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Master por BlackHime13

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Notas del fanfic:

Este oneshot no me pertenece a mi sino a mi hermana. Yo solo lo adapté un poco para hacerlo SasuNaru.

A su vez los personajes de Naruto no me pertenecen a mi, sino al gran Masashi Kishimoto-sama. 

Notas del capitulo:

Vuelvo a repetir que el fic no es mio.

El original se encuentra aquí:  http://oppas-paradise.blogspot.com.es/p/fanfics-terminados.html

Pero en versión HunHan.

Espero que os guste (=^w^=)

SasuNaru. Master

 

POV. NARUTO

 

Muchos sabían del vicio secreto del sultán, pero pocos se atrevían a decirlo en voz alta.

Podría decirse que eran más bien inexistentes los insensatos que se atrevían siquiera a mencionarlo en público.

Particularmente, yo no creía en ello. No lo hacía entonces. Aunque es diferente ahora.

Recuerdo como mi madre quería que saliese siempre acompañado de casa por mucha gente.

No le gustaba que fuese solo por ahí, pues según ella, era el tipo de chico que buscaban en el mercado de esclavos, y no para hacer trabajos en el puerto precisamente.

Si en ese entonces hubiese obedecido como es debido, no estaría donde estoy. Pero no puedo decir que me arrepienta, porque no le hubiese conocido, y eso es suficiente para que todo valiese la pena.

 

Suspiré levemente, sintiendo como las sábanas de seda se amoldaban a mi cuerpo mientras rodaba un poco en la cama, el suave perfume de la habitación embargándome por completo.

Conocía aquel cuarto incluso mejor que el mío, tal era la cantidad de horas que había pasado en su interior.

Abrí los ojos un poco, sentándome para quedar apoyado en los almohadones de la pared, mirando lo que me rodeaba aunque no fuese la primera vez que lo hacía.

Tenía una vida que nunca antes hubiese soñado, mucho menos deseado para mí.

El cuerpo tumbado a mi lado se removió sutilmente, unos brazos rodeando mi cintura, mientras su cabeza se acomodaba en mi regazo.

Sonreí ante ese gesto infantil, acariciando delicadamente los cabellos azabaches del chico a mi lado.

Sería demasiado iluso por mi parte pretender que aquello podría durar, pero esperaba que así fuese.

Si alguien alguna vez me hubiese dicho que mi vida se convertiría en aquello me hubiese reído de él y, muy probablemente, me hubiese enfadado por desearme semejante atrocidad.

Solo había que mirarme ahora.

Intenté apartarme todo lo suavemente que pude de él, dispuesto a volver al lugar al que pertenecía, pero sus brazos se aferraron  más fuertemente a mi cintura, haciéndome suspirar.

-       Naru, aún es pronto. Quédate un rato más.

Su voz sonaba enronquecida al estar aún medio dormido, lo que le hacía ser aún más atractivo y fascinante a mis ojos.

Negué con la cabeza, aunque supiese que no me estaba mirando, solo para convencerme a mí mismo de que era correcto lo que estaba haciendo, o si no, no me marcharía jamás.

-       Es hora de irme. No es apropiado que esté aquí hasta el amanecer. Si no vuelvo a mis dependencias se me castigará – murmuré, acariciando por última vez su cabello antes de levantarme.

Vi como se incorporaba levemente en la cama, el rostro aún adormilado, mientras yo me ponía la ropa que había usado la noche anterior para ir hasta allí.

Le sonreí, como hacía cada vez que debía irme, atando las cintas de seda translúcida en mi cintura.

Al principio me había avergonzado de usar esas cosas que tapaban menos y nada, pero me había llegado a acostumbrar a dejar que los demás apreciasen mi cuerpo a través de esos vestidos translúcidos.

Sentí la calidez de su cuerpo tras el mío antes de percibir el movimiento de la cama, unos dedos entrelazándose con los míos a la vez que sus labios depositaban un beso en mi nuca, haciéndome sonreír.

-       Eres mío. Sabes que eres libre de ir y venir, solo obedeces mis órdenes. ¿Qué necesidad hay de que vuelvas?

No le di la razón por sus palabras, aunque sabía que eran correctas.

-       Porque es lo que debe hacerse. Es injusto que me aproveche de la posición que me diste.  Ahora, es mejor que vuelva a mi habitación, amo – sonreí, besando la comisura de sus labios antes de soltarme y caminar hasta la puerta.

Giré para mirarle por encima del hombro antes de perderme por el pasillo, apreciando su cuerpo al descubierto, solo con esos finos pantalones de seda medio caídos sobre sus caderas, rascando su nuca con la mano, como despejándose.

Suspiré, caminando sin prisa hacia el lugar que me correspondía, cruzando el patio que separaba las dependencias de mi señor con las de su harén.

Sí… formaba parte del harén del hijo del sultán de aquel país.

Irónico, ¿verdad?

De alguna forma, desobedecer a mi madre había acabado de esa forma, pero no me arrepentía, no del todo, al menos.

Tenía casa, comida, bonitas ropas… lujos que poca gente podía permitirse lejos del palacio, excepto los nobles.

No solo eso, era el amante principal del hijo del hombre más poderoso del país, siendo envidiado por muchas, admirado por otros.

Pero no me gustaba abusar de ese poder. De todas formas, el lugar que ocupaba un amante podía cambiar de la noche a la mañana, el único puesto que siempre prevalecía, era el de la esposa legítima.

Y yo, ni de lejos, soñaría con algo así.

Era el deber de mi amo contraer matrimonio para tener herederos legítimos, aunque pudiese tener bastardos con sus otras concubinas, solo los legítimos heredarían algún día todo lo que le pertenecía.

Para mí, alguien que había sido secuestrado y vendido como esclavo, no tenía derecho a aspirar a algo tan grande como aquello, teniendo en cuenta que, además, era un hombre.

En realidad guardo un pequeño secreto. Uno que ni siquiera mi amo sabe. Perteneciente a la herencia de mi madre pero que, jamás de los jamases dejaría a otro hombre ser conocedor de ese privilegio.

Así que me conformaba felizmente con aquello.

Mientras pudiese hacer feliz a mi amo, yo sería feliz. No necesitaba cosas como las joyas que me daba, o los caros ropajes de los que me cubría. Tampoco ningún privilegio.

Fuesen cuales fuesen los gustos de mi señor, el deber debía prevalecer. Por eso, el sultán no se había opuesto a que mantuviese un amante que fuese hombre, en realidad, yo había sido el regalo que el señor había ofrecido a su hijo por su mayoría de edad.

No le exigía tampoco que pasase tiempo con sus otras concubinas si no lo deseaba, solo le pedía que tuviese, al menos un hijo con su mujer.

Una que llegaría al palacio en unos días para el compromiso.

Me senté en uno de los muchos cojines que adoraban la sala de reposo del harén del príncipe, mirando como el sol comenzaba a iluminar el jardín.

Jamás me atrevería a quejarme de lo que tenía. Aunque antes lo hubiese odiado, ahora podía aceptarlo, porque era mucho más de lo que merecía. Pero mentiría si no reconociese que, de cierto modo, aquella mujer me daba algo de envidia.

Unos delgados brazos me sorprendieron al rodear mi cuerpo, una pequeña cabeza morena recostada en mi hombro, para luego sentarse en el cojín conmigo.

-       Naruto… ¿nunca has pensado en hacer valer tus derechos como amante principal? Podrías tenerlo todo, pero jamás quieres nada. ¿Por qué?

Miré sonriente a la chica que estaba a mi lado.

Fue de las primeras amigas que hice allí, aunque al principio se sentía celosa de mi presencia en el lugar, acabamos siendo buenos amigos.

Todas las concubinas del amo sabían de sus inclinaciones, por eso simplemente habían aceptado que era preferible callar y disfrutar de los privilegios que, al igual que yo, tenían.

Ropa, comida, un techo… tenían todo sin hacer nada, solo por el simple hecho de estar allí y acudir en presencia del señor si en alguna ocasión las requería.

Aunque no fuese algo frecuente desde mi llegada.

-       Porque quiero lo único que no se me puede dar. Así que, ¿qué sentido tiene pedir lo que no necesito cuando lo que deseo no voy a obtenerlo?

Ella miró al suelo, sus ojos mostraban una tristeza y una compasión que no me agradaban, pero no le dije nada, porque no tendría sentido.

Volvió a mirarme, esta vez sus ojos algo húmedos.

-       Puedes ir y venir cuando quieras. Se te permite salir del palacio a tu voluntad, incluso comprar lo que desees, actuar como si fueses el propio amo y mandarnos para que obedezcamos. Pero tú solo te quedas aquí y te comportas con todas como uno más, como si no fueses distinto. ¿Es por compasión?

Negué con la cabeza, sonriendo un poco más, casi pareciendo una mueca más que una sonrisa sincera.

Yo no tenía nada de diferente a todas aquellas que me acompañaban a diario. Las personas que pasaban el día leyendo, tocando instrumentos, cantando, bailando o solo hablando conmigo.

Comiendo a mi lado e incluso durmiendo.

Tenía la misma vida tranquila que todas las chicas que me acompañaban, aunque fuese el único hombre del lugar.

-       Fui vendido como vosotras. Tratado como vosotras al llegar. No veo la diferencia. Puede que ahora sea el favorito… pero, ¿quién sabe cuánto durará eso? – suspiré levemente, pensando cómo decir lo que pasaba por mi mente – No creo siquiera merecer eso, así que no veo por qué debería de actuar como si lo hiciese. Así estoy bien, no me atrevería a pedir más.

Esta vez fue ella la que suspiró, apoyando nuevamente la cabeza en mi hombro.

Yo sabía que pocas estaban de acuerdo con mi forma de actuar. Así como agradecían que no me portase altanero, como si me creyese con más derechos, era consciente que algunas pensaban que era tonto por desperdiciar todos esos privilegios que me habían asignado.

Era posible que así fuese pero a mí no me servían para nada, porque con ellos no podía obtener lo que quería, así que me eran inútiles.

-       Antes ansiabas ser libre. Sin embargo, ahora solo deseas permanecer a su lado sin pedir ni exigir nada a cambio. Es triste… porque no podrás estar a su lado como creo que lo mereces, y es injusto. Pero sabes… aunque se case con la esposa que le han asignado, sabes que tú seguirás siendo su prioridad. Lo sabemos todos en el palacio.

No contesté a aquello, simplemente me mantuve en silencio, valorando su declaración.

No importaba las veces que me dijesen aquello… yo jamás podría competir contra una esposa… solo era un amante más, con o sin privilegios, solo era uno más.

Intenté por todos los medios ignorar las pequeñas punzadas de dolor que sentía mi corazón cada vez que alguien mencionaba la llegada de la prometida del amo, algo casi imposible, teniendo en cuenta que el palacio entero estaba revolucionado preparando las cosas para recibirla.

Cocineros preparando los menús, sirvientas decorando los aposentos, concubinas preparando espectáculos para entretener a los hombres que acompañasen oficialmente a la que sería la señora.

A mí no se me pidió preparar ningún espectáculo, pero estaría presente en el primer encuentro entre ambos.

No en calidad de amante… no, ese día ayudaría en las cocinas. Pero no porque fuese una orden… simplemente quería sentirme útil y ayudar.

Moriría de rabia sabiendo que estaría haciéndolo por la señora, pero me parecía preferible a tener que armar un espectáculo sensual, preparar sus dependencias o bien estar simplemente allí sentado, disfrutando de la tranquilidad de lo que ahora era mi hogar, mientras las demás iban y venían cuchicheando sobre el asunto.

Estuve ayudando a preparar los diferentes menús que podrían usarse cuando llegase la señora, hasta que me llamaron de vuelta.

El amo solicitaba mi presencia en su dormitorio.

Me preparé como lo hacía todas las noches desde la primera vez que me había llamado, bañándome cuidadosamente con el agua caliente en la bañera grande, el olor a perfume caro rodeándome, para que luego se acercase alguna de mis compañeras a untarme un poco de crema para suavizar aún más mi piel.

Se ofrecieron a vestirme aunque supiesen que no lo necesitaba, para luego sonreírme y despedirse cálidamente.

Sabía que, en el fondo, me tenían pena, por anhelar lo que ellas ya habían dejado de querer, por sufrir por algo que ellas ya habían superado, pero que entendían.

Recorrí en silencio el camino que tantas veces había hecho, tanto de día como de noche, al punto que podría hacerlo con los ojos cerrados sin percance alguno.

Entré en la estancia alumbrada solo por aquellas velas aromáticas que tanto me habían gustado al principio, encontrándomelo recostado en los cojines del centro de la habitación, comiendo uvas que tenía al alcance de la mano en la mesa baja que acompañaba la decoración.

Sonreí ante esa visión, porque él era mío… por el momento.

Él también lo hizo al verme, una media sonrisa de las que le caracterizaba, estirando la mano para indicarme que me acercase hasta él.

Así lo hice, tomándola para sentarme a su lado en los cojines, mi espalda recostada en su torso como lo había estado tantas veces en aquellos últimos meses, sintiéndome solo feliz por poder estar de esa manera.

Realmente no hacían falta las palabras, pero me habían enseñado que debía preguntar siempre.

-       ¿Tuvo un buen día amo? – no iba a preguntarle por los preparativos para la llegada de su esposa. No mientras pudiese evitarlo un poco más.

Oí un suspiro escapar de entre sus labios, seguido de su mano, que me alzó levemente la barbilla, depositando un pequeño y casto beso en mis labios, para luego descender hasta rodear mi cintura.

-       Naruto, ¿cuántas veces te he dicho que no me hables formalmente? Tengo un nombre. Úsalo.

No pude evitar reír un poco. Siempre era lo mismo. Pero no estaba permitido llamar al amo por su nombre, me daba pena tener que hacerlo. No era como me habían educado.

Pero era mi amo. Yo tenía que obedecer.

-       ¿Cómo ha ido tu día, Sasuke? Así mejor, ¿amo? – me burlé un poco al ver la mueca de fastidio que cruzó su rostro cuando terminé la oración.

Me gustaba molestarle un poco, porque era algo que solo a mí se me permitía hacer. Me hacía sentir que tenía un poco de control sobre aquello, aunque realmente no fuese así.

Acaricié su torso descubierto con la mano, deleitándome por la calidez de su piel, esperando su respuesta, que no tardó en llegar a mis oídos en un cálido susurro.

-       Kitsune, ¿pretendes que te castigue?

El tono de su voz se había enronquecido notablemente, mi cuerpo tensándose en el acto por la expectación que me producía provocarle de aquella forma. Le conocía tanto como él a mí.

Subí un poco por su cuerpo, hasta que pude rozar con mis labios su clavícula, su cuello, su mejilla… para llegar hasta su oreja, mordiendo levemente el lóbulo.

-       Tal vez… – ronroneé en su oído, apenas un leve susurro.

Sus manos se aferraron rápidamente a mis caderas, alzándome lo justo para acomodarme en su regazo, mis piernas a cada lado de sus propias caderas, quedando a su merced.

Se movió hasta apoyarse mejor en los cojines, sus manos contorneando mis nalgas, apretujándolas para acercarme más a él.

Mordí mi labio inferior, esperando. Siempre esperando.

Mis propias manos no se movían de su torso, los dedos apenas acariciando los hombros sin que mis ojos se separasen de los suyos, mirándonos fijamente.

-       Veo que te he enseñado bien, pillín.

Sonrió cuando la palma de su mano golpeó con una notable fuerza en mi nalga derecha, haciéndome dar un pequeño salto por la quemazón que acompañó al golpe, junto con un suave gritito de protesta.

Hice un puchero como forma de queja, dispuesto a levantarme para fingir que me marchaba, pues no osaría hacerlo sin que me lo ordenase, recibiendo un sonoro beso en mis labios, junto con un aumento de la presión para juntar nuestros cuerpos.

Deslicé mis brazos alrededor de su cuello, amoldándome a su figura, mis labios buscando los suyos en un tierno beso que fue aumentando de nivel a su gusto, sin prisa.

Seguía su ritmo sin dificultad, adaptándome a lo que quisiese, su lengua delineando mis labios mientras mi mano se enredaba en su pelo, acariciando las suaves hebras negras. Siempre me había llamado la atención aquel color de cabello. No solo eran negras sino que poseían un leve tono azulado según le diese el sol en ellas.

Gemí quedamente entre sus labios cuando mordió mi labio inferior, tirando de él apenas un poco, invitándome a jugar con él.

Entrelazamos nuestras lenguas, permitiéndole explorar mi interior de la misma forma que él me permitía hacerlo con el suyo, sin tener prisas por avanzar rápidamente hacia donde sabíamos que terminaría aquella noche.

Me sorprendí cuando me alzó en sus brazos, mis piernas rodeando automáticamente su cintura para no caer, mientras se dirigía hasta la cama.

Las sábanas se sentían frescas a mi espalda en comparación con mi cuerpo.

Abrí las piernas para que se acomodase entre ellas, su cuerpo encajando con el mío a la perfección como si hubiesen sido creados para ello, algo de lo que me sentía estúpidamente orgulloso.

Sus manos comenzaron a vagar lentamente por mi cuerpo, acariciando mi piel como si fuese a romperme, a la vez que yo hacía lo mismo con su espalda, recorriendo toda aquella zona que conocía de memoria.

Cerré los ojos cuando sus labios se apartaron de los míos para descender por mi cuello, mordiendo y succionando mi piel, dejando marcas sobre las que ya tenía de las noches anteriores, como si no quisiese que se borrase ninguna jamás.

Aunque unas marcas no significaban que algún día pudiese dejar de ser de su propiedad. De cierto modo, me encantaba el hecho de que las hiciera. Su forma de dejar en claro, no solo a mí sino a cualquiera que siquiera tuviese la desfachatez de intentar tocarme, que yo le pertenecía. No solo en cuerpo, sino en alma también.

Me gustaba sentir su lengua húmeda recorrer mi piel, la cual se erizaba cuando entraba en contacto con la temperatura de la habitación al separarse un poco de mí.

Lo miré al sentir que detuvo su avance en mi clavícula, sus ojos fijos en los míos en el momento en el que comenzó a separar las finas prendas que eran mi vestuario.

Le gustaba que usase esas cosas, por eso lo hacía. Porque le gustaba vislumbrar mi cuerpo a medias entre la tela translúcida, sin acabar de mostrarle todo lo que él deseaba ver.

Separó los pliegues de aquella suave túnica que me cubría, deslizándola por mi cuerpo sin sacar las mangas, solo abriéndola hasta que quedó al descubierto mi torso.

Mordí mi labio inferior, esperando el momento en el que se inclinó sobre mi torso, comenzando un húmedo camino de besos en cada rincón, deteniéndose siempre antes de rozar siquiera alguno de mis botones, que parecían esperarle expectantes.

Gemí bajito cuando por fin les concedió su atención, dando primero pequeños besos a uno y otro, rodeándolos con la lengua alternativamente, entreteniendo al que estaba libre con los dedos.

Era demasiado sensible como para contenerme, pero no quería hacer mucho ruido.

Le noté sonreír sobre mi piel cuando mordió, haciéndome jadear su acción por la brusquedad y el escozor que hizo erguirse mis pezones.

Dolían como el infierno, buscando inconscientemente más contacto con él para aliviarlos.

Quería pedirle que se detuviese, de la misma forma que quería que no lo hiciese, siempre paciente, esperando aquello que fuese a darme, porque sabía que no me decepcionaría.

El bulto entre mis pantalones comenzaba a dolerme también, siendo un problema que no solo se limitaba a la parte superior de mi cuerpo.

-       Sasu… – susurré, ahogando como pude los gemidos para pronunciar su nombre.

Él me miró un rato, sonriendo lascivamente cuando movió su pelvis contra la mía, haciendo que nuestros miembros se rozasen excesivamente, una fuerte corriente eléctrica curvando mi espalda para aumentar la presión.

-       ¿Ahora sí usas mi nombre? – se burló de mí, moviéndose un poco más, para luego separarse bruscamente de mí.

Mi rostro, de por sí sonrojado, debió de coger aún más color, puesto que noté como el calor subía hasta mis mejillas por su comentario, mis manos cubriendo mi cara por la vergüenza imperante.

Él rió bajito, rozando mis caderas con la yema de los dedos, deslizando por mis piernas el pequeño pantaloncito que me había puesto, haciendo lo mismo con el suyo.

Abrí más las piernas cuando hizo algo de presión en el interior de mis muslos, quedando entre ellos, besando la cara interior, dejado pequeñas marcas rojizas.

Suspiré cuando sus manos masajearon la zona ascendentemente, deteniéndose justo en la entrepierna, sin rozarla, para darme una palmadita en el costado de uno de mis glúteos y ponerse de rodillas.

-       En cuatro Kitsune. Ya te tardas.

Entendí perfectamente cuál sería mi pequeño castigo aquella noche, pero solo sonreí, dando media vuelta para ponerme como él me quería, sin queja alguna.

Estiré la mano hasta acercar una de las almohadas grandes de la cama, abrazándola con los brazos para acomodar mi cabeza sobre ella, alzando aun más mi trasero, dándole vía libre.

Contuve el aliento cuando su mano comenzó a deslizarse entre mis nalgas, pasando demasiado cerca de mi entrada, pero sin llegar a rozarla, exasperándome por completo.

Sabía que era su forma de castigarme, no darme todo lo que quería, pero estaba siendo cruel.

Me moví un poco, mirándole por encima de mi hombro con un puchero en mis labios. Él solo se estiró un poco, besándome lentamente, para luego empujarme con la mano para que volviese a colocarme como estaba.

Suspiré, algo molesto, separando un poco las piernas para estar más cómodo.

Noté sus dientes en mi piel antes de saber qué pretendía, soltando un pequeño gritito por la sorpresa, sonrojándome.

Volvió a morder un poco la piel de mis nalgas a la vez que seguía acariciando los bordes de mi entrada, hasta que introdujo el primero, acompañado de una mordida que casi me hace saltar por el dolor.

Eso iba a dejar una gran marca.

Su extremidad se movía en mi interior, haciendo salir sonidos de entre mis labios cada cual más  obsceno, mi cuerpo tensándose por el placer que se iba formando en mi vientre, disfrutando de su toque.

La intromisión del segundo dedo llegó acompañada de una palmadita en mi ya enrojecido trasero y un pequeño jadeo por mi parte cuando profundizó los movimientos, acariciando mis piernas mientras aumentaba la velocidad con la que me penetraba con sus falanges.

El cabello comenzaba a pegarse a mi frente aún estando apoyado en la almohada por el calor, mis caderas buscando más contacto con cada movimiento suyo.

No me quejé cuando introdujo el tercer dedo, solo moviéndome un poco para continuase, mis piernas temblando por el placer que me estaba dando.

Pero eso pareció molestarle, puesto que se retiró.

Le miré por encima del hombro de nuevo, una de sus cejas enarcada mirándome, mientras yo intentaba controlar mi respiración para hablar, mis ojos algo nublados por el deseo.

-       Sasuke… por favor.

No me importaba rogar… no si era él. Pensé en hacer un puchero pero solo pude pasar mi lengua por mi labio inferior, lamiendo el hilo de saliva que comenzaba a escurrirse por mi mejilla, mi entrada aún expuesta ante él.

Él profirió una risita burlona. Sabía que le encantaba tenerme así, pero no me avergoncé demasiado, no podía pensar en aquello.

Me besó, su lengua entrelazándose con mi lengua esta vez, su mano acariciando de nuevo mi entrada, pero sin introducirse en ella, concentrado en quitarme la respiración por la intensidad del beso.

Se separó con un pequeño tirón en mi labio inferior, sonriéndome, para colocarse de nuevo cerca de mi entrada.

Sentí su erección rozar mi entrada, sin presionar primero, para continuar molestándome un rato con el constante roce, presionando un poco para alejarse sin terminar de entrar.

Me quejé, protestando porque jugase así con mi desesperación, recibiendo como castigo, un besito en la zona lumbar de mi espalda.

Suspiré, resignado a esperar indefinidamente con el ardor matándome por dentro, cuando entró en mí de un solo golpe, sacando de mí un grito.

Unas pequeñas lágrimas caían desde mis ojos, mojando la almohada, mis brazos apretando las sábanas bajo ellos.

Él besaba mi espalda lentamente, humedeciéndola con su lengua, acariciando mis piernas con sus manos, rozando de vez en cuando mi erección para alejarse, distrayéndome del dolor, que poco a poco se convertía en una simple molestia.

Moví un poco mis caderas, indicándole que ya era soportable, ante lo cual comenzó un lento vaivén en mi interior.

Sentía como iba llegando cada vez más al fondo, mis paredes aprisionándolo para que no se alejase, mi cuerpo tensándose más a cada momento, el dolor cada vez más olvidado.

-       Siempre tan estrecho Naru – susurró en mi oído, estremeciéndome.

Empecé a acompañar sus movimientos con mis propias caderas, disfrutando cada vez más de aquello, mi espalda arqueándose cuando tocó ese punto en mi interior que me hacía delirar.

Cerré los ojos, siendo imposible controlar ahora mi respiración, mis labios entreabiertos intentando respirar mientas salían gemidos entre ellos.

-       Amo… allí… por favor… Sa… Sasu-ke – me costaba mucho hablar, mi cuerpo solo pendiente de sus movimientos.

Estaba casi por terminar, cuando se detuvo, tomándome de la mano para que me tumbase en la cama, mirándole de frente.

Rodeé su cintura con las piernas cuando volvió a entrar en mí, sus dedos entrelazados con los míos sobre mi cabeza.

Enredamos nuestras lenguas en un beso húmedo y desesperado, la mía sumisa a la suya como siempre, manteniendo el ritmo como pude, el aire extinguiéndose demasiado rápido de mis pulmones.

El movimiento de sus caderas era suficiente para que mi miembro fuese estimulado entre nuestros cuerpos, haciéndome terminar brutalmente entre nosotros, manchándonos bastante.

Le sentí terminar cuando su líquido invadió mi entrada, escapando un pequeño jadeo al sentirlo caliente, su cuerpo cayendo al lado del mío, saliendo de mi interior.

Su brazo rodeaba mi cintura, intentando recuperar el aliento los siguientes minutos en completo silencio, en la habitación solo escuchándose cómo se iba calmando nuestra respiración.

Miré los cortinajes que había sobre la cama, agotado, pero extrañamente feliz, acurrucándome entre los brazos de mi amo, que se había acomodado para acogerme entre ellos.

Su respiración era cálida en mi cuello, sus labios dando pequeños besitos en la zona.

-       Te amo. ¿Lo sabes, verdad? – murmuró quedamente en mi oído, apretándome más contra su pecho.

Asentí levemente, apoyándome en él por completo, sin vergüenza alguna.

-       Lo sé. Yo también te amo – susurré a mi vez, su cuerpo comenzando a relajarse a mi espalda.

Suspiré cuando noté su respiración más pausada, mirando hacia la balconada que daba al otro patio interior privado de Sasuke.

Porque le amaba, podía vivir así. No porque me hubiesen obligado a hacerlo, sino por propia elección.

Y no me arrepentía. Pasase lo que pasase… no iba a arrepentirme jamás.

Notas finales:

Jejejeje ¿qué tal? Espero que merezca un review de vuestra parte.

Me gustó cuando me lo explicó y quise adaptarlo.

Bueno gracias por leerlo y espero que os haya resultado agradable y no una pérdida de tiempo.

Besoosss. Nos vemos en otro fic. (=^w^=)


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