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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Scott y Sulu son buenos amigos, los mejores del mundo. Han vivido juntos tantas aventuras durante tanto tiempo que no es de extrañar que el japonés le pidiera al escocés que fuese su padrino de bodas.


 


Muchas personas tienen problemas para conciliar el sueño por la noche cuando el Sol está brillando. Es el efecto del sol de medianoche, un fenómeno natural observable al norte del círculo polar ártico y al sur del círculo polar antártico, que consiste en que el Sol es visible las veinticuatro horas del día, en las fechas próximas al solsticio de verano. El número de días al año con sol de medianoche es mayor cuanto más cerca se esté del polo. Y no olvidemos que el Sol fue consagrado a Apolo en la antigüedad. Mientras Jim brillase, a Spock y a Bones les sería imposible quedarse dormidos.

 

Un anillo para Nyota y el sol de medianoche

 

 

                                                          Aquel planeta del sistema Omicron Delta resultó ser un lugar mágico donde todo lo que uno pudiese imaginar cobraba forma. Era el parque de atracciones perfecto para un permiso de la tripulación, siempre y cuando tuviesen cuidado y no trajesen a la realidad sus peores pesadillas... como le sucedió a Sulu con aquel samurái que le atacó con una katana sin que él tuviese a mano su wakizashi.

        Scott invitó a Nyota a un picnic dejando que ella se encargase de la comida, le encantaban sus bocadillos de jamón y queso. El escocés aportó la manta y una botella de whisky que tenía reservada para ocasiones especiales. Escogieron aquel precioso prado cuajado de florecillas blancas, mientras la morena fue a dar un paseo él se entretuvo leyendo una de sus revistas científicas favoritas en la tablet de la nave que había bajado consigo.

     El capitán y el señor Spock pasaron por allí. Parecían buscar estar a solas y el escocés se alegró cuando rechazaron la amable invitación de Nyota para compartir su picnic.

   - ¡Menos mal que han dicho que no, preciosa! - La miraba a los ojos almendrados sin poder esconder la boba sonrisa de enamorado que se le dibujaba en la cara cada vez que lo hacía.

   - Yo ya sabía que no se iban a quedar...

   - ¿Qué quieres decir?

     Nyota no respondió, se echó a reír dejando caer la cabeza hacia atrás. Montgomery notó que su corazón latía más fuerte, acercándose a la mujer la rodeó por la cintura con su brazo derecho.

   - Eres una preciosa perla negra, teniente. - Murmuró justo antes de besarla en los labios.

   - ¡Monty! - Sin dejar de sonreír le agarró la barbilla, como si fuese a reprenderle por aquel atrevimiento.

   - ¿He sido demasiado brusco? Lo siento... yo... - Titubeó nervioso.

   - Nadie me había llamado perla negra antes. - Nyota le acarició la mejilla. - Me gusta, puedes hacerlo cuando quieras.

   - Entonces... ¿puedo besarte? - Preguntó respetuoso.

   - No si yo lo hago antes... - Bromeó lanzándose a por su boca.

     Scott se sintió feliz con aquella preciosa, valiente e inteligente mujer entre los brazos. Sería suya, su perla negra, y debía hacérselo saber... que aquello sería para siempre.

 

        Nyota terminó su permiso y tuvo que regresar a bordo del Enterprise, dándole el relevo al compañero que atendía la consola de comunicaciones en su ausencia. Scott aún disponía de unas horas libres y quiso aprovecharlas. Pidió ayuda a su amigo Sulu que regresó al planeta, aún de descanso a su pesar.

   - ¿Qué se supone que quieres hacer? - Le decía mirando a izquierda y derecha con inquietud. - No me gusta este sitio... ¡Puede pasar cualquier cosa!

   - Tú no pienses en samuráis y no habrá problemas. - Se mofó Scott.

   - Muy gracioso... pero está bien, no pensaré en nada. ¿Qué pretendes?

   - Necesito algo especial para Nyota...

   - ¿Un regalo? Vale, entonces imagina un centro comercial.

   - ¡No seas vulgar! - Protestó el ingeniero. - Ha de ser algo muy, pero que muy especial. Algo único. Algo... que no se pueda comprar.

   - ¿Como qué? No se me ocurre nada... ¿Por qué me has traído a mí? Podrías habérselo pedido a Pavel, él es un genio, seguro que se le habría ocurrido alguna de sus brillantes ideas.

   - ¡Y también es un crío! - Scott negaba con la cabeza. La última vez que le vio el chico ruso andaba por ahí con Marta Landon del brazo y vestido de cosaco. - ¡Quiero algo serio, que le diga a Nyota que lo nuestro será definitivo!

   - ¡Un anillo de compromiso!

   - ¡Sí, eso es Sulu! ¿Lo ves? Eres el amigo que necesitaba... - El escocés le palmeó la espalda con fuerza, tanta que el delgado japonés perdió el equilibrio y casi cayó al suelo. - ¡Lo siento! - Se disculpó.

   - Kuma! *(oso, en japonés) – Sulu se echó a reír. - Veamos... ¿qué tal si piensas en una joyería exclusiva? No... claro... ha de ser algo que no se pueda comprar.

   - ¡Calla un momento, Sulu...! ¡Tengo que concentrarme! - Scott cerró los ojos tratando de imaginar el anillo más hermoso y perfecto que pudiera poner en el dedo anular de su preciosa novia. - ¿Qué significa kuma? No es la primera vez que me lo llamas...

  - Quiere decir oso, grandullón. - El japonés se encogía de hombros mirando a su compañero allí plantado en mitad del bosque.

     Un ruido de ramas rotas, una brisa que pasó por su lado llevándose consigo el olor de sus cuerpos, un gruñido no demasiado lejos. A los dos se les pusieron los pelos de punta, ¿qué había sido aquello?

   - ¡Al suelo! - Gritó una voz varonil a su espalda. - ¡Ahora, humanos!

   - ¿Qué... quién eres tú? - Scott se giró y al ver a aquel extraño se quedó sin palabras.

   - ¡Tiraos al suelo, por Artemisa! - El cazador tensaba su arco apuntando al frente.

    Sulu agarró la mano de Scott y se lanzó cuerpo a tierra de inmediato, arrastrando con él a su amigo justo a tiempo. La flecha pasó por medio de donde ambos se encontraban y fue a clavarse en el omóplato derecho de la bestia que rugió al sentirse herida.

   - ¡Es un oso! - Exclamó el escocés. - ¡Mierda... no me he concentrado lo suficiente!

   - Aquí Sulu, ¿me reciben? - El piloto había abierto el comunicador y estaba a punto de solicitar que les subieran al Enterprise.

   - ¡No, espera! - Scott le detuvo. - Ese cazador se ocupará del oso. Tú y yo aún tenemos que conseguir el anillo para Nyota.

   - ¡Oh, está bien! - Hikaru se levantó sacudiendo la tierra de sus pantalones. - Pero si veo otro animal peligroso, flechas o espadas japonesas... ¡yo me largo! ¿Entendido?

     Scott asintió poniéndose en pie. El tipo del arco seguía allí a su lado. Le miró de arriba abajo, viendo sus ropas al estilo de los griegos de la antigüedad, sintió curiosidad hacia él.

   - ¿Cómo te llamas, amigo? - Le preguntó con su sonrisa tensa en la cara.

   - Orión. - Respondió el moreno de pelo largo recogido con una cinta dorada ceñida a su frente. - Éste es el bosque de Artemisa, solamente a mí me está permitido cazar aquí... - Les miró amenazador.

   - ¡No estamos cazando! - Se apresuró a aclarar Sulu.

   - ¿Vas a cobrarte la pieza? - Scott señalaba al animal herido en la distancia. - Se te escapa...

     El cazador levantó la vista y protestó pateando el suelo con su sandalia en un gesto de fastidio.

   - Podemos ayudarte a seguir el rastro... - Se ofreció el escocés arrastrando del brazo a su compañero. - Y luego tú, tal vez, puedas echarme una mano con lo del anillo para Nyota. Es mi novia, ¿sabes?

   - ¿Buscas un anillo? - Orión se sonrió. - Yo sé dónde hay unos cuantos... aunque dudo mucho que seas capaz de arrebatárselo a... ¡No! ¿Un simple mortal como tú? ¡Déjalo! No podrías...

   - ¡Un mortal enamorado! - Alzó la voz Scott al tiempo que sacaba pecho para darse importancia.

   - De acuerdo. - Consintió el cazador. - Sigamos al oso, acabaré con él y luego te llevaré a su cueva.

   - Espera... Un momento... - Sulu no se fiaba. - ¿A quién se supone que ha de arrebatarle el anillo mi amigo?

   - ¡A ella...! - Orión estiró el arco para señalar al animal. El oso era en realidad una hembra.

   - ¡Eso está hecho! - Scott sonrió ufano. Si el cazador acababa con la osa coger su anillo sería pan comido. - ¿Es bonito? Debe serlo, Orión. Será el anillo con el que pediré la mano a mi futura esposa, ¿comprendes?

   - ¡Por eso no tengas cuita, mortal! Podrás elegir entre las joyas más preciosas que jamás hayas visto en tu vida. - Le aseguró. - ¡En su cueva hay un verdadero tesoro!

 

        Se pusieron en marcha siguiendo las huellas del animal herido, no era difícil pues el rastro de sangre les guiaba sin error. Sulu, desconfiado, procuraba ir detrás dejando que Orión fuese primero y manteniendo a Scott cerca por si tenía que usar el comunicador de nuevo para un transporte rápido.

      La osa acudía a su gruta, probablemente buscando refugiarse de su asesino, el animal se sabía perseguido. Unos ladridos a lo lejos sonaban cada vez más cerca. Por el volumen que alcanzaban a Sulu le pareció que debía tratarse de un sabueso impresionante. El japonés tembló sin ocultar su creciente miedo.

   - Tranquilos, es Sirio, mi perro. - Dijo Orión deteniéndose entre los árboles. - Debe haber olisqueado la sangre. Nos ayudará a dar caza a esa osa.

   - Mientras no nos ataque a nosotros... - El piloto se ocultaba detrás de Scott.

   - ¡Sulu, que es solamente un perrito! - Se burlaba el escocés.

   - Ya, pues es casi igual de grande que el oso... ¡Míralo!

   - ¡Por Dios Santo! - Chilló Scott al ver al cánido. - ¡Ese podría ser el perro del maldito Black Donald! *(diablo, en Escocia)

   - ¡Sirio, chico... ven aquí...! - Llamaba el cazador.

     El perro cabalgó hasta su dueño y apoyó su cabeza en la cintura del cazador, dejando que le acariciase y le rascara por debajo de las orejas.

   - ¡Es enorme! - Exclamó Scott. - ¿A qué raza se supone que pertenece?

   - Es un perro, me ayuda a cazar... - Orión no entendía bien la pregunta.

   - ¡Un perro cazador! - El escocés lo bautizó así. - Procura mantenerlo lejos de nosotros, Orión. No estoy muy seguro de cómo nos mira... ¿lo alimentas bien?

     El favorito de Artemisa se echó a reír a carcajadas. Los humanos no siempre le hacían gracia pero aquellos dos en particular formaban una pareja muy cómica. Azuzó a su perro tras la presa y echó a correr persiguiéndolo.

   - Vamos, Sulu... no te quedes atrás. - Le decía el escocés tirando de la manga de su jersey.

   - ¿No es mejor que volvamos al Enterprise? He oído que en Rigel VI hay orfebres muy hábiles...

   - ¡Al menos quiero ver ese tesoro que la osa oculta en su cueva!

 

    Sulu lamentó una vez más la cabezonería escocesa del ingeniero. ¿Por qué se dejaba siempre liar por él? No era la primera vez, ni sería la última, en la que acababa en problemas junto a su buen amigo.

     La pared de rocas surgió de pronto tras los árboles. Sirio, el gigantesco perro de Orión, ladraba delante de una cavidad oscura como la boca de un lobo. El cazador se apostó cerca con su arco, empalmando una flecha para tensarlo y disparar.

   - Vosotros entrad, azuzad a la bestia para que salga y yo la mataré.

   - ¿Qué? - Sulu le miró estupefacto. - ¿Te has vuelto loco o nos tomas por gilipollas?

   - ¡Sulu! - Le reprendió Scott por su lenguaje.

   - El anillo que buscas está ahí dentro. - Orión no modificó ni un ápice su postura. - ¿Qué significa gilipollas?

   - Idiota... estúpido... imbécil... - Explicaba Sulu o más bien se lo decía a su amigo que tiraba de él metiéndolo ya en la gruta.

   - Vamos, hombre... ¡Que no se diga que un piloto de la Flota tiene miedo de una osita herida! - Scott estaba empeñado en ver aquellas joyas que Orión le había prometido.

 

         A la oscuridad casi completa tardaron un tiempo en amoldar sus pupilas. Cuando Sulu pudo ver dónde estaban se estremeció. Las paredes eran negras y pulidas, como de obsidiana, y la escasa luz que se filtraba por minúsculas rendijas en las paredes y en la bóveda superior, se reflejaba sin parar en los miles de rubíes que brillaban a su alrededor.

   - ¡Mira esto, Sulu! - El escocés estaba igualmente pasmando. - ¡Rojo y negro! Son los colores de mi perla...

   - ¿De tu qué?

   - De Nyota... ¡Ella es mi preciosa perla negra, amigo! Si ese anillo está hecho de estos materiales... ¡Oh, Sulu!

   - Sí... sí... - Rezongaba el japonés. - Será perfecto para ella. ¿Sabes? Espero que te diga que sí, solamente faltaba que te diese calabazas...

     Scott le tapó la boca, sujetándolo de un brazo le hizo detenerse por completo. Había oído un ruido. Ahora más claramente, era la respiración dificultosa del animal herido por la flecha de Orión. Los ladridos de Sirio ya no se escuchaban en el exterior. El cazador debía haberle ordenado que se mantuviera en silencio.

   - ¡Ahí está! - Señaló el ingeniero a la osa. - ¿Cómo la sacamos de la cueva?

   - Se ha tendido encima de lo que parece un tesoro, Scott. - Sulu estaba impresionado. - ¡Mira! Son joyas... anillos, pulseras... colgantes y coronas... ¿De dónde habrá sacado todo eso un animal?

   - Lo habrá robado.

   - ¡Qué dices! ¿Crees que es una urraca?

   - Oye, yo tampoco he oído nunca acerca de una osa que robe tesoros pero ahí está, ¿no?

    Sulu miró a su amigo con cara de "¿me tomas el pelo?" El escocés se encogió de hombros.

   - No sabía que te gustase tanto la mitología, Scott.

   - ¿A mí? No particularmente...

   - Pues eres tú el que se ha imaginado a Orión y todo lo demás.

   - La parte del oso, puede... ¡Y eso fue culpa tuya por llamarme así!

   - Te digo que de mi cabeza no ha salido esto. - Sulu le dio un pescozón al escocés. - Tú y tus dichosos mitos celtas de tesoros ocultos... ¡Menuda mezcla has montado!

   - La otra noche oí a Jim hablar a Spock de sus dioses, probablemente mencionó a Artemisa y a Orión. ¿No era su amante?

   - Ni lo sé ni me importa... - Sulu se agarró con fuerza del brazo de su amigo. - La osa... se mueve... ¿qué hacemos?

   - ¡Ya lo tengo! ¿Llevas tu fáser?

   - Claro... ¿quieres matarla? Creía que ese cazador...

   - ¡No! Pero podemos hacer un fuego...

     Los dos compañeros se miraron a los ojos y sonrieron asintiendo con sus cabezas. Recogiendo unas ramas del suelo las juntaron y Sulu disparó su fáser haciéndolas arder.

   - ¡Echa hojas verdes para que haya más humo! - Le indicaba el escocés.

   - O se asfixia o sale...

   - Espero que salga, ese Orión quería ser quien la matase.

   - ¡Mortales! - Una voz resonó con estruendo en la cueva. - ¡Humanos! ¿Por qué quemáis mi casa?

      Sulu y Scott se quedaron paralizados. ¿Quién estaba hablando? Buscando a alguien más a su alrededor entendieron que únicamente la osa podría haber pronunciado aquellas palabras.

   - ¿Tu casa? - Respondía el escocés. - ¿Y quién eres tú?

   - ¡No le hables! - Sulu temblaba a su lado. - Debe ser un ama-no-jaku *(espíritu divino malvado) que quiere confundirnos...

   - ¡Oh, no! ¿Ahora tú pones tu parte de mitología? - Scott empezaba a odiar aquel planeta en el que cualquier cosa que imaginasen se hacía realidad.

   - ¡Soy Amanozako! - Gritó la osa poniéndose en pie ante unos aterrorizados Sulu y Scott.

     Los dos retrocedieron al momento, el animal tenía más de dos metros de envergadura y mostraba sus tremendos dientes abriendo las grandes fauces.

   - Sulu... traduce... - Le incitó Scott.

  - Amanozako es una diosa furiosa y con un terrible temperamento. - Contestó el japonés que, nervioso, no acertaba a apuntar con su arma.

   - Mira, Amazonaka... - Empezó a decirle el escocés.

   - Amanozako... - le corregía el piloto.

   - ¡Lo que sea! Oye, que yo solamente he venido a buscar un anillo para mi prometida... Tú tienes un montón, ¿no puedes ser amable y darme uno?

      La diosa oso volvió a gruñir haciendo que a Sulu se le cayese el fáser de las temblorosas manos.

   - ¡Sé lo que pretendéis, humanos! - Amanozako soltaba una baba repugnante entre las mandíbulas al hablar. - Os he visto antes con ese cazador...

   - ¿Quién? ¿Orión? ¡No es amigo nuestro! - Scott intentaba convencerla sin dejar de retroceder. - ¡Él quiere matarte! Mira, nosotros tenemos armas... ¡Ya has visto cómo hemos prendido el fuego! Y no te hemos hecho ningún daño ¿verdad?

      Durante todo el tiempo Sulu le tiraba de la manga del jersey rojo al escocés, una y otra vez mientras se dirigía a la osa, sin parar. Aquello le hizo saltar.

   - ¿Qué diantres quieres, Sulu?

   - El fáser... - Le susurró señalando dos pasos más adelante de donde ahora se encontraban. - Se me cayó... - Murmuró encogiéndose de hombros.

     La osa seguía avanzando hacia ellos con la boca abierta, parecía que con intención de devorarles por los gruñidos que soltaba.

   - Orión dices... ¡Ese cazador no puede ser Orión!

   - Lo es... así se ha presentado, ¿verdad amigo?

    Sulu estaba de rodillas en el suelo, mientras Scott tuviese la atención del animal el japonés pensó en gatear hasta alcanzar el fáser. Ahora la osa le estaba mirando y el piloto levantó la cabeza y asintió con una estúpida sonrisa.

   - ¡Yo le maté! - Gritó el animal herido agitando su poderosa testa, haciendo que sus babas salieran disparadas en todas las direcciones.

   - ¡Aj! - A Sulu le cayó un espeso salivazo en toda la cara, jamás había sentido tanto asco.

   - ¿Que le mataste? ¡Pues perdona que te diga pero está muy vivo! Él y su perro Sirio te esperan fuera, si no me crees asómate... - Scott intentó que el animal saliese de la cueva. Ya le había echado el ojo al que sería el perfecto anillo para Nyota.

   - Sí, sal fuera y compruébalo tu misma, diosa Amanozako... - Sulu se limpiaba con la manga de su jersey amarillo. Se le revolvió el estómago al notar la humedad de la saliva de la osa en su cara.

   - Mi hermano me engañó... me retó a un desafío con arco. Orión huía a nado y mi hermano me propuso disparar a aquella cosa que flotaba en el mar a lo lejos... - La osa se sentó sobre sus cuartos traseros, parecía un enorme peluche de afiladas garras y peligrosos dientes. - ¡Yo no sabía que era Orión, mi amado... mi amante!

   - Conozco la historia, pero entonces... tú... - Scott sacudió la cabeza, por el rabillo del ojo vio a Sulu estirando el brazo hacia el fáser. - ¡Tú eres Artemisa!

   - Sí... lo soy... Me oculto aquí bajo esta forma, porque no soporto a los cazadores... ¡Acabaré con todos vosotros!

   - ¡Espera... espera! ¡Alto ahí! - Scott se acercó al animal. - ¿Crees que somos cazadores? ¡Venga ya! Yo soy ingeniero y ése de ahí es piloto... ¡Lo único que he cazado en mi vida ha sido un resfriado!

   - ¡Yo ni siquiera pesco! - Se defendió el japonés.

     La osa parecía estar llorando, como si el recuerdo de Orión le doliese más que el disparo de su arco. El escocés se compadeció de ella y se aproximó hasta estar a su lado.

   - Deja que te quite esto... - Tirando de la madera le sacó la flecha que llevaba clavada en el hombro. - ¡Así! ¿Mejor?

   - Eres una diosa, puedes curarte... ¿verdad? - Sulu colocaba su faser en el cinturón, algo le decía que no le haría falta.

 

      Ante sus atónitas miradas la osa se transformó en una bellísima mujer morena vestida con un quitón corto de seda color plata. En su frente tenía tatuada media luna creciente con los cuernos hacia arriba. Su piel, pálida como la nieve, contrastaba con la roja sangre que manaba de su herida.

      Sulu se arrancó una manga de su jersey, la del brazo contrario al que había utilizado antes para limpiarse, e improvisó un torniquete deteniendo la hemorragia. Artemisa le miró fascinada.

   - ¿Un humano que se preocupa por mí? - Se dijo a sí misma sorprendida.

   - Bueno, sal ahí fuera y reúnete con Orión, tu amante. - Le sugirió Scott deseando perderla de vista para poder coger su anillo.

   - ¡Espera! - Sulu se puso delante. - Yo iré primero... ¡Sólo faltaba que ese cazador te disparase otra vez!

   - ¡Gracias! - La diosa le sonrió con dulzura. - No es corriente que un mortal se preocupe tanto por un dios... normalmente es al contrario.

   - ¡Chíllale al loco del perro antes de sacar la cabeza, Sulu! - Le aconsejó a su amigo viéndole alejarse.

      Scott se agachó ante el tesoro de la osa y rebuscó con sus manos. El anillo... ¡Estaba allí hacía un momento! ¿Dónde se había metido? Palpó y tanteó entre la oscuridad hasta que, al fin, lo encontró. Rojos rubíes, negra obsidiana, todo ello engarzado en corona sobre un cuerpo de oro negro... ¡Tenía que ser aquél! Con una gran sonrisa de oreja a oreja salió de la cueva. Su compañero se secaba las lágrimas viendo el emotivo encuentro entre la diosa y su amante el cazador.

   - Mi señora... permiso para besarla... - Musitaba Orión.

   - Adelante... - Le concedió ella.

      Al escocés también le brillaron los ojos, hacían buena pareja los dos.

   - ¿Lo tienes? - Le preguntó Sulu por el anillo.

   - ¡Lo tengo! - Exclamó contento Scott mostrándolo en su dedo más pequeño.

   - Pues subamos a casa... - El piloto abrió el intercomunicador y solicitó a Riley que les transportara.

   - ¡Adiós humanos! - Se despidió Artemisa. - ¡Volveremos a vernos!

      Viendo el anillo en el dedo meñique del escocés antes de que se desmaterializara, sintió rabia. Era de sus favoritos. Por un segundo su cabello osciló del negro azabache al rojo sangre. Orión volvió a besarla y la diosa se calmó. La joya luciría bien en la mano de la bella mortal a la que el extraño ladrón pediría en matrimonio.

 

 

 

                                          Años más tarde, cuando viajaron al pasado y Nyota echó sobre la cazadora de Jim su anillo entre las pertenencias que pensaban vender para conseguir algo de dinero y poder hospedarse en un hotel, el escocés protestó y con toda la razón del mundo.

   - ¡Ni hablar! Lo que sea menos eso, preciosa. - No iba a permitir que su amada se quedase sin la joya que más le costó conseguir de todas las que le había regalado.

 

               Al final no vendieron absolutamente nada, Jim le devolvió el anillo a Uhura y acabaron reventando cajeros automáticos con los poderes telequinéticos de Pavel. Como dijo Khan, aquello fue un placer con el que no contaba. Les resultó sencillo costear sus gastos en el siglo veinte.

   - Llevo unos mil dólares encima... - Murmuró Jim guardando el fajo de billetes en el bolsillo interior de su cazadora. - ¿Crees que será suficiente para agarrarnos una buena borrachera?

   - Eso depende de cuánto tenga que beber Spock para que su hígado vulcano deje de metabolizar el alcohol y se le suba a la cabeza. - Le respondió Bones en un susurro con su más cínica sonrisa.

   - Por si no os acordáis, tengo un oído muy fino. - Spock no volvió la cabeza. Sentado en el asiento de copiloto en el taxi había escuchado la conversación de sus t'hy'la en la parte de atrás.

   - A ver, mente privilegiada... - Jim le acarició la nuca a su marido. - ¿Cuántas botellas de tequila calculas tú que te tienes que beber para perder el control?

   - Eso dependerá de la graduación, Jim. - Le respondió inclinando la cabeza.

   - Si lo que quieren es emborrachar a su amigo denle Herradura añejo, el mejor tequila del mundo. Tiene un cuarenta por siento de alcohol... - Intervino el taxista que, por su tez morena y su acento, debía de ser mexicano.

   - Herradura... - Repitió Jim. - ¿Cuántas botellas, Spock?

   - Démosle un par y ya veremos... - Bones también quería emborracharlo pero sin hacerle daño, al fin y al cabo era médico.

   - Amigo, será mejor que no haga caso de estos dos o terminará usted en el hospital. - El taxista echó una carcajada que acabó en tos convulsa. - ¡Ay, mi madre! - Exclamaba casi ahogándose.

       Cuando Jim le pagó el importe al dejarles en la puerta del local que les sugirió el maître de la Bimbo antes de echarles de allí, el doctor McCoy se acercó a la ventanilla y le dio una píldora.

   - Tómese esto y no volverá a toser de ese modo.

   - Grasias, compadre... pero lo mío no se va a quitar con una pastilla. Señor, tengo cánser de pulmón. - El pobre hombre le miraba con los ojos humedecidos y la cara congestionada.

   - Lo sé, le he examinado. - Bones llevaba su pequeño tricorder portátil a todas partes. - ¡Hágame caso! Soy médico. Usted tráguese esa pastilla y se pondrá bien, pero debe dejar el tabaco. ¿Lo promete?

   - Haré lo que diga, doctorsito... - Sonrió el taxista. - Total, esta bolita blanca no me va a matar... - Volvió a reír con la píldora entre los dedos índice y pulgar, tosiendo hasta casi quedarse sin aliento. - ¡Si me cura dejaré de fumar, se lo juro!

   - Hágalo. - Insistió McCoy con una franca sonrisa.

  - ¡Vamos, Bones... hay cola para entrar! - Le llamaba Jim guardando sitio detrás de Spock.

 

           El Midnight Sun*(sol de medianoche) era un club de ambiente gay muy popular en la ciudad de San Francisco. Todos los colores del arcoíris colgaban de su fachada en forma de banderines triangulares. Jim sacó la tarjeta del maître y comprobó que era el lugar que les recomendó. Estaban en el barrio conocido como The Castro; hasta Bayview, donde tenían la casa en alquiler, había unos quince minutos en coche. Tendrían que tomar otro taxi para volver.

      Bones se metía con Spock mientras guardaban la vez para entrar al local, haciéndole cosquillas por la espalda y bromeando sobre cuánto dinero les iba a costar hacer que cogiese una buena cogorza.

   - No es culpa mía, Leonard. Mi metabolismo...

   - Sí, si ya lo sé, mi vida...

   - ¡Eh! - Protestó Jim. - ¡Ese tipo se ha colado! - Señaló a un individuo que, saltándose la cola, iba derecho hacia la puerta.

   - Va... vestido como un conejo... - Spock no sabía definirlo mejor. Las grandes orejas que el hombre llevaba colocadas sobre la cabeza y los pantalones de cuero con el trasero prácticamente al aire, con un pompón rosa entre las nalgas, le hicieron pensar en ese animalito.

   - ¡Es la noche de los bichos, tíos! - Les explicó el joven que tenían delante en la fila. - Si vas de animal entras directamente...

   - Podríamos buscarnos algo con lo que disfrazarnos. - Se le ocurrió a Jim.

   - ¡Ni en broma! - McCoy negó con la cabeza. - Esperaremos lo que haga falta. ¡No estoy borracho aún, Jim! Conservo intacta mi dignidad.

   - Por una vez te doy la razón, Leonard. - Agregó Spock.

   - ¡Oh, ya veremos cómo acabáis esta noche! - El rubio se echó a reír. - Pienso tumbaros... a los dos.

 

              Tras casi media hora de hacer cola pudieron acceder al club. La música era estridente, discotequera. Las luces de colores brillando por todas partes les dejaron algo aturdidos. Jim se apresuró hacia la barra, quería pedir una botella de Herradura añejo para Spock y otra de whisky para él y Bones.

   - Cuanto antes empieces a beber antes la pillas... - Le susurró a su esposo cogiéndolo por la cintura con su más pícara y retorcida sonrisa.

   - Hay conejitos, gatitos, perritos... ¿eso es un koala? - Bones no dejaba de examinar a todo el mundo a su alrededor. Apenas había mujeres allí.

   - Parece más bien una mofeta. - Respondió Spock levantando su ceja izquierda y ladeando ligeramente la cabeza.

   - ¡Qué divertido! Me gusta este lugar... - Bones le daba la vuelta a la visera del vulcano buscando su boca para besarle. - Lo pasaremos bien, mi vida...

       El barman se acercó a Jim apoyándose sobre el mostrador con ambas manos y echando medio cuerpo hacia fuera. Pensando que sería para poder oír lo que le iba a pedir entre la ensordecedora música, el rubio se aproximó de la misma manera pero cuando se disponía a hablar se vio sorprendido por un beso húmedo en los labios.

   - ¡Vaya! - Exclamó. El camarero era joven, de unos veintipocos, moreno, de ojos verdes... extremadamente atractivo. - ¿Saludas a todo el mundo así?

   - ¡Sólo a los nuevos cuando son tan sexys como tú! - Le contestó descarado.

   - ¡Eh! - Protestó McCoy. - Limítate a servirnos la bebida, ¿entendido?

   - Espera... creía que tú estabas con el tipo de la gorra y que ésta preciosidad... - señalaba a Jim, - ...venía sólo. ¡Disculpa! ¿Sois un trío? ¡Me apasionan los tríos!

   - Beberemos whisky Glenlivet doce años y tequila Herradura añejo. Compraremos dos botellas de cada. Añade hielo y tres vasos. Gracias. - Spock, con su voz grave y calmada, le dio a entender al camarero que no debía meterse en sus asuntos.

   - Como tú digas... ¡Se ve que eres el macho alfa! - Con un ademán de su mano y un movimiento de caderas demasiado femeninos, el barman se dio la vuelta para traerles lo que había pedido el tipo serio de la gorra.

       Jim les miraba aguantando la risa. Bones tenía el ceño fruncido y Spock había puesto sus manos a la espalda, con su típica pose vulcana.

   - El tipo sólo estaba siendo amable... - Excusó el rubio al camarero.

   - Que se guarde esa amabilidad para sus amantes... ¡A juzgar por su aspecto debe tener cientos! - Resopló Bones cruzándose de brazos.

   - Busquemos una mesa para dejar las copas mientras bailamos. - Spock avanzó hacia el fondo de la sala, seguido de cerca por su marido. - Leonard, trae tú las bebidas.

 

         El médico tardó un poco en encontrarles, había tantos hombres por allí... y de todas las edades: treintañeros, cuarentones, de más de cincuenta... y luego estaban los rabiosamente jóvenes. Chicos imberbes con traseros duros como piedras que balanceaban las caderas de forma sensual. Todos sonreían, parecían felices, encantados de disfrutar de una fiesta sin tregua. A Bones le llamó la atención un grupo de lo que en principio catalogó de mujeres vestidas y maquilladas exageradamente. Al acercarse se dio cuenta de que se trataba de hombres disfrazados. Sus maneras y sus voces algo forzadas le desconcertaron. Aquellos tipos fingían ser lo que no eran... o tal vez eran así de raros.

       El caso es que el médico se quedó plantado delante de ellos con sus botellas metidas en los bolsillos de la chaqueta y las tres copas con hielo entre las manos. Un jovencito rubio de pelo largo pasó por su lado sobándole el trasero con descaro y a McCoy casi se le caen las copas. Giró la cabeza para mirarle a los ojos, eran de un azul puro y frío, como los de Khan. El muchacho le observaba relamiéndose los labios y, sin decir nada, le dedicó un gesto bastante obsceno llevándose un dedo a la boca para chuparlo goloso.

    McCoy abrió los ojos como platos, se puso completamente colorado y volvió el rostro. Buscaba a Jim y a Spock y les vio sentados a una mesa unos pasos más adelante, riendo los dos a carcajadas. Debían haber estado observándole todo el camino desde la barra del bar.

   - Spock... ¿crees que hoy va a llover? - Le preguntaba Jim divertido, mirando a Bones que se les acercaba.

   - ¿Cómo quieres que lo sepa? Estamos a cubierto, no puedo mirar el cielo.

   - Fíjate bien, mi amor. - Con su cabeza hizo un gesto dirigiendo los ojos a la entrepierna de McCoy. - Yo diría que sí va a llover... hacia la derecha.

    Spock se percató de que Leonard cargaba hacia ese lado sus partes dentro del apretado pantalón vaquero que llevaba puesto y se echó a reír.

   - ¿Qué tiene tanta gracia? - Les interrogó el médico dejando los vasos sobre la mesa.

   - Nada, cariño... Trae, serviré las copas. - Jim le sacó de los bolsillos las botellas y repartió dos generosos tragos de whisky y otro de tequila para su esposo. - ¡Brindemos!

   - Sí... ¡por una noche especial! - Asintió Bones alzando su vaso.

   - ¡Porque siempre estemos juntos los tres! - Añadió Spock.

   - ¡Por los dioses! Han sido increíblemente buenos conmigo al poner a dos hombres tan maravillosos en mi vida. - Jim brindó a la salud de sus dos amantes, sintiéndose pleno y completo a su lado.

 

         Un trago de whisky y un beso a Spock, sabía a tequila. La boca de Bones le devolvió el sabor de su bebida. Jim reía y tiraba de ambos hacia la pista de baile, quería devorar el espacio a su alrededor, saltarse las leyes de la física y unir sus átomos en una vorágine de luz y calor al ritmo de la música. Bailar, reír, besar, acariciar a sus dos amantes, a sus dos esposos... pues aunque Bones no estaba oficialmente casado con ellos era eso: su marido también. El corazón de Jim latía con fuerza, repleto de amor por ambos.

 

        A la botella de tequila Herradura le siguió otra... ¿cuántas copas llevaban ya? Se sentía mareado, pero bien, feliz. Bones hacía girar a Spock entre sus brazos, lanzándolo a los de Jim para mirarles con lujuria a ambos. El vulcano tenía las mejillas teñidas de verde. ¿Acalorado? Lo más problable... la sensualidad de los movimientos de Jim al bailar hacía que todas las miradas se clavasen en él.

   - ¡Es el hombre más sexy de este club! - Dijo McCoy en un arrebato de deseo. - ¿Estás ya lo suficientemente ebrio, mi vida?

   - Tomemos un taxi de vuelta a casa. - Respondió Spock sin apartar los ojos de su marido.

       Al salir del local el rubio se apostó en mitad de la calzada y silbó llevándose dos dedos a los labios. De inmediato un vehículo se detuvo a su altura.

   - A la avenida Newcomb con la calle Keith, por favor. - Solicitó Jim subiendo al taxi.

   - ¡Órale! - Exclamó el conductor. - ¡Si son ustedes tres otra ves! ¡Pero qué casualidad!

   - La casualidad es una explicación que damos a las directrices del Universo que se ocultan a nuestra comprensión. - Sentenció Spock.

   - ¡No le haga caso! - Bromeó McCoy. - Cuando bebe le da por filosofar... ¿Se tomó usted la píldora que le di? - El médico sacó de su bolsillo el mini-tricorder y escaneó al hombre desde el asiento trasero.

   - ¡Lo hisse, sí! Y no he tosido más en lo que llevo de noche...

   - ¿Por qué no se va a su casa ya? - Le preguntaba Jim ojeando desde el asiento del copiloto las fotografías que el taxista tenía en el salpicadero del coche. - Tiene usted familia... Esposa, tres hijos muy guapos... - Halagó el rubio a los niños que aparecían junto a una mujer de cabellos negros como la noche.

   - Y bueno... ¡Alguien tiene que ganar dinero para mantenerles! - El pobre hombre dejó escapar unas lágrimas que resbalaron por sus mejillas. - No sé qué será de ellos cuando yo les falte. Ya le dije doctor que tengo cánser de pulmón, no me queda mucho tiempo para estar con los míos.

   - ¡Eso ya no será problema! - McCoy le enseñaba la pantalla de su pequeño tricorder a Spock y éste asentía. El cáncer había desaparecido. - Hágale caso a este guapísimo rubio y márchese a casa con sus hijos. Mañana vaya a su médico, que le haga un examen completo. Me temo que su diagnóstico habrá cambiado. - Sonrió.

       Durante el resto del trayecto Jim se entretuvo en vigilar por el espejo retrovisor a su esposo y a su amante, en el asiento trasero no hacían otra cosa que besarse y meterse las manos por debajo de la ropa. El rubio tuvo que respirar hondo para tratar de ocultar su erección al taxista. Aquello le estaba poniendo a cien.

   - ¡Cuídense los tres, señores! - Se despedía el mexicano cobrándole la carrera a Jim.

   - Gracias... ¿Quiroly? - Jim se echó a reír cuando leyó el nombre en la licencia. - Por favor, quédese con el cambio.

   - Pero señor... - El taxista no daba crédito mirando el fajo de billetes que el rubio le había entregado. - ¡Aquí sobran más de setesientos dólares!

   - No lo vamos a necesitar y a usted le vendrá muy bien. - Jim cerró la puerta del taxi.

   - ¡Virgensita! - Exclamó el conductor. - ¡Estos gringos están locos! Será mejor que arranque y me largue antes de que cambien de opinión. - Se dijo a sí mismo poniendo el vehículo en marcha.

 

         Bones y Spock esperaban junto a la puerta de la casita azul a que Jim les abriese. El rubio patinó un par de veces con la llave antes de atinar en la cerradura. Los tres rieron, estaban bastante bebidos.

   - ¡Quiroly! - Recordó Jim el apellido. - ¿No se llamaba así ese jovenzuelo recién salido de la Academia?

   - El alférez que ha solicitado el puesto de piloto para la Enterprise... sí. - Afirmó Spock.

   - Uno de los niños de esas fotografías debía ser su tátara-tátarabuelo... - Jim entró a la casa de puntillas, subiendo la escalera sin hacer ruido. - Silencio, chicos... Scott y Uhura tienen que estar ya durmiendo. - Murmuró.

 

     Spock se detuvo en mitad del pasillo, su fino oído vulcano detectó unos gemidos reprimidos tras la puerta del matrimonio.

   - Aún no duermen pero no creo que tarden demasiado... - Sonrió al reconocer el timbre de la voz de Nyota susurrando algo al ingeniero.

   - ¿Celos? ¿Envidia? - Le interrogaba Bones con su cínica sonrisa mirándole de reojo.

   - Nada de eso, corazón mío... - El vulcano lo tomó en brazos y lo metió en el dormitorio. Jim le observaba sentado en la cama, intentando deshacer el nudo de los cordones de sus botas. - Nyota tiene exactamente lo que necesita y yo... ¡Yo os tengo a los dos!

 

       Lanzando a McCoy sobre el colchón se arrancó las ropas. Estaba ardiendo en deseo, casi como un pon farr sólo que algo menos descontrolado. Aún podía pensar con cierta lógica. Jim se echó a reír, no podía con los nudos. Pisando los talones de sus zapatos se descalzó por fuerza. Spock ya estaba en calzoncillos dejando a Bones sin respiración bajo su cuerpo caliente.

   - T'hy'la... - Susurraba el rubio a la espalda del vulcano. - Voy tomaros a los dos esta noche. ¡Me siento como si tuviese veinte años!

   - Leonard... Jim... - Les nombraba mentalmente con los ojos cerrados, abriendo el vínculo que les sumergía en su océano privado.

   - Quédate en medio, vida mía... - Le rogó McCoy. - Dejemos que Jim lleve hoy el timón.

   - Soy vuestro almirante... vuestro capitán... Yo guiaré el barco... os prometo dejaros a salvo en la orilla... pero sujetáos fuerte... porque habrá oleaje...

     Jim gemía, susurrando lentamente cada palabra, exhalando su cálido aliento sobre la piel de la espalda de Spock que se erizaba a su contacto. Con sus manos sujetó firmemente las caderas de su marido y le hizo rozarse contra el cuerpo de Bones debajo de él. La fricción entre los dos hizo que ambos se empalmaran y suplicasen entre jadeos su boca.

   - ¡Oh, Jim! ¡Por Dios...! - El médico perdía la conciencia de sí mismo cada vez que el almirante lamía su sexo, rozando con su barba el vello púbico, enredándose con él en el delicioso efecto velcro que le hacía sonreír.

   - Jim... ashalik sa-telsu! *(querido esposo) – Spock se deshacía con las sacudidas de la lengua de su marido sobre su glande.

        El almirante iba de uno a otro hasta que, de repente, les tuvo a los dos en su boca. Les oía gemir de gozo con sus caricias, haciendo que su propio miembro alcanzara la dureza de una roca. Ya no podía retrasarlo más. Tenía que hacerlo. Tomó a Spock de nuevo por la cintura y le obligó a tenderse sobre McCoy. Con su mano guió a su marido hasta el interior de su amante.

   - Bones... cariño... ¿estás a gusto? - Le preguntaba con sus palabras a la vez que con su mente podía notar todo el placer que Spock le estaba dando. - Parece que sí... - Murmuró con sarcasmo.

   - Leonard... - Musitó Spock cuando se vio atrapado entre las piernas del doctor. - Es Jim... yo no he hecho nada...

   - Sssshhhh, maridito mío... - Le hacía callar metiéndole un par de dedos en la boca, impregnándolos en la saliva del vulcano antes de dirigirlos hacia sus nalgas. - Ahora tú...

       Jim se introdujo poco a poco, echando su peso sobre los dos, dejando que Spock cediera ante él en un baile horizontal que antes habían ensayado en el Midnight Sun. Los vapores del tequila hacían que Bones encogiera los ojos, el vulcano jadeaba sobre su cara sintiendo los furiosos embates del almirante.

   - ¡No pares... duende mío...! - McCoy le acariciaba la punta de una de sus orejas, con la otra mano le atraía más adentro agarrándole la nalga derecha.

 

        Echándose hacia atrás un momento, apoyándose en las rodillas, Jim les contempló unos segundos que le parecieron eternos. Nadaban ya los tres en su particular océano, unidos en una sola alma gozando de su vínculo sagrado. Jim sentía a Spock dentro desde la mente de Bones, al tiempo que se sabía encima controlando los movimientos y la profundidad de las dos penetraciones. Quiso saber qué ocurriría si él también entrase en el médico, qué experimentaría McCoy al notarse invadido por completo y qué pasaría al tener pegado al suyo el miembro de Spock en tan reducido espacio.

   - ¡Aaaah! - Gritó Bones sorprendido por el dolor. - ¡No... Jim...!

   - Tranquilo, se pasa enseguida... - Susurró él sin salir de allí. - Vamos a quedarnos muy quietos los tres hasta que tú...

   - ¡Basta Jim! - Protestó Spock viendo el gesto en la cara de Leonard.

   - Espera... espera un poco... sólo un poco más... - Suplicaba el rubio impidiendo que se moviera.

   - No puede, apártate... - Rogaba el vulcano.

   - ¡No! - McCoy les abrazó a los dos, apretando a Jim contra el cuerpo de Spock encima suyo.

   - ¿Lo ves? - Murmuró Jim sonriente.

   - Ahora... - McCoy controló la sensación de verse asaltado por los dos y se dejó llevar por la corriente de nuevo, levantando levemente las caderas hasta notar la sacudida nerviosa en su columna vertebral. - ¡Aaaah! ¡Síiiii! - Gimió, un intenso placer había sustituido al dolor.

 

           Dentro de Bones, pegado a Spock como una segunda piel, Jim impuso su voluntad haciéndoles oscilar a ambos, temblando bajo su ímpetu, vibrando con él por encima de la marea creciente de su azul océano iluminado por un sol de medianoche. Todo se volvió humedad, calidez, viscosa espuma blanca que se derramaba empapando los muslos. Siguió empujando, no podía ni quería parar. No se detendrían hasta alcanzar la orilla, juntos, sin aliento, exhaustos y enredados entre las sábanas.

   - Bones... te amo... - Musitó Jim dejándose caer a su izquierda sobre el colchón.

   - Leonard, mi t'hy'la... - Susurró Spock deslizándose en medio de los dos.

   - ¡Nunca había tenido un orgasmo como éste! - Exclamó McCoy aún tembloroso con la increíble sensación. - Es como si latiese... como si nunca fuera a cerrarse...

   - ¿Estás hablando de tu precioso culo, mi amor? - Jim se echó a reír. - Volverá a su tamaño, no te preocupes. He pasado por eso...

   - ¿Serás idiota? - McCoy pasó el brazo por encima del pecho de Spock hasta alcanzar la cabeza del rubio y darle un buen capirotazo. - ¡Haces que pierda todo el romanticismo!

       Spock les apretó a los dos contra su cuerpo, abrazándolos y besando a cada uno con ternura.

   - Ahora solamente falto yo... - Susurró a sus oídos.

   - No, tú eres demasiado estrecho, Spock... - Bromeó Jim. - No lo aguantarías.

   - ¡Oh... ya veremos! - McCoy acariciaba el vello negro y rizado del pecho de Spock, mirándole a los oscuros ojos desde abajo. - Es cuestión de encontrar la postura adecuada y un buen lubricante.

   - No sé por qué algo me dice que serás tú, Leonard, el que esté encima cuando eso suceda. - Le dijo el vulcano enredándole el pelo con sus largos dedos.

   - Eso tenlo por seguro, duende... - Respondió él con una de sus cínicas sonrisas.

 

         Jim había cerrado los ojos, estaba agotado por todo el esfuerzo que había hecho. Se perdió el beso entre su esposo y su amante antes de quedarse dormido. El whisky se le subió a la cabeza de golpe, aprovechando la fuerte corriente del riego sanguíneo regresando a su cerebro, dejándolo sumido en un sueño profundo que Hipnos le regaló llenándolo de imágenes de Spock y McCoy felices a su lado de por vida.

 

Fin

 

Notas finales:

Y éste es el cuarto capítulo especial de la historia.

Dejo imágenes del anillo de Nyota...

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...de los mejores amigos del mundo...

http://nsae01.casimages.net/img/2014/10/04/141004075847864888.jpg

...y de distintos momentos en la vida de Scott y su esposa.

http://nsae01.casimages.net/img/2014/10/04/141004080019970308.jpg

También de los chicos y un gif que me hace reír cada vez que lo veo.

http://nsae01.casimages.net/img/2014/10/04/141004080146988202.jpg

http://24.media.tumblr.com/221c6b267879fe9bbe1536187721fafb/tumblr_mvchtvkze21s7bt7zo2_250.gif

¡Hasta el siguiente especial!


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