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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Hola a tod@s

Gracias por continuar leyendo.

Gracias por sus comentarios, que me llenan de mucha motivación. Los aprecio mucho y a cada uno lo guardo en mi kokoro.

Espero que les guste el capitulo.

Capitulo 12

 

Decisiones.

 

—42—

 

Cuando su profesor particular se dio la vuelta hacia la pizarra, Greta aprovechó para mover el cuello de un lado a otro con el fin masajearlo y disminuir el dolor que sentía. Ya era muy tarde, estaba cansada y hambrienta, pero al señor Berguson no parecía importarle en lo más mínimo, como era habitual en él.

El señor Berguson era un hombre de cara arrugada, jamás iluminada por una sonrisa. Era muy alto, delgado, de tez pálida y vestía elegantemente. De conversación escasa, para nada bromista y retraído en sentimientos; pero sin duda era la representación singular del sentido del humor sarcástico, reserva y autodisciplina.

Por desgracia, Greta no podía quejarse abiertamente con sus padres. Al anciano le habían confiado la tarea de pulirla en el mundo de la política, la economía y la historia, y no reparaba en sacrificios cuando de cumplir dicho fin se trataba, incluso si esto significaba dejarla sin descanso o sin comer. Por supuesto que se aprovechaba cuando su padre se ausentaba del castillo, porque cuando él estaba no podía actuar a su antojo.

Pero Greta sabía que era por su bien. Su madre también tuvo a un instructor particular y ahora era una reina admirada por todos. Era su deber continuar con el legado y ser un orgullo para su familia, convirtiéndose en una mujer digna de la corona.

Sin embargo, Greta a veces sentía envidia a su amiga Beatrice. Ella estudiaba en un internado para señoritas en Cabalcade y a menudo se comunicaban por cartas. Beatrice siempre le contaba lo maravilloso que era el internado, la gran cantidad de amigas nuevas que tenía, y lo fácil y divertido que era aprender con sus maestras todas aquellas materias que le corresponden a una heredera al trono como derecho civil, aritmética, literatura clásica, historia y filosofía, además de perfeccionarse en las habilidades domésticas, la danza, el dibujo, el bordado, los buenos modales, la música, el hilado y el tejido. Se podía decir que era el lugar indicado para que una señorita de alta alcurnia se instruyera como se esperaba de ella, pero sin olvidarse de los buenos momentos que ofrece la vida.

Greta suspiró con tristeza.

Ella, por el contrario, tenía que soportar a un viejo amargado que la hacía estudiar como si fuera una esclava, desde las primeras horas del día hasta altas horas de la noche, sin un mísero minuto de descanso, obligándola a saltarse la hora de la comida.

De pronto escuchó un sonido extraño, bajó la cabeza y se tocó el estómago. El hambre la estaba matando y se lo hacía saber por medio de los rugidos de sus tripitas.

—Tengo tanta hambre que comería hasta los vegetales —murmuró, formando un tierno puchero con los labios.

—¿Desea aportar algo a mi clase, princesa Greta?

Greta se sobresaltó al oír al señor Berguson pronunciar su nombre.

—¡Sí, señor!, ¿Sobre qué, señor? —Greta supo que estaba en serios problemas al ver que el semblante del señor Berguson se endurecía lentamente.

—¿Sabes siquiera de que estoy hablando?

Greta se hundió en su asiento, avergonzada. No tenía ni la más remota idea. Había estado absorta en sus pensamientos, en su propio mundo.

—No, señor —musitó.

—¿Qué has dicho, mocosa irrespetuosa? —preguntó el maestro con aspereza.

Greta, aterrorizada, se hundió aún más en la silla, mordiéndose el labio inferior, sin dejar de preguntarse la razón por la cual el Señor Berguson se ensañaba tanto con ella.

—Levántate, Greta. —El señor Berguson aún no había terminado. Greta sabía lo que venía al observar con pánico que sacaba la regla de madera.

Ella obedeció porque no podía negarse, aunque quisiera. Su madre confiaba ciegamente en el señor Berguson y el viejo sabía disfrazar su maldad.

Una vez frente a frente, el señor Berguson la agarró de las manos y se las volteó con las palmas hacia arriba. Greta tragó en seco, los golpes con el filo de esa regla le hinchaban las manos con las que se ponía a dibujar.

—¿Me permites que te de un consejo, Greta?

La pequeña no levantó la vista, porque sabía que tanto si se lo permitía como si no, el señor Berguson soltaría lo que quería decirle.

—Te aconsejo, 'Princesita', que dediques más tiempo en convertirte en una miembro digna de tu familia, en lugar de distraerte pensando en tonterías. ¡Procura asimilar las lecciones con esa cabeza de chorlito que tienes!

Mientras gritaba, el señor Berguson levantó el objeto que tenía en la mano, dispuesto a asentar un golpe brutal en las palmas de la niña.

Pero el golpe que había sacudido amenazadoramente a la pequeña, desapareció de pronto en la fuerte mano de quien menos esperaban.

—¡No se atreva a ponerle una mano encima! —exigió esa persona, sintiendo que una furia incontrolable se apoderaba de él.

—¡Ma-majestad! —exclamó el anciano con voz temblorosa, sin poder creer su mala suerte. Él pensaba que el rey continuaba ausente.

—Parece como si mi presencia le disgustara, Señor Berguson. —Yuuri lo miró con el ceño fruncido, su tono amenazador le aterró.

—No… no es lo que parece… —intentó justificarse, pese a tener todo en su contra.

—Sé lo que vi, ¿acaso me toma por estúpido? —Con un gesto de incredulidad e indignación, Yuuri cerró sus dedos alrededor de la arrugada mano del profesor y ejerció una leve presión.

—No… —Un poco más de presión le dibujó una mueca de dolor en el rostro. Con un poco más de fuerza, los huesos empezarían a romperse—. ¡La culpa la tuvo esta mocosa!… —gritó el señor Berguson, sin detenerse a pensar en las consecuencias.

—¡Esta niña es mi hija, imbécil! —Yuuri lo soltó del brazo, pero solamente para agarrarlo de las solapas de la camisa y zarandearlo—. Greta, ¿este sujeto suele abusar de su autoridad contigo? —preguntó a su hija, sin apartar la mirada de él.

La niña tragó en seco. Reinaba un ambiente tenso en la biblioteca cuando abrió la boca para responder quedamente—: Sí.

Yuuri apretó los puños al escuchar la temerosa respuesta de su hija, sin dejar de preguntarse por qué no se había dado cuenta antes.

Lo que Greta dijo a continuación le dio la respuesta.

—Especialmente cuando estás de viaje, cuando hay reuniones diplomáticas y tienes que ausentarte por algunos días.

—¡Miente! —gritó el señor Berguson, preso del pánico.

—¿Está llamando mentirosa a mi hija? —interrumpió Yuuri, indignado—. No sabe con quién se está metiendo.

El señor Berguson fingió aplomo al saberse atrapado.

—A los niños hay que educarlos con disciplina y rigor, Majestad, sino pueden convertirse en unos delincuentes sin causa, en vergüenzas para sus familias. Además, ¡si yo no me meto con la manera en la que gobierna este país, usted no debería meterse con la manera en la que imparto mi cátedra!

—Suficiente. Largo de aquí. —Yuuri se dirigió a la puerta arrastrando al anciano, casi asfixiándolo del corbatín—. No quiero volver a verlo.

—¡Soy el instructor de la princesa —decía el señor Berguson mientras lo encaminaban hacia la salida a rastras—, Izura-sama me puso a cargo!

—Ya arreglaré eso con la reina. En cuanto a usted… —Yuuri bajo el tono de su voz para que Greta no escuchara lo último que tenía que decirle a ese sujeto—: Si de verdad aprecia su vida, más le vale que no regrese jamás. No quiera ser el primero en mi reinado en caminar directo al cadalso.

No fue necesario que el Maou se lo repitiera dos veces, el señor Berguson se retiró de inmediato para nunca volver a pisar Pacto de Sangre.

—Ya todo está bien, Greta —consoló Yuuri tras esperar un momento, sabiendo que su hija necesitaba sonrisas y compasión, no reproches.

Todavía aturdida, y tan asustada que apenas podía articular palabra, Greta mantenía la mirada en el suelo. No prestó atención a las palabras que pronunciaba su padre, pero el tono suave que utilizó la hizo sentirse mejor.

Yuuri se dio la media vuelta, aproximándose hasta ella.

—Mi niña, ¿Por qué no me lo dijiste antes?

Greta se tomó unos segundos antes de responder, aunque la respuesta estaba muy clara en su mente.

—No lo habrían creído.

—Yo sí —respondió Yuuri implacablemente—. Yo siempre creeré en ti por sobre todas las cosas y no quiero que vuelvas a ocultarme algo parecido. —Más que un regaño, fue un llamado de advertencia para que la próxima vez confiara más en él.

—Lo sé —respondió Greta, y brillaba un destello especial en sus ojos cuando añadió—: Lo siento mucho, papá.

Sin resistirse más, Yuuri la rodeó con sus protectores brazos.

—No hay nada por lo que debas disculparte, solamente recuerda que nadie puede ponerte una mano encima para lastimarte.

—¿Ni los profesores?

—Nadie —recalcó Yuuri, besándole la cabeza—. Absolutamente nadie.

Greta se sintió la niña más afortunada del mundo, pues el apoyo incondicional de su padre alivió un poco la sensación de tragedia y trauma que padecía, eliminando su enorme timidez y dándole la confianza que necesitaba.

Pero había un detalle importante que estaban olvidando.

—Y ahora, ¿quién será mi instructor? —soltó Greta con una curiosidad nerviosa—. ¿Qué le diremos a madre?

En ese instante, Yuuri se incorporó y se rascó la cabeza entre nervioso y asustado.

—Pues… ya pensaremos en algo —musitó. Greta encontró la oportunidad para recordarle su propuesta.

—No olvides considerar la idea de enviarme al internado de señoritas en Cabalcade —dijo rápidamente, y en seguida añadió con voz melodiosa—: ¡Por favor, papitoooo! ¿síííííí?

—¿Qué dices Greta?, ¿Cabalcade? —El semblante de Yuuri se entristeció por la petición de su hija. Ya lo habían hablado antes—. No lo sé, la lejanía es demasiada. Además ¡Extrañaré mucho a mi preciosa niña!

—Yo también extrañaré a mis queridos padres, pero la lejanía solo será temporal. No tienes que preocuparte, tendré vacaciones dos veces al año. —Greta tomó las manos de su padre para infundirle confianza—. Te prometo que me portaré bien y obtendré buenas calificaciones.

—No es eso lo que me preocupa… —lloriqueó Yuuri, para después suspirar hondo y con gran pesar—. ¡Ven acá! —La atrapó de nuevo entre sus brazos para darle besos cortos en su cabello castaño—. No te prometo nada, pero lo pensaré. —resolvió al final.

Greta sonrió con una mirada especialmente brillante en sus ojos color caramelo. Nada la alegraría más que estudiar en compañía de su mejor amiga.

—¡Gracias, papito! ¡Te quiero, te quiero, te quiero! —Repartía besos en su cara. Y mientras demostraba el amor inmenso que sentía por su padre, el estomago de Greta le hizo un pequeñísimo y bochornoso recordatorio cuando comenzó a rugir—. Ups…

Yuuri se echó a reír.

—Creo que es la hora de la cena y estamos retrasados.

—Sí. —Greta rió junto a él.

—Vamos, corre al comedor —instó Yuuri, haciendo que Greta se adelantara.

—¿No vienes? —preguntó la niña desde el umbral de la puerta.

—Te alcanzaré después.

Greta sonrió y asintió con la cabeza.

—¿Sabes, papá?, me gustan mucho los vestidos que me regaló mi abuelita Miko. La próxima vez quiero ir a la Tierra contigo para darle las gracias personalmente. —Su pequeña esbozó esa sonrisa que tanto le gustaba, y Yuuri se conmovió a tal grado que se notó en su mirada—. También le hornearé unas galletas de chocolate.

—Te mereces todos esos vestidos y más —se apresuró a decir Yuuri—. Y todo lo que te mereces no te va a faltar nunca, pase lo que pase.

Greta regresó por sus pasos y se acercó a él, dándole un beso dulce en la mejilla. Le dedicó una tierna mirada y se fue al comedor, encontrándose en el pasillo con su madre y el señor Berguson. Afortunadamente no la vieron cuando se desvió de camino, al parecer sostenían una conversación muy intensa.

 

En la biblioteca, Yuuri permanecía de pie mientras miraba por la ventana. Afortunadamente para Greta, y desgraciadamente para el señor Berguson, pasaba cerca de allí y alcanzó a escuchar los gritos de ese anciano abusador. De no haber sido así, tal vez jamás se hubiera dado cuenta del sufrimiento que padecía su niña. Ahora ya estaba resuelto y, aunque le dolía profundamente la separación, decidió enviar a Greta a Cabalcade para que estudiara en el internado de señoritas junto con su amiguita Beatrice.

De un momento a otro, la ira que Yuuri sentía por aquel asunto imperdonable fue superada por una sensación de dicha infinita al recordar los besos que le había robado a ese misterioso doncel llamado Wolfram.

Si antes estaba convencido, ahora no le cabía la menor duda de que Wolfram era la única persona capaz de hacerlo feliz, aquel que le hacía perder totalmente el juicio, que con aquella resistencia tranquila contra la cual no podía luchar, le ofrecía sus labios y la miel de sus besos, lo que para él era el delicioso e inesperado principio de una historia de amor.

Wolfram se había mostrado tan frágil, pero también tan entregado... Nunca antes había deseado tanto a alguien, nunca se había sentido igual. Yuuri se dio cuenta de cuánto estaba deseando protegerlo, defenderlo de aquello que le hacía infeliz, de amarlo completamente y sin reservas. Fue como una revelación: era la primera persona que le importaba realmente, y la primera con la cual se atrevía a reconocerlo.

Yuuri suspiró, enamorado. Su corazón no le dejaba pensar en otra cosa más de lo que había acontecido en el jardín, aquel beso esperado.

Se había imaginado que su boca sería dulce. Llevaba semanas en que apenas podía pensar en otra cosa que no fuera besarlo. Ya sabía que su cuerpo sería firme, pero se adaptaba al suyo como si estuviera moldeado para ello.

Yuuri abrió los ojos y se dio cuenta de que necesitaba con urgencia verlo de nuevo. A grandes zancadas se acercó al escritorio y tomó una libreta, arrancó una página y escribió rápidamente una nota que dobló con cuidado, mientras una sonrisa traviesa se deslizaba por su rostro. Posteriormente se acercó a una ventana abierta, y desde allí llamó a un Kotsuhizoku que volaba en el cielo oscurecido por la noche.

El esqueleto parlanchín se plantó frente al Maou, saludándolo con gran respeto.

—Kohi, necesito un favor.

El Kotsuhizoku se llevó la mano al tórax para decirle que estaba a sus órdenes

—El chico con el que estaba hablando en el jardín… —comenzó a explicar Yuuri. El Kotsuhizoku formó un corazón con las dos manos para indicar que los había visto, e hizo sonrojar al rey—. Sí, ese muchacho. Bien, necesito que le entregues esto… —pidió al entregarle la nota— en sus manos —recalcó con seriedad, a lo que el esqueleto volador se llevó la mano a la frente al puro estilo de los saludos militares.

El Kotsuhizoku emprendió el vuelo de inmediato. Yuuri no le quitó el ojo hasta que lo perdió de vista entre los jardines, y después suspiró sintiendo una sensación de alegría y de gozo, mesclada con cierta excitación.

En ese instante, entró Conrad a la biblioteca.

—Se le ve muy contento como para estar libre de pecado, Majestad —comentó mientras se aproximaba a él—. Manténgame en la ignorancia.

—¡Conrad, me asustaste! —exclamó Yuuri, sorprendido por su inesperada llegada. Aunque solo bastaron unos segundos para que recuperara el regocijo y el buen humor. Había una chispa traviesa en él que Conrad no tardó en notar.

—Sé que dije que me mantuvieras en la ignorancia, pero la curiosidad es más fuerte que mi prudencia, ¿qué has hecho esta vez, Yuuri?

—Nada que no te haya dicho antes.

—Tiene que ver con el joven Dietzel entonces. ¿Pudiste hablar con él después de que salieras de la oficina como alma que se lleva el diablo? —Una idea descabellada se cruzó por la cabeza de Conrad, y no pudo evitar hacerle la broma a su ahijado—. ¡No me digas que en realidad asesinaste a Su Santidad!

La loca ocurrencia de su padrino provocó una risa contagiosa en Yuuri, tanto que Conrad no pudo evitar unírsele.

—Nada de eso, Conrad —explicó el rey, una vez más relajados—. Murata y yo pudimos hablar como dos personas civilizadas y ahora estamos bien.

—De manera que…

—Exacto, mi felicidad se debe únicamente a mi Wolfram.

—Oh, ¿ya es tuyo?

—No lo dejaré escapar, eso te lo aseguro.

—Voy a sentirme feliz por ello, esperando que hagas caso a mis consejos. —Conrad esbozó una sonrisa de complicidad que Yuuri correspondió con agrado—. Bueno, ¿por qué no nos acercamos a la mesa del comedor para celebrar? —sugirió después—. Las cocineras tienen un gran ciervo en el asador desde muy temprano y lo podemos acompañar con una buena copa de vino. Ya habrá tiempo para que me cuentes los detalles.

—Me parece una idea estupenda, Conrad.

El capitán sonrió y extendió el brazo para mostrar la salida.

—Después de ti, ~Yuu-ri~ —indicó para cederle el paso.

El rey se rió de buena gana y comenzó a caminar. Por desgracia, la felicidad le duró poco por la inesperada llegada de su esposa a la biblioteca.

Conrad se mantuvo al margen en todo momento. Para evitar conflictos, lo mejor que podía hacer frente a esa mujer era fingir ser invisible.

—Izura… —Los ojos de Yuuri se agrandaron con horror.

—Tengo que hablar contigo, mi señor —prorrumpió ella, con un tono de voz firme que ocultaba pesimamente su mortificación—. Es un asunto de gran importancia y no encuentro la ocasión indicada para abordarte.

Conrad se mantuvo en perfecto silencio, aunque su semblante traicionaba su interés en lo que decían. ¿Qué tramaba esa mujer?

—Yo también necesito hablar contigo, Izura —respondió Yuuri con aparente calma. Luego miró a Conrad—. ¿Te importaría adelantarte?

Conrad agitó la cabeza comprensivamente, e hizo una reverencia a cada uno antes de marcharse de la biblioteca.

La pareja real se mantuvo en pie.

—Tu primero —indicó Yuuri. Izura se tomó unos segundos antes de comenzar, y lo hizo con un comentario sobre su hija.

—El señor Berguson ya se ha marchado. Fue tan repentino que no alcanzo a comprender las razones de su despido, pero estoy segura que tu decisión fue la correcta.

—Fue una situación que no se volverá a repetir —aseguró Yuuri—. Enviaremos a Greta al internado para señoritas de Cabalcade, como tanto ha pedido. Allí aprenderá todo lo que se necesita para convertirse en una auténtica dama, pero sin abusos ni torturas. Nuestra niña está en una etapa maravillosa y quiero que la disfrute al máximo.

Izura mantuvo un tenso silencio que Yuuri interpretó como una señal de alerta.

—Ya sé que me vas a regañar por ser tan condescendiente con la niña, pero te pido que me comprendas. Sabes que Greta es mi debilidad —añadió, sonriendo con nerviosismo y mirándola inocentemente a los ojos.

Izura correspondió a su mirada, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura. Sin querer, Yuuri le había soltado una coartada. Su hija aumentaba la responsabilidad que él tenía hacia ella, y agravaba su culpabilidad si la hacía sufrir.

—Sé muy bien que quieres lo mejor para nuestra hija, aunque en el fondo sé que la voy a extrañar muchísimo —replicó con serenidad.

Yuuri se sorprendió por la respuesta de su esposa, pero el autocontrol impidió que su cara lo reflejara. Había imaginado que tendría que explicarle muchas cosas al respecto, pero al parecer ya todo estaba resuelto.

—Gracias por tu comprensión —musitó, todavía dudoso—. Greta se pondrá muy contenta cuando le dé la noticia.

—Solo espero que Greta vuelva pronto a los brazos de su querida madre. Me sentiré muy sola sin mi niña —agregó Izura con el rostro embargado por la pena, pensando que no era conveniente mantener a su hija alejada en una situación tan desventajosa como la suya.

—La tendremos aquí durante sus vacaciones —explicó Yuuri, tratando de consolarse a sí mismo y de reconfortar a Izura—. Ya verás que el tiempo pasará de prisa. Y nuestra satisfacción será ver esa linda sonrisa en su rostro lleno de felicidad. Greta volverá a nosotros convertida en una persona íntegra y de provecho.

Sus ojos se cruzaron por un instante, pero Yuuri apartó los suyos para fijarlos en otra parte, lejos de la desnuda emoción que brillaba en los ojos de Izura. La reina morena se mordió el labio inferior, dolida.

—Por otro lado, mi amado esposo… —continuó ella tras unos minutos de silencio, antes de perder su oportunidad—. Ambos sabemos que tenemos que hablar de lo sucedido antes de tu partida… o mejor dicho, de tu huida. Por más doloroso que resulte.

La intensidad del momento se agigantó de un solo golpe, con una sola frase.

En medio del silencio, Yuuri pudo contemplar a su esposa, y notó que Izura tenía el feo aspecto de una mujer enferma y cansada. Se sintió culpable e infeliz, pues su propia conducta egoísta le produjo a la vez asombro y repugnancia.

Izura tomó la palabra de nuevo.

—La última vez que nos vimos me dijiste que había llegado alguien a tu vida y que te había afectado de tal modo que creías estar enamorado de ella. Yo aún confió en que no es de esa manera, que solo es un capricho temporal que terminará cansándote como todas las demás que han desfilado en nuestro lecho. —En su voz había un atisbo de reproche. Sus ojos verdes cobraron un brillo tembloroso y de súbito aparecieron lágrimas en sus pestañas. Todavía más chantaje—. Esta vez fuiste franco conmigo y no te escondiste como cualquier malhechor que busca ocultarse entre las sombras de sus pecados, eso te lo agradezco enormemente. Sin embargo, dado que aquí la única afectada soy yo, y que mi honra se ve quebrantada por tus deseos carnales, tengo derecho a una petición. —Tragó saliva en medio de una pausa necesaria. Le era demasiado doloroso proseguir, pues concederle a Yuuri tales libertades era como intentar cortarse una parte de su propio corazón. Finalmente, respiró hondo, lo miró fijamente a los ojos y se llenó de coraje—: No tomes un amante oficial. Es lo único que te pido. Evítame esa humillación.

Yuuri se quedó literalmente sin palabras. La súplica de Izura lo confundió, y la tristeza que notó en sus ojos lo perturbó. Frente a él había una mujer vulnerable que lloraba sin pudor de mostrar sus sentimientos. Y no lo podía creer viniendo precisamente de ella, quien había sido educada bajo las normas de un absoluto dominio de sí misma y que sabía que sólo las personas vulgares hacían este tipo de escenas.

—Por lo que llegamos a ser, por lo que somos, por favor no lo hagas —continuó Izura con una gran ansiedad en la voz, algo semejante a una súplica—. Puedes tener una aventura si eso te hace feliz. Yo no te voy a hacer interrogatorios, no te voy a exigir detalles y mucho menos te voy a armar escándalos, porque esa no es mi naturaleza. No es lo que yo espero de esta relación y no creo que sea lo que esperas de mí tampoco. Tan solo te pido que no tomes una amante oficial, pues sería el colmo tener que vivir con esa deshonra.

No hubo una respuesta inmediata a la petición. Yuuri se quedó absorto y taciturno, como si quisiera seguir el hilo de sus reflexiones.

—No dices nada… —Una lágrima resbaló por la larga nariz de Izura, ella sacó un pañuelo y comenzó a secarse los ojos. Yuuri se sintió peor—. Dime algo, por favor.

En esos momentos, Yuuri tuvo ganas de llorar también, pero de la frustración. Miró un momento a lo lejos y respiró hondo. No quería sentir la lástima que atravesaba su corazón en aquel momento. Se había dejado conmover con demasiada frecuencia en el pasado y todavía pagaba las consecuencias.

Hubiera sido mejor para Izura, y también para él, que ella tuviese menos principios y más coraje para afrontar la situación con la dignidad que necesitaba, porque esta vez estaba resuelto a ser inflexible. Pero Izura no podía contenerse, lo amaba demasiado.

—Escucha, Izura… —Le tomó una mano que ella estrechó con fuerza entre las suyas. Yuuri pareció dudar, pero luego, como en una decisión imprevista, levantó la cabeza con aire de seguridad, y los dos se quedaron mirándose durante unos minutos—. Mi decisión ya está tomada. Haré de esa persona mi amante oficial. —Se quedaron en silencio un breve instante, observándose. Era imposible concebir un momento más tenso que ese para acabar de separarles del todo—. Me quedaré contigo como tu consorte real, para cuidar de ti como prometí aquel día en el altar, pero entre nosotros ya no habrá nada más que no tenga que ver con los asuntos del reino.

Izura tardó unos instantes en asimilar la estremecedora noticia. El impacto no le permitió emitir ni una sola palabra. Sintió como si un jarro de agua helada le hubiera sido arrojado por encima de la cabeza.

—Repudiada… —sollozó con un hilo de voz. El vergonzoso reconocimiento de su situación se reflejaba en sus ojos empañados.

Pero Yuuri no se acobardó.

—Si aceptas, seguiré velando por ti en base a mis deberes como esposo.

Izura asintió con la cabeza para indicar que entendía las condiciones que contraería en caso de aceptar semejante propuesta. Estaba totalmente pálida y su mirada perdida le decía a Yuuri que le estaba haciendo mucho daño.

—Ruin —farfulló, disgustada—. Eso es caer muy bajo, incluso para ti, Yuuri. ¿No te basta con serme infiel, que ahora piensas hacerlo público?

Yuuri dudó, sin saber muy bien qué debía contestar, pero enseguida decidió que el método directo era el mejor y, con una sinceridad desgarradora, añadió:

—Esto ya no tiene arreglo, Izura. Podemos separarnos definitivamente y buscar un acuerdo político que sea justo para nuestras naciones. Te prometo que de todo esto saldrás ganando y Zuratia también. Puedes poner las condiciones y exigencias que quieras.

Sin considerarlo siquiera, Izura meneó la cabeza en sentido de desaprobación. Decidió seguirle el juego por ahora, fingiendo entereza. Era más sencillo.

—No, pues incluso después de que empezaste a serme infiel, seguí adorándote, aunque me dolía muchísimo tu traición. —Pese a que se sentía frustrada y todo el cuerpo le temblaba a causa de la tensión acumulada, el tono de su voz era apremiante y firme—. De manera que acepto la primera condición, porque yo si respeto nuestros votos matrimoniales y mantengo firme la promesa de mi familia con Shin Makoku. Al final sé que triunfaré cuando regreses a mi después de haber vivido una fugaz mentira. Puedes darle a tu amante la gloria, el poder, títulos y propiedades si quieres, no me importa. Yo nunca caeré ante nadie pues soy fuerte y sabré sobreponerme ante lo que sea; además, tengo otras razones de peso que me ayudarán a levantarme, mi hija es una de ellas, aunque tú estés muy lejos de comprenderlo.

—Que así sea entonces —dispuso Yuuri apremiantemente, sin vacilar. Izura necesitó de todo el control sobre sí misma que poseía para reprimir el jadeo ahogado que intentó escapar de sus labios ante su postura tan definitiva.

Yuuri tampoco esperaba obtener una respuesta, la conocía demasiado bien como para saber que no respondería, pero él no iba a quedarse callado como un cobarde.

—Juro que hice hasta lo imposible por hacerte feliz, pero no puedo elegir a quién amar. Y sé también que soy un farsante, un hipócrita, que no tengo perdón, pero quiero que entiendas que esto no es ningún capricho. He intentado actuar de acuerdo a lo que se suponía que debía sentir, sin embargo, por más que trataba de mirarte con los ojos de un marido enamorado de su esposa, sinceramente he fracasado.

Yuuri suspiró profundamente y no dijo ni una palabra más. Ella se quedó totalmente inmóvil y con los puños apretados a los costados; no opuso la mínima resistencia cuando él salió presuroso de la biblioteca, pero le echó una mirada tan horrible que helaba la sangre mientras lo hacía.

Un predecible silencio le siguió a su partida, cuando la realidad cayó sobre ella.

Izura se quedó un momento como Yuuri la había dejado: Desolada. Parecía el retrato vivo del desconcierto. Respiró profundamente varias veces en un intento por recuperar el control de su cuerpo que parecía flotar

Se le revolvió el estómago y tuvo una imperiosa necesidad de huir de allí. Salió presurosa de la biblioteca y comenzó a caminar por los pasillos, pero parándose cada pocos pasos y llevándose una mano a la frente para secarse el sudor.

—No me abandonaras…. —se repetía, perpleja—. No me dejaras sola… —Su labio inferior temblaba excesivamente al eco de sus palabras, y apretó fuertemente los puños cuando una idea atroz e irracional inundó su cabeza—: Tú me amas tanto como yo a ti. La mirada amable que me ofreces cada día no me miente, solamente estás confundido porque alguien quiere separarnos y hacernos sufrir. Pero no lo voy a permitir, esperaré paciente a tener a esa persona frente a mí y entonces sabrá el poder que tiene una reina, y el sufrimiento que se gana al enfrentarse a mí.

 

 

 

—43—

 

 

Corría sin miramientos, un poder intenso se infundía en sus venas al huir como presa asechada por el depredador.

Comprendió que había pasado por un momento decisivo. Si hubiera resuelto la situación de otra manera, permaneciendo firme, echándole valor al asunto, las cosas quizás se habrían desarrollado de otra manera. Pero no había sido así. Todo contrario. Una vez que el Maou había comenzado a besarlo, había sucumbido a él sin importarle nada. ¿Acaso era tan débil que una sola caricia, o un beso, podían hacerle olvidar sus responsabilidades y obligaciones? ¿Dónde quedaba el orgullo y la dignidad que tanto presumía?

En los pasillos, Wolfram casi se tropieza en el suelo adoquinado, teniendo que seguir corriendo para no caerse. Lo único que quería era estar a solas para dar rienda suelta a sus emociones que parecían estallarle en el pecho.

Por fin llegó su habitación; entró en ella y cerró la puerta tras de sí. Sin esperar nada, se hincó de rodillas frente a la cama.

—¿Qué debo hacer? —gimoteó a nadie en particular. Wolfram sabía que estaba completamente solo—. ¡¿Qué se supone que debo hacer?! —gritó dolorosamente. Y en un súbito acto de desesperación, empezó a golpear la cama con los puños.

Sin duda, gritar no favorecía en absoluto, pero enfadarse sí. Le ayudaba a armarse de valor para aceptar lo inevitable. Se había metido en ese problema y, aunque hubiera sido involuntario, no tenía idea de cómo salir.

Como una pieza sin valor había caído en el juego de Endimión Grimshaw, aquel rey despilfarrador, ausente de escrúpulos morales y éticos, que le había encomendado acabar con la vida de alguien inocente a cambio de su libertad y honor. En efecto, él era el señuelo perfecto. Si hubiese sido más maduro y menos impulsivo, de seguro no se habría hecho cargo de la misión.

De pronto, sintió un súbito e irresistible deseo de escapar; de Pacto de Sangre, de Yuuri y de todos esos sentimientos que se descubrían ante él.

Era como si un vacío que ansiaba ser colmado se extendiera por todo su cuerpo. El ansia de ser amado resultaba su mayor debilidad. Su corazón le decía que Yuuri era la persona con la que podría compartirlo todo, con el que se sentía protegido, con el que había recuperado algo que casi había olvidado: La esperanza.

Había intentado seducir al rey con cierto grado de ingenuidad, pero su plan había sufrido un duro revés. Su primer beso había supuesto un momento crucial en su vida, el descubrimiento del placer físico y el despertar de su propia pasión. Todo su cuerpo se estremecía con tan solo recordarlo.

Frustrado, intentó no pensar en Yuuri, pero resultó peor.

Con todo, incluso torturado por aquellos pensamientos, otra parte de su ser, una parte que no lograba dominar del todo, deseaba amarlo y entregarse a él por completo.

Sin querer recordó como al principio, aquel guapo Maou que pensó que sería un hombre pomposo y engreído, le demostró que era todo lo contrario, un joven con los pies en la tierra, amable, sincero y servicial. Posiblemente, por eso en el fondo de su oscuro corazón sabía que tenía algún tipo de sentimiento hacia ese enclenque.

De seguir así, la misión terminaría en un profundo fracaso. Tras soltar un suspiro, Wolfram se puso de pie con dificultad y se colocó delante del espejo.

Para avivar más su tortura, tenía el cabello revuelto y la boca más roja que de costumbre y algo hinchada por los besos. También advirtió una rojez en el cuello. Lo tocó y se dio cuenta de que los ardientes labios de Yuuri Shibuya se lo habían provocado, lo cual era signo de la intensidad en que él deseaba poseerlo.

Después de lo sucedido, algo hacía pensar a Wolfram que no era sólo lujuria lo que Yuuri Shibuya sentía por él, como había pensado al principio. Había algo más en los sentimientos que le ofrecía, en cada uno de sus gestos, en cada palabra que le dedicaba y en cada acción plasmada en una caricia que con delicadeza depositaba en su rostro.

¿Qué iba a hacer ahora?, ¿iba a fingir indiferencia como si nada hubiese pasado? Sin duda no podía hacer eso, no podía enturbiar más las cosas ahora que parecía que iban a tener un camino por el que seguir.

Empezaba a notar como su visión se enturbiaba por culpa de las gotas cristalinas que caían por sus mejillas. Sus preciosos ojos esmeraldas manifestaban una profunda confusión.

Mientras que en su mente resonaba una única e inquebrantable verdad: «He caído en las trampas del corazón»

—Me gusta… Yuuri me gusta mucho

Podía engañar a su mente pero no a su corazón. Sucedió desde su primer encuentro, aquel primer roce de sus manos, cuando sintió que una extraña energía le recorría todo el cuerpo mientras se perdía en su oscura y misteriosa mirada llena de inocencia

Estremeciéndose, se perdió en la atracción que sentía por él.

Y Wolfram sintió un profundo anhelo de vivir los años siguientes junto a ese rey que al principio tanto había rechazado. A su lado tendría años cargados de alegría y de paz, muy lejos de la fría soledad que lo atormentaba en el presente, compartiendo y experimentando la pasión desmedida que le ofrecía.

Se dejó caer al piso y apretó los párpados contra sus ojos para expresar la impotencia que sentía por dentro

Sus deseos no cambiarían su situación. Y las lágrimas, tampoco. Solo le quedaba una opción y sabía, por experiencia propia, que seguía adelante o le esperaba una vida llena de sufrimientos y reproches. Era un asesino y, como tal, una herramienta. Debía cumplir  solamente las órdenes de su amo. Jamás tendría otra opción.

Había sido siempre así. Sólo había sentido rencor, odio y maldad hacía los demás, había matado, había sido un asesino despiadado y sanguinario y no le había importado nadie. En aquel entonces no había tenido otra opción. Cuando ese misterioso sujeto le ofreció aquel camino, la única alternativa era seguir en el orfanato o morir. Por eso se convirtió en el asesino de la máscara dorada, en el protegido de Endimión Grimshaw.

Estaba demasiado enfurecido con él por su juego absurdo, pero también estaba enfurecido consigo mismo, por permitirse caer en su trampa.

Endimión Grimshaw había ofrecido a sus protegidos unos firmes principios y todo lo que el dinero pudiera comprar. A cambio, tan sólo les pedía lealtad. Pero todo lo que se hace por lealtad, sea bueno o malo, debe hacerse sin cuestionarse. Endimión les arrebató algo muy importante y nadie no fue capaz de detenerlo. Su vida ya nunca había sido igual.

Con tan solo pensarlo, la rabia regresó.

En los últimos días, había tenido un constante dolor por dentro, un recordatorio de lo que había perdido, algo que no podía ser recuperado por ningún medio, ni siquiera con amor: La inocencia de su conciencia.

—Wolfy, ¿no iras al comedor? —Entró gritando Jeremiah.

Sobresaltado, Wolfram alzó su rubia cabeza y, con el rostro pálido y los ojos enrojecidos por las lágrimas lo observó, mientras el castaño se dirigía despreocupadamente hacia el armario desde donde se oía un ruidito, un ligero desplazamiento.

La reacción de Wolfram fue sorpresiva, pero también fría y controlada. Sus rasgos imperturbables no mostrarían la más mínima señal de debilidad o la incertidumbre que sentía en esos momentos.

Se dirigió presuroso al baño para lavarse la cara. Se miró al espejo y odio tener la piel tan blanca como para no ser capaz de ocultar el enrojecimiento de pómulos y nariz que causaba el llanto. Los asesinos de Blazeberly no permitían que sus emociones quedaran al descubierto y estallaran como hacían los demás.

Salió del baño cuando tuvo una mejor apariencia y observó a Jeremiah mientras sacaba una rata de una bolsa para después abrir la puerta del armario y dársela a Chloe.

El instinto asesino brillaba en los ojos de la hermosa serpiente, tanto que Wolfram se sintió identificado. Se deslizó en el piso, acercándose a la rata, quien ajena al riesgo, permanecía observando su movimiento oscilante. Pero no pasó mucho tiempo para que Chloe se lanzara al ataque con su mordida letal.

Wolfram estaba inmóvil a cuatro metros de distancia de la grotesca escena y fue capaz de hacer una anotación mental dirigida a sí mismo: Él era una presa y tenía una serpiente llamada Endimión al acecho.

Jeremiah sonrió al notar que Chloe había quedado completamente satisfecha. Guardó a su fiel compañera en el mismo lugar y se dio la vuelta. Miró a Wolfram, y no tardó en darse cuenta de que algo sucedía.

—¿Y a ti que te pasa? —le preguntó, preocupado.

—Eh, ¿qué? —exclamo Wolfram un tanto perdido, pero al ver a Jeremiah agitando una mano delante de su rostro volvió a poner los pies en la tierra.

—Estabas como ido —reprendió Jeremiah, frunciendo el ceño—. Te he preguntado qué te pasa. Y por cierto, ¿adónde te habías metido? ¡Estaba preocupado por ti!

Wolfram sintió las mejillas arder. La respuesta a esa pregunta le recordaba todo lo que había hecho durante la tarde.

—¿Y bien? —insistió Jeremiah ante el silencio de su compañero.

—Estuve practicando con el arco y me encontré con el Gran Sabio —respondió él con la voz llena de firmeza, mientras intentaba recuperar la compostura—. Estuvimos platicando. Es buena persona —comentó reflexivamente—. Quiero decir, si no fuera un obstáculo para nuestros propósitos, diría que es un buen aliado. De todos los Nobles que he conocido hasta el momento, es el único que no me mira como si quisiera matarme.

Jeremiah experimentó una leve, muy leve punzada de celos al oír aquellas palabras.

—No debes confiar en nadie —advirtió—. Ya sabes, Cesar Bleist resultó ser un personaje ficticio de novelas románticas, lo que significa que han empezado a hacer sus movimientos para investigarte. Fue un plan bien concebido, aunque con una sutileza ridícula de quien lo haya ordenado.

—Lo sé. —Wolfram recobró la calma al acercarse a la ventana y mirar la oscuridad de la noche por medio de ella. Hacía una brisa agradable—. El Maou ha regresado —informó con aire pensativo.

—¡Por fin! —exclamó Jeremiah tras su espalda—. ¿Has hablando con él? —Wolfram se dio la vuelta y asintió con un gesto, sintiendo un calorcito en el pecho al recordarlo—. ¿Qué ocurre? —le preguntó el mayor.

En un acto de reflejo, Wolfram se llevó la punta de los dedos a sus labios, que aún estaban calientes y vibrantes por los apasionados besos del rey, y cuando su mente empezó a nublarse de nuevo, luchó para aclarar sus ideas.

—Pasaron muchas cosas, algunas no muy agradables —contestó en un tono tan indiferente como le fue posible. Dejó pasar un momento y suspiró—. Sea como sea, creo que estamos cerca de cumplir nuestro propósito.

Aquel comentario despertó el interés de Jeremiah, que arqueó una ceja.

—¡Vaya! —exclamó en tono burlón, mientras se acercaba a Wolfram—. Tal parece que el tonto cayó demasiado rápido en tus encantos. —Colocó la mano debajo de su barbilla y lo obligó a mirarlo a los ojos. Y, aunque debería haberse apartado, Wolfram no lo hizo—. ¿Ya lo ves?, Endimión tenía toda la razón. Tu belleza es un arma letal.

Incomodo, Wolfram tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no darle un golpe en la cabeza. En lugar de ello, apartó con bastante brusquedad aquella mano que sostenía su barbilla, cerró los ojos un instante y trató de calmarse.

—¡Basta, Jeremy! —Lo miró con furia—. ¡No estoy de humor!

—Eso lo noto a simple vista —Los ojos de Jeremiah se estrecharon, inquisitivos—. No sé qué te pasa, ni por qué estás tan raro, pero tarde o temprano tendrás que decírmelo. Somos un equipo ahora, ¿lo recuerdas?

—Nada —replicó Wolfram, pero su voz no tenía la confianza de otras veces—. No me sucede nada.

—No te creo. —Jeremiah sacudió ligeramente la cabeza. Lo conocía tan bien... La mirada esquiva, los suspiros hondos, la voz titubeante... Había algo que no quería o no se atrevía a confesarle—. Te conozco demasiado bien, mi querido Wolfy.

Haciendo un gran esfuerzo para fingir entereza, Wolfram se cruzó de brazos y alzó el mentón lo más que pudo. Pero también sabía que Jeremiah no estaría tranquilo hasta que se lo contara todo, así que actuó según su conveniencia.

—Me es imposible mentirte, ¿no es así? Por consiguiente no lo intentaré más. La verdad es que hay algo que ha estado rondando mi cabeza desde hace días y no logró pensar en otra cosa aunque creerás que es una locura.

—¿Qué es? —conminó Jeremiah, mirándolo con atención. Wolfram ya no era capaz de mirarlo a la cara. Intentaba fijar la vista en algún punto en el suelo.

—Yo solo… —Las palabras se quedaron atascadas en su garganta. Con esfuerzo, Wolfram miró a Jeremiah, que enarcó una ceja y siguió esperando.

—¿Tú qué? —volvió a insistir Jeremiah, esta vez sin indulgencia, como un cazador con los ojos fijos en su presa.

La presión hizo que Wolfram llegara al límite.

—No me siento conforme con toda esta situación. Entregarle a Endimión un reino entero en bandeja de plata no me parece justo. Él, que nos ha destruido la vida, ¿por qué darle lo que no se merece?

Wolfram pronunció esas palabras desde el fondo de su corazón y al oírse a sí mismo decirlas en voz alta, comprendió que era la pura verdad. En efecto, así se sentía.

—Eso me pone tan furioso que podría…

No pudo acabar la frase.

Jeremiah le disparó una mirada interrogativa.

—¿Podrías hacer qué?

Wolfram tragó saliva y poco a poco lo soltó:

—Podría no cumplir con la misión… a propósito.

Jeremiah abrió la boca, convencido de que había oído mal.

—¿Qué has dicho?

—Has escuchado bien. No creo que tenga que repetirlo —respondió Wolfram con una firmeza de carácter muy superior a la que poseía anteriormente, pese a que sabía que se le había ocurrido una idea sumamente estúpida.

Tras un prolongado silencio, Jeremiah soltó una gran carcajada.

—Puedes hacer lo que te plazca, Wolfy-chan —alentó con una calma absoluta.

Pero su rostro de repente se tornó sombrío, y Wolfram sintió las garras del miedo arañándole el corazón. La fugaz esperanza que tenía, pronto se convirtió en una sensación amarga y escurridiza que cada vez era más difícil de retener.

—¡¿Estás loco?! —Jeremiah aún no había terminado, y ahora estaba enfurecido por lo que consideraba ideas absurdas que pretendían destrozar sus sueños—. Si regresamos con las manos vacías, Endimión te matará. Tal vez no en cuerpo, pero si en espíritu. Te obligará a hacer cosas peores, tan atroces que no podrás vivir en paz con tu conciencia. Sin mencionar que posee tu dote y podrá casarte con quien a él más le convenga. ¿O ya lo has olvidado?, mientras no le paguemos a ese rey cada centavo que le debemos, jamás seremos libres para vivir nuestra propia vida.

—Tengo pesadillas con eso —confesó Wolfram, desviando la mirada—. Te agradecería que no me lo recuerdes, pues intento no reprochármelo una y otra vez.

—Debo hacerlo o nunca podré perdonármelo —continuó Jeremiah, mientras el chico frente a él tragaba con dificultad y apretaba los puños—. Es mi deber recordarte que tu deuda es de por vida, Wolfy, porque Mathew también pertenecía a Endimión y parte de la deuda de él pasó a ser tuya cuando murió por ti. Lo que significa que, aunque lograras pagar tu parte, todavía tendrías otra deuda que saldar —explicó, esta vez con sumo cuidado, como si supiera que lo que estaba relatando podía herir a Wolfram, pero tenía que decirlo de todas formas—. En resumen, los nietos de tus nietos nunca podrán llegar a vivir lo suficiente para pagar esa deuda. —Meneó la cabeza en forma de reproche, y deseó por primera vez golpearlo por intentar estropearlo todo—. Enserio, ¿qué pasa contigo? Hemos esperado años por esta oportunidad, no lo eches a perder.

—Siempre podríamos… no volver a Blazeberly —alcanzó a decir Wolfram, y apenas pudo creer que esas palabras salieran de sus labios.

—¿Qué quieres decir? ¿Escapar?

La atónita mirada de Jeremiah no hizo más que aumentar el nerviosismo en Wolfram, que simplemente se encogió de hombros.

—Es capaz de matarnos —previno Jeremiah con franqueza y temor—. Si escapamos nos perseguirá durante el resto de nuestras vidas. Aunque nos cambiáramos de nombre, él nos encontraría. Ha invertido muchísimo dinero en nosotros, y aún más en ti, que a pesar de todo sigues siendo su favorito. Enserio, ¿cuánta gente más vas a llevar a la tumba antes de aceptar mis consejos?

Jeremiah había puesto el dedo justo en la llaga, sin medirse, sin ser consciente de que sus últimas palabras podían herir y, en efecto, tuvieron sus resultados.

—No era necesario que dijeras eso —le reprochó Wolfram, profundamente herido.

Avergonzado, Jeremiah se pasó la mano por la cara y luego miró a Wolfram como si se hubiera arrepentido de lo dicho.

—Lo lamento. —Se apresuró a decir, tratando en vano de enmendar su grave error—. No deseo hacerte más difíciles las cosas.

—No podrías —replicó Wolfram con ironía.

—Yo también lamento la pérdida de Matt. —Jeremiah se sorprendió de sus palabras, pero no iba a retractarse por ser sincero. Tenía derecho a decir lo que sentía—. Ojalá no hubiera ocurrido siendo tan joven y lleno de vida.

La rabia embargaba a Wolfram para entonces. Maldito Endimión, maldito él mismo, por pensar que una simple fuga era capaz de proporcionarles la libertad.

—Tus lamentos nunca podrán devolvérmelo —respondió en tono áspero y gélido, como si estuviera cuestionándose los recuerdos de aquel fatídico día—. Estoy seguro de que hubo alguien que nos delató ante Endimión, y sea como sea descubriré quien fue.

El rostro de Jeremiah palideció instantáneamente.

—¿Lo encontrarás? —repitió, alertado—.  No pensarás todavía en...

Pero Wolfram alzó la mano con un gesto brusco, exigiendo silencio.

—De algún modo tengo que encontrar al responsable y hacerlo pagar. —Su voz sonaba llena de resentimiento—. Jamás podré perdonarle a ese malnacido que por su culpa me quitaran lo que más amaba en este mundo y al igual que Endimión, quiero verlo arder en el infierno.

Un silencio turbador inundó la habitación.

Jeremiah contempló a Wolfram y vio el rostro de alguien a quien el dolor sólo le dejaba ver una realidad: la muerte de su hermano. Entonces se dio cuenta que no podía huir de aquello que más temía.

Por desgracia, antes de que pudiera decirle algo que lo convenciera para desistir de la idea de cobrar venganza, llamaron a la puerta.

Wolfram empezó a dirigirse hacia ella a toda prisa, pero Jeremiah fue más rápido y lo rodeó con sus brazos desde detrás.

—No hagas ninguna tontería, Wolfram —suplicó, hundiendo la cara entre la abertura de su hombro y cuello—. Endimión ha jugado a ser Dios con muestras vidas, ha echado a perder a un montón de buenas personas y aparentemente Mathew fue solo una baja más para ese dictador. No soportaría perderte a ti también.

Tan sólo un imperceptible movimiento de la espalda, un leve gesto de cabeza, le dieron a entender que Wolfram había puesto atención a sus palabras.

Jeremiah esperó a que Wolfram le diera una respuesta y, tras un instante, pareció haberlo pensado mejor.

—Solo quiero retirarme a un lugar muy alejado de Endimión y vivir tranquilamente, como Matt y yo habíamos planeado antes de acabar de la manera tan desgraciada en la que lo hicimos. Y la verdad, es una desesperación constante para mí darme cuenta que aún estoy muy lejos de conseguirlo. —La voz de Wolfram sonaba preñada de sentimientos, como siempre que tenía que abordar ese tema tan espinoso—. Si pudiera encontrar los medios para hacerlo, me iría mañana. Haría cualquier cosa con tal de cortar este lazo maldito que me une a Endimión Grimshaw, pero sé que eso no va a suceder. Soy un estúpido si pienso que puedo escapar del control de nuestro amo. Él siempre se ha anticipado a mis planes en todos los sentidos. De manera que lo mejor es seguir adelante sin mirar atrás, sin importar a quienes me lleve en el camino. —Terminó por decir con el tono más razonable que logró dominar, mientras sentía que algo dentro de él se rompía en mil pedazos—. Ya lo entendí, ¿bien?, será mejor que no hablemos más del tema.

Wolfram miró a Jeremiah cara a cara y le ofreció una sonrisa de reconciliación. De nada serviría discutir.

—Tengo tanto derecho a actuar con estupidez como cualquier otra persona que se encuentre en mi situación, así que no me hagas caso —añadió. Esa petición, después de experimentar la mayor ansia de venganza que jamás había sentido, sonó a mentira.

La puerta volvió a ser golpeada con brusquedad.

—¡Está prohibido permanecer en las habitaciones en la hora de la cena! —Les recordó un guardia desde afuera, alertado por el alboroto.

Las miradas de Jeremiah y Wolfram se cruzaron un instante.

—Endimión podrá ser un cretino, pero gracias a él sobrevivimos a nuestra soledad. —Fue lo último que dijo Jeremiah para que Wolfram reflexionara, pero solo sirvió para que se sintiera peor—. No olvides que él nos rescató cuando nadie más nos dio una mano.

Hasta aquel momento, Wolfram aún no había tenido hambre, pero la comida había perdido repentinamente todo su atractivo.

—Jeremy, me siento mal… —dijo débilmente, mientras trataba de concentrarse en respirar para mantener a raya las náuseas. Sin poder más, giró sobre sus talones a toda prisa y se dirigió corriendo al baño.

En el momento en que Wolfram desapareció de vista, la puerta de la habitación se abrió de golpe y el guardia de turno entró con presura.

—¿Qué está haciendo aquí, novato? —reprendió seriamente el guardia—. Ya debería estar en el comedor.

Jeremiah miró de soslayo la puerta del baño, y cuando volvió la vista hacia el superior se limitó a asentir en silencio.

—¿Hay alguien más contigo? —inquirió el guardia de forma tosca.

Dentro del baño, Wolfram cruzaba los dedos para que su compañero no lo delatara. Estaba seguro que terminaría vomitando cualquier alimento que llegara a su estómago.

—No hay nadie más aquí… hablaba conmigo mismo —respondió Jeremiah para su alivio. El guardia gruñó y lo miró recelosamente.

—Te escoltaré hasta el comedor y que no vuelva a suceder, Crumley —advirtió para después indicar la salida.

Jeremiah obedeció a regañadientes, pasando por delante del guarda sin siquiera dirigirle una mirada. El guarda esperó un momento y miró alrededor, pero no encontró nada sospechoso y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Los nervios habían hecho estragos en Wolfram, intentó aliviar las nauseas pero solo produjeron arcadas vacías.

Después de esperar un momento, respiró hondo y salió del baño

Por fin estaba solo, pero un velo de pena parecía envolverlo, cosa que le sorprendió enormemente. La soledad siempre había sido una de sus exigencias principales, se había acostumbrado a ella; ahora, en cambio, se sentía incómodo. Lleno de confusión, pudo ver lo más profundo del abismo, un fondo sin salida.

El corazón debía de latirle a una velocidad de vértigo. Bajó la mirada durante un segundo y al final acabó por explotar, diciendo algo que se había guardado por mucho tiempo.

—Maldito sea mi pasado —Cerró los ojos y apretó los puños desmesuradamente. Parecía un animalillo herido y acorralado—. ¡Maldita sea la deuda de mi vida! ¡Maldita seas, Cecilie! ¡Y tú, Endimión; mentiroso, traidor, canalla, voy a librarme de ti a como dé lugar! ¡Seré el único dueño de mi destino!

Pero ahora sabía que el precio a pagar era demasiado alto. Era una verdadera lástima que Matt no estuviera con él. Necesitaba un consejo, se sentía cansado y confundido, sin ganas de levantarse y salir al exterior. Solo su hermano podía ahuyentar sus más sombríos pensamientos y dar algo de valor al aire que respiraba.

Para empezar, se sentía amenazado e intimidado pero, sobre todo, asustado. Muy asustado de los sentimientos que habían despertado en él tras aquel beso. Lo peor de todo era que a pesar de la intimidad que habían compartido no estaba más cerca de comprender a Yuuri Shibuya, ni de averiguar sus verdaderas intenciones.

Tenía miedo de ser traicionado. No quería sentirse usado. Y para ponerlo todo en contra del Maou, no podía flaquear ahora que había llegado tan lejos. Debía seguir adelante por Jeremiah. Ninguno de los dos estaba tan comprometido como él, y eso inquietaba su conciencia en esta última misión, la más exigente por la deuda contraída.

No sabía qué era lo que le pasaba, él no era así. Jamás había flaqueado, jamás había confiado en las palabras bonitas de los hombres que intentaban cortejarlo, siempre fue lo suficientemente listo para saber que todas sus promesas eran mentiras.

«No puedo permitirme debilidades, y mucho menos ahora —pensó en medio de su confusa situación—. Tengo que concentrarme en mi prioridad, mi objetivo aquí es matar a ese Maou, eliminarlo y desestabilizar su corte. Ese enclenque me es indiferente, mis hormonas no podrán controlarme, seré yo quien las controle a ellas»

Si pudiera mentirse de esa manera, pero ¿cómo iba él mismo a confiar en sus propios sentimientos cuando eran tan confusos y nuevos? No había estado preparado para que todo esto se convirtiese repentinamente en algo tan fuerte que era casi algo vivo.

Wolfram se enfrentaba a una decisión: Cumplir con su trabajo y obedecer a Endimión por última vez, o confiar en Yuuri y en el amor que le ofrecía.

No tardó en darse cuenta de que no tenía mucho tiempo para decidir y encontrar una vía de escape. Las cosas marchaban a una velocidad impresionante.

De repente tocaron la ventana, golpecitos insistentes que llamaron su atención. Wolfram dirigió hacia allí la mirada y vio a un Kotsuhizoku. Extrañado, abrió la ventana y dejó pasar al esqueleto volador, que rápidamente lo saludó con una reverencia y le hizo entrega de la nota que el Maou le había encomendado.

—¿Para mí? —El Kotsuhizoku asintió con la cabeza—. ¿De parte de quien…? —Wolfram se apresuró a leer el contenido de la nota.

Mi hermoso Wolfram, espero con ansiedad nuestro próximo encuentro. Me has dejado con la zozobra de conocer tus verdaderos sentimientos. Con todo mi corazón te suplico que me des una respuesta. ¿Aceptas mis sentimientos o me rechazas?

Te estaré esperando en el mismo lugar.

Tuyo desde el primer momento en que te vi, Yuuri.

—Mío…

Se estremeció.

—Gracias —dijo al Kotsuhizoku, que le dedicó una última reverencia y se marchó tan rápido como había llegado, dejándolo con el corazón acelerado y las mejillas sonrojadas.

Decidió darse un baño rápido y ponerse algo más cómodo antes de que llegara el momento de su encuentro. Mientras el agua se deslizaba delicadamente sobre su cuerpo, una vocecita interna comenzó a martillear su cabeza, planteando la posibilidad de que Yuuri hubiera dicho la verdad sobre sus sentimientos. Quizá sí lo quería para algo más que para tener una relación momentánea, quizás quería ratificarle los deseos que sentía por separarse de su mujer para quedarse con él y hacerlo su Consorte Real, o quizás solamente quería dejarle en claro que quería hacerlo su amante oficial.

Wolfram gruñó al ver el rumbo que tomaban sus pensamientos. Pensar así era arriesgarse a convertirse en el típico amante que escondía la cabeza y aceptaba cualquier ofensa, por injusta que fuera. Y no estaba dispuesto a aceptar eso. Era suficiente con lo que le había permitido hasta el momento, pues cuando Yuuri apareció en su vida, y siendo consciente de sus consecuencias, le había permitido que le robara el corazón.

—Convénceme y hazme confiar en ti, enclenque —dijo en voz alta después de pensarlo mejor, entrecerrando sus ojos cual joyas esmeraldas llenas de expectación.

La baraja estaba echada sobre la mesa. Ahora todo dependía de Yuuri; lo que quería escuchar de él era tan decisivo como para enamorarlo o perderlo para siempre.

 

Continuará.

 

Notas finales:

Bueno…

Vayan sacando sus conclusiones, se los dejo de tarea xD… ¡es broma!, esto fue una de las pocas veces que tocaré el tema de Mathew y su muerte, pero será un personaje importante para Wolfram en todo momento. Además, ¿Por qué solo “parte de la deuda” fue destinada a Wolfy? ¿Quién tiene la otra parte? Ahhh…

A Greta la voy a mandar lejos para que no interfiera :p

En el próximo capítulo habrá lemon. Sí, una limonada para acompañar la lectura porque hace un calor terrible en estos días. Jajajaja!!

Bye, Bye!

Gracias por leer.


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