Capítulo 3. Falsa realidad parte 1: Una vida, Una mentira.
Sebastian Michaelis siempre fue un niño serio, igual que su hermano mayor. A su madre le preocupaba que sus tres hijos asumieran el temple frío de su segundo esposo.
La verdad, es que no siempre los niños fueron así, todo empeoró con la partida del hombre que encabezaba el hogar, y es que… las últimas palabras que le dedico a su hijo, dejaron un enorme hoyo en su interior, sembró una duda, que fue creciendo con el paso del tiempo.
El niño de pelo azabache y ojos pardos comenzó a vislumbrar soslayos de una vida pasada. El fue un hombre, lo supo cuando se vio así mismo reflejado en el espejo de una peinadora, ajustando el nudo de su corbata.
El trabajó, lo supo cuando revivió estar sentado en un pequeño escritorio sacando cuentas, cocinando, limpiando, sirviendo…
Supo que fue un sirviente. Uno que le llevaba el desayuno a la cama a su señor, con la misma entereza que interponía su cuerpo para evitar que un pedazo de escombro lo aplastara.
El amó, descubrió el amor al encontrarse con dos gemas de lapislázuli que le dirigían una mirada penetrante. Una y otra vez sus ojos rondaban en los recuerdos.
Sebastián comprendió que todos esos no eran más que ilusiones salidas de su imaginación. Por su puesto, era un niño de siete años que no lograba comprender ni siquiera el significado de imaginarse con un joven enrollado entre tus sábanas, mientras los rayos del sol del alba iluminaban la piel descubierta…
Pero las ilusiones no cesaron, y le martillaban la cabeza, hasta que poco a poco, Sebastián se convirtió en un hombre encerrado en el cuerpo de un impúbero. Conciente de que esa vida tal vez no le pertenecía.
Pasear con sus hermanos, escuchar los cuentos narrados por su “madre” antes de dormir, asistir a una escuela. ¿Estaría soñando acaso? ¿O lo que veía eran realmente alucinaciones? Sin embargo, se sentían tan reales.
-Debes seguir tus instintos Sebastian-chan –escuchó la escalofriante voz del padre de su hermano- ¿estás seguro de que son sólo sueños? Las largas uñas negras se delizaron por la pálida mejilla -¿cómo explicas, que un niñito como tú, que no ha vivido absolutamente nada, le vengan todas esas imágenes a la cabeza, que ni siquiera termina de comprender? Dime, ¿con qué cosas asocia tu mente para recrear todas esas escenas?
Y entonces ocurrió…
Dejó de ser Sebastian Michaelis, el niño, para ser Sebastian Michaelis, un contratista, o excontratista. Recordó haber servido a Ciel Phantomhive, recordó haber devorado muchas almas a lo largo de una larga vida. Lo que no recordó, fue en qué maldito embrollo se habría metido para terminar en ese sitio, como “hermano menor” de un shinigami, porque ese era el William T. Spearce de sus recuerdos, un shinigami con el cual se topó en diversas ocasiones, pero ahora era un niño tres años mayor a quien vió crecer y le ayudaba con las tareas o defendía en la escuela, daba escalofríos.
Desde que recuperó sus recuerdos se volvió un niño con una personalidad tan helada como un tempano. Esto sólo ensombreció aún más el ambiente del hogar, y llevo a la madre a una depresión profunda.
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Un día cualquiera, la madre con sus tres niños daba un paseo por el centro comercial. Ella llevaba de la mano al pequeño Claude de cinco años, por otro lado, Sebastian y William también iban juntos. La hermosa mujer no perdía la voluntad y trataba en lo máximo posible construir una familia unida, fomentaba el amor entre los hermanos, aunque estos no parecían llevarse muy bien. Ellos ni siquiera discutían, sólo no parecían tolerarse.
-Wiiiiiiilllll………-a la familia no le dio tiempo de ver nada más que una cabellera roja abalanzarse sobre William, tumbándolo-Will!- el joven pelirrojo restregaba su mejilla contra la de un sonrojado William.
El corazón de Sebastian dio un latido, nunca se hubiera imaginado sentirse tan feliz de ver al demente del shinigami. Era la primera cara conocida, además de William T. Speras y Undertaker, que había visto desde que se hizo consiente de estar en semejante situación.
- Grell Sutcliff! ¿qué demonios se supone que haces?
El chico derramo unas lagrimas –Will, hacía tanto que no te veía, al fin te encontré-a pesar de aparentar estar molesto, William no podía ocultar su evidente sonrojo.
-Bájate de una vez.
-Lo siento –el peli castaño se mostró realmente sorprendido ante esa disculpa, Sebastian también. Este no parecía ser exactamente el mismo Grell Sutcliff que él recordaba, se había vuelto más, sumiso. –descuida -desvió la mirada.
-¡Grell! –una mujer con el cabello del mismo color se acerco –¿por qué saliste corriendo de esa forma? –A Sebastian se le vino un seudónimo a la cabeza “Madam Red”.
-Madre, es sólo que me encontré con alguien -Esta realidad parecía un poco retorcida, decidió que seguiría asumiendo cada situación con normalidad a ver que más sucedía. Pero sus planes se fueron a la borda, cuando notó el bulto que se encontraba bajo el vestido rojo que llevaba puesto la mujer, tras ella, apareció un hombre alto, de cabello negro, ojos marrones y un lunar cual lagrima, que parecía descender de sus pómulos.
Esta vez su corazón sí que dio un vuelco- cariño, no puedes estar pegando esas carreras cada vez que Grell desaparece.
El niño de pelo azabache no pudo evitar posar su mano en el abultado vientre, provocando un respingo en todos los presentes. Su madre, estaba fascinada por el interés que mostraba su hijo en la vida que crecía en ese vientre.
-Lo siento-apartó la mano, pero la pelirroja la volvió a posar en su vientre.
-Descuida- el niño sentía la piel tensa de la mujer por sobre la tela, aunque no notó ningún movimiento.
-¿Es de ambos?-preguntó, dirigiéndose a ambos adultos. Estos cruzaron miradas.
-Así es-respondieron al unísono.
Él lo sabía, Sebastian sabía quién era el niño que crecía en ese vientre. En esta realidad, Madam Red cumplía su deseo de ser la madre de esas gemas azules iguales a las de su hermana mayor. Ese niño era el último contrato que recordaba haber sellado y sería con quien encontraría las respuestas de su situación actual.
Qué cosas inimaginables no recordaba haber vivido con ese niño…
Continuará…