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Cincuenta y seis R's por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes de Katekyo Hitman Reborn pertenecen a Akira Amano. Esto se hace sin ánimo de lucro, esta colección de drabbles sólo puede encontrarse en esta página.

Notas del capitulo:

Salió porque sí. Porque el R56 es lo único estable en mi paupérrima vida de fanfic_er. Así de cancerígeno está. 

Andén tres.

El frío hacía que las cosas dieran menos ganas de hacerse. El vaho sobre el vidrio, las manos enfundadas en guantes que pican. Fruncimiento de ceño y bufanda cubriendo garganta. Nada comparado al delicioso café de origen latino metido hasta la nariz de cientos de mantas y con la estufa, fiel instrumento de niñerías, encendida para darle calor.

Ah, pero de eso se trataba. De darse calor. Si por eso también estaba aquí, esperando en el andén tres a que aquél estúpido apareciera. Sólo a un pecaminoso como Reborn se le ocurrían semejantes lugares para citarse. Se sonrojó al pensar en la palabra cita, endemoniados pleonasmos, si esto ni podría considerarse encuentro. Aunque haya un poco de ambos pero ninguno era tan mariquita como para suspirar.

El chiste, estaba frente al enorme cuadro enmarcado en vidrio del mapa de líneas del metro. Se arrinconó, mirando a las personas correr para refugiarse en el conglomerado de cuerpos ahogados en sus propios termos.

—Tch, maldito Reborn-Kora —masculló. No fue sino hasta que lo tuvo casi enfrente que se muerde la lengua –. Hasta que llegas, ¿tienes idea de cuánto he estado esperándote-kora? –se acomodó en el piso, cambiando el peso de su cuerpo a la otra pierna. Sus botas de cuero estarían pegándosele a la piel de no haber escuchado el consejo/tormento de Lal sobre abrigarse perfectamente antes de salir a cometer cualquier estupidez.

—Si tanto te quejas -dejó inconclusa la frase –¿Escogiste el destino ya? –preguntó tan campante, dirigiendo una tranquila mirada al mismo mapa –. Pensé en…

—Ya-kora. Ya elegí, quiero ir a tierras cálidas, pero ya-kora –finalizó con un calofrío recorriendo su espalda –. Anda-kora.

—No comas ansias –respondió.

Colonnello frunció el entrecejo, miró de perfil a Reborn. El moreno sabía andar con elegancia así se estuviese en la segunda era de hielo: gabardina negra y cabellera al aire como si no estuviera haciendo un viento que cala huesos. Por poco la imagen del asesino lo hace retrocede un paso; la magnificencia era obvia. Una bufanda amarilla que seguro costaba más que cualquier vestido de Lal, adornaba el cuello y el choque de la suela de los zapatos levantaba un eco que sólo él podía escuchar. Quiso imaginarse por un momento ser ajeno a ese hombre por el que estaba aquí, ¿qué pensaría sobre él? ¿Si acaso Reborn no lo conociera por la situación que los orilló a ser compañeros de cargas? ¿Reborn lo miraría? ¿Estaría consciente de su existencia? Por otro lado, ¿Y conmigo…? Se preguntó a sí mismo,

—«Me quedaría mirándole, estoy seguro» -se encogió, continuó caminando hasta que no estuvo pensando en nada más que en el asesino de negro.

—Oye –le jaló el antebrazo –, si tanto quieres que el tren te dé una paliza mejor pídemelo a mí –aseveró Reborn –¿En qué diablos pensabas? –le riñó.

—Lo siento-kora –se disculpó, un segundo después se reprendió por ello –¡Sólo te estaba probando-kora! –sacó en un murmuro ahogado –¡No te creas-kora!

El moreno le miró fijamente. Las puertas se deslizaron con un chirrido suave.

—Ven acá –lo arrastró y no lo soltó hasta haberse puesto en movimiento –¿Y bien?

—¿Y bien qué-kora? con un demonio-kora –carraspeó molesto, evitando la mirada del otro.

Reborn lo puso contra la puerta, el leve traqueteo no evitaba que perdieran enfoque en sus tercas y respectivas miradas.

—Te estoy dando la oportunidad de responder –sonrió, como un ladino sabe –, no la desaproveches –rápidamente le dio la vuelta a Colonnello, deshaciéndose de la bufanda de este y recorriendo con los finos dedos el cuello –¿y ahora? –se acercó a él, pegando su pecho a la espalda del rubio.

—No sé nada-kora –balbuceó, tratando de no brincar por reacción al roce frío de Reborn –. Quemas-kora.

—Estás nervioso –dijo.

—No es cierto-kora –se quejó, más no pudo hacerlo mucho más, el moreno le agarró la entrepierna –. Para-kora, aquí no-kora.

—¿Por qué crees que te cité aquí? –le besó la nuca, hundiendo la nariz en las hebras de color oro, deleitándose con el producto de esas acciones. El vapor contra el vidrio, la imagen cristalina de Colonnello que le despertaba sensaciones que no iba a describir por falta de ganas. Lo que importaba era follarlo y ya mismo.

—Pervertido-kora –murmuró, sintiendo las manos del otro recorrerle de la cintura hacia arriba. Hacia abajo. Sabía que era parte del plan, del encuentro, de la cita, terminar o llegar a esta parte, ¿para qué engañarse? Eran compañeros de carga, de maldición… y de juegos sexuales. Así.

El moreno comenzó a masturbar a Colonnello, besándole de vez en cuando. Regalando mordiscos en la oreja que se quedase a su merced, no importaba cuál. Mientras más pudiese disfrutar de esa piel mejor estaría y con mayor energía recorrería el mundo de la mafia.

Los movimientos del tren se prestaron. Los vagones vacíos, los contiguos a medio llenar, ¿qué tan lejos ya iban? Colonnello olvidó poner atención, igual al momento en que casi lo arrollan, sólo Reborn. Eso era todo lo que existía en sus pensamientos.

—En ti, idiota-kora. Pensé en ti-kora –masculló entrecortadamente, lanzando los jadeos contra su propia imagen. Sintiendo que la mano impávida de Reborn le ponía enfrente el semen de su propia fábrica –. Siempre es por ti-kora.

—Por eso me gusta el frío –le beso en la boca –. Saca lo mejor de ti. 

 

Examen.

—Vamos, Reborn-kora, detén esto antes de que…

—Apenas vamos empezando, tranquilízate.

—¡No-kora!

—Es un simple examen, querido paciente.

—¡Responder quién descubrió América es un simple examen-kora! ¡No que te metan dedos por el culo-kora! –se estremeció. Le daba la espalda a Reborn y, en efecto, los dedos de éste ya estaban más que incursionados en el ano de Colonnello. A éste lo consumía la vergüenza, más porque el juego lo ponía como cerdo en fuego.

—Limítate a cerrar la boca –coló un tercer dedo a tentativa de varios roces profundos –¿Ves?

—Quí-Quítate la bata-kora, me enferma-kora –lo miró de reojo, con carmín dibujado en sus mejillas.

—No –respondió simple y llano. Continuó con el jugueteo, manoseando de vez en cuando las suaves nalgas del rubio, recorriendo su espalda, la columna entera, queriendo conducir por caminos más personales, pero el gemido del rubio le trajo de regreso a la realidad –. Haces que me enajene –murmuró.

—Ya-kora –replicó, tomando la mano izquierda de Reborn para llevarla a su entrepierna –. Lo necesito.

—No tienes que decirlo –sugirió con maldad –, es por eso que –comenzó a masturbarlo, recorriendo con suavidad, a veces casi sin tocarlo –me gusta torturar… ¿continuamos? –le dio la vuelta y lo obligó a subirse al banco. El frío del asiento estremeció a Colonnello, el leve brinco causó una euforia palpable en el moreno.

Los húmedos besos recorrían el níveo cuello. La suavidad de ésa piel traía loco al mafioso más fuerte de Italia. Los leves suspiros incitaban su lado salvaje. Pero ante todo, era un caballero.

—Me parece que debo examinar con profundidad, pero habrá que preparar el instrumental, ¿no crees? –miró con hambre al rubio que entendió el mensaje y de modo directo miró el bulto en el pantalón negro.

Colonnello se relamió y con una sonrisa juguetona puso los dedos de sus pies sobre la hombría.

—No sé si es lo suficientemente capaz-kora.

—¿Ah sí? –correspondió el gesto de sonreírle –ya verás, cubriré tus expectativas más grandes.

—Mmm, prefiero sentirlo-kora –lo besó.

—Y creí que esto no te gustaba –se deshizo del cinturón y sacó su miembro cubierto de venas, perfilándolo a la entrada de Colonnello.

El rubio frunció el ceño, se acomodó como pudo en el banco para ofrecer una pornográfica vista a Reborn, que asintió en su cabeza. Penetró al rubio con salvajismo. Las estocadas aumentaron, los gemidos en mordidas de labios para mitigar el ruido. Colonnello se estremecía bajo el roce del moreno, y éste exploraba hasta el más recóndito lugar de la piel nívea.

Lo único que recíprocamente sabían, era que se gustaban. A lo bestia. A él el machismo insuperable, y al otro un masoquismo nivelado al tope de la idiotez. Complementos tan absurdos que embonaban como piezas de un rompecabezas fino.

Colonnello completamente desnudo y a merced de un pseudomédico descubierto más que en la zona estrictamente necesaria. Ésa clase de pudor tonto.

—Más –musitó, el otro recogió el susurro y lo repartió entre las bocas, entre baile de lenguas, mezcla de salivas.

Cuando todo hubo terminado con baño de seda sobre sus cuerpos…

—¿Y bien-kora? ¿Cuál es el veredicto-kora?

—Tendré que hacerte revisiones diarias. 

 

Cambio.

Culpa de Verde y sus estúpidos experimentos, fue el primer pensamiento que tuvo Colonnello. El primer pensamiento, por el contrario, de Reborn no va a ser presentado porque terminó por maldecir a cada ser viviente y enterrado con blasfemias tan elevadas de tono y extensión que no podrían transcribirse.

—Si te atreves te lleno el estómago de plomo –ordenó Colonnello.

—No-kora, esta es una oportunidad de oro-kora –replicó Reborn.

Los diálogos son correctos, los dos los plantearon cada cual su personalidad.

Los cuerpos eran los incorrectos.

 

Gracias a que el Noveno jefe de la Mafia Italiana brindaba todo su incondicional apoyo al área científica Verde se ingeniaba cada cosa imposible de describir, pero, cuando estaba aburrido, gustaba de gastar el tiempo en bromas que ponían en aprietos a sus compañeros. Y nadie de los arcobalenos, los representantes del poder del hampa mundial, era mejor blanco que Reborn… y por ende lógico, de Colonnello. Ambos estaban juntos por lo que cada jugarreta debía ser al doble para decir que estaba bien hecha.

Y esta cantaba así: cambiar las mentes de lugar.

Fue divertido, a decir del científico, verlos cuando sucedió el cambio. Fue por una máquina disfrazada de cámara fotográfica, los detalles de tan brillante logro experimental serán guardados en secreto, patente pendiente.

Entonces, al momento del flash que Reborn previó pero no evitó, se sintió mareado y supo de inmediato que el olor que desprendía su piel no era suyo. Se miró las manos inmediatamente, notando la muñequera militar sobre la que debía ser su mano, se tocó la ropa y, efectivamente, verde militar con botas de combate.

—Hey, Reborn-kora, ¿por qué me veo allí-kora? –el cuerpo de Reborn señaló al de Colonnello.

—¿Qué rayos hiciste, Verde? –preguntó el cuerpo de Colonnello, ignorando la pregunta planteada –. Reviértelo, ahora mismo.

—Me temo que no, esto es pedido especial del Noveno, quiere ver cómo lían en cuerpos contrarios, servirá para realizar misiones encubiertas.

Colonnello, el original (llamémosle la mente), que captó al verse en un espejo que Lal cargaba en su bolso, soltó un grito y se apretó las mejillas, las de Reborn, es decir.

—¡No es posible-kora! –gritó la voz de Reborn, pero era en realidad el rubio dentro del cuerpo ajeno quien lo hizo, por lo que la reacción entre el poco auditorio fue sorprenderse.

—¡No uses mi voz con tu estúpida muletilla de mierda! –imperó Reborn conteniendo más improperios. Era raro también, escuchar ese tonito en la boca del rubio.

—Es extraño –admitió al fin Lal Mirch –. Ver a Colonnello y escucharlo hablar sin su kora por todos lados –frunció el ceño.

—hey, Lal-kora –replicó la mente de Colonnello.

—Será mejor que hables de una vez, ¿son efectos transitorios o debo arrancarte la cámara con todo y brazo para que eso ocurra? –preguntó el cuerpo de Colonnello, cruzado de brazos.

—Hummm –se echó a reír el científico –. Los efectos duran un día, estamos en etapa experimental, recuérdalo mi dulce Colonnello.

—Que te den por culo –replicó el cuerpo del rubio.

—Oye, oye-kora. Si tiene solución sólo hay que ignorarte el resto del día-kora –intervino el cuerpo de Reborn, que posaba más relajado que el cuerpo de Colonnello.

—No, yo voy a estar siguiéndoles a toda hora –replicó Verde.

—Jamás –dijo el cuerpo de Colonnello que intentó meter mano a su costado para sacar su pistola… cuando recordó que si tenía un arma estaría en el cuerpo original –. Hazme un favor y mata al cuatro-ojos.

 

Estrés.

Era la misma mierda de siempre. Trabajos absurdos, no porque no me gustase ejecutar personas. La monta daba exactamente igual. Pero comencé a hartarme cuando pasé seis meses de la misma manera.

El Noveno disfruta de explotar laboralmente a sus asesinos cuando siente que el Heredero al Trono está en problemas. Para ello no recaba en usar a sus mejores elementos, a costa de lo que sea. De eso me encargo yo, de eliminar posibles amenazas. Estúpido e inútil Tsuna.

Con seis meses y más semanas, decidí echar la misión por la borda. Fong estaba por Marsella, me debía un favor. Listo.

Sin embargo, cuando regresé a Toscana, donde yo había dejado al imbécil de Colonnello, no lo encontré. Sólo me dieron la explicación que dio más aguardiente a mi enojo: tenía trabajo por cumplir. Por si fuera poco, al rato de apenas introducirme a la ducha escuché el maldito teléfono sonando, no respondí pero los múltiples mensajes en la contestadora esperaron con su absurdo tintineo rojo, una especie de ojo del diablo que disfruta de ser guiñado hacia a mí. Una coquetería de la que bien podría prescindir.

Tengo nudos en la espalda. Estoy fumando la tercera caja de cigarros en menos de una hora. Debía dejar Toscana de nuevo y quién sabe por cuánto tiempo más. El licor ha perdido su fuerza.

El mandato era fácil: de nuevo vete a darle por culo a la siguiente lista de futuros muertos.

Mierda.

 

Estaba en verdad harto-kora. ¡Ya casi iba a cambiar la estación! Por todos los tanques blindados de países del Medio Oriente, ya me estaba cansando. Y todavía me faltaba resolver el conflicto entre Marsella y su dote de jugo de naranja, no pregunten. La Mafia está en todos lados, hasta en el cereal.

Por un momento creí que si apresuraba las cosas, y si jugaba bien mis cartas, podría… podría encontrarme con… ya saben. Con ese puto egocéntrico de patillas rizadas. Me enteré por lenguas de doble filo, dígase Jefe, que él tenía una misión cerca de allí, y ¿por qué no aprovechar? Llevo ansiándolo desde que dejé nuestra habitación en la Toscana, de eso harán siete meses. En verdad siento que voy a estallar, estoy frustrado.

Aunque no crean, he tenido que aprender a desligarme de los placeres carnales… porque no tengo más opción. El trabajo me absorbe. No hay tiempo, prácticamente estoy al servicio de mi señor y no hay poder sobre la Tierra que lo haga cambiar de opinión cuando se trata de dejarle al próximo Don de la Mafia un pequeño pero cuantioso Imperio el cual dirigir. Podría decir que no hay lugar a quejas, a esto me dedico, a ser Soldado y esas cosas que hacen estremecer hasta la última fibra de mi ser cuando ejecuto mi trabajo a la perfección o con resultados que dejen al Noveno satisfecho, pero… también merezco una recompensa, ¿no?

No dormía, o si lo hacía era realmente corto el descanso. Misión tras misión. Me mordí todas las uñas. Alguien va a chillarme horrible si no las dejo crecer rápido. Cuando creo que al fin podré obtener un respiro recibo una llamada o peor aún un mandato escrito, dígase que mi reclamo es la falta de humanidad al asunto… quiten eso. Yo no soy humano. Ya no.

No hay tiempo de que yo le dedique una llamada a Re… a ese idiota que dejó a Fong a cargo de Marsella. Pero he de admitir una cosa, me preocupa que aquél esté dándose la gran vida de burdel en burdel mientras yo me parto la espalda. ¿Pero qué estupideces digo? Soy un hombre, yo también podré darme los lujos que yo quiera cuando esta locura termine. Si es que lo hace. Soy hombre, al igual que él. Por eso también gozo de orgullo. 

 

 

Cansancio.

Después de mes y medio desde que Reborn había delegado la misión de Marsella a Fong para poder descansar en Toscana, volvió aquí con la misma intención, sólo que esta vez con un verdadero permiso dado por el jefe. Lo decepcionante fue que no hubo nadie que le diera la bienvenida, no por lo menos quien él esperaba. Había mujeres pagadas que se dedicaron a darle un masaje por esos hombros que apenas se liberaban de todo el estrés sufrido en más de medio año. Al Noveno vaya que le gustaba ser un capataz.

Pero volviendo al punto que Reborn decidió dejarse querer, continuaba enojado a pesar de que las mujeres lo atendían como mejor sabía dictarles su sagrado oficio. ¿Qué le hacía falta? Si alcohol y sexo había hasta de sobra… ah, claro.

—Lárguense, no estoy de humor –las despachó, y ellas se marcharon molestas y en silencio, a pesar del maltrato seguían amando a Reborn. Algo como su club de fans-prostitutas de Roma.

En seguida, decidió enviar un mensaje al Jefe con una petición que más sonó a exigencia a la que tenía derecho por tanto revoloteo de asesino a sueldo bien hecho.

Al día siguiente, Colonnello llegó embotado por una droga, presentado por la ecuánime Luce.

El militar fue cargado por Reborn y dejado en la cama mientras Luce preparaba algo de tomar.

—El Noveno dijo que lo necesitabas, pero él –refiriéndose al rubio –se negó porque supo que tú exigías verlo… se enteró de tu semana de juegos, tuve que darle un té para que se calmara y cooperara, si me entiendes  –dijo entregando una taza de café –, no te aproveches de tu situación, Reborn –le aconsejó y después sonrió –. Pero entiendo lo que necesitas.

­—No te causó muchos problemas por lo que veo –bebió sin ánimos, pero Luce de inmediato notó que el moreno estaba más tranquilo –. ¿Va bien? –preguntó con caballerosidad.

—Claro –se tocó el abultado vientre de cinco meses –. Aunque se trate de mi embarazo todavía puedo trabajar, pero dentro de tres meses tal vez no pueda decir lo mismo –sonrió con calma –. Me retiro –ambos se levantaron y fueron hasta la puerta –. Si tanto deseas, sólo debes presionar un poco.

—¿No acabas de decir que no abuse de mi posición? –se cruzó de brazos y sonrió con altanería.

—De todos modos harás lo que quieras –se resignó y marchó.

En la habitación Colonnello dormía profundamente. Reborn iba directo a embarazarlo, en el sentido florido de la palabra, pero se dio cuenta que estaba cayendo en un estado de tibiez que lo obligó a acostarse cerca del rubio y dormir.

Al fin tranquilos. 

 

Talla.

Tenía hambre. Obvio que la tenía, había pasado el día entero en busca de algún lugar a su gusto pero por una u otra razón se fue postergando el hallazgo y ahora caminaba llamando la atención. No es como si un rubio de ojos azules con ropas de militar desarreglado no pudiese ser más llamativo. Aunque lo era.

Se tuvo que detener en la pastelería de moda en la ciudad.

Pasteles eróticos. Y entonces compró como si no hubiera un mañana. El problema surgió cuando llegó al departamento que compartía con Reborn. Éste se alebrestó y juró no comer nada de esa pastelería asquerosa, no por el concepto, valga, Reborn era el padre de Sade y ya; lo que le molestaba era el dulce y en esas cantidades industriales aunque no temía por una diabetes, si le causaba reticencia una cosa.

—Estás subiendo de peso.

Menuda pelotudez.

—¡Yo voy a comer todo lo que quiera-kora! ¡No me importa si me dejas-kora! –en serio se enojó. Había muchas cosas que en realidad le molestaban de Reborn, pero que le haya dicho gordo definitivamente lo iba a dejar en abstinencia.

—No –decretó el otro. Y se dedicó a tirar a la basura cuanto pastel se le puso enfrente, Colonnello intentó detenerlo, y, a querer o no, terminaron en el suelo, con pastel en sus ropas y caras –. Esta me la pagas.

—Empalagoso-kora –se echó a reír de su travesura bien salvada y besó rápidamente al moreno, lamiéndole los labios, cuando la cosa comenzaba a ponerse candente detuvo a Reborn.

—¿Ahora qué?

—Oh, no me beses-kora, que perderás tu figura-kora –se rió y untó algo de merengue en el cuello, mostrándose sugerente.

—A la mierda el peso. 

Notas finales:

Nos faltan cincuenta. Todavía me quedan loleses por escribir. 


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