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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

ATENCIÓN! La canción que es cantada en este capítulo es el cover de un cover de Somewhere Over The Rainbow  (pinchen el link) Si tienen posibilidad de oírla mientras leen, hacerlo desde el comienzo de la lectura. 

Saludos! 

Golpes violentos en mi puerta me hicieron dar un salto fuera de la cama.


   —¡Branwen! —reconocí la voz de Tadder llamándome desde el otro lado—. ¡Branwen, abre! —miré el reloj en mi pared, marcaba las once de la noche. Corrí hasta la puerta y la abrí.


   —¿¡Qué demo...!? —intenté decir.


   —¡Es el chico! —gritó Tadder, agarrándome de un brazo, para intentar sacarme de la habitación. Me zafé de él, para ponerme las botas, sin entender todavía de qué me estaba hablando—. C-Cuervo... —balbuceó—. Él está...


   —¿Puedes calmarte? —gruñí—. Explícame qué demonios ocurre.


   —Tienes que verlo, hombre —fue todo lo que dijo y desapareció.


Terminé de atar las agujetas y corrí tras él. No sé por qué, pero apenas atravesé mi puerta, una especie de nudo me sujetó las tripas y me cortó el aire. Era una incómoda sensación que me llevaba a querer correr más rápido y me obligaba a exigirle más a mis piernas, mientras me adentraba por los pasillos y seguía a mi compañero. Conocía aquella sensación, era como un mal presentimiento.


Fue lo mismo que sentí antes de que Alger decidiera matar a mi madre.


   —¿Qué...qué diablos? —pregunté, cuando ya no pude avanzar más. Justo afuera de la habitación de Cuervo, una multitud de cazadores estaba reunida. Algunos cuchicheaban, otros se alzaban por sobre la cabeza de sus compañeros para ver lo que estaba pasando dentro, otros simplemente se reían de lo que veían y un grupo menor apartaba la mirada en cuanto notaba lo que ocurría—. ¿Qué demonios? —Tadder y yo nos hicimos paso entre la gente, intentando acercarnos. Entonces, cuando estaba a punto de llegar a la puerta, lo escuché.


Un balbuceo.


Un sollozo.


Un gorgoteo ahogado.


Un sonido más agónico que el alarido de los infectados que me divertía tanto matar. Una voz o algo parecido, intentando entonar algo. Casi pude cantarlo en mi cabeza:


   —Somewhere, over the rainbow... bluebirds fly...♫


   —¡Vamos, muchacho! —oí a Cuervo gritar—. ¡Sigue cantando!


   —B-Birds fly o-over the...


   —¿Qué ocurre? —pregunté, cuando llegué al umbral de la puerta y aparté a uno de mis compañeros del medio. Dentro, vi a Noah arrodillado en el piso, sosteniendo su cuello y a mi padre frente a él, riéndose—. ¿Qué demo...? —El chico estaba sangrando por la garganta.


Cuando me oyó, Cuervo miró en mi dirección.


  —¿Puedes creerlo? —me dijo, entre carcajadas—. ¡Está cantando con eso atravesado! ¿No es maravilloso?


Entonces noté que Alger le había clavado un lápiz en la garganta. Y que Noah parecía estar ahogándose con su propia sangre.


   —¿¡Qué estás haciendo!? —grité y no lo pensé, no me detuve si quiera un momento a pensar en las posibles consecuencias de mis actos y en los problemas que podrían traerme. Sólo corrí hacia el chico e intenté ayudarlo.


   —¿¡Qué mierda crees que estás haciendo tú!? —Cuervo se interpuso en mi camino antes de que le alcanzara.


   —¡Vas a matarlo, imbécil!


  —No va a morirse... —Mi padre rió otra vez y miró hacia el chico—. ¡Sigue cantando! —le ordenó. 


   —S-Somewhere... —emitió el chico y su voz salió como un silbido, como un sonido arrastrado y casi inexistente. Asfixiado, agarrotado y roto.


   —¡Cállate! —le grité yo—. ¡No sigas hablando o vas a desangrarte!


Cuervo me dio un golpe en la mejilla.


   —¿Quién te crees que eres? —preguntó, agarrándome del hombro y enterrando su puño en mi estómago—. ¿Vas a desautorizarme frente a mis prisioneros?


   —¿Qué es todo este alboroto? ¿¡Qué... qué diablos!? ¡Alger, déjalo! —Wolfang entró a la habitación. Me cubrí el rostro con los antebrazos cuando vi venir otro puñetazo de mi padre, pero él fue más rápido, cambiando el movimiento y jalándome del cabello para desestabilizarme. Sentí su mano en mi pecho y cómo el golpe me dejó sin aire—. ¡Basta, Alger! —ordenó el médico.


Sólo entonces me soltó.


Caí arrodillado al piso, apenas respirando.


   —¿Estás bien, Bran...? —Wolfang se me acercó y lo único que hice fue apuntar en dirección a Noah. El chico todavía sostenía su garganta con ambas manos, inmovilizando con sus dedos el lápiz incrustado en su cuello, en un desesperado intento por contener la hemorragia y emitiendo un jadeo cada vez que intentaba respirar—. ¡Oh, demonios, Alger! —gritó Wolfang, enfurecido—. ¿¡Qué diablos hiciste!? ¡¿Quieres matarlo!? —pasó de mí y se acercó a Noah—. ¡Te has pasado de la raya esta vez!


   —Vamos, doc. No es nada que no puedas arreglar.


   —¿Nada que no...? ¿¡Crees que esto es un jodido juego!? —Wolfang pareció exasperarse—. Hablaremos de esto después... ¡Tú, ven acá! —llamó a Tadder—. Cárgalo y llévalo a la enfermería, ¡rápido! —Mi compañero obedeció y se metió en la habitación para sacar a Noah lo más rápido de ahí. Los vi a ambos perderse tras la puerta—. Branwen, ven a la enfermería tú también.


   —No, él se quedará aquí —interrumpió mi padre.


Wolfang y yo cruzamos una mirada y le di a entender que podía irse.


   —Bien... —asintió, no demasiado convencido—. Los dejaré solos. ¡Ya oyeron! ¡Todo el mundo fuera de aquí! —se hizo espacio entre el resto de mis compañeros, espantándolos como palomas—. ¡No queda nada que ver en este lugar! ¡Vuelvan a su maldito trabajo!


Para cuando la puerta se cerró y todo el mundo volvió a sus tareas, yo seguía ahí, arrodillando frente a él. Mi padre esperó un par de minutos antes de hablarme.


   —¿Cuánto tiempo lleva ese chico aquí...? —me preguntó distraídamente, mientras se paseaba alrededor de mí. Eso era algo que hacía desde que yo era un niño y que también solía hacer con mi madre cuando estaba viva, justo antes de darle una paliza. Te rodeaba, haciéndote sentir pequeño y frágil, dando la imagen de ser más grane que tú. Pero a mí eso ya no me afectaba. No como antes, al menos.


   —Casi un mes —contesté.


   —Casi un mes... —repitió él, poniéndose detrás de mí y metiendo sus dedos en mi cabello, para tomarlo todo y jalármelo hacia atrás—. ¿Y por qué pareces tan encariñado con él? —preguntó, acariciándome la mejilla con la otra mano.


Sentí asco.


Sentí cómo se me volteaban las jodidas tripas y me cubrí la boca, conteniendo una arcada.


   —Quítame las putas manos de encima —ordené, con la voz ahogada por mi propia piel.


Él me soltó y yo me puse de pie. Se sentó en su escritorio y me hizo un gesto para que me acercara. Obedecí y me quedé de pie frente a la mesa.


   —¿Te has dado cuenta...? —preguntó, mientras se acomodaba en la silla y ocupaba el único lugar por el que yo podría sentir algo de respeto; el de mi jefe de escuadrón. Pero entonces, cuando pudo simplemente haberme castigado por mi falta y olvidarse del tema, él habló de más—: Ese chico me recuerda un poco a tu madre.


Me incliné sobre la mesa y apreté los puños contra la madera.


   —No te atrevas a nombrarla.


   —Tiene esa mirada que tenía ella siempre en los ojos... —continuó él, siseando—. La de un un perro herido —me miró a los ojos y sonrió—. ¡Woof! —ladró—. Tu madre era una perra que ladraba mucho.


   —¡Hijo de puta! —levanté el puño para golpearle, pero él atrapó mi muñeca en el aire y me estrelló la cabeza contra la mesa. Fue tan rápido que lo único que sentí fue el golpe que me sacudió el cerebro y me dejó aturdido.


   —¡No vuelvas a levantarme la mano! —gritó, sujetándome del pelo y volviendo a golpearme contra la madera—. ¡Y deja...! —repitió el golpe y yo intenté sujetarle de los brazos para que se detuviera, pero él tenía más fuerza que yo—. ¡De meterte...! —estrelló mi cabeza otra vez—. ¡Con mis prisioneros! —Y otra.


La vista se me cerró por unos momentos, así que me doblé sobre mí mismo y escondí la cabeza contra mis brazos, usándolos como almohada y apoyándolos contra el escritorio, para frenar un posible siguiente golpe y recuperar la visión.


Alger me soltó, se levantó y caminó hasta la puerta para abrirla.


   —Y ahora sal de mi vista... —ordenó, pero volvió conmigo, avanzando en pasos alargados y ruidosos, cuando notó que no me moví ni contesté nada. Me agarró del hombro—. Dije que salieras... —se detuvo—. ¡Oh! —exclamó—. ¿¡Es en serio!? ¡Tienes que estar jodiéndome! —rio, cuando desarmó mi posición, apartando mis brazos y jalándome hacia atrás—. ¿Te ha calentado eso, ¿verdad? —preguntó y entonces noté que tenía una erección entre mis piernas. No era algo que pudiera controlar, mi cuerpo había aprendido a reaccionar de esa forma ante el dolor—. Eres asqueroso, Branwen —siseó, mientras pasaba una mano por sobre mis pantalones y estrujaba el bulto con la palma de su mano. Sentí otro revolcón de tripas—. Excitándote por los golpes de tu padre.


   —¿¡Q-Qué haces!? —chillé e intenté quitármelo de encima, pero él me sujetó con fuerza y apretó otra vez mi erección, exprimiéndola entre sus dedos—. ¡Dé...Déjame! —forcejeamos y logré zafarme de él, mientras, otra vez, aquella arcada se me atascaba en la garganta.


No dije nada más y corrí hacia la puerta, abandonando la habitación. Lo último que oí, luego de cerrarla y salir pitando de ahí, fue la voz de mi padre, riendo al otro lado del umbral.


Me eché a correr por el pasillo, como si él me estuviese siguiendo, mientras un incontenible sentimiento me revolvía el estómago y me cerraba el pecho. No me detuve, no hasta ver la puerta de los baños y encerrarme en un cubículo.


Caí de rodillas frente al inodoro, sostuve la taza entre mis manos y, sin poder evitarlo, empecé a vomitar. Mientras lo hacía, no fui capaz de quitarme el rostro de Alger de la cabeza. Mientras más pensaba en él, más y nuevas arcadas subían por mi esófago y me revolvían las tripas.


Me asqueaba su mera existencia.


Tenerle cerca me causaba náuseas.


Cuando me tocaba, me sentía enfermo.


Joder, cómo lo odiaba.


No era una simple ira contra él, no, esto era mucho más. Lo odiaba desde lo más profundo, lo odiaba hasta fantasear con las mil formas en que me gustaría verle muerto, lo odiaba hasta tal punto, que estaba dispuesto a perderlo todo con tal de verlo caer. Lo odiaba como nunca pensé podría llegar a odiar a alguien.


Vomité hasta quedar completamente vacío, hasta que mi cuerpo se aseguró de no tener nada más en el estómago, hasta que mis manos comenzaron a temblar y hasta que sentí los labios secos. Sólo entonces me detuve.


Tiré de la cadena y me levanté para acercarme a los lavabos y lavarme la boca, como cada una de las veces en las que algo como esto había ocurrido. Ya no pensaba en mi padre ni en lo que acababa de pasar, ya no pensaba en mi madre, ni en Noah. Mientras me limpiaba y bebía un poco de agua, me di cuenta que ya no podía pensar.


Y esa sensación, que cada vez se me hacía más corta, era maravillosa.


   —Mierda... —gruñí, frente a la imagen que tenía frente al espejo. ¿Qué clase de debilucho era yo para no ser capaz de hacerle frente? Me lavé la cara, intentando limpiar los rastros de sangre que habían dejado sus golpes. Pero cada vez que me enjuagaba, la sangre volvía a brotar por mi frente y por los costados de mi cabeza—. Joder, mierda... —mascullé, intentando contener la ira y la violencia que sentí y que intentaba desesperadamente escapar de mí—. ¡Joder! —le di un puñetazo al cristal y mi reflejo se quebró en pedazos, mostrándome un rostro destrozado y dividido, que me echaba en cara todas las facetas que intentaba ocultar.


Mi mano también empezó a sangrar, pero sólo un poco. La envolví en un montón de papel higiénico y salí, para dirigirme a la enfermería. Si seguía de esta forma, acabaría causándome más heridas.


Wolfang se me quedó viendo, con la boca entreabierta y los ojos asombrados, cuando entré, como si estuviera frente a un fantasma. El hombre estaba sentado a un costado de una camilla, donde Noah dormía. Le estaba inyectando algo.


   —¿Qué...? —titubeó, mientras quitaba la aguja de su brazo y la tiraba a la basura—. ¿Qué diablos te ocurrió, Branwen?


   —¿Qué le inyectaste? —pregunté, apoyándome contra el umbral de la puerta.


   —Más sedantes —explicó él—. Tuve que extirparle ese lápiz que bien pudo haberlo matado. Por suerte, Alger no lo clavó lo suficientemente profundo para dañar algún tejido delicado. 


   —¿Y las arterias? —pregunté.


   —Ninguna fue comprometida lo suficiente... —Wolfang se levantó y le dio un último vistazo a Noah antes de caminar hasta mí—. ¿Quién diría que el Número Trece tendría tanta suerte?


Casi sin quererlo, solté un suspiro de alivio.


   —Tu ropa está toda vomitada —siguió Wolfang, acercándose más a mí—. ¡Y estás sangrando por la puta frente! —exclamó, pasando una mano enguantada en látex por los costados de mi cabeza—. ¿Fue Cuervo?


Asentí con la cabeza.


   —Mi interrupción no podía quedarse sin castigo —expliqué. Wolfang miró hacia atrás otra vez, para observar al chico inconsciente en la camilla.


   —Este cabrón no ha hecho más que causarnos problemas —gruñó.


   —Sabes que no es su culpa... —aparté su mano con un pequeño golpe y me metí en la habitación, para sentarme sobre una cama—. Mi padre es el verdadero problema.


Wolfang rio en voz alta.


   —Sí que se pasó esta vez—comentó.


   —¿El chico estará bien? —le pregunté. Wolfang encarnó una ceja.


   —Te apuesto un desayuno a la cama a que despierta hoy —dijo.


Me reí. Wolfang tenía demasiadas esperanzas puestas en Noah.


   —Dos días —desafié. Noah era fuerte, pero nadie podía soportar tanto y él llevaba casi un mes aguantando las torturas de mi padre. Además, Wolfang acababa de inyectarle sedantes—. Por lo bajo serán dos, quizás tarde más.


   —Hecho —Wolfang rio—. Encárgate de robar un poco de jugo de naranja para mí mañana, ¿vale?


   —Claro, claro... —me burlé y di dos golpecitos sobre la cama, para que él se me acercara—. ¿Puedes curarme? —pregunté.


   —Por supuesto... pero primero, quítate esa ropa asquerosa. Apestas —Antes de acercarse a la camilla, él volteó hacia un armario y extrajo una pequeña caja, parecida al botiquín que había en la sala de los calabozos—. ¿No te sientes bien? —preguntó—. ¿Por qué vomitaste?


¿Cómo iba a explicarle a este sujeto que mi padre me causaba náuseas?


Preferí mentirle.


   —Algo de lo que comí al almuerzo debió haberme sentado mal... —contesté, quitándome la sudadera y la camiseta que vestía debajo. Él volvió, cargando el botiquín en una mano y un algodón en la otra y se acuclilló frente a mí.


   —Tus pantalones también apestan —dijo y sonrió. Entonces noté que los había ensuciado igualmente, pero apenas tenían una mancha pequeña.


Sonreí de vuelta.


   —Tú sólo quieres verme desnudo —me burlé, quitándome las botas y desabrochando mis pantalones, para deslizarlos por mis piernas y así despojarme de ellos. Él me observó en silencio y con una sonrisa maliciosa en los labios.


   —¿Tan obvios soy? —rio, olvidándose del botiquín y sujetándome de las caderas. Sentí sus dedos metiéndose bajo la tela de mi ropa interior y presionando mi piel.


Levanté una ceja.


   —¿Y qué pasa con mis heridas?


Él se abalanzó sobre mí y hundió sus labios en mi pecho.


   —Tus heridas pueden esperar un poco más, ¿no?


   —Wolfang...


   —Shhh, silencio. Voy a follarte ahora.


Envolví su cintura entre mis piernas.


   —Pero en otro sitio —pedí.


   —Ah, demonios... —Él me cargó, para llevarme al cuarto de baño—. ¿No me digas que ahora eres tímido? —pateó la puerta para entrar y me sentó sobre el lavabo. Le vi quitándose los pantalones con cierta desesperación—. Ven acá... —me tiró del brazo para bajarme y me giró, haciendo que le diera la espalda, para tener completo acceso a mi culo.


Sentí sus manos cruzándose y arrastrándose por mi pecho y cómo él entraba de una sola vez, sin avisar ni prepararme antes. Por unos segundos, un frío intenso, como un escalofrío, me estremeció todo el cuerpo.


   —Joder... —gimió, empujando una segunda vez y clavándose en mí más profundo—. ¿Cómo es que lo soportas? —preguntó, empujándome contra el lavamanos y lanzándose sobre mí, reduciéndome. Sentí su pecho contra mi espalda y me mordí los labios para ahogar un jadeo. Iba a contestar, pero él me metió los dedos en la boca y jaló mi cabeza hacia atrás—. Joder, Branwen... —Su otra mano me sostuvo por el cuello y apretó, asfixiándome levemente.


Solté un grito ahogado por sus dedos, que estaban empapados en mi propia saliva.


   —¡Sí! —gimió, besando mi mejilla y raspándome la piel con sus dientes, mientras seguía follándome y seguía presionando contra mi garganta—. Grita más, cariño... —ordenó y yo sólo obedecí, intentando echar fuera todo el placer que me causaba sentirle tan adentro, tan caliente y tan ausente, tan lejano a mí—. Quiero oírte.


   —M-Más... —rogué entre gemidos—. Más, Wolf.


Él me tomaba como si yo fuera sólo un trozo de carne.


Él me violaba como si yo existiera sólo para eso.


Mientras me cogía, me hacía sentir insignificante. Aplastado. Roto.


Y amaba esa sensación...


 


 


        


 


Media hora más tarde, Wolfang arrastraba las manos por mi espalda, antes de depositar ahí un beso y susurrarme:


   —Date una ducha. Te dejaré ropa limpia en la habitación y saldré a fumar un cigarrillo, ¿bien?


Yo asentí con la cabeza y me quedé ahí, con el torso apoyado contra la cerámica fría del lavabo y todavía temblando por un reciente orgasmo. Exhausto.


   —Si el prisionero despierta, envíalo de vuelta al calabozo... —dijo, antes de cerrar la puerta—. Y comienza a pensar en mi desayuno.


Le oí marchándose y me quedé unos minutos más en la posición en la que estaba, deleitándome con el relajo que sólo el buen sexo podía causarme. Relajo que duraba muy poco para mi gusto, pero que cada vez me esforzaba más en mantener y atesorar. De estos momentos, momentos en los que mi mente quedaba vacía y en blanco y en los que no podía sentir absolutamente ninguna porción de mi cuerpo, había pocos.


Cuando la exquisita sensación se acabó, me erguí nuevamente y me vi en el espejo. Wolfang no había curado las heridas de mi rostro y, en vez de eso, se había encargado de dejar nuevas marcas de sus dientes y uñas que ya comenzaban a enrojecer por todo mi cuerpo. Pero no tenía problema con ellas. Me gustaban.


Ya les prestaría atención más tarde.


Me quité los restos de papel, todavía pegados a la piel de mi mano que ya se había secado, encendí el grifo y me metí a la ducha. El agua caliente no tardó en despertar el ardor en todos los arañazos, magullones y las heridas de mi frente. Vi, con cierto placer que me era difícil de explicar, cómo los rastros de sangre, que ya se había detenido hace un rato, eran arrastrados por los azulejos, hasta crear un remolino rojizo alrededor del desagüe y desaparecer por el.


Tomé una botellita de jabón y agradecí que Wolfang sólo utilizara productos neutros; ningún molesto aroma a lavanda, ni limón, ni mucho menos la estúpida vainilla que tanto odiaba. Respiré profundo, inhalando el olor a absolutamente nada, antes de verter un poco sobre mis manos y comenzar a lavarme.


El paso del agua podía llevarse muchas cosas consigo como la sangre, la mugre, el polvo o huellas de semen y otros fluidos.


Pero no importaba cuánto tiempo estuviese bajo el chorro.


Siempre me sentía sucio.


No tardé demasiado en terminar y salir, envolviéndome en la única toalla que había a la vista y que estaba colgada de un gancho clavado a la puerta. Me moví en silencio, porque toda la enfermería lo estaba también y, al notar que Wolfang todavía no volvía, intenté buscar la ropa de la que me había hablado. La encontré, perfectamente doblada, a los pies de una de las camillas y la inspeccioné; era ropa suya. Wolfang vestía demasiado simple para mi gusto; siempre los mismos colores de camisetas, siempre los mismos jeans azules y ni hablar de los horribles zapatos que usaba. Supongo que, vistiendo ese delantal blanco todo el día, no importaba mucho lo que vistiera debajo.


Mientras me quitaba la toalla y la dejaba sobre la cama, oí un ruido. Volteé la cabeza, para encontrarme a Noah sentado sobre la camilla. Se sobresaltó cuando notó que le había visto.


   —T-Tienes muchas cicatrices en la espalda... —balbuceó torpemente, con la voz raspada apenas audible y nervioso, y yo sonreí, porque le había descubierto mirándome el culo descaradamente—. H-Hola, Dankworth —tartamudeó.


Me contuve para no reírme en su cara o hacer un comentario sobre sus ojos, ahora clavados en el resto de mi cuerpo. Él ni siquiera intentó disimularlo.


   —Es Branwen... —dije, mientras volvía a anudarme la toalla en las caderas—. Y quizás algún día te cuente de dónde salieron esas cicatrices.


Él me seguía mirando, como embobado.


   —¿B-Branwen? —preguntó.


   —Mi nombre —contesté.


   —Branwen... —repitió, cubriéndose los ojos con las manos temblorosas. Entendí aquel gesto como su forma de decirme: «continúa con lo que estabas», así que volví a quitarme la toalla y me metí dentro de los pantalones de Wolfang—. Es un nombre muy lindo para un cazador, ¿no crees? —preguntó y entonces noté que su voz se oyó más ronca y desgastada.


Sonreí.


   —No hables demasiado... —le dije, para que se calmara—. Te salvaste de una grande esta vez, Noah —me acerqué a la camilla y vi sus ojos azules, muy abiertos y drogados, puestos ahora sobre mi pecho. A veces causaba esa impresión. Tenía muchas cicatrices, la mayoría cortesía de mi padre, cubriéndome todo el cuerpo. Eso asombraba a la gente—. Tienes suerte de que no te hayas dañado las cuerdas vocales ni te haya rajado algún músculo, arteria o algo por el estilo.


Pero él me desobedeció y en vez de quedarse callado, preguntó:


   —¿Qué te pasó?


A veces, este chico me desesperaba.


   —Que guardes maldito silencio... —gruñí y puse una mano sobre su boca—. Wolfang va a volver en cualquier momento y me ordenó que si te veía despierto, te devolviera a los calabozos —hice una pausa, sintiendo con la yema de mis dedos el relieve de sus labios lastimados y rotos—. No quieres eso, ¿verdad? Estás cansado y necesitas recuperarte, aprovecha que estás en una cama y duerme un poco... —Él pareció entenderlo y cubrió mi mano entre las suyas, para tomarla apartarla lentamente de su boca. Sus dedos estaban calientes, había mucha sangre corriendo bajo esa piel y, por primera vez, me causó una curiosidad casi insoportable. Durante este tiempo había visto a este chico sufrir más torturas que las que cualquier favorito de Cuervo anterior habría podido soportar. Pero él seguía vivo, de alguna forma.


¿Cómo mierda lo hacía?


Lo cubrí con las mantas hasta el cuello y me senté a un lado de la camilla y, cuando lo hice, él volteó, arropado como una oruga, en mi dirección. Le observé en silencio, aparte de las vendas en su cuello, tenía una mejilla hinchada y un ojo amoratado, sin mencionar la herida en su oído que todavía no acababa de sanar completamente. Él estaba completamente roto, pero incluso con ese rostro destrozado, él subió la adormecida mirada y clavó sus ojos en los míos y en ellos vi vida y energía; vitalidad y supervivencia. De lo que recordaba de existencia, tan sólo había visto a una persona resistiendo a las torturas de Alger de esta manera, aferrándose a la vida con la misma intensidad con la que Noah se arrastraba lejos de las garras de la muerte. Pero ella no había acabado bien y, en ese momento, me di cuenta de que, en el fondo, no quería que se repitiera la historia.


Me mantuve ahí, viéndole cabecear a ratos, batallando con el sueño, cerrando los ojos por algunos segundos, para volver a abrirlos y toparse con mi mirada sobre él. Yo tampoco podía comprender por completo mi actuar, pero, joder, no podía negarlo. Sus admirables ganas de vivir me fascinaban, atrayéndome como un jodido imán.


   —No dejes que se repita, Noah... —susurré, sin saber si él me estaba oyendo o no. Ya había cerrado los ojos y acerqué mi mano a su rostro, para sentir su respiración tranquila y calmada. Se había dormido. Sonreí, burlándome un poco de la situación.


Ya lo había captado.


A este paso, este chico haría perder todas mis apuestas. 

Notas finales:

Uf! Qué duro ha estado este capítulo. 

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review 


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