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El príncipe lobo por Bastetmeaw

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Notas del fanfic:

Es un una historia que anteriormente ya había publicado en este sitio pero por falta de tiempo y otras circunstancias tuve que dejarlo aunque me dio mucha pena dejarlo inconcluso, ya que realmente era una historia que me hacía ilusión escribir. Ahora la he modificado un poco y ya llevo más capítulos escritos de lo que anteriormente publiqué para que no pase lo de antes y tenga más tiempo de actualizar. Pues nada, sin rollo, espero que les guste! Es una historia de amor y fantasía ^^! 

Notas del capitulo:

Primer capítulo de esta historia linda y llena de magia ^^! A leer, ojalá les guste! 

Capítulo 1

El lobezno bajo el arbusto.

Después de un largo viaje en carretera, Adrien estaba ya muy aburrido de ver sólo árboles y más árboles. Durante todo el trayecto se mantuvo silencioso y observador, como era su costumbre, y sus pequeños ojos esmeraldas analizaban el camino con curiosidad, curiosidad que murió después de dos horas de contemplar el mismo paisaje.

Cuando llegaron con sus abuelos, Adrien estaba fastidiado de que el viaje que prometía muchas aventuras sólo le había dado muchos árboles y uno que otro mosquito estrellado en la ventana del coche. Después de estacionarse, sus padres bajaron del auto y saludaron a los ancianos.  Adrien a diferencia de sus padres pasó de ellos con esa indiferencia infantil con la que los adultos se sienten divertidos y entró a la bella casa de madera. Era una casa enorme y hermosa, todo lo que adentro había, tenía ese olor característico a húmeda frescura y eso hizo que Adrien olvidara su enojo para concentrarse en todas las extrañas cosas que adornaban cada pasillo y estancia de la casa.

Después de una larga y tediosa cena llena de abrazos de la abuela, Adrien subió a su nueva recámara. Se puso el pijama de nubes y ositos que tanto le gustaba y bien abrigado salió un momento al balcón de su habitación. Miró por unos instantes el movimiento en las copas de los árboles, y como restos de nieve caían al suelo para luego desvanecerse. Él era un niño muy perspicaz  e inteligente, y como para cualquier niño de su edad, los adultos eran aburridos, lo eran aún más cuando no existía algún amigo cerca con el cual jugar o hacer travesuras.

Sus cabellos ondulados y oscuros enmarcaban sus ojos esmeralda, esos ojos que brillaban intensamente cuando el pequeño analizaba su entorno. Había en ellos aquella fuerza innata que acompaña a la mirada infantil mientras dura la inocencia. Tenía las manitas metidas dentro del abrigo mientras se quejaba en voz alta de lo aburrido que estaba cuando algo sucedió de repente. Vio, o creyó ver, que algo se movía detrás de un arbusto cerca de los densos árboles bajos. Alcanzó a ver una sombra que huía y después todo era silencio de nuevo, sólo la brisa y su respiración acelerada se escuchaba en el aire. Pronto se encontraba en su cama debatiéndose internamente entre el ir o no ir, pero su mente se apagó lentamente y sin darse cuenta, cayó dormido hasta que los primero rayos del sol se asomaban por su ventana e iluminaban su rostro apacible. Cuando abrió los ojos estaba confundido, no sabía exactamente dónde estaba, hasta que todos los recuerdos llegaron poco a poco, esa casa, su abuela dándole muchos besos, el horrible  viaje y ¡claro! aquél ruido misterioso que prometía una aventura matutina.

Se vistió rápidamente, con el abrigo, bufanda, guantes listos y se dispuso a salir sigilosamente de la casa para averiguar qué había pasado la noche anterior. Su respiración era agitada y trató de contenerla con temor a ser escuchado, pero los escalones de madera son ruidosos, así que se quitó los zapatos y bajó lo más rápido que pudo. Ya en la puerta y con los zapatos de vuelta, salió de inmediato al origen del misterio pero se detuvo en seco al escuchar movimiento tras los arbustos así como algunos gemidos extraños. Aquellos ruidos le recordaron a los que hacia Akira, su perro, cuando éste era aún un cachorro. Sin más demora se acercó y cuidadosamente removió cada rama, sin embargo, el no divisó nada, hasta que ese sonido parecido al de un chillido volvió a escucharse y fue cuando le vio.

Sobre la nieve se encontraba envuelto en finas cobijas, un cachorro de lobo, o “lobezno”  como recordó había leído en un libro sobre animales. Era pequeño, pero tal vez tendría unos 2 o 3 meses de nacido. Era intensamente blanco, con el pelaje tan suave como el de un oso de felpa y aunque continuamente cerraba sus ojitos, podían divisarse unos profundos y bellos ojos ambarinos. El pequeño bebé se encontraba aturdido y chillaba de hambre y de frío y aunque Adrien quedó estupefacto por un momento, enseguida se repuso para después levantarlo con sus pequeños bracitos. Dio varias vueltas antes de resolver qué hacer con él. Rápidamente recogió todas las cobijas con las que venía el lobezno y corrió hacia la cocina a saquear el refrigerador.

Cuando los abuelos y sus padres bajaron a desayunar, Adrien ya había casi destruido la cocina, pero en realidad, lo primero que notaron sus padres no fue el desorden, sino al pequeño lobezno que aún chillaba de frío. Adrien se había echado la leche encima y tenía la cara llena de vergüenza mientras abrazaba protectoramente al cachorro.

Durante horas todos estuvieron discutiendo sobre el futuro del pequeño lobezno mientras Adrien observaba y escuchaba todo desde el barandal de las escaleras y abrazaba fuertemente al pequeño Kiba, sí, así le había puesto de nombre. Después de muchas lágrimas y pataleos, los padres de Adrien aceptaron quedarse con él, más por la soledad de su hijo al no tener hermanos, que por el deseo de tener a un lobo. Para ellos, era altamente riesgoso, y si las cosas se complicaban en casa, no dudarían en sacrificarlo, aunque eso nunca fue necesario.

El tiempo pasó tan rápido. Pronto Adrien tenía ya 16 años, y bueno, Kiba era ahora un hermoso lobo blanco con edad desconocida. Ambos se querían tanto, dormían juntos, comían juntos, y cuando Adrien tenía que ir al colegio, Kiba se sentaba en el patio y esperaba pacientemente a que su “amo” llegara. Para Adrien, Kiba era como su hermano menor, uno que no podía hablarle y aún así, él mismo sabía que todo lo que le dijera al lobo, era completamente comprendido por éste. Existía entre ellos una comunicación tan especial y complicada de explicar. Había un lenguaje propio, uno en el que había palabras, miradas, gestos y ademanes que sólo ellos comprendían. Kiba era más bien como un ser humano, había en sus ojos una certeza de entendimiento tan compleja que si tan sólo pudiera hablar, seguro saldrían palabras sabias de él. Incluso a los ojos de Adrien, Kiba era considerado su igual.

Hay en este mundo cosas extrañas y desconocidas, y si el destino en verdad existiese, entonces no se había equivocado al unir sus caminos 12 años atrás. Había aún un gran misterio entre ambos, uno que cambiaría  sus vidas para siempre. Kiba estaba muy lejos de ser sólo un lobo y pronto se acercaba la fecha en la que Adrien lo sabría también.

Justo una noche antes del cumpleaños número 17 de Adrien, Kiba y él se encontraban recostados sobre su cama iluminados por la intensa luz blanca de la luna.  Adrien  leía un libro sobre elfos y cosas fantásticas mientras Kiba escuchaba atento su voz, a él le gustaba mucho escuchar las cosas que Adrien le leía. Así estuvieron largo rato hasta en algún momento, Kiba comenzó a distinguir en su cuerpo unas extrañas sensaciones. No fue hasta casi media hora después que algo dentro de sí se precipitaba. Se removió nervioso puesto que ese sentimiento era extraño. Se controló por algunos minutos hasta que no pudo más y cayó al suelo mas no perdió el conocimiento, Adrien se asustó pero comprendiendo que Kiba no se había hecho daño, se acercó rápidamente hacia él hasta que su mano reposó en la cabeza del enorme lobo. Después de que Kiba sintió el tacto de la mano de Adrien, éste se desmayó.

Después de varios minutos de que Adrien llamara al can por su nombre unas 30 veces, Kiba despertó confundido, pues algo no estaba bien, algo dentro y fuera de él estaba cambiando. Adrien comenzó alejarse mientras sus ojos incrédulos observaban atónitos como el can mutaba bajo una especie de neblina blanca y densa, el can se convertía en algo más  y más humanoide. No había nadie más en casa, ya que los padres de Adrien habían salido a comprar su regalo de cumpleaños y esto lo agradeció tan profundamente, ya que de haber estado en casa, hubieran querido asesinar a Kiba.

Kiba estaba seguía envuelto en una espesa nube blanca  bajo la que Adrien sólo podía distinguir unas manos y una cabellera enorme y blanca. Durante unos minutos que parecieron horas, Adrien estuvo alejado y paralizado. Había terror en sus ojos al no saber qué estaba sucediendo, sin embargo, el amor que tenía por el can era mucho más fuerte como para superar el miedo. Gateando se acercó hacia donde se suponía debía estar Kiba, y poco a poco la espesa neblina se disipó hasta dejar claramente un cuerpo humano sobre la alfombra. Era el cuerpo de un joven de unos 19 años tal vez, estaba desnudo, pero en su hombro y brazo derecho corría una extraña inscripción en letras  que Adrien no conocía ni sabía el significado. Ese era sin duda el aroma de Kiba, pero nada de esa persona, más que el cabello largo y blanco, daba señal de lo que antes fuera un lobo. Acercándose mucho más, tomó la cabeza fina de lo que él creía era Kiba con las manos temblorosas, y éste se encontraba aún inconsciente. Observó detenidamente su rostro, era fino y pálido, aunque sus labios eran rosados; su piel extremadamente blanca y lampiña. Se percató de que en una de sus delgadas y largas manos se encontraba un anillo extraño. El anillo tenía una piedra esmeralda, como los ojos de Adrien y un brillo en la joya se desprendía como lanzando chispas. Su mirada volvió al rostro  de Kiba, reparando en que éste ya estaba consciente y le miraba con sus bellos ojos ámbar bajo unas densas pestañas oscuras.

Entonces Adrien se dio cuenta de lo que acababa de sucederle y un miedo súbito le recorrió el cuerpo. Se alejó rápidamente de quien hasta ahora había sido su incondicional “hermano”. Le miraba con terror y a la vez admiración sin comprender aún nada a su alrededor. Kiba a su vez, no decía palabra alguna, e incorporándose se acercó a Adrien a gatas, arrastrando trás de sí su larga melena bajo su cadera. Cuando finalmente estuvo frente a él, sonrió y a Adrien se le ruborizaron las mejillas aunque fue sólo un instante pues la situación era hasta cierto punto perturbadora, él nunca había vivido algo así o más bien, nunca había visto a un ser tan hermoso ya la vez extraño como aquel.

-Adrien-dijo Kiba con una voz masculina y profunda aunque en ella había un titubeo ligero producto de la exaltación de ambos. 

Él juraba que estaba a punto de desmayarse, pero no lo hizo, no aún.  No podía articular ninguna frase y con los ojos abiertos como platos sintió los finos dedos de Kiba acariciarle el rostro.

Pasaron más minutos hasta que Adrien rompió el silencio y el tacto de Kiba.

-¿Quién eres en realidad?-dijo Adrien de golpe sin ser capaz de contener el asombro, el miedo y el nerviosísimo, apresurados en una sola pregunta.

El rostro de aquel joven se sorprendió un poco, ya que él mismo no sabía bajo qué mecanismo todo había resultado así. Durante toda su vida supo que él no era un animal, y muy profundamente tenía la certeza de que algo muy preciado para él le había sido arrebatado, sin embargo, él nunca olvidó la única anécdota que poseía alguna pista de su identidad, ni su origen. Él mismo estaba sorprendido ante todo lo que estaba sucediendo. Había crecido junto a Adrien desde que ambos eran unos niños, él en su forma y Adrien en la suya. Sabía dentro de sí, que algo no estaba bien, o algo lo estaba y algo pronto estaría mal, una ambigüedad extraña en la que estaba él, y a su lado Adrien. Tenía que decirle a su “hermano” todo, aunque no sabía cómo iba a reaccionar este, el tenía algunas respuestas, pero la verdad completa ni él mismo la sabía. Comenzaría entonces con lo más sencillo de todo.

-Yo soy el príncipe Adanedhel y te he elegido como mi guardián-después se arrepintió pues esa respuesta distaba mucho de ser en realidad un hecho sencillo.

Lo único que Adrien recordaría de esa noche fue el inmenso impacto ante la voz de Kiba y que después perdió el conocimiento. A la mañana siguiente Kiba se encontraba dormido a su lado, de la misma forma en la que lo había conocido siempre, un lobo.

Continuará…

 

 

Notas finales:

Bueno eso fue, se aceptan comentarios o insultos ^^! Si les gusta, subiré más :D! Bonita noche! 


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