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Breve estío de florecimiento por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Nada de esto es real, empezando porque Bill y Tom son hombres (eso dicen) y este fic es de gemelas con la regla y esas cosas.

1.-Campanillas: Coquetería o sumisión.

 

—¡Mamá!

—Por Dios santo… —Musitó Simone, alerta a los gritos que su hija menor, Bill, daba desde el segundo piso—. Necesito un descanso. Un largo y-…

—¡Mamá!

Aquel apuntaba a ser uno de ‘esos días’, uno de los cuales parecía sacado del infierno especialmente para ella y reservado como castigo kármico por errores en su vida pasada. Estaba segura de ello, y lo constató cuando por descuido golpeó la taza de café que le pertenecía y el líquido caliente, aún humeante, se derramó por toda la mesa, mojando no sólo su bolso de mano y su agenda de teléfonos importantes, sino también las facturas de la electricidad y el gas que necesitaban pagarse con urgencia a más tardar ese mismo día si es que querían seguir gozando de lujos cotidianos como era la luz y el agua tibia bajo la regadera.

—Mierda, joder… —Apartándose del rostro un mechón de cabello, Simone trató de minimizar los daños sin mucho éxito. El líquido ya goteaba hasta borde de la mesa y el suelo no tardó en mancharse—. Esto no puede ser cierto… —Masculló por lo bajo, limpiando el desastre con el primer trapo que encontró a la mano.

Concentrada en su tarea, apenas vio un par de pies descalzos frente a ella, y no fue sino hasta que su dueña carraspeó para hacer notar su presencia, que Simone alzó la cabeza de golpe para toparse con la visión de su hija menor Bill, todavía sin peinar y con aspecto de no haberse lavado la cara aún. Al parecer, ajena al hecho de que a su madre estaba a punto de darle un infarto por culpa de los imprevistos matutinos de esa jornada.

—¿Por qué no te has vestido?—Preguntó Simone con un dejo de desesperación. Un rápido vistazo al reloj del microondas le confirmó la peor de sus sospechas—. Es tarde. Y no me importa que sea su último día de clases, van a ir. Hablo en serio, no me importa si las tengo que llevar en pijamas, las dos van a asistir.

Bill hizo un mohín. —Ya lo sé. Pero Tom no me deja entrar al baño. Así no me puedo alistar.

—¿Qué? —Escurriendo el trapo sobre el fregadero, Simone apenas si prestó atención a lo que decía—. Al menos cámbiate de ropa, ya te cepillarás los dientes cuando salga tu hermana del baño.

—Pero-…

—Sin peros, jovencita —le cortó Simone antes de que lloriqueara—. Anda, date prisa que ya es muy tarde.

Pisando fuerte en dirección a la escalera, Bill así lo hizo, dejando muy en claro que si igual ya iban con retraso, daba igual si llegaban o no.

—¡Hijas! —Rodó Simone los ojos—. Debí tener varones.

 

—¡Sal de una maldita vez! —Aporreó Bill con fuerza la puerta del baño por lo que ella creía, era al menos la millonésima vez en lo que iba de la mañana.

—¡No!

—¡Tom, no eres la única que necesita tiempo de calidad en el retrete! Hay personas que también requieren usarlo, yo por ejemplo, ¡y me urge! Demonios. —Saltando de un pie a otro, Bill hizo lo indecible por no ceder a la tentación de hacerse pipí ahí mismo—. Por favor —suplicó—, necesito entrar. Es una emergencia. Mi decencia depende de que abras esa puerta ahora mismo.

Tozuda como nunca antes, la respuesta de Tom fue muy clara. —¡NO!

—¡Mamá! —Volvió Bill a gritarle a su progenitora para que interviniera. La pelea por ver quién ocuparía el sanitario parecía hacerse épica, y en aquel, su último día de clases antes de las vacaciones de verano, todo parecía confabular en su contra para llegar al Gymnasium temprano por una vez en el año escolar—. ¡Mamá, Tom está siendo una egoísta de lo peor!

—¿Es que no pueden solucionar esto como dos personas normales? —Les gritó Simone desde el piso inferior, seguido por el golpe sordo de la cerámica al romperse—. ¡Arreglen eso ustedes dos porque si subo sabrán lo que es estar castigadas por dos meses completos! ¡Ni salidas a la tienda, mucho menos al porche! ¡No pondrán ni la nariz fuera de casa! ¡Nada!

—Argh —pateó Bill la puerta con rabia, apoyando después la frente contra la madera—. Tom, hablo en serio. Sal. De. Una. Maldita. Vez.

—¡No, deja de pedirlo! No voy a salir nunca. Me moriré aquí.

—Es que no puedes monopolizar el retrete.

—Mira como lo hago…

Rechinando los dientes, molesta porque si Tom no salía, ella tendría que ir a hacer sus necesidades al patio trasero detrás de unos arbustos como cualquier animal vagabundo, Bill giró repetidas veces la perilla con rabia, enfurecida de no tener la fuerza suficiente como para romper el pestillo.

Aquello tenía ya una hora completa sin llegar a solución. Tom simplemente no salía, ya fuera a base de ruegos, amenazas, sobornos y hasta lloriqueos.

—Mira —bajó Bill el tono de voz hasta recuperar su tono habitual—, sé que tampoco quieres ir a la fiesta de fin de curso, pero serán sólo unas horas y todo terminará. Estaremos juntas. No te puedes encerrar ahí dentro hasta mediodía, ¿sabes? Mamá se va a enojar más de lo que ya está.

Al otro lado de la puerta, se escuchó un ruido extraño, mitad sollozo y mitad bufido.

—¿Por favor, Tomi? ¿Sí? Hazlo por mí.

—No entiendes… —Murmuró Tom desde el otro lado de la puerta—. No puedo salir. No puedo.

Bill arqueó una ceja, un tanto confundida. —¿Estás atrapada? ¿De eso se trata? ¿Se rompió el seguro? ¿O no puedes levantar el culo de la taza?

De nueva cuenta aquel ruido, que ahora se asemejaba a un lloriqueo.

—No es eso.

—¿Entonces…? —Bill contrajo los labios. Su vejiga la estaba matando, y no creía poder aguantar mucho más—. No puede ser tan malo, ¿o sí? ¿Te duele el estómago?

—S-Sí… No… Es complicado —fue la respuesta de Tom—. Vergonzoso —agregó al cabo de unos segundos.

—Difícil de creer… —Desdeñó Bill la posibilidad; un mes atrás, unas chicas de curso mayor las habían lanzado a ella y a su gemela a un bote de basura frente a todos en la escuela. Entre el desprecio de haber sido atacadas (Bill por ser diferente y Tom por defenderla) con tanta brutalidad sin que nadie interviniera a su favor, y el haber aterrizado sobre lo que parecía la comida que la cafetería había servido dos semanas antes, apenas si había podido dejar de llorar. Incluso horas después cuando Gordon y su madre habían pasado a recogerlas en la enfermería luego de haber discutido con la directiva escolar respecto al abuso que las matonas ejercían sobre sus hijas, y en una victoria a medias apenas conseguir algo más que la suspensión por el resto del curso para esas chicas. Tanto Bill como Tom ya sabían muy bien lo que era la humillación en la peor de sus formas—. ¿No me puedes decir al menos? —Intentó Bill de nueva cuenta.

En lugar de una respuesta clara, Tom empezó a llorar sin disimulo alguno.

—Tom…

—Oh, vamos… —Hasta la coronilla de que sus hijas no estuvieran listas aún, Simone había subido las escaleras sólo para encontrar todo tal y como estaba desde que había ido a despertarlas—. Se los advertí, van a ir hoy a la escuela, no acepto pretextos.

—Yo estoy lista, pero Tom aún no ha salido —se apartó Bill de la puerta.

—Tom, abre de una vez —probó Simone la perilla con el mismo éxito que la menor de sus hijas había obtenido antes—. Abre ahora o haré que Gordon desatornille la puerta de aquí a Navidad. Juro que lo haré.

—No.

Las aletas de la nariz de Simone se ensancharon cuando su dueña inhaló a profundidad. —Abre ahora mismo, jovencita. De una u otra manera irás a la escuela. Bill, sube al auto y espéranos ahí.

La menor de las gemelas abrió la boca para replicar, pero un rápido vistazo a la vena que resaltaba gorda y amenazante en la frente de su madre la hizo disuadirse de su propósito.

Con apenas un vistazo por encima de su hombro, recogió su mochila del suelo y bajó las escaleras con lentitud, a la espera de que todo se solucionara antes de tener que salir de casa.

Por el bien de Tom tanto como el suyo, eso esperaba.

 

Sentada en el asiento del copiloto y con ojos ansiosos al ver que su madre se acercaba sola al vehículo y sin rastros de Tom por ningún lado, Bill apenas si pudo contenerse en cuanto se progenitora entró al vehículo.

—¿Y Tom? —Fue lo primero que preguntó, jugueteando con el tirante de su mochila—. ¿Qué pasó con ella? ¿Salió al fin del baño?¿Por qué no viene contigo? Mamá, ¿dónde está Tom?

A su lado y con una sonrisa leve en los labios, Simone denegó con la cabeza. —Una pregunta a la vez, cariño. Y no, Tom se va a quedar hoy en casa. Se lo ha ganado.

—¿Qué? ¡No es justo, mamá! —Replicó Bill con un mohín—. Si ella se queda en casa, yo también quiero hacer lo mismo. ¿Está enferma? Porque ahora que lo pienso, me pica un poco la garganta…

—Nada de eso —desdeñó Simone la posibilidad de que la menor de sus hijas también faltara a clases—. Lo de Tom es un asunto especial, por eso se va a quedar en casa. Mientras tanto, tú irás en representación de las dos. Sin excusas ni pretextos.

—Oh, mamá, eso es tan injusto —se cruzó Bill de brazos, enfurruñada en el asiento y preguntándose con qué excelente evasiva había salido Tom como para no ir al último día de clases. Debía ser una buena, y una parte de ella estaba molesta porque su gemela no había compartido con ella el secreto de su éxito.

Iniciando al automóvil y enfilando a la calle, Simone le dedicó una caricia leve en la pierna antes de poner primera y salir al tráfico.

—Tú hermana recibió hoy una visita muy importante, es por eso que va a permanecer en casa hoy —le lanzó la indirecta a Bill, quien frunció el ceño y pareció no captar la indirecta.

—¿Qué, vino el Primer Ministro a nuestro domicilio y no me enteré?

—Piensa un poco más, cariño.

Bill arrugó la nariz, en vano concentrándose. Nada se le venía a la mente excepto los ramalazos de celos que le daban porque Tom se había librado de la aburrida fiesta de fin de curso mientras que ella tenía que ir y soportar a su clase completa. Lo que era peor, sola.

—Me rindo —masculló al cabo de unos minutos, con el ánimo tan oscuro, que no le extrañaría si de pronto pequeñas nubes oscuras se concentraban sobre su cabeza y llovían sobre ella.

—Esta mañana Tom se convirtió en mujer. Recibió su primera menstruación —dijo Simone como si tal, atenta desde su visión periférica a la reacción que la menor de sus hijas tendría. En su asiento, Bill pareció olvidarse por un segundo de su mal humor y la volteó a ver con ojos grandes—. No se sentía bien, así que por eso se quedó en casa. Gordon se encargará más tarde de llevarla a la tienda para comprar toallas sanitarias.

—¡Mamá! —Gesticuló Bill desesperada con los brazos—. Por eso debí quedarme con ella. Debe estar asustada, ¡si hasta dijo que era algo vergonzoso y que le dolía! Tienes que dar media vuelta ahora mismo —ordenó con autoridad, haciendo reír a Simone en el proceso.

—Es sólo su primera regla. Tiene cólicos, lo que necesita es descansar con un paño caliente en el vientre y beber un té de manzanilla. Tú por el contrario… Aún debes asistir a la escuela.

—Argh, mamá… Es inaceptable—se enfurruñó Bill de nueva cuenta, molesta con su gemela de manera irracional por haberse salido con la suya. Si el precio era sangrar un poco, calambres en el estómago y estar en cama, bien podría ella haber recibido la misma ‘visita’, como la llamaba su progenitora.

—Tú hermana no lo cree así —le comentó Simone con ligereza, recordando lo difícil que había sido sacar a Tom del baño y lo aún más duro que había resultado hacer que le revelara la verdad. La pobre estaba asustada, llorando y con las mejillas teñidas de un rojo profundo. Aún más, Tom sólo había atinado a pedir disculpas por haber arruinado un par de pantaletas en perfecto estado que por más pasadas bajo el agua que les había dado en el lavamanos, seguían manchadas.

De primera mano, Simone no había sabido qué hacer. Tom era tan diferente de Bill. Más dada a ocultar sus sentimientos y mantenerse estoica, pero en el punto de quiebre, también la que más sufría cuando las barreras caían y quedaba fuera de resguardo.

Abrazándola y con infinita paciencia, le había recordado que era normal. Que ya era una jovencita en edad de tener su periodo y que no por ello el fin del mundo se iba a acabar. Entre hipidos, Tom le había confesado que estaba asustada, porque dolía más de lo que en clase de educación sexual les habían dicho y era diferente a nada que hubiera imaginado. ‘Diferente’ como sinónimo de ‘vergonzoso’, y Simone había hecho nota mental en el hecho patente de que Tom llevaba desde el inicio de la pubertad ocultando los cambios en su cuerpo en ropa que le quedaba varias tallas más grande, a diferencia de Bill quien había aceptado los cambios con una precocidad diametralmente opuesta a la de su gemela.

Apenas tranquilizar a Tom, Simone había buscado en su gabinete de enseres personales y dado a su hija la última toalla sanitaria del empaque, haciendo también nota de comprar más. Dado que ella estaba tomando la píldora, había olvidado por completo tener una provisión más grande por si situaciones como esa se presentaban. Costaba creerlo, pero sus hijas crecían ante sus ojos sin que realmente se percatara de ello hasta que sucesos como ése, se lo recordaban. Ya no eran las niñas de siempre, ahora estaban en marcha de convertirse en un par de encantadoras jovencitas.

Sonriendo un poco más, recordando que quizá pronto Bill sería la siguiente en pasar por ese complicado trance, Simone agradeció al menos que aún quedara tiempo para eso, y estacionó el automóvil frente a la entrada del Gymnasium.

—Ow, mamá… Eres cruel —suplicó Bill para no tener que bajarse, pero su madre se negó a aceptar un ‘no’ por respuesta.

—Cuando seas mayor, me agradecerás haberte dado una buena educación de cual sentirte orgullosa. Anda, ve —le abrió Simone la puerta. Tras una pequeña pausa de su parte, Bill salió, de paso presintiendo que sin Tom, las próximas horas de su vida se irían con una lentitud pasmosa, casi agonizante.

—Cuando sea mayor, rica y famosa, y tenga mi propia banda y te lleve de vacaciones a las Bermudas, veremos quién le agradece qué a quién, mamá—besó Bill a su madre en la mejilla, inhalando después a profundidad para acumular valor y dirigirse directo a la entrada principal de la escuela.

Sin importar que aquel fuera el último día de clases antes de las vacaciones de verano, las siguientes horas se auguraban entre las peores de su vida.

Con un suspiro de su parte, Bill reunió el escaso valor que le quedaba en las venas y decidió que si de todos modos iba a ser un día de mierda, mejor enfrentarlo con la barbilla en alto. Despidiéndose de su madre con la mano y luego sin mirar atrás, entró al edificio.

 

«Bueno, supongo que no es tan malo después de todo», pensó Bill un par de horas después, sentada a solas en una esquina del salón y sin más compañía que su mochila, pero con un plato desechable repleto hasta el borde de delicioso pastel. Era lo único bueno del último día de clases: Que en realidad no las había. En su lugar, todo mundo llevaba algo para comer y compartir con el resto del grupo.

Porque Simone lo había sugerido (más bien obligado a llevar), Bill había aportado lo suyo contribuyendo con una bolsa con cacahuates y otra de malvaviscos, la segunda de las cuales pertenecía a Tom, pero que ella había tenido que llevar en su representación.

Siendo honesta consigo mismo, Bill estaba desesperada por regresar a casa. No imaginaba cómo Tom podría estar pasando esas horas de la mañana, aunque un presentimiento le decía que en cama, recostada en posición fetal, y sufriendo sin que por ello se atreviera a soltar un quejido audible. De estar en su lugar, la menor de las gemelas estaba segura que sería un amasijo de patetismo, lloriqueando como si no hubiera mañana y exigiendo mimos y caricias a granel.

—Mmm-ugh —masculló de pronto, bajando el tenedor con un bocado de pastel de vuelta a su plato y apretando las piernas juntas cuando un ligero ramalazo de dolor en la parte baja del vientre la hizo pensar que el betún estaba pasado y ella a punto de enfermarse.

Convencida de que era eso, Bill optó por distraerse en otra actividad que no fuera comer, sacando así de su mochila un viejo cuaderno que utilizaba para escribir canciones en espera del día en que su banda de garaje fuera descubierta por un famoso productor de música y regresar al Gymnasium fuera una decisión opcional en la que su madre no pudiera opinar al respecto.

Por desgracia para ella, parecía no estar funcionando…

Bill se sentía turbada, sus pies inquietos moviéndose al ritmo de una canción imaginaria mientras que con la mano, hacía golpetear su bolígrafo sobre el papel en blanco a excepción de unos garabatos en la esquina. Su mente divagaba en espera de que su cuerpo decidiera volver a la normalidad y dejara de molestar de una vez por todas, pero sin que al cabo de unos minutos diera resultado.

Lo que era peor, su estómago estaba haciendo unos ruidos extraños que ella esperaba, fuera la única en escuchar. Si Tom estuviera a su lado ahora, nada de eso habría pasado, estaba segura.

—Frau Berger, ¿puedo ir a la enfermería? —Le preguntó a su maestra pasado el cuarto de hora justo cuando creía que no iba a poder soportar más estar en su silla fingiendo una sonrisa que con cada segundo, parecía convertirse más y más de una mueca—. No me siento bien del estómago —se llevó la mano al vientre para enfatizar su punto—. Creo que el pastel me sentó mal.

Por fortuna para ella, Frau Berger, a diferencia de su maestra del curso anterior, era una mujer entrada en la cuarentena de su vida y amable como pocas. Trataba a Bill como a cualquiera de sus otros alumnos, lo que ya era un gran avance con respecto a los profesores que había tenido en cursos anteriores y que claramente tenían querella en contra suya y de Tom.

—¿Quieres que te acompañe? —Se ofreció la maestra, viendo que los ojos de Bill se apreciaban brillosos, ya fuera porque tenía fiebre o se le humedecían por el dolor.

—N-No, estoy bien —le falló la voz a la menor de las gemelas cuando un ramalazo punzante parecido a un calambre en el bajo vientre, la hizo querer sentarse en cuclillas para llorar—. No es nada, sólo un malestar pasajero. La enfermera me dará un poco de Pepto-Bismol y estaré mejor.

—Muy bien —le dio permiso Frau Berger para retirarse—. Vuelve si después te sientes mejor.

«En sus sueños más salvajes…», pensó Bill agriamente, llevando consigo su mochila colgada al hombro, convencida de que iba a pasar el resto del día en la enfermería recostada en una de las camillas si la encargada así se lo permitía.

Arrastrando los pies sobre el linóleo e ignorando las miradas inquisitivas de sus compañeros que la veían partir antes que todos los demás, abandonó el salón de clases y recorrió el largo pasillo hasta llegar a la sala de la enfermera. La puerta estaba abierta, y la mujer que cumplía funciones de enfermera en su escuela descansaba tranquilamente frente a su escritorio leyendo una revista de salud.

—¿Otra vez tú, Bill Kaulitz? ¿Dónde está tu Doppelgänger inseparable? —Preguntó la enfermera con una media sonrisa reprobatoria. Para ella no era ningún misterio que el 99% de las ocasiones en que una gemela Kaulitz se presentaba ante su oficina, era por síntomas completamente falsos—. ¿Qué es ahora? ¿Fiebre tifoidea? ¿La peste negra? ¿Ébola? ¿Paperas por tercera vez en lo que va del año?

Bill le dedicó una pequeña sonrisa tímida, y para sí se prometió ser más cuidadosa la próxima vez que se presentara ahí simulando estar incapacitada para asistir a clases. Cambiaría esas paperas por varicela.

—Uh, no… —Abrazándose a sí misma con los brazos alrededor del cuerpo, Bill denegó con la cabeza—. Es el estómago. Me duele.

La enfermera arqueó una ceja. —¿Estamos hablando de verdad o es sólo un pretexto para escapar de tu último día en la escuela?

—Muy en serio —gimió Bill—. Creo que fue el pastel.

—Ok, pasa y recuéstate en la camilla número dos. En un momento estaré contigo —le ordenó la enfermera, y la menor de las gemelas así lo hizo sin rechistar.

Sacándose los zapatos y dejando la mochila a un lado de la pared, Bill se dejó caer sobre el delgado colchón de la camilla, acomodándose de costado y usando la única sábana alrededor para cubrirse. Cerrando los ojos, no tardó en caer dentro de una suave modorra.

—Cariño, despierta —la sacudió la enfermera en lo que Bill creía eran diez segundos después, pero un breve vistazo a su reloj de pulso le hizo saber que en realidad habían pasado quince minutos—. Tienes ojeras, ¿dormiste bien anoche?

—Eso creo —se incorporó Bill a medias, sentándose en la camilla y tallándose un ojo con pereza.

—Ahora, ¿exactamente dónde te duele? —Inquirió la enfermera, usando sus manos para tocar a Bill por debajo de las costillas.

—No, es más abajo, cerca de la cadera —guió Bill los dedos de la enfermera hasta por debajo de su ombligo—. Aquí. ¿Ve? Creo que hasta está inflamado. Quizá sea apendicitis…

La enfermera rió por aquella ocurrencia. —Lo dudo mucho; si así fuera, estarías gritando. De pura casualidad, ¿tienes algún otro síntoma además del dolor de estómago? ¿Náuseas? ¿Antojo por una barra de chocolate? ¿O acaso descansar en cama todo el día con los pies calientes?

Bill abrió grandes los ojos. —¿Me está diciendo que estoy embarazada? Porque es imposible, ¡se lo juro! ¡Yo nunca-…!

—Lo sé, lo sé, tranquila— detuvo la enfermera su soliloquio—. Al revés, es todo lo contrario a un embarazo.

La menor de las gemelas expresó su desconcierto con un gesto de confusión. —¿Y eso es…?

—Estás con tu periodo, ¿no es así?

—¡¿Qué?! —Al instante, Bill sintió como toda la sangre del cuerpo se le agolpaba en las mejillas—. Pero yo nunca… Es decir, apenas hoy en la mañana Tom por primera vez… Y yo no… Antes de ahora… —Bajó la vista a su regazo—. ¿Cree que sea eso?

—Más que creerlo, estoy segura —le acarició la enfermera la cabeza—. Ve al sanitario y dime si estoy en lo correcto. Si es así, llamaré a tus padres para que te recojan y podrás irte temprano a casa.

Bill se apartó la sábana de encima e hizo una mueca. —No sé si es bueno o malo.

—Una mezcla de ambas —la ayudó la enfermera a bajar de la camilla y le tendió los zapatos de vuelta—, pero eso lo entenderás en unos años.

Si así iba a ser, Bill esperaba por su bien que así fuera, pero antes, porque esperar le empeoraba el malestar. Pasando al sanitario adjunto de la enfermería, apenas se bajó los pantalones, comprobó que en efecto, o había sufrido un repentino caso de hemorroides, o su menstruación había decidido darle un visita imprevista a ella también.

—Mierda —masculló, sintiéndose mareada en el acto. La sangre no le daba miedo, pero la idea de que saliera por su cuerpo (que lo hiciera mes con mes) sin que ningún daño real estuviera ocurriendo… Vaya que sí le erizaba los vellos del cuello.

—¿Todo bien ahí dentro? —Preguntó la enfermera al otro lado de la puerta, esperando un veredicto final.

—Es… Sí —respondió Bill un tanto abochornada, no muy segura de cómo proceder a pesar de que las dos eran mujeres. Sólo había una persona en el mundo con quien se sentiría cómoda como para hablar de esos asuntos, y en ese momento estaba en casa, metida en su propia cama y sufriendo lo suyo—. ¿Y ahora qué hago? —Preguntó Bill, segura de que su voz sonaba chillona y tan asustada como en verdad se sentía.

—Hay un paquete de compresas dentro del gabinete. Toma una, si necesitas ayuda, sólo lee con cuidado las instrucciones del empaque. Si no funciona, sólo llámame. Aquí estaré para aclarar cualquier duda que tengas.

Segura de que no iba a pedir auxilio ni aunque su vida dependiera de ello, Bill abrió el gabinete y extrajo una toalla de su interior. Tras unos minutos leyendo el instructivo (tres veces cada punto para estar segura de lo que hacía y no errar), procedió a colocarse la compresa.

Al finalizar, con las extremidades temblorosas y la sensación de que llevaba un abultado pañal visible para todo mundo entre las piernas, Bill suspiró con alivio, preguntándose si Tom había pasado exactamente por lo mismo. Seguro que sí, pero no por ello dejaba de sentirse fastidiada.

Saliendo del baño, Bill se llevó la grata sorpresa de encontrar a Gordon sentado frente al escritorio de la enfermera, los dos compartiendo un café, y con aspecto de haber ido sólo por ella.

—Hey, Bill—la saludó su padrastro—, tu madre está ocupada con la galería, así que vine yo a recogerte. ¿Todo listo para irnos?

El labio inferior de Bill comenzó a temblar, y antes de que se diera cuenta, ella ya estaba abrazada a Gordon con el rostro enterrado en el cuello del adulto, presa del peor desequilibrio emocional que nunca antes hubiera tenido que sobrellevar. No sabía que le pasaba, pero quería un abrazo, una bolsa grande de gomitas ácidas y pasar el resto del día con su Tom en cama.

—Vamos, cariño —la consoló Gordon, limpiándole los gruesos lagrimones que le corrían por las mejillas; que fuera la segunda ocasión en lo que iba del día que lidiaba con el mismo problema ayudó en gran medida—. Tom hizo lo mismo esta mañana cuando la lleve a la farmacia, no hay por qué llorar. Todo va a salir bien, y en unos cuantos días estarás como nueva… hasta el próximo mes, pero eso es otro asunto, y para entonces estarás preparada.

—P-Pero es qu-que due-lele —trastabilló Bill con las palabras—. Y yo-o sólo qu-quiero ir a ca-s-sa. Qui-quiero a m-mi Tom-mi.

—Y eso haremos ahora mismo. Nos retiramos —se acercó para estrechar la mano de la enfermera y darle gracias por todo, para después recorrer la mochila de Bill del suelo, echándosela al hombro en un limpio movimiento—. ¿Todo listo, pequeña damita? —Sujetó la mano de su hijastra entre la suya y los dos abandonaron la enfermería.

Podía no ser su padre, y seguro, jamás poder reemplazar el lugar que Jörg ocupaba en su corazón (incluso pese al divorcio y los largos meses de dilación entre visitas), pero en aquel instante, Bill quiso a Gordon como jamás en la vida por ocupar ese lugar en su existencia que tanto necesitaba como nunca antes.

Tomados de la mano sin importarles nada, los dos abandonaron la escuela.

 

Aquel había sido el peor día de su vida, estaba segura de ello.

Envolviéndose hasta por encima de la cabeza con las mantas, Tom se mordió los labios para acallar el quejido que amenazaba con desbordarse desde su garganta. Malditos cólicos, maldito periodo y maldita desgracia de ser mujer. Todo junto la estaba haciendo sufrir como nunca antes en la vida; no podía esperar para que todo terminara de una vez por todas.

Las últimas horas habían transcurrido tan lento, tan aburridas, tan plagadas de dolor, que sólo cruzaba los dedos para que el tiempo avanzara lo más rápido posible y Bill estuviera a su lado. Tom planeaba disculparse con su gemela por ser tan terca en la mañana al negarle acceso al baño que compartían, creía ella, por una buena razón. Esperaba que Bill así lo comprendiera y no se mofara mucho de ella por haber entrado en shock al haberse topado con tan desagradable sorpresa.

«Y no es para menos», pensó la mayor de las gemelas con amargura y un puchero permanente en los labios. El día había comenzado como otros tantos, quizá la única diferencia en que era el último antes de salir de clases, y por ello la cereza del pastel en lo que había sido un año de pacotilla en el Gymnasium, pero nada peor que lo vivido en años anteriores. Decidida a salir airosa por última vez en ese curso, Tom se había levantado temprano ese día para alistarse, sólo para encontrar lo que parecía una carnicería sangrienta de día de Halloween en sus pantaletas.

Decir que se había mordido la mano para acallar el grito de sorpresa que había brotado de su garganta era poco; Tom había roto a llorar en el acto, presa de la histeria y asustada de que algo malo hubiera pasado mientras dormía, ya fuera porque estaba herida o muriendo, tal vez ambas… Sólo para encontrarse cinco minutos después con la nariz congestionada, los ojos rojos y una epifanía clara y sencilla que le dejó bien claro qué había sucedido en realidad.

Recordarlo aún le hacía a Tom sentirse como la chica más tonta del mundo. No era la primera en su grupo en pasar por eso, tampoco de las últimas, así que no se explicaba cómo había podido olvidar que su primera menstruación podía ocurrir en cualquier momento.

‘Cualquier momento’ como la versión extendida de hoy.

Por fortuna para Tom, justo en ese momento el ruido de un vehículo estacionándose en la entrada de su casa la sacó de sus oscuros pensamientos. De primera mano, pensó que podría ser su madre, pero entonces recordó que era imposible, puesto que la propia Simone se lo había dicho esa mañana: Tenía mucho trabajo en la galería y volvería tarde, después de la caída del sol.

La otra opción era Gordon, pero entonces le llegó desde lejos la voz de Bill, y supo que de alguna manera su gemela se las había arreglado para escabullirse de clases por el resto del día.

Arrastrando consigo la manta por encima de los hombros, Tom salió de su habitación justo a tiempo para encontrarse con Bill en el rellano de las escaleras, luciendo tan miserable como ella se sentía.

—¿Qué pasó? —Preguntó apenas la tuvo lo suficientemente cerca como para tocar una de sus mejillas manchada del delineador negro que en los últimos meses se había empeñado en utilizar—. Ocurrió algo en la escuela, ¿no es así? ¿Se burlaron de ti o-…?

—No —movió Bill la cabeza, atenta a lo oscuros que se volvían los ojos de Tom; su gemela podía pasar de un estado de preocupación total a uno de furia si se enteraba de que alguien había osado herir a su Bill en cualquier sentido que la palabra pudiera abarcar. Decidida a no traer malos recuerdos, la menor de las gemelas se terminó pegando más a Tom, apoyando después el mentón sobre su hombro—. Fue algo peor. Mucho peor.

—¿Alguien te lastimó? Dime de quién se trata y la machacaré con mis puños. —A Tom el estómago lo dolió peor que antes al imaginarse a Bill rodeada de las terribles chicas de su grupo que la odiaban sólo por ser diferente a ellas.

—Me bajó la regla, así que ya ves… Gemelas hasta el final, ¿uh? —Moqueó la menor de las gemelas—. Perdón por haberte gritado en la mañana, ahora sé lo que sientes y es horrible. Oh Tom, duele tanto…

—Oh, era eso… Lo sé —la terminó por abrazar su gemela, envolviéndolas a ambas con su manta—. Pero pasará. Mamá me dio unas pastillas y al menos ayudan un poco… Vamos a la cama, ¿sí?

Bill asintió, dejándose guiar a la habitación de Tom, las dos tirándose sobre el colchón sin más ceremonia y enrollándose la una en la otra hasta encontrar una posición agradable.

—¿Sabes? —Rompió Bill el silencio al cabo de unos minutos de paz, justo cuando se estaban amodorrando por el calor y el sosiego del momento—. No es que sea tan malo, pero es…

—Perturbador, seh —completó Tom la frase—. Y espera a que esto pase mes, tras mes, tras mes…

—No me des ánimos —le pellizcó Bill en la pierna, con todo, acercándose más a su cuerpo—. Es que estoy tan asustada…

—¿Por qué? —Inquirió Tom, pasando su brazo por la cintura de Bill y pegándose todavía más a ella—. En unos días será un recuerdo para olvidar. Eso hasta que pasen cuatro semanas y entonces volverá a empezar, pero… Siempre termina.

Bill rió por la ocurrencia de su gemela, su cálido aliento estrellándose contra el cuello de Tom. —No es eso. Más bien… Pienso que ahora podemos tener bebés.

A su lado Tom se tensó.

—No es que vayamos a tenerlos ahora, pero… Es una gran responsabilidad. Es como si de pronto todo hubiera cambiado. Ahora somos mujeres, no sólo niñas. Más maduras pero al mismo tiempo... No importa. Bebés. Es aterrador.

—Yo no tendré ningún bebé, ni ahora, ni en diez años, o quince, ni nunca —afirmó Tom, recorriendo el dorso del cuerpo de Bill con una mano—; tú ya eres mi bebé porque te comportas como uno. Prometí que siempre cuidaría de ti, ¿recuerdas?

—Mmm —exhaló la menor de las gemelas, reconfortada por las palabras de Tom—. Entonces está bien. Ser mujer no puede ser tan diferente, ¿no? Digo, ya pasó medio día y me siento como siempre. ¿Y tú?

Tom lo pensó un poco. —Igual, supongo. Excepto por los cólicos. El resto no cambió.

—Con suerte quizá aumentamos una talla de sostén —apuntó Bill su fantasía personal, para horror de Tom, quien encontraba vergonzoso en extremo el tener que graduarse de sus brassieres deportivos para utilizar algo más adulto. La simple idea de usar lencería con encajes y lazos la ponía enferma.

—Espero que no —fue la lúgubre respuesta de la mayor de las gemelas—. Quiero poder seguir usando mi patineta sin temor a irme al frente porque tengo dos globos pegados al pecho que me quitan el equilibrio.

—Te verías bien, digo —carraspeó Bill—, nos veríamos bien.

—Bah, tú ya eres preciosa. Yo en cambio… Ojalá hubiera sido niño al nacer tal como habían pronosticado desde un inicio—bostezó Tom, el movimiento de sus manos recorriendo la espalda de Bill, haciéndose más lentos y perezosos—. Así podría ser Tom sin que los demás hicieran muecas al ver que en realidad debajo de la ropa y las rastas, soy una chica.

Bill soltó una risita, convencida de que su Tom era demasiado linda como para pasar por chico incluso si hubiera nacido así.

—Es culpa de mamá, estaba tan convencida de que tendría gemelos…

—Pfff, eso no es pretexto para llamarnos Tomi y Billie a pesar de todo; ¿tan difícil era buscar otros nombres en lugar de feminizarlos? La abuela jamás se lo ha perdonado por completo, por no hablar de todas esas fotos de bebé en las que salimos vestidas de azul porque mamá estaba tan convencida de que seríamos niños que ya nos había comprado todo en eso tono hasta los seis meses de edad—murmuró Tom, sus labios rozando el mentón de su gemela, sin darse cuenta, provocándole piel de gallina—. Pero no importa, para mí siempre serás mi Billie.

—Y tú mi Tomi —susurró la menor de las gemelas a su vez, entrelazando una de sus piernas entre las de Tom—, hasta el final.

—No… No habrá final —balbuceó a duras penas Tom, por último cediendo a la pesadez de sus ojos y cayendo dormida en el acto.

Con cuidado para no despertarla, Bill la besó en la punta de la nariz y pegó sus cuerpos desde los pies hasta los hombros en una perfecta calca de la otra. Pronto también se quedó dormida.

Horas después cuando Simone llegó a casa y subió a verlas, no pudo evitar el sonreír. Eran sus pequeñas niñas siendo ellas mismas.

—O mis mujercitas —murmuró para sí, cerrando la puerta con cuidado para no despertarlas.

Después del día que habían padecido, se lo merecían.

 

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Notas finales:

Yep, fic 'nuevo' o al menos inédito en esta página. Consta de 10 capítulos, y como siempre, cada martes iré subiendo uno hasta terminar.
No sé qué tan chocante les resulte el femslash o que mencione la menstruación de las nenas Kaulitz como parte central de la trama, peeero... prometo que se va a poner interesante.
Dudas, quejas y/o sugerencias, ya saben dónde. Un comentario al día mantiene a Marbius con alegría.
Besucos~!


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