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T'HY'LA por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Pavel había ido demasiado lejos. ¿Qué haría ahora? Esta vez el daño provocado era irreversible.

 


Un golpe terrible


 


 “Aquel que desea pero no actúa, engendra peste.


Proverbios del Infierno - William Blake – 1792.


 


 


                                                                        Abrió los ojos ante la claridad del día. El sol entraba por la ventana iluminando la habitación, brillando sobre los cuerpos desnudos y sudorosos. Todos dormían. Pavel apartó un brazo, un par de piernas y trató de incorporarse. La cabeza le daba vueltas. ¿Quién era aquella gente? ¿Dónde estaba? Y lo más importante... ¿qué hora era... de qué día?


      Se vistió como pudo, no tenía fuerzas en las manos ni para abrocharse la camisa, se sentía como adormecido. Tenía la boca pastosa, tragó saliva y el sabor a semen le provocó la arcada. Vomitó en un rincón del cuarto. Uno de los tipos sobre la cama alzó la cabeza al oírle.


   - ¡Eh, chico ruso! - Martin tampoco tenía buen aspecto. - ¿Volverás el sábado?


  Negó con la cabeza. Sólo quería irse a casa.


 


         Se fue derecho a la ducha nada más entrar a su apartamento. Luego, mientras se secaba el cuerpo con una enorme toalla blanca, comprobó en su comunicador personal la fecha y la hora... Martes, doce y media de la mañana... y todas las llamadas perdidas y mensajes de texto sin contestar.


   - Yebát! *(joder), tendría que estar en el trabajo... Jim me va a matar, es la cuarta vess este mes que no me presento. - Se dijo viéndose en el espejo las marcas de mordiscos por toda la espalda. - Pavel Andreievich Chekov... ¡esto no está bien!


 


                              Había pasado un año desde que Spock le vetó su casa y le prohibió acercarse a Amy. Tampoco le había vuelto a ver a él. Cuando Jim le ofreció el puesto de inspector, lo aceptó por inercia, tenía que pagar el alquiler.


      Volvió a rondar a Martin y a su círculo de jóvenes amigos, consumiendo toda clase de drogas y cantidades escandalosas de alcohol. El tiempo tenía que transcurrir, día tras día, sin que pudiese pararse a sentir su tormento. Pavel se ocupó de no notar su paso anestesiándose el cerebro con substancias legales e ilegales.


   Stanford había dimitido y desapareció de su vida. No aguantó la vergüenza de que el vulcano le hubiese visto en aquella escandalosa situación.


      A Pavel le dio lo mismo. McCoy tenía ahora acceso a Khan y de vez en cuando le permitía verle en su presencia. Había presentado un proyecto de estudio sobre el suero que utilizó para revivir a Jim y trabajaba concienzudamente en las posibles curas a enfermedades degenerativas con la sangre del sobrehumano.


 


                  El doctor regresaba al hospital en su coche cuando recibió una llamada de su amigo Jim. Estaba preocupado por Pavel, seguía sin noticias suyas.


   - No le he visto. He estado en el laboratorio con Khan toda la mañana, voy a recoger a Chris y salimos para allá. Tendrás tiempo de almorzar con tus viejos amigos, ¿no almirante?


   - Sí... claro... - Su voz sonaba distraída, tenía la cabeza en otra parte. - Ya van cuatro veces este mes, Bones. De seguir así voy a tener que despedirle.


   - Ya aparecerá... no te hagas mala sangre, sabes cómo es. Te dejo, mi chica me hace señas en el aparcamiento... ¡Por Dios, qué preciosa está!


   McCoy salió de su vehículo para abrazar a una sonriente Christine. La besó en los labios con pasión de enamorado, igual que la primera vez bajo las lunas de Nuevo Vulcano.


   - ¡Leonard, cualquiera diría que no me ves hace una semana! - Exclamó ella divertida.


   - Te quiero, mi vida... - Bones volvió a besarla. Cada vez que veía a Khan dentro de aquella cápsula se compadecía de Pavel, de lo que debía sufrir por su ausencia. Algo que le hacía sentirse afortunado por tener a su mujer a su lado.


   - ¿Dónde almorzamos? - Le preguntó ella apartando los brazos de pulpo de su pareja.


   - En el Cuartel General de la Flota, Jim nos está esperando. - McCoy le abrió galante la puerta del coche y esperó a que ella se acomodase. - Pavel ha vuelto a desaparecer.


 


            Más tarde, en una sala privada del comedor del Cuartel General, Jim, Bones y Christine degustaban un delicioso postre cuando Pavel irrumpió sin llamar.


   - ¡Jim, lo siento... se me fue la cabessa este fin de semana! - Se disculpó torpemente con su jefe.


   Al ver la bandeja con el asado a medio terminar sobre la mesa se le fueron los ojos y su estómago gruñó. No recordaba la última vez que había comido. Chris se dio cuenta y sonriendo le sirvió un pedazo en un plato limpio.


   - Siéntate, sí... y come algo. ¡Por Dios, Pavel! ¿Cuánto pesas? ¿Cincuenta kilos...? Estás en los malditos huesos, chico.


   McCoy tenía razón, para su metro setenta y cinco de estatura Chekov se había quedado demasiado delgado últimamente.


   - Grassias, Christine. - Dijo tomando el plato que le ofrecía y dejándose caer sobre una silla junto a su jefe.


   - Que sea la última vez, Pavel. No puedo seguir excusándote, yo también tengo mis superiores ¿entiendes? - Jim le regañó molesto, aunque se le pasó el enfado viéndole devorar la carne con tanta ansia.


   - Como un perro abandonado... - Murmuró McCoy observándole. - Entre esos pelos largos, las ojeras, la palidez y lo flaco que estás... ¿Voy a tener que hacerte un análisis, Pavel? ¿Qué porquerías encontraría en tu sangre?


   - Déjale, Bones... - Su novia le acarició la mano haciendo que se relajase y abandonase la postura de puño cerrado.


   Pavel comió sin levantar la vista del plato. Sentía la mirada de Jim fija en su cuello. Recordó las marcas de su espalda y se lo tapó con su melena.


   - Ni te molestes... - Jim ya había visto bastante.


   El almirante levantó el brazo para ir a acariciarle y Pavel le esquivó cerrando los ojos y estremeciéndose, como si temiera ser golpeado. Jim se sorprendió por tal reacción.


   - ¿Crees que iba a pegarte? - Acercó su silla a la de Chekov y le abrazó con ternura. - ¡Pero qué coño te pasa...! Sabes lo mucho que te quiero, mi niño ruso... mi pequeño genio... - Murmuró cubriéndole de besos.


   - ¡Ya no es ningún niño, Jim! - McCoy levantó la voz poniéndose en pie. - Tiene veintisiete y se comporta como un descerebrado. Hace diez años, cuando te conocí en el Enterprise, eras mucho más maduro que ahora. ¡Vámonos, Christine! No quiero ver cómo Jim le malcría y tolera esa conducta atroz.


   La rubia le siguió lanzando una mirada de reproche a sus dos amigos.


   - Leonard tiene razón, Jim. Esto no le hace ningún bien a Pavel.


   Siguió comiendo en silencio, los dedos de Jim acariciaban su espalda, jugueteando con los rizos que le caían desordenados desde la nuca.


   - Deja de portarte así, Pavel. - Le dijo con ternura. - Sé que te drogas y bebes como un cosaco para olvidar que estás solo. Debe ser una tortura, lo comprendo. Pero tienes que abandonar ese camino, no te llevará a ninguna parte. - Jim le hablaba calmadamente, con la sabiduría que concede la experiencia. Él había intentado también ahogar su rabia y su dolor en alcohol cuando era un muchacho, antes de que Pike le convenciera para reclutarse en la Flota. - ¿Quieres que te envíe fuera una temporada? Puedo conseguirte un puesto en cualquiera de las naves de la Federación.


   Pavel dejó de masticar un momento. ¿Marcharse? ¿Regresar al espacio? Era una posibilidad que no había contemplado hasta el momento y no le hizo ninguna gracia. No podía estar con Amy y Khan seguía congelado, pero al menos estaban en el mismo planeta los tres. A veces seguía a Spock cuando dejaba a la niña en el colegio, la miraba desde la distancia, cerrando su mente para que no advirtiese su presencia. Y cuando McCoy le dejaba ver el criotubo se sentía mejor contemplando la placidez en el rostro de su amante dormido.


   - No. - Fue todo lo que dijo. Dejó los cubiertos sobre el plato, se levantó y se dirigió a la puerta.


   - Como quieras, cielo. Pero te lo advierto, una falta más sin justificación y tendré que echarte. - Jim se acercó a él y le besó en la mejilla, Pavel ofreció algo de resistencia. - La próxima vez que tengas ganas de meterte algo o de emborracharte, llámame. Estoy aquí para ti, Pavel. Déjame ayudarte...


   El chico asintió con desgana y salió de la sala. Una lágrima se deslizaba por su cara. La secó y caminó a grandes zancadas hasta su aeromoto. Ya había perdido medio día de trabajo, no importaba si desaparecía el otro medio.


 


                           Perdió la cuenta de los días que habían pasado. Supuso que Jim ya le habría despedido, no le había vuelto a ver desde aquel almuerzo. Conducía a toda velocidad hacia su apartamento, drogado hasta las cejas y medio borracho. No le importaban los controles de tráfico. Al girar en aquella curva sintió que algo golpeaba su chasis trasero y se desestabilizó. Se escuchó un golpe seco, alguien se le había cruzado en el camino. Le costó mucho recuperar el control de su máquina, ya estaba lejos de donde había sucedido. No se detuvo, no se volvió a mirar qué había pasado. Siguió hasta su casa y no paró hasta tumbarse en la cama y dormir... algo que no había hecho últimamente, estaba agotado. Se pasó durmiendo casi cuarenta horas seguidas.


      Cuando despertó por fin no podía creerlo. ¿Sulu? ¿Qué hacía en su apartamento? Sentado al borde de su cama le miraba con los ojos enrojecidos por un llanto que debía haber durado horas.


   - ¿Qué hasses...? - Tragó saliva, o lo intentó, tenía la boca seca y pastosa. - ¿Qué estás hassiendo tú aquí?


   - Te hemos estado llamando, Pavel.


   - Lo sé... lo imagino... - Se incorporó apoyado contra la pared del cabecero, con la sensación de llevar una pesada losa sobre la cabeza. - Dile a Jim que lo entiendo, supongo que me habrá despedido, ¿no?


   - Christine ha muerto. - Sulu lo dijo tal cual, con sequedad. Como si escupir la frase de una vez fuese más sencillo que darle vueltas a un hecho irreversible.


   - ¿Qué? - Pavel le miró con la boca abierta, los ojos desencajados. - ¡No puede ser! ¡No es sierto!


   - Chocó con alguien que se dio a la fuga. El golpe hizo que se saliese de la vía y un transporte de mercancías la arroyó. No se pudo hacer nada...


   - ¿Cuándo ha...? - Preguntó temblando.


  - Volvía del hospital, antes de ayer por la tarde. Nos enteramos esa misma noche. McCoy está destrozado... - Sulu se echó a llorar sobre su amigo, buscando un abrazo que no encontró.


   - ¡No! ¡No puede ser! ¡Ella no...! - Pavel se levantó y se encerró en el cuarto de baño.


   No podía dejar de pensar en el golpe a su aeromoto... ¿Y si había sido el coche de Chris el que chocó con él la otra tarde? De ser así más le valdría estar muerto...


   - ¡Pavel! ¡Arréglate... nos esperan para el funeral! - Le gritó Sulu desde el otro lado de la puerta.


   Chekov se dio una ducha, se puso su mejor traje negro y acompañó a Sulu en silencio hasta el garaje.


   - Te he dejado las llaves en la barra de la cocina. No sé por qué seguía conservando un juego. - Le comentó Sulu bajando en el ascensor.


   Pavel asintió. Lo que menos le preocupaba ahora era quien tenía las llaves de su apartamento.


   Al subir al coche de su amigo, donde Selene le saludó con una sonrisa desde el asiento del copiloto, miró por el cristal de la ventanilla su moto allí aparcada. Tenía un buen arañazo en la parte de atrás, un rastro de pintura azul cobalto sobre la chapa negra metalizada. El coche de Chris era de ese color. Se puso pálido y se dejó caer sobre el respaldo del asiento.


   - Ponte el cinturón, Pavel. - Le recomendó Sulu.


   Obedeció como un autómata. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo podría mirar a la cara a McCoy y darle el pésame por la muerte de Christine? Pensó en Jim, en Amy, Uhura, Scott, Spock... incluso Sarek estaría allí... ¿Cómo iba él a presentarse como si tal cosa? Dudó por un segundo en abrir la puerta y saltar del coche en marcha. Descubrió a Selene mirándole por el retrovisor.


   - Ha sido un golpe tegrible, Pavel. - Le dijo con una dulce mirada y su encantador acento francés.


   La chica solamente trataba de ser amable. Llevaba casi dos años viviendo con Sulu y aunque a él no le gustara era ya parte del grupo, de la familia que acababa de destrozar con su imprudencia, su locura, su maldita temeridad...


   - Sí... un golpe terrible. - Repitió como un robot vacío de vida y de sentimientos.


 

Notas finales:

Gracias por leer, espero comentarios...

Lo siento por los fans de Christine Chapel, os doy mi más sincero pésame. Echaremos de menos su risa, sus preciosos ojos azules, su forma de caminar balanceando las caderas, su intuitiva inteligencia y su capacidad de empatía.


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