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La fría noche de Estocolmo por sasodei_konan

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Notas del fanfic:

Como ya he dicho, está ambientada luego de todo lo ocurrido después del Ladrón de cuerpos, pero el único "spoiler" es la referencia de los personajes, intenté ser bastante discreta en eso :)

Los personajes son de exclusiva propiedad de Anne Rice, provenientes de las Crónicas Vampíricas, la mejor saga escrita hasta el momento <3.

Cuando lean esto sabrán que no, no es Lestat quien comienza con ésta narración, no es aquel príncipe travieso el que escribió este prólogo. Se preguntarán, ¿por qué entonces dice que el autor del libro es Lestat de Lioncourt? Les aseguro, mis estimados, que a medida que sus ojos sigan comiendo cada letra impresa en estas hojas irán captando el asunto.

Antes que todo explicaré el porqué soy yo, David Talbot, quien comenzó con éste ejemplar.

Hace dos días vine a visitar a Lestat desde las selvas, estaba completamente ansioso por lo que no dudé en penetrar sus aposentos con aquella habilidad sobrenatural que poseía, no obstante no contaba con que mi amigo no estaría. Tenía muchas cosas que contarle y esperaba que él también siguiera hablándome de todas aquellas aventuras que aún no se encontraban en sus libros.

Me acomodé en su hogar y me di el lujo de pasearme por ahí, respirando el agradable aroma del perfume ambiental que había percibido antes en tiendas, seguramente de ahí sacó la idea. En verdad no soy una persona que vaya a dárselas de intruso en hogar ajeno, me incomoda bastante a decir verdad y ni hablar de leer algo sin permiso, lo de husmear no es lo mío cuando no está la persona presente para que sepa lo que hago.

Pero esta vez fue diferente. Lestat lo dejó ahí apropósito y no podía ser más obvio.

Mientras me paseaba de un lado a otro y buscaba donde sentarme cómodamente me hallé en lo que sería su habitación. Cuando iba a sentarme en la deliciosa cama que tenía mi vista se fijó en aquella luz que me llamaba. Dejó sobre el escritorio de su habitación una portátil prendida con vista a la primera página de aquel escrito. Obviamente me iba a sentir atraído por la luz y aquella hoja llena de palabras en la pantalla, sobre todo si provenían de Lestat. Él sabía que alguien vendría y quería mostrarle esto, de lo contrario claramente lo habría guardado y apagado aquella máquina. Pero no lo hizo.

Sabiendo ya sus intenciones no dudé en acercarme y sentarme frente la máquina para satisfacer mi curiosidad. Me quedé leyendo, dándome cuenta entonces que realmente lo había hecho a propósito. Él sabía lo que yo haría por lo tanto no me molestaría en hacérselo saber, esto era bastante bueno.

Sin el mayor remordimiento tomé aquel pendrive que extrañamente tenía sólo el archivo de Word con el nombre de «Está terminado, disfrútalo» —por favor, ¿no podía ser más obvio?— y me marché a un hotel de la ciudad. Los dos días después de lo ocurrido esperé que él viniera y me dijera algo. Salí a cazar y esperé encontrarme con él, pero nada, nada de nada, y no iba ya a esperar más de cuarenta y ocho horas para hacer lo que precisamente el me pedía indirectamente.

Así que, Lestat, esto es para ti.

Con mucho cariño:

Tu amigo David Talbot.

 

Aquí estoy otra vez, yo, el gran vampiro Lestat hablando de sus memorias, sus aventuras, su gozo. Muchos ya sabrán bastante de mí por mis libros, mi éxito, mis hazañas, ¡mi música! ¡Ah, dichosos sean esos tiempos y los presentes! Pero antes aclararé una cosa. Esto no saldrá a la venta como mis otros libros ni cosas por el estilo, al menos no por mi deseo. En el caso de que así sea lo más probable es que Louis haya hecho de las suyas viendo esto pero yo no publicaré esto. Seguramente David lo hará tarde o temprano, así que, David, no alteres absolutamente ni una de las palabras que escribí aquí.

Ahora, no me detendré específicamente a hablar sólo de mi —aunque se cierta forma lo estaré haciendo—, sino que comentaré un pequeño relato de una noche junto con Louis, mi compañero, por las calles de Suecia.

 

La noche en Estocolmo era fría y calmada tal cual como aquella noche que le había visto ebrio en aquella cantina, que había dicho: él debe ser mi compañero, él será mío. Si bien sus posesiones terrenales y persona en sí me ayudarían bastante —sobre todo con el tema de mi difunto padre—, también su belleza era la adecuada y la pasión en forma de ser me llamaba un poco la atención. No, no era un poco, ¡me era mucho, demasiado para ser cierto!

Recuerdo haber sido atraído hacia él por sus ojos, sus verdes ojos que fueron lo primero que vi en él, luego su sedoso y largo cabello negro cayendo por sus hombros, cada expresión humana en su rostro, el dolor. Ah, pero qué perfecto era él y ciertamente lo seguía siendo.

Oh, sí, cómo recordaba todo eso con detalle, cuando la pequeña Claudia nos acompañaba, sentía que había sido ayer que había llevado a Louis al mundo de las tinieblas y hace sólo un par de horas que había convertido a la pequeña Claudia para evitar que él se fuera de mi lado y para tener una pequeña acompañante en mis cazas.

Habíamos sido una simple familia feliz, o al menos eso demostrábamos. Claro que cuando decía eso podía sentir de inmediato la mirada de odio de la pequeña muñeca y el humano resentimiento que mostraba Louis con dolor al apartar la mirada por milésimas de segundos. Malagradecidos, era lo que yo siempre pensaba al verlos e iba a algún teatro cercano a ver las interpretaciones de Shakespeare, que eran las que más se solían hacer. No me molestaba en lo absoluto.

Recordaba cuando Claudia iba a cazar y yo no iba a enorgullecerme a verla, podía estar junto a Louis a solas como antes de ello. Algunas de las veces que me acompañaba a las obras de teatro volvíamos caminando en silencio junto al río, pero, ¿qué mejor que eso? El silencio reinaba a aquellas altas horas de la noche, él a mi lado con los brazos reposando a sus costados, usualmente con un abrigo café mientras yo llevaba uno negro.

Me detenía unos momentos para observar su rostro y ver a aquel humano dentro de él que no quería dejar su cuerpo, el sentimiento de vitalidad llenando sus ojos —o aparentándolo—. Acariciaba su rostro esculpido a la perfección por la inmortalidad con un leve rubor en sus mejillas por la sangre de la cual, con todo el dolor de su alma, se había alimentado hace unos momentos. ¡Ah! ¡Mi querido Louis! Cuánto se lamentaba al matar, incluso hasta aquel momento en que había terminado por beber sangre de sucias ratas que andaban por la ciudad, había sido un milagro el haberlo terminado por convencer, así volviendo a alimentarse como se debe. Y aunque él hubiera creído que era yo un monstruo, un total demonio, sé que sabía que ésta era —es— nuestra naturaleza pero no lo quería admitir, no todavía y no hasta un buen rato.

Sí, cuanto me gustaba que me llamara demonio, que era “un maldito diablo”, ¡ah! ¡Esa pasión que tenía al decírmelo! Usualmente cuando cometía alguna travesura su ira se encontraba a punto de estallar, pero él mantenía la calma con esa enorme paciencia que me tenía, mientras yo reía extasiado con sus maldiciones hacia mí. Ah, mi querido Louis.

Ahora caminábamos otra vez por Strömgatan, habíamos asistido a escuchar algunas de las maravillas de Mozart —como Lacrimosa— en Kungliga Operan. No había podido comprender mucho el sueco cuando presentaron a la orquesta, el idioma me llamó bastante la atención y quizá algún día me dedicaría a estudiarlo. Íbamos en silencio, como solíamos hacerlo en aquellos días, a diferencia que ahora no estaba Claudia, no había nadie aguardando en donde nos aposentábamos, ni había lugar en dónde. Estábamos de paseo por sólo una noche, había llevado a Louis en mis brazos desde nuestro bello hogar en Nueva Orleans.

Sentí el viento contra mis manos, por lo que las llevé a mis bolsillos. Una de ellas se retractó y siguió el camino hacia la cintura de Louis para abrazarlo y tenerlo contra mí. Desde luego, Louis no protestó ni nada como eso, a él le agradaba también que lo abrazara a pesar de no decírmelo, tampoco hacía falta poder leer su mente para ello y de todas formas, no podía.

Me detuve para apreciarlo como en otras oportunidades. Él me miraba sereno como siempre, con ese dejo de cansancio en su mirada. Tomé su rostro con mis fríos y pálidos dedo y me acerqué a besar sus labios. Él se mantenía quieto, como si temiera hacer un movimiento que llegara a arruinar el momento hasta que yo lo rodeaba totalmente con mis brazos; seguía mi ejemplo abrazándome también mientras movía sus labios contra los míos. En esos momentos casi podía sentir lo humano que era y casi lograba sentirme como tal. ¿Cómo lo lograba? Muchos años habían pasado desde que él había dejado de serlo, pero entre todos los vampiros era el más humano de todos y eso siempre lo diferenciaría completamente entre el resto, él deseaba seguir siendo así.

Pero él era un vampiro y quise sentir el sabor de su sangre en mis labios. Por ende, me separé un poco de sus labios y dediqué la más seductora de mis sonrisas enseñando mis afilados colmillos. Él pareció entenderlo dado a que se acercaba lentamente a mis labios otra vez pero sin besarlos, sólo dejándolos a mi merced. Sonreí más amplio y no dudé ni medio segundo en morder suavemente su labio inferior, aunque sólo lo necesario para probar de su irresistible sangre en un nuevo beso que comenzaba.

Yo amaba a Louis, lo amaba más de lo que podía haber amado a alguien, lo amaba más de lo que amé a Nicolás, más de lo que amé Akasha, más de lo que podría llegar a amar a cualquiera de esa manera. A Louis siempre lo querría a mi lado, no importa cuánto se demore el viaje que llegue a hacer, la nueva travesía que quisiera empezar, siempre al finalizar querría sentir a Louis en mis brazos y escucharle reclamar por lo preocupado que se encontraba por mí. Amaba todo de Louis, hasta cuando me hacía enfadar lo amaba, no podía dejar este sentimiento por él.

Y precisamente, en estos instantes era cuando más podía sentir la pasión dentro de mí hacia él, cuando sentía su sangre en mi lengua, la degustaba y recordaba aquella primera vez en que lo mordí y le di la elección, ah, cuan bien sabía su sangre y parecía que se sentía mejor, o es que era el éxtasis de beberla más de alguien a quien me aferro con tanto sentimiento.

De repente se removió, al parecer me abrazaba más o quizá al contrario: me intentaba alejar. No lo sabía, sólo sabía que quería seguir apegado a sus delgados y tibios labios, acariciando su varonil espalda que a la vez era tan frágil para mis manos, manos que podían destruirlo de la forma más terrible con sólo dar la orden.

Pero me separé de él, pasando mi lengua por mis labios para limpiarlos y a la vez saborearlos de la sangre de Louis.

Él me miraba a los ojos, con cierta nostalgia.

—Hace mucho tiempo no hacías eso —dijo con su tranquila voz—, desde que estábamos con Claudia.

—Es verdad —asentí cerrando mis ojos al hacerlo, sonriendo lentamente.

Hubo un pequeño silencio antes de decirnos algo más. Imaginé lo que ahora vendría. Mis ojos volvieron a brillar bajo la luz de la luna al separar mis párpados.

—La sangre de ella era mejor, ¿verdad? —preguntó con inquietud de repente mirándome de la misma forma, pero yo ya advertía lo que quería ocultar.

Desvié la vista un poco hacia el Nostrrüm, sentí un poco de vergüenza y leve pena, quizá un temor a la vez. No gustaba mucho de recordarlo a pesar de haber escrito acerca de aquella vez.

Sentí su ansiedad y su mirada en mi cabeza, yo seguía mirando el reflejo de la luna en el agua, llevando mis manos a mis bolsillos para mantenerlas cálidas, que era tan grato para mi gusto. Avanzó un paso hacia mí y giré para verle. Su rostro más que nada demostraba curiosidad.

Suspiré y me encogí de hombros.

—De la más deliciosa y tentadora que en mi vida he bebido, casi no podía resistir el impulso de abalanzarme a su cuello de no ser porque ella misma me brindaba de su néctar.

Cuando giré a verle otra vez, él me seguía mirando de la misma forma; con curiosidad, ansiedad y logrando comprender pero a la vez no el sentimiento que había intentado darle a conocer.

—Imagino que nada se le compararía —musitó de repente.

Reí, ahora podía notarlo mucho más que cuando había comenzando la conversación.

—¿Es que estás celoso? —pregunté con un claro tono de burla, el ataque de risa comenzaba a florecer en mi interior.

Su expresión cambió a la sorpresa, luego al enojo, pero no sabía si era por mi pregunta o por la burlesca forma en que la había hecho. Lo más seguro era que por ambas cosas.

—Claro que no, estás hablando tonterías, Lestat, sabes que amo a muchos quienes amas —reclamó cruzándose de brazos.

—¡Digo lo que pienso, lo que veo y lo que escucho! —Dije entre risas, alzando los brazos y dando una vuelta en donde estaba parado, pero los bajé al hacerme otra interrogante que ni me molesté en dejarla inconclusa—. Aunque no estoy seguro si estás celoso porque yo pude beber de ella o por sí creo que fue lo más delicioso que he probado —lo miré, claramente había dejado de reír.

Ahora él era quien reía. Ah, Louis, ¡tan elegante, tan refinado para hacer todo, tan caballero! Mi caballeroso Louis, hasta al reír lo hacía con esa distinción que ya pocos poseían. Negaba con tranquilidad llevando unos dedos a su frente, volviendo a verme con esos penetrantes orbes verdes que me hipnotizaban.

—Estás equivocado en ambas formas, Lestat, no tengo celos ni nada por lo que se le parezca, ni por lo que quieras creer.

Me sonrió con tanta tranquilidad que me hizo sentir un poco de cólera. Quise ese típico capricho que solían querer los humanos por sus parejas; quería que sintiera celos.

—¿Por qué debería, Lestat? —Volvió a dirigirme la palabra, no había dejado de verme—. No importa a cuantos humanos desees, a cuantos vampiros ames, a quien sea que ames, sé que me amas con la misma intensidad que yo te amo a ti. ¿Por qué tener celos si sé que siempre terminaremos juntos? Te quiero, Lestat, por eso volví hacia ti ese día, y aunque yo no hubiera ido, tú hubieras ido por mí. Nos volveremos a separar en innumerables oportunidades, pero siempre volveremos a estar juntos de una u otra manera porque ambos necesitamos el uno del otro a pesar de que nos llegue a irritar.

Suspiré calmándome.

Louis, el filósofo que ciertamente tenía la razón, tenía toda la razón como innumerables veces.

Me acerqué, él era quien ahora me abrazaba en nuestra caminata bajo la luz de la luna que iba siendo opacada por algunas nubes que llegaban del éste.

Louis de cierta forma siempre lograba hacerme sentir lo mismo en estos casos; gracia, duda, cólera y una leve debilidad. Parecía como si él pudiera ver en mí, como si llegara a ver el humano caprichoso, avaricioso, lleno de sueños y rebelde, aquel humano que había dejado hace siglos atrás. Si bien, esto ocurría con escases ya que era él quien tenía esa pasión humana aún en su interior y lograba darla a conocer a todos, pero éstas veces que ocurrían cosas similares me sentía como un simple adolescente algo confundido del significado de mi existencia, de la vida, de las palabras, de todo. ¿Por qué? ¿Por qué ocurría esto? Era lo que siempre me preguntaba y respuesta alguna no lograba encontrar.

Nos sentamos en la oscuridad viendo las nubes que cubrían y dejaban a la vista la luna repetidas veces, se lograban ver una que otra estrella. Me gustaba apreciar el cielo así aunque no estuviera completamente despejado. A mi lado, abracé a Louis por los hombros y él me abrazó por la cintura, sentí como su delicada mano se deslizaba lentamente por mí espalda y la presionaba hacia su dirección hasta tenerme contra él. Nos hallábamos tan tranquilos y relajados que quise —como en otras innumerables oportunidades— poder entrar en su mente y saber qué era lo que pensaba en este preciso momento.

Saqué la mano de mi bolsillo y la reposé en mi regazo, girando un poco la cabeza para verle.

—¿Aún me quieres? —le pregunté.

Él sonrió.

—Sí.

Giró a verme con esa pacífica sonrisa que tenía, seguía demostrando cansancio, ¿lo estaría?

—Pareces cansado —dije, para salir de la duda.

—No —negó—. Estoy bien.

Aunque yo no necesitaba a Louis todo el tiempo junto a mí —o al menos, eso creí por un largo tiempo— siempre podía tenerle a mi mente junto con David, Gabrielle, Marius y el travieso Armand, ellos habían llegado a constituir a personas importantes en mi vida, totalmente. Muchas veces me propuse dejarles atrás para empezar una nueva vida, pero no lo lograba, el amor que les tenía era tan grande que no podía eliminarles de mi cabeza. No, no quería.

Ah, pero Louis, mi dramático Louis que sufre por cada cosa que ve, él simplemente iba y venía de mi cabeza, sencillamente no podía estar lejos de sus brazos por mucho tiempo. Lo necesitaba y él me necesitaba a mí, como había dicho. Aguantaba mis “travesuras”, mis enojos, aunque aquella noche hubiera preferido ir con Claudia a que ayudarme entre las llamas…

Esa terrible noche… A pesar de todo, me dolía recordarlo. El sufrimiento y agonía en su rostro cuando le gritaba por ayuda y Claudia lo llevaba. La maldita y pequeña Claudia,  igual la amé, era nuestra hija y el paso del tiempo ayudaba a perdonar a pesar de que ella siguió y siguió atormentándome.

Pero Louis era absolutamente mío y de nadie más.

—Mi príncipe travieso.

Levanté la mirada hacia él cuando susurró eso. Él veía hacia el frente sin poner real atención, apenas se había percatado de sus palabras y cuando lo hizo había comenzado a negar. Lo había dicho involuntariamente, aquel había sido un pensamiento que fluyó por sus labios por sí sólo.

—Ese soy yo —sonreí estrechándolo contra mí.

—¿Por qué crees que podrías ser tú? —me miraba de reojo, no quería verme a la cara, él estaba avergonzado—. Podría referirme perfectamente a Armand, o…

—No —lo interrumpí—. Te refieres sólo a mí —sonreí con orgullo—. No puedes ocultármelo, pude verlo en ti, además, ¿quién más es un príncipe y es tan travieso como yo?

—Eres un arrogante.

—Oh, qué frías palabras, Louis —reí.

—¡Lo eres! —Exclamó separándose de mí, la vergüenza se transformaba en enojo sin razón—. Eres malcriado, impulsivo, un bastardo, ¡eres…! ¡Eres…!

Su mentón comenzó a tiritar, no sabía que más decirme y seguramente se alegraba de que no pudiera leer sus pensamientos. Yo lo seguía mirando con la misma sonrisa arrogante con la que él me describía, había tomado una posición de brazos y piernas cruzadas a la vez, con el mentón levemente alzado para demostrarle que yo era superior. No, que yo soy superior.

—Eres un diablo.

Comencé a reír, inclinando la cabeza hacia atrás y llevando mis brazos a cada lado para apoyarme en mi asiento con mis manos. Sus palabras me llevaban a la cumbre, era como el nirvana del placer.

—¡Cómo puedes reírte! ¡Eres la maldad en persona!

Reí mucho más, daba unas carcajadas extasiado, ¡ah, Louis! ¿Cuántas veces ya le había repetido que me encantaba que me llamara así? ¡Yo estaba ya al tanto de eso! Yo fui, soy y seré la maldad en su totalidad.

Él se detuvo mientras yo seguía riendo. Podía imaginarse qué pensaba y captar mis palabras. Frunció el ceño, la vergüenza afloraba en sus mejillas otra vez.

Tan humano, pero tan inmortal a la vez. Me encantaba.

Me levanté, él me veía entre enojado, confuso y algo desesperado, buscaba palabras para atacarme. Avancé hacia él, a medida que la desesperación en su interior incrementaba.

—Es lo que precisamente gustas de mí, es lo que todos gustan de mí —alcé ambas cejas sin quitar mi sonrisa—. Gustas que sea arrogante, malcriado, un maldito y tantas otras cosas más como sueles llamarme en tus ataques de rabia, pero, ¿qué serías sin mí? Tienes muchas preguntas, y yo tengo las respuestas que ansias, tengo lo que deseas, Louis.

—No —intervino frunciendo el ceño—, no deseo más respuestas que me arrepentiré de escuchar… Y hay cosas que ni tú ni nadie puede responderme.

El sufrimiento en su rostro no lo ocultó, desvió la mirada y arrugó mi abrigo al aferrarse de mis brazos. Mostraba un poco los dientes, pues se mordía el labio. Sólo volví a acercarme a él, tomé sus labios para que fueran míos otra vez. Le besaba con pasión y él me respondía con inquietud, como si en aquel beso pudiera llegar a calmarse con nuestra ardiente emoción y excitación al hacerlo. Llevé su ritmo, a ver cómo terminaba entre aquella desesperación, aquel torbellino que se había formado en su cabeza cuyo causante era nada más ni nada menos de su príncipe travieso.

Lo estreché contra mí de forma que ni quisiera ni pudiera alejarse de mis asesinos brazos, acaricié por su escápula sintiendo algunos de sus sedosos cabellos rozar mis dedos, por lo que subí una de mis manos hasta su nuca sin apartarla de su cuerpo para sentir aquel estremecimiento en él al llegar a su cuello, y al fin hasta su cuero cabelludo.

Se separó un poco de mis labios, y cuando volvió los suyos estaban mojados. No evité sonreír, era un detalle que sin razón me gustaba, como si besarle con los labios húmedos fuera más factible y delicioso. Sí, los labios de Louis podían ser más deliciosos de lo normal.

Mordió mis labios, quería romperlos pero se lo impedí ladeando el rostro, no dejaría que probase mi sangre de forma tan fácil, no, no, no será fácil de obtener a pesar de lo que realmente quería era sólo ver mis labios heridos, no tenía mayor intención de probar mi sangre.

Él me observó con molestia, mordiéndose su labio inferior.

—Maldición —susurró en voz baja.

Sonreí, cerré los ojos, y retorné la caminata que llevábamos.

Escuché sus pies correr hasta mí, pero jamás me esperé que me tomara del cuello y me tumbara al suelo. ¿Desde cuándo mi filósofo estaba tan fuerte? Me tenía bajo él, mientras me mostraba sus colmillos de forma amenazadora. Reí, ¿cómo no hacerlo? ¡Tan determinado que era cuando se proponía algo! Se había sentado en mi abdomen y tenía afirmada mis muñecas contra el pavimento, gruñendo como el depredador que era, mostrando sus colmillos como su naturaleza lo requería. Éste era mi Louis, el vampiro Louis.

—Ah, mi Louis, al fin te muestras como deberías, me encanta que te comportes así —murmuré sin oponer fuerza alguna.

Él entrecerró sus ojos y desvió la vista, nuevamente no hacía falta saber qué pensaba para sospechar qué era lo que cruzaba su mente. Mordió sus labios otra vez, se veía claramente que no se quería permitir beber mi sangre para seguir siendo tan débil y humano, ¡ah, mi querido hijo! Siempre tan apegado a lo tuyo.

Reí para mis adentros, abrí un poco la boca y deslicé mi lengua bajo mi colmillo superior izquierdo para hacer una herida en ella. El mensaje era más que claro, por lo que no pude evitar comenzar a reír, intentando ser sutil pero claramente mi esfuerzo era en vano.

Pero mi querido Louis tenía lo que llamamos “fuerza de voluntad”, así que luego de haber sentido el aroma de la mera cantidad de unas gotas de sangre se separó de mí como si fuera el mismo diablo con el que se hallaba. Se cubrió los labios con el dorso de su derecha, sin embargo aún podía ver como se mordía los labios.

—¡Lestat! —exclamó casi en súplica, pero no tan bajo como para llegar a ella, sino que con cierta desesperación bien oculta mezclada con un regaño. Sólo sonreí, era el mismo sufrimiento que yo había pasado pero de otra manera completamente diferente, era verme cuando Akasha no permitía que siguiese bebiendo de su sangre.

—Nos parecemos un poco, Louis —dije apartándolo con facilidad de mi, así pude levantarme.

Él me siguió viendo sentado en el piso.

—No nos parecemos ni en lo más mínimo, Lestat —respondió luego de tomar compostura otra vez; su compostura de humano siendo torturado mentalmente.

—Me hieren tus palabras, amado mío —exclamé fingiendo dolor con una mano apretando mis ropas sobre mi pecho y el dorso de la otra reposado en mi frente.

Miré a Louis de reojo. Suspiró y sonrió por escasos segundos, como si intentara aguantar y/o ocultar que mi escena de damisela herida le había hecho gracia. Sin decir nada al respecto se arrodilló a un lado de mí como si fuera a dar una disculpa japonesa, Louis, Louis… Tan educado, tan sublime… Tan perfecto. Definitivamente, Louis había sido mi mejor creación en cuanto a persona, dado a que a pesar de que de humanos sólo nos quedaba la apariencia —aunque realmente ni eso— él seguía poseyendo esa pizca de vitalidad humana.

Por su garganta corría saliva una y otra vez, parecía que intentara sentir el sabor de mi sangre a pesar de no haberla probado.

Levántate, Lázaro, y anda —cité.

Él levantó la mirada hacia mis ojos enarcando una ceja y frunciendo los labios, qué expresión más preciosa. De todas maneras se levantó aunque sin quitarme la vista de encima.

—Te has equivocado cariño, es Louis no Lázaro —comentó a medida que una sonrisa se dibujaba en sus labios y su expresión se suavizaba hasta reír.

La risa tranquila de Louis me transmitía una calma con la que podía caer dormido tal niño luego de tomar su leche caliente por la noche. No era desenfrenada como la mía, siempre hacía lo posible por hacerla tan suave como una caricia. Como una delicada y suave caricia.

—Acaríciame el rostro, Louis.

Louis era un tipo de portal que me llevaba a la tranquilidad total, sus abrazos eran un confort que cualquiera desearía, sus manos esculpidas por los ángeles daban los mimos más tiernos y sinceros, tenía esa misma decencia de los humanos de no tocar directamente con las yemas de los dedos sino que con el dorso de éstos y con los nudillos. Él detenía el tiempo y hacía parecer que todo estaba bien a pesar de que se estuviese librando una batalla nuestro alrededor, me conducía a un lugar apartado de todo el decrépito y catastrófico mucho del que era el siglo XX, del que habían hecho los humanos con sus fantásticos y horribles inventos, creaciones que podían devolver la vida y matar. Pero sólo bastan sus palabras, una frase para que todo, absolutamente todo volviera a su lugar y el reloj volviera a andar.

—Sigamos caminando, Lestat.

Notas finales:

Hace más de un año que estaba haciendo ésto y quería subirlo, intenté ser consciente de todos los errores que podría tener, si aún se ven algunos no duden en hacermelos saber para mejorar la calidad de redacción <3

En sí no he visto muchos fanfics de éste par por aquí, quería contribuír un poco en esta sensual pareja, you know -cejitas-.

Pueden seguirme en twitter y en dA, donde publico dibujos de éste par y muchos otros de los que hago fan fics a decir verdad :lol:

Me despido, muchas gracias por llegar aquí a leerme m(_ _)m

Au revoir.

Deii Spooky.


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