era su propia desesperación.

 

Sobre su escritorio, Gaara parpadeó varias veces ante tal realización.

 

Como siempre, solamente se tenía a sí mismo. Y darse cuenta de esto supuso un mal aún mayor.

 

—¿Por qué? —preguntó, y Lee lució algo descolocado porque la pregunta lo había tomado por sorpresa.

 

Carraspeó un poco, tratando de recobrar la voz:— Porque… porque ya no me siento cómodo aquí. Quiero irme. Cuando vine a Suna por primera vez dijiste que podía irme cuando quisiera. Pues quiero irme ahora, Gaara-sama.

 

Irse ahora, y lo decía tan normal, como si sus palabras no estuviesen creando un remolino de emociones descontroladas de Gaara. Incluso el desierto pareció notarlo, porque fue como si cada grano de arena se removiera, peligroso. Una parte del pelirrojo quiso dejarlo ir, que se marchara y tal vez el dolor desaparecería, quizás era lo mejor. Quizás era como había escuchado alguna vez y quizás él y Lee no debían estar juntos, tal vez les hacía más daño.

 

“Puedes irte”, quiso decir, “¡Márchate!”

 

Y sin embargo…

 

—¿Por qué? ¿Por qué quieres irte? —susurro, su voz disminuida y casi imperceptible.

 

Lee se mordió los labios ante aquella imagen, aquel tono de voz. Sonaba como los niños que han sido desilusionados, como los pequeños que han sido engañados por el mundo pero aún esperan una situación mejor. ¿Pero qué derecho tenía aquel de sentirse así cuando era él precisamente quien había herido más? Lee se molestó, y apretó los puños y contuvo el deseo de ir hacia Gaara y darle un golpe.

 

—Ya te lo dije —pero el pelirrojo negó, y el movimiento tan aparentemente triste lo enfureció—. ¡Ya te lo dije! ¡No quiero estar aquí! ¡No lo soporto! ¡Odio este lugar!

 

Lo odiaba, y se odiaba a sí mismo porque a pesar de haberse repetido un millar de veces que debía ser fuerte, nuevas lágrimas brotaban de sus ojos. No supo en qué momento pasó, entonces, Gaara alzó la mirada y lo vio, y su rostro lució preocupado y medio segundo después estaba frente a Lee. Alzó las manos e intentó tocarlo, y sin querer contenerse o detenerse a pensar en ello, Lee lo golpeó, fuerte, lanzándolo contra la pared.

 

—¡Es tu culpa! —gritó, mirando a Gaara reponerse de entre los escombros. Su mejilla estaba roja y palpitante, y saber que no había usado su escudo de arena hizo que el estómago de Lee se revolviera. ¿Por qué no se protegía?— Todo esto es tu culpa, y ahora finges que te importa, ¡finges que te duele! ¿Cómo puedes actuar así?

 

El pelirrojo no contestó, apenas preocupándose en mantenerse de pie. El golpe había dolido, pero de algún modo se había sentido real. Al menos Lee le estaba hablando con honestidad, Lee le estaba dando de su atención. ¿Pero por qué lloraba? ¿Por qué sus ojos derramaban esas lágrimas grandes y gruesas que lo atraían porque, oh Kami, lo único que quería era limpiarlas?

 

Otro golpe lo detuvo cuando intentó acercarse a Lee de nueva cuenta, y otro grito. No se defendió esa vez tampoco, ni la que siguió ni la otra ni la otra. ¿Para qué defenderse? Lo único que Lee estaba causando era entumecimiento, y esta sensación era cien veces mejor que un dolor lacerante, ¿o no?

 

Cuando Lee terminó de golpearle, su pecho subía y bajaba con agitación, sus puños dolían, y el rostro ensangrentado de Gaara no lo hacía sentir mejor.

 

—N-No t-te… v-vayas… —susurró el Kage con dificultad, su ojo aguamarina, el que no estaba amoratado, enfocándose en el moreno frente a él.

 

Lee negó de nueva cuenta.

 

—A ti qué te importa, Gaara —murmuró, tratando de contener el llanto. Hubiese deseado seguir golpeándolo, si al menos esto le hubiese hecho sentir mejor, pero no, todo lo contrario. Por más que Gaara le hubiese herido, se sentía horrible lastimar a la persona a la que amaba—. Nunca te importé…

 

Esa era la verdad absoluta. Nunca le había importado. Tan sólo le había usado, como a todos los ninjas bajo su mando.

 

—E-Eso… n-no es cierto… —susurró Gaara incorporándose. Lee pudo haberlo golpeado de nueva cuenta, pero no tenía fuerzas ni para ello. Lo único que quería era desaparecer y no escuchar las mentiras que probablemente iban a enunciar esos labios— S-Si no… si no me hubieses… importado… ¿c-crees que te… t-te habría… s-sal-vado?

 

—¿Q-Qué dijiste? —no, eso era mentira. Gaara no había hecho nada, ¡ni siquiera lo había ido a ver!— ¡No me mientas! —gritó, viéndole reponerse sobre el suelo.

 

—No miento… —dijo el Kage con calma, su mirada fija en su contraparte más oscura— Yo te salvé… —confesó— Até mi chakra al tuyo usando una técnica prohibida. Tal vez no debí haberlo hecho, pero… —agachó la mirada una vez más, su corazón oprimiéndose dentro de su pecho— no me importó. No quería perderte, y ahora no importa lo que hagas o a dónde vayas, siempre vamos a estar unidos. Siempre sabré dónde estás, lo que estás sintiendo, porque ahora mi chakra está dentro de ti, es parte de ti.

 

Y esto fue… un shock, y Lee lució genuinamente sorprendido.

 

—¿Por qué? —fue su turno de preguntar. No tenía sentido. ¿Por qué Gaara haría algo como eso?

 

—Porque me rehúso a perder lo único importante que me queda —confesó con decisión, plenamente seguro de sus palabras—. Llámame egoísta si quieres, pero no voy a dejarte ir, y aún si te vas de igual modo estaré contigo. Ahora no hay nada que puedas hacer al respecto, Lee. Hagas lo que hagas no puedes dejarme.

 

Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, Lee estaba a un palmo de narices, y sus ojos lucían confusión, y temor y algo de sorpresa, pero también había una pequeña, diminuta luz de esperanza en ellos. Y fue, de entre todas las cosas había visto en toda su vida, la visión más hermosa y electrizante de todas.

 

—¿Por qué? —susurró Lee aún sin creérselo— No comprendo, yo… pensé que no te importaba. Te alejaste de mí…

 

Gaara apartó el rostro pero, como tantas veces hubiese hecho el mismo con el otro, Lee le tomó del mentón y le obligó a verle a los ojos.

 

El pelirrojo suspiró, cansado:— Estaba confundido. No supe cómo me sentía hasta que casi te vi morir en el hospital. Tuve que salvarte, y entonces… me dio miedo —confesó, su voz temblando levemente—. Nunca he sentido esto por nadie, Lee. Yo… daría mi vida por ti, mi vida y mi corazón. ¿Cómo puedo sentir esto si se supone que me debo a mi pueblo? ¿Cómo vivir conmigo mismo si cuando pienso en ti nada más me importa? Ni Suna, ni mis hermanos, ni nadie. Sólo tú.

 

—Gaara… ¿pero por qué no me dijiste antes?

 

—Estaba asustado —repitió.

 

—¿Y crees que yo no? —preguntó Lee, su tono algo más severo pero, por Kami, se sentía tan bien dentro de su pecho— Gaara, a mí también me asusta esto que siento, cuando lo único que quiero estar contigo. Yo… yo te amo, Gaara, al punto en que no puedo pensar en otra cosa que no seas tú. Yo te amo tanto, Gaara —susurró, acercando sus labios a los del pelirrojo.

 

Lo besó lentamente, saboreándolo. Y se sintió tan bien que no pudo evitar llorar. Se besaron una, dos, tres, incontables veces, y cuando finalmente se separaron, Lee se limpió el rostro y suspiró.

 

—Gomenasai, Gaara —pidió, acariciando el rostro amoratado del más joven—. No quise lastimarte —se sentía tan culpable de pronto, pero el pelirrojo negó lentamente con la cabeza, besando levemente aquellos nudillos ensangrentados.

 

—No te disculpes, Lee —negó, inclinándose a dejar un beso sobre la frente del otro—. No me has lastimado, al contrario. Has aliviado el dolor más grande de mi corazón —sonrió, alzándose en su lugar y llevando a Lee consigo—. Pero debes prometerme que no te marcharás.

 

Lee contestó de inmediato:— Nunca. Jamás me iré, Gaara. Te lo prometo.

 

Frente a él, el Kage suspiró.

 

Esa era una promesa que no le importaría cumplir por siempre.

 

 

 

Notas finales:

Uish! Jajajaja que largo!!! Pero ps, la verdad el final no me termino de convencer, pero ps, lo hecho esta hecho! xD

 

Ne, espero que mas personas decidan unirse a la Semana GaaLee/LeeGaa!!!! Mientras mas personas seamos, mucho mejor!!! >U<


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