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Ni tan solo, ni tan acompañado por Lunny

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen, ni las canciones que se presentarán en este fanfic. 

-Naruto, concéntrate –una voz empalagosa interrumpió el sueño del rubio.

 

Ese chico de cabello bermejo se hallaba sumido en una corta siesta. Él se lo había propuesto. Odiaba matemáticas y mucho más a ese profesor tan jodidamente molesto. Siempre había pensado que le tenía bronca. Quizás porqué.

 

Naruto lo escuchó, pero decidió ignorarlo. No iba a perder segundos de su soñolencias por ese viejo de mierda. Si pudiese, metería la cabeza de éste dentro de la pizarra para que se quedara ahí toda la vida. Pero la realidad era mucho diferente, y él no estaba dispuesto a esforzarse tanto por algo que no valía la pena, además, iba a terminar este año y no volvería a ver a ningún jodido profesor. Ni a sus compañeros. El único que valía la pena era Gaara, pero él se encontraba en la otra clase.

 

Malditos cambios semestrales.

 

-¡Naruto! ¿No me oyes? ¡Despierta! –la vara que usaba para apuntar en la pizarra, la usó para revolver el cabello dorado del estudiante.

 

Eso sí que no lo aguantó.

 

-¡Deja de molestarme, joder! –cogió el palo y lo torció en menos de un segundo. Producto de ello, todos los alumnos quedaron pasmados. Jamás habían visto tal actitud en el alumno.

 

Naruto era de esas personas que lograba llegar a cualquiera a través de las palabras: comprensible, amable y empático, sin olvidar, su eufórica personalidad a la hora de entablar conversaciones, en especial si aquella persona le llamaba la atención.

 

No obstante, la actitud que estaba adoptando ahora, era un choque para todos sus compañeros.

 

La mirada del rubio se quedó pegada en el recuerdo de todos, primordialmente, en la memoria de ese profesor de matemáticas. Aquellos ojazos colmados de frenesí, esos dientes presionados entre sí y esos dedos comprimidos en un puño que pareciera explotar en cualquier momento.

 

Las palabras son cuchillas cuando las manejan rabias y dolores. Eso era un hecho, y el incomprendido Naruto estaba así: solo.

 

Un mes antes…

 

Era un domingo en la tarde tan tranquilo como todos: almuerzo en familia, maratón de películas, pasear al perro, navegar por internet y charlar un poco con los progenitores.

 

Esa plática entre, Kushina y Minato, padres de Naruto, y el mismo rubio, fue el quiebre de la vida cotidiana de todos.

 

-Padres, soy gay –la voz valiente del rubio impactó en ambos.

 

Primero, el rubio mayor dejó caer la taza de café que sostenía, ésta se estrelló contra el piso. Aquel ruido que provocó el accidente fue similar al eco que Minato y Kushina sintieron en su pecho. Un corte muy profundo e incurable.

 

Segundo, Kushina se arrodilló a los pies del rubio menor y lo abrazó como si intentara salvar la “heterosexualidad” de su hijo. Arrastró sus suaves manos por las piernas de él, queriendo limpiar la impureza de su homosexualidad. Las lágrimas caían por sus blanquecinas mejillas, se echaba la culpa, golpeaba su propio pecho con el puño apretado, se lastimaba, se culpaba, no hallaba la manera de poder expresar su dolor en palabras, miraba a Naruto rogándole que fuera una mentira.

 

-¡No me hagas esto a mí y a tu padre, Naruto! –sollozaba desconsoladamente en el regazo de su hijo.

 

Tercero, el patriarca se aproximó al rubio. Ambos se miraron por unos segundos ignorando a la hiperventilada Kushina. Él avecinó su puño a la mejilla de su hijo. Lo golpeó. Lo volvió a golpear, una, dos, tres, cuatro, cinco veces. No dejaba que ninguna parte del cuerpo ajeno estuviese libre de sus porrazos. Según su padre, él se lo merecía. No había criado a un homosexual por más de diecisiete años.

 

Naruto no lloró. Aguantó cada garrotazo. No iba a permitir que su padre viese alguna lágrima de él. No se lo merecía.

 

Kushina se levantó del suelo y sólo observó la situación. Aguantaba las ganas de defender a su hijo. En ese momento, ella también sentía rabia, pero no era ajena a la idea de que, quiera o no, él era su bebé, su querido Naruto. La pelirroja sólo se quedó callada cubriendo sus ojos.

 

Después de haber recibido una decena de golpes, Naruto decidió salir de la casa. Lastimado o no tenía que abandonar ese lugar tan doloroso. Los golpes no eran nada en comparación al sufrimiento que sentía. Por un segundo pensó que sus padres iban a apoyar la situación, pero aquella ilusión fue ahogada en la sangre que escurría por su nariz, su boca y oídos.

 

Estaba lloviendo. No era el mejor día para salir, pero qué importaba.

 

De apoco el cuerpo del rubio fue descendiendo hacia el suelo. No pudo aguantar más. Naruto se desplomó en el suelo. Quedó con la mejilla pegada en el cemento. Su vista se volvía borrosa y sólo lograba distinguir su mano al frente de sus ojos. De apoco fue cerrando sus orbes azules. De la misma manera, sentía que su corazón cada vez latía con menos intenciones de bombear sangre. En ese momento, llegó a la conclusión de que sería su final.

 

Pero no fue así.

 

-Hm… -un grave murmullo se estacionó entre la lluvia. Naruto no lo escuchó, pero él sí podía escuchar los quejidos del rubio.

 

No tardó en coger el cuerpo inconsciente. Lo estrechó contra su pecho y lo llevó a un hospital público. Ahí nadie le cobraría, ni mucho menos indagarían en quién es. No quería llevarse alguna medalla de buen samaritano ni nada por el estilo. Sólo quería quedar con la consciencia limpia. No deseaba ver en las noticias de la mañana el caso de un sujeto encontrado muerto en medio de la lluvia. Si él podía cambiarlo, lo haría.

 

La gente se abrió paso al ver el cuerpo ensangrentado del rubio. Detrás de estos dos había un camino carmesí que empezaba en la puerta del establecimiento.

 

-Ten cuidado, Konohamaru. Debes estar tranquilo. ¡Y guarda esa cámara! –había una enfermera intentando controlar a un niño de unos 12 a 15 años. Él traía una máquina fotográfica en sus manos y andaba captando imágenes de su interés. Después de todo, no era para nada común estar en un hospital para él.

En el momento que vio entrar al músico con un cuerpo ensangrentado entre los brazos, no dudó en sacar una foto.

 

-Hey, Konohamaru. ¿Qué te he dicho? –la enfermera parecía desesperada.

 

El chico decidió marcharse. Corrió y corrió hasta desaparecer de la vista de todos. Él sólo sonreía.

 

La enfermera iba a seguirlo, pero el salvador de Naruto la interrumpió en su acción.

 

-Espera, traje un paciente –exclamó como si fuera lo más normal de todo.

 

La mujer no estaba mirando precisamente al joven, sino al camino que conducía hacia el infante que había escapado. Una vez se dignó a cruzar la mirada con el contrario, pudo percibir el estado crítico que estaba el rubio. Inmediatamente llamó a la sala de urgencias y el doctor de turno, junto a los otros asistentes, no tardaron en llegar. Llevaron a Naruto a la sala de intervención quirúrgica para saber qué tan grave era su estado.

 

La recepcionista miró con preocupación al salvador, pero éste se encontraba de lo más normal. Algo molesto por la sangre que escurría por sus brazos y que empapaba su ropa.

 

-¿Es su amigo? –preguntó suavemente. Esa actitud se tomaba cuando no querían estresar a las personas que sufrían por el accidente de un familiar.

 

-No.

 

La enfermera quedó extrañada.

 

Cuando el de pelo negro se dio cuenta que su trabajo ahí había terminado, decidió alejarse del hospital.

 

-¡Oiga! Necesito saber cuál es su nombre –exigió asomándose por el mesón.

 

El contrario la ignoró.

 

-Qué sujeto más extraño…

 

No pasó ni un segundo después de la retirada del salvador, cuando sonó el teléfono de recepción. Aquello fue a favor del músico, ya que si no hubiese llamada, la enfermera estaría atrás de él demandando algún dato de ambos. Pero él ni siquiera sabía el nombre del rubio, ni tampoco quería que él supiera el suyo.

 

Dos meses después…

 

-Pues sí, ya les dije.

 

Los golpes ya no se notaban en el rostro ni cuerpo del rubio. Estaba en perfecto estado. Quizás, su situación emocional no estaba del todo bien, pero se sentía más aliviado al haber dejado la casa. Aquel lugar ya le estaba hartando: sus padres no le hablaban, no le dejaban almuerzo, le cortaron la luz, habían despojado todas las cosas de su pieza dejando, solamente, la cama y un par de sabanas, al igual que la ropa. Qué desagradable era vivir ahí para Naruto.

 

-Dejaré el colegio. No quiero seguir estudiando en esa mierda. Ya sabes, es una porquería –estaba hablando desde un teléfono público así que el lugar era incómodo. Llegó, por un momento, a hartarse del estrecho espacio y desear colgar, pero eran la única forma de poder contactarse con alguien. En realidad, necesitaba ayuda, en especial para hallar un lugar donde pasar la noche.

 

-No, no te preocupes. Sólo será por un día. No quiero molestarlos a ti y a tu pareja… -el rubio rascó su cuello sin necesidad de hacerlo. El estar encerrado le provocaba un poco de nerviosismo. Sus maletas estaban afuera y ya premeditaba un posible robo- Vale, te espero acá. Muchísimas gracias, en serio.

 

Salió rápidamente de esa desesperante cabina y se sentó encima de sus maletas. Sacó un cigarro y lo prendió.

 

Eran alrededor de las tres de la tarde. Había gente recorriendo las calles, después de todo se encontraba en el centro, pero como siempre, él se hallaba solo.

 

-¡Ah! Qué estresante es esto –agitó la cabeza y la hundió entre los brazos manteniendo el cigarro presionado gracias a los labios.

 

Pasaron unos cinco minutos, cuando, al frente de él, se posicionó un joven de cabello negro, ojos del mismo color, unos jeans desgastados, una camisa negra sin mangas y un collar con un signo extraño, pero bastante llamativo. Naruto jamás se había interesado realmente en un hombre, más que un llevadero enamoramiento, pero de ahí nada más. Sin embargo, cuando vio a ese sujeto algo ocurrió en su pecho. No quería llamarlo “amor a primera vista”, pero sí le había abstraído toda la atención. Era demasiado guapo ese muchacho. Su misterio lo dejaba sumido en pensamientos que sólo abarcaban a ese muchacho.

 

Ni siquiera se había fijado en el instrumento que traía, ni mucho menos en las intenciones que tenía. Sólo se tropezaba con el aturdimiento mental que le provocaba ese joven.

 

-It's all the same, only the names will change. Everyday it seems we're wasting away. Another place where the faces are so cold. I'd drive all night just to get back home –comenzó a cantar el chico de cabello negro.

 

Aquella canción la reconoció inmediatamente: Bon Jovi – Wanted dead or alive. No era su cantante favorito, pero sí era fanático de los clásicos.

 

La forma en como tocaba la guitarra acústica le hacia estremecerse. Llegó a sentir que de verdad el contrario era el vaquero que se buscaba vivo o muerto.

 

Se mordió el labio inferior y quiso desaparecer de ahí. Se sentía incomodado por la genialidad del ajeno. Le daba vergüenza darse cuenta de su aburrida realidad en comparación al contexto que vivía el músico: rodeado de gente escuchándole, en especial mujeres, tanto adultas como jóvenes. Ni siquiera el bullicio de la calle podía opacar la hermosa voz del músico. Era increíble.

 

Por un momento, Naruto, ignorando su cobardía, deseo acercarse al contrario, pero verlo tan lleno de gente, tantos fanáticos, le hacía refugiarse en su pesimismo. Él sería igual que todos. Y eso a él, no le gustaba.

 

Se levantó bruscamente de su improvisado asiento, pero, en ese instante, sintió en su espalda un doloroso calambre. Tanto fue el malestar que cayó al piso llamando la atención del público y de la gente que caminaba por alrededor.

 

“Ayúdenlo, ayúdenlo” se escuchaba entre la gente, pero nadie se animaba a hacerlo. Sólo observaban como el rubio se retorcía en el suelo, parecía hasta cómica la escena.

 

El músico no halló opción y detuvo su show. Dejó la guitarra en el suelo y se asomó para saber qué era lo que exactamente pasaba.

 

Ahí encontró al rubio, ese que conocía por casualidad de la vida, pero que de seguro, el otro no recordaba. Por un momento, dudó en ayudarlo, ya que no quería involucrarse más con ese sujeto, pero al parecer, su humanidad, en momentos como este, ganaba.

 

No demoró en acercarse y arrodillarse para ayudar a levantarlo, pero éste se negó.

 

-No, vete. No necesito tu ayuda. Estoy bien –contestó entre gemido. Tenía la mano pegada en la espalda, y, como exclamó, estaba intentando levantarse sin esperar el socorro de nadie. El músico percibió en los ojos azules del rubio unas cuantas lágrimas producto del dolor.

 

-No te hagas el difícil y déjame ayudarte, idiota –insistió el joven, pero Naruto se negaba. Él no tuvo más opción que cogerlo, tal y como lo hizo la otra vez.

 

El rubio no evitó sonrojarse por la situación. Le daba vergüenza, tanto por estar en los brazos de ese músico y porque la gente estaba mirando raro, después de todo se encontraban en un espacio público.

 

-Suéltame –exclamó removiéndose en los brazos del músico- Que me sueltes, maldición –volvió a quejarse.

 

El mayor entendió y lo dejó en el suelo.

 

-Como quieras –sin más, se retiró en busca de su guitarra y las pocas monedas que había reunido. No se quedaría ahí para seguir interactuando con ese rubio problemático.  

 

Naruto se quedó observando el aislamiento del músico. Así que, luego de verlo desaparecer, cogió sus maletas y se retiró al lado contrario.

 

Ese tipo ya no le gustaba.

 

-Ese sujeto… es un entrometido –odiaba admitirlo, pero en su interior sentía una vergüenza interminable. El hombre era guapo, demasiado para el rubio, y él, tuvo que mandarse el show de su vida. No sólo al frente de mil personas, sino delante de ese muchacho que había sembrado semillas de interés en él.

 

¿Tanta mala suerte tengo? pensó el rubio.

 

Notas finales:

Hola.

Espero sea de su agrado el fic.

 

PD: No les prometo parejas estables.


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