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Last Friday Night por rina_jaganshi

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Notas del fanfic:

Disclaimer: La serie de Yu-Gi-Oh le pertenece a Kazuki Takahashi, nosotras solamente hacemos yaoi sin fines de lucro. 

Rina: Este fic nació gracias a la canción “Last Friday Night”

Rini: Aclaramos que nosotras la escuchamos con Alex Goot y que no se usa la canción en el fic.  

Advertencias: Caos por doquier, insinuación de orgías y relaciones sexuales.   

Parejas: Tendershipping, Angstshipping, Thiefshipping, Psychoshipping, Deathshipping, Bronzeshipping (todas las combinaciones entre Bakura, Ryo, Marik y Yami Marik). Puppyshipping y, obviamente, Puzzleshipping.  

Notas del capitulo:

  

Una ráfaga de viento me hace estremecer por lo que tanteo con mi mano en busca de mi cobija, sin embargo, lo único que siento es humedad, abro los ojos de golpe, de inmediato me arrepiento, la luz del sol me obliga a cerrarlos de nuevo, siento que todo a mi alrededor se mueve. ¡Literalmente se mueve! Asustado vuelvo a abrir mis ojos, esta vez dispuesto a averiguar qué sucede. Tengo que recobrar el equilibrio. ¡Estoy en la alberca! Más específicamente en un colchón inflable dentro de la alberca. Llevo mis manos a mis sienes, la cabeza me palpita. Otra brisa me hace consiente de mi desnudez, además, el brazo que me rodea la cintura me da una pista inmediata antes de que siquiera la pregunta se formule en mi mente.


¡Por Ra! ¿Qué demonios hice? Mejor dicho, ¿Con quién demonios lo hice? Reprimo un grito de frustración. Quisiera decir que mis conclusiones son erradas pero puedo sentir una punzada de dolor en la parte baja de la espalda. ¡Sabía que dejar a Bakura a cargo de las bebidas era una condena de muerte! Jalo mis cabellos desesperado pero detengo mis bruscos movimientos al, nuevamente, agitarse lo único que me separa del agua, además, el cuerpo a mi lado se revuelve un poco. Tengo que voltear y afrontar la realidad. ¡Tengo qué! ¡Vamos Yugi tú puedes!


Antes de cualquier cosa, respiro hondo varias veces. Me sonrojo al albergar la pequeña esperanza de que mi primera vez haya sido con… pero si no lo fue qué voy a hacer. El pánico se apodera de mí. No, no, no, no, yo jamás podría, es decir, no hay forma de que yo me acostara con alguien más. Mi corazón comienza a latir rápidamente, al mismo tiempo mis ojos se bañan en lágrimas, lo peor es que mi cabeza sigue retumbando, casi como un reclamo por mis irresponsables acciones. Sin esperar más, miro a la persona a mi lado. 


—¡No! —sin poder evitarlo un grito escapa de mis labios e irremediablemente retrocedo, mi reacción provoca que haya un desbalance de peso. Estrepitosamente caigo hacia el agua, mientras Duke se desploma por el otro lado. Como puedo nado hasta la orilla, donde busco la forma de subir. Me sobresalto al sentir unas manos en mi cintura—: ¡Aléjate de mí! —las lágrimas resbalan por mis mejillas, confundiéndose con el agua de la alberca.


—Yugi, no grites —comenta tranquilamente mientras comienza a levantarme para que pueda salir, así lo hago pero inmediatamente me alejó de él, escondiendo mi rostro entre mis manos.  


—¡No entiendes, yo no… —muerdo mis labios con impotencia— ¡Tú y yo tuvimos sexo! —exclamo fuera de mí. Me sorprendo al escucharle reír.


—Te equivocas —su comentario logra que le mire. Él sonríe tontamente al tiempo en que me apunta— al contrario de ti, yo tengo toda mi ropa puesta —me tranquilizo un poco limpiando el rastro de llanto, cómo es que pasé por alto ese pequeño detalle.  


—Eso quiere decir que no tuvimos… —me interrumpe.


—Al menos no entre nosotros —ladeo la cabeza confundido, sus ojos verdes se posan en mi cuerpo. Yo le imito. Me ruborizo. Hay marcas rojas por toda mi piel. Avergonzado me abrazo a mí mismo en un intento por cubrirme. Duke suspira poniéndose en pie, recorre el borde de la alberca y regresa con una camisa tinta de botones.


—Pero no es mía —le hago saber, él, se encoje de hombros. Sin tener otra opción me la pongo, al comprobar que es lo suficientemente larga para tapar mis partes privadas me levanto.   


—Tal vez sea de la persona con quien estuviste —brinco en mi lugar ridículamente—. Si me disculpas, voy a vomitar un poco —inmediatamente llevo mis manos a mi estómago al sentir las náuseas por el simple hecho de escucharle regurgitar, así que corro en dirección contraria a la que se dirige para no terminar como él.   


Me adentro en la enorme casa. Necesito recordar qué fue lo que sucedió. Empecemos por lo que sé. Joey propuso que hiciéramos una fiesta para celebrar que Atem decidió no ir al mundo de los espíritus, todos estuvimos de acuerdo, elegimos la fecha, repartimos las responsabilidades y esperamos pacientemente a que llegara el viernes. Ese día salimos de la escuela, no sé cómo pero Kaiba ofreció su mansión, así que nos reunimos aquí. Me sostengo la cabeza con ambas manos, incluso la simple acción de concentrarme hace que me duela. Vuelvo a respirar lentamente, al mismo tiempo en que obligo a mi mente a que me muestre la imagen grupal. ¿De quién es la camisa?


Trago en seco observando la prenda que me cubre. Es del dueño de la casa, por eso es que me queda tan grande, Seto Kaiba es el más alto de todos mis amigos. Yo no pude… no creo que… El dolor en la cabeza es insoportable. Antes de seguir cavilando, necesito algo para aliviar mi malestar, al menos el físico. Camino en dirección de la cocina, mi abuelo guarda las aspirinas ahí, espero que Kaiba piense de la misma manera. Voy esquivando las botellas vacías que están esparcidas por el suelo. En serio qué fue lo que pensamos al dejar que Bakura se hiciera cargo de las bebidas, ni siquiera sé de quién fue la idea o tal vez él se ofreció. En fin, eso no importa, ya todo está hecho.


No puedo evitar llevar mis manos a mis caderas, espero en verdad encontrar la medicina. Lo primero que veo cuando llego al comedor es al dueño de la casa sobre la mesa, usando sólo una diadema que sostiene unas orejas de gato, tapo mi boca para ahogar el grito de sorpresa, Seto se mueve un poco permitiéndome ver a su rubio acompañante ¡Oh, por Ra! Esto va a ser una guerra cuando se despierten y se encuentren en los brazos contrarios, completamente desnudos. ¿Cuánto debieron beber para terminar así? Bueno, no puedo juzgarlos, yo ni siquiera sé con quién lo hice. Al menos puedo descartar al dueño de la camisa que no sé cómo llegó a la piscina y a mi mejor amigo. La tristeza y el malestar regresan a mi persona, de puntas e intentando hacer el menor ruido posible, rodeo el comedor para continuar con mi búsqueda de un analgésico.


Cruzo la puerta de la cocina e inmediatamente revuelvo los cajones. Agradezco a los dioses que el conocido botecito aparezca al fondo. Sin dudarlo, tomo un vaso para servir agua y me llevo las dos pastillas a la boca. Una vez más tengo que reprimir el impulso de vomitar. Respiro hondo varias veces logrando tranquilizarme. Bien, mi primer objetivo está cumplido, es hora de enfrentar el siguiente. Aún no tengo idea de cómo voy a descubrir a quién le entregué mi virginidad. No es como su pudiera preguntarlo abiertamente, además, qué me asegura que esa persona va a recordar si yo mismo no puedo.


Ante el pensamiento siento el mundo a mi alrededor moverse por lo que mareado camino hacia el muro más cercano. Sin darme cuenta he llegado a la sala. Recorro el lugar con la vista, todo es un caos, hay vasos tirados, frituras, recipientes, la mayoría de los muebles están fuera de lugar y dormida sobre el suelo está Tea cubierta con mi ropa y abrazada a la chaqueta del faraón. Agradezco estar sosteniéndome de la pared pues una ola de imágenes pasa por mi cabeza, todas tratando de responder una simple cuestión. ¿Por qué Tea trae puesta mi ropa?  


Los recuerdos vuelan sin sentido por mi mente. Me veo sentado sobre las piernas de Atem. Mi amiga se acerca frunciendo el ceño, argumenta no sé qué, jalándome de la muñeca me levanta, enseguida, la figuras se distorsionan, Tea en ropa interior, risas, ella se acerca al faraón usando mis pantalones y mi camisa. Más carcajadas así como comentarios impregnados de júbilo, la chica baila, Atem la rechaza, todos vuelven a reír. Me sostengo la cabeza, pidiendo a los dioses que la medicina haga efecto, asimismo, le concedo a mis neuronas un descanso.


Reviso el lugar, al no encontrar otra persona continúo caminando. Estoy por dirigirme a la planta alta cuando escucho unos ronquidos. Sigo el sonido hasta una puerta, la abro para comprobar que hay una persona dentro. Con cuidado me acerco hasta la ducha, retiro la cortina. Tristán está dormido plácidamente. Al menos está vestido, así que otro más que descarto de mi lista. Suspiro aliviado regresando en mis pasos. Muy bien, es momento de revisar la parte de arriba. Con cuidado de no pisar la extraña sustancia que se extiende al inicio de la escalera, comienzo a ascender.  


Un mundo de puertas es lo que descubro cuando llego al nivel superior, tanto del lado derecho como del izquierdo. Esto va a llevarme bastante tiempo. Decido ir primero a la izquierda, en el primer cuarto hay un gran sillón en el cual Mai y Serenity descansan, ni siquiera voy a ahondar en ese asunto. Retrocedo silenciosamente. Una vez fuera dirijo mi atención a la doble puerta con el nombre grabado de Seto Kaiba. Me sorprendo al ver que la cerradura está rota, como si alguien la hubiera forzado. Creo que no necesito pensar mucho en la persona que fue.


Basta que la empuje ligeramente para que ceda, permitiéndome pasar. Debo confesar que siempre imaginé la habitación de Kaiba como las que salen en las películas, con los candelabros resplandeciendo en lo alto, las cortinas de seda y los muebles casi bañados en oro, sin embargo, no es tan exagerada, todo es de tamaño grande pero supongo que por su estatura. Sonrío al dar un paso en la acolchonada alfombra en color beige, al estar descalzo es más sencillo apreciar la suavidad. Conforme me voy adentrando, distingo las prendas esparcidas por el suelo. Con curiosidad me acerco a la cama, tapo mi boca para acallar el grito de asombro. Marik, Ryo y la parte oscura de Marik están sobre el lecho. Los tres están abrazados.


Ni siquiera quiero saber la clase de orgía que sucedió aquí. Una vez más estoy por huir de la escena pero antes de que llegue a la salida, otra puerta se abre. Bakura aparece cubierto sólo por una toalla en la cintura, en señal de que ha tomado un baño. Cuando nota mi presencia camina hacia mí. Yo doy pasos hacia atrás mientras él avanza, hasta que choco con un mueble. Dudo mucho que yo haya sido parte de lo que sea que hicieron aquí, es decir, hubiera despertado rodeado por ellos y, gracias a Ra, no fue así. Me aclaro la garganta en un intento por apaciguar la tensión. Al menos puedo averiguar lo que sabe.


—Bakura, no sé si recuerdes… —me interrumpe.  


—Yo recuerdo todo —comenta burlesco. Seguramente fue uno de sus tantos planes.  


—¿Puedo preguntarte algo? —Su mano recorre mi mejilla, yo rompo el contacto nervioso—. Tú no viste quien… bueno, cómo lo digo —ante mis balbuceos, el albino rueda los ojos con fastidio y completa mi frase.


—Fue la persona que te hizo gemir de placer —ladea la cabeza, aún con esa siniestra sonrisa en su rostro— déjame ver —me toma por la cintura y me avienta hacia el sillón que está detrás de mí, la camisa que me cubre se alza hasta mi abdomen puesto que él, agarrando mis tobillos, me separa las piernas.


—¡Detente! —chillo asustado. Él se coloca entre mis extremidades, yo me retuerzo tratando de alejarlo pero es más fuerte de lo que jamás imaginé. El pánico se apodera de mí, al igual que la vergüenza.     


—Mira qué tenemos aquí —canturrea llevando mi pierna derecha hasta su rostro— ¿Quieres que lo traduzca? —me incorporo rápidamente, confundido observo lo que él examina. En la parte interna de mi muslo hay una inscripción en lo que parece ser antiguo egipcio. Asiento con la cabeza, él se aclara la garganta— “Propiedad del faraón Atem, no tocar” —suelta una ligera carcajada— ese estúpido lo hizo con magia oscura, es permanente enano.


—¡Qué! —una vez más me ruborizo— pero, eso quiere decir que… ¿cómo sabías que estaba ahí? —inquiero. El albino se aparta, permitiéndome sentarme correctamente.    


Los recuerdos vuelven a mi cabeza, no sólo le di mi ropa a Tea, ella me dio la suya. Me veo a mi mismo con la diminuta falda y la blusa de tirantes, me tambaleo al querer caminar con los altos tacones de mi amiga. Otra vez risas suenan, tontamente caigo al suelo. Joey y Tristán me ayudan a levantarme, entre sus intentos por ponerme en pie, uno de ellos desliza su mano por debajo de la falda, hay más carcajadas, yo me contoneo, me hacen cosquillas pero no todos están felices. Tengo que sostenerme la cabeza, suplicando porque mi cerebro haga lo posible por recordar, es como ver una película a la que le faltan partes. Veo las sonrisas de mis amigos, unos ojos carmesí irradiando ira, una discusión sobre mí. Una frase resuena entre las palabras sin sentido, dándome la respuesta, una frase dicha por Bakura. Le miro molesto.


—No veo que tenga tu nombre escrito, faraón —repite corroborando mis caóticas memorias. Un puchero se forma en mi boca— Todavía no puedo creer que lo haya hecho, es un idiota —estalla en una grotesca carcajada.


—¡Sí sabías que estaba ebrio, no debiste alentarlo! —su sonrisa se ensancha, asimismo, lleva sus labios hasta los extraños jeroglíficos para depositar un beso— ¡Deja de molestarme! —intento patearlo en vano.


—Regularmente me levanto con mucha energía, enano no deberías estar semidesnudo en mi presencia —instintivamente jalo la prenda para cubrirme, además, retrocedo hasta dejar mi espalda pegada al respaldo del sillón, tratando de poner la mayor distancia entre nosotros. Mis acciones parecen gustarle, pues me mira relamiéndose los labios—. Apuesto a que te gusta que sean rudos contigo —tiemblo en mi lugar al sentir sus manos en mis muslos.


—¡Acaso quieres morir! —Exclamo con una idea, él alza una ceja altanero, me aclaro la garganta—. No acabas de ver que le pertenezco al faraón —el ligero titubeo que hay en sus ojos me anima a seguir— ¿Qué crees que Atem te haga si se entera que te atreviste a tocarme? —Frunce el ceño, es mi turno para sonreír confiado—. Dudo que el reino de las sombras sea suficiente castigo —puedo ver que aprieta la mandíbula, yo le sostengo la mirada, no puedo echarme para atrás en mis palabras. Otra carcajada llama nuestra atención, desde la cama se levanta la parte oscura de Marik, todavía no entiendo cómo es que él también consiguió un cuerpo y hablando de eso, camina tranquilamente sin importarle estar desnudo.


—Me encantaría ver la reacción del faraón si nos encontrara jugando con su pequeño Yugi —lentamente se inclina para colocar sus brazos en el abdomen del albino, luego, le jala hacia él, logrando que su pecho se pegue a su espalda, sus ojos lilas me miran intensamente mientras lame el blanquecino cuello, dejando un rastro de saliva, cuando llega al oído se separa un poco—: O tu rostro bañado en lágrimas mientras el ladrón y yo te penetramos violentamente —una vez más, el miedo regresa a mí pero, aprovechando que Bakura está distraído, escapo saltando por la parte lateral del sillón. En cuanto mis pies tocan el suelo corro hacia la puerta.


—Eso jamás va a suceder, sólo Atem tiene el derecho de tocarme —digo con decisión y salgo estrepitosamente. 


Me abrazo a mí mismo en un intento por dejar de temblar, sin embargo, no puedo estar mucho tiempo así pues escucho la terrorífica risa de Marik. Asustado me pongo en movimiento, no me importa no saber a dónde voy, siempre y cuando sea lejos de ellos. No puedo evitar sentirme atemorizado, nunca había estado a solas con esos lunáticos, el faraón siempre les hizo frente o, mínimo, mis amigos me acompañaban,  por lo que todo esto es nuevo para mí, sobre todo al tratarse de mi persona siendo abusada por esos dos. Agito mi cabeza, aun si Atem no recuerda lo que sucedió entre nosotros, estoy seguro que jamás permitiría que eso pasase.


Un poco más tranquilo, miro a mi alrededor para encontrar distintas puertas. Aún tengo que revisar cada una de ellas. Al menos, el peligro ha pasado. Suspiro y, con resignación, retomo mi búsqueda. Cuartos, baños, una biblioteca, un salón de juegos, uno de trofeos, un estudio, ¿en serio es necesario tener todo eso? Qué obsesión de la gente rica por tener una enorme casa. Yo soy feliz con el tamaño estándar de mi cuarto, un escritorio, mi closet, mi cama y ya. Para qué llenarlo de muebles que, seguramente, jamás usaré. Suspiro dejando atrás otra recamara. Estoy por abrir la siguiente puerta pero doy un paso hacia atrás justo en el momento en que alguien más sale.


—Buenos días Yugi —saluda el chico de cabello azulado, antes de que pueda devolver el saludo, sus mejillas se tiñen de rojo, yo parpadeo confundido— parece que se divirtieron mucho ayer —es mi turno para ruborizarme al captar la indirecta.


—Sí, bueno, no, es decir —carraspeo—, Mokuba, lo que sucedió ayer fue un acto irresponsable y por favor te pido que no sigas nuestro ejemplo —pese a que estoy consciente que es imposible tomar en serio a una persona que no trae pantalones, trato de mostrarme lo más convincente posible. Él menor de los Kaiba sonríe y asiente con la cabeza.


—Descuida, Yugi, no lo haré —suspiro aliviado.


—Por cierto, no vayas al cuarto principal —hace una mueca  de desconcierto— es más, deberías esperar en tu cuarto hasta que todos se marchen, sí eso es lo más seguro —sin esperar respuesta le tomo de la mano para comenzar a caminar. No voy a permitir que los locos de Marik y Bakura asusten al pobre chico, además, tampoco creo que le sea muy grato ver a su hermano desnudo abrazando a otro hombre, lo mejor es mantenerlo a salvo.


—¡Yugi! —me detengo de golpe al escucharle gritar—. Ese no es el camino, además, no puedo, el faraón está en mi habitación —ladeo la cabeza con duda, él sonríe— como a las cuatro de la mañana entró, parecía perdido, empezó a parlotear disparates, algo sobre regresar con su ambio, apio, atrio, airo…


—¿Aibou? —chasquea los dedos.


—¡Eso! Aibou —hace una pausa para soltar una risita— estaba bastante alterado, después, tomó la foto que me diste para poner en el cartel del nuevo torneo y se puso a hablarle, fue tan raro y al mismo tiempo tan gracioso —vuelve a reír, con la imagen mental no puedo más que hacer lo mismo, cuando nos tranquilizamos, el chico continúa—: al final colapsó en mi cama, como olía mucho a alcohol, me cambié de cuarto —se encoge de hombros.


—Oh, lamento que lo hayas visto así y que se haya apoderado de tu cuarto —sonrío apenado, el niega con la cabeza.


—No te preocupes —gira en sus tobillos, indicándome que le siga, así lo hago. Volvemos en nuestros pasos, ni siquiera me di cuenta que había llegado al final de corredor. Pasamos tres o cuatro puertas antes de que el menor vuelva a mirarme— Por cierto, ¿no es esa la camisa de mi hermano? —Puedo jurar que mi cara se tiñe de rojo intenso, él sonríe pícaro—. Debo suponer que tú y Seto… —le interrumpo moviendo mis manos frenéticamente en señal de negación.


—¡No, no es lo que parece! ¡Él no es con quien yo…! —me muerdo los labios antes de terminar mi frase, él se carcajea— Mokuba, eres muy pequeño para discutir sobre estos temas —comento seriamente, aún sin lograr que mis mejillas recuperen su tono de piel normal.


—Que decepción… —me lanza una mirada sagaz— me gustaría que tú y Seto estuvieran juntos, estoy seguro que con todas tus ideas sobre la amistad y el amor, él se volvería una persona más feliz —suspira y agrega—: tú y yo podríamos jugar todo el tiempo, como tenemos mucho dinero, no necesitarías trabajar, serías como otro hermano para mí —con cariño enlaza nuestras manos. Yo sonrío con cordialidad.


—Lo siento, Kaiba y yo sólo somos amigos —su mirada se entristece, le revuelvo el cabello— eso no quiere decir que tú y yo no podamos jugar, sólo dime qué día tienes libre e iremos a donde quieras —mis palabras parecen animarle—. Además, estoy seguro que la persona que Kaiba elija te va a agradar mucho —una vez más afirma con la cabeza, luego se detiene y me señala una puerta.


—Esta es mi habitación, el faraón estará feliz de ver a su aibou —se despide con la mano, enseguida, se va corriendo para perderse en la inmensidad que es su casa.


Un nerviosismo inunda mi cuerpo. No creo que Atem se alegre de verme si ni siquiera puede recordar lo que hicimos. Tal vez actúe como si nada hubiera pasado. En ese caso qué voy a hacer. No puedo reclamarle, yo mismo no tengo idea de lo que sucedió. Lo único que he hecho es sacar conjeturas. Suspiro y, dándome valor, giro la perilla para empujar la madera. Después de ver cada uno de los cuartos de esta mansión, es imposible que me sorprenda con lo grande que es la recamara de Mokuba, obviamente está repleta de objetos que le gustan, además de muebles de apariencia ostentosa. La cama es bastante similar a la que se encuentra en el cuarto de su hermano y justo en el medio está la persona que busco.


Con cuidado me siento sobre la orilla más próxima a la cabecera. No puedo evitar sonreír al notar lo relajado que se ve su semblante cuando duerme. Nunca había tenido tal oportunidad, de hecho creo que es la primera vez desde que tiene un cuerpo propio. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? ¿Por qué tuve que enamorarme de él? Lentamente me recuesto a su lado, manteniendo cierta distancia, hubiera sido más sencillo si despertáramos aquí, los dos, abrazados, conscientes de lo que hicimos en la noche pero no, el destino, un montón de tragos, un descuido y todo se fue al diablo.


Paseo mis ojos desde su apacible rostro hasta su torso desnudo, frunzo el ceño al notar que trae pantalones, SUS pantalones. ¿Qué significa eso? ¿Por qué entonces estoy yo desnudo? ¿Podría ser que fue otra persona con la que me acosté? No, no puede ser, todos los demás están vestidos o con sus respectivas “parejas” o grupo si pienso en Bakura y Marik. En fin, los únicos que faltan en la ecuación somos Atem y yo, por obviedad no pude haberme entregado a otra persona, no obstante, falta el hecho de que él trae parte de su ropa puesta, además, de que no estaba conmigo cuando desperté. Dudo mucho que lo hayamos hecho y él me dejara ahí… porque jamás me haría algo así.


Cierro los ojos con fuerza, suplicándole a mi cerebro que haga un intento por recordar. ¡Por favor! Sé que la información está ahí, almacenada en algún lugar de mi memoria, sólo es cuestión de acceder a ella. Respiro varias veces. Yo puedo, yo puedo. Poco a poco veo las escenas pasar por mi mente, descarto aquellas que ya me ofrecieron respuestas, tratando de concentrarme en otras. Mis esfuerzos son en vano. La desesperación hace acto de presencia, estoy por ponerme a gritar cuando…


—¿Aibou? —brinco en mi lugar, asimismo, abro mis ojos enfrentándome al faraón, quien, con parsimonia pasa una de sus manos por su cabello, luego, observa a su alrededor desorientado hasta que posa sus orbes carmesí sobre mí. Hace un movimiento brusco como si la realidad le golpeara de repente, de inmediato se queja del dolor.


—No deberías levantarte así —me incorporo sólo para, suavemente, volverlo a recostar. Yo me quedo sentado, él está absorto observando algo, sigo la trayectoria de su mirada para descubrir que ese “algo” resultan ser mis piernas. Apenado jalo la prenda en un vago intento porque cubra un poco más, parece captar mi incomodidad y desvía la mirada. 


—Lo siento —se disculpa, yo niego con la cabeza.


Ni siquiera sé cómo empezar una conversación que me lleve a lo ocurrido. No es como si solamente pudiera preguntar, además, si en realidad nada sucedió tendré que afrontar la cruda verdad de que me acosté con alguien diferente y desconozco con quien pero no puede ser así. Ya encontré a cada persona que asistió por lo que debe ser con él, con Atem, con el que alguna vez fue mi otro yo, con la persona que más amo en este mundo.    


Aibou… —otra vez reacciono al llamado, sorprendiéndome al distinguir cierto titubeo en su persona— ¿acaso te hice algo indebido? —agacha la mirada con un gesto afligido, supongo que ha llegado a esa conclusión al despertar conmigo en ese estado.


—No te preocupes, acabo de llegar al cuarto, así que… —me interrumpe.


—Cada vez que cierro los ojos, me veo tocándote, besándote y… —se levanta para sentarse, sosteniéndose la cabeza—, todo es tan confuso, no tengo idea de si es un sueño o en realidad yo… —mi corazón comienza a latir rápidamente.


—¿En dónde y cómo? —me observa incrédulo, yo me sonrojo— es que, puede ser que haya pasado algo entre nosotros pero yo no recuerdo mucho —le miro suplicante, él  suspira antes de cerrar los parpados.


—Estamos en un mueble —comienza a relatar—: tú estás sentado sobre mí, usas una falda y yo no hago más que pasear mis manos debajo de ella —comenta con un tono de remordimiento—, te cargo para llevarte a otro sitio puesto que el ladrón y el cuida tumbas están molestando —reprimo una risa para no entorpecer su narración—, llegamos a un lugar con agua, tú comienzas a desvestirte, yo te imito, hago algo en tus muslos e inmediatamente después estoy acariciándote y besándote, luego todo se pone borroso, lo único que distingo es que gimes mi nombre mientras yo… —tuerce la boca, asimismo, abre los ojos—, ¿en realidad sucedió? —inquiere.


—Creo que sí —guio su mirada a la parte interna de mis piernas, con cuidado de tapar mi zona pélvica le muestro la inscripción. Traga en seco.


—Yo… —lentamente su mano se pone en movimiento para rozar con la yema de sus dedos la extraña caligrafía. Me estremezco ante el contacto, asimismo, no puedo evitar excitarme un poco, como si mi piel recordara lo que mi mente no puede— Aibou, de verdad lo lamento mucho —con cariño acaricia esa parte, provocando que un gemido escape de mi garganta, por ello, retiro su extremidad avergonzado— Supongo que lo que menos quieres en estos momentos es que te toque…


—¡Te equivocas! —exclamo cortando su discurso—, por el contrario, estoy muy feliz y aunque no sepa cómo fue, me alegro de haber sido tuyo. Porque yo siempre te he amado… —bajo el tono de mi voz hasta convertirlo en un susurro al notar que el faraón aprieta los puños con fuerza. No pensé que le confesaría así mis sentimientos, supongo que es ahora donde viene el rechazo. ¿Cómo pude ser tan ingenuo? Es obvio que lo de ayer fue un error originado por el alcohol. Las emociones empiezan a agobiarme, haciéndome consciente del daño irreparable que mi declaración va a causar en nuestra amistad. Con estos pensamientos las lágrimas resbalan por mis mejillas—. Mou hitori no boku, lo siento mucho, entiendo, si no, quieres volver a hablar, conmigo —le hago saber entre sollozos.


Aibou, no existe razón por la cual debas disculparte, por el contrario —con cariño coloca sus manos sobre mis hombros— soy yo el que debe suplicar por tu perdón. Me presté al tonto juego de beber y mi comportamiento hacia ti fue inapropiado —su mano izquierda sube hasta mis mejillas para, con el pulgar, interrumpir la huella de llanto—. Por favor, no malinterpretes mis palabras, tú eres lo más preciado que tengo, nada me hace más feliz que el saber que correspondes mis sentimientos. Es por eso que estoy avergonzado de no haberte hecho el amor como mereces —la tristeza es remplazada por felicidad.  


—¿Cómo es que siempre sabes que decir para hacerme sentir mejor? —me sonríe amablemente, yo cierro los ojos esperanzado. Puedo sentir su aliento cada vez más cerca, tal vez, ya hemos hecho esto (y más) pero estoy ansioso por besarlo de manera consciente, de juntar nuestros labios buscando transmitir el amor que tenemos por el otro, mi burbuja explota gracias al estruendoso chillido que retumba por cada rincón de la enorme residencia.


—¡Qué demonios me hiciste! —Sí, ese es Joey—. ¿Crees que por tener dinero puedes ir por el mundo profanando el cuerpo de otras personas? —no puedo evitarlo y comienzo a reír, el faraón alza una ceja dubitativo.


—Lo mejor es marcharnos de aquí, te explico cuando estemos fuera de peligro.


—¿Fuera de peligro? —repite. De un salto bajo de la cama, enseguida, camino en dirección de la puerta, me detengo al percatarme de que no me sigue, giro en mis tobillos, una vez más, el faraón recorre con sus orbes rojos mis piernas, había olvidado el pequeño detalle de mi desnudez—. Busquemos tu ropa —me revuelvo nervioso.


—Ehm, no es necesario, sé exactamente en dónde está —espera pacientemente a que continúe— bueno, según mis enmarañados recuerdos, hubo un momento en el que Tea y yo cambiamos de ropa, así que, ella la tiene puesta —alboroto el cabello de mi nuca, él suspira pesadamente—, también tiene tu chamarra y no tengo idea de dónde esté tu camisa, esto es lo único que encontré para cubrirme —se ubica a mi lado.  


—De acuerdo pero no puedo permitir que salgas así —se cruza de brazos ignorando el hecho de que su torso está desnudo.


—¡Mou hitori no boku, no hay tiempo para eso! —inflo infantilmente las mejillas. Antes de que pueda regañarme más, otro grito lo interrumpe.


—¡Aléjense de mí! —Esa es la voz de Ryo, es como una reacción en cadena—. ¡Claro que no me gustó Bakura ni siquiera recuerdo lo que sucedió! ¡Ah, deja de tocarme ahí! —tomo la mano del faraón para comenzar la huida. Esto se va a convertir en un campo de batalla.


—¡Maldito lunático te dije que no hicieras nada raro! —Marik.


—¡Vamos a ver qué haces cuando te corte esa cosa! —otra vez Joey.


—¡Perro rabioso baja ese cuchillo y sal de mi casa! —me sorprende escuchar que Kaiba grite pero considero que la circunstancia lo amerita. Un nuevo suspiro sale de mi boca mientras continúo arrastrando al faraón. Al pasar por el cuarto principal nos topamos con que el albino intenta salir pero su igual lo mantiene apresado de la cintura.


—Enano, decidiste que si quieres experimentar —me sonríe siniestramente mientras Ryo se revuelve entre sus brazos. En la cama puedo ver a ambos egipcios pelear.


—Perfecto, hagamos que el idiota faraón observe mientras nos turnamos al pequeño Yugi —sugiere la parte oscura de Marik, sentándose sobre el otro rubio, quien, de inmediato le da un golpe en la cabeza.


—¡Cuántas veces te he dicho que debes respetar al faraón! —su ataque sólo ocasiona que le preste atención y comience a tocarlo—. ¡Detente!


—¡Bakura, déjame ir! —grita ahora el amable chico mientras el ladrón lo carga sobre su hombro para devolverlo a la cama.


—¿No deberíamos ayudarlos? —inquiere Atem, yo trago en seco.


—¡Huyan ahora que tienen oportunidad! —gritan dramáticamente los dos chicos. Yo les dirijo una mirada enternecida y salgo corriendo escaleras abajo. La verdad es que no quiero abandonarlos pero es una lucha que no puedo ganar y dudo mucho que se solucione con un duelo de cartas.


Al estar escapando despavorido, me olvido de la extraña sustancia que cubre los escalones, por lo que caemos aparatosamente por el último tramo. El faraón hace lo posible por usar su cuerpo para evitar que me lastime pero nada me salva de la torcedura de tobillo. Me quejo y él, me carga en brazos. Su mirada ha cambiado, ahora si está convencido de que debemos salir lo antes posible. Sobre todo al ver que Tea se tambalea hacia nosotros.


—Chicos, no me siento bien… —todo su cuerpo se dobla y vacía el estómago a centímetros de nosotros. Ambos hacemos una mueca de asco. Atem dirige sus pasos al comedor, entro en pánico e intento avisarle pero es demasiado tarde.


—¡Imbécil egocéntrico voy a encargarme de que no abuses de otra persona inocente! —grita el rubio a la vez que lanza todo lo que hay a su alcance.


—¡Wheeler quién dice que no fuiste tú el que me emborrachó para poder acostarte conmigo! —al igual que Kaiba, el faraón evita los platos, los vasos, las velas, los cubiertos pero recibe de lleno en el rostro el golpe de un sartén. Desorientado cae de espaldas, llevándome consigo.


—¡Mou hitori no boku! —preocupado me incorporo un poco, sin embargo, el dolor en mi tobillo me hace desplomarme, por ello me pongo sobre mis rodillas y mis manos. La discusión se detiene, yo echo un vistazo por encima de mi hombro, tanto Joey como Kaiba miran en nuestra dirección, más específicamente a mi trasero. El faraón parece reaccionar y jala la prenda hacia abajo.


—Salgamos de aquí, aibou —comenta con el ceño fruncido, yo afirmo con la cabeza. En cuanto estamos fuera, los gritos se vuelven a escuchar, así como objetos romperse. De una de las ventanas superiores vuela una lámpara, creo que es del cuarto principal. Suspiro aferrándome al cuello de Atem. Esta ha sido una de las peores decisiones que hemos hecho. La próxima vez que hagamos una fiesta será con la estricta orden de: “No se permiten bebidas alcohólicas”.   

Notas finales:

Ryo: ¡Les digo que se detengan! —grita mientras intenta cubrir su desnudes con una sábana, a su lado el egipcio sostiene con la mano derecha una almohada en su zona pélvica y con la izquierda uno de sus zapatos.  


Marik: ¡Animales, acaso sólo entienden con golpes! —avienta su arma hacia el ladrón y el cuida tumbas, que sonríen.


Bakura: El hecho de que se resistan los vuelve más apetecibles —comienza una persecución.


Joey: ¡Maldito ricachón de cuarta! —Continúa aventándole objetos al castaño—. ¡Tu dinero no te va a salvar de esta! —toma una escoba para intentar golpear al otro.  


Atem: ¿Te duele mucho aibou? —pregunta vendando el tobillo del de ojos amatistas.


Yugi: Descuida, ¿cómo está tu cabeza? —con cariño acaricia el punto rojo sobre la frente del faraón que provocó el implacable ataque del sartén.


Atem: No es nada —se levanta para tomar el infantil rostro entre sus manos, sin embargo, antes de que pueda cazar los tersos labios, alguien choca contra su espalda.


Yami Marik: Oh, ya que estoy aquí, deberíamos aprovechar esta posición —sugiere tomando las caderas de Atem, asimismo, lo empuja haciéndolo quedar entre las piernas de Yugi.


Marik: ¡Maldito lunático tenle respeto, mi familia está obligada a servirle! —estrella su puño en la cabeza de su igual.


Yami Marik: No te pongas celoso, en mi deseo sexual siempre hay espacio para ti —una vez más, uno sale corriendo siendo perseguido por el otro.


Atem: Lo mejor es irnos —carga al pequeño para emprender su camino.


Rini: Esto es más divertido de lo que imaginé —sosteniendo una cámara de video—. Deberíamos darles alcohol más seguido —ríe maléficamente.


Rina: No lo sé, creo que todos van a salir lastimados de muchas formas… —ignora el caos— Pues espero que les haya gustado y se hayan reído un rato con las desdichas de nuestros protagonistas —da un paso hacia el frente para esquivar al albino que corre aterrorizado—. Nos despedimos y, aunque tarde, les deseamos un feliz inicio de año.                  


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