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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Bones, tras lo sucedido entre ellos, tiene una reacción que no agrada demasiado a Spock y a Jim. Amy sospecha algo.


Pavel dejará claras a Carol cuáles son sus funciones como vigilante de la estación Rinax.

 


El mata mosquitos


 


                                                           La mañana llegó y les sorprendió durmiendo. Pronto empezaría a sonar la alarma del doctor, no podía faltar a su trabajo en el hospital. Antes de que abriese los ojos sintió la respiración pausada de Spock en su oído, lo tenía pegado a su pecho, acarició el vello suave con su nariz y lo besó. La paz que le invadía no hizo sino aumentar cuando vio, acostumbrándose a la luz, la placidez en el rostro de Jim mientras dormitaba apoyado al otro lado, sobre el tórax de su marido.


   Los desagradables pitidos interrumpieron el delicioso momento.


   - Mierda... Bones... - murmuraba Jim apretando los párpados, - apaga ese trasto...


   - Tengo que irme, chicos. - McCoy saltó de la cama, desconectó el despertador y se metió en el baño a darse una ducha.


   Jim se hizo el remolón un poco más. Spock estaba despierto, desde hacía rato en realidad. Había estado mirándoles en silencio, frente con frente sobre sus pectorales, disfrutando de sus dos t'hy'la soñando dulcemente encima suyo.


   - Tengo sueño, Spock... - Protestó Jim cuando su esposo intentó levantarse. Le agarró con más fuerza, indicándole que dejase de moverse.


   - Amy tiene que irse a clase, se preguntará dónde estamos... - El vulcano apartó con delicadeza a su marido y buscó su ropa por el suelo de la habitación. - Vamos, Jim... ¡Yo también tengo que ir a clase!


   - No, tómate el día... Yo no pienso aparecer por el despacho...


   - Tú puedes permitírtelo, almirante. - Le revolvió el pelo antes de tocar a la puerta del lavabo. - Leonard, ¿te importa que entre un momento? - Se estaba meando, el ruido de la ducha le hacía sentir más ganas.


   - ¡Pasa! - La voz de McCoy llegó desde dentro.


 


         Jim tuvo que levantarse al final, cuando Spock y Bones tiraron de sus brazos y le hicieron reír zarandeándole como a un pelele.


   - Venga, gandul... - McCoy le arreó un capirotazo, no demasiado fuerte para lo que estaba acostumbrado.


   - Sa-telsu... Amy ya estará levantada... - Spock insistió entregándole su ropa.


   - ¡Ya voy! Par de plastas... - Cedió al fin poniéndose los pantalones. - Si encuentras mis calzoncillos, Bones, envíamelos por correo certificado.


   - Podemos buscarlos más a fondo esta noche... - Spock besó los labios del médico y perdió su lengua dentro después de decir aquello.


  - ¡Genial... con suerte no los encontramos! - Jim se les unió en el abrazo y lamió los labios de ambos.


   McCoy se echó un paso atrás, ahora las bocas de sus amantes estaban unidas ante sus ojos. Sonrió con ternura. La idea de repetir lo que habían estado haciendo toda la noche le pareció tentadora.


   - Seréis bienvenidos a mi cama siempre que queráis... - Se retiró para buscar unos zapatos. Iba a llegar tarde.


   - ¿Y qué tal la nuestra? - Jim le acarició el trasero, estaba allí agachado a su lado, tratando de alcanzar la deportiva derecha que se había colado bajo la cama.


   - ¡Ah, no! - El doctor se levantó como impulsado por un muelle. - ¡Nada de esto delante de Amy! Ya tengo bastante con que Sarek lo sepa, confío en su discreción.


  - ¿Quieres mantenerlo en secreto, Leonard? - Spock fue todo lo respetuoso que pudo con la pregunta, en realidad se esforzó por ocultar su desacuerdo.


   - ¡Por supuesto! - Respondió volviendo al suelo para agarrar el maldito calzado.


   - Pero Bones, cariño... - Jim sabía que eso sería imposible, Spock y él también lo habían intentado al principio de su relación, sin ningún éxito. - Nuestros amigos, nuestra familia... acabarán sabiéndolo.


   - No por lo que a mí respecta. - Al fin alcanzó el tenis y se sentó al borde de la cama a calzarse. Spock le miraba con cara circunspecta. Jim estaba haciendo pucheros. - ¡Ni una palabra de esto a nadie! ¡Prometedlo! - Les exigió.


   - ¿No dormirás con nosotros cada noche? No podrás... nos echarás en falta, ya lo verás. - Jim seguía con su labio inferior asomando por encima del superior, el entrecejo arrugado hacia arriba.


   - ¡Y nada de achuchones o besuqueos delante de nadie! - McCoy se puso en pie. Les clavaba los ojos avellana alternativamente en los azules y los negros.


   - Como quieras, Leonard. - Spock asintió. Agarró el brazo de Jim y lo arrastró fuera del dormitorio.


   - Pero pasaos un rato esta noche... ¿vale? - El médico no estaba seguro de que fueran a hacerlo. Se encogió de hombros cuando escuchó cerrarse la puerta de la calle.


      La zona residencial estaba poniéndose en marcha, los coches salían de los garajes ordenadamente, los niños hacían cola en la parada de aerobús para ir a la escuela... Hacía sol, un día precioso, pero ni Jim ni Spock sonreían. La reacción de McCoy por la mañana les había disgustado. ¿Acaso se avergonzaba de su relación? ¿Por qué ese empeño en ocultar nada?


 


 


                                               A cientos de miles de pársecs de distancia Pavel peleaba con un par de lavaflies que se habían colado en la base.


   - Yebát! *(joder) – Intentaba que no le picasen otra vez, eso supondría dos días de fiebre, haciendo aspavientos para alejarlos y así llegar a su fáser sobre la mesa de trabajo.


   - ¿Te ayudo? - David gritaba desde el dormitorio donde Chekov lo encerró nada más advertir la presencia de los mosquitos.


   - ¡No salgas de ahí! - Le advirtió. - ¡Ya te tengo...! - Apuntó con su arma y lanzó dos disparos certeros. - Ka'pla! *(¡La victoria es mía!, en klingon) ¿Quién mierda se ha dejado la puerta abierta? - Salió gritando hacia la planta inferior.


      Carol y su equipo trabajaban desde hacía horas instalando las máquinas para su proyecto. Ni siquiera le miraron.


   - ¡He dicho que quién mierda dejó la puerta abierta! - Gritó de nuevo con fuerza al verse ignorado.


   - ¡Chekov, por favor... ese lenguaje! - La jefa de la investigación le regañó igual que hacía con su hijo.


   - Soy el responsable de vuestra seguridad, dejad que haga mi trabajo... ¡La puerta se sierra cada maldita vess! Los lavaflies ponen huevos, se multiplican a velosidad de la lus, no tenéis idea de lo horribles que son sus picaduras... La fiebre, la sed... ¿Habéis entendido? - Gritó de nuevo.


   - Está bien, profesor... - Carol extendió su mano con la palma hacia abajo indicándole que se calmara. - No volveremos a hacerlo. ¡Ya habéis oído: la puerta se cierra! - El resto de su equipo asintió.


   - Bien. - Pavel se cuadró. El fáser colgaba de su cinturón al que había tenido que hacer dos agujeros para poder sujetarse los pantalones. Tenía una pinta casi ridícula, pero intentaba transmitir autoridad con su postura.


   - ¿Quieres echarme una mano? Me vendrán bien tus conocimientos, estoy tratando de crear un...


   - No me pagan por eso. - Pavel se dio la vuelta y subió a la planta de arriba. No quería saber nada de lo que la doctora Marcus hacía allí abajo.


      David había estado observando toda la escena desde la entrada. Se acercó a su madre dejando pasar a Chekov a su lado.


   - Tengo una hermana... - Le dijo en voz baja con una sonrisa de oreja a oreja.


   - Estupendo, me alegro por ti. - Su madre fue fría, como siempre. - Si quieres ayudar vigila que no se calienten demasiado las planchas de meletio... De lo contrario quítate de en medio, David.


   El chico se enfurruñó y subió las escaleras al trote. Prefería la compañía de aquel loco peludo a la de su madre. ¿Dónde se había metido? Le encontró con dos robots a los que tenía destripados sobre su mesa taller.


   - ¿Te servían aquí cuando estabas solo? - El chico se acercó a ver lo que estaba haciendo.


   Pavel asintió. No abrió la boca. Sus hábiles manos desmontaban las piezas una tras otra.


   - ¿Por qué los has desconectado? - A David le daba igual que no le contestara, él seguía haciendo preguntas. - ¿Vas a reprogramarlos? Claro, para que nos sirvan a todos... Supongo que tendrás que alterar sus circuitos; sé algo de robótica ¿quieres que te ayude?


   - No. - Dijo sin mirarle a la cara.


   - Vale, pero me quedaré mirando. Puedo aprender mucho contigo. Por lo que veo eres un genio... - Se apoyó en la mesa de trabajo sin quitar ojo de lo que hacía.


   Pavel se rió con todo aquello. ¿Aprender de él? Nada bueno podría enseñarle...


   - Vete con tu madre... - Murmuró entre dientes.


   - No. - Ahora fue él el monosilábico.


 


 


                                                             Amy bebía un vaso de zumo de frutos rojos sentada desde el salón a la barra de la cocina. Se giró cuando oyó la puerta, sus padres aparecieron con cara triste, llevaban la misma ropa que la noche anterior.


   - ¿Dónde estabais? - Les preguntó preocupada.


   - Fuera... - Respondió Jim entrando a preparar un café mocha bien cargado.


   - ¡Qué obviedad! - Protestó Amy. - ¿Está bien el abuelo, papi? ¡Papi...! - Spock no contestaba y le tiró de la manga.


   - Sí, no pasa nada, cariño. Voy a darme una ducha y a vestirme, tengo que ir a la Academia.


  - ¡No irás! - Jim lo agarró por la cintura empujándolo contra el frigorífico para besarle en la boca.


   - ¡A'nirih, que estoy comiendo! - Sus padres besándose delante de sus narices, ¿hay algo más molesto para una adolescente? - ¡Por todos los dioses, ya sois mayores para eso!


   - ¡Mayores dice! - Jim la miró recriminándole el comentario. - ¿Vuelves a hablarme? Creía que anoche habías roto conmigo para siempre otra vez...


   - ¿Se puede saber dónde habéis estado? La cama de vuestro dormitorio está sin deshacer... - Ahí se delató.


   Jim le tiró de una oreja hasta que se le puso verdosa.


   - Así que tú tampoco respetas nuestra intimidad... ¿eh?


   - ¡Déjame en paz! - Se levantó y besó a Spock en la mejilla. - Me abro, voy a ver si pillo a Bones para que me acerque.


   Spock miró a Jim con una ceja levantada. ¿Bones? ¿Intuía su hija lo que había pasado entre ellos?


   - Estupendo, sigue odiándome... - Se encogió de hombros cuando su hija salió de casa, para él no había habido beso.


 


         Amy pasó por la puerta de Sarek y vio que estaba bien. Regaba las azucenas como casi cada mañana en el jardín. Lo saludó de lejos sin detenerse, su loco doctor debía estar saliendo ya para el hospital.


      Corrió como un galgo, con sus largas zancadas de chiquilla atlética. Su metro setenta de estatura y su inusual fortaleza vulcana, combinada con la sangre de Khan, la convertían en la más rápida, la más fuerte, la más alta de su clase. No había nadie como ella en todo el universo. McCoy lo comprobó una vez más cuando de un movimiento abrió la puerta del copiloto y se sentó en el coche en marcha.


   - ¡Amy! ¿Es que quieres provocarme un infarto? - Le gritó el médico asustado.


   - Buenos días doc, llévame al instituto, llego tarde. - Le saludó con un breve beso en la barbuda mejilla. Aquella mañana McCoy no había tenido tiempo de afeitarse.


   - Podrías correr hacia atrás y hacer que el tiempo revertiera su curso... ¡Diablos, niña! ¿Cuándo se van a estabilizar esas hormonas?


   La chiquilla le sacó la lengua y se rió. Observó las ojeras en la cara del médico y recordó que sus padres también parecían no haber pegado ojo.


   - Has estado con ellos... - Soltó de pronto.


   - ¿Con quién, qué dices? - McCoy se puso nervioso, le empezaron a sudar las palmas de las manos y el volante brilló delatándole.


   - Con mis padres, has pasado la noche con ellos. - Amy no pensaba nada raro, solamente se preguntaba qué habían estado haciendo.


   - No veo a tus padres desde ayer, cuando te peleaste con Jim me fui a mi casa. - Mintió. - ¿Sabes lo mal que le haces sentir con tus malas maneras? - Trató de desviar la atención de la muchacha.


   - ¡Oh, venga... no me des la murga! - Se dejó caer en el respaldo, la cabeza agachada mirándose las rodillas.


   - Tu padre, y me refiero a Jim, se siente fatal con esa actitud tuya. No le respetas, le gritas, ayer creo que hasta le empujaste... ¿Cómo crees que se siente? ¡Dale una tregua!


   - Registró mis cajones...


   - Estaría ordenando tu ropa...


   - ¡Pues ya no hace falta que lo haga, tengo más de trece años! - Abrió la puerta del coche, estaban a punto de llegar al instituto y quería salir de allí cuanto antes.


   - ¡Espera a que aparque! - McCoy se acercó a la acera. - ¡Amy!


   La chica saltó y rodó hasta quedar rodilla en tierra, los brazos estirados, las manos apoyadas firmemente en el suelo. Se levantó, se sacudió los pantalones negros y se metió en el edificio.


   - ¡Cabezota! ¡Eres igual que Jim! - Le gritó el médico siguiendo la marcha sin detenerse. - O más bien igual que Khan... Pensó recordando sus movimientos felinos en la batalla de HarOs.


 

Notas finales:

Gracias por leer. Gracias por comentar. Voy a hacerme un mocha bien cargado y a avanzar un poco más con la historia.


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