Era una iglesia hermosa, algo pequeña para su gusto personal, pero después de la guerra había empezado a ver la belleza en las cosas más insignificantes. El lugar resaltaba por sus estatuas de caballeros armados que representaban a los hombres pertenecientes a la Orden de los Templarios, era un detalle magnifico para simbolizar a los valientes luchadores que dieron sus vidas por un bien mayor, un lugar especial para celebrar la boda del Salvador del Mundo Mágico: era modesto pero imponente. Todo lo que Harry era y lo que no deseaba.
Era perfecto en todo sentido. Las flores delicadas y en su punto más alto de belleza, los invitados que dejaban escapar felicidad de sus cuerpos con cada sonrisa o palabra, la luz cálida que entraba por las ventanas para suavizarlo todo, el ambiente ameno que solo destilaba calma y quietud. Inclusive se atrevía a decir que el olor de las velas combinado con las flores no podía igualarse con el perfume más caro y detallado de ambos mundos. Una vez más pensaba, todo era perfecto.
Pero nada de lo anterior dicho se igualaba en belleza al hombre que se encontraba cerca al altar. Vestido con un traje negro a la medida, con sus anticuadas gafas redondas y con una corbata blanca, Harry era la máxima expresión de la divinidad en la tierra. Un héroe de diecinueve años que ahora se aventuraba a la vida de casado porque finalmente su sueño de formar una familia empezaba a tomar forma; una vida que se le era entregada por todo el sufrimiento que debió experimentar toda su existencia. Ahora Harry era feliz, su sonrisa sincera y el claro amor que expresaban sus ojos lo delataban.
La ceremonia casi llegaba a su fin, los votos eran expresados con tal cariño que lograba enternecer a todos los invitados. Menos a él.
Lloraba en silencio observando todo el evento cerca a la entrada de la iglesia ¡Joder, como dolia! Había perdido, el amor de su vida se casaba y no podía impedirlo. No quería. Porque había negado toda su vida ese sentimiento hacia el niño que vivió, camuflandolo con odio y pateticos intentos para llamar su atención; porque le habia querido desde la primera vez que le vio y no lo sabía; porque hasta hace poco entendió que le amaba de tal forma que ese ridículo enamoramiento nunca lo podrá superar; porque sabe que nunca será querido ni apreciado por Harry tras lo que pasó en la guerra; porque sabe que su niño amado será tan feliz con Ginevra Weasley ¡Lo tiene tan claro que siente su corazón a morir de tanto dolor!
Deja escapar un gemido lastimoso al momento en que se besan, teme que ni siquiera los estruendosos aplausos logren aplacar el sonido de sus sollozos incontrolables. Tiene que salir de ahí, no puede calmarse, tiene que huir.
Logra alejarse de la entrada antes de caer sobre sus rodillas en el suelo de piedra, no puede evitar seguir llorando. Siente como su pecho se sumerje en el sufrimiento que su corazón expulsa como veneno, el aire difícilmente llega a sus pulmones y cuando sale solo se convierte es mas sollozos dolorosos. No puede respirar, no puede controlar su cuerpo, llora por un alivio que no llega con prontitud, poco a poco va perdiendo la cordura ¿Acaso esto es como se siente morir? Probablemente.
Cierra sus ojos.
Deja escapar un grito desgarrador.
Su garganta duele.
Su pecho arde.
Sus ojos queman por las lagrimas.
Se siente a morir.
Desea morir...
De la nada siente como delicadas manos envuelven su cuerpo en un abrazo timido, el olor a frutas inunda su nariz y un cabello esponjado se presiona contra su rostro. Abre los ojos para encontrar a Granger en frente suyo, sus ojos empañados en lagrimas también. Intenta hablar, explicarle la razón por la que llora en la boda de su enemigo del colegio, pero lo unico que sale de su boca son frases indescifrables. Ella simplemente niega levemente con la cabeza y le habla de forma suave.
- Lo sé, lo sé Draco. Harry también te amó -