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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

El embajador Spock y el almirante Kirk están a punto de emprender su último viaje... juntos.

Rom-halan t'hylara

 

                                                               Scott modificó los motores sobre la marcha cuando supo que el almirante había sufrido un infarto. Quemaría todos los malditos cristales de dilitio si hacía falta, pero tenían que llegar a tiempo. No iba a dejar que aquel hombre muriese sin poder despedirse de él.

            Consiguió ganar seis horas y a las siete en punto de la mañana todos estaban ya en la sala del transportador, con el Enterprise en órbita sobre Nuevo Vulcano.

   - Spock, Pavel, Amy y yo bajaremos primero. - Ordenó el capitán.

  - ¡Pero Jim...! - Protestó el ingeniero. - Los demás también quisiéramos despedirnos.

   - Está bien. Te llamaré si el almirante puede recibiros.

   Jim se quedó a cuadros cuando vio a Bones subir con ellos a las plataformas circulares.

   - ¡Soy médico!, ¿no? - Dijo encogiéndose de hombros. - Pues voy a ver a mi paciente.

   El capitán se mordió los labios y dejó que les acompañara.

 

 

                                            Hacía rato que había amanecido. Sarek, apoyado en la puerta del dormitorio, miraba a Spock sostenerle la mano a su t'hy'la. No se había apartado de su lado en toda la noche. Ya no había lágrimas en sus ojos, pero incluso desde aquella distancia podía percibir el dolor en su alma... Su preciada Katra, la misma que iba él a permitir que se perdiera para siempre, por respeto a ese amor infinito que el embajador profesaba hacia el almirante. Pensó en su propio hijo y supo que el cariño de Spock hacia su sa-telsu era igual de inmenso. Cuando preparó la mente de Jim para recibir el matrimonio lo vio también en su interior.

         Se sintió afortunado por haber amado así al menos una vez en su vida... Amanda... Su nombre no dejaba de rondarle la mente, trayéndole el recuerdo de su risa. Esposa mía, mi amor... He cumplido con la promesa que te hice de permanecer con vida si te perdía... Por Spock, nuestro hijo, me hiciste jurarlo. Pero estoy cansado... si existiera la posibilidad de ir a tu lado, yo...

 

         Unas luces anaranjadas centellearon en el jardín trasero. Sarek las observó por la ventana, a la espalda de Spock. Bajó apurado las escaleras, seguido de cerca por Peter, para salir por la puerta de la cocina y ver a su hijo, su yerno, su nieta en brazos del joven artillero y al médico que echó a correr dentro de la casa sin decir una palabra nada más terminar de materializarse.

   El chico le indicó la planta de arriba levantando su dedo. Luego corrió llorando a estrellarse entre los brazos de su joven tío Jim.

   - ¡Spock! - Le llamó Sarek, acudiendo a abrazarle. No era su costumbre, pero lo necesitaba.

   - Padre, ¿el almirante ha...? - No se atrevía a terminar la pregunta.

  - ¡No! Aún no... - Respondió soltándole. Se giró para mirar a la pequeña y ella le sonrió. El corazón le dio un vuelco al reconocer aquella boca. ¡Amanda! - Tienes la misma sonrisa que tu abuela, pequeña.

   - ¿Abuelo Sarek? - Le dijo Amy extendiendo las manos hacia él.

   - ¿Quiere cogerla? - Preguntó prudente Pavel.

   - Por supuesto... - respondió el vulcano tomándola entre sus brazos. - El almirante está arriba, en el dormitorio.

  - El doctor dijo que no se podía hacer nada ya por él. - Gimoteó Peter.

  - Está agonizando, hijo mío. No tardará mucho en... - La voz de Sarek se quebró y lanzó un profundo suspiro.

   - ¡Padre! - Spock volvió a abrazarle, ahora con su ko-fu entre ambos. - El embajador... ¿va a detener su corazón? - Le preguntó mentalmente, asegurándose de que nadie más pudiese oírle, ni siquiera Jim.

   Sarek no respondió. Dejó que su hijo lo leyese en sus ojos. Spock bajó la mirada y se apartó para tomar a su esposo de la mano y entrar a la casa. Pavel les siguió cabizbajo.

 

 

                                   Arriba el embajador Spock tuvo que apartarse cuando el joven doctor McCoy sacó su tricorder y su instrumental para examinar a su esposo.

   - Bones... amigo... - Dijo el almirante con una voz demasiado débil ya. - Spock... ¿cómo te las has arreglado para traerle? - La sonrisa volvió a su rostro.

   - No hable, almirante. Deje que oiga su corazón. - McCoy comprobó la pantalla de su aparato y la cara que puso no fue precisamente de alegría.

   - Se apaga igual que una vela... lo sé. - Kirk tomó la mano del médico entre las suyas. - No estés triste, Bones. Iré valientemente a donde la muerte me lleve.

   - No irás solo, t'hy'la... - Spock se sentó a su lado en la cama, acariciando su frente con devoción absoluta. - Yo estaré contigo.

   - Oh, Spock... no... no lo hagas.

   - Es lo lógico, Jim. No me harás cambiar de opinión.

   El almirante vio en sus ojos toda su maldita testarudez vulcana y no pudo evitar sonreír de nuevo.

   - Está bien, mi amor... Como quieras. - Apretó con las pocas fuerzas que le quedaban la mano de su marido contra su pecho.

   - ¿Podríais decirme de qué demonios estáis hablando? - Bones los miraba a ambos sin comprender, o más bien sin querer entender lo que decían.

   - Haré que mi corazón se detenga junto al suyo. - Le explicó el embajador. Por su mejilla se deslizaba una solitaria lágrima que se perdió entre las sábanas.

 

 

                                   Sarek dejó a la niña en el suelo. La vio caminar hasta la cama donde McCoy la ayudó a subirse. Amy besó con ternura la cara de aquel anciano que le devolvió una dulce sonrisa.

   - Nirshy... - La llamó como solía hacer. - Dime que no es cierto, que Pavel es tu único t'hy'la, que ese... Khan...

   - Tero a Khan. Un día me casaré con él y con Pavel. - Respondió la pequeña asintiendo firmemente con un gesto de su cabecita.

   - No lo entiendo... - Murmuró Kirk.

   - Jim, en este universo puede que Khan no sea el mismo que en el nuestro. - Le reprendió su marido con dulzura.

   - Pero su crueldad... ¡Casi mata a Pavel introduciendo aquella larva en su cerebro...!

   - Pues en este mundo, señor, Khan me ama... y yo a él. ¡Los dos somos los t'hy'la de Amy! - Intervino Pavel con su cara inocente, tratando de hacerle entender a aquel hombre que su amante de piel de alabastro no era ningún monstruo.

   - ¡Bueno, ya está bien! Todo el mundo fuera. El almirante no está en condiciones de enfrentarse a esto. - McCoy se puso en pie y ordenaba un inminente desalojo del dormitorio. - Debe descansar. ¡Vamos...! ¡Fuera he dicho...! ¡Venga Peter, sal tú también! - Regañó al chico que se había quedado abrazado al embajador Spock.

   - Ve abajo, cariño. - Le dijo su anciano tío vulcano. - Tu tío Jim y Spock se ocuparán de ti de ahora en adelante.

   - Pero... ¿qué quieres decir? - El chico pensaba que seguiría viviendo con él en Nuevo Vulcano.

   - ¿No querías ir a la Tierra? Pronto podrás entrar en la Academia, hacer realidad tu sueño... Dale un beso a tu viejo tío Jim.

   - Quieres decir que me despida de él... - Le dijo clavándole la mirada. - Tengo quince años, Spock. Puedes dejar de hablarme como a un niño.

   El chico se despidió de su anciano tío, dándole las gracias por haberle cuidado durante aquellos tres años. Tratando de aguantarse el llanto salió con la mirada baja para encerrarse en su habitación. Allí podría llorar a gusto.

      Amy volvió a besar a aquel hombre; luego se estiró hacia el embajador Spock y agarrándole por la túnica lo acercó hasta poder darle a él también un beso. De alguna manera había intuido que debía despedirse de ambos. Pavel la tomó en brazos, saludó al almirante y al embajador con un gesto sobrio de su cabeza y salió del dormitorio apesadumbrado.

   - Bones... deja que Spock y yo nos quedemos. - Le pidió Jim.

   - Está bien, pero... - Se volvió para echar un vistazo a su paciente. - ¡Nada de emociones fuertes! - Aunque sabía que con semejante combinación aquello sería imposible.

 

         La puerta del dormitorio se cerró detrás del médico. El embajador Spock les miró a los ojos. Si había llegado el momento de abandonar la vida, hacerlo en presencia de sus alter egos era lo más adecuado.

   - Jim... Ven, acércate muchacho. - Le llamó el almirante a su lado.

   El capitán le cogió la mano y se echó a llorar. En el Enterprise se había propuesto no hacerlo, pero el calor de su contacto le desgarró el alma por entero. Lo más parecido a un padre, lo más cercano a su propia esencia, el almirante Kirk... e iba a perderle para siempre.

   - Sé que somos diferentes... tú y yo. - Murmuró débilmente tratando de consolar a su versión más joven. - Pero dime que apruebas esa relación de la niña con Khan, dímelo y moriré tranquilo.

   - La apruebo. Nuestro Khan no es cruel, en absoluto. Intenté ayudarle a recuperar a su tripulación, pero no lo conseguimos. Todos han muerto. Él es el único que queda y la Flota nos ha obligado a congelarle otra vez. - Los nervios, el miedo a perder a aquel hombre, hacían que su verborrea hiciese acto de presencia. - Pavel y él solamente han estado juntos tres días, apenas cuatro... pero ha sido tiempo suficiente para que se enamoraran. Amy lleva algo de la sangre de Khan en sus venas, a través de mí... Khan la llama “mi criatura imposible”... Los tres comparten el tel, están destinados a estar juntos. Un día le descongelarán y vivirán su amor para siempre... o eso espero, la verdad, no sé si conseguirá sobrevivir. En San Francisco pretenden estudiarle y... - El almirante le miraba levantando las cejas y sonriendo. Reconocía el ritmo en las palabras, sabía lo que el joven estaba sintiendo.

   - Jim, respira... - Le interrumpió Spock apoyando la mano sobre el hombro de su sa-telsu.

   - Voy a decirles a los demás que bajen, quieren despedirse de ti. - Jim buscó en el bolsillo trasero de su pantalón el intercomunicador.

   - De nosotros... - Le corrigió el embajador.

   - Spock ha decidido acompañarme en la muerte, muchacho. - Los ojos del almirante se llenaron de lágrimas al decir aquellas palabras.

   - ¿Puede hacer eso? - La pregunta iba dirigida a su esposo, pero Jim la pronunció en voz alta sin darse cuenta.

   - Yo haría lo mismo en su lugar, embajador. - Confesó su marido.

   - ¡No! ¡No lo harás! ¿Dejarías a Amy? ¡Júrame ahora mismo que no harás tal cosa... jamás! - Esta vez solamente pensó, sin pronunciar palabra.

   - Llama a Scott, Jim. Ya hablaremos de eso más adelante. - Respondió Spock evitando el delicado asunto.

 

 

                                                  En el salón Pavel veía subir y bajar las escaleras a sus compañeros, para decir adiós, uno a uno, al almirante y al embajador. Se había tumbado en un cómodo sofá chester que Kirk se había hecho traer expresamente de la Tierra. Aún estaba cansado por todo el estrés de los días anteriores... Recordaba a Khan a cada segundo, sin lograr sentir ni siquiera su lejana presencia. Eso hacía que le doliese el cuerpo y el alma.

         Sulu descendía ahora. Le miró a los ojos y le tendió la mano con un gesto de invitación. Su amigo se acercó como un obediente zombi y Pavel lo agarró y tiró de él hasta tenerle tumbado a su lado, abrazando su cuerpo con fuerza.

   - El embajador va a dejarse morir... ¿lo sabías? - Le susurró el piloto.

   - Sarek me lo ha explicado. Es algo normal en las parejas vulcanas... - Pavel se apretó contra su espalda. Miró a la niña que no había dejado de hablar con su abuelo ni un momento. - Espero que Spock no dessida quedarse a vivir aquí... No me gusta este lugar.

   - No creo que haga tal cosa. Volveremos a San Francisco cuando todo esto haya terminado. - Sulu se revolvió incómodo, Sarek empezaba a mirarle preguntándose qué estaban haciendo allí.

   - Estate quieto, Sulu. - Le ordenó Pavel pasando su pierna izquierda por encima de las de él. Y su amigo obedeció.

 

 

                                           El embajador Spock permanecía tumbado junto a su esposo, unidos por la ozh'esta, el beso vulcano.

   - Chicos... - musitó el almirante mirando a los pies de su cama, - ...tened sueños, perseguidlos, incluso cumplidlos... y una vez cumplidos, tened otros sueños... o repetid los mismos.

   - Rom-halan, t'hylara... *(Adiós, amigos...) - Se despidió el embajador Spock en su lengua.

   - ¡Almirante...! - Exclamó Jim acercándose al lecho.

   Su marido le detuvo, no debían tocarles. De lo contrario corrían el riesgo de interferir en aquella última fusión de sus mentes. Sabía perfectamente lo que el embajador Spock estaba haciendo.

   Ambos mantenían la mirada fija uno en el otro. Los ojos negros clavados en los ojos avellana. El vulcano sintiendo el pulso en los dedos del almirante, cada vez más débil. Se comunicaron mentalmente.

   - Jim... mi t'hy'la...

   - Spock... amor mío...

   - He sido... y siempre seré... tuyo...

 

         Jim notó que los cuerpos ya no se movían, no respiraban. Se volvió hacia la ventana y en el cielo del atardecer observó algo que le llamó la atención. Una nube, extrañamente oscura, flotaba cerca de la casa. Era muy raro, el resto del firmamento de Nuevo Vulcano estaba totalmente despejado.

   - ¡Spock! ¿Qué es eso? - Le dijo señalando en la distancia.

   Su esposo se acercó y juntos vieron unas luces brillar, volando entrelazadas hacia aquella oscura nube que pareció atraparlas en su negrura para luego desaparecer elevándose a toda velocidad.

   - ¿La nave oscura? - Susurró Spock con un escalofrío recorriéndole la espalda.

   - ¿Crees que ellos...? - Preguntó Jim.

   Spock asintió. Su corazón se alegró al pensar que las almas de aquellos dos hombres se habían unido para siempre. No esperaba mejor destino para sí mismo y su sa-telsu.

 

Notas finales:

Hay pañuelos en el cajón de la mesita de noche.

Gracias por leer. Espero que os guste. Gracias por comentar.


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