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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

¡¡Hola!!

()()

(^u^)O

O(") (")

Bueno, ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Septiembre para mí fue un mes de muchos cambios, (personales) y que aun estoy afrontando. Si hubo alguna vez que una de ustedes se sintió preocupada por mi ausencia, lo siento de veras y gracias por preocuparte por mí *.*  (si claro, yo digo jejeje)

Bueno, debí haber anunciado que me ausentaría tanto tiempo. Desde el principio he sido irresponsable con las actualizaciones y de lo cual me avergüenzo. u_u Pero en mi defensa, no tenía ni idea que mi madre me enviaría a un centro de retiro T.T sin internet ni nada de nada… 

Este cap no está terminado según el adelanto, pero esta vez no creo tardar tanto en la continuación. ¡¡Esta misma noche continúo el cap hasta donde mis fuerzas me lo permitan!!! I promise You!

Ojo aquí:

En este capítulo sabremos un poco más de la relación que tienen Shinou y Murata. (No será una sub-historia tan protagónica, solo la retomaré de vez en cuando) y también sabremos un poco más acerca de Jeremiah Crumley.

William Sinclair pertenece a Kunay_dlz.

Esto es ficción. No lo tomen tan en serio. Lamento arruinar la esencia del anime y la novela de Kyou Kara Maou. 

«La preciosa joya de Bielefeld lleva el nombre de su bisabuelo, ¿no te parece una agradable coincidencia, Rufus?»

—Wolfram von Bielefeld —Shinou disfrutó pronunciar cada una de las silabas que componían el nombre de la persona que representaba una esperanza para él. Todo lo que sabía de esa persona era gracias a los pequeños informes de su Gran Sabio, aunque no eran muchos. Lo poco que sabía era su nombre, su apellido falso y algunas características físicas que se asemejaban a las suyas; no obstante, ya le guardaba mucho cariño.

Por primera vez en muchos años, Shinou albergaba un atisbo de esperanza, una posibilidad de que la vida le ofreciera lo que tanto había anhelado. Por una parte, él era responsable de la continuación de su raza y la seguridad de su legado, y no deseaba nada más que el nacimiento de un nuevo descendiente que fuera la combinación de la sangre Bielefeld con la sangre de su poderoso Maou elegido. Un heredero digno de regir a su país. Por otra parte, deseaba vengarse de Endimión Grimshaw por haber asesinado Willbert von Bielefeld para quedarse con el reino de Blazeberly y con ello llevarlo a la desgracia total. Jamás iba a permitir que se saliera con la suya, jamás permitiría que Shin Makoku sufriera el mismo destino de aquel país tan lejano, aun en contra de cualquier circunstancia.

Y al mismo tiempo sentía una profunda pena por su descendiente, por el terrible vacío que tenía que cargar siempre consigo al no haber sido criado en el seno de una familia amorosa por culpa de un ser perverso y lleno de rencor que destruyó su hogar y arrasó con su futuro. Nadie podía asegurar que al final su descendiente no terminaría ejecutando la misión con profesionalismo; Wolfram era lo que era, un asesino. La culpa no podía ser parte de su existencia al haber sido instruido bajo la tutela del terrible Endimión Grimshaw.

Preocupado, Shinou reflexionó frotándose la barbilla.

Si toda salía mal, la vida de su Maou elegido acabaría, llenando de dolor los corazones de cientos de inocentes y, además, el país que había fundado con tanto esfuerzo quedaría en manos de un déspota engreído. Pero, por otro lado, y si la fuerza del amor vencía la dura coraza en el corazón de su descendiente y aceptaba a Yuuri como lo que era, su persona predestinada, la situación podía volverse de nuevo a su favor. Shinou deseó con todas sus fuerzas que sucediera lo último.

 

Capitulo 9

¿En dónde está el Maou?

 

Capitulo 9

 

 

—28—

 

 

Ulrike llegó silenciosa a la gran habitación principal del templo. Como era habitual en las primeras horas del día, la plaza central estaba llena de hermanas trabajando en sus labores diarias. Por otro lado, las Guerreras Protectoras, mujeres que no habían sido bendecidas con el don de la santidad pero que su dedicación hacia el Templo era total, entrenaban arduamente, enfrentándose unas a otras. Su deber era simple al tiempo que vital: proteger el templo y a todas sus miembros. Instruidas en el arte de la guerra y en el dominio de las armas, constituían una guardia de soldados de élite. Ulrike, al ser la doncella original elegida, fue iniciada desde muy pequeña y conferida a permanecer dentro del templo para siempre. Aquel era el honorable destino que aceptaba de muy buen agrado, es más, daba gracias por ello. Sin embargo, aquella tarea tan importante solía traerle más preocupaciones que alegrías. La noche anterior había tenido una perturbadora visión respecto al rey actual de Shin Makoku, el querido y respetado Yuuri Shibuya, y su presunta relación con el descendiente perdido del rey original Shinou, provocándole inquietud.

Pero aun en contra de todas sus preocupaciones, Ulrike caminó con paso firme hacia el espíritu del rey original, que le daba la espalda mirando fijamente la esfera de cristal que representaba las estrellas de cada uno de los Maou, lo saludó con una reverencia y Shinou al verla, le devolvió el saludo asintiendo con la cabeza y esbozando aquella encantadora sonrisa que lo caracterizaba.

—Buenos días, mi señor.

—Mi pequeña.

Shinou observó con una enorme satisfacción en los ojos a su Doncella Original. La belleza de aquel rostro, sereno y armónico, siempre le resultaba sumamente tranquilizadora.

—Se ve de buen humor éste día, Majestad —comentó Ulrike.

Shinou asintió.

—Así es, Ulrike. Ven, acércate más —Ulrike así lo hizo y Shinou habló de nuevo, con la mirada fija en la esfera de cristal situada frente al altar—: La estrella de mi descendiente brilla con tanto resplandor, que me reprocho a mi mismo una y otra vez por no haberla reconocido en todos estos años.

Al escucharle, Ulrike agachó la cabeza, apenada.

—Fue un error mío.

—No, no Ulrike. No te estoy culpando por ello. —Shinou frunció el entrecejo, y añadió con una voz profunda de desprecio—: Todo fue culpa de ese asesino.

—Endimión Grimshaw, el ladrón del trono de Blazeberly —Una mueca de rabia se dibujó como pocas veces en el pequeño rostro de Ulrike al recordarle.

—Y el causante de todo lo que ahora está mal —añadió Shinou—. Pero tarde o temprano tendrá que pagar. El mismo miserable fue quien cavó su propia tumba al regresar a mi descendiente a estas tierras, quien desde el principio de su vida y desde antes estuvo destinado a pertenecerle a mi Maou elegido para darme un nuevo heredero al trono.

Ulrike se tensó, incómoda, y se llevó una mano al pecho, lo cual no extrañó a Shinou. La pequeña percibía muchas más cosas de las que decía.

—¿Qué pasa, Ulrike? —quiso saber.

—Necesito hablar con usted seriamente —confesó la sacerdotisa en tono preocupado. Una pizca de inquietud nació en el estomago de Shinou.

—Dime.

—Las premoniciones que tengo respecto al peligro que corre la vida de Su Majestad Yuuri no cambian —le explicó con severa urgencia—. Ese manto de sufrimiento que lo envuelve sigue apareciendo en mis sueños, y todo comenzó desde la llegada de aquel que todos llaman Wolfram Dietzel. Si me permite ser franca, pienso que es demasiado tarde para lo que usted pretende. El deseo de tener un heredero de la unión de Su Majestad Yuuri y de su descendiente es algo imposible. La maldad ya fue sembrada en el corazón del último creando una coraza que difícilmente puede ser quebrantada. Lo más sensato que podemos hacer es revelar la verdadera identidad de su descendiente y contarle la verdad de su origen. Podríamos evitar que cometa algo imperdonable.

Shinou asintió, aunque imperceptiblemente.

—Debemos guardar la calma —dijo en un intento por tranquilizarla—. Tus preocupaciones tienen sentido, Ulrike. No se puede descartar esa posibilidad. Después de todo, el mundo en el que Wolfram ha crecido está lleno de violencia, destrucción y, por sobre todo, lleno de soledad. Sin embargo, nada es imposible, mucho menos el amor verdadero.

Ulrike no se dejó convencer tan fácilmente.

—El destino cambió radicalmente en el pasado y lo que pudo ser, ya no fue —objetó para explicarse mejor—. A lo que me refiero, es que la historia cambió cuando ese hombre llamado Endimión Grimshaw se interpuso en el camino, y como consecuencia Su Majestad Yuuri y Su Alteza Wolfram no se pudieron conocer como estaba predestinado, por tanto no se pudieron enamorar a tiempo. Por desgracia, en este nuevo presente, las consecuencias de su amor podrían ser catastróficas.

—Debes entender que Yuuri y mi descendiente tienen que estar juntos. Así está establecido por el hilo rojo del destino —repuso Shinou sin inmutarse—. Además, el único que creo capaz de destruir la coraza que envuelve el corazón de mi descendiente, es mi Maou elegido. Él puede afectar a cualquiera con su amabilidad, incluso a la persona más necia y amargada que exista en este mundo.

—¡Lo que quise decir desde el principio, es que el destino ya cambio una vez como una advertencia de que es imposible que estén juntos! —insistió la sacerdotisa, desesperada.

—¿Qué insinúas, Ulrike?

Ella suspiró y recobró la calma.

—Que todo pasa por una razón —respondió, bajando la cabeza—. Lo siento mucho, pero debo decírselo con sinceridad. El amor de Su Majestad Yuuri y de Su Alteza Wolfram es imposible. En el presente los obstáculos que impiden su unión son demasiados, y son tan peligrosos que pueden llevar incluso a una guerra.

De repente un insólito silencio llenó la estancia devorando todo sonido, haciéndolo desaparecer. Shinou alzó la cabeza hacia el nacimiento de la cascada que caía rasa frente al altar, con los ojos embargados por la incertidumbre de no saber cómo actuar.

—No hay nada que podamos hacer para impedirlo —respondió con abrumadora tranquilidad. Ulrike abrió los ojos por el impacto al oír tal declaración—. Que sea lo que tenga que ser y ya. Escucha, mi pequeña, lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido. Nada, pero nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el si hubiera hecho tal cosa hubiera sucedido otra. No, lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado y tuvo que haber sido así por alguna razón, tal vez para hacerlos más fuertes a lo que el futuro les depara —Shinou cerró los ojos un instante y esbozó una amplia sonrisa—. Además, tengo plena confianza en que su amor logrará vencer todas las barreras. Puede que no sea un camino fácil, pero para sobreponerse a todo lo que les espera, se necesitan de dos testarudos, y ese par lo es.

—¡Más testarudos que tú, lo dudo! —comentó una voz muy familiar a su espalda. Shinou se dio la vuelta y vio a su Gran Sabio.

—¿Tienes la manía de escuchar conversaciones entre las sombras, mi Gran Sabio? —le preguntó travieso. Él se le acercó y solo se le quedó mirando inquisitivamente.

—Tengo que, ya que tú nunca hablas con la verdad —Murata estaba tan acostumbrado a su manera de hacer las cosas, que tenía plena certeza de que ese espíritu travieso les ocultaba algo importante. Shinou pareció sorprenderse, pero luego echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas—. Claro, todo de parece gracioso ahora. Sigues tan cabezón a pesar de los siglos que te acompañan.

Cuando Shinou finalmente paró de reírse, Murata estaba a punto de explotar de la rabia.

—Perdóname —dijo maliciosamente—, pero no dejas de sorprenderme, mi Gran Sabio. Me conoces más de lo que me conozco a mí mismo. Eso me gusta de ti.

Murata suspiró con pesadez y se cruzo de brazos en un esfuerzo por retomar el tema inicial de conversación, algo que era más importante que admitir sus sentimientos.

—Ulrike tiene razón sobre sus sospechas —soltó rápida y claramente—. Sobre todo en su última advertencia y que se relacionan con una mujer, una reina para ser exacto, una alianza y un Consejo de Nobles. Lo sabes, ¿cierto?

Shinou sintió la franqueza de su mirada y fue consciente del verdadero peso de su pregunta. Ya no era momento para bromas.

—Hipotéticamente, tendría que decir que sí.

—¿A costa de qué quieres lograr tus objetivos? —Murata entrecerró los ojos—. ¿Acaso no crees que la reina Izura desea con todas sus fuerzas mantenerse en su puesto por sobre todas la cosas? ¿Acaso no crees que ella conspiraría en contra de Shibuya, si éste le pidiera el divorcio? —Shinou no replicó y Murata supo que había dado justo en el clavo—. Lady Izura puede ser una reina responsable y una madre dedicada, pero ante todo es una mujer orgullosa, obstinada y con muchísimo coraje. Ella podría convocar un ejército y salir al campo y librar una guerra en contra de Shibuya, tan dura como cualquiera que su padre, el legendario Zaoritsu, haya peleado en Zuratia en tiempos pasados, para mantener su dignidad intacta. Lo sabes pero temes aceptarlo. Ella jamás cederá el trono.

La cara de Shinou reflejó preocupación e incluso un poco de temor ante la franca declaración del Gran Sabio, encontrándola profundamente turbadora.

Shin Makoku y Zuratia, dos grandes reinos de demonios, ambos poderosos y orgullosos, las mayores potencias militares del gran continente envueltos en una guerra. Una guerra de corazones destrozados y dignidades destruidas.

«¡Guerra!» Una palabra peligrosa. Una guerra que dejaría solamente dolor y resultados irreversibles. Shinou imaginó a la inquebrantable reina Izura humillada y en búsqueda del responsable de la anulación de su matrimonio poniendo así la vida de Yuuri y de Wolfram en peligro. Toda aquella era una visión sumamente trágica y sin embargo, por más que le daba vueltas al asunto, la convicción que había tenido desde el principio no flaqueaba. Los argumentos que pudieran darle no eran suficientes; nunca serían suficientes.

—La guerra a veces es un mal inevitable —se limitó a decir fríamente. Estaba claro que no conocía la derrota y que no conocía los límites.

Murata lo miró con repulsión.

—¡Maldita sea! Eres más testarudo que una mula, lo más terco que existe sobre la faz de la tierra —exclamó furioso, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida. Avanzó unos pasos más, se calmó una pizca, y miró al rey travieso que permanecía expectante un poco más atrás—. ¿De verdad no prestaste atención a ninguna nuestras advertencias? ¿Seguirás adelante con todo esto? ¿No revelarás aún la verdadera identidad de Wolfram Dietzel como un Bielefeld? ¡¿Hasta dónde eres capaz de llegar?!

Shinou alzó la barbilla sin dejarse intimidar.

—Hasta las últimas consecuencias.

Hubo un breve momento de impacto en el cual Murata trató de procesar la franca respuesta de Shinou, convenciéndose de los alcances de su ambición. Inspiró hondo y el sonido se oyó en toda la estancia.

—¡Joder! En verdad eres insistente y duro de entender, de veras.

Shinou caminó hacia su Gran Sabio y, cuando lo tuvo a su alcance, lo agarró por los hombros y acortó la distancia de sus rostros. Murata revelaba su ansiedad apretando mucho los puños, que trataba de esconder a ambos lados del cuerpo.

—¿Sabes?, admiro la lealtad que le profesas a mi Maou elegido, pero al mismo tiempo me pone demasiado celoso.

Murata dio un paso hacia atrás y se apartó todo lo que pudo de él. Un beso, un corto y efímero beso y estaba a punto de caer a sus pies.

—Créeme —logró decir sin titubear—, nada me haría más feliz que ver de nuevo a mi amigo con aquella vitalidad tan característica que conocí antes de que contrajera matrimonio con Izura, aquella chispa de alegría en sus ojos, pero también debemos medir las consecuencias y lo que estamos dispuestos a sacrificar.

Shinou frunció el ceño. Tenía la sensación de que nada de lo que hiciera lograría que aquel chico traicionara a su mejor amigo. Y al verlo tan decidido, Shinou se preguntó cuál de los dos era el profesor y cual el alumno cuando se trataba de testarudez.

—Creo que nunca podremos ponernos de acuerdo. Aunque debo aceptar que eres más inteligente y piensas en todo, además eres lindo. Eso pone puntos a tu favor.

Murata bajó la cabeza y se acomodó los lentes. Shinou lo observó con una expresión divertida en el rostro; se había sonrojado mucho.

—Haces que me avergüence.

—Te amo.

—Entonces te compadezco, rey engreído, yo nunca te he dado esperanza —admitió Murata con una dolorosa falta de táctica al tiempo que levantaba la cabeza.

—He considerado esa idea y la he descartado. Lo que pasa es que eres muy huraño y eso pone obstáculos en nuestra relación —observó Shinou con voz tranquila y sosegada, lo que enfureció a Murata aún más—. Pero pierde cuidado, que ya aprendí que contigo entre mas necio sea uno, mejor. Ninguna puerta se cierra para siempre. Te necesito a mi lado y soy demasiado egoísta para convencerme a mi mismo para dejar de quererte.

—¿Qué harías si te dijera que hay alguien que me interesa mucho?

Shinou enarcó las cejas antes de esbozar una gran sonrisa.

—Diría que no sabes mentir.

Murata resopló, indignado.

—Pues no es algo que sea imposible, ni mucho menos que no haya pasado antes.

La expresión de Shinou se tornó seria.

—Paciencia me sobra, testarudo —dijo. Se le acercó y lo miró a los ojos— ¿acaso no me pediste que te considera algún tiempo?

—El tiempo no lo cura todo, ¿sabes? —El tono de Murata sonó extrañamente decidido, lo que contrastaba con el temblor de su labio inferior—. ¿Te has planteado alguna vez que quizá nunca te perdone?

—No me convencerías ni aunque lo intentaras —contradijo Shinou con una sonrisa, pero por dentro había recibido un golpe muy duro—. Sin embargo, ve en busca de tu destino. Es duro que me digas que amas a otro, pero no puedo hacer nada para detenerte.

Murata se estaba mintiendo a sí mismo, y aunque le vinieron a la mente varias respuestas descaradas, las hizo a un lado. En sus años como el Gran Sabio había creído estar enamorado de otras personas en varias ocasiones, pero la magia y la atracción nunca habían durado más de unos meses. En cambio, cuando pensaba en Shinou, el sobrecogimiento y el fervor que lo invadían era algo totalmente distinto, que no se parecía en absoluto al afecto terrenal que le inspiraban sus amantes mortales.

—¿Tan poco me estimas que me incitas a alejarme de ti?

—Te equivocas. Es el aprecio que te tengo el que me hace actuar así. Yo tan sólo quiero verte feliz. —Shinou clavó la mirada en Murata, que parecía demasiado afectado por los recuerdos dolorosos del pasado—. De todas maneras, sé que no habrá nadie más importante en tu vida, sólo yo. Ni ahora ni nunca.

—Tal vez no —admitió Murata, odiándolo al mismo tiempo por ello—. Pero hace miles de años di por sentado que para ti sí.

En seguida, Shinou le alzó el mentón con delicadeza. Murata se mantuvo firme, retándolo silenciosamente.

—Y ya te pedí perdón por ello. Por haberme casado con Rufus von Bielefeld cuando todavía conservaba mi cuerpo terrenal.

Su voz fue baja, sin entonación y calmada. Murata le odió también por eso.

«Lo que no fue en tu época, que no te afecte» decía un dicho de la Tierra, pero, por alguna razón, Murata se sentía incapaz de perdonar y dejar el pasado atrás. No era culpa suya conservar recuerdos intactos de una vida de hace más de 4.000 años, y no solo los recuerdos, sino también sentimientos dolorosos en su mayoría.

—En verdad te compadezco, Ulrike —bufó con ironía—. Trabajar con éste espíritu necio y engreído debe ser verdaderamente fastidioso.

Tanto Shinou como Murata centraron su atención en ella, encontrándola preocupada y con la mirada fija únicamente en la esfera de cristal. Ambos estuvieron de acuerdo en hacer una tregua para enfocarse en los problemas que acontecían.

—Ha ocurrido algo grave —advirtió Ulrike—. La presencia de Su Majestad Yuuri se ha transportado lejos de aquí, específicamente a su mundo.

—¡Lo que faltaba! —se quejó Shinou.

—¿Dices que Shibuya regresó a la Tierra? —preguntó Murata para constatar lo que había escuchado. La pequeña sacerdotisa parecía muy convencida.

—Debió haber sido Su Majestad Yuuri quien abrió el portal con su propio Maryoku.Es la única explicación.

Tres pares de ojos se volvieron hacia la esfera de cristal.

—Pero, ¿por qué lo haría? —se cuestionó Murata. Las únicas ocasiones en las que Shibuya regresaba a la tierra eran en celebraciones como el día de la madre y el día del padre. De otro modo había jurado permanecer en Shin Makoku de manera permanente.

—Estoy seguro que sus buenas razones habrá tenido.

Murata miró a Shinou especulativamente.

—¿Qué quieres decir? ¿Tú entiendes algo?

—No, no tengo ni idea —respondió rápido y resuelto—. No conozco a Yuuri tanto como quisiera y tampoco sé la razón de su partida. Pero tomando en cuenta lo abrumado que debe sentirse por toda esta situación, mi intuición me dice que regresó a su mundo en búsqueda de un consejo.

—Podría ser… —Murata colocó su mano debajo del mentón, reflexivo—. Debemos avisar a todos en Pacto de Sangre. La repentina ausencia de Shibuya los pondrá muy nerviosos.

—Tienes razón, entonces…

—Iré yo y me quedaré a dormir en el castillo —interrumpió Murata antes de que Shinou pudiera decir algo más. Se daría una oportunidad para conocer mejor al tan querido descendiente Bielefeld. No podía explicárselo, pero en lo más profundo de su corazón, en su alma, sabía que quería hacer algo por Wolfram von Bielefeld. La cuestión para él era protegerlo, estaba decidido a que nunca tuviera la muerte de otro en su conciencia.

—No hemos terminado de hablar —dijo Shinou en tono de advertencia.

—Lo siento. Debo irme.

—¿Tendrás cuidado?

—Por supuesto.

—Prométemelo.

—Te lo prometo. Tendré cuidado.

Los lentes de Murata centellaron antes de darse la vuelta y acercarse a la puerta. Pero cuando estaba a punto de abrirla, se volvió.

—Cuídate mucho, Ulrike —se despidió con una sonrisa.

La pequeña sacerdotisa lo despidió respetuosa con una inclinación de cabeza.

«¿Qué planeas, testarudo?»

Shinou deseó poder adivinarle el pensamiento. No era algo que no esperaba, pues reconocía y valoraba el aprecio que el Gran Sabio le guardaba a su Maou el elegido. Era normal que Murata estuviera preocupado por la seguridad de su mejor amigo y también sabía que se había opuesto a la relación de Yuuri y de Wolfram desde el principio, pero temía que esa sobreprotección le llevara a intentar alejarlos antes que ocurriera una tragedia mayor tanto en términos personales como políticos.

—Ser previsora y malpensada me ha llevado a otra conclusión aún más alarmante —musitó Ulrike tras suspirar profundamente.

—¿Cuál?

—Que la sombra y el sufrimiento de nuestro actual Maou no viene del príncipe de Bielefeld, sino de la princesa de Zuratia.

—No sabes cuán cierto es lo que acabas de decir, mi pequeña —Shinou alzó la mirada al techo, meditabundo—. Cuando amamos a alguien y no queremos dejarlo ir, terminamos por hacerle mucho daño.

Ulrike se fijó en la desdicha que acompañaba esas palabras. Miró hacia la salida de la estancia y, luego, de nuevo al espíritu del rey original. Tras un largo rato de inmovilidad y silencio, asintió lentamente.

—El amor… —le preguntó en un suave susurro para sosegar aquella curiosidad que la embargaba. Shinou vaciló y, por fin, se volvió hacia ella— ¿Qué se siente el amor?

Shinou cerró los ojos y permaneció callado un momento.

—Duele… —respondió finalmente con el sufrimiento palpable en la voz—. En algún momento el amor llega a doler en lo más profundo de tu corazón.

Shinou sintió un nudo en la garganta cuando se dio la vuelta y miró en dirección a la puerta del santuario del Templo por donde su Gran Sabio había salido. No debía serle fácil amar a un espíritu como a él no se le hacía fácil amar a un ser vivo en la distancia abismal y natural que los separaba el uno del otro, y en su mente tan solo pudo encontrar esa palabra para describir lo que ambos vivían a su modo.

Ulrike lo miró con un destello de comprensión en sus ojos y quiso abrazarlo, acompañarlo en su dolor, pero él se apartó y desapareció en la nada.

 

—29—

 

 

Wolfram se sentó en la cama y echó un vistazo entre las cortinas corridas. La brisa matutina ingresó como una concentración de polvo invisible. El olor de las flores y la dócil fragancia de los arbustos se escurrieron hasta las zonas más intrínsecas de su nariz provocándole una suave sensación de placer. Se notaba que estaban en plena época primaveral, lo que le hizo recordar que al cumplirse el quincuagésimo día de primavera, se daba lugar un hermoso espectáculo natural donde los capullos de una extraña flor blanca llamada «El tesoro de la noche» se abrían exclusivamente bajo la luz de la luna. El mismo espectáculo que consideraba como un regalo de cumpleaños y que solía compartir al lado de Matthew en el castillo de Blazeberly. Pero para ello todavía faltaban treinta días.

Se levantó de la cama sin mayor ceremonia y, como estaba exhausto, con el cuerpo pendiente de un necesitado reposo, fue directamente hacia el baño privado de la habitación. Aún se sentía adormilado y no había nada mejor que el agua fresca para quitar cualquier vestigio de sueño que quedara en él.

En el castillo había otra sala de baños mixtos, pero Wolfram prefirió gozar de un poco de privacidad en el baño de su habitación. Aquella otra sala de baños era toda de mármol blanco y reinaba un delicioso frescor. Sus amplios ventanales se hallaban protegidos por espléndidas cortinas de finísimo tejido rojo, bordadas con elegancia y el techo estaba sustentado por una doble fila de columnas de mármol blanco como las frescas paredes que le rodeaban. Cuatro inmensos surtidores lanzaban desde lo alto gruesos chorros de agua mientras que unas macetas enormes sostenían colosales macizos de rosas que esparcían a su alrededor deliciosos olores. Había ido una tan sola vez a la medianoche, cuando todos sus compañeros estaban dormidos.

Cuando el baño estuvo listo, se sentó en el borde de la bañera y se introdujo lentamente; el agua estaba templada, cálida y deliciosa. Un poco melancólico, Wolfram cerró los ojos e inhaló lentamente.

Mientras se aseaba, recapituló todo lo que había ocurrido la noche anterior. No se había olvidado de Yuuri Shibuya ni de lo sucedido. Recordaba su cercanía, sus atenciones, su sonrisa, también recordaba la sensación de alivio que experimentó cuando suplantó a César Bleist en el último baile. Para su sorpresa, aquel recuerdo tan vivo no le causó molestia, sino una tierna alegría que no supo explicar.

Pero Wolfram no quería pensar en Yuuri. El papel de seductor le pesaba tan horriblemente que de buena gana se hubiese retirado de no saber lo que tenía que perder. Por eso le había advertido a Endimión que en materias de seducción, había elegido a la persona equivocada dado que tenía cero experiencias en esos asuntos.

Se recostó contra el respaldo de la pequeña bañera y se relajó para que el calor del agua aliviara los dolores de sus músculos y articulaciones. Bien supo desde un principio que aceptar salir de fiesta con sus compañeros era una terrible decisión. La idea se asentó en su interior mientras salía del agua y se colocaba una toalla alrededor de su mojado cuerpo lo que hizo que sus huesitos crujieran debido cansancio, pero afortunadamente no le dolía la cabeza.

Sin desearlo, se quedó inmóvil al recordar más sobre la fiesta en la taberna y una amarga sonrisa se dibujó en sus labios. Todo era respecto a Yuuri Shibuya y en lo que le hacía sentir. Atracción, lujuria, repulsión, celos, odio… había experimentado una amplia gama de sensaciones con respecto a él durante el corto tiempo transcurrido, pero estaba convencido de que entre ellas no podía estar el amor. Claro que a su joven edad, Wolfram era incapaz de entender cómo se daba ese sentimiento. La frialdad de su existencia lo había llevado hasta ese extremo, aunque en el fondo deseaba experimentarlo por primera vez. Encontrar ese complemento ideal que era la otra parte de su corazón.

El límite de lo que estaba sintiendo lo asustó. Yuuri Shibuya era prácticamente un desconocido y no sabía nada sobre él. Además, seguramente, no tendría nada en común con un hombre como él. Se trataba simplemente de un deseo puramente físico, de un poder casi irresistible.

Pero a medida que Wolfram meditaba la situación, otra idea le iluminó la cabeza y endureció su corazón, haciéndole recordar lo que había parecido olvidar: El rey no deseaba su amor sino solo su cuerpo por mera entretención. Lo que Yuuri Shibuya sentía por él era pura lujuria. Crudos deseos. Una profunda y primitiva necesidad de posesión. Por eso sabía muy bien que si se lo dejaba fácil, iba a tomarlo como a uno más de sus amantes.

Tuvo una lúgubre visión de lo que podía suceder: debido a un momento de debilidad él se entregaba completamente a Yuuri convirtiéndose en su amante oficial, y después, al cabo de un mes o dos, el rey decide que ya ha tenido suficiente y termina la relación con un simple «gracias» y un regalo costoso.

Wolfram apretó los puños con fuerzas, luchando por dominar la súbita rabia que sintió con esa reflexión. ¡Cuán humillante sería eso para él, el tonto que se dejó llevar por los sentimientos y acabó con los sueños de sus compañeros! ¡Pobrecito, se dejó llevar por una breve fantasía!

Inspiró profundamente para calmar su estado de ánimo, se convenció de que había malinterpretado la confusión de sus sentimientos haciéndole creer que existía una mínima posibilidad de que se enamorara del objetivo, ¡qué locura habría cometido! Sería un necio si de verdad creyera que las tímidas sonrisas y sugestivas miradas de Yuuri Shibuya nacían de una pasión pura y eran tan sólo para él, que su anhelo era sincero.

Ya más tranquilo, Wolfram se vistió con el uniforme militar —De un gusto horrible a su parecer— y abrió la puerta que daba al lugar donde estaban las camas, cruzó la estancia hasta la única ventana y contempló el verde patio que se extendía a lo largo del jardín. Un poco de aire fresco era lo que necesitaba para aclarar su mente. Sin embargo, unos potentes ronquidos vinieron a interrumpirlo en su meditación matutina.

Jeremiah aún yacía dormido en el suelo, dónde se había quedado anoche. No había tenido ni siquiera la decencia de cambiarse de ropa. Olía asquerosamente a alcohol, humo y algo sutilmente nauseabundo, vomito tal vez.

Una sonrisa traviesa adornó su rostro limpio y fresco, Wolfram regresó al baño y cogió una cubeta llena de agua. El hecho de que su mente estuviera en medio de un total desastre no significaba que había perdido su sentido del humor.

Oh, dulce venganza.

—¡Pero qué mierda! —gritó Jeremiah enfurecido al recibir una cubeta de agua bien fría cuando se encontraba plácidamente dormido.

Wolfram no paraba de reír.

—¡Ay, duele! —Jeremiah se llevó la mano a la sien. Sentía la cabeza a punto de estallar y estar completamente empapado de agua no ayudaba en su dolor— ¡~Achíu~! ¡Qué frío! ¡Qué frío, qué frío, qué frío!

—Te ves patético.

Jeremiah observó a Wolfram con una severa mueca de enfado y permaneció sentado en el suelo abrazándose a sí mismo, temblando de frío. Le dolía la cabeza a horrores, como si hubiese estado en medio de una guerra de cañones, además le zumbaba los oídos y tenía el estomago revuelto.

—Arriba, tenemos que estar en el campo de entrenamiento en quince minutos. La trompeta de alarma sonará en cualquier momento —advirtió Wolfram.

—¡Me rehúso!

—¡Jeremy, deja de actuar como un debilucho y levántate!

—¡Me duele! —se quejó él, sosteniéndose la cabeza con ambas manos.

—Me alegra. Espero que te sirva de lección y no lo vuelvas a hacer.

Estupefacto, Jeremiah dejó a un lado sus quejas y se le quedó mirando. Wolfram estaba de brazos cruzados y, a juzgar por la agria expresión de su rostro, estaba muy enojado.

—¿Eh?

—¿A quién se le ocurre emborracharse en plena misión? —reprendió Wolfram—. Está bien que lo hagan los otros novatos, pero tú y yo no podemos. ¿Qué tal si hubieras hablado más de la cuenta con la persona equivocada? Habrías puesto nuestra vida en peligro.

Jeremiah desvió la mirada, apenado. En parte, Wolfram tenía razón. Se podría decir que nunca había tenido demasiado autocontrol con el alcohol.

—No lo hice, ¿bien? —Jeremiah se enfurruñó visiblemente y murmuró en voz baja una queja de niño chiquito—. ¿Sabes?, hoy estás un poco raro. No te ofendas, pero es extraño que te levantes de la cama tan temprano por voluntad propia.

—Oye, ¿por qué tengo que soportar tu mal humor?

—¡Habló el chico que me lanzó una cubeta de agua fría mientras dormía! —farfulló Jeremiah con expresión dolida, haciendo que Wolfram volviera a carcajearse.

—Fue venganza —dijo entre risas.

—¿Ah, sí?

Jeremiah no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él lanzándole un potente almohadazo que le dio en plena cara. Wolfram, paralizado en medio de la habitación, abrió los ojos con incredulidad.

—¿Acabas de pegarme con una almohada o me lo he imaginado?

—''Fue venganza'' —dijo Jeremiah entre comillas, imitando sarcásticamente la anterior respuesta de Wolfram.

—¿Qué…?

Una segunda almohada le dio directo en la nariz. Jeremiah rió, aunque pronto su expresión cambió a una mueca de dolor. Wolfram pareció reaccionar.

—¡Serás…!

Se abalanzó sobre él furiosamente, empujándolo contra el suelo y apretándole el cuello al mismo tiempo. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos, manotazos, arañazos y puñetazos fueron incontrolables. Jeremiah gritó e intentó quitárselo de encima a base de rodillazos, pero le era imposible al continuar débil por la resaca.

—¿No eres tan valiente ahora, uh? —Wolfram presionó con fuerza las manos de Jeremiah contra el suelo, por encima de su cabeza, dejándolo inmovilizado.

—¡Quítate de encima, por favor! ¡Ya, me rindo!

—¿Y qué si no lo hago?

Wolfram se había despeinado con la pelea, y algunos mechones rubios se escurrían alborotados sobre su frente. Jeremiah se removió, intentando que lo soltase, pero él lo sujetó todavía con más fuerza.

—Entonces podemos seguir en esta misma posición todo el tiempo que tú quieras, Wolfy. A mí no me disgusta en lo absoluto —Los ojos de Jeremiah brillaban intensamente mientras sonreía con ironía.

—¡I-idiota!

Turbado e inquieto, Wolfram se incorporó con rapidez. En medio de la pelea había terminado sentado encima de Jeremiah, tal como le había sucedido con Yuuri Shibuya, sin embargo, podía percibir algo distinto entre ambos casos. La cercanía del Maou lo seducía con facilidad al punto que dejarlo inmóvil y a su merced, mientras con Jeremiah todo quedaba en un juego de niños.

«Es sólo porque ese enclenque ha sido muy amable conmigo desde el principio» —Tal fue el primer pensamiento de Wolfram para explicar su actitud con respecto a Yuuri—. «Entre nosotros han pasado muchas cosas bochornosas —recordó— y anoche casi nos besamos. Por eso es normal que me ponga nervioso cuando pienso en él»

Jeremiah imitó sus movimientos y se puso de pie. Después examinó a Wolfram con mirada profesional, sin revelar nada de lo que pensaba o sentía, pero el hecho de notar que se atrevía a ocultarle cosas a él ya le indicaba algo. No obstante, se reservo los comentarios para más tarde, cuando estuviera totalmente lúcido y no le doliera tanto la cabeza.

En ese momento la trompeta de aviso comenzó a sonar, indicando que los novatos debían presentarse en el campo de entrenamiento. Wolfram se dio cuenta que su comportamiento había llamado la atención de su compañero. Jeremiah le conocía muy bien, y sabía lo que obtener la recompensa significaba para él. Fue esa una de las principales razones por las que habían sido elegidos para la misma misión.

—¡Vamos, Jeremy! —animó Wolfram, reponiéndose del previo desconcierto. Olvidó sus estúpidas dudas y asumió su verdadero papel. En vez de preocuparse de los arrebatos de locura que despertaba Yuuri en él y de los remordimientos que demostraban sus reacciones, la idea del deber no se apartó ni un solo instante de su pensamiento—. Parece que ahora te has salido con la tuya. Pero solo por el momento.

—¡Ay, no puede ser! —Jeremiah sintió una fuerte punzada de dolor en la cabeza y volvió a recostarse en la cama.

Wolfram suspiró. Allí estaba Jeremiah, con esa terquedad implacable a la que no había tenido más remedio que acostumbrarse. Si no hacía algo de inmediato, aquella discusión podía prolongarse durante horas.

—Vamos, te ayudaré a vestirte —dijo de mala gana.

—¡Olvídalo! —Jeremiah estaba decidido a no presentarse al entrenamiento.

—Buscaré tu ropa y te vestirás de una vez.

Wolfram fue hasta el armario con la intensión de sacar el uniforme de su compañero para ganar tiempo, pero no contaba con lo que sucedería.

—«¡¡El armario!!» —Jeremiah abrió los ojos, alarmado.

—Debemos apurarnos…

Jeremiah intentó detenerle, pero reaccionó demasiado tarde.

—¡Wolfy, espera!

—¡…!

Únicamente la experiencia y la agilidad adquirida con años de entrenamiento le permitieron a Wolfram alejarse a tiempo de los colmillos afilados de una serpiente venenosa que lo atacó en el instante en que abrió la puerta del armario.

—¡¿Pero qué… ?! —Wolfram retrocedió horrorizado, mirando a la serpiente en lugar de fijarse por donde pisaba. Mientras caminaba hacia atrás, temblaba de tal modo que se le doblaron las rodillas, y tuvo que apoyarse en la pared.

Jeremiah se levantó de la cama de un sólo brinco, y se interpuso entre su compañero y la serpiente, que ya había lanzado dos potentes descargas de veneno.

—¡¿Qué hace ella aquí?! —preguntó Wolfram con brusquedad.

Sin embargo, Jeremiah no le prestó atención, estaba demasiado concentrado intentando apaciguar a su fiel mascota.

Desde que era muy pequeño, Jeremiah había tenido una gran capacidad para manipular a las serpientes únicamente viéndolas a los ojos y entendiendo su lenguaje. Un poder muy extraño y único que adquirió al nacer. Sus queridos padres, sin embargo, unos humildes granjeros de Blazeberly, pero muy supersticiosos en su ignorancia y temerosos de lo desconocido, se habían horrorizado de sobremanera. La negativa reacción de sus progenitores había quebrado el alegre corazón de Jeremiah. Desde muy pequeño fue consciente de que, al igual que la mayoría de los vecinos de la aldea, sus padres le temían y aborrecían. La tristeza y dolor que había sentido por el rechazo de los suyos había sido terrible, pero todo acabó tras un desafortunado suceso donde uno de sus hermanos menores murió a causa de la mordedura de una serpiente. Jeremiah fue culpado y llevado a un orfanato donde podrían hacerse cargo de él y hacer frente a las necesidades especiales que su situación demandaba. Lo cierto era que sus padres no querían cargar con un fenómeno durante el resto de sus vidas y ya no volvió a saber más de ellos.

Claro que lo que a unos les estorba a otros les favorece. La rareza del chico llegó a oídos de Endimión y fue cuando mandó por él para reclutarlo y entrenarlo como parte de su exclusivo grupo de asesinos; Mazokus capaces de manipular los elementos: Fuego, Tierra, Aire, Agua y derivados, para crear conjuros de gran poder destructor. Sus instructores a menudo corrompían las mentes de los diez alumnos con ilusiones atroces portadoras de dolor abismal, muerte y abominación para que perdieran cualquier rastro de empatía. Allí descubrió que gracias al control del agua combinado con la tierra para dar surgimiento al control de la naturaleza, podía usar hiedras venenosas en batalla

—Tranquila… tranquila bonita… —Jeremiah se colocó lentamente frente a la serpiente de brillantes escamas de color verde pálido, cuyo aspecto era poderoso e intimidante, y comenzó a tranquilizarla—. Eso, Chloe. Soy yo…

La voz de su amo pareció surtir el efecto deseado. Los ojos amarillos de Chloe se fijaron sobre los de él, alargados, feroces. Su lengua salió, moviéndose con rapidez. Su cuerpo se sentía incomodo por la urgente necesidad de comida, y su glotonería al alimentarse no había ayudado en nada a poner límites a su impaciencia por cazar. Jeremiah lo supo en el momento preciso en que exploró su mente y sintió la amenaza, el peligro inmediato, la consecuencia de su descuido.

Más calmada, la serpiente se arrastró hasta Jeremiah, se deslizó por su pierna y ocupó el lugar que le correspondía sobre su hombro. Él le acarició la cabeza y ella se dejó mimar dócilmente. Si era posible, el cuerpo de Wolfram se tensó incluso más.

—Chloe dice que lo siente, Wolfy. No tuvo intensión de asustarte.

Wolfram apretó los puños y miró acusatoriamente a Jeremiah. Al menos hubiera tenido la decencia de advertirle que estaban conviviendo con una serpiente peligrosa en la habitación ¿no?, para así evitar una tragedia.

—¡No me asustó, me sorprendió que es diferente! —Tras un momento, hizo estallar un suspiro de frustración, apartándose el flequillo de los ojos— No me has respondido, Jeremy ¿Qué hace Chloe aquí?, ¿qué no te das cuenta? ¡Es peligroso!

La especie de Chloe era una de las más venenosas de todo el mundo; de hecho, ocupaba el tercer lugar entre las serpientes venenosas. Una sola dosis de su veneno bastaba para destrozar los órganos internos de la víctima en tan sólo un par de horas. Una muerte algo lenta y sobre todo dolorosa.

—¿Cómo que ''qué hace ella aquí''? —repitió Jeremiah, luciendo incrédulo ante tal cuestionamiento—. Es obvio que Chloe es parte de todo esto. Necesitamos una coartada ¿Cómo crees que acabaras con la vida del Maou sin parecer sospechoso?

Wolfram pareció un poco desconcertado al oír esas palabras. Con Chloe todavía sobre los hombros, Jeremiah se cruzó de brazos y siguió explicando:

—Nada mejor que hacer pasar esa ''tragedia'' como un simple accidente causado por la mordedura de una serpiente. Tú quedarías como el pobre y desventurado esposo que pierde a su amado debido al cruel destino —mencionó en son de burla—. Y con la toda la Corte de Shin Makoku perturbada por la muerte de su querido Maou, con todas las alianzas perdidas, con los enemigos que tú te encargaras de provocar, será la oportunidad única de Endimión para invadir este reino con todo el ejército de Blazeberly. Finalmente, alegando que no tienes otra salida, le entregaras la corona a él y que sea lo que tenga que ser con el destino de este país. Nosotros ya estaremos lejos de aquí. Fácil, ¿verdad?

No hubo respuesta. Pensativo, Wolfram dejó que el silencio invadiera la estancia.

—¿Wolfy? —llamó Jeremiah al notarlo ausente. Creyó notar que otra vez estaba contrariado; con la duda reflejada en sus ojos. «¡Maldición!». Cerró la distancia entre ellos de nuevo, parándose demasiado cerca—. Fácil, ¿verdad? —repitió.

—Encontraré otra manera más rápida para asesinar al rey, Jeremiah. —Wolfram involuntariamente dio un paso atrás, alarmado por la ira en los ojos de él, y sus labios inclinados hacia abajo en una mueca de disgusto.

—¿Qué dices?

—Morir de esa forma tan lenta y dolorosa es cruel, incluso para nosotros. Yuuri Shibuya podrá ser lo que es, pero no es mala persona. Él no ha hecho nada salvo ser el Maou de un país que Endimión desea gobernar.

Jeremiah se preguntó hasta qué punto bromeaba.

—Eso tendrías que dejármelo a mí, Wolfy —Una extraña sonrisa pasó un instante por sus labios y desapareció antes de que Wolfram pudiera estar seguro de haberla visto. Chloe se movió lentamente, sigilosa, amenazante—. Siempre se me ha dado mejor que a ti. 

Pero Wolfram sabía que todo era diferente ahora. En trabajos pasados todo había sido muy limpio. Cuando tenías que eliminar a un enemigo, la eficacia de tu acción dependía de aplicar tu entrenamiento y tu experiencia. No era algo en lo que tuvieras que pensar demasiado. No era algo en lo que tuvieras que involucrarte con la víctima.

—No.

Jeremiah fingió que no lo había escuchado bien. —¿Qué?

—No, Jeremy —repitió Wolfram, decidido. Iba a aceptar, pero se abstuvo en el último momento—. Yo mismo me encargaré de darle a Yuuri Shibuya una muerte rápida. Mantén a Chloe lejos de él.

Por desgracia, Jeremiah era capaz de ver más allá de cualquier disfraz que Wolfram pudiera ponerse.

«Algo ha cambiado en ti. No sé qué es. Y me pregunto por qué», pensó al tiempo que lo miraba de hito en hito. Era extraño, pero la seguridad que había visto en su compañero había sido sustituida por algo que no alcanzaba a comprender.

—¿Por qué te comportas así? ¿Qué te ha dicho el Maou? —reprendió Jeremiah, pensando en que tenían que poner las cosas claras de una vez.

Wolfram mantuvo la calma.

—No sé de qué me hablas.

—¡Si lo sabes! —Las sienes de Jeremiah latían con fuerza. Su franqueza para hablar era abrumadora—. Reconozco esa mirada en tus ojos cuando lo ves a él. Flaqueas y te sientes confundido, como si te sintieras atraído por sus encantos.

Wolfram se echó a reír.

—No he oído estupidez más grande en toda mi vida.

—¿Ah, no? Me gustaría asegurarme de ello —dijo él ásperamente—. Me gustaría creer que no te convertirás en un traidor.

—¿Un traidor? —repitió Wolfram, alterado. Sus cejas se arrugaron en un ceño muy profundo y negó con la cabeza sin dar crédito a lo que había escuchado—. Estas bromeando, ¿cierto?

—Claro que no —dijo Jeremiah con franqueza—. Deseo que regrese el viejo Wolfram. El que no dudaba a cada instante, el que no era tan débil de convicción. —Le retiró un mechón de pelo de la cara—. Por favor, sé que no eres así. ¡No eres tan cabeza hueca!

Jeremiah permaneció en silencio, con su mirada fija e inmóvil, acusándolo. Wolfram llegó a su límite y apretó los puños con tal fuerza que los nudillos se le quedaron blancos.

—Duda de mí si quieres —dijo al fin y lo empujó—. Las acciones hablarán por si solas.

—No lo dudo —replicó Jeremiah en tono desafiante. En su expresión no parecía haberse producido ningún cambio, seguía teniendo un aspecto sombrío e intimidante—. Solías ser un asesino frio y calculador antes de poner un pie en Shin Makoku, por eso quiero que olvides cualquier sentimiento que Yuuri Shibuya haya despertado en ti, de otro modo caerás en un abismo del cual nunca podrás escapar. Escucha, actúa con sensatez y ten cuidado, cualquiera es capaz de engañar con una sonrisa amable.

—Deja que vaya a mi ritmo, ¿quieres? Sé muy bien mis condiciones y lo que tengo que perder. Matt ya pagó las consecuencias de mis arrebatos, esta vez lo haré mejor. Con la meditación y con el cuidado que conlleva. —Wolfram pronunció estas palabras dejando entrever el sabor amargo que aquel recuerdo le dejaba en la boca. Si Mathew hubiera estado vivo, habría contado con un aliado. Matt, a pesar de su profesión, era la persona más amable que había conocido en su vida. Su muerte dejó un vacío que jamás podría llenar en su corazón—. Ahora, toma un baño rápido. Te esperaré.

Jeremiah asintió acuchillándolo con la mirada. Wolfram se dio la vuelta, se quedó inmóvil y permaneció con la cara hacia el armario para que Jeremiah no se diera cuenta de la incomodidad que le inspiraba. Impulsivamente, Jeremiah siguió a Wolfram y puso una mano sobre su brazo, apretándolo fuertemente. Sus músculos se contrajeron, como si estuviera a punto de alejarse, pero no lo hizo. Lo rodeó entre sus brazos y lo volvió hacia él.

—¿Estás bien? —Preguntó, y soltó un resoplido mientras le acariciaba la mejilla—. No quise preocuparte, ni acusarte injustamente.

—Si te preguntas si existe la posibilidad de que termine enamorándome de Yuuri Shibuya, rey de los enclenques, la respuesta es no —aclaró Wolfram con gélida dignidad, alejándose bruscamente del contacto de Jeremiah—. Puedo confirmarlo. Así que no es necesario que sigas preocupándote.

Jeremiah miró de reojo a Chloe, y ella sacó la lengua.

—¿Será una atadura? —Preguntó, arqueando una ceja—. Me refiero al matrimonio con Shibuya.

—Desde luego que sí. —Wolfram siguió haciéndose el desinteresado y se encogió resuelto de hombros—. Te diré algo, Yuuri Shibuya tiene todo lo que no me gusta en una persona comenzando por ser tan enclenque y terminando por lo infiel que es. Ahora que lo conozco mejor, estoy seguro que somos de mundos totalmente diferentes. Y además, no es contra qué luchas, sino por qué luchas. Mi razón es más importante que cualquier sentimiento banal que pueda surgir en el camino.

—¿Y por qué estamos luchando, según tu? —insistió Jeremiah para probarlo.

Wolfram se había planteado aquella pregunta miles de veces y la respuesta siempre era la misma. Por mucho que ansiara seguir con las órdenes que le dictaba el corazón de darse la vuelta y regresar a Blazeberly con las manos limpias de sangre, había algo que ansiaba más y que le daba fuerzas para seguir adelante.

—Por nuestra libertad.

Jeremiah por fin quedó satisfecho.

—La lealtad te honra —le susurró al oído. Luego se dio la vuelta y avanzó en dirección al cuarto de baño justo después de dejar a Chloe dentro de la canasta.

Wolfram sintió una piedra en su corazón, pesada y opresiva. Permaneció completamente inmóvil hasta que oyó el portazo de la puerta del baño. Entonces se pasó la mano por el pelo, miró la habitación y se preguntó cómo se las había arreglado para manejar tan mal una situación que tan controlada parecía tener.

Se había sentido atraído por Yuuri Shibuya desde el primer momento en que lo vio, había confiado en él cuando la razón y la prudencia le advertían que se alejara y de algún modo había percibido que él lo necesitaba, pero nada de eso importaba cuando la recompensa es más importante que la compasión, de la cual tenía muy poca.

 

 

—30—

 

 

Temprano en la mañana, Izura salió a las afueras del castillo exclusivamente para despedir a su tío Maoritsu, que partía de regreso a Zuratia para cumplir con sus obligaciones en aquel reino, pero enseguida volvió a encerrarse en sus aposentos. El anciano había partido de mal humor por la ausencia del Maou y por el desaire que le había hecho, pero ella logró justificar a su marido diciendo que seguía descansando por la fatiga del día anterior.

¡Cuán engañado lo tenía! Si su tío supiera la verdadera razón de su ausencia, seguramente se habría quedado en Shin Makoku para darle consuelo.

La cara de la Reina estaba marcada por la fatiga y la preocupación. Oscuros surcos bajo sus ojos eran claramente apreciables y había tenido un ataque de tos por la noche tan fuerte que había escupido sangre. Estaba sufriendo mucho y no era de menos, su esposo le había confesado que estaba enamorado de otra, que no la deseaba a ella y hasta le había insinuado que la repudiaba al no hacer un esfuerzo por hacerle el amor. No había intimidad, ni un toque, ni una caricia. Y eso dolía.

¿Pero quién era la nueva amante de su esposo? La inquietud la estaba volviendo loca. De saberlo acabarían todos sus problemas. Una buena cantidad en monedas de oro bastaría para que aquella zorra se alejara de su marido, pero no tenía ni una pista, y por ello se le cerraba un nudo en la garganta, y en la roja neblina que le consumía y crecía en ella, su cuerpo ardía y rabiaba. Todo junto, rabia, desesperación y una profunda tristeza.

Estaba furiosa consigo misma. Debía haber hecho algo mucho antes, pero no encajaba en su mundo cuadriculado. Para ser sincera, ni siquiera se le había pasado por la cabeza que su esposo se lo confesara con tanta franqueza. Aunque dolía, pensaba que estaba bien que su esposo se distrajera con otras mujeres, siempre y cuando la relación no durara lo suficiente para hacer crecer sentimientos de apego. Pero cuando escuchó de sus labios que estaba enamorado de otra persona, sintió que algo en su interior se derrumbaba en pedacitos. Amor es una palabra muy grande, y es algo contra lo que no se puede competir.

¿En que había fallado? Todo había sucedido demasiado rápido y las preguntas usuales estaban en busca de alguna respuesta que tuviera cabida en la realidad. Y lo peor de ese infierno resultaba demasiado evidente: El problema no era ella, el problema era que Yuuri nunca la había amado. Y a pesar de saberlo, la necesidad de estar cerca de su infiel marido todavía estaba flotando sobre la superficie de su mente porque valía la pena luchar. Porque a pesar de todo, él era buen hombre y un padre responsable. Por eso lucharía contra quien fuera para recuperarlo, después de todo, el matrimonio no siempre es un camino repleto de rosas, pero siempre se puede volver a empezar de cero; arrancar todo lo malo que ha crecido y esperar a que vuelva a florecer.

Pero hasta entonces iba a tener que interpretar el papel de su vida; intentaría comportarse de manera natural, hacerse la fuerte, la inquebrantable. Si salía bien, al menos despertaría en su esposo la admiración que necesitaba para que considerara dos veces la idea de separarse de ella por el bien de su reino. Para ello necesitaría todo el coraje del que pudiera disponer para no desplomarse a la primera cuando volviera a cruzarse con él. La otra cosa que tenía que hacer era encontrar a la nueva amante y quitarla del camino. Así tendría la opción de reír por último, ya había llorado demasiado.

Con aquella firme convicción, Izura se puso de pie y se dirigió al espejo. Le costó un mundo dar unos simples pasos, se sentía enferma y llena de cansancio. Al verse al espejo quedó asustada, había dejado de reconocerse a sí misma. Aquella belleza que tanto la caracterizaba se había ido. Sus ojos verdes ya no tenían aquel brillo, su piel canela parecía pálida y sus largos rizos estaban enredados. Estaba a punto de tomar un cepillo del tocador para arreglarse el cabello cuando una doncella llamó a la puerta.

Izura dio un respingo pero no apartó los ojos del espejo del tocador cuando la doncella entró en la habitación. Sabía que se veía deplorable y daba pena ajena, pero si la muchacha se dio cuenta, no lo mencionó, tan solo se le acercó, le quitó el cepillo de las manos y comenzó a peinar su melena.

—Debe bajar de inmediato, Majestad —anunció—. Tiene una visita.

Izura suspiró.

—No recibiré a nadie el día de hoy, Solly.

Tras la evasiba respuesta de su Señora, la doncella continuó con su tarea.

Solly era una mujer bastante atractiva. Sus ojos no eran castaños ni azules, sino de un tono gris verdoso, y cabello morado que sujetaba en totalidad con un moño de trenzas, y su tez pálida llena de algunas pecas. Era la doncella favorita de Izura y hasta la consideraba su fiel confidente, por eso insistió una vez más:

—Se trata del Gran Sabio. Parece que mi señora no se ha dado cuenta que Su Majestad Yuuri no se encuentra en el castillo. Seguramente Su Santidad trae noticias de él. —Mientras hablaba, Solly se encargaba de darle definición a los exquisitos rizos de Izura. Cuando terminó, la miró con satisfacción a través del espejo—. Así se ve más bonita, Majestad. Los rizos sobre la cara la favorecen, si me permite que se lo diga... ¿Majestad?

Izura no respondió, pero asimiló lo que acababa de oír y aguardó. Poco a poco la sensación de pánico se apoderó de ella.

«No está, ¡¿Y si escapó con ella?!» A Izura se le pusieron los pelos de punta con tan solo imaginárselo. Siempre se había sentido orgullosa de ser una mujer independiente y segura de sí misma, pero se estaba imaginando un mundo sin Yuuri y no le gustaba. En ese preciso momento, sintió que algo se le rompía por dentro. En algún lugar recóndito de su corazón, algo se hizo añicos al sentirse abandonada. Pero así debía ser, ¿cómo podía ser de otro modo cuando él le había confesado que amaba a otra?, aun cuando tuviera responsabilidades como rey.

—¡No lo permitiré! —Izura se levantó sobresaltada, llevándose la mano inconscientemente hacia su esbelta garganta. Le faltaba el aire.

El mayor miedo dentro de su mente creció, floreció y estalló, todo en la fracción de un segundo: La cama de Yuuri estaba vacía. Él se había marchado.

—Majestad, tranquilícese, por favor. —Solly se aventuró a tomarla de ambas manos y las notó heladas—. ¡Por los dioses! ¿Qué es lo que la ha puesto de esta manera?

Enfurecida, Izura deshizo el agarre bruscamente y se desmoronó en la cama, golpeando con los puños el nudillo colchón. La doncella aguardó a que se desahogara.

—¡Nunca! ¡Nunca permitiré que nos abandones! —gritaba la reina muy fuerte, tanto, que la garganta se le desgarraba—. ¡Tú no! ¡Tú nooooo!

—¿Abandono? ¿De dónde se ha sacado usted eso? —la interrumpió Solly sin poder contenerse—. Su Santidad me adelantó que no se trataba más que de una ausencia de tan solo un par de semanas, Su Majestad Yuuri no se ha ido para siempre.

Izura se quedó quieta y con la mirada perdida, temblando de rabia contenida. Jamás en toda su vida había tenido tanto miedo. Se convenció de la falta que Yuuri le haría, de lo mucho que lo necesitaba a su lado y de que tenía que hacer algo para evitarlo.

—Mi señora, ¿qué es lo que agobia su corazón?

Izura no quería responder. Su reticencia estaba escrita en sus ojos, en su cara, en su postura…

Sin amilanarse, Solly le sostuvo la mirada.

—¿Qué ha sucedido?, ¿Qué le pasa?

Izura se remojó los labios. Tenía la boca amarga.

—El rey tiene una nueva amante —confesó. Su voz era tremendamente grave, salpicada de multitud de sentimientos negativos—, una bruja que ha hechizado su corazón y lo ha apartado de mí. ¿O es que me has engañado? —La señaló con un dedo acusador—. Tú me dijiste que Virginia se había marchado para siempre y sin nada entre las manos. Ahora resulta que hay alguien en la vida de mi marido que se ha ganado su amor. ¡No dudaría que es ella! ¡Esa ramera!

Solly estaba perpleja y confusa.

—Majestad, le juro que Virginia ha sido la última mujer que ha tenido entrada en los aposentos reales desde hace mucho tiempo.

Una mueca de desprecio se dibujó en el semblante de Izura. Se levantó y se dirigió a una mesita de noche que tenía colocado un tablero de ajedrez con todas las piezas. Solly sólo la observaba en silencio.

—Pues si no es así, entonces hay alguien más. Alguien que ha sabido moverse como un peón que atraviesa los lugares prohibidos hasta situarse al lado del rey, desplazando a la reina del lugar que le corresponde —conforme hablaba, movía las piezas de tal modo que se quedó con uno de los peones, al cual apretó fuertemente—. Y si la tuviera enfrente, la mataría con mis propias manos.

Solly compartió el resentimiento de su reina.

—Y así lo hará, mi señora —repuso fríamente—. Nadie la apartará nunca del lugar que le corresponde —Habituada a la confidencialidad que habían entablado hacía tiempo, Solly se acercó a Izura, quitó a una de las reinas del tablero para entregárselo en las manos, y le dio ánimos—: Usted es toda una reina, y es deber de la reina moverse por todos lados para defender al rey y a los suyos contra cualquiera que quiera arrebatárselos.

Izura se permitió sonreír por primera vez. Siempre había considerado que llegaría el momento de endurecer su alma y sacar la artillería pesada.

—¿Qué propones, mi buena doncella?

—Que se defienda con uñas y dientes, Majestad —exclamó ella sonriendo, y ganó simpatía gracias a esas palabras. Por esta causa, Izura permaneció atenta—. No olvide que usted se comprometió no sólo con un hombre, sino con una nación entera. Una nación que la quiere y la respeta por sobre todas las cosas en contra de quien sea. Y cuando llegue el momento de la verdad, ninguno estará conforme con las decisiones del rey.

Los ojos de la hermosa reina se animaron con un brillo involuntario que se extinguió en seguida, dejando paso a la más completa indiferencia.

—Tienes toda la razón.

—Por supuesto —Solly sonrió cómplice a su señora—. Nadie podrá contra usted, ni mucho menos una muerta de hambre, oportunista y ramera.

—Quiero que encuentres a esa ramera, Solly.

Era una orden y Solly tendría que cumplirla.

—Y así será, mi señora.

—Cuando el rey regrese —continuó Izura—, si es que regresa pronto, investigarás cada uno de sus movimientos, cada lugar donde vaya, cada lugar que merodee. Así darás con el paradero de la tipa que lo ha engatusado, ¿entiendes? —Solly asintió—. Y cuando sepas de quien se trata, nos desharemos de ella. Siempre he pensado que las minas de Houseki es el lugar ideal para las pecadoras que se atreven a retar mi poder.

Solly sonrió con un brillo de maldad por la determinación que mostrada su reina. Nunca la había oído usar ese tono de voz. Esta vez, estaba descubriendo otra faceta completamente diferente a su habitual amabilidad.

—Como usted lo ordene, Majestad —dijo, haciendo una reverencia—. Ahora debe bajar para recibir a Su Santidad. No permita que la vea vulnerable. —advirtió.

Izura contempló a Solly, admirada. Las dos frases breves que la doncella pronunció estaban más cargadas de sinceridad que nunca, despertando en ella un sentimiento tanto de gratitud como de confianza.

—No podría haber esperado menos de ti.

Complacida, Izura se miró una última vez en el espejo, se alisó la falda con las manos y comprobó que estaba suficientemente maquillada para disimular su palidez. Se dirigió con premura a la sala principal, el camino se hizo terriblemente oscuro y desdeñoso, y un guardia real le abrió la puerta, correspondiendo a su saludo con un movimiento de cabeza. El Gran Sabio se puso de pie y sonrió al verla.

—Buenos días, Majestad —saludó Murata al tiempo que le daba un breve y sutil beso en el dorso de la mano—. Ha sido muy amable al recibirme, aun habiéndome presentado sin avisar. Pero insistí en verla a usted primero para darle noticias del paradero de Shibuya.

Izura sabía que debía responder y adoptar una actitud serena y relajada, pero se dio cuenta de que su mano estaba fría cuando el Gran Sabio se la estrechó con calidez. Toda la situación todavía la estaba afectando.

—Soy su esposa, por supuesto que debo ser la primera en informarme, Su Santidad —dijo con voz débil, tratando de sonreír—. Por favor, siéntese.

Mientras Murata se sentaba de nuevo en su silla, Izura se dejó caer en otra que el guardia real le acercó, entrelazó los dedos y cruzó una pierna sobre la otra. El Gran Sabio entornó los ojos y arqueó una ceja, mirándola con curiosidad.

—¿Tenía usted idea de la ausencia del Rey, Majestad?

Le dio un vuelco el corazón. Izura reunió una pizca de autocontrol, temerosa de que su sorpresa fuera interpretada como una muestra de ingenuidad.

—El día de ayer, Yuuri se lo pasó trabajando en el nuevo hospital tan arduamente, que yo pensaba que continuaba dormido —logró decir—. Así que, para ser honesta, no me había dado cuenta que se había marchado.

—Shibuya está en la Tierra —aclaró Murata. Ella pareció aliviada—. Ulrike mantendrá el portal abierto para que pueda volver en cualquier momento que decida.

—Deberá hacerlo pronto, su hija lo necesita —declaró Izura, dejando que un asomo de triunfo brillase a través de la vergüenza y el pesar que la abrumaban—. Pero también comprendo que mi esposo necesita estar rodeado de los suyos para aclarar sus ideas y sentar cabeza. Ha estado actuando con bastante insensatez últimamente.

Murata continuó en silencio un instante más, con una expectación no exenta de cautela. La actitud de la reina había vuelto a ser tan fría y contenida como de costumbre.

—Descuide, Shibuya regresará más pronto de lo que se imagina, Majestad. —prosiguió él con medido optimismo.

Izura asintió con un gesto que denotaba seguridad, mas no dijo nada. Por su parte, Murata comprendió que había llegado el momento de despedirse de ella y solicitar una reunión urgente para avisarles a los demás.

—Bueno… —Suspiró—. Si me disculpa, debo solicitar una audiencia con Lord von Voltaire y Lord von Christ, que deben estar muy preocupados… y algo enfadados.

Se levantaron a la vez.

—Muchas gracias, Su Santidad, ha sido muy amable conmigo.

A Izura se le dulcificó el semblante y se permitió brindarle una sonrisa, pero también pareció que un matiz de astucia asomaba a la superficie de sus ojos verdes. Ahora estaba segura de que su esposo regresaría a sus brazos… tarde o temprano lo haría.

 

 

—31—

 

 

—¡Muchachos, lamento informarles que no han estado a la altura! —exclamó Conrad al terminar de comentar el entrenamiento.

Gracias a la tremenda resaca que algunos cargaban encima, se habían cometido varios errores de aproximación. La puntería, en especial, había estado de la patada, dado que no podían apuntar bien en el blanco por falta de coordinación. Sin mencionar que los golpes con las espadas parecían un juego de niños débiles y desnutridos. No fueron necesarios  más de quince minutos para darse cuenta de ello. En definitiva, todos los grupos habían dejado mucho que desear, salvo por un sólo soldado: El joven Dietzel, quien en lugar de hacer gala de la antipatía habitual que había mostrado desde el primer día, ayudó a pasar la voz con las órdenes de los superiores.

—En dos semanas exactamente, tendrán que patrullar las calles de nuestra capital con el único propósito de mantener el orden y la seguridad de la misma —continuó—. Seguiremos evaluando atentamente el entrenamiento para decidir quiénes están aptos para dicho cargo, quienes seguirán en entrenamiento por un tiempo más, y quienes tendrán que tomar sus cosas y marcharse de aquí.

Tras escuchar esas últimas palabras, Wolfram observó que los ojos de todos los presentes se entornaban. Era una determinación colectiva, silenciosa y disciplinada. Intentó reprimir una sonrisa burlona al pensar en cuanto deseaban servir a su país, a diferencia de él.

—Espero que todos ustedes puedan cumplir con sus metas —Conrad contempló al grupo de jóvenes novatos con una mirada cargada de esperanza y optimismo, y terminó por animarlos con un último pensamiento, tan significativo, que se clavó profundamente en el corazón de Wolfram—. Estamos en medio de una cruzada a la que nos vemos empujados por un sentido del deber que todos compartimos. Sé lo mucho que significa para ustedes tanto como Shin Makoku significa para mí, pero no teman, la vida no es sólo miedo. Aún si no logran quedarse aquí, la vida debe consistir en algo más que evitar la muerte, debe tener un propósito, como el de servir a los demás.

Sin darse cuenta, Wolfram sonrió de forma sincera.

—¡Que fastidio!, ¿podemos ir a descansar de una maldita vez? —murmuró Jeremiah que estaba a su lado derecho en contraste con los demás novatos, cuyos rostros no expresaban ninguna emoción, y que oían atentamente las palabras del capitán en mando con el torso erguido, respetuosos, y conteniendo la respiración.

Wolfram frunció el ceño.

—Cállate —le regañó.

—¡Bah! —Jeremiah lanzó un resoplido de fastidio.

En ese preciso momento, el segundo capitán al mando, Arthur Sales, llegó al campo de entrenamiento y se acercó al Capitán Weller para susurrarle algo al oído.

—Muy bien —pronunció Conrad en voz media alta. Luego, se volvió a dirigir a sus soldados con una voz fuerte de mando—. ¡Firmes! —voceó—. Hemos terminado por hoy, no obstante, el entrenamiento del día de mañana comenzará una hora antes de lo habitual, y así sucesivamente hasta que compensemos las horas perdidas de este día. ¿Entendido?

—¡Señor, si señor! —se oyó una sola voz.

—¡Rompan filas!

 

Después del entrenamiento, todos los novatos tenían que dirigirse al comedor, de manera que, algunos menos entusiasmados que otros, se dirigieron en pequeños grupos para desayunar mientras conversaban por el camino.

El comedor estaba atestado de soldados de otras tropas que habían terminado de entrenar antes que ellos. Habría unas ochenta personas como mínimo. Sin embargo, Wolfram tenía la ventaja de no tener que hacer fila ya que la mayoría de doncellas parecían haber quedado enamoradas de él a primera vista y le dejaban pasar al inicio para que pudiera tomar su bandeja de comida sin esperar. Por suerte, nadie lo miró cuando se dirigió tranquilamente hacia una mesa situada al fondo, lo que agradeció grandemente. Desde el primer día había llamado la atención de algún «galán» que se sentaba a su lado e intentaba seducirle ofreciéndole todo cuanto poseía.

Un militar con uniforme azul y dorado se deslizó en un banco y dio unas palmadas en el sitio vacío que había a su lado para darle espacio. Atraído por el olor a café y el murmullo de la conversación, Wolfram no se opuso y además, no sintió ninguna amenaza. Los otros militares sentados a la mesa, alzaron la vista cuando se quedó de pie ante ellos.

—¡Vaya, pero si es el famoso Wolfram Dietzel! —exclamó uno de ellos. Era un tipo de tez muy blanca y ojos verdes azulados que pensaba que era muy atractivo. Lucía lo que se consideraba un uniforme militar de alto rango lleno de varias medallas honorificas. Se lo veía sudar profusamente en el atestado comedor, pero seguía luciendo con orgullo su abrigo largo en color azul y la camisa cerrada hasta el último botón—. ¡Miren todos, es el famoso doncel que venció a Mac-Klein!

Wolfram arrugó la frente y lo ignoró. Al parecer las habladurías de la gente no habían cesado desde aquel día. En seguida se dedicó a buscar otra mesa donde poder sentarse para alejarse de los comentarios desdeñosos de ese tipo.

—Cierra la boca, Grey, si no tienes nada amable que decir, es mejor que te quedes callado en vez de importunar a los demás —Con voz amable, el militar que lo había invitado a la mesa intervino a su favor. Wolfram escudriño su rostro; parecía observarlo con amable curiosidad e incluso con simpatía. De apariencia madura, aspecto fuerte y atractivo, sus ojos profundos y azules, de modesta sonrisa rural. Su cabello era de un color verde oscuro parecido al tono Gisela, la amable doctora.

—¡Tranquilo, solo bromeaba William!

Él también lo ignoró.

—Ven, aquí hay lugar —le dijo a Wolfram a cambio, con una sonrisa.

Con cuidado, demasiado consciente de cada uno de sus movimientos, Wolfram se sentó en el banco a su lado derecho. Los otros dos militares sentados a la mesa sonrieron.

—¡Anda, puedes empezar a comer con confianza! —Le animó el militar que habían nombrado «William», llevándose algunos bocados tortilla de huevo con vegetales y un trozo de pan a la boca—. Todo sabe de maravilla.

—Gracias, es muy amable.

Wolfram mantuvo una actitud recatada. Dentro del cuartel no era necesario tener buenos modales en la mesa, pero a él no se le habían olvidado los más elementales. Los rostros a su alrededor le resultaban nuevos. Al principio pensó que se sentiría cohibido, pero ellos lo miraban con bastante familiaridad. Fue entonces que, adivinando su inquietud, el militar de cabellera verde se le presentó.

—Joven Dietzel, nosotros conformamos una pequeña tropa del territorio Bielefeld que ha venido por una temporada para observar el entrenamiento de nuestros nuevos reclutas. Mi nombre es William Sinclair y soy el Capitán General.

Le extendió la mano para estrechársela. A Wolfram aquello le parecía muy claro, pero, ¿por qué lo trataba con tanta confianza? ¿De verdad era tan famoso?

—Lo he estado observando y me he dado cuenta que controla perfectamente el elemento fuego, tiene voz de mando y es muy responsable. Por ello hablaré con algunos superiores para que hagan una excepción y accedan a concederle la oportunidad para que sea parte de nuestras tropas.

Parecía ser que sí.

El rostro de Grey palideció.

—¡Eh! ¡¿Lo… lo dices en serio?!

—Sí, por supuesto —William asintió con tranquilidad—. En Bielefeld podrá desarrollarse mejor en el ámbito militar.

Wolfram sonrió e intentó aceptar las palabras de William Sinclair, pero en el fondo se puso alerta y a la defensiva. No podía permitir que lo alejaran de Pacto de Sangre, ni mucho menos que lo alejaran de Yuuri Shibuya.

—Bueno, si tú lo dices —soltó Grey sin parecer convencido en absoluto—. Pero eso no será posible por el momento, porque para tal cosa necesitas el permiso del rey.

La sola mención de Yuuri llamó la atención de Wolfram.

—¿A qué te refieres, Grey? —preguntó William Sinclair con extrañez—. Puedo hablar con Su Majestad Yuuri sin ningún problema, él es muy accesible.

—Oh, ¿no te has enterado, William? —intervino un tipo de cabello largo, castaño pero con tinte cano, ojos azul oscuro y gafas. En su dedo brillaba un anillo de oro—. Los chismes corren rápido por aquí.

—No, Morris, no me he enterado aún —repitió William con una pizca de fastidio— ¿Qué pasa ahora?

—Pues que Su Majestad ha desaparecido —explicó Morris—. Cuando Gunter von Christ fue a los aposentos reales esta mañana, no encontró rastros de él.

«¡¿Qué?!» Wolfram contuvo la respiración. ¡¿Cómo que Yuuri había desaparecido?! ¿Dónde demonios estaba?

—Pero el Gran Sabio vino a aclarar que se trata solamente de un viaje temporal a ese extraño mundo del que Su Majestad que proviene —informó alguien desde el otro lado de la mesa, después de beberse de un trago el resto del café. Era otro viejo, aunque no tanto como Morris. Tenía el cabello rubio y rizado y barba. También vestía con el uniforme militar de Bielefeld—. Bueno, eso es lo que andan diciendo por allí unos guardias reales.

—Gracias, Christopher, me has estropeado la historia —se quejó Morris. El otro se engulló un par de uvas sin parecer afligido—. Pero sí, así es. Alcancé a escuchar parte de la conversación que Su Santidad sostuvo con la reina muy temprano en la mañana y le dijo que no se preocupara, que el rey Yuuri estaba a salvo en ese mundo llamado Tierra.

Wolfram sintió deseos de sonreír. Por lo menos ahora sabía que Yuuri estaba a salvo en ese extraño mundo del que Endimión le había hablado. Un momento… ¿Desde cuándo se preocupaba por la seguridad del enclenque?

—No deberías escuchar conversaciones ajenas, Morris, no es correcto —advirtió William a su subordinado con cierto disgusto.

Morris se encogió de hombros como pidiéndole disculpas. William Sinclair debía de ser uno de los hombres más correctos que había conocido, dedujo Wolfram. E incluso tenía una voz suave y acostumbrada al mando. No pudo evitar que su personalidad culta, amigable y sosegada, llamara mucho su atención.

—Entonces hablaré con el rey en otra ocasión para que pueda instalarse en el cuartel del Territorio Bielefeld lo más pronto posible, joven Dietzel. Estoy seguro que Lord Waltorana no será capaz de oponerse cuando vea sus habilidades.

—Lord Waltorana… —repitió Wolfram sin saber con exactitud la clase de presentimiento que despertó en él cuando escuchó ese nombre. Pero si fue así, lo ignoró enseguida, y se le vino a la cabeza la razón por la cual estaba en ese lugar. Debía dejarle en claro a William Sinclair que no tenía ninguna intención de trasladarse a Territorio Bielefeld de manera clara, firme y directa—. Agradezco mucho la confianza que deposita en mí al ofrecerme el puesto, Capitán Sinclair, pero me temo que debo rechazar la oferta.

—Oh, ¿Por qué? —protestó Morris en su lugar, resistiéndose fervientemente—. Piénselo, es una gran oportunidad, una que muy pocos llegan a tener.

Wolfram enarcó las cejas y se aguantó las ganas de decirle que todo aquello le traía sin cuidado, que no podía irse de Pacto de Sangre por nada del mundo. Es más, sólo de pensar en alejarse de Yuuri hizo que se le encogiera el estómago.

—Mi lugar está en Pacto de Sangre, en las tropas reales y bajo la tutela de Sir Weller por el momento. Así que, de nuevo gracias por la invitación, pero no puedo aceptarla —Su respuesta fue tan firme, que el hombre enarcó las cejas, asombrado. Luego miró a William Sinclair, tampoco quería parecer demasiado renuente con la idea, no cuando el capitán se había comportado tan amable con él—. Espero no ofender a nadie por ello.

Wolfram aguardó paciente la reacción del Capitán. En su expresión no parecía haberse producido ningún cambio. Era pasiva y abierta, pero serena. Se puso un poco nervioso hasta que finalmente William Sinclair le sonrió con calidez.

—No se preocupe. Yo lo comprendo —respondió—. Sin embargo, mi oferta queda abierta para usted.

Quedaron de acuerdo los dos y Wolfram sonrió suspicaz. En aquel momento no le pareció una cuestión que tuviera que tener en cuenta para el futuro. Habría hecho algún comentario más si no se hubiera percatado que aún no había tocado el plato, así que tomó el cubierto y comenzó a comer en silencio junto a los demás.

Mientras todos disfrutaban del desayuno, Wolfram pensó en Yuuri. No entendía por qué se había marchado, ni por qué lo había hecho sin dar ninguna explicación, pero aquel inoportuno detalle le hizo sentirse enfadado. Por supuesto que el trabajo se le había hecho aún más complicado. Cada día de ausencia era un día perdido, lo que aumentaba el tiempo que iba a tener que permanecer en Shin Makoku.

«¡No puede ser!» Su desánimo ganó intensidad paulatinamente. Ya no estaba sólo enfadado, estaba furioso. Se estaba cansando de guardar las apariencias. Por más que representase el papel de un chico refinado y educado, Wolfram sabía que la inflexible crueldad corría por sus venas y si planeaba asesinar al Maou, debía seguir fingiendo ingenuidad para evitar que los dedos lo señalasen.

—¡Wolfram Dietzel! —llamó un sub-comandante en voz alta, buscándolo.

Él se puso de pie.

 

 

—00—

 

 

—¿De vuelta a la Tierra, Su Santidad?, ¿está seguro? —repitió Gunter desconsoladamente por quincuagésima vez.

De pie en la sala de juntas, Murata se encogió de hombros.

—Lo lamento, Lord von Christ —dijo con voz amable—. Según palabras de Ulrike, la presencia de Shibuya se trasladó a la Tierra por la noche. De hecho, fue el mismo Shibuya quien abrió el portal.

Gunter bajó la vista, se sorbió las narices y negó con la cabeza una y otra vez.

—¿Por qué…? ¿Por qué Su Majestad me abandona? —La voz se le quebró, las lágrimas le corrían por las mejillas, sollozaba como un chiquillo de cuatro años al que se le pierde lo más valioso que posee—. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

—Ten. —Amablemente, Conrad le pasó un pañuelo. Gunter lo aceptó agradecido y de inmediato se limpió la nariz, haciendo mucho ruido.

Gwendal, cuyo mal humor se había disparado por todo lo sucedido con los novatos durante la noche en la taberna, meditaba con los ojos cerrados. Anissina lo observó y se compadeció de él. Últimamente, su esposo había empezado a sufrir insomnio todas las noches, preocupado por un mal presentimiento. Y ahora encima el Maou desaparece sin decir nada, sin dar explicaciones y sin avisar.

—Vaya caso, hombre tenía que ser.

La pelirroja se sentó y extendió los brazos sobre la larga mesa perezosamente, sin dejar de observar a su amigo (y conejillo de indias), llorando sin parar.

Gwendal se dio un masaje en las sienes, frunciendo el entrecejo.

—Me das dolor de cabeza, Gunter.

—¡¿Qué no te duele la ausencia de nuestro querido rey?! —protesto Gunter enseguida con el corazón herido e indignado.

—No, por supuesto que no. —Gwendal estrelló los puños en la mesa—. ¡Lo que me duele es no tenerlo enfrente para darle una buena lección!

Gunter dejó el drama por completo, la expresión de su rostro se encontraba entre la incredulidad y el terror. El mal humor y la franqueza de Gwendal para hablar eran proverbiales, aunque los demás siempre habían sentido que había cierta premeditación detrás de las actitudes despectivas y los arranques. Después de todo, es bastante fácil adoptar el temperamento de mal genio en situaciones que no se pueden controlar.

—Vaya, sí, lo típico, los hombres siempre igual —apuntó Anissina—. Siempre tan melodramáticos.

Gunter y Gwendal estaban a punto de replicarle, pero se contuvieron. Era demasiado temprano para ponerse a discutir sobre la diferencia entre ser melodramático y negarse con uñas y dientes a poner su vida en riesgo por un experimento.

—Ya, paren. ¿Que no ven que el Gran Sabio está de visita, y ustedes están haciendo un gran escándalo por una simplicidad? —rogó Conrad con cansancio—. ¿Qué impresión se llevará de nosotros?

—No se preocupe por mí, Sir Weller —se apresuró a decir Murata, restándole importancia con una sonrisa nerviosa—. Pero no se alteren tanto, Shibuya regresará pronto, será cuestión de un par de semanas.

—Mmmm..., qué tranquilizador —comentó Anissina con sarcasmo—. Menos mal que no será hasta después de los preparativos para la fiesta de primavera.

—Tuvo que tener una buena razón.

—¿Qué razones pueden ser tan importantes como para desaparecer así como así, Su Santidad? —cuestionó Gwendal, que ahora sonaba incrédulo. Su esposa enarcó una ceja y adoptó una expresión reflexiva.

—Tal vez temía que lo regañases por ser tan accesible con los novatos como siempre lo haces, cariño —contestó ella con humor.

—No creo que esa fuese una razón suficiente, peores sermones le he dado a lo largo de su mandato —alegó Gwendal, cuya frente voluminosa y dura se arrugó. 

«Eso puedo asegurarlo…» se dijo Murata divertido.

—Una sirvienta me contó que anoche vio salir a la reina Izura de los aposentos reales azotando la puerta y con un humor de los mil demonios —comentó Anissina de manera especulativa, como si quisiera indagar aún más—. Una discusión matrimonial es razón suficiente para que el rey decida regresar a su mundo ¿no creen? —Clavó la mirada en Gunter para confirmar sus sospechas—. Tú estuviste con él todo el tiempo, ¿pasó algo en la taberna anoche? ¿Un amorillo tal vez?

Conrad se puso rígido y contuvo la respiración. Solo esperaba que Gunter no se atreviera a revelar todo lo ocurrido entre Yuuri y Wolfram Dietzel en la fiesta en la taberna. Aquel acercamiento amoroso, aquella intimidad descrita por Yozak, sino pondría en evidencia las intenciones del rey en convertir a aquel novato en su amante.

—No ocurrió nada fuera de lo normal, salvo que los novatos se pasaron de copas e hicieron un gran escándalo al regresar, eso es todo —afirmó Gunter tranquilamente, pero sonó menos convincente de lo que pretendía.

Conrad volvió a tener la facultad de respirar. Para su tranquilidad, o al menos así lo quiso entender, Gunter decidió no tratar el tema en presencia del Gran Sabio.

—¿Seguro, o lo estás haciendo para encubrirlo? —insistió Anissina, mirándolo de forma intimidante.

Se hicieron unos minutos de silencio, mientras los dos se batían en un combate sin palabras.

Hasta que Gunter bajó la vista.

—Siempre habrán dobles intensiones por parte de ciertas personas malintencionadas, pero no es algo que no podamos manejar —masculló con desprecio, su voz sonó tan baja que nadie le alcanzó a escuchar. Sospechando lo que sospechaba y sabiendo tan poco, no podía revelar lo que había observado la noche anterior.

Sin la respuesta deseada, Anissina se cruzó de brazos y lo miró como si no pudiera creer sus palabras. A diferencia de los otros inquilinos del castillo, Anissina no se dejaba intimidar fácilmente. Era la inventora del reino, no una criada, y viniendo de una familia de Nobles, ocupaba una categoría solo ligeramente inferior a la de su hermano mayor.

—Para ser honesto, cero que deberían ser más condescendientes con Shibuya —intervino Murata a favor de su amigo—. Después de todo, él sacrificó algo muy importante por decisiones de otros. Y que quede claro que no es una acusación hacia ustedes, que nada tuvieron que ver, pero tal vez sus predecesores fueron los que tomaron las cosas demasiado intransigentes, obligando a un chico de dieciséis años, cuyo anhelo más grande es comenzar a experimentar y disfrutar del amor, a aceptar un matrimonio arreglado, que es inquebrantable y sin anulación alguna.

—Con todo respeto, Su Santidad, una cosa no tiene que ver con la otra —dijo Gwendal con cierto recelo, mirando a Gunter de reojo.

—Probablemente —convino Murata—. Pero a Shibuya le hace falta una distracción de vez en cuando —añadió, enfatizando la palabra «distracción»

Conrad se mantuvo a raya de la discusión, siempre cauteloso. Le pareció que los ojos del Gran Sabio brillaban astutos tras los lentes, pero sacudió la cabeza pensando que la tensión le hacía imaginar cosas.

—Mejor centrémonos en nuestras obligaciones —ordenó Gwendal para dar fin. No tenían tiempo que perder hablando de tonterías—. Gunter, encárgate de revisar los documentos que debe firmar y aprobar el rey —Le ordenó y luego se dirigió a Anissina—y tú, cariño, ayúdale por favor.

—Con Anissina es imposible —refunfuñó Gunter, moviéndose incómodo en la silla. No había nada más fuera de lo razonable que aceptar trabajar con Lady veneno—. No se puede trabajar con ella. Trae muchos problemas a todas partes.

—Bueno, no es exactamente fácil trabajar contigo, Gunter —se defendió Anissina.

—No tiene nada que ver conmigo —dijo Gunter con vehemencia—. Siempre tratas de involucrarme en uno de tus experimentos fallidos.

—¡¿Fallidos dijiste?!

—¡Silencio! —gritó Gwendal autoritariamente, no estaba de humor para discusiones—. Se hará como he ordenado sin protestas. Y dicho sea de paso, no quiero ninguna clase de percance. Sin experimentar —advirtió a Anissina— y sin lloriquear —advirtió a Gunter.

Los dos sentenciados asintieron en silencio, cohibidos.

Satisfecho, Gwendal se puso de pie, le dio un beso a su esposa y se dirigió a la salida. El segundo entrenamiento del día daría comienzo en minutos. Como era de esperar, sus soldados habían actuado con habilidad, eficiencia y éxito a diferencia de otros.

Conrad también se puso de pie.

—Gracias por venir a avisarnos, Su Santidad —dijo antes de despedirse. Aprovecharía en tiempo que le quedaba libre para terminar de ordenar su nueva oficina— si me disculpan…

—Puedo pedirles un favor —musitó Murata antes de que se retirasen. Gwendal aún no había salido de la sala de juntas y detuvo su marcha para volverlo a ver.

—Lo que usted desee, Su Santidad —se apresuró a responder Gunter amablemente.

—Quisiera que me prepararan una habitación, he decidido que me alojaré en el castillo por una temporada.

Mientras el Gran Sabio pronunciaba estas palabras, la expresión serena de Conrad se endureció. Le resultó imposible no sospechar que algo se traía entre manos.

—¡Por supuesto que sí! —Gunter sonrió y juntó las manos—. Resulta muy conveniente ya que en ausencia del rey, usted posee la facultad de tomar decisiones importantes.

—No irá a pedirme que sustituya a Shibuya con el papeleo, ¿verdad? —Murata compuso una expresión de terror— Si he decidido quedarme, es para alejarme del trabajo obligatorio que tengo en el Templo. Las sacerdotisas son hermosas, pero muy mandonas.

—¿Qué mujer no es así? —soltó Gwendal con sarcasmo, arrepintiéndose al instante. Su esposa parecía enfurecida ante la broma.

De repente, Anissina lanzó una sonora carcajada.

—¡Claro que sí! —declaró fascinada—. ¡Lo hacemos todo el tiempo y se nos da muy bien!

Gwendal se sintió herido.

—Anissina, eres una mujer muy perversa, ¿lo sabías?

—Hago todo lo que puedo, amor —contestó Anissina en tono burlón.

Murata y Gunter estallaron en un ataque de risa.

En cambio la expresión de Conrad se volvió más escéptica. Notó que se disparaban todas las alarmas en su interior y, curiosamente, había empezado a comprender que el Gran Sabio los estaba manipulando a  todos.

—Hay algo más que deseo pedirle a usted, Sir Weller —añadió Murata rápida e inesperadamente, como si no quisiera desperdiciar ni un segundo de la conversación. El capitán Weller permaneció atento—. Quisiera observar el entrenamiento de su tropa.

—¡Oh! —exclamó Conrad, abochornado, pero tan solo desvió la mirada—. Bueno, no es que estén en condiciones —musitó, eludiendo una respuesta directa.

—Es deber del Capitán a cargo presentar debidamente a las máximas autoridades del reino a sus tropas. Y Su Santidad, el Gran Sabio, es el fiel compañero de Su Majestad, ¿no veo el problema? —intervino Gunter al ver que vacilaba. Conrad quiso taparle la boca con una cinta adhesiva.

—Pospuse el entrenamiento por lo que sucedió anoche. Muchos de mis soldados aún sufren los sintomas de una resaca —respondió de forma diplomática. El rostro de Gunter enrojeció por la vergüenza. Había pasado por alto ese pequeño detalle—. Sin embargo —añadió Conrad—, será un placer presentarlo a los nuevos reclutas, eso sólo tomará unos minutos de su tiempo.

Por un instante, Conrad creyó percibir el mismo aire misterioso en el Gran Sabio, pero, si así fue, desapareció enseguida y Murata volvió a sonreír amablemente.

—Perfecto —le dijo, satisfecho.

Murata sonrió en sus adentros. Sin Shibuya merodeando, tendría más oportunidades de acercarse a ese descendiente tan preciado por Shinou «La preciosa joya de Bielefeld» y saber de una buena vez si podría fiarse de él.

 

Continuará.

 

 

 

Notas finales:

Gracias por continuar.

Muchas, muchas gracias.

En el siguiente sale Yuuri. Y también Greta y Wolfram.

Perdón, me acabo de percatar: “Anónimo” me preguntó si lo iba a continuar.  Si, si… sea como sea, aunque no lo haga tan bien como quisiera, lo voy a terminar.

Tienen todo el derecho de estar decepcionad@s de mí por lo irresponsable.

¡Y gracias a todos sus comentarios es que sigo adelante! 


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