Notas de la autora original:
¡Hola a todos! ¡Yusahana6323 está de vuelta en el ruedo! XD
He estado oyendo ruegos para una secuela de “Never Mine”, y lo estoy considerando, pero es en esto en lo que estoy trabajando ahora. ¡Disfrútenlo, por favor! :)
Prólogo.
La oscuridad se acercaba… ya estaba allí. Las velas en el altar titilaron súbitamente, como golpeadas por un viento invisible. Pero los oscuros ojos grises que permanecían cerrados en oración no se abrieron cuando oyeron el suave sonido de las llamas luchando. El joven, de sólo diecisiete años, no se movió de su tediosa posición.
Se oyeron pasos en la puerta, y el chico sintió a alguien bloqueando la salida de la capilla. Una voz familiar dijo, “Akira, está oscureciendo. Ya sabes que necesitas tener cuidado.”
“Estoy bien.” Aquellos ojos se abrieron lentamente, como si observaran las pequeñas llamas alineadas en hilera en el altar. “No va a sucederme nada.”
Hubo una pausa vacilante, pero el otro joven sacerdote pareció pensarlo mejor antes que argumentar, porque su presencia se desvaneció, dejando solo a Akira en el altar otra vez. El chico levantó los ojos hacia el elevado vitral sobre su cabeza. Sus ojos estaban abstraídos… observaban un punto más allá de las paredes de piedra decoradas con tallados.
“¿No dejarás que nada me suceda, verdad?.”
No hubo respuesta para su silenciosa pregunta, pero Akira no estaba sorprendido. Difícilmente obtenía alguna. Sólo dejó que aquellos fríos, penetrantes ojos azules se clavaran detrás de su cuello mientras inclinaba su cabeza y cerraba sus ojos grises.
Había sido puesto bajo el cuidado de la iglesia cuando era muy joven. Sus padres habían sido asesinados, así como casi todos los demás en su pueblo natal. Y fue gracias a alguien más que conocía que fue dejado en ese suelo sagrado. No podía recordar mucho… sólo el llanto y el intentar conseguir que sus padres despertaran. Nunca lo hicieron, y la siguiente cosa que podía recordar era ser abrazado y consolado por el sacerdote de allí.
Oía a menudo que parecía distante de aquellos con quienes compartía su vida allí. Y no era que Akira objetara toda esa santidad y religión. Tenía el sumo respeto por ello, aunque no le agradaba poner esa expresión la mayoría del tiempo. Era el hecho de que nunca podría irse… el hecho de que simplemente caminar desde la catedral central hasta donde se encontraban sus aposentos era de un altísimo riesgo para él. Sentía que no podía estar cerca de nadie, aún cuando todos estaban tan cerca.
Y si no fuera por el vampiro, sentado por sobre él en las alturas del contrafuerte, entonces seguramente habría muerto casi tan pronto como hubiera sido expuesto.
No estaba completamente seguro de por qué éste vampiro era tan insistente con el hecho de protegerlo. Era consciente que existía alguna clase de guerra entre la iglesia y los vampiros, como muchas veces antes. Pero el hecho de que había alguien del lado opuesto tan dispuesto a mantenerlo a salvo era un poco perturbador. El actual obispo, aquel sacerdote que lo había consolado hacía tanto tiempo atrás conocía la razón, y por lo que comprendía, tanto el obispo como el vampiro habían llegado a alguna clase de acuerdo concerniente a él.
El vampiro no lo lastimaría. Entendía eso. En tanto aquel ser no lo lastimara a él o a alguien más en la iglesia, se le permitía permanecer dentro, cerca de Akira, cerca de todos. En tanto se mantuviera fuera de la vista, no sería ejecutado.
Akira había conocido a su extraño guardián cuando tenía cerca de catorce años. Se estaba dirigiendo de regreso a sus aposentos particularmente tarde esa noche. Había pasado un largo tiempo desde que algo lo atacara en la oscuridad. Había olvidado lo que era estar asustado. Podría haber sido asesinado fácilmente, pero un hermoso hombre salió de la nada y mató al vampiro. Akira podría haber creído que era algún otro sacerdote si no hubiera visto la piel de alabastro, los fríos ojos, y los largos colmillos.
Aquel ser había desaparecido sin explicación alguna, así que Akira fue donde el obispo y lo interrogó hasta que obtuvo algunas respuestas. El vampiro se había jurado a sí mismo proteger la vida de Akira, supo. Tenía una razón, pero el obispo se negó a decírsela, contestándole con una sonrisa de disculpa que el guardián, Shirogane, le diría los motivos a su debido tiempo.
No era a menudo que Akira veía a Shirogane cara a cara. Pero desde ese día, había estado permanentemente consciente de todo lo que el vampiro realizaba en orden de mantenerlo seguro. Siempre estaba en las cercanías, siempre observándolo… constante y silencioso como una sombra.
Hubo un suave crujido, y un ligerísimo golpe contra el suelo de piedra hizo eco mansamente en el pequeño lugar. Lentamente, Akira abrió sus ojos y levantó el rostro para mirar. La expresión era rígida y sin emoción, aunque algo titilaba en esos ojos azules como el hielo. Unos largos minutos pasaron antes de que Akira se pusiera en pie y echara la capucha de su capa sobre su cabeza.
“Voy a volver para la cena.”
Se fue, sabiendo que Shirogane estaría siguiéndolo de cerca. El vampiro se detuvo, sus ojos trazando el camino desde el altar hasta la parte superior del vitral. Los helados zafiros exploraron por sólo unos segundos antes de que se cerraran e inclinara su cabeza antes de precipitarse tras Akira. Su largo y plateado cabello cortaba el aire mientras se escabullía fuera de la catedral hacia la noche.