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Confort por Kiharu

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Notas del fanfic:

Kai y Reita no me pertenecen(?)

Capítulo único.

Conocer a Yutaka no fue una casualidad. Tampoco fue un error.

En el karaoke donde me reunía con Takanori, trabajaba Yutaka Tanabe. Nunca cruzábamos más líneas de las necesarias; como acordar las horas, el precio y el consumo. Regularmente, lo hacia Takanori así que en realidad, sólo hablé una vez con él antes de que todo empezara.

Después de cierto tiempo de ir al mismo karaoke una y otra vez, para repetir las mismas canciones, emborracharnos y fumar un poco de hierba, supe que de esa forma no iba a solucionar las cosas y que de alguna otra manera tendría que dejar de estar triste, porque también me estaba cargando a Takanori; quien daba su máximo esfuerzo por no dejarme solo, porque creía que intentaría lastimarme de nuevo. Aun así, no sabía cómo hacerlo. Estaba comenzando a sentirme un poco desesperado.

Fui por ayuda, a uno de esos centros de rehabilitación en grupo. Me quedé en la puerta, paralizado de la vergüenza. Me preguntaba si era correcto y si no habría alguien que me conociera y pudiera darle esa información a la prensa. Sentía miedo de que alguien me reconociera, y se armara un escándalo. Supongo que es una desventaja de trabajar como músico. Luego de pensármelo poco tiempo más,  di la vuelta, decidiendo que regresaría a casa y luego ya vería qué hacer con mi vida. Después del último trabajo, tenía medio año para poder descansar de la vida de famoso. En ese momento estaba en paro artístico, como solía llamarle mi representante.

Cuando había recorrido tres cuadras desde el centro de rehabilitación, me encontré con Yutaka. Usaba una bufanda roja y un traje. Llevaba una tarta en una bolsa. Me miró a los ojos y pasó de largo; sé que él sabía perfectamente quien era yo, de dónde venía y en dónde hacía mis desfiguros cada noche, él trabajaba ahí, era obvio que lo sabía. No llevaba la placa de su nombre prendada en el saco, pero estaba cien por ciento seguro de que ese era el Yutaka Tanabe que hablaba de precios cada noche con Takanori. Así que abandoné el rumbo de casa, y lo empecé a seguir. Iba a cierto espacio, para que no me notara. Caminaba rápido y pareciendo seguro. Sujetaba con firmeza la tarta y en cada que daba un paso, los pantalones se le adherían con singular alegría a las piernas, que parecían delgadas. No podía ver su expresión, pero su cabello ondeaba de una manera muy bonita desde atrás. Lo seguí, hasta que pude ver cómo entraba en un departamento promedio. Parecía no tener de sobra pero tampoco pasar austeridad.

Luego sugerí a Takanori ir de nuevo al karaoke. Esa vez, yo acordé el precio, las horas y la cabina. Le di mi tarjeta de presentación y pareció aceptarla por cortesía.

Pero la aceptó. Bebí menos, fumé menos, y volví a seguirlo a casa, porque vagamente albergaba la esperanza que no solo hubiera sido cortesía; si no alucinaba, él hasta había sonreído un poco.

Esta vez, cuando lo seguí, me acerqué más. Volteó, furibundo, temblando un poco, y me preguntó qué quería. No supe que responder, porque tampoco lo sabía. Sólo estaba siguiéndole el paso.

Me acerqué a él, tal vez demasiado, y aspiré su aroma, que se mezclaba con un olorcillo de lluvia. Sonreí, me devolvió la sonrisa y cuando estaba preparándome para darme la vuelta, me tomó de la mano y se acercó a mi cara con lentitud, tanteando el terreno. Envolví su cuello con mis brazos y lo besé, porque supuse que eso quería y era lo yo deseaba en ese momento. No era como que lo hubiera estado siguiendo para cazarlo y besarlo, el deseo nació en cuanto lo tuve cerca y mirándome.

Cuando se separó, miré el brillo de lujuria en sus ojos, pero también vi una sonrisa en ellos, y no pude evitar pensar en que lucía como alguien valioso. Me acordé de la razón por la que había intentado suicidarme y quise irme, porque hasta seguir vivo seguía pareciéndome patético; pero al final, enrolló sus brazos en mi cintura y lo único que pude hacer, fue entrar en la zona caliente de su casa, para que me hiciera el amor como si nos conociéramos de años.

 

Cuando desperté, lo sentí tan mío que no pude evitar emocionarme. Había alguna vez comprado prostitutas para pasar la noche, pero cuando me levantaba, la emoción de que fueran mías se iba de manera casi instantánea; quizá porque sabía que cuando abrieran los ojos buscarían irse, a veces ni a dormir se quedaban (siendo sinceros, a nadie le gustaría pasar la noche con quien te pago una pasta por abrir las piernas, pero hombre, uno no perdía nada intentando buscar afecto). Como no era mi casa, como nadie había pagado nada de nada, me sentía puro y feliz, porque alguien había aceptado mi cuerpo de buenas a primeras, sin presentaciones y sin nada. Era la primera vez que hacía eso de tirarme a cualquier persona de buenas a primeras, y era muy excitante. Sonreí como hacía días que no lo hacía y pensé que tal vez no todo estaba perdido, que quizá la vida aún tenía un travieso sabor. Me quedé observándolo, hasta que despertó y me invitó el desayuno. No contesté, porque mi estómago rugió por mí.

 

—Entonces... ¿trabajas en ese karaoke a diario?

—Sí. Como salgo a las 2 de la mañana, puedo dormir un poco, para poder levantarme a las 9 e ir a clases en la universidad.

—Eh... ¿Eres un chico universitario? ¿Cuántos años tienes?

—Veinte.

—Ya veo… Yo tengo veintidós y nunca fui a la universidad. A duras penas terminé el bachillerato; comencé a trabajar muy pronto. Estas cosas de música tienes que iniciarlas temprano, cuando uno se hace viejo, deja de lucir atractiva la música.

—Pero no te va mal, supongo.

—No, claro que no. ¿Qué estudias?

—Filosofía.

Yutaka habló por horas de su carrera, de lo mucho que le importaba y de lo mucho que se esforzaba. Mientras lo escuché hablar, pensé en que él no me conocía. De nada, era un absoluto desconocido para él. Y me alegré de eso, porque sabía que había hecho el amor con un desconocido y él estaba en las mismas condiciones, evidentemente él tampoco sabía una mierda de mí. Supo que era músico, pero no parecía reconocerme del medio artístico. Me aseguré de escuchar cada una de las palabras que decía mientras desayunaba con hambre la tortilla española que había preparado para mí. El agradecimiento que sentí por la comida me hizo razonar en mi poca habilidad cocinando, pero creí que como  ya me lo había topado, todo podía estar bien de nuevo.

Le conté un poco sobre mí, sobre mi receso de medio año. Intenté brincarme los espacios vacíos y centrarme en todas las tonterías que había hecho hace poco más de tres años. No dije a qué tipo de música me dedicaba en concreto, sólo que me iba bien con ello. Al final, le pedí su número y su correo. Le comenté que me gustaba mucho, y él me preguntó si estaba bien con follar con hombres. Y le dije que sí, que no me importaba. Él me agradeció la noche anterior y me dijo que le llamara cuando quisiera. Sonrió de manera cálida, casi como una fogata ardiente, y me dejó libre. Ese día pasé todas las horas, minuto a minuto, pensando en él. En que cómo lo vi por la calle, con esa bufanda, me interesé, y que como hubo manera de abordarlo, me lo cogí. No estaba flechado, lo que sentía era más bien fascinación. Como si se me hubiera dejado de tarea investigarlo, analizarlo, observarlo.

Lo llamé cuanto quise, siguiendo sus instrucciones. Primero empecé a enviarle mails, luego, como siempre respondía, comencé a llamar. Su risa me animaba el día, y yo parecía tener una habilidad para que se riera. Me contaba cosas la universidad, de sus amigos, de cualquier cosa, y yo respondía con las pocas cosas que hacía, como ver a Takanori, jugar con su perro o ver películas; con el tiempo dejé de salir con Takanori porque él y yo nos inventábamos cualquier excusa para vernos. Takanori, claro, entendió. Se dio cuenta de lo que pasaba y me animó a seguir adelante. De hecho, parecía estar aliviado al poder dejar de cuidar de mí.

Siempre quedábamos en su casa. Viajaba en tren por la mañana en los fines de semana y me quedaba a dormir con él. Hacíamos el amor, hablábamos, lo volvíamos a hacer, me la chupaba mientras me recitaba cosas para sus exámenes, y me hacía de comer. Yo lo mimaba, lavaba su ropa, los platos, hacía la cama, lo masturbaba mientras me hacía croquetas de atún, y le repetía una y otra vez que lo quería. No sé cómo llegué a ser tan patético en tan poco tiempo, pero como tres semanas después de acostarnos por primera vez, supe que lo quería y que tenía que decírselo. Él siempre me sonreía y me preguntaba si quería que diéramos un paseo. Y yo me dejaba llevar, justo como en el primer momento. En serio estaba siendo patético.

Cerca de mayo, luego de tres meses de repetir la misma rutina cada fin de semana, y diario con todo eso de las llamadas, se nos empezaron a  terminar las excusas para vernos. Entonces yo decía "te veo el fin de semana" y él respondía "sí". Y era todo. Aun así, seguía haciéndome ilusión el ir a verlo. Sé que a él también porque parecía relajarse demasiado cuando yo estaba cerca y parecía que lo pasaba bien. Luego, de pronto, después de hacer el amor, me cantaba canciones de cuna. Tenía una voz agradable y siempre me adormilaba porque el acariciaba mi cabeza con suavidad; pero siempre que lo hacía, terminaba por marcharse y dejarme acostado, mientras lo miraba irse. No sé qué hacía o a dónde iba; siempre lo esperé en la cama, desnudo, porque justo así me dejaba. Cuando volvía, me miraba y se recostaba conmigo. Y empezó a decirme que me quería. Cada que lo decía, le asentía y le decía que lo supe desde el comienzo y me contestaba que eso era estar muy confiado.

Pero es que fue un amor violento, que nos arrolló y nos llevó cuesta abajo tan rápido como pudo, porque justo así fue. Me acordé de la primera vez que nos acostamos, esa noche pensé que estaba comenzando un rito para intentar suicidarme de nuevo, porque más que desearnos, parecía un pacto de muerte. El amor fugaz que pronto se extinguiría. Ninguno iba a luchar, era lo que nos había tocado y listo. Era un toma todo lo que puedas y corre. No había más. Ese deseo explosivo, ese amor rápido y violento, no llegaba a nada, era evidente. Y lo supe desde el principio, pero lo dejé correr.

A veces le decía que quería ducharme. Entonces me ayudaba a desvestirme, me daba la mano para que no resbalara al entrar a la bañera y él se sentaba en la orilla de la misma, a contarme cosas que se le fueran ocurriendo. Eso fue hasta que en cierta ocasión, me cantó la misma canción de cuna de siempre, mientras me lavaba el cabello. Como el agua estaba caliente, y sus manos me relajaban a la par de su voz, comencé a entrar en un agradable sopor. Y él, cuando ya no me movía, se levantó y salió del baño. Escuché la puerta principal cerrarse también. Ni siquiera quería abrir los párpados.

Comencé recordar los cumpleaños pasados, los regalos. A los amigos a los que llevé a la carretera sólo para intentar chocar el auto para que se preocuparan por otras cosas que sus problemas. También el cómo había deseado a la novia de mi mejor amigo en la secundaria, pero que respeté porque no era mía. Igualmente, el cómo me había vestido de chica para un festival, de la primera vez en que mastiqué tabaco, cuando fumé un porro por primera vez, el día en que vomité sangre luego de una pelea, esa vez en que le di mi sueldo a un niño para que comiera, el cómo me pongo hasta los pies de borracho sólo para olvidar, lo mucho que me gusta comer cualquier porquería, el día en que me burlé de los pies de Takanori y él se ofendió por semanas, él día en que lo conocí, cuando hice el amor con la persona que se robó por primera vez mi corazón, el cómo se me rompió el condón en mi primera vez... Me acordé de Yutaka, con la frente sudada, mientras empujaba sus caderas contra las mías. En esa expresión solemne que ponía cada que hablaba de lo que le apasionaba, la cara de tonto que ponía cuando le decía que lo quería, o cuando veía a un perro adorable y parecía querer llevárselo a casa. Recordé su cara al cocinar, al bañarse, al hacer la colada. Su mirada inexpresiva en el trabajo, el brillo de sus ojos cada que nos besábamos.

Anhelé poder meterme entre sus piernas una vez más, porque había sido un amante fenomenal. Mientras pensaba, fui deslizándome por la bañera, cerrando los ojos lentamente.

Si lo pensaba bien, había hecho ya bastantes cosas. No pensaba en algo que me faltara y quisiera hacer. Incluso aunque pareciera que quería complacer a todos, también hice algo para mí, como conseguir a las personas maravillosas que me rodeaban o ser músico. Supongo que en parte era porque no pedía cosas que no pudiera conseguir, porque pude haberme vuelto loco en el proceso. No creo haber nacido para desear cosas, como Yutaka, tampoco para ser tan ambicioso como Takanori; nací para cumplir los deseos ajenos, o al menos para disfrazar mi egoísmo diciéndome eso. Pero pese a siempre querer que los demás encontraran en mí un paso a sus deseos, yo, en el fondo del egoísmo que me dieron mis padres al nacer, siempre desee algo que nadie pudo robarme, algo que me hizo soñar, que me hizo rogar, algo que supe, o al menos me decían, podía arrepentirme. Pero para mí era diferente, era algo que quería. Deseaba morir. Y hallaba ese un buen momento, porque Yutaka estaba cansándose de mí, de la rutina (incluso si apenas habían pasado tres meses), hasta de él. No se merecía esto. Y si mi único deseo era morirme porque la vida no se ceñía a mí, porque simplemente no cabía en ella… Bueno, no quedaba de otra. Solté aire por la nariz, haciendo burbujas. Escuché la llave entrando por la puerta. Pero Yutaka no iría, se entretendría con otra cosa, porque así sucedía, porque así era él. Al menos, pensé, mi deseo había sido como una constante toda mi vida.

Siempre había querido morir.

 

Notas finales:

Esto iba a ser un drabble. De hecho, lo escribí hace ya tiempo y ahora que me le encontré, pensé que bueno, equis, lo subiría.

Es corto, pero no tan corto como para ser un drabble...

En fin, espero que les guste ~


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