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Shopping & Gaming por rina_jaganshi

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Notas del fanfic:

Disclaimer: La serie de YuGiOh le pertenece a  Kazuki Takahashi.


Puzzleshipping, Tendershipping. 

De todas las actividades que creyó que el antiguo faraón disfrutaría, las compras estaban lejos de ser su primera opción. Es decir, claro que él mismo se entusiasmaba cuando llegaban a la tienda nuevos paquetes de cartas de duelo de monstruos o, por supuesto que, esperaba con ansias fuera del establecimiento para conseguir el nuevo videojuego pero ropa… ¿ropa? La mayoría de las veces escogía los pantalones que quería, una camisa que más o menos combinara y regresaba feliz a su casa. Sin embargo, el faraón iba de un lado a otro, mirando todos y cada uno de los tipos de prendas, colores, texturas, mientras Yugi le seguía, intentando prestar atención a las preguntas que ocasionalmente le dirigía.


Con resignación se recargó sobre uno de los taburetes llenos de suéteres. Frunció el ceño, tal vez debería… tomó uno rayado para levantarlo como si de la cosa más extraña se tratara, luego lo giró para verlo desde otra perspectiva, no, definitivamente no podía. Con un suspiro lo dejó caer en el mar de telas. Levantó la cabeza justo a tiempo para ver al antiguo espíritu caminar hacia otra sección. Torció la boca al notar que el número de chicas había aumentado. No podía evitar sentirse molesto, al principio tan sólo eran dos mujeres las que los seguían. ¿Cómo es que había otras cuatro? ¿Acaso no deberían atender a los demás clientes?


Como si algún ser divino intentara darle respuesta a sus incógnitas, un señor se acercó al grupo de chicas que rodeaban al faraón, al parecer necesitaba ayuda para encontrar una corbata que combinara con un traje que ya tenía escogido. Pese a sus intentos, el hombre fue ignorado monumentalmente, por lo que se retiró lanzando maldiciones, dejando atrás a las jóvenes que hacían lo posible por conseguir la atención del egipcio, mostrándole la infinidad de ropa que vendían. Bufó con fastidio al ver lo coquetas que dos, especialmente, se mostraban. Riendo escandalosamente y atreviéndose a tocarle el hombro.


Sus celos se vieron interrumpidos por la persona a la que iban dirigidos. Atem, caminó presuroso hasta su persona. Él parpadeó repetidas veces puesto que no había prestado atención.


—¿Qué? —rio nerviosamente, para su suerte el que alguna vez fue su otro yo le miró con ternura.


—¿Te gusta esta aibou? —inquirió mostrándole una camisa blanca de manga larga, ladeó la cabeza para observar la parte de atrás, apreciando el gorro. No estaba mal, sin embargo, no tenía idea de si era el estilo del faraón. Las seis chicas miraban atentas la escena, aguantando la respiración, esperando su respuesta. Al parecer, continuaban sugiriendo ropa para vestir a su igual. Sonrió al mismo tiempo en que negó con la cabeza.


—No lo sé, creo que no va mucho contigo —cuatro de las mujeres apoyaron su decisión, sólo para proponer otra prenda, las otras dos fueron en busca de más atuendos. El de ojos carmesí fue arrastrado hacia otra parte del enorme local comercial.


Otro suspiro escapó de la boca del menor. Nunca imaginó que terminarían así. Después de todas las veces que su vida corrió peligro, los duelos de sombras, los enemigos que buscaban el poder absoluto para hundir al mundo en la oscuridad y ahora, el héroe que terminó con todo disfrutaba de una existencia convencional, yendo de un lado a otro en la trivial tarea de buscar atuendos para armar un guardarropa que le sirviera para enfrentar su nueva vida, puesto que había decidido no ir al paraíso sino quedarse con Yugi. Inevitablemente se sonrojó.


Luego de ganar el duelo ceremonial, el pequeño no pudo resignarse a ver partir a la persona que más quería, lo amaba y no estaba dispuesto a perderlo. Se llenó de dicha al descubrir que sus sentimientos eran correspondidos, asimismo, el faraón no quería apartarse de su aibou. Los dioses le dieron permiso e incluso le proporcionaron un cuerpo. Un musculoso y funcional cuerpo para que pudieran estar juntos. Una vez más sonrió, enseguida, caminó en dirección de su novio, no obstante, mantuvo la distancia al ver a las insistentes chicas. Estaba por concentrarse en otras cosas cuando una voz llamó su atención.


Reconoció a dos personas en la parte derecha, donde había una marca de ropa bastante conocida y cara. Se acercó un poco para saludarlos pero se detuvo al escuchar que los albinos discutían fervientemente. En su cerebro se encendió la alarma. “Peligro, peligro”. Podía jurar que escuchaba la palabra una y otra vez dentro de su mente. Iba a girar en sus tobillos pero el amable chico notó su presencia.


—¡Yugi! —el pequeño saltó en su lugar, no tuvo tiempo de regresar el saludo pues el albino le jaló del brazo para llevarlo a su lado—. ¿Verdad que esta chamarra se le vería muy bien? —inquirió midiendo la prenda en la parte superior del antiguo ladrón, quien bufó con fastidio, asimismo, hizo ademán de apartarse pero los orbes cafés le miraron de una manera tan amenazadora que el otro se congeló en su lugar, al igual que el de cabello tricolor, pues ahora esperaba su respuesta. Balbuceó un poco para ganar tiempo.


Aibou, ¿qué piensas de esta? —el faraón llegó siendo seguido por su séquito de mujeres, que, una vez más, aumentó en número, teniendo dos enamoradas más, las cuales, sostenían un sinfín de vestuarios. El de ojos amatistas no pudo contestar pues Ryo se le adelantó.


—¡Es perfecta! — exclamó arrebatándole la camisa negra con un estampado tribal en color gris, que se extendía desde la parte inferior hasta el cuello, sólo del lado izquierdo. Con asombro la sobrepuso en el torso de su otro yo— Sí, me encanta. ¡Pruébatela! —el albino más alto gruñó.


—No voy a volver a ese lugar —molesto se cruzó de brazos, ocasionando que el menor frunciera el ceño.


—Perfecto, entonces no pediré más tu opinión, usarás lo que yo escoja —con elegancia giró en sus tobillos para perderse en un pasillo de pantalones con tres de las vendedoras que, hace unos momentos, seguían al egipcio, quien a su vez, suspiró al ver su prenda desaparecer.


—De todas maneras tampoco era tu estilo —el pequeño le dedicó una caricia en el brazo, sin embargo, las chicas que todavía estaban detrás del más alto, lo volvieron a llevar hacia una nueva parte. Con desgana se balanceó sobre sus pies. Sus ojos brillaron al ubicar un par de sillones. Corrió un poco para sentarse sobre uno de ellos, asegurándose de estar a la vista de su pareja. Se sorprendió al ver al antiguo dueño de la sortija ocupar el asiento vacío a su lado.


La vida estaba llena de sorpresas. Por alguna extraña razón, el aterrador sujeto que les hizo pasar por circunstancias horribles y peligrosas, había conseguido un cuerpo propio, además, convivía con ellos, todo indicaba que, al igual que él, Ryo tenía una relación amorosa con el espíritu del artículo del milenio. Daba gracias a Ra por el hecho de que todo el rencor que inundaba su alma, desapareciera. No obstante, su personalidad fría, sádica y arisca continuaba intacta. Aun así, él le había prometido a su amable amigo que haría lo posible por llevarse bien con las demás personas. El menor sonrió.


—¿Llevan muchas horas comprando ropa? —interrogó con el afán de empezar una conversación, el otro se encogió de hombros. Se concentró un poco más, buscando un tema que les permitiera dialogar—. ¿También vas a asistir a la escuela? —nuevamente no recibió respuesta, por lo que volvió a cavilar—.   Jamás imaginé que Mou hitori no boku disfrutaría de una actividad así —esta vez el ladrón le miró.


—Hn, el idiota faraón tenía que vestir de una manera específica, lleno de seda y oro, seguramente va a terminar comprando un vestido que brille —se carcajeó ante su propio comentario. Yugi no pudo evitar reír ligeramente, segundos después se regañó a sí mismo. El silencio se presentó de nuevo. Necesitaba algo que hacer para no morir de aburrimiento.


—¡Ya sé! —exclamó— ¿quieres jugar algo? —preguntó con entusiasmo. El otro alzó una ceja—, estoy harto de estar aquí —comentó tristemente— como estamos en la misma situación creí que podríamos entretenernos con un juego —una adorable sonrisa se posó en sus delgados labios.


—Podríamos aventarle cosas a la gente —el pequeño ladeó la cabeza mientras el albino, para demostrar su idea, tomó un gancho que yacía sobre el suelo, enseguida, lo arrojó hacia un inocente muchacho que caminaba distraído. La carcajada resonó cínica y perversa, logrando que el chico siguiera con su andar sin protestar por la agresión. 


—¡No! Eso no es correcto —infló las mejillas asemejando a un infante—. Podemos jugar algo que no lastime emocional o físicamente a otras personas —aseguró afirmando con la cabeza. El antiguo espíritu sonrió con malicia.


—A otros no pero a nosotros sí —reflexionó con burla.


—No me refería a eso —suspiró sabiendo que era una batalla perdida. Exploró en su memoria buscando un juego que fuera interesante para el albino pero que no pusiera en riesgo la vida de otros. Luego de varios segundos se decidió—. Podemos jugar a las manitas calientes —propuso y, al ver la duda en el rostro ajeno, agregó—: las reglas son sencillas, primero yo pongo las manos así —estiró sus extremidades de manera que quedaran al alcance del otro— tú colocas las tuyas arriba, tienes que golpear mis manos y yo evitarlo. Si esquivo tu manotazo es mi turno para intentar pegarte —el de ojos cafés le miró dubitativo. Por mucho que disfrutara de lastimar a las personas, algo no dejaba de inquietarle.


—¿Cuál es el punto? —el menor sonrío.


—No tiene un punto, simplemente es divertido, a veces doloroso pues si resulta que tu oponente es muy bueno puede seguir atacándote hasta dejarte las manos rojas —sabía que era el juego perfecto para pasar el rato, ya que dudaba que el antiguo ladrón quisiera invertir tiempo en adivinanzas o juegos de palabras.


—¿Sólo tengo que golpearte infinitamente? —cuestionó incrédulo posicionando sus manos arriba de las más pequeñas.


—Sí pero no puedes mirar hacia abajo, es decir, debes mantener la vista en alto —rodó los ojos con fastidio e hizo un gesto de afirmación—. Puedes empezar cuando quieras —una vez más la inocente sonrisa se mostró en el pueril rostro. El ladrón afiló la mirada, con decisión empujó sus manos hacia las contrarias pero sus palmas abanicaron en el aire. No pudo evitar mirar para corroborar que el menor había retirado a tiempo sus delicadas extremidades— es mi turno —anunció. Retomaron sus posiciones, esta vez, Yugi en la parte superior. Las hermosas amatistas permanecían clavadas en los orbes color chocolate, sin dejar de sonreír, agitó sus manos alcanzando las ajenas.


El albino estaba impresionado. Así que, con un renovado interés, se acomodó mejor en su asiento, nada le gustaba más que un buen reto. Regresó sus manos para ponerlas debajo de las otras, el lindo chico volvió a atinar. Tuvo que recibir tres golpes más para por fin poder esquivar uno. A pesar de todo, podía notar que el menor no buscaba lastimarlo ya sea porque no poseía la fuerza para hacerlo o la malicia. Le restó importancia al asunto, concentrándose en lo importante. Con un rápido movimiento consiguió su primer manotazo, sin embargo, la satisfacción no le duró mucho pues nuevamente falló.


En realidad era divertido. Tratar de golpear las manos de otros, quienes por voluntad propia se prestaban al dolor. Bakura tenía que admitir que, en un principio, creyó que era cuestión de habilidad, ahora comprendía mejor el dichoso juego, el porqué de la regla de no mirar las manos y la enorme ventaja que poseía el de ojos violetas. En su rostro no existía rastro de perversidad por lo que era bastante difícil adivinar el momento en el cual se disponía a soltar el manotazo. Por el contrario, sabía perfectamente que sus facciones denotaban alevosía e insolencia.


Como pudo relajó su expresión, en un intento por complicarle al pequeño leer su emoción al estar a punto de completar un golpe pero todavía no era capaz de superarse. Su mejor racha consistía en seis manotazos seguidos, mientras que, el diminuto duelista, le había pegado diez veces. Sonrió de medio lado. “Manitas calientes” recordó para sí mismo como si fuera una obviedad, al apreciar el tenue calor que surgía del contacto con la otra piel.     


—Debes jugar horas con el idiota faraón —no era una pregunta, más bien, un enunciado afirmativo que emanó de su garganta sin permiso. El menor negó con la cabeza.


Mou hitori no boku no juega si sabe que puede lastimarme —otra vez golpeó las pálidas manos, celebrando ligeramente—. Ni siquiera pelea con almohadas —el ladrón se carcajeó.


—Tiene miedo de romperte —comentó con burla atinando apenas con sus dedos.


—¿Jugarías a esto con Ryo? —inquirió mostrándole las marcas rojizas que comenzaban a aparecer sobre ambos dorsos. El otro tragó en seco, sin responder—. No importa lo mucho que le diga que no hay necesidad de preocuparse, jamás me escucha —su rostro se contrajo en una mueca de dolor, sin embargo, regresó las manos para recibir un nuevo manotazo.


—¡Qué estás haciendo! —el grito horrorizado llamó la atención de ambos. Ryo corrió hasta donde se encontraban, seguido por el faraón. Los dos tomaron las manos de sus respectivos novios. El albino comenzó a soplar sobre ellas mientras que, el de ojos carmesí, las acariciaba con devoción.


—¿Cómo te atreves a lastimarlo? —antes de que pudiera siquiera mirar mal al ladrón, el pequeño de cabello tricolor se adelantó.


—Estábamos jugando, nada peligroso… —el albino le interrumpió.


—¡Oh claro, mira como tienen las manos! ¿Eso te parece inofensivo? —le regañó, ahora sobando las “heridas” de su otro yo, quien rio secamente, ganándose la mirada furiosa de su igual—. También va para ti —el de cabello blanco se tensó.


—Fue idea del enano —acusó descaradamente.


—¡Oye! —no pudo decir nada más. El faraón le miró severamente.


Aibou, te he dicho que nada de juegos violentos —el menor frunció el ceño. Bakura sonrió perversamente ante el pensamiento de causar un conflicto.  


—Tal vez si le dieras lo que necesita, no vendría conmigo para satisfacer su deseo de ser agredido —las miradas se clavaron en un sonrojado Yugi.


Aibou, yo jamás podría dañarte, por favor tienes que alejar esas ideas de tu mente —el pequeño se revolvió aún más avergonzado, tartamudeando en vano.   


—Oh, eso no es posible, es una obsesión, lo único que quiere es sentir el dolor —comentó Ryo con calma, adivinando lo que su igual pretendía y prestándose al engaño— he leído que los masoquistas nacen así —el antiguo dueño de la sortija milenaria reprimió una carcajada.   


—¿Qué puedo hacer? —cuestionó consternado el que alguna vez gobernó Egipto.


—Yo sugiero, majestad —el ladrón resaltó la palabra con burla—, amarrarlo a la cama y hacerse de su cuerpo salvajemente —con un ligero sonrojo, Ryo apoyó la moción.


—¡Basta ya! —chilló con el rostro completamente enrojecido— Saben que no soy así. Mou hitori no boku sólo era un juego, nada más, no es como si me gustara ser lastimado —se cruzó de brazos ante la mirada dubitativa del más alto.


Aibou, me esforzaré para que no busques en otros ese tipo de situaciones dolorosas —esta vez ninguno de los albinos pudo ahogar la risa, por lo que ambos se carcajearon. Era tan fácil engañar al faraón si se trataba de su preciado compañero, el cual, había alcanzado el color más intenso de rojo.


—¡Atem! —las únicas veces que el pequeño usaba su verdadero nombre era porque estaba enojado o alcanzando el éxtasis pero, dadas las circunstancias, era obvio que su furia sobrepasó los límites. Así que, iracundo se alejó del lugar, siendo perseguido de inmediato por su novio. Los otros dos se quedaron ahí, todavía riendo.


—Eso fue divertido, sin embargo, no quiero que juegues así con Yugi —advirtió. Por su parte el antiguo espíritu torció la boca e iba a reclamar pero se calló al instante al sentir los tersos labios de su pareja sobre las marcas rojizas—. Sé un buen niño y ve a probarte la ropa —depositó un fugaz beso sobre la mejilla de su igual, quien maldijo el día en que Ryo dejó de tenerle miedo, más que nada porque ahora hasta se atrevía a darle órdenes y, lo peor de todo es que, el que alguna vez fue el rey de los ladrones, las obedecía. 

Notas finales:

Atem: Aibou, sólo tienes que decirme qué tipo de cosas quieres que te haga —le mira con cariño.


Yugi: ¡Ya te dije que no me gusta que me lastimen! ¡Ellos estaban bromeando! —el faraón seguía sin creerle. No muy lejos de ahí, en los probadores.


Ryo: ¿Cómo que para qué? —repitió enojado— El clima cambia, necesitas chamarras por si llueve y guantes para el frío —hace una pausa para aventarle más ropa al ladrón— y bufandas.


Bakura: ¡No es necesario que me pruebe esas cosas! —el otro ríe divertido.   


Rina: Yei, otro fic sencillo y con el simple afán de sacarles una sonrisa. Que en estos momentos necesito mucho —se agacha con aura depresiva— El disco duro de mi laptop se descompuso y perdí toda mi información —llora desconsolada— y obviamente todas mis imágenes yaoiescas, doujinshis, mis fanfics —llora más.  


Rini: Al menos nos servirá como lección y para que las demás personas hagan un respaldo antes de que les pase lo mismo —se encoge de hombros—. En fin, está claro que este fic es un intento por relajarnos, ya que nos va a tomar un tiempo retomar los fanfics que tenemos en proceso, esperamos que sean pacientes, aunque en esta categoría solamente es uno pero teníamos muchos que queríamos compartirles y ahora no sabemos si eso sea posible —suspira— en verdad hagan respaldo de su información.


Rina: Sí, es lo mejor que pueden hacer —más lágrimas— ojalá les haya gustado este fic, muchas gracias a aquellos que nos leen —sale corriendo del lugar para llorar por todo su yaoi perdido.  


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