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Suspiro por Chris Yagami

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Shun caminaba entre las demás personas, a las que ignoraba y por las que era ignorado. Siempre tomaba la misma ruta hasta llegar al parque y ocupar el mismo columpio como todas las tardes.

Esa tarde también fue consumida mientras se mecía con la mirada perdida en el paisaje, sus labios dejaban escapar varios suspiros y una que otra lágrima recorría sus mejillas a paso lento. Llevaba mucho tiempo sintiéndose así, desde que tenía memoria y no sabía cuál era la razón.

Ikki, su hermano, solía decirle que cuando era más pequeño no dejaba de reír y saltar de un lado a otro, pero desde cierto tiempo a la fecha, ese niño sonriente se había convertido en un joven lúgubre que rara vez tenía una mueca diferente a la de fastidio y depresión. No lo entendía.

‘¿Qué había cambiado?’ Esa era la pregunta que invadía su mente.

Quería volver a ser el niño que su hermano tanto recordaba, pero no podía, cuando comenzaba de nuevo a sonreír y divertirse, algo le decía que no podía y entonces la misma mueca depresiva regresaba a su rostro. No podía ser feliz y sin entenderlo, sólo sabía que no quería serlo.

Al regresar a casa, un par de horas después de terminadas las clases en su colegio, su hermano y padre le esperaban como siempre: con una sonrisa en los labios y las preguntas aprendidas de memoria. Lo agradecía mucho, que ambos quisieran ayudarle a ser feliz de nuevo, aunque sus esfuerzos siempre eran en vano.

Realmente se esforzaba junto con ellos para que esa sonrisa volviera, pero la pena desconocida siempre ganaba terreno, haciendo que se escondiera de nuevo en los acostumbrados suspiros. Como si intentara susurrar algo con ellos, algo que no recordaba.

Era su padre quien más se esforzaba, dándole obsequios, mascotas, viajes familiares a los lugares que desde niño siempre quiso visitar. Su hermano no era menos en la tarea, aunque él se dio por vencido en cierto momento. Ahora se limitaba a conversar con él para saber de las actividades en su día; pero ya no había bromas malas, muecas extrañas o regalos exagerados; era su hermano otra vez y no una imitación de su padre.

Esa noche volvió a llorar entre las sábanas recordando la infancia feliz que no podía recuperar. Se maldecía, a él y los suspiros que no dejaba de emitir, quería que se convirtieran de nuevo en felicidad. Sentía que  nada tenía sentido, ni siquiera esos suspiros. ¿Por qué se había convertido en eso?

El sueño negro que siempre lo acompañaba volvió por la noche, caminaba solo por un pasillo oscuro. No había nadie más que él, entre las paredes desteñidas por el paso del tiempo y el suelo enmohecido, era como un camino que parecía no tener fin.

De pronto un halo de luz, acompañado de una voz que le saludaba con un amable “Hola”, apareció a su espalda. Shun se giró de inmediato y se quedó sin aliento al ver a un ángel, tan blanco como la luz de la que provenía. Sus ojos azules resplandecían y su sonrisa tenía el poder de contagiarlo. El ángel era muy parecido a alguien, pero no lograba recordar a quién pertenecía ese rostro.

Shun correspondió el saludo sin entender aún que estaba haciendo un ángel en ese lugar, pero el muchachito; algunos años más joven que él; se acercó para tomar su mano y sacarlo del pasillo oscuro. Sin negarse se dejó arrastrar por el ser celestial y  conforme abandonaban el sucio corredor las paredes se iban derrumbando hasta dejar a la vista  un paisaje muerto, con tierra fría y árboles retorcidos por todos lados. El cielo parecía querer llorar en cualquier momento. El paisaje era incluso más deprimente que el pasillo del que acababa de salir.

Shun suspiró de nuevo, pero apenas el tibio aliento abandonó sus labios, el  infante apretó su mano para que lo mirara, lo cual hizo, descubriendo en el acto la hermosa sonrisa.

—Ya no suspires —dijo con una voz que resonaba como campanillas —, convertiremos esos suspiros en felicidad ¿De acuerdo?

—Sí —Se apresuró a contestar apenas se dio cuenta de lo que le ofrecía, deseaba esa felicidad a costa de lo que fuera —. Por favor —rogó desesperado.

La tierra fría comenzó a resplandecer y rápidamente se convirtió en un inmenso prado de flores. Los escasos árboles muertos revivieron de pronto y el cielo gris se despejó dejando pasar los rayos cálidos del sol. Impresionado por eso sonrió sin siquiera proponérselo. Se giró para mirar al bello ángel pero se sonrojó al descubrir la mirada que le dedicaba; sin embargo; su sonrisa no se borró.

Era el primer sueño sereno que tenía en muchos años.

Al despertar se sentía en paz, el peso que cargaba en su pecho había desaparecido, se puso en pie y caminó al espejo. Era un sueño, eso no iba a dudarlo pues la pena aun no le hacía perder del todo la cordura, pero era un sueño que le había devuelto algo que no creía poder recuperar jamás.

La mayor parte de ese nuevo día se sintió tranquilo, aunque en sus labios no había aparecido de nuevo la sonrisa que le robó el ángel.

Durante el atardecer la pena lo embargó de nuevo, y con nuevos suspiros quería echarla fuera de su pecho, pero no podía. Esa noche volvió a llorar refugiado en el calor de las sábanas, aunque sentía mucho frío, como lo había estado sintiendo desde que el estado de depresión había aparecido en su vida.

Lentamente se quedó dormido anhelando poder  tener ese buen sueño de nuevo, sentirse bien aunque fuera en el reino onírico. Para su mala suerte el oscuro pasillo volvió; aún más lúgubre que antes, o al menos eso le parecía; aunque quizás era una tontería. Sin otra opción repitió la rutina: empezó a caminar sin detenerse, en busca del final del túnel que parecía eterno.

—Dame tus suspiros, Shun —dijeron detrás de él. Se giró de nuevo y  ahí estaba el ángel de vuelta, sonriendo de la misma manera.

—Si —Volvió a afirmar con desesperación.

—Los convertiré en felicidad —aseguró extendiendo sus manos para atrapar un suspiro que de nuevo se escapó de sus labios.

El ángel llevó sus manos al pecho como si resguardara en ese lugar el suspiro que acaba de atrapar. Los primeros segundos no pasó nada, pero conforme los muros empezaron a derrumbarse, de las pequeñas manos comenzó a salir una luz cálida que le hizo sentir bien de inmediato.

El prado volvió, las flores se abrieron a sus pies despidiendo ese suave y dulce aroma. Los árboles revivieron por segunda ocasión y el sol lo acarició de nuevo con sus rayos. Todo era paz de nuevo.

—Ya basta de suspiros —dijo el ángel extendiendo sus manos, de las cuales salió una luz que brincó por el aire y alrededor de ellos. No se detuvo mientras iba adquiriendo la forma de un pequeño animal que se recostó contra su pecho. Shun rodeó con sus brazos al conejo blanco y la sonrisa volvió. Su alma se sintió liberada de nuevo y el ángel volvió a sonreírle de esa forma.

Al despertar la luz entraba a su habitación. Shun suspiro de nuevo apenas se despejó, pero esta vez no se sintió como aquellas otras veces en las que quería descargar la pena que le embargaba, era como si la felicidad no le cupiera en el pecho.

Los días siguieron pasando y el sueño regresaba, siempre comenzaba con el oscuro recorrido entre ese par de paredes viejas, pero el ángel regresaba cada noche para tomar sus suspiros y convertirlos en felicidad.

Eran pequeños detalles, restos de una minúscula felicidad infantil que pensó que había olvidado: paseos, juegos,  animales tiernos, flores, dulces, muñecos de felpa o globos. Pero esas pequeñeces le arrancaban sonrisas cada vez más grandes y duraderas hasta que se convirtieron en suaves risas.

El ángel siempre le miraba igual, enternecido y a la vez parecía aliviado por verle sonreír, aunque siempre estaba dispuesto a arrancar una sonrisa más grande la próxima vez. Shun no sabía su nombre, era solo el ángel que le estaba devolviendo las ganas de vivir y le daba sentido a todo de nuevo, a esos detalles pequeños que antes parecían no tener importancia.

Cada mañana era más resplandeciente que la anterior y la dicha que sentía al despertar se mantenía por más tiempo, hasta perdurar durante casi todo el día. Por las noches ya no lloraba entre las sábanas aunque un suspiro se escapaba de vez en cuando de sus labios. A pesar de la paz que sentía, aún había una pena que se escondía en su pecho, pero sus sonrisas se encargaban de enterrarla. Todo era gracias a ese ángel.

Su vida parecía volver a la normalidad, su padre y hermano se dieron cuenta de ello y estaban agradecidos aunque no sabían a qué se debía el cambio repentino, pero su hermano e hijo regresaba a ser el mismo que recordaban; disfrutaba de las pequeñas cosas que había en la vida como la de cuidar de una mascota otra vez, de la planta que había colocado en su balcón, dibujaba de vez en cuando, lo cual era una sorpresa; pues desde aquel incidente no había vuelto a hacerlo. En ocasiones  tarareaba alguna canción.

Shun no había querido contarles de ese ángel que lo visitaba todas las noches, temía que pensaran que se había vuelto loco así que había guardado el secreto.

Cada noche era mejor que la anterior y había llegado al grado de desear que el día pasara con prisa, solo para poder ver al hermoso ángel de nuevo.

Una tarde que  regresaba del colegio no sonreía, pero tampoco había emitido un sólo suspiro desde que despertó por la  mañana así que todo estaba bien, la felicidad aún no se iba. De pronto vio  por el rabillo del ojo un resplandor blanco. Se giró con prisa para saber de quién se trataba y lo único que pudo ver fue un par de alas blancas pasearse entre la gente en la acera al otro lado de la calle.

Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa. No creía estar soñando, no recordaba haberse quedado dormido en algún lugar y de ser así era imposible que apareciera, ya había intentado en varias ocasiones buscarlo no sólo en las noches, pero nunca se había presentado  durante el día. Tampoco creía haber perdido la razón… o eso quería creer.

Intentando averiguar qué era lo que pasaba, Shun siguió a la figura menuda que caminaba con mucha prisa. El cabello rubio se movía gracias a  la brisa con suavidad, a pesar de la velocidad que su vuelo llevaba. Por más que se esforzaba, Shun  no podía alcanzarlo aunque iba en carrera directo a él.

Estaba por lograr su cometido, sus largos dedos apenas rozaron la mano ajena para atraparla con la intención de hacerlo girar pero el chirrido que produjeron los neumáticos al friccionar contra el asfalto le hizo perder de vista al ángel. Por reflejo sus orbes esmeraldas viraron hacia el monstruo de metal que se abalanzaba contra él.

No supo más por ese día, solo recordaba el dolor fuerte y punzante que lo embargó al instante  que el metal chocó contra él, y después el ruido sordo que hizo su propio cuerpo al estrellarse contra el suelo negro de la calle. Creía recordar algunos gritos y un par de voces pidiendo por una ambulancia, pero no había nada más.

Shun se sumergió en un sueño profundo del que no quería despertar, pues éste había comenzado diferente a los demás. Ya no había pasillo negro, frío, ni soledad, nada de miedo e incertidumbre por saber que había al final del túnel, simplemente estaba el hermoso prado de flores de colores.

Su sonrisa apareció apenas supo que estaba de nuevo en ese sueño y comenzó a jugar con las flores y los animales, todo eso que sus suspiros fueron formando y  acumulando. Sin embargo  había un detalle importante que lo hacía diferente: el ángel no estaba.

Extrañado por su ausencia  se puso en pie para buscarlo, fue cuando la ilusión de ese sueño se rompió. El cielo se volvió negro y las pocas estrellas que había en la noche; que llegaba de pronto; fueron ocultadas por gruesas nubes de tormenta,  las flores se marchitaron y los árboles murieron. Todo el paisaje era triste de nuevo.

El frío se presentó nuevamente con una terrible ráfaga, Shun escondió su rostro para cubrir sus ojos del viento helado y cuando los volvió a abrir había una gruesa capa de nieve sobre todo; árboles, tierra y piedras por igual; el paisaje negro y muerto se había convertido en una gran manta suave y fría.

Comenzó a andar por ese prado blanco abrazándose a sí mismo para darse calor. Varias veces llamó al ángel para que regresara la felicidad, pero no apareció.

Luego de andar por un rato encontró una cueva que pensó iba a servirle de refugio, así que se apresuró a llegar, pero apenas puso un pie adentro pudo percatarse de dos pequeñas figuras que se mantenían muy juntas una de otra.

Una punzada atravesó su pecho en ese mismo instante, cuando comenzó a recordar un pasaje en su niñez que no pensó que existiera.

Esas dos figuras eran dos niños que recordaba bien. Uno de ellos, de cabello castaño y ojos verdes, era él mismo abrazando a su amigo de infancia, un chiquillo de cabello de oro y ojos azules como el hielo… y su rostro. Shun perdió el color al recordar el rostro del ángel en ese niño que era abrazado por su yo más joven.

—Hyoga —llamó el niño más joven moviendo un poco al rubio cuyos labios ya estaban amoratados por el frío del lugar. —¡Hyoga, no! —, repitió desesperado tratando de despertarlo cuando el niño supo que su rubio amigo  ya no iba a despertar.

Sus sollozos se volvieron un llanto desesperado mientras se aferraba a su pecho, sosteniendo su mano con fuerza para darle calor con su propio aliento, darle un poco de su vida con esa acción aunque sabía que era inútil.

Shun cayó de rodillas al suelo llorando sin poder contener ninguno de sus sollozos y quejidos. Finalmente lo recordaba. Esa tarde habían salido a jugar en la nieve mientras estaban de vacaciones en las montañas, Hyoga había insistido para ir a jugar al bosque y él no pudo negarse.

Llegaron demasiado lejos y ya no pudieron volver, la noche los había sorprendido al igual que esa tormenta de nieve. Buscaron refugio pero no había sido suficiente, su mejor amigo había muerto esa noche por el frío. No recordaba nada más que su llanto junto al cuerpo de su amigo intentando darle calor.

—Ya lo recuerdas  —Escuchó la voz de Hyoga detrás de él, pero no se giró al sentir el dulce abrazo que él le daba —. Intentaste darme calor con esos suspiros, no me dejaste solo. ¿Lo recuerdas? Fuiste muy amable... pero ya no me des más suspiros, Shun, lamento no haber venido antes, pero ahora estoy aquí.

El abrazo se rompió y fue cuando Shun pudo girarse para verlo. Hyoga se elevaba con la misma sonrisa que tanto le gustaba cuando eran niños.

—Hyoga —llamó conteniendo el llanto, se iba de nuevo.

—Muchas gracias, Shun, pero basta de suspiros, se feliz, por favor.

Una luz cegadora le hizo cerrar los ojos con fuerza y al volverlos a abrir ya no estaba en el prado blanco sino en una habitación de colores suaves. No le tomó mucho tiempo darse cuenta que estaba en el hospital. Le dolía la cabeza y al llevar una mano al lugar donde había sentido esa punzada se dio cuenta de que estaba vendada.

—Shun —llamaron a su lado y sonrió al ver a su hermano mayor acercarse para tomar su mano.

—Hermano —saludó al muchacho de cabello negro que sonreía aliviado. Él correspondió esa sonrisa, pero de inmediato se borró al recordar ese sueño. — Hyoga —dijo simplemente conteniendo el llanto.

El rostro del mayor cambio de una expresión de completo alivio a una de sorpresa al escuchar ese nombre, pues su hermano jamás había vuelto a mencionarlo desde ese día.

—¿Lo recuerdas? —preguntó curioso sin soltar su mano.

—Sí —Sollozó sin saber que más sentir.

Había sido Hyoga quien lo visitaba cada noche para regresarle la felicidad que había perdido tras su muerte, ya lo recordaba. Cuatro años atrás desde esas vacaciones que habían terminado en tragedia, cuatro años sin sonreír y Hyoga había conseguido que volviera a hacerlo con tan solo algunas semanas.

—¿Qué pasó ese día? —preguntó a Ikki cuando sus sollozos se tranquilizaron un poco.

—Los encontramos casi al amanecer —Comenzó a explicar. Ese día tampoco había sido nada fácil para ellos, buscaron a los críos con el temor de no encontrarlos con bien —. Tú estabas muy helado e inconsciente, tuvimos que llevarte a un hospital pues tenías hipotermia…

—¿Y Hyoga? —preguntó interrumpiendo su relato.

Ikki calló unos segundos y se quedó mirando a su hermano. No sabía qué debía contarle pues  temía que cayera de nuevo en el estado de depresión en el que se encerró durante semanas después de ese día.

—Murió esa noche a causa de la hipotermia —concluyó finalmente mientras apretaba su mano con fuerza —, tal vez algunas horas antes de que los encontráramos.

—¿Dónde está?

—Lo sepultaron junto a su madre, podemos ir después si…

—No —interrumpió conteniendo de nuevo su llanto.

Por un momento quedó en silencio sin lograr impedir que sus ojos soltaran lágrima tras lágrima después de recordar todo eso. Su mejor amigo había muerto intentando salvarlo, le había dado una segunda oportunidad que estaba desperdiciando. No lo haría más.

—Él me ayudó —susurró perdiendo la mirada en  la ventana con una pequeña sonrisa en sus labios.

—¿Cómo? —inquirió Ikki.

—Esa noche… me lastimé un tobillo y él me llevó a ese refugio en su espalda…tenía mucho frío y creo que en algún punto de la noche me quedé dormido —relató tratando de no volver a llorar, no debía hacerlo más.

Sonrió levemente al recordar las palabras que Hyoga le diera antes de quedarse dormido: “Estaré aquí al despertar, yo te voy a cuidar”. Antes pensó que era una mentira, pero ahora se daba cuenta que había sido verdad. No había roto su promesa.

—Cuando desperté se había quitado su abrigo y me lo había dado a mí, pero él ya…—Cerró los ojos de golpe y sollozó. Era doloroso, aunque quisiera no llorar tenía un nudo en la garganta.

—Tú te aferrabas a su cuerpo —relató su hermano intentando distraerlo un poco —, también quisiste ayudarlo a él.

—Pero no pude — lloró sin poder contenerse más —, no pude salvarlo.

Lloró un par de minutos, silenciando sus quejas con las  manos. Ikki  lo abrazó todo ese tiempo intentando consolarlo, no lo había hecho cuando ocurrió la tragedia pues Shun no lo permitió, pero ahora podía hacerlo.

—No es tu culpa.

Lo sabía, no era su culpa, pero aun así seguía pensando que pudo hacer más por él para salvarlo y quizás aún podrían estar juntos. Cuando su llanto cesó, se incorporó y sonrió llevando la mano a su cabeza, le dolía un poco.

—¿Qué pasó? —preguntó esta vez refiriéndose a la herida en su frente.

—Un auto te golpeó —contestó Ikki de inmediato mientras empezaba a revisar la herida, al menos no estaba sangrando —.  Los médicos dicen que no es nada grave. ¿Qué estabas haciendo? Esa calle no está en tu camino a casa.

—Lo vi — Sonrió deseando confesarle a su hermano lo que había vivido las últimas semanas, al ver que Ikki no entendía continuó — Vi a Hyoga.

Poco a poco le narró del ángel que lo visitaba y le había llevado por un camino diferente ese día. También le contó el último sueño y sus palabras al despedirse. No más suspiros, Hyoga quería que fuera feliz.

Al terminar de hablar, Shun volvió a suspirar pero esta vez para deshacerse de toda la pena que había cargado durante tanto tiempo. Miró a través de la ventana y sonrió, debía ser feliz, no iba a permitir que la segunda oportunidad que Hyoga le dio fuera desperdiciada.

Lo llevaría siempre en el alma y  por él iba a seguir adelante. Ya no volvería a suspirar por la tragedia de ese día.

Notas finales:

Agradecería que me dejaran un comentario haciéndome saber que les pareció.


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