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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Jim empieza a tener los síntomas de una crisis de los cuarenta: se siente viejo, su hija adolescente le odia, Bones sigue sin ceder a sus emociones... hasta que el médico da con la receta.

 


La prescripción del médico


 


                                                                La luz del atardecer adquiría tonos anaranjados que, poco a poco, se fundían con púrpuras y violetas al avanzar el añil del cielo nocturno sobre San Francisco. McCoy agitaba su vaso de coñac con gesto distraído, dejando que su otra mano cayera sobre la pierna de Spock sentado a su lado en el porche de la casa.


   La pausada respiración de su amigo seguía transmitiéndole paz. Nada había cambiado entre ellos, o eso quería pensar él, a pesar de lo que hacía unos meses habían experimentado en la boda de Sulu.


   Arriba Jim temblaba sobre la cama de su hija. Había salido con sus compañeros de clase y ya estaba tardando en volver. De nuevo desafiaba su autoridad. Pero el motivo de su turbación era otro. En su mano sostenía un viejo papel arrugado por las lágrimas que Amy debía de haber vertido encima decenas de veces. La letra de Pavel era poco legible, aún así repasó las palabras.


      “Amy, mi preciosa t'hy'la, siempre estaré contigo aunque falte de tu lado, igual que lo está Khan. No puedo decirte adiós a la cara, no soportaría que me mirases como ayer hiciste en la iglesia. Sí, tienes razón. Fui yo quien chocó con Christine, es culpa mía que ella haya muerto. Lo lamento y me arrepentiré de por vida. Entiende que me vaya lejos, es lo mejor para todos. Tu padre debió dejar que Bones me asfixiara... ¡Ojalá fuese yo, y no ella, quien estuviese en una caja! Pero no te preocupes, mi bien. El tiempo acaba por ponerlo todo en su lugar, por cerrar cada maldita herida. Te amo. Mi corazón, mi alma, son y siempre serán tuyos... por toda la eternidad.”


   Amy entró de sopetón y al ver a su padre tratando de ocultar algo a su espalda le miró suspicaz.


   - ¿Has vuelto a registrar mis cosas? - Le acusó directamente. - ¿Qué escondes ahí?


   Jim dejó asomar la carta de Pavel. No tenía ni idea de que la hubiese escrito, su hija no le dijo nada a nadie sobre aquello.


   - Cariño... - Se puso en pie, trató de abrazarla pero ella se apartó enojada.


   - ¿Qué hacías con esto? - Recogió su tesoro más valioso apretando el folio contra su pecho. - ¡Sal de mi cuarto! ¡Déjame en paz!


   - Amy, lo siento... Guardaba unos calcetines tuyos en el cajón de la cómoda y vi el papel... lo siento, tesoro... - Intentó excusarse, no había caso: su hija le miraba con auténtico odio en los ojos.


   - ¡No vuelvas a entrar aquí! Igual que yo respeto la intimidad de tu dormitorio te exijo que hagas lo mismo conmigo. ¡Ya no soy una niña! - Empujó a Jim al pasillo con inusitada fuerza vulcana y cerró detrás de él de un portazo.


      Jim bajó al salón frotándose el brazo, Amy le había hecho daño. Spock entró seguido de McCoy. Les habían llegado los gritos de la pelea.


   - ¿Qué diablos ha pasado ahora, Jim? - Preguntó el médico a su angustiado amigo.


   - Voy a cumplir cuarenta años, creo que me hago viejo... - Respondió dejándose caer sobre el sofá chester. - ¿Puedes traerme una copa, Spock? Lo que sea, me da lo mismo...


   - Viejo dices... ¿Te recuerdo que te llevo cuatro años? Idiota... - McCoy se sentó a su lado obligándole a incorporarse agarrándolo por la cintura. - ¿Por qué habéis discutido? Se ha pasado un poco de la hora, pero no es para tanto Jim.


   - Aquí tienes. - Spock le tendió un vaso de coñac ocupando el otro lado del sofá.


   - Pavel le escribió una carta antes de marcharse... - Dio un sorbo a su bebida, necesitaba algo caliente bajándole por el pecho, la reacción de su hija le había helado el corazón.


   - ¿Te sorprende? - Murmuró Spock. - No iba a irse sin despedirse de ella...


   - Es normal que lo haya guardado en secreto. Al fin y al cabo es su t'hy'la... - Bones, a su pesar, comprendía lo que Amy sufría con la ausencia de Pavel.


   - Me odia... - Musitó Jim. - Mi bebé me odia.


   - No... - Spock le besó la sien.


   - Ya no es un bebé. Se está convirtiendo en una mujer, es normal que se enfrente a ti... - Su amigo le dio un beso al otro lado de la frente.


   Por unos segundos el Danubio volvió a fluir entre ellos. A Jim se le resbaló el vaso de la mano que fue a parar rodando debajo del sofá, el coñac empapaba la alfombra. Agarró con fuerza la cabeza de Bones y le besó con pasión, forzando la boca a abrirse, entrando con su lengua hasta acariciar la del médico que, desprevenido, cedió a su impulso más cálido y correspondió con el roce de su propia lengua.


   Spock vibró por dentro al ver aquello. No eran celos lo que sentía, todo lo contrario, la emoción que le embargaba era el deseo. Quería poseerlos a ambos allí mismo, en aquel momento, sin importarle nada lo que pudiera pasar después. Desnudar sus cuerpos, lamer sus pieles, entrar en uno y en otro dejándose arrastrar por su excitación, llenarles a ambos con su semilla... Notó la entrepierna abultada, la temperatura corporal se le había disparado. Pon farr...


   - ¡Maldita sea Jim! ¡Ya basta! - McCoy se levantó, cogió su chaqueta y se marchó sin decir palabra a su casa.


   - ¡Joder...! - El almirante se hundió sobre el respaldo, apoyando la cabeza en su esposo. Sintió su calor. Le miró a los ojos y supo que debían hacer algo. - Vamos arriba... necesitas...


   - No será suficiente, Jim. Le quiero a él también. - Sabía que sin Bones el plathau *(consumación) no llegaría. La fiebre no se detendría y le acabaría consumiendo.


   Jim no perdió el tiempo, le cogió la mano y juntos salieron a la carrera detrás de McCoy. Le alcanzaron antes de que entrase en casa.


   - ¿Qué hacéis aquí? ¡He dicho que basta, Jim! - Abrió la puerta y entró, trataba de cerrarle a su amigo en las narices pero éste empujaba con fuerza. - ¡Por Dios, lárgate!


   - ¡Bones... mira a Spock...! - Se apartó unos centímetros dejando que viese el sudor en la frente de su marido, su piel perlada y verdosa por la acumulación de la sangre, la mirada turbia en los ojos oscuros y resplandecientes con su fuego vulcano. - ¡Por favor mírale, sabes bien lo que está pasando... conoces los síntomas!


   El médico dejó la puerta para observar con detenimiento a Spock. Reconoció el Pon Farr nada más verlo. No era el primero del que era testigo en todos aquellos años.


   - ¿Y a qué esperas? - Le preguntó a Jim. - Vete a la cama con tu marido y ayúdale a superar su menstruación... - La broma fue cruel, humillante para Spock, en los labios de Bones no asomaba ninguna sonrisa.


   - ¡Vámonos Jim! - Tiraba de la mano de su sa-telsu, se sentía ofendido.


   - ¡Bones! ¿Es que eres imbécil? - Jim se soltó de Spock para emperchar al médico por la camisa empujándole hasta la pared opuesta del recibidor.


   - ¿Qué coño haces...? - Sus labios se vieron sellados por los de Jim, apretaba fuerte, buscando una abertura le mordió hasta hacerle sangre.


   - ¡Esta vez no bastará conmigo... ya no soy el único con quien tiene el vínculo! ¡Te necesitamos a ti, Bones! ¿Te enteras, idiota? - Le gritó desesperado. - ¿O es que vas a dejar que muera?


   McCoy respiraba con dificultad, el cuerpo de Jim le estaba aplastando. Miró a Spock y vio en su asentimiento de cabeza que aquello iba en serio.


   - Pero no podemos hacer eso y ya está... - Se refería al sexo, por supuesto. - Yo no... yo no puedo...


   - ¿Tanto te cuesta reconocer tus sentimientos? - Spock le habló con calma, la voz grave y el tono bajo. - Te has pasado la vida intentando que yo no suprimiese los míos, cediendo ante mi mitad humana, y ahora eres tú quien lo hace.


   - No yo... - Bones titubeó. Jim le había soltado y le observaba esperando a que reaccionase. - ¿Qué quieres de mí, Spock? No puedes pretender que haga algo así... de la noche a la mañana convertirme en vuestro amante...


   - ¿De la noche a la mañana? - Jim gritaba con una voz aguda, chillona y terriblemente molesta. - Han pasado... ¿cuántos? ¡Cinco años desde la muerte de Christine! ¿Y con cuántas mujeres te has acostado desde entonces? Yo te lo digo... ¡Con ninguna! ¡Con nadie! ¡No has tenido relaciones con nadie porque no podrías...! ¡Con nadie que no fuéramos nosotros! - Se señaló a sí mismo y a Spock al decir aquello. Bajó el tono, se acercó al doctor y le acarició la cara. La barba que empezaba a salir le raspó ligeramente las yemas de los dedos. - No podrías estar con nadie más, lo sé... y tú también lo sabes Bones. Nos amas.


   - Pero Jim... no puedo...


  - Es cierto, no puedes. Tu mente aún no ha sido preparada. Si te sumergieras así en el tel acabarías sufriendo el síndrome de Pa’nar *(enfermedad que afecta las vías sinápticas) – Spock tiraba de nuevo de su esposo, quería salir de allí, volver a casa. Empezaba a temblar por su alta temperatura y sentía el frío de la noche como agujas clavándose en toda su piel.


   - Y si no lo hago... ¿morirás? - Le preguntó directamente, clavando sus ojos almendrados en los del duende de orejas puntiagudas. - ¡Menudo fastidio! ¿No? - Dejó ver su sonrisa burlona y apartando a ambos salió a la calle. - Subid al dormitorio. Vuelvo enseguida... - Ordenó aquello como si fuese una prescripción médica.


   - ¿Dónde vas? - Inquirió Jim sorprendido.


   - A casa de Sarek... Tendrá que meter mano a mi cabeza si queremos hacer esto bien. - Se dio la vuelta y salió al trote, el padre de Spock vivía a sólo una manzana.


      Jim ayudó a su marido a subir las escaleras, las piernas apenas le sostenían. Pon Farr estaba atacando fuerte, como la primera vez.


   - Vendrá ahora y todo irá bien, amor mío...


   - Lo sé, t'hy'la... pero mañana no podré mirar a la cara a Sarek.


 

Notas finales:

Gracias por leer, muchas gracias por comentar.

Si habéis seguido la historia hasta aquí espero que la terminéis conmigo.

Como capítulo nº 100 no está mal, pero el 101 le supera con creces.


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