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Tormenta. por BelladonaTukKZD

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Personajes y lugares de Tolkien ® y sus asociados. Historia origianl completamente mía.

Advertencia: Lemmon.

Notas del capitulo:

Disfruten, de parte de Belladona ;)

Parado en medio de la calle de tierra, escuchó el cielo partirse en truenos. Las nubes negras cubrían las estrellas esa noche, iluminadas sólo por los brillantes látigos de luz eléctrica   que sonorizaban el ambiente. Aún faltaba media hora para que la tormenta regase los sedientos cultivos y calmara el calor que agobiaba los días de verano. Los faroles se consumían en velas de poca claridad, la oscuridad se cernía en cada rincón.

 

Los pies desnudos y peludos de Sam caminaban por el pasto tibio y relajante, cuando creyó ver algo en el horizonte. Su estómago se revolvió y un extraño calor emocional surgió en la plenitud de su cuerpo al ver el cabello castaño y los ojos azules que hacía años que no veía. Esos ojos del mismo color profundo que el mar...

El mar que se lo había llevado.

 

Una sonrisa sincera se dibujaba en el rostro aún joven, su camisa y pantalones pequeños todavía le quedaban holgados. El otro se petrificó, mientras que el desaparecido avanzaba lentamente hasta que ambos se encontraron cara a cara.

 

La luz de un farol iluminaba las pálidas facciones del joven de ojos claros. Su rostro no había ganado ni una arruga o línea de expresión; su cuerpo aún se mantenía erguido y firme, a pesar de los años que debería tener. Y sus ojos brillaban como diamantes pulidos, tal y como la última vez se habían visto.

 

Un viento frío y fuerte apagó la última llama que iluminaba ese cruce, estaban lejos de cualquier vivienda. Los campos verdes a los lados se azotaron con fuerza cuando la primera gota de lluvia cayó sobre la mejilla del hombre más corpulento, su cabello rubio manchado en matices de gris. Una lágrima salada se mezcló con el agua dulce del cielo.

 

Sus cabellos se despeinaron y sus labios se secaron. Pero él no dejaba de mover su vista de un ojo azul a otro, aun incrédulo. Un rayo iluminó sus rostros, al mismo tiempo que un trueno irrumpió en el silencio, cuando el muchacho se abalanzó sobre el más joven, sellando años de soledad con un beso.

 

Sus labios se rozaban furiosos y hambrientos al son de las manos curiosas que acariciaban la espalda del otro y lo apresaba entre sus brazos para nunca más permitir que se vaya. Casi sin aliento, la lluvia constante humedeció sus bocas secas y, entre roces y mordidas, dio paso a que el más joven abriera su boca, dejándose explorar por la lengua cálida del mayor. Sentir la humedad de su boca comenzó a enloquecer al antes rubio, arrancando de su garganta gruñidos de insatisfacción. Deseaba ir más profundo.

 

Un fuerte viento acompañado de un trueno los arrojó a ambos sobre un charco, quedando el recién llegado bajo el hobbit fornido, ambos empapados por la tormenta. Entre risas, el joven besó el labio superior de su acompañante con mordiscos suaves antes de volver a quitarle el aire entre besos apasionados. Sus lenguas mojadas se rozaban mientras intentaban recuperar el aire perdido.

 

El joven de ojos azulados recostó al otro sobre su espalda, se arrojó sobre su cuello resbaloso y lo llenó de besos y mordiscos desde su abultada mandíbula, descendiendo por su yugular, haciendo especial succión con sus labios en las zonas más sensibles, logrando arrancar unos callados gemidos de placer incontenibles. Dejó que sus dedos recorrieran los húmedos y oscuros cabellos ondulados del muchacho que comenzó a juguetear con los botones de la camisa ahora transparente. Lentamente su pecho comenzó a quedar al descubierto, hasta terminar con la camisa completamente abierta.

 

Un largo camino trazado por la lengua del joven logró darle un extraño cosquilleo en las entrañas, él no pudo evitar gruñir al sentir los labios del otro moverse a través de su cuerpo bañado en gotas de lluvia y algo envejecido. Había perdido la fuerza y los músculos hacía años, pero ese nuevo sentimiento rejuveneció su espíritu en plenitud.

Tenía tantas cosas que decirle y hacerle, tantas cosas que preguntar. Pero, como si supiera lo que su compañero estaba pensando, silenció sus ideas con un profundo beso, para luego sentarse sobre sus caderas. Las mejillas del mayor se ruborizaron, su parte más íntima lo rozaba y demostraba explícitamente su reacción ante tales caricias y expresiones de amor.

El joven desaparecido sonreía como nunca antes, brillante y fugazmente. Su camisa impecablemente blanca se pegaba a su cuerpo, resaltando su pequeña figura. Alzó sus brazos, algo mareado, y las apoyó sobre el pequeño cuerpo para recorrerlo con sus fuertes manos. Era algo soñado, casi irreal. Pero la humedad que sentía bajo las yemas de sus dedos y la presión sobre su cuerpo era demasiado real.

 

El joven lo observó por unos momentos para luego acercarse sin aviso a su rostro de semblante expectante y deseoso de más. Besó sus labios con los ojos abiertos mientras filtraba sus finas manos en el pantalón de Sam. Cuando sintió la calidez de otro ser en su zona intima, suspiró en sorpresa y deseo, cuando su acompañante mordió el labio inferior del alcalde con fuerza.

 

Con un movimiento ascendente y descendente, el calor subió por todo el interior del hombre entre suspiros y gruñidos de infinito placer y necesidad, mientras quitaba la húmeda y pegajosa camisa del cuerpo pequeño y perfectamente fino. No había marcas ni cicatrices, sólo palidez y frío. No dejó de temblar hasta que ambos se envolvieron en un abrazo fuerte.

 

Los truenos eran los únicos que callaban los gemidos de Sam, quien acariciaba los muslos y glúteos de su acompañante con desesperación. La velocidad constante y lenta que las manos del otro llevaban a cabo entre sus propias piernas le quitaba la paciencia. Bufó de insatisfacción, cuando el otro comenzó a descender lentamente, sin separar su mirada de los ojos del otro.

 

Sam miraba con estupor, incapaz de correr su vista o de siquiera pestañear, cuando el joven abrió los botones del pantalón, pequeñas gotas resbalaban desde su nariz hasta la ingle. Entre los pequeños y enrulados vellos pélvicos, el joven de ojos penetrantes dejó de observarlo, tomando la completa masculinidad del hobbit robusto en toda su extensión e introduciéndola en su boca pequeña y caliente.

 

No pudo seguir con sus ojos abiertos, cuando una onda de placer recorrió todo su cuerpo. Ladeó su cabeza hacia atrás, cerrando sus ojos en lujuria completa.  Los gemidos graves  escapaban guturalmente de su garganta con fuerza, sin retenerse en su interior. No sentía vergüenza o pena, sólo disfrutó mientras enredaba los dedos grandes entre los bucles oscuros, presionando la cabeza, acercándola a su cuerpo. Movía su cabeza de un lado a otro mientras masajeaba el cabello mojado en pleno éxtasis de sus sentidos. Su completa masculinidad estaba cubierta por la humedad y el calor del joven.  Su respiración comenzó a agitarse, mientras realizaba movimientos circundantes con sus caderas hacia adelante y atrás.

Entonces, los labios que se ocupaban de su ser dejaron la zona cuando él comenzó a rogar por más. Sam gruñó, la gélida tormenta enfrió su cuerpo bruscamente.

 

El rubio no pudo contenerse más y se arrojó sobre el otro pálido cuerpo, cubriendo su rostro de besos húmedos y desesperados. Sin pensarlo dos veces, y guiado por los gemidos necesitados del joven que se retorcía bajo de él, quien rozaba su propia hombría imparablemente, infiltró sus pulgares en los pegajosos pantalones pescadores del otro, bajándolos por sus piernas con rapidez e impaciencia. Dejó que la lluvia humedeciera sus dedos gruesos y secos por su trabajo con la tierra, cuando tomó los labios del muchacho entre los suyos y buscó la pequeña entrada entre las partes bajas escondidas entre sus piernas delgadas y carentes de músculo. Al ingresar dos dedos, un impacto y un suspiro de sorpresa escapó de los labios ya violetas del hombre de ojos azul marino. Mordió el labio inferior del mayor, para luego recostar hacia atrás su cabeza y exponer su cuello a la boca del otro. Su yugular fue succionada en un camino humedecido por saliva tibia que dejó marcas moradas por toda la extensión de su garganta, luego bajando hasta el torso fino, al unísono de los juguetones dedos que entraban y salían con velocidad sin dar lugar a un descanso. Con su otra fuerte mano libre, Sam tomó el largo del miembro del joven y la frotó con movimientos ascendentes, como si estuviera modelando porcelana. Disfrutó el espectáculo que el rostro del muchacho le ofrecía, guardando en su memoria cada suspiro, cada gemido y cada intento de decir su nombre, interrumpido por una ola de placer libidinal que secaba sus cuerdas vocales.

 

Quitó los dedos del camino y, tomándolo por las caderas, lo subió hasta la altura de su pelvis. Ubicó su masculinidad en la entrada e ingresó pausadamente, al son del cuerpo pequeño del otro. El rostro cubierto de cabellos morenos demostraba dolor mientras la entereza de Sam llenaba su ser.  Logró entrar completamente, y sólo cuando las facciones de su amante se relajaron, comenzó a moverse, entre embestidas lentas pero desesperadas por la estrechez de esa zona erógena.

 

El otro no dejaba de retorcerse, entre arañazos a su espalda fornida y susurros con promesas de amor mezcladas entre agudos murmullos de goce. Escondió su rostro entre el cuello y hombro del rubio, con pequeñas mordidas de vez en cuando. Atrapó el lóbulo de la oreja entre sus dientes, Sam aceleró sus embestidas voraces, casi arrancando la tierra que se aferraba a sus manos. Con velocidad y precisión, encontró el punto de placer indómito de su pareja.

 

Agradecía estar lejos de la aldea, y cuando el viento se levantó furioso, él estrechó al joven entre sus brazos protectoramente.

 

Sus torsos húmedos se pegaron, la proximidad de cuerpos lo volvió feroz. El de cabellos oscuros mezcló sus dedos en el cabello algo canoso y entrelazo sus piernas en la cintura, la velocidad que llevaba los llevó a ambos al punto del éxtasis. El cuerpo del mayor se paralizó.

De pronto, un viento huracanado los envolvió, el grito ya hace años callado del Nazgul se dejó escuchar en sus oídos. La distancia llamaba su nombre...

Sam... Samwise... Sam...

 

Abrió sus ojos y se incorporó de un salto en la cama, la mano fina de su mujer aún reposaba en su pecho. Su cuerpo estaba empapado de sudor y de su frente caían gotas saladas y frías. Respiró agitadamente, sin poder enfocar sus ojos en un objeto fijo. La voz de la mujer lo sacó del trance, pero aun así no logró calmarlo.

 

—Sam, mi querido Sam, ¿te encuentras bien? ¿Acaso tienes fiebre?— posó la mano sobre la frente masculina —Comenzaste a murmurar sin control, estuviste agitadísimo por cinco minutos.

 

Pero él no la escuchaba. Escapó de su agarre, se calzó una bata y salió disparado del agujero, el sonido de una tormenta que ya se alejaba y el aire fresco que le sigue aún estaban en el aire.

 

Corrió bajo la ahora tenue llovizna, empapándose de barro al pisar los charcos. Permaneció parado en el cruce de carreteras, junto al poste que indicaba las aldeas aledañas. Su corazón latía con fuerza en su pecho, con sus setenta años de edad, ya estaba viejo para esas cosas.

 

Miró hacia el horizonte, justo donde había visto venir a su Señor. Espero bajo la lluvia intermitente que la figura pálida se dibujara en el oeste.

 

Cerró sus puños mojados cuando el amanecer pintó las nubes restantes de naranja. Otro sueño.

"Falta poco, mi Señor." Pensó, aun manteniendo una firme esperanza. "Prometí nunca perderlo. No rompo mis promesas".


Un barco en conjunto con un atardecer fantástico ocupó sus pensamientos.

 

Notas finales:

R&R!


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