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Cobardía por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Este fanfic es público. Queda prohibido su uso para fines distintos a los establecidos por Amor-Yaoi. Los personajes son de Kishimoto. La frase de Silvio. Las palabras, de esta escritora que se rehusa un poquito a la extinción.

Notas del capitulo:

Hola, 

Procuraré no extenderme demasiado en esta nota. Gracias por haber entrado a leer este fic, que es sobre una pareja discretamente más Crack que el SasuGaa. Y gracias por no haberse olvidado de mí, pese a mi prolongada ausencia (en especial me refiero a Mitzuki Yumiko, quien me hizo saber que pese al tiempo, hay gente que lee mis historias). 

Espero que les guste el ShikaGaa. Es amor. Y, en fin... Disfruten. 

Su autocontrol se fue al carajo, de la misma forma que se había ido al carajo diez mil veces en los últimos cincuenta minutos. Y regresó de súbito, de la misma forma que había regresado diez mil un veces en los últimos cincuenta minutos.  No era exageración. Cada segundo que compartía con el hermano de su mejor amiga le generaba una diatriba a nivel celular, que lo atraía y rechazaba por igual, como si todas las fibras de su cuerpo estuvieran a punto de explotar. ¡Estúpido Gaara! Todo era su culpa. O de su hermana, quien había insistido para que el pelirrojo conociera a sus nuevos amigos, autoproclamados artistas emergentes.

La verdad, él ni siquiera había planeado ir al “interesantísimo” encuentro donde, una vez más, como si fuera disco rayado, se hablaría de la trágica vida de los artistas, su falta de oportunidades en el mercado y el deprimente índice de lectura de los adolescentes en Japón porque ya nadie se interesa por la poética de Edo, sólo por los videojuegos y por los mangas. En fin, charlas insufribles que no le aportaban nada más que un fastidio sin parangón y ganas de lanzarse al Tren Bala a la brevedad. Pero, al final, Temari lo convenció con la inmisericorde frase:

—Eres la única persona a la que mi hermano le dirigiría la palabra sin intención de insultar. Vamos, Kankuro y yo te estaríamos en deuda por lo que nos queda de vida. Y te prepararé un sándwich con mortadela y mostaza.

Accedió por el sándwich; las deudas vitalicias nunca habían sido lo suyo. Y porque, en un arrebato de compasión, decidió que ni siquiera a su peor enemigo le desearía pasar la tarde con los emisarios de la posmodernidad conceptualoide experimental (o como quiera que esa gente insoportable se hiciera llamar). Y que, si Gaara les echaba en cara lo malas que eran sus piezas o lo vacío de sus razonamientos, quería estar ahí.

Lo malo era que ahora mismo ya no quería continuar en ese sitio. Se sentía demasiado estresado y lo desgastaba la pérdida y recuperación sistemática de sus estribos. El estómago le palpitaba y el corazón le producía jugos gástricos. Nada más fastidioso…

El muchachito frente a él recién había regresado de Inglaterra tras un intercambio para mejorar el idioma y, al parecer la comida europea le había caído bien. No sólo había ganado un poco de peso, con lo que su expresión enfermiza y enclenque menguó un poco, sino que adoptó una forma de pensar mucho más madura y menos rebelde que la que había tenido en su pubertad. O, siendo más preciso, su rebeldía había adquirido un cariz crítico y propositivo que lo separaba de los otros muchachos de dieciséis años que defendían posturas imposibles con férrea convicción.

—Shikamaru—, habló lentamente Gaara, como paladeando cada una de las sílabas antes de emitirla. Pero no dijo nada más. En cambio, permaneció con la mirada fija en las personas que se movían, entre lentes de pasta gruesa y bufandas absurdas, por la parte principal del estudio. Gracias al cielo, sin prestar atención a la esquina donde ellos sostenían sus bebidas.

El aludido sólo levantó la cabeza, extrañado de que el pelirrojo buscara una oportunidad para entablar diálogo. Y al mismo tiempo, sintió cómo se le encogía el estómago. Tuvo el deseo ambivalente de que Temari se percatara de su existencia, pero al mismo tiempo quería que no lo hiciera. Y se odió infinitamente por esa ansiedad que le provocaba un chiquillo a quien conocía desde el primer año de colegio.

—¿Alguna vez dudaste sobre qué te gustaría estudiar?

—No, nunca. La fotografía siempre fue lo mío, me gusta contemplar las cosas y mostrarlas tal cual son— Meditó un segundo su respuesta en busca de algo más qué decir. Tenía la extraña urgencia de prolongar la conversación, como si de ello dependiera el paso del tiempo—. Aunque de pequeño quería ser piloto aviador. ¿Puedo preguntar por qué o prefieres que no lo haga?

Sabía que con Gaara siempre tenía que ser muy cuidadoso con la selección de palabras. En los casi nueve años que tenía de conocer a Temari, se había formado una idea bastante clara de cómo era el menor de sus hermanos. El pelirrojo, incluso de pequeño, odiaba ser puesto en duda o tenerse por interrogado, entre muchas otras cosas, que incluía la violación a su (casi hermética) privacidad.

—Míralos—Señaló con analítica destreza a un par de jóvenes— . Me da terror equivocarme en una decisión tan fundamental como qué estudiar.  No soportaría encontrarme diez años después en un  cubículo de dos por dos, junto con otras quinientas personas que sólo desean que llegue el día de cobro. Supongo que eso les pasa también, no quieren ser como los demás y pretenden ser “propositivos” en el arte, cuando sólo tienen miedo de no ser diferentes al resto. Los mueve la cobardía, no el amor.

Shikamaru procuró concentrarse para dar una respuesta sensata, por mucho que en sus turbulentas cavilaciones deseara besarlo hasta dejarlo sin labios por la observación que había hecho. Unas molestas mariposas comenzaban a carcomerle el estómago y las ansias le hacían un nudo en la garganta. No podía hacer nada más que intentar controlar el sudor de sus manos y su frecuencia cardiaca. Pensó en nubes. Muchas nubes. Todo el cielo azul con borregos blancos. Las necesarias para devolverle un poco de paz.

—Supongo que tienes razón, pero no te preocupes tanto por eso, es un fastidio— Comenzó a golpetear el suelo con el pie. Punta, talón, punta, talón, talón, punta, punta, punta.

Punta, punta, talón, talón. Punta, talón, punta.

—Es que es inquietante. — Gaara dio un sorbo a su café.

Estaba de acuerdo en que había algo inquietante en la situación. Por desgracia, para él era más cercano al hecho de que le atraía un adolescente casi ocho años menor que él. Y la sensación era como un tifón en cualquier costa paradisiaca, como el último terremoto de Tokio y como una sinfonía de Mozart al mismo tiempo.

—“La cobardía es asunto de los hombres” —, comentó, a modo de broche de oro para la conversación. Su interlocutor levantó la ceja, cuestionándolo en silencio. Punta, talón, punta.

—¿Crees que sea una condición natural? Hacer las cosas por miedo, como instinto de supervivencia…

Shikamaru sacó una cajetilla con cigarrillos del pantalón y le ofreció uno al pelirrojo, que lo tomó. Prendieron ambos. La ceniza comenzó a caer en el piso antes de que el castaño contestara, con toda la calma que podía, tomando en consideración que acababa de entender algo horrible sobre sí mismo.

—Algo así. Creo que la cobardía, cuando es atinada, se vuelve prudencia. Y que el miedo nos ha hecho más inteligentes que otras especies, porque fue la única arma con la que nos podíamos defender—Gaara lo vio, meditabundo— Pero eso que dije es una frase que me enseñó mi padre. La escuchó en una canción hace años, cuando visitó Miami.

—Eso no suena a algo que diría un estadounidense.

—Tienes razón, lo dijo un cubano. Mi padre lo escuchó en Miami de unos inmigrantes de La Habana. Y creo que es una gran frase…

—Lo es, engloba siglos de humanidad—, convino el más joven.

Shikamaru suspiró. Más que siglos de humanidad, englobaba las veinte mil veces que su autocontrol se había ido al carajo y  las veinte mil un veces  que había regresado en los últimos cincuenta y cinco minutos.   Porque completa, la frase que había aprendido su padre de los cubanos en Florida, decía: “La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes; los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí”.

Y él era un hombre. Con las ansias anudando su garganta, con jugos gástricos que le perforaban el corazón y con un estómago que palpitaba por un adolescente ocho años menor que él. Y era demasiado cobarde para decir algo, demasiado cobarde para aceptarlo. Era un hombre con un amor que no llegaría a ser amor, ni historia. Era sólo un sentimiento de manos sudorosas y taquicardia que se quedaría ahí.

Punta, talón, punta, talón, talón, punta. 

Notas finales:

Espero que les haya gustado y que sean tan amables de dejar un comentario. 

 

Para quienes se preguntaron por mí o quienes me dieron por muerta: Aquí ando, sólo que de vez en cuando y a ratitos porque mi vida laboral es muy demandante y me apasiona demasiado como para dejarla de lado. No sé qué tanto pueda escribir fanfics ahora, pero si quieren seguirme la pista pueden meterse a esta revista, que edito y donde hago tantito periodismo. 

Besitos. 


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