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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

En el asiento trasero del Dodge de Jim, como un par de adolescentes enamorados, así les cazó la bióloga Suzanne Woolcott. ¿Hará eso que ella desista de su capricho con McCoy?


A varios cientos de miles de pársecs de distancia, los recién casados disfrutan de su noche de bodas.

 

Uno rápido

 

 

                                                                                                     Serían las seis de la tarde cuando Bones entró en los aparcamientos del Cuartel General. Había ido a recoger a Jim, querían ir a una joyería para encargar el anillo de Spock. Vio el coche aparcado, un modelo descapotable que imitaba el clásico Dodge Aspen Sedan de 1976. Se quedó allí apoyado, esperándole.

       Por la acera de enfrente caminaba, cargada de bolsas, la doctora Suzanne Woolcott. Iba mirando a uno y otro lado, aún no estaba acostumbrada a su nuevo siglo, todo le parecía asombroso y le llamaba la atención. Había estado de compras para poner su vestuario al día después de buscar apartamento; aunque ya había empezado a trabajar en la Bahía, seguía viviendo en casa de los Scott. Al otro lado de la calzada con cuatro carriles le pareció distinguir la silueta del médico. Sonriente trató de cruzar la calle, el fluido tráfico la detuvo.

        Entretanto Jim salió del edificio, lo primero que hizo fue quitarse la calurosa chaqueta gris del uniforme de inspector. Levantó la mano y saludó a su amante. Cuando estuvo junto a él le besó en los labios.

       Suzanne se estremeció. Estaba en una isleta en mitad del paso de peatones, ellos no la habían visto.

        Jim metió a Bones de un empujón en la parte de atrás, no dejaban de sonreírse como dos colegiales enamorados. El rubio abrió la puerta del conductor y tiró allí la chaqueta, entró poniéndose de rodillas en el asiento.

   - Mi amor... estás tan guapo con la barba de dos días y esos vaqueros... - Jim se relamía observándole. - ¡Te los arrancaría ahora mismo!

   - ¿Qué te lo impide? - Le desafió con su cínica sonrisa.

   - ¡Vale! Uno rápido... - Dijo saltando por encima del respaldo para abalanzarse sobre el doctor.

   - ¡Ah! ¡Jim! - Exclamó él sorprendido. - ¡Estaba bromeando!

   - Yo no... - Fue su respuesta.

    Jim se llenó la boca con los jugosos labios de McCoy mientras prácticamente se arrancaba la camisa del cuerpo. Un botón saltó por los aires y escuchó a Bones reír.

   - A ver si luego eres capaz de encontrarlo, idiota... - Pensó McCoy sin separarse de su beso.

   - ¿Qué más da? - Jim sonreía con los ojos, la lengua rozando la de su amado.

   - Tendré que cosértelo... - El doctor acariciaba ya la espalda desnuda del rubio. - Vas a quedarte sin camisas.

   - ¿Cómo puedes ser tan sexy? - Jim se separó unos centímetros y le echó mano a la bragueta del pantalón.

       En esas estaban cuando Suzanne se acercó a la ventanilla. Les miró un instante, tenía que asegurarse. Ver cómo la cabeza de Jim se adentraba en la entrepierna del moreno hizo que se convenciera. Se alejó de allí a toda prisa. El doctor no la había visto, tenía los ojos cerrados y una expresión de placer en la cara. La rubia bióloga se prometió dejar de rondar al médico, no tenía sentido seguir pensando en él de aquel modo.

   - ¡Oh, mi vida...! - Bones atrapaba el pelo de Jim entre sus dedos, el “efecto velcro” de la barba enredada con su vello púbico le volvía loco.

  - ¡No te corras, te quiero dentro! - Le dijo el rubio con sus pensamientos.

   - ¡Jim, por Dios Santo! ¡Podrían vernos! - Las mejillas de McCoy estaban totalmente encendidas.

    El rubio levantó la cabeza y se dio media vuelta, bajándose los pantalones y la ropa interior hasta los tobillos. Se echó hacia delante apoyado sobre el respaldo del asiento de copiloto, dejando que Bones pasase las piernas entre las suyas para tomarlo en su regazo. Cuando sintió sus dedos mojados en saliva se frotó contra ellos. Luego los brazos le rodearon el pecho y la cintura, Jim se sentó sobre el duro miembro de su amante y lo recibió con gusto.

   - ¡Ah, sí... sí.. mi amor...! - El rápido movimiento arriba y abajo hizo que topase con la cabeza en el techo del Dodge, aquello le provocó la risa.

   - Perdona... - Bones trató de controlarse, estaba muy excitado. - ¡Dios mío, espero que nadie asome por aquí!

   - ¡Échame al suelo y ponte encima! - Le sugirió.

   - ¡Eso, y mi culo al descubierto...! - Se quejó McCoy.

    Jim volvió a reír. Su amante no dejaba de protestar, sin embargo acabó tumbándolo en el asiento de atrás para colocarse encima y empujar ya con total libertad.

   - Tienes un trasero divino, cariño... - Se lo agarraba con ambas manos, ayudándole a ir más y más adentro. - ¡Aaah, sí...! ¡Oh, Bones... me voy... aaaaaaah!

   - ¡Y yo... aaaaah Jiiiiiiim!

     Se derramó dentro de él, la boca se le fue al cuello y le chupó con ansia, aquello dejaría marca; las caderas se le agitaron en espasmos de placer durante el orgasmo. Sintió la humedad de Jim sobre el vientre, una calidez viscosa que le empapó, los dedos del rubio se le clavaron en la espalda. Ambos jadeaban tratando de recuperar el aliento.

   - ¡Por Dios, Jim! - McCoy se bajaba la camiseta, intentando recuperar la compostura y mirando por la ventanilla trasera. - ¿Y si alguien se hubiese acercado?

   - Mmm... - El rubio se acariciaba el sexo, adentrando la mano hacia las nalgas para recoger la semilla del médico. - Le habría cobrado por el show. - Contestó con su sonrisa torcida.

   - ¡Ah, deja de tocarte y súbete los pantalones, idiota! - La forma en que Jim solía terminar le excitaba tanto como para volver a empezar desde el principio.

   - Ya voy... - Obedeció el rubio. - ¡Tenemos que encargar el anillo de Spock!

   - Sí... aún no me has dicho lo que has pensado para el grabado. - Bones le ayudó con la camisa, el botón arrancado le dejaba el vello del tórax al descubierto.

    Jim saltó de nuevo a la parte delantera del coche, dejando caer el pecho entre los respaldos de los asientos, hincado de rodillas le miraba mordiéndose el labio inferior. Los ojos seguían llenos de lujuria por él.

   - ¡Eres tan guapo, mi amor...! - Le susurraba comiéndoselo con la mirada.

   - ¡Y tú, mi vida! - Bones tenía la mano derecha sobre la frente, con gesto de cansancio por el breve esfuerzo de antes, la pulsera con la inscripción vulcana girada hacia su cara. - Dime, ¿en qué has pensado? - La camiseta gris se estiraba al ritmo de la respiración. Los ojos avellana no se apartaban del hilo de vello rubio y rizado entre los pectorales de Jim.

  - Algo sencillo. - Le respondió con una gran sonrisa. - Ya sabes, “Ki'nam-tor nash-veh heh kwon-sum dungau nam-tor...”

   - ¡Ni hablar... es infernalmente largo en vulcano! - Renegó McCoy.

   - En nuestra lengua, imbécil, lo pondremos en nuestra lengua. - Jim meneó la cabeza.

   - "He sido y siempre seré tuyo". - Tradujo Bones. - Bien, me gusta... pero "tuyo" ¿de quién?

   - De los dos... ¡Joder no seas idiota! - Contestó sentándose para conducir.

   - Le quedará mejor cuando yo me haya ido. - Musitó poniéndose el cinturón de seguridad.

   - ¡Deja ya ese rollo, no te vas a morir! - Jim arrancó el motor y le miró por el espejo retrovisor. - Yo no voy a quedar atrapado en un bucle ni Spock va a viajar a otro Universo, ¿no te das cuenta de que aquí todo es distinto? Hablé con Kirk antes de que muriese, tuvimos una buena charla a solas él y yo...

   - ¿Qué sabes? - Le preguntó echándose hacia delante para tocarle en el hombro. - ¡Dímelo, Jim! Peter no quiso hacerlo.

   - ¿Peter? - Jim se sonrió. - Puede que él sepa lo que le pasó al otro Bones, yo lo ignoro, mi amor. Pero ya te he dicho que eso no sucederá aquí.

   - Pareces muy seguro. - Susurró.

   - Lo estoy. Las variables son infinitas y hasta ahora casi nada coincide con el mundo que ellos dejaron atrás. - Jim sacó el coche del aparcamiento rumbo a la joyería. - Deja de comerte la cabeza con ese feo asunto, Bones. ¡Es una orden!

   - ¡Sí, mi capitán! - El médico sonrió y se dejó caer en el respaldo. - Puede que tengas razón.

   - La tengo. - Jim volvió a mirarle por el espejo, le guiñó un ojo y le regaló su blanca sonrisa.

      McCoy cerró los ojos, suspirando con tristeza pensó en un mundo en el que la muerte le llegaba y Jim y Spock continuaban su vida sin él. Aquel no sería su destino, no si podía evitarlo... pero para eso debería hablar seriamente con Peter.

 

 

                                                                      La noche de bodas Peter y Alex la pasaron a solas en una preciosa habitación del palacio de Azetbur en HarOs. La gran cama tenía un dosel con paños de terciopelo negro colgando alrededor, iluminados con la trémula luz de las antorchas en la pared y las llamas en la chimenea al fondo del dormitorio. Pétalos de flores blancas cubrían la suave colcha azul oscuro. Unas copas de champán vacías rodaron sobre la alfombra cuando el vikingo tomó en brazos a su esposo para tumbarlo sobre el lecho.

   - Min elskede mann! *(mi amado esposo) – El rubio desvistió a su marido besando cada centímetro de su piel, dejando estelas de su saliva por todas partes, quitándose a su vez las ropas.

   - ¿No te arrepentirás de esto? - Le preguntó cogiéndole la mano izquierda y mostrándole el anillo dorado con incrustaciones de diamantes.

   - ¡Jamás! - Le respondió con una sonrisa, la más brillante y blanca de todo el cosmos.

   - Alex, vida mía... - Susurró Peter dejando que el dedo anular entrase en su boca.

   - ¡Ten cuidado... no te lo tragues! - Bromeó el doctor haciéndole reír. - ¡Nos han costado un dineral!

      Peter saboreó su boca al tiempo que perdía los dedos entre los finos cabellos casi blancos de su esposo. Totalmente desnudos, piel contra piel, las caderas de ambos se rozaban. Sus miembros cobraron vida propia y parecían envolverse el uno al otro en sinuosas caricias. El pelirrojo separó las piernas, doblando las rodillas y cruzando los pies por encima del trasero de su marido.

   - ¡Vamos, vikingo mío...! - Le animó como solía hacer. - ¡Dame lo que me pertenece ahora ya por derecho!

   - Lo que siempre ha sido y será tuyo, mitt elskede hjerte... *(mi amado corazón) – Su voz se había convertido en un grave susurro, la excitación era ya evidente.

        El pelirrojo le recibió con los ojos entornados, la boca entreabierta con una sonrisa de deleite que dejó al rubio con ganas de morderle los labios. Estaba encima de él, sosteniéndose con los puños cerrados sobre el colchón y mirándole la cara con el asombro que siempre le provocaba verle gemir de puro gusto.

   - No me faltes nunca, Peter... - Le rogó sin dejar de empujar dentro de él.

   - Eres tú el que tiene la mala costumbre de morirse. - Terminó por arrancarle una carcajada a su esposo. - ¡Ah, vamos, no te pares...!

   - ¡Pues no me hagas reír! - Protestó fingiendo enojo. Mordiéndose el labio inferior salió de él para meter el brazo derecho por debajo de su cuerpo y darle la vuelta con un simple movimiento. - Mitt lille og hendig hubby! *(Mi pequeño y manejable maridito)

     Peter volvió a reír, cuando su vikingo le colocaba a su antojo en la cama para darle placer le hacía sentirse en verdad pequeño y manejable, algo que le agradaba sobremanera.

   - ¡Oh, mi vida... te amo!

   - Y yo a ti... - Gimió. Alex ya no podía hablar, concentrado en penetrar a su marido con el ángulo y la presión exactas para alcanzar su próstata y enviar esa señal eléctrica que le recorriese la espalda hasta dejarle casi al borde del desmayo.

   - ¡Aaaaaaaaaah! - Gritó el pelirrojo. - ¡Sí... sí... por todos los dioses! ¡Sí!

 

Notas finales:

Gracias por leer. Gracias por los comentarios: los espero siempre, los añoro cuando no llegan.

Dejo imagen para babear a gusto: el divino doctor McCoy en el Dodge de Jim tal y como él le vio en el aparcamiento del Cuartel General.

http://www.casimages.es/i/140801015217584887.jpg.html

 


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