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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

 

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(^u^)O 
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Gracias por continuar leyendo.  

                 

Capitulo 8

 

 

Celos

 

—24—

 

El cielo nocturno hacía gala de belleza inefable. La faz era de un negro espeso, pero adornado con las estrellas que brillaban intermitentemente y le daban un sutil aire romántico. Era una noche cálida y totalmente despejada de nubes de tormenta, perfecta para salir de fiesta con amigos.

Tal y como se había acordado ese día, los novatos y demás trabajadores tuvieron la oportunidad de desviarse de camino a la taberna para divertirse un rato. El Maou y el Consejero Real los acompañaban en esta ocasión, aunque el último seguía renuente con la idea, sobre todo porque la impecable reputación de su preciosa hija adoptiva no le permitía frecuentar sitios tan indecentes, pero a ella no parecía importarle tanto como a él.

Wolfram caminaba con lentitud. Se sentía extrañamente molesto, como si se encontrara en una pesadilla demasiado real. «¿Qué puede ser peor que una taberna llena de hombres borrachos y mujerzuelas? Ah claro, las fiestas en el Castillo Real de Blazeberly». El rey no le había dicho nada más desde que compartieran la vista del atardecer, se había limitado a indicarle que lo siguiera por el tranquilo sendero.

Wolfram seguía muy de cerca a Yuuri. Realmente, aun si no hubiera querido, no habría tenido otra opción. El joven Maou le había tomado de la mano desde el principio del camino y no la había soltado en ningún momento, según él para que no se perdiera en un lugar que le seguía siendo desconocido.

Tras recorrer unas cuantas cuadras por el pueblo, llegaron al lugar.

Una vez que entraron, Wolfram inspeccionó el lugar con la mirada. Para su sorpresa, no parecía tan rústico como se había imaginado. Contaba con una superficie muy amplia. La barra se ubicaba enfrente de la puerta y recorría toda la pared. Numerosas botellas de licor poblaban las estanterías. El resto de la estancia estaba repleta de mesas y sillas, haciendo gala de un gran desorden.

La taberna estaba atestada de gente que ocupaban las grandes mesas y sillas de madera mientras conversaban y bebían amenamente. Otros hacían competencias para ver quien bebía una jarra de cerveza fría más rápido. Cuando terminaban hasta la última gota, se secaban la boca con la manga mientras los espectadores vitoreaban al ganador, que por supuesto sufría de una buena dosis de atolondramiento.

Una orquesta formada de acordeón, violín, guitarra y pandereta tocaba una tonada estridente en un rincón. Los hombres mayores intercambiaban historias y pedían sus canciones favoritas mientras algunos jóvenes que habían llegado acompañados bailaban al son de la música con su pareja. Otros apostaban jugando cartas, y las doncellas solteras se paseaban por el lugar esperando encontrar a un buen caballero con quien bailar. También había una zona más elegante dentro de las instalaciones, con hileras de sillas tapizadas con finos acabados, mesas con mantel, comida y bebida de la mejor. Se podía respirar una atmosfera menos sofocante allí.

Casi al mismo tiempo llegaron más clientes para unirse a la fiesta, dos caballeros con sus respectivas acompañantes, que por su apariencia parecían ser miembros de la alta sociedad. Jeremiah sabía de quiénes se trataba. Por haber estado merodeando el castillo Pacto de Sangre y gracias a la amistad que hizo durante aquel tiempo con una sirvienta llamada Solly, tuvo acceso a todos los rumores que circulaban en la corte.

Los cuchicheos indiscretos de la gente no se hicieron esperar. Abriéndose paso por entre la muchedumbre, Yuuri sonrió a una de esas damas que, a su paso, se le había quedado mirando pasmada y gratamente sorprendida.

En realidad, varias mujeres contemplaban al Maou con los ojos abiertos de admiración. Era demasiado obvio que guardaban un fuerte sentimiento de amor por su rey, algo que él parecía ignorar por ser demasiado despistado.

Cuando Wolfram también captó el escrutinio al que lo sometían los mirones, se le acercó más a Yuuri, con un claro destello de advertencia en los ojos. Intentó no enfurruñarse y levantó la barbilla mientras el Maou lo guiaba tranquilamente hacia una mesa situada al fondo del elegante salón. Pero una molesta corazonada hizo que se soltara de la mano para atrasarse y hablar con su secuaz.

Guardó suficiente distancia. Luego, como si hubiera mirado a su alrededor para asegurarse de que nadie lo oía, Wolfram fijó por un instante los ojos en aquellos caballeros elegantes que, no obstante, lucían una graciosa cabellera blanca y cuya postura parecía ya cansada con los años y a sus jóvenes acompañantes, instante que bastó para que intercambiara una mirada fugaz con Jeremiah, indicándole que tenían que hablar.

—Habla, ¿quiénes son? —musitó entre dientes sin perder de vista el comportamiento del rey y de las señoritas que se paseaban como si fueran reinas, en lugar de mujerzuelas que no valían más que cualquiera de las pobres chicas de la calle.

—Rameras caras, sin duda. Por un lado, la querida del vizconde Ruitz, Jena Fox, y del otro la del conde Phoenix, Liza Marguen —Jeremiah esbozó su habitual sonrisa presuntuosa y añadió mordazmente—: Al parecer la buena voluntad del Maou no puede hacer nada para cambiar el bochornoso comportamiento de sus allegados, aunque él no es tan santo como lo aparenta ¿o sí?

Wolfram apenas pudo contener un gesto de asombro. Al notarlo, la comisura de los labios de Jeremiah se curvó en una sonrisa diabólica, parecida a la de un niño cuando se sale con la suya. Lo que deseaba era destrozar la buena imagen que Wolfram se había hecho del Maou durante los pocos días trascurridos.

Crispado, Wolfram se entretuvo un tiempo observando a esas mujeres ataviadas con finos trajes de encaje y seda, cuidando de no arrastrar la falda por el suelo y riendo exageradamente por los chistes sin sentido que compartían sus parejas. Para colmo, una de ellas, una bella dama rubia que ostentaba un exceso de lápiz labial, se acercó a Yuuri y le murmuró algo al oído, que le hizo soltar una carcajada. A continuación lo vio saludando al conde y al vizconde con la mano como si se trataran de grandes amigos, y no pudo menos que sentir una impresión vaga de disgusto.

«Eres como ellos, un maldito infiel» pensó, sintiendo que el corazón se le encogía en el pecho. Se dio media vuelta y avanzó en sentido contrario. Jeremiah le siguió el paso muy de cerca. Por alguna inexplicable razón le irritó pensar en Yuuri Shibuya junto a una mujer como las dos que acababan de entrar en la taberna. Con cualquier mujer, en realidad.

Incluso su esposa.

—Jeremy, ¿fue alguna de ellas su amante? —La pregunta salió de manera sorpresiva de su garganta. Incluso a Wolfram le sorprendió el hecho de emitir palabras, cuando creía que se había quedado momentáneamente sin habla.

Jeremiah reflexionó un instante, durante el cual fingió desconcierto.

—Umm... no que yo sepa —El tono irónico era muy claro—. Pero acabas enterándote de cada cosa que yo no pondría las manos al fuego por Yuuri Shibuya.

Wolfram disimuló una mueca de decepción. No era precisamente la clase de revelación que esperaba escuchar, aunque en parte creía todo lo que su compañero le decía. Claro que un hombre tan apuesto y poderoso como Yuuri Shibuya tenía montones de mujeres a su disposición.

La demás gente, por su parte, viendo que el rey Yuuri, cuya reputación conocían, se aproximaba a la hermosa Jena Fox, empezó a cuchichear.

—Es cierto… —aún aturdido, Wolfram se quedó inmóvil e intentó concentrarse en los hechos demostrables «bien podría haber sido su amante»

Sí, Yuuri Shibuya era un mentiroso. Lo había dejado impresionado con su bondad, había hecho que cambiara su visión, lo había hecho dudar y hasta le había parecido indefenso e inocente. Pero luego había mostrado su verdadera cara y se había transformado en todo un experimentado conquistador. No podía echar a perder su oportunidad única por él.

Jeremiah parecía satisfecho del silencio y de la escena. Su querido Wolfram se había quedado derrumbado, pálido y con la mirada impenetrable.

—Debo salir de aquí un momento, ahora vuelvo.

De improvisto, Wolfram comenzó a avanzar a grandes zancadas hacia la salida. Necesitaba aire, se sentía sofocado, como le pasaba siempre que sentía algo de ira. E incluso sentía un poco de nauseas. Su situación empeoraba tomando en cuenta que las personas formaban un apretado grupo alrededor de él y que en la taberna hacía un calor asfixiante tanto que el olor a cerveza y a cuerpos sucios impregnaba cada grieta y cada piedra.

Caminó en zigzag tan rápido como pudo entre la gente, abriéndose paso por entre el ondulante tropel. Por fin vio la salida principal y se dirigió a ella de inmediato. Pero en su precisión, Wolfram terminó chocando violentamente con alguien que se acercaba en sentido contrario.

—¡Wolfram! —Yuuri lo sostuvo con facilidad, apoyándolo contra su cuerpo para evitar que cayera al suelo. Lo había perdido de vista tan sólo un segundo y eso bastó para que de inmediato corriera de nuevo hasta la salida en su desesperación por encontrarlo, temiendo que algo malo le hubiera sucedido—. ¿Estás bien?

Wolfram se quedó mirándolo, sorprendido. Una oleada de calor le recorrió el rostro y se le formó un nudo en la garganta. Incluso le costaba respirar.

Era él.

—Estoy bien, no necesita preocuparse tanto —respondió rudamente.

—Perdóname por dejarte atrás, creí que me seguirías —explicó Yuuri—. Luego tuve que buscarte afuera para asegurarme de que estabas a salvo, pero tampoco te encontré.

El sudor que adornaba su frente, el sonrojo en sus mejillas y su respiración agitada comprobaba sus palabras, pero Wolfram continuaba enfadado.

—Pensé que disfrutaría mucho más de la noche con mejores compañías, Majestad —Su mente se accionó tarde, incapaz de frenar a tiempo aquellas palabras que se escaparon de su boca sin que él las hubiera meditado antes.

Yuuri frunció el ceño, molesto.

—¿Mejores compañías?

—Yo... —Wolfram se mordió el labio inferior, perplejo y alerta por el tono. Tendría que pensar en una manera para corregir su arrebato—, yo pensé que… que Su Majestad querría pasar la velada con las damas que saludó —se explicó casi con vergüenza, como queriendo disculparse.

Sus manos seguían apoyadas en el duro pecho de Yuuri Shibuya, que todavía lo sostenía de la cintura, poco después sintió un apretujón más fuerte. El rey respiraba cerca, muy cerca de su rostro, haciéndole cosquillas y produciéndole pequeños escalofríos.

Sin embargo, llevaba toda su vida reprimiendo sus sentimientos. Le puso una mano en el pecho y dio un paso atrás para acabar con el abrazo y la tentación.

Él lo miró fijamente durante un instante y se rió.

—¿Tú piensas que…? ¡No, no! ¡Estás en un error, Wolfram! —Yuuri alzó la mano, como para frenar una suposición que ya conocía. Era triste y vergonzoso que aquel del que se había enamorado pensara eso de él, aunque sabía que se lo merecía. Pero estaba dispuesto a dejarle las cosas claras de una vez—. Válgame, no. Lady Fox y Lady Marguen colaboran en las organizaciones de eventos de caridad. De allí es que las conozco. No… no hagas ese tipo de suposiciones, por favor.

Advirtiendo la expresión de ira que reflejaría su rostro, Wolfram intentó relajarse.

—Mil disculpas, Majestad. No me malinterprete, no quise ofenderle —se apresuró a decir conservando aquel rostro imperturbable que le era habitual, porque sabía, según las circunstancias, que debía darle las expresiones más opuestas a sus verdaderos sentimientos para que siguiera pensando de él como el chico ingenuo, dócil y educado del que se había fijado desde la primera vez.

Wolfram se maldijo por haber perdido el juicio. Sí, tenía que estar loco para haberle hecho semejante comentario.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Por qué se estaba comportando como si en verdad le importara con cuantas mujeres se había acostado? ¿Y por qué eso le seguía doliendo como un puñetazo en la boca del estomago?

¡¿Acaso quería arruinarlo todo?!

—Majestad, lo lamento tanto —dijo por segunda vez—. He sido mal educado y presuntuoso...

—No, no lo has sido. —Lo interrumpió Yuuri, acercándose más. Cuando lo tuvo a su alcance, lo agarró por los hombros suavemente.

Un breve silencio se produjo entre los dos, tan solo interrumpido por el sonido de la música, de las risas y de las conversaciones de los clientes.

—¿Puedo pedirte un favor, Wolfram?

Wolfram bajó la mirada y pensó distraídamente que Yuuri Shibuya lo tocaba con demasiada soltura, como si fuera lo más natural del mundo, así como pronunciaba su nombre. Sus mejillas parecieron sonrojarse levemente bajo su piel blanca.

—Lo que usted desee, Majestad —le replicó, intrigado. ¿Favores?, ¿ya estaba hablando de favores? No se atrevería, ¿o sí?

—Eso… —Yuuri le tomó delicadamente el mentón y lo obligó a levantar la cabeza. Wolfram tragó en seco—. Yo soy un hombre que ostenta un titulo, pero un titulo no me define como persona. Por eso quiero que me llames por mi nombre.

Dio la impresión de que a Wolfram le costaba entender sus palabras. Fingió que no lo había escuchado a causa de la música e hizo un gesto para que repitiera la petición.

—Ya sabes —se explicó Yuuri, sonrojado—. Yo te llamaré 'Wolf', ya que me cuesta un poco pronunciar tu nombre completo, y tú podrías llamarme simplemente 'Yuuri'… además si me tratas formalmente te siento más lejano cuando lo que más quiero es tenerte cerca.

Abochornado al parecer por tal confesión, Wolfram se puso la mano sobre el corazón y desvió un instante su mirada esmeralda. Yuuri comprendió que, efectivamente, aquella era una información que debería haberse guardado. Quería tocarlo, abrazarlo y besarlo, pero lo refrenaba el miedo de asustarlo o alejarlo.

Por un momento que pareció eterno, Wolfram se mantuvo callado. Y sólo después de una breve espera, movió la cabeza negativamente y dio su respuesta.

—No me parece correcto. —Mantuvo su voz baja y neutral—. Majestad, usted siempre ha sido muy amable conmigo, pero no creo que sea correcto que un simple novato trate a su rey de forma tan cercana.

La decepción de Yuuri fue absoluta. Sin embargo, no discutió ni le pidió explicaciones.

—Entiendo.

«Perfecto» se dijo Wolfram. Agachó la cabeza y sus labios se curvaron en una breve sonrisa sardónica. El plan seguía en marcha después de todo: «Dejar en claro tus principios para que no te tome como un cualquiera»

—Pero, Majestad…

Cuando oyó el susurro de Wolfram, Yuuri levantó la mirada y esperó. Trató de no pensar en su belleza y en el adorable rubor que adornaba sus mejillas. Pero entonces esos ojos verdes se encontraron con los suyos y sintió que flaqueaba, pues estaba seguro que ni la más fina joya de esmeralda podía compararse con ellos. Tuvo que apelar a todas sus fuerzas para no besarlo con todo el deseo y la pasión que guardaba por dentro.

—Usted puede llamarme simplemente 'Wolf' —Formó una dulce sonrisa—. Y será un honor para mí estar siempre a sus servicios.

Muy a su pesar, Yuuri tuvo que asentir, pensando que quizás había malinterpretado los sentimientos del joven soldado, creyendo que el anhelo que percibía en sus ojos cada vez que lo miraba le indicaba que detrás de ese deseo había mucho más. Después de todo, él seguía siendo el Maou. Además, era hombre casado.

La música cesó y los bailarines empezaron a formarse en parejas para otro baile.

—Será mejor que vayamos a nuestra mesa, Wolf —Yuuri le ofreció el brazo y Wolfram lo aceptó risueño.

En silencio se dirigieron al interior de una sala espaciosa. Yuuri se esforzaba por aparentar indiferencia, pero la cercanía de Wolfram —su Wolf— lo embriagaba como el vino y varias emociones, sobre todo lujuria, se aglomeraban en su pecho.

Gunter y Gisela salieron a su encuentro para guiarlos a su lugar.

A lo lejos se oían las risas de las personas que disfrutaba de la fiesta, pero Wolfram parecía absorto en sus pensamientos. Caminaba con la mirada puesta en el suelo y medio rostro ensombrecido debajo del flequillo con una sola determinación: «Caerás, Yuuri Shibuya, y después serás como mi marioneta y harás todo lo que te pida».

 

 

—25—

 

 

—Buenas noches, mamá.

Greta se despidió de su madre con un beso en la mejilla antes de retirarse a sus aposentos, acción que imitó con su abuelo Mao. Ellos estaban uno frente al otro en un par de sillones frente al fuego de la chimenea.

Ya era tarde y los tres se habían entretenido un rato en la sala, jugando cartas y compartiendo una taza de chocolate caliente. Había sido una verdadera lástima que su padre no hubiera estado presente, pero habían recibido una nota con un soldado explicando que llegaría tarde.

—Buenas noches, mi niña, que duermas bien.

Izura la miró alejarse a toda prisa. Posteriormente, con el corazón desbocado, acercó la taza que sostenía en sus manos a sus labios y dio un sorbo a su chocolate caliente.

—Creo que con cada día que pasa, Greta se parece más a ti, mi querida sobrina —comentó Maoritsu, buscando una postura más cómoda al recostarse en el respaldo de su asiento.

Ella aspiró profundamente y exhaló despacio, para después sonreír con una especie de esfuerzo laxo y penoso.

—¿Te lo parece? —le dio por respuesta. Su voz no era para nada alegre y vivaz, parecía más bien renuente con la idea—. A mí me gustaría decir que cada día se parece más a su padre, pero hablar de él sería como hablar de un fantasma.

Maoritsu contempló con el entrecejo fruncido a su sobrina. Parecía frágil, espantosamente frágil y vulnerable. Él sabía que no se merecía tanto dolor y no estaba dispuesto a dejarla sola con tanta desdicha.

—Padre es el que cría, querida. Y si el Maou te escuchara hablar de esa forma, se sentiría completamente defraudado —advirtió—. Él no sólo te aceptó siendo viuda, sino también con una hija que ha criado como suya.

Izura le lanzó una mirada de reproche.

—Gracias por recordármelo. —Suspiró—. A veces siento que mi matrimonio es sólo un mero tratado de paz. Yuuri es un buen hombre y daría lo que fuera porque Greta fuera su hija de sangre, pero no lo es, es hija de otro.

A sus palabras le siguió un largo y profundo silencio.

Maoritsu se quedó mirando al fuego que ardía dentro de la chimenea, pensativo. Sostuvo la taza en su mano con actitud indiferente y tomó un sorbo.

—¿Cómo se ha comportado el rey contigo tras nuestra conversación, Izura? —preguntó al cabo de sus pensamientos.

Izura sintió como si un nudo se le apretara en su estomago al oír la mención de ese tema tan vergonzoso. Conocía a su tío, y estaba segura que no se conformaría con una respuesta sencilla y sin detalles. Se le secó la boca. Resistió el impulso de ponerse en pie y retirarse a sus aposentos.

Tendría que reservarse los hechos de algún modo.

—El rey se ha comportado muy solícito y amable conmigo, tío —Se pasó nerviosamente la lengua por los labios y apretó con más fuerza la oreja de la taza que estaba posada sobre sus piernas—. Cada noche, antes de irnos a dormir, me toma de la mano, me da un beso en la mejilla y me dice: «Dulces sueños, cariño». En la mañana me vuelve a dar un beso y me dice: «Buen día, querida» antes de partir para cumplir sus funciones como rey.

—¡Ya ves! —Maoritsu sonrió—. Es solo cuestión de tiempo para que tengamos a un príncipe correteando por todo el castillo.

Ella negó lentamente con la cabeza, aunque en parte deseaba que las palabras de su tío fuesen ciertas. Bebió un poco más de chocolate caliente.

—Sería bonito, pero me temo que no estoy embarazada. —Las manos le temblaban de tal manera que casi no pudo dejar la taza en el plato.

Maoritsu exteriorizó un resoplido.

—¿Cómo lo sabes? —alzó una ceja, renuente—. Esas cosas tardan en notarse. Espera un par de meses y después me contarás.

—No lo estoy, tío, no lo estoy.

Maoritsu la miró detenidamente a la cara y analizó el derrotado tono de su voz. No sabía si estar furioso o desconcertado o las dos cosas.

—Entonces, supongo que todavía no duermen juntos —masculló sin una pizca de tacto.

En vez de responder, Izura desvió la mirada.

—¡Pero eso es una bobada de tu parte! —espetó Maoritsu—. No eres tan joven como para darte el lujo de perder tus oportunidades. Y si no le das un hijo pronto, entonces el rey si te va a dejar por otra

Izura adoptó una expresión ceñuda. Su mente era una vorágine de rabia, sufrimiento e inseguridad, y temía romperse a llorar desconsoladamente.

—Sé que es una bobada —respondió a duras penas—. Pero, como bien dicen, ¿qué le vamos a hacer? Recibo de mi esposo todas las atenciones que puedo desear, no puedo exigirle más a alguien que no está dispuesto a dar.

Dando por zanjado el tema, se levantó y colocó la taza sobre una mesita.

—Estoy cansada, tío Mao —musitó con la vista gacha—. Me retiraré a mis aposentos para descansar.

El anciano se le acercó y extendió la mano hacia su rostro. Cuando sus dedos tocaron la mejilla de Izura, ella le aguantó la mirada. Era una cuestión de orgullo, aunque le parecía que ya le quedaba poco orgullo o dignidad.

—¿Dejaras que te arrebaten todo lo que te pertenece? —Izura apartó el rostro en cuanto vio aquel destello peligroso en los ojos de su tío—. Reclama tus derechos con todo el orgullo que ser la esposa del rey te otorga, nadie se atreverá a juzgarte. Podrías hacer un esfuerzo y dejar atrás tu timidez ¿no crees, sobrina mía?

—¿Hablas de seducirlo?… —murmuró Izura abriendo los ojos como platos.

—Pues sí —confirmó el viejo Maoritsu con una sonrisa—, metete en su cama —Miró a su sobrina con expresión de orgullo, luego la tomó fuertemente por los hombros frunciendo las cejas—. Escúchame, esta misma noche debes hacer un intento para concebir al príncipe heredero al trono de Shin Makoku. Inténtalo las veces que puedas hasta que lo consigas.

—Con todos sus desplantes e infidelidades, la verdad es que me siento incapaz de darle al rey un hijo, un hijo que sea la viva imagen de su padre —se apresuró a decir Izura. Apoyó la cabeza en el hombro de su tío y empezó a llorar con sollozos entrecortados. Por fin estaba desahogando sus penas.

—No llores más, ya verás que todo irá bien —le aseguró Maoritsu mientras la mecía entre sus brazos—. Pero debes hacerme caso, no lo dejes escapar.

Izura lo pensó detenidamente.

De pronto su autocompasión le pareció ridícula. Absurda. Invalida. Se avergonzaba de sí misma. ¿Por qué habría de sentirse abochornada al pedirle a su esposo que la complaciera en la intimidad? No tenía nada de malo, no se estaría comportando como las rameras de la taberna solo por eso ¿o sí? Con la respuesta que necesitaba, quitó los rastros de lágrimas de su fino rostro, alzó la vista hacia su tío y sintió que la tristeza la abandonaba y daba paso a la determinación.

—Tienes razón, tío Mao —musitó con las mejillas encendidas y los ojos brillantes y dulces

 

 

—26—

 

 

La fiesta estaba en su pleno apogeo. Señoriales carruajes y elegantes carricoches formaban cola frente al local de diversión nocturna.

Como lo habían acordado, Yuuri y Wolfram se sentaron uno al lado del otro en la misma mesa y también eran acompañados por Gunter y Gisela. La posición privilegiada que ocupaban les permitía observar la pista de baile y la entrada principal. Los demás soldados se habían dispersado para incluirse en las conversaciones, el baile, los cantos y las partidas. Las primeras rondas fueron a cuenta del Maou, y más de un novato encontró rápidamente una pareja con quien bailar.

Una vez sentados, y a la señal del rey, los meseros les llevaron bandejas enormes llenos de pescado, aves, ternera y cordero, así como pan y recipientes de mantequilla. La comida tenía un aspecto delicioso y olía de maravilla, así que no tardaron nada en comenzar a servirse no sin antes de beber un poco de vino.

Yuuri pasó la velada ofreciéndole a Wolfram selecciones de los platos que él aceptaba sonriendo, también aceptó beber un poco. Parte del nerviosismo de Wolfram pareció desvanecerse ante la cálida recepción del rey.

Y así, las horas fueron pasando entre brindis, partidas, canciones, bailes, e historias de tierras lejanas y cercanas.

Durante la velada, Yuuri y Wolfram habían estado hablando de todo y de nada, riendo con las locuras de los demás comensales y disfrutando de la buena comida. Todo estaba saliendo mucho mejor de lo que habían esperado.

Siendo sincero, a Wolfram no le costaba nada fingir que la conversación con el rey Yuuri le resultaba más interesante. Sin duda era mejor que ver a Jeremiah empinándose una jarra de cerveza fría en medio de la multitud que lo animaba.

«Idiota —pensó al verlo totalmente borracho—, mañana tendrás una buena resaca»

Después de comer hasta hartarse, toda la gente se esparció en el gran salón. Era la hora de bailar y desinhibirse un poco, con las bebidas que iban de aquí para allá suspendidas en bandejas llevadas por camareros siempre dispuestos a sonreír a todo el mundo.

Wolfram suspiró. El ambiente le recordaba mucho a las noches en Blazeberly, pero con un toque más sofisticado. Wolfram dio gracias por ello, porque de otra forma no habría podido soportarlo. Y claro que la compañía le había ayudado grandemente.

A pesar de su buen juicio y de su experiencia, Wolfram no supo mantenerse fiel a una confianza tan limitada con el rey. Y aunque había bajado la guardia, podía percibir el torrente de emociones que lo embargaban y de las cuales sobresalía la desconfianza. De vez en cuando, una nube sombría y rápida cruzaba por sus ojos; recordaba que hacía apenas tres meses que Matt había muerto y que él era quien mayor culpa tenía, también que si estaba haciendo todo esto era solamente por su libertad.

Nada más por su libertad.

Hubo un momento en que la sonrisa de Wolfram se desvaneció y se quedó con la mirada fija, llena de una tristeza que no estaba seguro aún de entender.

Casi a la mitad del festejo, Wolfram se encontró a solas con Yuuri. Gisela había sido invitada a bailar por un galante caballero y Gunter estaba vigilándola. El rey lo miró a los ojos y él se apartó rápidamente un mechón de cabello que le cubría el rostro. Un repentino silencio de nerviosismo se instaló entre ellos.

—¿Te sientes bien? —le preguntó Yuuri, observándolo atentamente. Durante el transcurso de la noche lo había notado con un aire melancólico.

Cuando captó su preocupación, Wolfram sintió una oleada de sentimientos para la que no estaba preparado. El rey le sonrió, intentando infundirle ánimo, queriendo hacerle ver que podía confiar en él para desahogarse. Hizo un esfuerzo por no dejarse arrastrar por lo que podía ser vacilación.

—¡De maravilla, Majestad! —Wolfram le devolvió la sonrisa y por un instante sus verdes ojos brillaron con un ápice de optimismo.

No tan convencido, Yuuri desvió la mirada del rostro de Wolfram. Luego apartó la botella con un movimiento rápido, se sirvió una copa y se la bebió de un trago. Enseguida la volvió a llenar. ¿Qué tanto le costaría destruir la coraza en la que su hermoso Mazoku de fuego se había protegido?, se preguntó. Se había prometido darle un tiempo. Suponía que Wolfram tenía miedo de salir lastimado. Era casi como si creyera que no merecía ser amado. Por eso quería saber qué clase de tristeza guardaba en su corazón. Y aunque sabía que no tardaría en descubrir la verdad, en esos momentos no se sentía capaz de enfrentarse a él

Inesperadamente, sacándolo de sus pensamientos, una señorita le sonrió y realizando una elaborada reverencia comentó con alegría—: ¡Majestad Yuuri, es un placer volver a verlo! 

—¡Sabrina, cuánto tiempo! —Él correspondió el saludo cortésmente, poniéndose de pie. Tomó su mano y la besó en el dorso.

Sabrina era una mujer hermosa. Tenía un sedoso cabello castaño ensortijado que le caía más allá de los hombros y expresivos ojos azules. La primera vez que Yuuri la vio, hacía cuatro años atrás, vendía pan. Trabajaba en la panadería de un hombre llamado Rafael y era la encargada de repartir el producto fresco cada mañana.

Siendo tan amistoso, Yuuri pronto entró en confianza con la muchacha, Greta lo acompañaba en aquella ocasión. Los tres conversaron de todo aquel día; de sus gustos, de sus familias y de sus planes a futuro. Greta y Sabrina hablaron con tanta emotividad de la última moda en vestidos y trajes para damas, que Yuuri terminó descubriendo que ella guardaba el anhelo de convertirse en una modista reconocida, pero no podía sostener sus estudios de alta costura porque no tenía los recursos económicos. A Yuuri le conmovió el caso de la muchacha así que le pagó una beca completa para que estudiara en la academia de moda de Madame Chroché en Rocheford, y de ahí en adelante la joven estudió arduamente hasta llegar a convertirse en lo que era ahora, una modista reconocida cuyas principales clientes eran las Cortesanas más importantes del Reino. Ahora las mujeres más influyentes y ricas viajaban desde lugares lejanos sólo para que Sabrina Roswell les confeccionara un vestido de fiesta.

A Wolfram no le cayó en gracia. La mujer era atractiva y llevaba un atrevido vestido de seda en color rosa con un escote que no resaltaba su perfil ni la redondez de su bella cabeza, sino el lazo de diamantes que traía alrededor del cuello. Era alta y delgada. Usaba un perfume exótico que le dio nauseas. Pero, por sobre todo, un molesto presentimiento de que había sido una de las tantas amantes del rey se instaló en su mente y sin darse cuenta en su corazón.

—Mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, Majestad.

Sabrina solía viajar a menudo en búsqueda de las últimas tendencias de moda, las mejores telas y los mejores adornos para sus creaciones, pero tras su boda con un renombrado burgués se había instalado en Shin Makoku de manera permanente. Hacía más de dos años de la última vez que había estado allí, pero tenía la sensación de que habían transcurrido más. Encontrar al Maou había sido una muy grata sorpresa, tanto que se quedaron allí, sonriéndose el uno al otro como si no se hubieran visto en diez años.

Pero justo en ese momento, Sabrina advirtió que alguien la miraba con odio, y sus labios pintados con carmín dibujaron una sonrisa lenta y vacilante.

Yuuri se percató de ello.

—¡Oh, casi lo olvido! Sabrina, te presento al joven Wolfram Dietzel.

Wolfram se levantó para saludar con una reverencia. De manera instintiva, irguió la espalda y mantuvo una postura llena de orgullo.

Sabrina, cuyos perspicaces ojos estudiaron al joven de pies a cabeza, se quedó sorprendida por su belleza. Para una modista, encontrar a un modelo así era como encontrar un diamante en bruto listo para ser pulido.

Él le lanzó una mirada seria y decidida.

—¡Oh! —exclamó la modista y su actitud simpática contrastaba con el frío comportamiento del joven novato—. ¡Esos ojos! ¡Esa elegancia! ¡Esa postura! ¿Quisieras ser mi modelo para mi próximo desfile de modas? —le preguntó apresuradamente, disfrutando del repentino rubor que tiñó sus mejillas.

—¡No puede! —respondió Yuuri por él en tono alarmado—. El joven Dietzel no puede salir del castillo. ¡Es decir!... no dejes llevarte por su apariencia, Sabrina, parece frágil en apariencia pero es tan fuerte como astuto en combate y muy valiente.

Wolfram se mantuvo callado, aunque no pudo evitar que la respuesta del Maou le provocase una leve sonrisa. Por su lado, Sabrina puso las manos en sus caderas y formó un mohín de frustración.

—No me voy a dar por vencida tan fácilmente. —La modista se dirigía a Yuuri pero mantenía la vista fija en Wolfram. Había una nota desafiante en su voz—. Algún día, este bello muchacho usará uno de mis trajes.

Yuuri suspiró, después recorrió con la mirada a Wolfram. Su mirada se hizo más y más ardiente. No parecía haber disminuido su atracción hacia Wolfram ni un poquito. Luego negó con la cabeza, sonriendo débilmente. Vaya que Wolfram sería un lindo modelo de pasarelas, pero no estaba dispuesto a permitirlo.

—Bueno, me retiro. Fue un placer conocerle, joven Dietzel. —La muchacha realizó una reverencia de despedida, dedicándole a Wolfram una tímida sonrisa—. Soy Sabrina Roswell, modista. Si deseas un traje elegante y sofisticado, búscame.

—Qué joven tan encantadora —masculló Wolfram, mirando a Yuuri con una ceja arqueada una vez que la señorita Roswell se retiró—. Yo diría que demasiado guapa para ser soltera.

—De hecho, no lo es —respondió Yuuri, indiferente—. Se casó con un burgués de renombrado prestigio.

Enseguida, Wolfram emitió un sonido gutural, una risa que parecía de enojo.

—Eso no es un impedimento para que alguien la tome como amante… —murmuró con un tono notablemente molesto.

Yuuri se sintió feliz internamente, aunque por fuera no lo demostró. ¿Había destellos de celos en su grueso y profundo acento, o sólo era lo que él deseaba oír?

—Ella es sólo una buena amiga… —le aclaró y le dio unas palmaditas en el hombro.

Wolfram levantó su copa y bebió un largo y quemante sorbo lleno de una inquietud extraña que ni aún el vino podía dulcificar. Nunca había perdido el control de aquella manera ni había perdido el juicio y juzgaba a una mujer sin ningún motivo. Podía ser impulsivo, temperamental y un poco posesivo dadas las circunstancias, pero nunca había llegado a tales extremos. Sin embargo, por el modo en que el rey le sonrió al momento de aclararle la situación con la señorita Roswell, temió que su reacción obedeciera sencilla o trágicamente a que se estaba enamorando de él... lo cual era aún peor… ¡De ninguna manera se fijaría en un enclenque!... que además era un libertino y un mujeriego, más allá de cualquier mascara de amabilidad que lo cubriera.

—¿Quieres más vino, Wolf?

Y allí estaba de nuevo, tratándolo con tanta confianza.

Wolfram se enfureció. No quería beber más sino irse a descansar. El rey no se percato de ello e hizo justo lo contrario y le llenó la copa.

A regañadientes, Wolfram agarró la copa y decidió que se lo bebería para que al menos dejara de molestarle. Al fijarse en el rey, percibió un brillo de emoción en sus ojos. Saltaba a la vista que disfrutaba de su compañía. Levantó la cabeza lentamente, y lo miró fijamente. Su oscura mirada no le inspiró miedo esta vez. Aceptó su escrutinio sin apartarse. Era el efecto de la bebida sin duda.

Por un momento se miraron a los ojos, ambos conscientes de los sentimientos que se arremolinaban en sus interiores. Un silencio incómodo se interpuso entre ellos. Un silencio que ninguno se atrevía a romper.

Yuuri alargó pausadamente el brazo y le tocó el cabello porque no pudo evitarlo, y se sorprendió cuando Wolfram no retrocedió alejándose de él. Podía olerle, su esencia a miel. Dulce, cálida, excitante. Sus bonitos labios estaban humedecidos por el vino y recordó que a lo largo de la comida había imaginado más de una docena de veces su sabor.

Esta era su oportunidad. Estaba cerquísima de ellos. Tan solo debía inclinarse un poco para probar aquel fruto prohibido… El deseo de besarlo se intensificó hasta el punto en que pensó que moriría si no saboreaba su boca.

Pero hubo algo que lo impidió.

—Majestad, es tarde. Deberíamos… regresar al castillo… —musitó Wolfram, titubeante. Los grandes ojos del rey estaban encendidos con algún tipo de emoción que no lograba identificar, y apartó la mirada, inquieto.

Pero Yuuri lo tomó del mentón y lo obligó a que lo mirase de nuevo a los ojos.

—Si eso es lo que deseas, haré todo lo que me pidas. Así que dime, Wolfram ¿de verdad quieres regresar al castillo y alejarte de mi?

¿Qué le estaba diciendo? Un estremecimiento nervioso pasó como un golpe eléctrico por toda la organización de Wolfram, dejándolo completamente sorprendido y avergonzado. El rubor asaltó sus mejillas. Una sensación de deseo y nerviosismo eclosionaron su pecho al advertir lo cerca que se encontraba de él. No tenía ganas de apartarse, y el rey tampoco hacía ademán de moverse de donde estaba. Se sentía embriagado, podía percibir el calor que emanaba de su piel y el olor del sudor mezclado con un inconfundible aroma masculino. Fue entonces que un destello de confusión fue perceptible en sus ojos. Por primera vez, Wolfram tomó conciencia de la temeraria misión que había aceptado, y quedó completamente asustado.

—Majestad… yo… —Su tono era vacilante y no volvió a decir palabra. De alguna manera, Yuuri supo que no le iba a decir nada más.

—Wolfram…

Los susurros, los susurros del rey retumbaban en su cabeza. El sonido de su propio nombre como un murmullo de placer.

Wolfram trataba la manera de seguir renuente y se ordenaba a no escuchar los latidos de su corazón y a no prestar atención a la voz que le brotaba por dentro. «Bésalo, ya» a lo que su parte sensata respondía: «Aún no. Es muy pronto»

Yuuri se inclinó despacio hacia delante, casi de forma inconsciente. Sus labios tan sólo se rozaron. Una sensación cálida lo estremeció. Cuando Wolfram no se alejó, Yuuri notó que una oleada de excitación le corría por las venas y dos pensamientos le vinieron rápidamente a la cabeza. «Me desea tanto como yo a él» y «Esto es demasiado bueno para ser cierto»

—~¡Jum! ¡Jum!~

Pero un sonoro carraspeo los hizo salir del hechizo de seducción en el que se habían visto atrapados. Yuuri sintió deseos de patear a alguien.

—¿Sería mucho atrevimiento de mi parte si invito al joven a bailar? —propuso un distinguido caballero que permanecía de pie frente a su mesa. Robusto en apariencia. De elevada estatura, de mirada altiva y orgullosa y dotado de tal majestuosidad, que a su paso los demás que eran de su posición parecían plebeyos. Sus ojos eran color aguamarina y tenía cabello color cobre largo hasta los hombros que sujetaba con una cinta. El resto de su cara, por lo demás de un tinte lechoso, se componía de unos dientes admirables y de unos labios finos bajo un bigote cobrizo.

Wolfram lanzó una mirada tan rápida como el rayo a Yuuri.

—Sí, acepto.

El hombre ofreció a Wolfram la mano y una sonrisa atractiva. Él no titubeo una respuesta afirmativa, no pensó en nada ni nadie, creyó que era su oportunidad para dejar atrás esas malditas dudas que lo estaban agobiando. Y así, al ver que había sido aceptado, el desconocido lo condujo hasta la pista y le dedicó una reverencia. Wolfram le devolvió la cortesía con una inclinación de cabeza y enseguida miró hacia un lado para no tener que enfrentarse a la feroz mirada del rey mientras el amable caballero lo tomaba de la cintura.

Sintió rabia. Yuuri se hizo fuerte contra la punzada de celos que lo acometió, y Wolfram supo enseguida que había sido una mala idea. Se mantenía tan alejado del cuerpo del hombre tanto como le era posible, apoyando tan solo la punta de los dedos sobre su hombro, intentando acariciar lo menos posible la mejilla de su pareja de baile.

Yuuri hizo una mueca, «Imbécil, quita tus sucias manos de mi Wolf» e hizo temblar sus puños crispados. Sucio, egoísta, metiche. No recordaba la última vez que se había sentido tanta rabia por alguien. Durante un larguísimo instante tenía que soportar el hecho de observar al tipo susurrándole cosas al oído. —Maldición—. Si seguía así iba a entrar en modo Maou en cualquier momento.

 

—Estuve observándolo durante todo este tiempo —le dijo el sujeto a Wolfram mientras se movían al ritmo de la música—. ¿Puedo saber tu nombre?

—Ah, sí —murmuró Wolfram, que a su vez intentaba desviar la mirada hacia otro lado que no fuera esos ojos azules que lo miraban con tanta pretensión—. Dietzel… Wolfram Dietzel

El caballero le dirigió la más deslumbrante de sus sonrisas.

—Mi nombre es César Bleist —aclaró él arbitrariamente dado que su adorable pareja de baile no se había molestado en preguntarle su nombre—. Encantado de conocerlo, joven Dietzel. Debo confesar que es la primera vez que me toca bailar con alguien tan bueno. Es decir, se mueve usted con la gracia de una pluma.

—Qué amable de su parte, señor Bleist…

—En absoluto. Me alegró mucho de que aceptara bailar conmigo. Ya puedo ver que nos llevaremos admirablemente bien.

Wolfram respondía con su falsa sonrisa a todos los halagos. César le dio una vuelta completa y enseguida volvió a atraparlo de la cintura. Wolfram se esforzó por soportar su cercanía. Pensó febrilmente en que si lo hubiera tocado más allá de lo permitido para un baile, ya lo habría arañado, lo habría mordido y luego… bueno luego le habría pateado la entrepierna para que el infeliz se quedara sin descendencia.

Mientras compartían el baile, trató de no compararlo con Shibuya, trató de no ver la tierna sonrisa de Yuuri en las severas facciones de César. Trató de no pensar en sus preciosos ojos negros y hasta intentó no comparar el dulce tono de voz del rey con el agudo acento de ese tipo. Sin embargo, por alguna razón, no podía dejar de pensar en Yuuri Shibuya y en lo mucho que deseaba que estuviera en el lugar de César.

 

Yuuri devoraba con los ojos a la pareja conformada por César y Wolfram. Se hallaba tan turbado, que apenas podía mantenerse quieto. En su desesperación se puso en pie con botella en mano, no de vino sino de algo más fuerte parecido al Whisky de la Tierra, y se acercó al grupo de gente que los observaba fascinados. Yuuri bebió un largo sorbo del líquido caliente y ambarino, disfrutando del fuego que comenzaba a bajar desde su garganta a su estómago. Sin duda, Izura frunciría el entrecejo si viera lo que él estaba bebiendo. No lo aprobaba, lo sabía. Yuuri no le dio importancia. Hacía muchos años que había dejado de importarle lo que ella pensaba de él.

De pronto, y cuando más absorto parecía en sus pensamientos, que dibujaban en sus facciones una expresión molesta y rabiosa, vio que las parejas de baile se intercambiaban unas con otras. Había encontrado su oportunidad para apartar a Wolfram de aquel tipo del ridículo bigote de una vez por todas. ¿Pero cómo? Gisela ya se encontraba en compañía de otro caballero, y no se atrevía a pedírselo a Jena Fox o a Liza Marguen. «Sabrina» ella podría ayudarle. Después de todo, le debía un favor. La buscó con la mirada y la encontró platicando con sus amigas a un lado del salón. Perfecto, estaba libre.

Con un preciso movimiento de la cabeza, hizo un gesto a Sabrina, que atravesó el salón e hizo una reverencia frente a él.

—¿Majestad?

—Tengo que pedirte un favor —dijo él mientras le apretaba la mano con suavidad. Sabrina asintió sin apartar la vista de su rostro. —Baila conmigo.

La sorpresiva propuesta la dejó confundida un momento, mas sus dudas se aclararon cuando observó con detenimiento el salón de baile. Un dulce presentimiento pareció iluminar su rostro, y apoyando una mano en el hombro del rey, susurró—: Ahora comprendo, quiere acercarse al joven Dietzel, ¿no es así, Majestad?

—Tú lo has dicho —confirmó él con robusta determinación. Le regaló la botella de licor a un desconocido que pasaba cerca y jaló a su amiga hacia la pista de baile.

Sabrina se sintió casi arrastrada con la fuerza de su agarre. En camino hacia el sitio de la orquesta en medio del salón, se aferró del musculoso brazo del rey y siguió sonriendo para disimular su comportamiento colérico, enérgico y repentino. Varias cabezas se volvieron hacia ellos, también una docena de ojos curiosos.

Todos contemplaban la pista de baile mientras los murmullos indiscretos se escuchaban a lo lejos. La música que llenaba la estancia no cesó en ningún momento.

—Yo sabía, por la forma en que lo mira, que ese joven doncel había acaparado la atención de usted, Majestad —se atrevió a confesar Sabrina tras colocar sus delicados dedos sobre un hombro de Yuuri. Echó una rápida mirada a Wolfram, que permanecía junto al sujeto del bigote a pocos pasos de ellos, luego al Maou. La expresión de Yuuri era intensa, ella logró interpretarla—. ¿Celoso?

—Celoso de todo lo que se le acerca, Sabrina.

—Vaya, ¿y qué hay de su esposa?, ¿sabe la pobre reina Izura que su marido está interesado en un recién llegado novato?

Yuuri dibujó una línea recta en sus labios, aunque sabía que ella tenía razón.

—No lo sospecha, al menos eso creo —musitó con vergüenza, como queriendo disculparse por su desconsiderada actitud—. Por favor, no me tortures con cuestiones que ni aún en mi posición me he detenido a reflexionar. ¡Pensé que éramos amigos!

—Oh, y lo somos. Por eso estoy preocupada por usted —aclaró Sabrina mientras junto con la hilera de bailarines daba un paso adelante y otro atrás—. De hecho tiene suerte de haber conseguido una amiga como yo, que tiene la gentileza de advertirle que es muy fácil confundir el deseo con el amor.

—Dime algo que no haya escuchado antes.

—¿Quién se me adelantó?

—Conrad.

—Chico listo. Salúdelo de mi parte.

—Lo amo, Sabrina —respondió Yuuri a la pregunta que había dejado de lado—. Lo amo y quisiera casarme con él. Mi corazón, mi vida, mi fortuna, todo lo pondría en manos de él. Tan solo… si tan solo me aceptara como quien soy ahora y no como el que fui ayer.

—¿Ah, sí? —Sabrina arqueó las cejas con incredulidad—. ¿Insinúa que le sería fiel?

—Estoy intentando cambiar por él —confesó Yuuri—. Es algo difícil de explicar. Cuando dos personas están destinadas a estar juntas, tarde o temprano sus caminos se cruzan. Y eso fue lo que sentí cuando lo vi por primera vez. Por eso, si él me acepta, pienso luchar por este amor. La felicidad la buscaría junto a él y así quizá olvidaría los días pálidos de mi juventud, esa época oscura en la que dejé que otros decidieran por mí.

Sabrina sonrió al percatarse de la sinceridad de sus palabras.

—Bien, adelante.

—¿No seguirás cuestionándome?

—A condición de una cosa.

—La que quieras.

—Que sea yo la que confeccione su traje de bodas y coronación.

Yuuri comprendió lo que quería decir y sonrió. El anhelo prohibido de casarse con Wolfram se hizo más fuerte. ¿Podría casarse con él aún en contra del Consejo de Nobles?, se cuestionó con una molesta corazonada.

 

Wolfram regresó a los brazos de su pareja de baile. Contaba cada segundo que faltaba para que terminara con su tortura, aunque tenía mucho por delante.

No le había gustado el aspecto de César Bleist desde el instante en que se le había acercado. Iba demasiado pulcro, arrebujado en un apretado traje. La actitud arrogante del tipo parecía indicar que era de alta cuna, pero tenía un aire rebelde. Tampoco le agradaba el modo en que observaba todo a su alrededor como si fuera un espía.

—He estado pensando… ¿acaso es usted de Bielefeld?, su rostro se me hace familiar a esa zona en particular —cuestionó César Bleist.

—No, Milord, resido en la capital hace algún tiempo.

—¡Algún tiempo! Entonces ¿no es usted originario de Shin Makoku?

—Soy de Wincott, pero me críe en Laika.

—¡Ah! Ya decía yo que tenía un tinte extranjero.

—Sin embargo, tengo el honor de ser su compatriota, Señor Bleist. Amo a Shin Makoku porque es mi país de origen —mintió Wolfram e inmediatamente esbozó una sonrisa tan amable que acabó por seducir a César, quien, desde el momento en que lo conoció, sabía que tenía a una persona culta y de clase como pareja.

—Cada vez me enamora más, joven Dietzel.

—No lo pretendo, Milord.

—No lo pretende —dijo César Bleist moviendo lentamente la cabeza—. Me entristece muchísimo esa actitud, joven Dietzel.

—¿Entristece? —preguntó Wolfram.

—He de confesar que en el instante mismo en que lo vi mi corazón se puso ciegamente a su servicio.

Wolfram se atragantó con su saliva ante el descarado comentario del señor Bleist. Miró hacia la puerta de la taberna, y habría salido corriendo si él no le hubiera cogido la mano en ese mismo instante.

—¿De veras?

—Oh, sí —dijo César, volviéndose hacia el rey, como esperando su reacción al juego. Si la mirada de Yuuri fuese una flecha envenenada, ya estaría muerto.

«Conque nos estamos divirtiendo ¿eh?», pensó maliciosamente.

—¿Y sabe usted una cosa? —continuó César Bleist.

—¿Qué cosa, Milord?

—Que observo que Su Majestad el Rey, lo mira a usted demasiado. Y que lo mira con ojos llenos de deseo y pasión, que es lo peor que puede sucederle a un joven que posee tanta belleza como usted.

Wolfram se sonrojó al comprender la maliciosa insinuación.

—No… no lo creo —titubeó nervioso—. Debe estar confundido, señor Bleist.

—Pero usted tiene buenos principios, ¿no es cierto que se resistiría a recibir al rey Yuuri en su cama, si este se le llegase a insinuar? —afirmó Cesar Bleist con una sonrisa ladina.

«Oh. —A Wolfram se le cayó el alma a los pies—. Me ha hecho una pregunta demasiado directa. Pero el bigotudo tiene razón, ¿en qué clase de persona me convertiré si acepto que él me tome por primera vez?... a pesar que… ¡no!, yo debo seguir adelante»

—Yo… yo ya tengo formadas mis relaciones, y con dificultad aceptaría contraer nuevas, sobre todo si se tratase del rey —respondió, esquivando dar una contestación directa. Empezaba a enfadarse; no tenían ningún derecho ni razón a interrogarlo sobre asuntos tan personales.

—Ese tipo no merece el puesto de Maou —vociferó Cesar Bleist con desdén—. En la corte hay personas más capaces que él para el puesto.

Wolfram frunció el entrecejo.

—El rey Yuuri está haciendo un buen trabajo —lo defendió—. Créame, he sabido de reyes que gobiernan peor que un tirano. Y si lo dice por su vida íntima, debo advertirle que una cosa no tiene que ver con la otra, y que es de muy mal gusto que critique la vida personal de otro cuando no comprende los verdaderos motivos.

—¡Bah! —César Bleist formó una mueca de desprecio—. ¿Qué motivos pueden ser esos?

—Que lo obligaron a casarse, por ejemplo —Wolfram no supo que otra cosa decir—. ¡Qué sé yo! Tal vez ya no ama a su esposa. El punto aquí es que lo que es del rey es del rey y lo que es del césar del césar. No puede poner en tela de juicio su trabajo. «¿Qué pasa conmigo?, ¿por qué le estoy diciendo todo esto?» se reprendió mentalmente.

César no pudo menos que soltar una risa.

—Vaya, me ha dejado sin argumentos —reconoció apenado—. Si la forma de gobernar que ha adoptado funciona, no seré yo quien lo ponga en duda ya que, después de todo, percibo que la bondad del rey ha conmovido a un dulce jovencito.

Fastidiado, Wolfram rodó los ojos y exhaló un suspiro. César Bleist le inspiraba un no sé qué de desconfianza y temor que le hacía mantener la guardia. Deseaba intercambiar de pareja de baile cuanto antes. No tuvo que aguardar mucho. Giró bruscamente sobre los talones para caer en brazos de la siguiente dama o caballero. Mayor fue su sorpresa al encontrar al Maou frente a él. Un relámpago de alegría brilló en sus ojos.

—¡Yuu-- Majestad! —exclamó al tiempo que le soltaba la mano. Se quedó casi inmóvil en medio del salón de baile, pero él le tomó la mano y lo puso en movimiento.

—Te noté incomodo, Wolf —se limitó a decir Yuuri aguantando un poco el torrente de sentimientos que lo embargaba. Wolfram estaba donde debería estar siempre: En sus brazos. Quería tenerlo allí durante el resto de la velada, quería con locura tenerlo así todo el tiempo—. ¿Te estaba molestando ese sujeto?

Incapaz de articular palabras, Wolfram se limitó a sacudir la cabeza con gesto negativo. Se detuvo en seco, provocando con ello un breve atropello mientras otras parejas intentaban seguir bailando a su alrededor.

El aliento del rey le hacía cosquillas cálidas. Había bebido algo fuerte, pero que le daba un tinte seductor. Wolfram sintió cómo algo nuevo y excitante recorría su ser, un sentimiento poderoso que como un huracán se apoderó al instante de todo su cuerpo.

—Menos mal. —Yuuri lo tomó de la cintura y lo acercó más hacia sí. Wolfram enroscó los brazos alrededor de su cuello. ¿Cambio de pareja? ¡Al diablo con eso! Ellos querían seguir bailando juntos hasta que la canción llegara a su fin.

La gente estaba mirándolos fijamente. Gunter acababa de acercarse a los demás espectadores y permaneció inmóvil, observándolos con expresión furiosa. Las otras parejas dejaron de bailar y permanecieron alrededor de ellos. Yuuri y Wolfram se habían robado la atención de todos. Se movían con la gracia y desenvoltura de quienes están conectados en la intimidad, una danza suave pero fuerte al mismo tiempo.

Sus miradas jamás se separaron, y aunque Wolfram apenas recordaba dónde debía colocar los pies, Yuuri lo guiaba con gran seguridad, dedicándole una sonrisa que denotaba cierta protección. Podía llevarlo a cualquier parte. El poder que le daba saberlo le llenaba de una felicidad inexplicable. Lo tomó, lentamente, recreándose los dos en cada paso, y se dejaron llevar por el compás de la música.

Cerca de Gunter, se encontraba Gisela. Tenía ahora una expresión tan risueña como afligida la tuvo al percatarse del disgusto de su padre. El recelo del uno y la firmeza de la otra, en vez de tranquilizar a Yuuri, le mostraban el peligro que se erguía amenazador en torno suyo, mas no le dio la importancia que debía.

Al otro lado del salón, Jeremiah seguía con la mirada a su compañero, apreciando algo distinto en él, pero no intentó detenerlo, sino que se puso a acariciar su barbilla mientras silbaba una melodía. Por un escaso segundo se le oscurecieron los ojos y dio un profundo trago directo de la botella.

De improviso cesó la música, y como detenidos por una fuerza superior, Yuuri y Wolfram cesaron en su suave movimiento, escuchando a lo lejos el aplauso del público.

Wolfram bajó la mirada a sus manos entrelazadas, también notó que un calor abrasador le envolvía los dedos. Se soltó del agarre, esforzándose en no sonreír.

—Prométeme que volveremos a hacer esto —dijo Yuuri.

Sobresaltado, Wolfram levantó la vista. No supo porqué no deseaba que terminara. Ante la proximidad del amable rey, ante la cercanía de su cálido cuerpo, y bajo la belleza de aquel rostro celestial, Wolfram sintió como mariposas en el estómago.

Los dos dieron una vuelta por el salón, tan tranquilos como si acabasen de hacer algo habitual. Cuando Wolfram desplazó la vista por la sala, se percató de que todos los presentes tenían los ojos clavados en él y cuchicheaban. César Bleist ya se había retirado de la fiesta, pues no lo veía en ninguna parte.

—¡Majestad!

Yuuri escuchó una voz profunda gritándole a través de la distancia, vio a su Consejero Real correr hacia él, y retrocedió asustado.

—¡Gunter! —vociferó y palideció aún más; su mirada perdida y desesperada despertó en su Consejero cierta piedad.

—Escúcheme, Majestad —dijo en tono moderado— ya es muy tarde y estos muchachos tienen que levantarse temprano para el entrenamiento.

Un escalofrío nervioso recorrió la espalda de Yuuri. Había perdido totalmente la noción del tiempo. Miró ansioso a su izquierda y luego a su derecha mientras que gotas de sudor volvían a aparecer en su frente: Los novatos estaban muy pasados de copas. Esto era algo humillante para el prestigio de las tropas reales. Ya se imaginaba el sermón que recibiría de Gwendal si se enteraba.

—Sí, nos vamos —resopló con una mueca de amargura—. ¡Rayos, Conrad me va a reprender! ¡Aja, Moss! ¡¿Qué no entendieron de unas cuantas copitas?! ¡Dorcascos, ven!

Yuuri echó a andar hacia la salida. Gisela lo siguió para reunir a la escuadra completa de borrachos más callada que de costumbre. Yuuri se despidió paulatinamente y con la mayor amabilidad de sus demás súbditos según recorría el pasillo.

Estando a solas con el 'mocoso malcriado', Gunter abrió dos o tres veces la boca con intención de hablar, pero cada vez un extraño temor hizo retroceder hasta el fondo de su garganta aquellas palabras que parecían a punto de escaparse de sus labios. En vez de eso le lanzó una mirada llena de altivez que quería decir: «Ten cuidado con lo que haces»

—¿Qué esperas? ¡Muévete! —ordenó en vez. Con el ceño fruncido, dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta con aire resuelto.

Wolfram no escuchó la voz de Gunter clausurando la noche de fiesta. Absorto en sus pensamientos, salió último de la taberna y llevó la mano a su corazón al tiempo que se preguntaba el motivo por el cual latía con tanta rapidez.

 

 

—27—

 

César Bleist dejó su abrigo en la percha de la entrada, arregló un poco su cabello y pasó a la oficina del castillo donde Conrad Weller lo estaba esperando.

Al llegar se detuvo de manera dramática bajo el arco de la puerta, observando cada detalle de la oficina minuciosamente. Frente a la chimenea había dos sillones de piel agrupados en torno a una mesita de madera. En el otro extremo destacaba un escritorio enorme y una silla de despacho antigua y a los lados dos estanterías repletas de libros.

El misterioso hombre continuó su camino hasta situarse frente al capitán de las tropas reales. Los ojos de Conrad estudiaron algunos segundos la relajada postura de César, y al intercambiar con él un apretón de manos, se echó a reír.

—¡Bienvenido, César Bleist, o debo decir Yozak Gurrier! —exclamó Conrad, bromeando.

El mejor espía de Shin Makoku, Gurrier Yozak, hizo un elegante saludo y se dispuso a quitarse el disfraz. Comenzó con el bigote, mostrando así su nariz aguileña y su sonrisa maliciosa, para terminar con la peluca y dejar a la vista su magnífico cabello color de color ámbar, y su apariencia joven y de fisonomía distinguida al desabrocharse los tres primeros botones de la camisa.

—¡Vaya, es increíble lo bien que te sienta ese disfraz, te habría confundido con uno de esos aristócratas presumidos de no saber que eras tú! —Conrad ya se había acomodado en su sillón favorito.

—Sí, este disfraz resulta bastante convincente, aunque a mí me sientan mejor los vestidos para damas —bromeó Yozak, sentándose en el sillón de al lado, frente a la chimenea.

Conrad se encogió de hombros.

—'Él' no se lo habría creído, es demasiado astuto.

—Creo que tiene razón, capitán —Yozak fijó preciosos ojos azul marino en un punto distante y esbozó una sonrisa mordaz—. 'Él' es especial.

—Si tocamos el tema, es mejor ir directo al grano, ¿no te parece?

Yozak apartó la vista de la chimenea y asintió con seriedad.

—Como usted guste.

—¿Qué descubriste? —preguntó Conrad, lleno de ansiedad.

—Descubrí que soy un buen bailarín.

—Bien, ¿Qué más?

—Que me veo bien de traje formal, pero no me gusta porque me aprieta mucho.

El capitán Weller lo observó por un momento, y Yozak vio desvanecerse en aquellos ojos castaños el buen concepto que tenía de él.

—Ya, Yozak —pidió Conrad en tono amable. Decidió que tenía ya demasiadas preocupaciones para seguirle la corriente a aquel bromista—. Dime lo que verdaderamente me interesa saber…

—Wolfram Dietzel. —completó Yozak con una sonrisa traviesa.

Conrad asintió con expresión ceñuda.

—Sí, el joven Dietzel.

Yozak se sirvió un pastelito con relleno de crema y azúcar molido encima que estaban en una bandeja sobre la mesita de madera. Rompió un trocito, se lo metió en la boca, cerró los ojos y se recostó en la silla para disfrutarlo. Ante su falta de profesionalismo, Conrad sintió que su paciencia llegaba al límite.

—Dado que me mandó tarde a la fiesta en la taberna, no pude acaparar al lindo doncel por mucho tiempo —habló Yozak con la boca llena.

—Fue un plan improvisado —explicó Conrad, ofreciéndole a Yozak una copa de vino que él rechazó. Ya había bebido suficiente—. Cuando me avisaron que el grupo de novatos se iba a ir de fiesta con el rey, lo único que pensé fue que era mi oportunidad para descubrir más información acerca del joven Dietzel.

—Ha tenido una buena idea, capitán —dijo Yozak, volviendo a morder el pastelillo y masticando. Al tragar, miró a Conrad fijamente, y en sus ojos leyó expectación.

—¿Y, bien?

—Yo no estoy diciendo que él sea alguien malo —aclaró Yozak en tono serio, dejando las bromas a un lado—, pero el joven Dietzel no es un simple huérfano abandonado y criado en medio de la necesidad, es más, no se comporta como un simple plebeyo. Sabe comportarse frente a la gente, sabe bailar, se expresa con elegancia y con un tono moderado, y habla con fluidez sobre asuntos políticos.

—También está el hecho de que sabe controlar a la perfección su elemento natural, el fuego, cuando para ello se requiere de un entrenamiento militar avanzado o de algún tutor especializado, los cuales no son accesibles para todos —reflexionó Conrad.

Se quedaron un momento en silencio, meditando.

—Pero yo no creo que el joven amo corra peligro a su lado —dijo Yozak con un repentino tono de optimismo.

Conrad suspiró y se recostó en su sillón. A pesar de sus dudas, sintió el cosquilleo de la curiosidad.

—¿Por qué lo dices?

—Hay amor —Yozak mantuvo el dedo meñique levantado al hablar de Yuuri y de Wolfram para indicar que estaban vinculados sentimentalmente—. El joven Dietzel no odia al joven amo, de eso estoy seguro. O al menos no le es completamente indiferente.

Las palabras de Yozak tranquilizaron ligeramente a Conrad, pero de inmediato el alivio dio paso a la cautela.

—Pero es tan extraño… —dijo de pronto, levantándose y paseándose precipitadamente por toda la oficina. Su expresión se hizo aún más ceñuda. Cierto que el joven doncel irradiaba inocencia y, en teoría, todavía no le había dado motivos para sospechar dado que durante el transcurso del tiempo se había comportado correctamente. Pero la experiencia le decía cómo eran las cosas en realidad y que no debía bajar la guardia—. ¿Por qué el joven Dietzel habría de mentir acerca de su procedencia?... ¿y cuáles son sus verdaderas intenciones?

—Mientras no le haga daño al joven amo, no veo porque impedir que su relación amorosa fluya libremente.

Conrad dejó de caminar y sus ojos se achicaron, perspicaces.

—Pero debemos recordar que a pesar de que esté flaqueando por ahora, un buen asesino termina completando siempre su encomienda. Sea lo que sea que esté planeando el joven Dietzel, terminará ejecutándolo aún en contra de su voluntad. —La voz de Conrad sonaba profunda y contundente.

—¿Asesino? —Yozak se frotó la barbilla, pensativo—. Hasta donde yo lo conocí, el principito no me pareció extremadamente peligroso, pero si muy lindo e inocente.

Conrad no pasó por alto la última frase.

—¿Te agradó el joven Dietzel?

Yozak tardó unos segundos en contestar.

—No voy a negar que es adorable, capitán. La juventud de Wolfram Dietzel, su belleza, y el misterio de esa especie de seguridad y de amenaza que lo envuelve. Todo eso lo hace irresistible para cualquiera.

—Sea como sea, él ya está reservado para Su Majestad Yuuri —advirtió Conrad, enarcando una ceja.

—Vaya que sí, y el joven amo es muy posesivo —recordó Yozak con humor.

—¿Celoso? ¿Yuuri? —cuestionó Conrad, incrédulo. Yuuri nunca se había mostrado celoso por nadie que no fuera su propia hija, en el sentido sobreprotector.

Yozak asintió.

—De 'Cesar Bleist', de Jeremiah Crumley… de todo aquel que se le acerca.

—Jeremiah Crumley… —repitió Conrad en voz baja. De repente lo asaltó una horrible sospecha y abrió los ojos alarmado—. También debemos vigilarlo.

Yozak tomaba nota mental apresuradamente.

—Debemos revisar la partida de nacimiento de Wolfram Dietzel y buscar información del orfanato donde creció. Pero escucha bien, Yozak, Gwendal y Gunter no deben enterarse de nuestros movimientos. Debemos ser lo más cautelosos que podamos, no quiero que Yuuri se disguste con nosotros por sospechar de la persona que él ama —Conrad relajó los hombros y añadió comprensivamente—: Y como bien dices, dejaremos que su amor fluya por el momento, ¿quién sabe?, tal vez terminen enamorándose de verdad.

—¿Quiere que vaya a Laika para comenzar a investigarlo más a fondo?

Conrad se cruzó de brazos, contrariado.

—Por ahora, no. El gran baile de primavera es en treinta días y necesito que vigiles que ningún bandido entorpezca la preparación del evento —recordó—. Ya ves que aún en tiempos de paz hay rebeldes sin causa.

Los dos asintieron. No podían menos que estar de acuerdo.

—Ah, por cierto… —Yozak entornó los párpados, y sus labios se curvaron en una sonrisa irónica—. Mañana tendrá el día libre, capitán —soltó con picardía.

—¿Y eso?

Sin responder aún, Yozak se puso de pie y se encaminó hacia la puerta.

—Un entrenamiento no tiene sentido si los soldados padecen de una fuerte resaca —se limitó a decir, saliendo de la oficina.

De pie en medio de la tenue oscuridad, Conrad sufría de un tic nervioso. Al final dejó escapar un resoplido de resignación.

 

 

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Ya era muy noche y pocas luces permanecían encendidas todavía en los candelabros de las paredes de roca del castillo. En los aposentos reales, una lámpara de aceite brillaba en una hornacina horadada en la pared. La lámpara iluminaba tenuemente el dormitorio, que era una estancia pequeña y privada a la que se llegaba por una escalera de caracol.

El respaldo de madera del lecho estaba arrimado a una de las paredes, con el dosel cubierto por una tela en color verde y dorado. Un ambiente muy romántico y sensual. Izura estaba recostada entre las sabanas de seda que cubrían la cama, esperando paciente a su esposo que se había tardado más de la cuenta. Sus cabellos, liberados de las trenzas que lucía durante el día, estaban esparcidos a su alrededor, en unos enmarañados mechones castaños que cubrían la cama casi tanto como las finas sedas.

Suspirando, Izura rodó sobre la cama. Hundió la palma de las manos en las sedosas sábanas y permaneció inmóvil y callada, esperando ansiosa el ruido que indicara el regreso de su amado Yuuri.

Pero nada.

Se sintió furiosa y molesta pero, más que eso, estaba preocupada. Izura no había estado nunca segura del afecto de Yuuri y solía pensar que, en gran medida, ese afecto procedía de un sentimiento de rectitud, por cumplir al pie de la letra los mandatos establecidos por los Diez Nobles del Consejo y el gobierno de Zuratia. En la realeza, el matrimonio es una cuestión de intereses políticos. Por eso la mayoría de reyes tenían amantes, Yuuri no era el primero y seguramente no sería el último. Algunas de ellas llegaban a afectar tanto al hombre en cuestión, que terminaban siendo amantes oficiales con derechos similares a la legítima esposa y con reconocimiento social.

Escuchó un ruido y se incorporó en el lecho, esparciendo por el suelo las sabanas y sedas. Por la ventana abierta le había llegado el ruido de unos pasos que ascendían los peldaños de la escalera. ¡Yuuri estaba de regreso!

Yuuri permanecía de pie en la puerta, un poco mareado, mientras entrecerraba los ojos tratando de encontrar un poco de paz. La cabeza le daba vueltas por toda la celebración previa en la taberna, dejándolo sólo con deseos de dormir. Estaba tan embebido en sus pensamientos, que no había reparado en la presencia de su esposa.

—¡Querido, bienvenido!

Ella se le acercó.

—¿Izura?

Sobresaltado, levantó la mirada. Le sorprendió ver a Izura de pie ante él. La claridad tenue de la lámpara apenas iluminaba la estancia, sólo vislumbraba la silueta de su cuerpo desnudo bañado por la luz de las estrellas. «No puede ser», pensó aterrado.

—¿Qué haces aquí? —atinó a preguntar.

—Yo… —susurró ella, ruborizándose inexplicablemente— Yo… bueno…

Tras la impresión inicial, Yuuri tomó conciencia de lo que había sucedido. Su querida Izura estaba allí esperándolo, cálida y dulce, como si esperase obedientemente que le permitiera compartir el lecho con él. Sintió una punzada de remordimiento por dentro.

—¿Me estabas esperando? —Se le acercó mientras sonreía, así que su esposa avanzó también hasta estar más cerca, cogiéndole la mano tímidamente. Yuuri la miró embelesado, una capa de rizos castaños cubría sus pechos redondos y agraciados.

—No quería molestarte, pero…

Yuuri le acarició la mejilla.

—¿Tú, molestarme? Nunca lo harías. Pero Izura, debes marchar--…

—Esposo mío, te necesito —sin permitirle decir nada más, ella lo envolvió en un abrazo necesitado. Yuuri percibió el peligro de su cercanía—. Por favor, hazme tuya… —suplicó, y comenzó a repartir besos en su cuello y oreja, respirando la fragancia que desprendía de ese precioso cabello negro.

A Yuuri se le mudó la cara y, de pronto, notó la garganta muy seca.

—Izura, ahora no. Estoy muy cansado. —Yuuri se moría literalmente por apartarla, pero no tenía idea de qué pasaría después. Su esposa le resultaba tan frágil e inocente, que no se atrevía a hacerla sentir mal con un desprecio—. Mañana tengo que resolver asuntos importantes del reino y necesito descansar. Además, quedamos en que me darías tiempo, ¿lo recuerdas?

Izura suspiró. Aunque amaba a Yuuri, estaba cansada de la misma frialdad con la que exhibía en todas sus emociones, sin pasión ni espontaneidad.

—¿Cuánto tiempo? —insistió—. ¡La mejor manera de resolver esta crisis matrimonial es haciendo el amor, pero tú te me niegas como si fuera algo malo!

Yuuri contempló con inquietud a su esposa, sin atreverse a continuar con sus palabras de rechazo. Había puesto ya demasiadas mentiras entre los dos y seguía sin estar dispuesto a arreglar su matrimonio recurriendo a otra mentira.

—¿Puedo preguntarte algo?

Yuuri asintió sin pensar.

—Respóndeme con la verdad —Izura dio un paso hacia atrás y pronunció las palabras que había repasado en su mente durante días— ¿Hay alguien más?, ¿estás enamorado de alguien más?

El silencio hizo acto de presencia. Allí estaban nuevamente, uno enfrente del otro reprochando cosas que aparentemente no tenían solución.

—Si —respondió Yuuri, firme y claro, con la imagen de Wolfram en su mente—. No quería llegar a este punto, no quería hacerte sufrir. Pero no puedo seguir ocultándote la verdad. Me he enamorado de otra persona.

Izura desvió la mirada. Tenía los puños apretados y el corazón debía de latirle a una velocidad de vértigo. Nunca se había sentido tan humillada.

—¿Y cuando pensabas decírmelo? ¿Cuándo toda la servidumbre se riera de mí a mis espaldas?, aunque ya lo hacen por supuesto —Se rió sin humor—. ¿O cuando nuestros amigos cercanos comenzaran a sentir piedad por mí?

—No lo hice por Greta, y por el cariño que me aún me inspiras. ¿Sabes lo que significas para mí? ¿Sabes lo mucho que te quiero?

Izura enmudeció. Estuvo a punto de desplomarse sobre el suelo pero aguantó la fuerte sacudida que le había dado de lleno en el corazón. El mundo se le vino abajo y contenía el impulso de echarse a llorar.

—Pero no de la forma que quiero —susurró—. ¿Quién es? —preguntó exaltada—. ¿Quién es esa bruja que te ha hechizado?

Él sacudió la cabeza con gesto negativo.

—No lo hagas más difícil.

Yuuri se sentía bien y mal al mismo tiempo. Se estaban destrozando, pero no dejaba de sentir un extraño cosquilleo en el pecho, como si volviera a sentirse libre al confesar lo que en verdad sentía su corazón.

—Lamentablemente no puedo hacer nada para impedírtelo —espetó Izura mientras lo miraba con el ceño fruncido y se ponía el albornoz—. Que no te engañe esa mujerzuela por como se ha comportado ante ti. Vete con ella. Metete en su cama. Ahora estas pensando con otra cosa que no es la cabeza y mis palabras no significan nada para ti hasta que hayas satisfecho tus deseos. Pero has de regresar a mis brazos tarde o temprano al darte cuenta de quien vale más.

«No es un ella, es un él» pensó Yuuri.

—Una última cosa —advirtió Izura antes de salir dando mayor firmeza y aire de reproche a la entonación de su voz—. Nosotros estamos unidos en un matrimonio bendecido por Shinou, con el consentimiento de los Diez Nobles y ante dos naciones, cuya gente nos aprecia y apoya gracias a una alianza de paz. No creas que te puedes librar de mí tan fácilmente. Los bastardos no pueden ser reyes y tú necesitas un heredero.

Dicho esto, salió apresuradamente de la habitación.

Yuuri cerró los ojos al escuchar el portazo de la puerta. Se acostó en la cama sin preocuparse de la suciedad de sus ropas y permaneció tendido, sintiéndose como un niño desamparado. ¿Se había vuelto loco? Acababa de declararle a su esposa que amaba a alguien más descaradamente. No midió consecuencias y actuó por el mero impulso de saber que quizá tenía una oportunidad con Wolfram. No tenía ni idea de cómo acabaría todo, pero ahora que le había demostrado en el baile que no le era indiferente, tenía que aprovechar la ocasión para acercársele, aún en contra del sentimiento de culpa que Izura y la alianza le inspiraban. Todo era tan confuso. Su mente estaba dividida entre el deber y el corazón, pero en el fondo tenía que reconocer que había elegido desde hacía mucho, y aunque se esforzase por comportarse como un marido leal y fiel, la mentira comenzaba a desmoronarse desde sus cimientos. Al mismo tiempo, sentía que necesitaba un consejo sincero de alguien que viera las cosas de forma neutral. ¿Pero quién?

Inesperadamente, abrió los ojos con la respuesta que necesitaba. Se levantó de la cama y fue a su baño privado. La fuente de agua estaba llena y él se mordió el labio inferior deseando que su idea diera resultado.

—Shinou no es el único que puede controlar el portal —se recordó—. ¡Así que, poderes, no me fallen!

El aura de energía azul rodeó su cuerpo. Yuuri se quedó ahí, paralizado por un instante que pareció una eternidad. Su cuerpo se mantenía entumecido mientras el agua comenzaba a formar un remolino. Luego, una sensación de vértigo lo sacudió al ser transportado por medio del agua a lo que era su hogar en la Tierra.

Finalmente, abrió los ojos encontrándose en una tina de marfil blanca. ¡Qué ambiente tan familiar! Había regresado a casa.

 

 

Continuará.

Notas finales:

Ante las dudas, Wolfram recibirá una reprimenda por parte de Jeremiah.

—Yo reconocí esa mirada en tus ojos… ten cuidado, estás a punto de caer en un abismo del cual nunca podrás escapar.

 

Un descubrimiento que lo podría cambiar todo.

—¿Quién eres?

—Soy Greta, hija del Maou Yuuri y la reina Izura.

«¡Tiene una hija!…»

—¿Y tu quien eres?, ¿un príncipe…?

—Wolfram Dietzel… un simple soldado.

 

Llega una nueva aliada para acabar con la vida del Maou, y al mismo tiempo la vida de Wolfram correrá peligro.

—¡Estás loco! ¡¿Qué hace ella aquí?! —preguntó Wolfram, sudando frio.

 

Izura dispuesta a descubrir por si misma quien es su rival.

Y si la tuviera enfrente, la mataría con mis propias manos…

 

Y Yuuri resuelve los enredos de su corazón.

—¿Por qué todos me advierten lo mismo? ¡No es un mero deseo, es amor!

 

Esto y más en el próximo capítulo.


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