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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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 —¡No, no, no! —Las cuerdas vocales de ese chico iban a romperse en cualquier momento, pude oír sus gritos desesperados y un golpe seco que retumbó incluso en las murallas del pasillo en el que me encontraba. Sentí unos pasos intentando llegar a la puerta; flojos, tambaleantes y erráticos, vi la manilla moviéndose y detenerse un instante y entonces el ruido de otro golpe me sacudió los oídos. La curiosidad, y otra morbosa sensación que no supe identificar, me hicieron acercarme a la puerta y pegar mi mejilla en ella, para escuchar mejor lo que estaba pasando dentro.

 

   —Le doy media hora antes de desmayarse... —tarareó el idiota de Francis, cuando pasó a mi lado—. ¿Qué dices? —preguntó. Cerré los ojos un momento.

 

«Idiota», pensé.

 

   —Diez minutos —intenté adivinar. Pero, en el fondo, esperaba que él soportara más.

 

   —Si no le tienes fe a ese chico, ¿para qué lo defendiste? —me acusó, antes de desaparecer de mi vista. Si no se marchaba rápido, iba a terminar con lo que empezamos en el cuadrilátero y le rompería la cara—. Pero aún así, estás ahí pegado oyendo lo que pasa. ¿Quién demonios te entiende, Dankworth? —Su figura desapareció entre sus burlas. Sí, quizás moría por saber qué estaba pasando ahí dentro.

 

   —¿Quién tiene fe en estos días? —bufé contra la madera de la puerta.

 

Un golpe seco y estridente me hizo dar un respingo.

 

   —¡Quieto!

 

   —¡No, no, por favor!

 

Otro golpe, y otro, y otro. Conocía ese ruido, así se oía el puño cerrado de Alger Haggel estrellándose contra tus huesos.

 

   —D-Déjame... —cerré los ojos al oír que Noah comenzó a sollozar. A este paso, diez minutos sería demasiado tiempo—. ¿P-Por qué?

 

Otro ruido. Esta vez el chico no se quejó. ¿Le habría dejado inconsciente?

 

   —Porque no haces más que causar problemas.

 

«Mentira. El único problema aquí eres tú.»

 

   —¡Mhpmh...!

 

   —A-Ah, vamos. ¡Qué estrecho estás! —gimió mi padre, jadeando, en un tono lujurioso. Él había comenzado a violarlo.

 

Noah chilló y su voz arrojó imágenes a mi cabeza que casi me permitieron ver el infierno desatándose tras esa puerta. Ni siquiera podría decirse que sus quejas formaban palabras, más bien eran fonemas, sonidos entre cortados que intentaban decir algo, pero que no alcanzaban a salir completos de esa garganta desgarrada.

 

   —¡Suel...! —quiso decir, con la voz rota y temblorosa—. ¡Por...!

 

   —¡Cierra la boca! —Cuervo le dio otro golpe y entonces lo folló más fuerte, lo supe por el cambio que hubo en su respiración, que podía oírse incluso desde el otro lado de la puerta. Ese cerdo hijo de puta siempre hacía lo mismo, violaba a los chicos sin importar si toda la base se enteraba de ello. Quise apartarme, salir de ahí, olvidarme de ello y volver a lo mío, pero no fui capaz—. ¡Ah, joder! —gimió, en voz alta. Odiaba oírlo disfrutando de algo. Odiaba toda su maldita existencia—. Estás delicioso hoy.

 

Noah estaba llorando, lo oía también tras la madera de la puerta; quejidos leves y ahogados, acompañados de hipos que intentaban contenerlo todo. Podía sentir, de alguna forma, el dolor cruzando su garganta. Sabía cómo se sentía no poder huir de él, conocía la desesperación, conocía la agonía.

 

Contabas los segundos hasta que terminara.

 

El estruendo de un golpe me hizo despegar el oído de la puerta por un segundo.

 

   —¡Vamos! ¡Di algo! —rió Cuervo. Noah no respondió. Otro golpe—. ¿Vas a decirme que no lo sientes? —Otro. Él le debía estar azotando la cabeza contra el escritorio—. ¿¡Y qué tal esto!?

 

Mi mano tembló sobre la manilla, sin llegar a tocarla realmente, cuando Alger empezó a violarle con más brutalidad.

 

   —¿¡Qué dices ahora, eh!?

 

   —¡D-Detente! —chilló Noah.

 

   —A-Ah... de eso estoy hablando, maldita sea.

 

   —N-No... —Su voz se apagaba, lentamente, como si se estuviera extinguiendo con cada segundo que pasaba.

 

   —¡Tómalo todo, hijo de puta!

 

No lo pensé dos veces y abrí la puerta. Cuando entré, me encontré con la cabeza ensangrentada de Noah siendo aplastada contra el escritorio por la mano de Alger. El chico tenía la mandíbula tensa y desencajada, por el estrés y las lágrimas que se le mezclaban con la sangre que le caía desde la frente, y mi padre estaba sobre él, como una maldita bestia salvaje, como un maldito perro, con una pierna sobre el mismo escritorio y medio cuerpo sobre el pobre chico, desnudo y tembloroso, al que estaba jodiendo. Cuando atravesé el umbral, sólo Alger me miró, con expresión desconcertada y odio saliéndole de los ojos. Y es que nadie solía interrumpirlo cuando él hacía estas cosas. Ni siquiera Wolfang.

 

Salió del interior del chico y no le ayudó cuando éste se arrastró por el escritorio y cayó al suelo, como líquido desparramado. Cuervo buscó su ropa, en silencio y sin decirme una palabra, y sólo cuando se halló completamente vestido, preguntó:

 

   —¿Qué demonios estás haciendo aquí?

 

   —Vine a evitar que hicieras una locura —contesté.

 

   —¿Una locura? —miró al chico que estaba en el suelo; jadeando y sin poder moverse, ensangrentado y sucio, cubierto de fluidos que no le pertenecían y su propia sangre—. ¿A qué te refieres? —ironizó.

 

   —A él.

 

Alger encarnó una ceja.

 

   —¿Te preocupa el chico?

 

   —No, en realidad —respondí, cruzándome de brazos—. Pero sí me preocupa que no lo mates antes de tiempo.

 

   —¿Estás seguro de eso? —inquirió él, caminando hasta mí, hasta quedar frente a frente. Alger era más alto que yo, más fuerte, más duro. Recuerdo que cuando era pequeño me orinaba en los pantalones cada vez que él se acercaba a mí o a mi madre de esa forma; con esos ojos llenos de un odio que nunca pude comprender y ganas de arrancarnos la piel. Pero ahora era distinto.

 

Ya no le temía como antes.

 

   —Porque nunca antes te habías atrevido a plantarte aquí para interrumpir, ni habías tatuado a ninguno de los prisioneros —dijo, desafiante.

 

Me encogí de hombros.

 

   —Necesitaba alguien con quién practicar —contesté, restándole importancia—. Y en vista de que destrozas todo lo que tocas... —miré al chico que seguía en el piso, retorciéndose por el dolor—. Te has encariñado con este, al menos déjame usarlo a mí también.

 

   —Si necesitabas una espalda que tatuar, pudiste preguntarle a alguno de tus compañeros.

 

   —¿Qué hay de malo con esos malditos tatuajes? —gruñí. Cuervo me lanzó una mirada penetrante con sus ojos oscuros—. ¿Acaso te molesta?

 

   —Lo que realmente me molesta es que te estés tomando tantas atribuciones con uno de mis prisioneros... —dijo y quiso avanzar hacia el chico en el piso, que se quejaba por un dolor que yo no alcanzaba a entender. Instintivamente me puse entre él y Cuervo, para evitar que se le acercara—. ¿Qué estás haciendo, Branwen?

 

   —Si sigues con esto vas a matarlo —desafié, firme en mi posición—. Tan sólo míralo —dije y entonces yo también le vi más detalladamente. Pobre chico, no sólo tenía el rostro destrozado, sino que un charco de sangre, que salía de entre sus piernas, se había formado bajo su cuerpo, manchando sus muslos y su abdomen. Cuervo había ido demasiado lejos—. Destruyes todo lo que tocas —repetí.

 

   —Muévete —ordenó.

 

   —Es suficiente.

 

Un puñetazo me obligó a girar el rostro. Pero me mantuve quieto en mi lugar.

 

   —¿¡Quién te crees que eres!? —gritó sobre mí, pero hace tiempo que sus gritos no me intimidaban como antes—. ¡Muévete, he dicho! ¿¡O acaso lo estás protegiendo!? —insinuó y en su repulsiva cara se formó una sonrisa que le hizo mostrar todos sus dientes—. Joder, no sólo te preocupa. ¡Estás protegiendo a ese chico! —acusó.

 

   —No lo estoy protegiendo —me hice a un lado al notar que estaba siendo demasiado insistente—. Sólo estoy evitando que cometas otra estupidez. Ya mataste a un hombre la semana pasada y uno de tus chicos ya se suicidó. A este paso no quedará nadie en la guarida para cuando sea necesario.

 

   —Bien, bien, entonces... —Cuervo levantó a Noah por los hombros y le obligó a arrodillarse en el suelo. Sus ojos se abrieron, por un miedo que le empalideció el rostro hasta hacerle parecer un fantasma, cuando notó la mano de Cuervo sujetándole. El chico mordió sus labios, agachó la cabeza y contuvo el llanto—. Demuéstrame que no te interesa.

 

Miré hacia abajo, para encontrarme con ese par de ojos azules que se veían más claros por culpa de las lágrimas, que estaban a punto de estallar. Su rostro temblaba, su mandíbula rígida temblaba, sus hombros se sacudían de arriba abajo por el pánico. Le dediqué una mirada punzante a Cuervo. Definitivamente se había pasado de la raya.

 

Lo que tenía frente a mí no era si quiera un ser humano. Era un pequeño y diminuto trozo de carne que temblaba de horror, era un animal paralizado ante las luces de un automóvil en medio de la carretera.

 

Sentí lástima por él.

 

   —Sabes que no me interesa —dije, sin dejar de mirarle. Las marcas de los dientes de Cuervo estaban por todo su cuerpo—. ¿Qué quieres que haga?

 

   —Golpéalo —ordenó Alger y los ojos asustadizos de ese chico se encontraron con los míos.

 

   —¿No crees que ya le golpeaste lo suficiente? —contesté, sin dejar de mirar ese par de orbes azules que, por cada segundo que pasaba, se veían aún más aterrorizados. Noah abrió la boca y sus labios murmuraron, apenas algo que no pude escuchar, pero que sí pude leer:

 

"Por favor"

 

Me estremecí en un escalofrío que llegó hasta mis huesos.

 

   —Siempre habrá espacio para más golpes—respondió Cuervo y pasó su mano por el cabello del chico, que tembló automáticamente al sentirle—. ¿Quieres que lo haga yo?

 

Miré a Cuervo y luego a Noah, a ese pequeño trozo de carne que se estremecía delante de mí. Quizás no iba a soportar otra paliza de Cuervo.

 

Me acerqué a ellos y le di un puñetazo al chico.

 

Cuervo se rió.

 

   —¡Golpeas como un marica! —me gritó—. ¡Dale más fuerte o no creeré en tus palabras! —ordenó y yo obedecí, dando otro puñetazo sobre el pálido rostro—. ¡Más! ¿¡Qué mierda tienes en las manos!? ¿Mantequilla? —sujeté al chico de los hombros, para volver a golpearle con más fuerza y él se quejó. Lo hice otra vez y escuché un "crack" que salió de su mandíbula. Lo hice otra vez, y otra vez, otra, y otra y, por un segundo, me imaginé que al que estaba golpeando no era a ese chico, sino a mi padre. Pero entonces recordé que no, que no era él y me detuve—. ¡Eso es! ¿¡Ves que no fue tan difícil!?—le solté y Noah se desplomó en el suelo. Su nariz y su boca también comenzaron a sangrar.

 

Cuervo le dio una patada, para ver si seguía consciente. No se movió.

 

   —Está bien. Llévatelo de vuelta al calabozo —ordenó por fin. Me acerqué a ellos y cargué el cuerpo inmóvil entre mis brazos para salir. Seguía temblando, quizás por el frío y su piel estaba helada, a pesar de que estaba cubierto de sangre aún caliente que parecía salir de todos sus malditos poros; de su boca, de su nariz, de su cuello, de sus oídos, de su entrepierna y de todas las jodidas partes por las cuales una persona podía sangrar.

 

Pero seguía despierto, a mí no me engañaba.

 

Antes de llevarlo a los calabozos, decidí dar una parada en la sala de tatuajes.

 

Atravesé el pasillo, con el chico medio muerto en brazos, ante la mirada de todos mis compañeros que, curiosos, salían de sus habitaciones y de las tareas que estaban haciendo para curiosear el estado en el que había salido de la habitación de Cuervo. Algunos parecieron sorprenderse, otros se burlaron de la situación y algunos otros simplemente volvieron a sus rutinas, sin asombrarse demasiado, como si ya fuera una costumbre para ellos. Supongo que, con el tiempo, yo también había perdido la capacidad de sobrecogerme ante las atrocidades de mi padre. Pero quizás, esta vez fue distinta.

 

Pasé de largo de los calabozos y me dirigí directamente a la sala de los cambios.

 

   —Sé que estás despierto... —dije, mientras abría la puerta. Él no contestó enseguida y siguió con los ojos cerrados, tal vez porque le dolía demasiado intentar abrirlos. Le recosté sobre la camilla y le cubrí con lo único que tenía a mano; una vieja chaqueta de los Chicago Bulls que tenía desde los veinte años—. Lo siento.

 

    —¿Q-Qué sientes? —balbuceó, con los labios rotos y la boca llena de sangre. Dudé sobre qué haría con él ahora. Estaba destrozado, ni siquiera sabía si tendría suficiente algodón para tantas heridas.

 

   —No quería golpearte —confesé, mientras buscaba una botella de suero fisiológico dentro del botiquín—. Pero no tenía otra opci...

 

   —Lo sé —me interrumpió—. De todas formas, fuiste más suave que él —dijo y, por alguna razón, me estremecí. Cogí un poco de algodón y lo unté en el suero para limpiar las heridas en las que después dejaría caer tinta, luego revolví la cajita, intentando encontrar algunas vendas. Mientras buscaba, en mi cabeza ya comenzaba a imaginar los diseños que pintaría sobre las cicatrices; líneas gruesas, símbolos afilados, frases punzantes y la imagen de una mujer con rostro de calavera, de labios carnosos y rosas adornándole el cabello. La piel de ese chico me inspiraba—. ¿Qué tal si simplemente lo olvidamos?

 

   —Bien... —me encogí de hombros y me volví hacia él.

 

Cuando volteé, él estaba sonriendo.

 

Ese chico tenía la sonrisa más hermosa que jamás había visto.

 

   —Tienes una linda sonrisa... —le dije, acercándome a él y hundiendo el algodón en su labio inferior—. No la muestres tanto o él te sacará los dientes.

 

   —H-Hecho... —balbuceó, mirándome a los ojos directamente; los tenía inyectados en sangre, hinchados y ojerosos. Levanté una mano sobre su rostro y le cubrí la vista.

 

   —Puedes descansar si quieres —le dije, empujándole suavemente con la mano que tenía sobre sus ojos, para que se recostara—. Voy a curarte.

 

Él no contestó nada y yo tampoco volví a hablar y continué en lo mío. Hoy estaba siendo amable, tal vez porque me sentía culpable por haberle golpeado. Siempre fui bueno curando heridas, después de todo.

 

La propia experiencia me había enseñado muchas cosas.

 

Al cabo de pocos minutos, oí su respiración calmándose y volviendo a un ritmo regular, relajado y profundo. Se había dormido.

 

Seguí limpiando las heridas; las que tenía sobre el rostro, en la frente y a un costado de la cabeza. No pude hacer demasiado con el oído que le sangraba y el cual no me interesaba saber cómo se había roto. Cuervo conocía muchas maneras de herir a alguien, miles de formas para hacer daño. No me hubiese extrañado si él le hubiese enterrado un clavo directamente allí.

 

   —Branwen, Cuervo dijo que te entregara estas... —Mi cuerpo se paralizó al oír la voz de alguien entrando en la habitación a la que había olvidado echarle llave. Me quedé ahí, con la espalda recta y una mano con algodón empapado en suero en el aire. Cerré los ojos. Mierda. Carajo—. ¿Qué...? ¿Qué demonios?

 

Giré la cabeza lentamente. Era Tadder.

 

   —Tadder, yo... —titubeé.

 

   —¿Quién le hizo eso? —preguntó él, entrando por completo a la habitación y cerrándola con cerrojo esta vez—. ¿Quién demonios...?

 

   —Fue Cuervo —contesté, aliviado de que a él le sorprendiera más el estado del chico que el hecho de verme allí, limpiándole las heridas—. Lo estaba violando y golpeando e intervine, no sé muy bien por qué...

 

   —Demonios, hiciste lo correcto, amigo... —Él se me acercó y tomó una silla para sentarse a mi lado—. Veo que tú también saliste perdiendo —se tocó la mejilla izquierda, para que yo hiciera lo mismo. Entonces noté que la tenía inflamada y que un poco de sangre se me acumulaba en la comisura de los labios—. Joder, ese hombre está loco... —miró a Noah—. Mira cómo le ha dejado. ¿Es el mismo al que ayudaste antes? El nuevo juguete de...

 

   —Sí —contesté.

 

   —Diablos. Pobre chico.

 

   —Sí... —dije, volviendo a hundir el algodón sobre un mordisco que Alger le había dejado en el hombro, tan profundo que le había arrancado un trozo de piel. Maldito animal—. Pobre.

 

Mi compañero me observó trabajar por algunos minutos, mirando, en silencio, atento a lo que hacía y a las heridas de Noah, sorprendiéndose a medida que bajaba por su cuerpo, descubriendo los cortes en su muñeca, en la que todavía no tatuaba nada debido a la profundidad de la herida, y adivinando los cortes y magullones que seguían por debajo de su abdomen, en ese sitio que yo le había cubierto con mi chaqueta y el que no curaría, porque no era correcto que yo lo hiciera.

 

   —¿Siempre...? —comenzó mi compañero, titubeando, como si de verdad le sorprendiera la situación, como si no fuera esperable que Cuervo hiciera algo como esto. No lo conocía, no sabía hasta dónde podía llegar. Él podía hacer esto y mucho más—. ¿Siempre tú...? Ya sabes. ¿Siempre haces esto?

 

   —¿Ayudar a los reos? —pregunté.

 

   —¿Ajá?

 

   —Es primera vez que lo hago... —contesté, terminando con la última herida que me permitía alcanzar y volteando hacia Tadder, para mirarle de frente—. Supongo que me da lástima.

 

   —Conmueve ese corazón de abuela que tienes —se burló él.

 

   —Supongo —reí, en voz baja.

 

   —Bien... —Tadder se levantó y dejó la ropa de Noah en el asiento que había ocupado anteriormente—. Iré a comer algo y te traeré algo a ti también, ¿te parece? El chico tiene que dormir y no creo que debas echarlo de vuelta al calabozo en ese estado, así que deberás vigilarlo.

 

   —Vale... —contesté, levantándome de la silla yo también—. Pero, Tadder, por favor no vayas a...

 

   —¿Decir algo sobre esto? —me interrumpió él, con una sonrisa en los labios—. Amigo, acabas de meterme en un lío jugoso y peligroso. ¿Crees que revelaré tu secreto? ¡Estás loco! —se rió, bajo el umbral de la puerta—. Puedes contar conmigo desde ahora.

 

Sonreí.

 

   —Voy a tomarte la palabra.

 

   —También les diré a todos que nosotros haremos las guardias de hoy.

 

   —Gracias.

 

Cerró la puerta, con cuidado, intentando no hacer demasiado ruido y a los pocos segundos oí sus pasos subiendo la escalera y saliendo de los calabozos. Me senté en la silla que Tadder había dejado y me quedé ahí, con las manos entrelazadas sobre mis rodillas, pensando.

 

   —¿Qué demonios estoy haciendo? —mascullé, en voz baja, para mí mismo.

 

Yo no debía ayudar a los reos.

 

Yo no debía sentir lástima por ellos.

 

Yo no debía sentir.

 

Estiré el brazo hacia adelante y le acaricié el cabello al chico que tenía durmiendo frente a mí.

 

   —E-Ethan... —balbuceó un nombre, en sueños.

 

Me sorprendió que alguien aquí pudiera soñar todavía.

 

   —¿A quién estás esperando? —susurré y lo acaricié de nuevo. Su cabello era suave y se sentía bien entre mis dedos—. Sea quien sea, no vendrá por ti.

 

Nadie había salido de aquí, nunca.

 

Este chico no iba a ser la diferencia. 

Notas finales:

Brann, cariño. No tienes idea de qué tan equivocado estás. 

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review 


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