JinKi leía aquél artículo interesado realmente en cómo describía ese pequeño relato que se narraba cómo: “Un hombre -de cabellos plateados y baja estatura- frente a un lago enorme se levantó y se dirigió a otro que leía apacible una revista sobre poesía, antes de ser sorprendido por unos labios cálidos y esponjosos en su boca.”
Cuándo esos labios le aprisionaron, abandonó la revista sin pensarlo; sus brazos se cruzaron tras el cuello del desconocido, cómo si le conociese desde hace mucho; desde demasiado tiempo atrás en realidad.
La conocida lengua del extraño se coló en su boca, haciéndole sentir un sabor feroz y exquisito, "un sabor nuevo y extraño, pero viejo y conocido” narraba la olvidada revista. El extraño hombre le atrapó con ferviente deseo, restregándose contra el cuerpo del indefenso muchacho de nombre JinKi. Probablemente, lo único que quería era un encuentro casual en el parque. Entre su jugueteo, JinKi no notó cómo el chico contrario sacaba una filosa arma de uno de sus bolsillos. Su fetiche del extraño bien podía ser el exhibicionismo.
JinKi estaba dispuesto a cumplir con ello; Aunque pronto la vista ciega de JinKi se nubló de un instante a otro, dejándole en el sueño eterno de la muerte.
El peliblanco recostó el cuerpo boca abajo en la banca de ese silencioso parque, observando a su reciente víctima yaciendo sin pulso alguno, tan hermoso cómo cuándo le divisó. Lástima que su único fin era asesinarlo.
Él realmente esperaba que ese chico hermoso hubiese sido su última víctima, no podría acarrear siempre con él hecho de que la daga yaciente en la espalda de JinKi se clavara en otras personas. Retiró el artefacto punzocortante del cuerpo del chico con cuidado, no buscando más daño al cuerpo frío.
Sacó una lista que había en el bolsillo izquierdo de su pantalón y la observó con detenimiento. Veintinueve nombres exactos tenía en la misma, en un color rojo escarlata. Cada que uno en la lista desaparecía, el color pasaba de ser blanco a rojo, un hermoso, hermoso rojo.
Esperó unos segundos y un último nombre se marcó, en un color blanco tan pulcro que le costó leerlo. Cada que tenía que asesinar a alguien, no importaba dónde o quién, sabría su destino. Era parte de ser el hijo de la muerte.
El segundo de hoy volvía ser un chico. Este era un tal “Choi MinHo”.
Encaminó a la salida del parque, dónde se encontraba aquel mencionado de su lista.
Choi MinHo releyó la parte del folleto que le había dado una extraña anciana en la calle, no hacía más que unos cuantos minutos. Miró a todos lados en busca de algún peliblanco bajito, pero todo estaba vacío y tranquilo. Cómo lo describía el folleto.
Graciosamente –para él- no había alguna otra cosa escrita en el folleto, sólo lo que podía ser su futuro destino.
Recibir el beso de la muerte.
Un escalofrío le recorrió la espina, sintiéndose en peligro de un momento a otro. Emprendió una huida fácil, pero pronto golpeó un hombro, casi por accidente… Siendo más parte de su destino.
El contrario, bajito y de cabellos plateados, esbozó la sonrisa más amplia y maliciosa del mundo. — A ti te buscaba. — El bajito susurró, haciendo a MinHo quedarse completamente helado.
Su pulso se detuvo, su respiración falló y de un momento a otro, estaba besándose de forma candente con el extraño, al cual parecía conocerle de años…