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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

¡He regresado!

Ha pasado mucho tiempo desde la última  vez que actualicé esta historia. La verdad es que tenía planeado hacerlo desde Mayo, pero surgieron varias situaciones en mi vida que me lo impidieron hasta ahora:

Comencé un nuevo trabajo y me tomó algo de tiempo adaptarme, sobre todo al horario. Si antes no me quedaba tiempo libre, ahora hago milagros para tener tiempo para distracciones. Tambien terminé una relación amorosa hace poco… umm, uno queda sin inspiración con algo así.

Pero mi inspiración esta al 100% ahora.

Por sus comentarios. Saber que siguen esperando por la continuación me llena de motivación. Y pues… no prometo actualizar pronto, pues porque sigo corta de tiempo, pero me siento inspirada, así que no duden que me pondré a escribir cada vez que pueda. ¡Voy a terminar este fanfic a como de lugar!

¡Comenzamos de nuevo y que viva el YUURAM!

En serio… de verdad espero que les guste el capitulo. O.o

El día había terminado y cada miembro de Pacto de Sangre, Noble o lacayo, que había culminado sus labores diarias se disponía a descansar, dejando uno que otro pendiente que seguramente seguiría al día siguiente. Sin embargo, por pacífica que pareciera el ambiente que se respiraba, aquellos asuntos no tenían importancia comparados con las cosas que estaban sucediendo en otro nivel para la realeza.

Esa noche en particular pocos miembros de la Nobleza se reunieron en torno a la mesa, lo que incluyó la extraña ausencia del rey y de la misma reina. Todos se hacían la misma pregunta: ¿Qué estaba pasando entre el rey y la reina?

 

 

La luna estaba preciosa esa noche y muy brillante. Cuando Yuuri había reparado en ella por primera vez, no había podido evitar pensar que era un buen augurio. Ahora, varias horas después, la pálida luna era su única compañera.

Todavía se hallaba sumido en aquel estado de estupor y de inquieta turbación en que cae el alma cuando acaba de lograr lo que por tanto tiempo ha deseado. Impaciente por su esperado encuentro, Yuuri vagó de un lado a otro fuera de sí, parándose para escuchar el sonido de las pisadas, pero nada. Su amado aún no hacía aparición.

«Lo esperaré el tiempo que sea necesario» pensó decidido. Exhaló un largo suspiro y se frotó las manos para darse calor, luego se las metió en los bolsillos de su abrigo. Ni siquiera el frío evitaría que esa noche pudiera ver al chico de sus sueños, y si para eso era necesario buscarlo en cada rincón del castillo, pues así lo haría.

 

 

Capitulo 12

 

Desilusión.

 

 

—44—

 

Izura estaba como clavada en su sitio ante la chimenea. Había dolor en su mirar. Aún seguía helada, sin vida, sin poder sobreponerse, como una estatua de piedra.

En el suelo alfombrado descansaban algunos pañuelos empapados de sangre. La tos seca que a menudo la atacaba lo había provocado. A veces pensaba que se trataba de un castigo enviado por los dioses para ponerla a prueba, otras que eran producto de sus constantes preocupaciones, pero su médico había sido muy claro en su diagnostico y no podía engañarse a sí misma. La realidad era deprimente, y no podía enfrentarla sola.

En su intento por encontrar consuelo, su mente evocó años atrás, cuando Greta era una niña pequeñita y su matrimonio con Yuuri reciente. Quizá no supo valorarla cuando la tenía en las manos, pero la felicidad volvió a llegar a ella cuando menos lo esperaba.

 

 

****OO****

 

 

Yuuri ya estaba en el Templo, por momentos en un silencio incomodo, mostrándose desesperado en otros. La familia y los amigos estaban llegando, demostrando que la boda iba a realizarse de verdad. El padre y la madre de él estaban allí, pero Shinou era conspicuo por su rechazo al enlace. La Sacerdotisa Original no podía explicarse la repentina resistencia del Rey Original cuando lo invocaba para una respuesta definitiva. Y esto reforzaba la convicción de que la boda no debía realizarse. Pese a ello, todo mundo se mostró ciego, sordo y mudo. Nadie puso ninguna otra objeción, parecía ser que sus intereses estaban por encima de la felicidad del Maou.

A Yuuri el corazón se le contrajo de pesar cuando Zaoritsu, monarca de Zuratia, entró al Templo del brazo de la novia. Se oyeron exclamaciones entre la multitud, porque ella estaba hermosa hasta cortar el aliento, con un vestido de seda plateada, bordeado de cantidad de encaje blanco. Una tiara de plata y brillantes sujetaba un velo blanco que por detrás caía casi hasta el suelo, pero que no le cubría el rostro porque ella se estaba casando por segunda vez.

Izura permaneció varios minutos a la entrada del Templo, enfrentando a Yuuri en el fondo del corredor. Él no podía verle la cara o los ojos y esperó, conteniendo el aliento, deseando que ella se diera la vuelta y huyera.

Pero ella no lo hizo; puso la mano en el brazo de su padre y empezó la lenta caminata por el centro del Templo hacia el altar. Yuuri comprendió que la culpa no era de ella, pues también era víctima de su linaje. Sin embargo, una ira mordaz pero controlada se apoderó de él cuando miró de soslayo a quienes los acompañaban. Por el capricho de unos Nobles se veía obligado a casarse con alguien que no amaba.

La ceremonia dio comienzo tan rápido que apenas logró concentrarse, y tras el típico sermón, llegó el momento decisivo: El intercambio de votos.

Yuuri se contuvo antes decir las palabras que podía cambiarle la vida para siempre. Iba a negarse pero, de repente, su vista se deleitó con una nenita que dormía en los brazos de la doncella que la cuidaba. Y entonces su bondad se reafirmó tercamente. No pudo evitar sentir ternura por Greta. Supo lo injusto que era que una niña tan pequeña no tuviera una figura paternal a la cual acudir cuando lo necesitara. Se dejó seducir por la idea de ser él quien le brindara aquella protección.

Quizá nunca podría ser el mejor marido para Izura, pero sí podía ser el mejor padre para esa criatura inocente.

—Sí, acepto —contestó.

Los ojos de su prometida se agrandaron, y lo miró como para comprobar si había oído correctamente.

—Izura, princesa de Zuratia, acepta usted a Su Majestad Yuuri Shibuya, para amarlo y respetarlo, en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe —prosiguió Ulrike solemnemente, e Izura miró a la sacerdotisa como sacada de un largo letargo.

—S-Sí… acepto…

Y con aquella respuesta, fue un beso lo que selló el intercambio de sus votos.

A ella el gozo no le cabía en el pecho. La esperanza tomó un nuevo significado. Yuuri había demostrado que era un hombre de palabra y seguramente la iba a hacer muy feliz.

Izura se sentía sola y triste desde que su primer esposo había muerto, y encontrar de nuevo esa protección, que solo una pareja podía dar, era agradable. Claro, apenas se conocían, no habían tenido suficiente tiempo para interactuar, pero el amor vendría después. Su difunta madre solía decir que para los plebeyos, el matrimonio era una decisión libre de cada persona pero, en la realeza, a menudo era una cuestión de intereses políticos. Solo había que armarse de paciencia y ser una persona mejor cada día.

«Estaremos juntos hasta que la muerte nos separe…» —pensó, emocionada.

 

 

Durante varios días transcurridos desde el día de la boda, se había repetido una costumbre en los aposentos reales: De noche, sola en la habitación, Izura deambulaba sin descanso o se mantenía sentada en la cama, echando de menos su tierra, sintiéndose nostálgica y desesperada.

La ansiedad de Izura alcanzaba su punto alto apenas intuía la llegada de su esposo. Le castañeteaban los dientes al pensar en el momento en que Yuuri decidiera hacerle por fin lo que los maridos hacían a sus mujeres. Se tumbaba en la cama hecha un manojo de nervios, mientras él se acostaba a su lado sin cumplir con su deber.

Una voz interior trataba de tranquilizarla con palabras de consuelo bienintencionadas, pero faltas de validez: «Llegará el momento. Solo ten paciencia, Izura. Seguro que tendrás muchas otras oportunidades cuando él se enamore de ti»

 

Y así pasaron los días.

 

Era una mañana maravillosa para despertarse e Izura se desperezó lentamente como una gata. A partir de ahora, todo cambiaría. Sus mejillas permanecían enrojecidas al recordar los acontecimientos de la noche anterior. La unión se había consumado después de largos meses de espera. Desde aquel instante, ya no era la viuda rechazada. Era una mujer por fin bendecida por el destino.

Izura se sentó despacio en el borde de la cama, luego se acercó a la ventana y la abrió de par en par sin importarle su desnudez. Fuera trinaban los pajarillos y acababa de salir el sol resplandeciente. Todo era perfecto, salvo por un detalle ¿En dónde estaba su esposo?

De repente, un coro de risas llegó a sus oídos. Izura reconocía perfectamente a los dueños de éstas; se trataba de su esposo y su hija, por lo que también sonrió.

Se levantó al fin para tomar un baño, se vistió y salió de la habitación con la cabeza bien en alto. Quería que todos notaran que la reina era feliz, que por fin, después de tanto tiempo, su matrimonio tenía un camino por el que seguir.

 

—¡Vamos, arriba! —Yuuri cogió en brazos a su hija adoptiva, que no paraba de reír, y la abrazó fuertemente hasta que la risa se convirtió en leves quejidos.

—Me aprietas fuerte, papi —advirtió Greta, rodeando con sus pequeños bracitos el cuello del hombre que consideraba como su verdadero padre.

—¡Es que eres la niña más hermosa del mundo! —repuso Yuuri, meciéndola entre risas. La amaba, amaba a esa pequeña como si fuera sangre de su sangre y así la consentía—. ¿Y quién es mi princesa hermosa?, ¿la que yo mas quiero? —preguntó mimoso.

—¿Yo?

—Sí, tu lo eres —constató él y le dio un beso en la frente. Un segundo después, padre e hija correteaban en medio del jardín, jugando a «atrápame si puedes». Al cabo de un rato, los dos descansaban agotados sobre el césped, hasta que Greta se levantó de un salto.

—¡Mami!

Fue el turno de Yuuri para levantarse.

—Hola, mi chiquita —respondió Izura, moviendo los dedos a modo de saludo.

Le faltaba un poco de trayecto para llegar hasta ellos, pero la distancia no impidió que ella notara la encantadora sonrisa que le dedicó su esposo. La última vez que lo había visto sonreír fue cuando Greta le dijo «Papá» por primera vez.

Con aquella misma actitud, Yuuri se acuclilló cerca de un rosal y retiró cuidadosamente unas rosas. Los rosales habían florecido con insólita belleza aquella primavera. Tras asegurarse de quitarles las espinas, le pasó el ramo de rosas a Greta y le pidió que se las entregara a su madre.

Dándose cuenta, Izura apremió el paso y llegó hasta su hija casi corriendo. Se diría que los pies fueron flotando por encima de la hierba y, cuando llegó, recibió el precioso ramo con una sonrisa en los labios.

—Gracias, son hermosas.

—No tan hermosas como tú —declaró Yuuri, besándole la mano. Conocía a su mujer lo suficiente como para saber que los halagos solían ponerla de buen humor.

—Dime que esto no es un sueño —pidió ella tras recuperarse de unos segundos de estupefacción, observándolo de pies a cabeza. Él le sonrió.

—Tú y yo debemos hacer que esto funcione —dijo Yuuri, para luego dar un paso hacia su esposa, que tenía los ojos vidriosos, a punto de llorar—. Nunca hemos tenido la oportunidad de conocernos bien, ¿verdad? —En efecto, Izura había empezado a gustarle un poco más. Pasaba la mayor parte del tiempo tranquila y a él eso le parecía muy agradable—. Prometo poner de mi parte. —expresó y miró a lo lejos, en el lugar donde su hija jugaba persiguiendo mariposas—. Por ella… por nosotros...

Pero en el fondo, Yuuri sabía que se estaba engañando a sí mismo. Sería cuestión de tiempo para que su inconsciente buscara desesperadamente al amor verdadero, con el que había soñado un par de veces. Sin embargo, otra parte de él, la parte bondadosa, luego de varios meses de estar unido a Izura por medio del matrimonio, y tras convivir con Greta como padre e hija, había empezado a hacerse a la idea de que estaría con ellas hasta su último aliento de vida y, además, debía proteger el honor de aquella mujer, que le había demostrado que lo amaba sin medida, a través de su paciencia y dedicación.

—Que así sea… ¡Nada me haría más feliz, Yuuri! —respondió Izura. En ese momento se sentía extrañamente tranquila, como flotando en el aire por encima de los demás y estuviese contemplando la escena desde lo alto del cielo.

Por fin la paciencia había cosechado sus frutos. Le alegraba que, finalmente, su esposo saliera del caparazón que lo envolvía, pues siempre supo que Yuuri la amaba desde antes que esta prueba de amor, aunque hasta entonces lo había demostrado con frialdad, sin pasión ni espontaneidad.

Para ella, todo iba cuesta arriba, y el ramo de rosas que sostenía en sus brazos en esos momentos era una prueba más de la felicidad que le esperaba.

—Desde que te conocí quise desposarte, que nuestra unión fuera venturosa, que… que en ella hubiera la comprensión y cariño que perdí hace años y nunca creí recuperar. ¿Es tanta la felicidad que me espera junto a ti, Yuuri?, ¿o es tan solo un espejismo?

—Me pregunto lo mismo a cada momento —respondió Yuuri con melancolía. Luego recorrió los pocos pasos que lo separaban de ella y la abrazó.

Izura se relajó y se dejó mimar por su amado esposo. Yuuri le acarició el pelo mientras un llanto de felicidad comenzaba en ella.

Cuando sintió un beso en la cabeza, Izura sonrió a Yuuri. Y él le devolvió la sonrisa. En aquel instante, la vida era perfecta.

 

 

El tiempo pasó, y en Yuuri se había operado un cambio desde aquel día. La mayoría de las noches, cuando llegaba a la habitación real, ya casi no hablaba. Se bañaba, leía un libro y se acostaba. A veces, cuando Izura se mostraba demasiado insistente, tenían un coito breve y cada vez menos apasionado.

Los años transcurrieron con rapidez, una característica muy particular de aquel mundo, y así se cumplieron cincuenta años. La relación conyugal entre Yuuri e Izura era inexistente.

De vez en cuando tenían paseos por el pueblo como antes, pero Yuuri caminaba deprisa y siempre unos pasos por delante de ella, sin hablar, sin prestar atención a su esposa, que casi tenía que correr para no quedarse atrás; asimismo, durante las reuniones políticas y fiestas reales, se mantenían alejados el uno del otro y nunca bailaban como las demás parejas de su círculo social, limitándose cada uno a charlar con los demás invitados.

Hasta que llegó el día en que Izura, cansada de los desplantes de su marido, le cuestionó a este acerca de su cambio. Y con los ojos llenos de lágrimas le pidió sinceridad, que le dijera de una buena vez qué estaba haciendo mal para que la rechazara tanto. Yuuri se sintió terrible. Ella no era la del problema, sino él. Le había sido infiel.

 

Para Izura, el mundo se vino abajo.

 

Frente a ella tenía a Solly y otras dos de sus doncellas, arreglando la cama y echando fuego en la chimenea para mantener el calor. La mujer pelirroja que se había presentado como la esposa del General Voltaire, Anissina von Karbelnikoff, estaba también ayudando a prepararle la habitación que ocuparía a partir de aquel momento. Izura estaba sentada en un sillón enfrente de la chimenea, con los ojos fijos en el fuego.

Solly sirvió un poco de té y dejó la taza delante de la reina, que no dejaba de dar vueltas a la alianza en su dedo, con expresión dolida e impotente.

—Esto la ayudará a dormir, Majestad —comentó. Luego siguió en lo suyo.

—¿Estás cómoda en tu nueva habitación, querida? —preguntó Anissina, a quien su marido le había encomendado desesperadamente que se encargara de aminorar la gravedad de la pelea marital—. Lo único que queremos es que estés a gusto. Esta... experiencia debe ser terrible para ti. Muy difícil.

Las doncellas asintieron a las palabras de Lady von Karbelnikoff. Izura pudo ver sus frentes arrugadas, sus leves sonrisas comprensivas, sus miradas llenas de compasión. Notaba un desagradable sabor de boca. Bebió un poco de té.

—Esperamos que los problemas con Su Majestad Yuuri se arreglen pronto —agregó la inventora—. Rezo para que así sea.

Izura advirtió entonces un intercambio de miradas entre las mujeres que estaban detrás de Anissina. La lástima no era algo que deseaba inspirar en sus criadas. Lo único que podía hacer en una situación como esa era responder con la dignidad que le quedaba.

—Ya lo hemos arreglado —mintió—. ¿De qué se sorprenden ustedes?, que un hombre busque ciertas distracciones en otras mujeres es algo habitual en nuestra sociedad. Otros lo hacen ¿Por qué él no? Y no solo los reyes, los Nobles también tienen amantes para sus necesidades físicas y esposas para darles herederos. Incluso los campesinos las tienen.

—Querida, no tienes que…

—Mi esposo se mostró muy arrepentido por su desliz y yo ya lo perdoné —interrumpió rápidamente Izura a la réplica de Anissina—. Pobrecito, me suplicó de rodillas que no abandonara estas tierras, que ya considero como mi único hogar.

Izura notó que la tensión se desvanecía tras esas palabras.

—Tendremos habitaciones separadas para gozar de un espacio privado —adujo—. Es algo totalmente normal. Mi esposo visitará mis aposentos por las noches. Es algo nuevo y muy romántico.

—Como tú digas… —murmuró Anissina tras emitir un largo suspiro. Izura se sintió atacada por ella.

—Yo que tu, Anissina, me preocuparía más por resolver mis propios problemas que por los de los demás —contraatacó—. Debes tener en cuenta, que cuando un hombre decide contraer matrimonio es únicamente para una cosa: Tener descendencia. Algo que tú no le has dado a tu marido.

Anissina abrió la boca para defenderse ante aquel comentario, pero de ella sólo salió un único gruñido, pues los profundos e incisivos ojos verdes que estaban clavados en ella se lo impidieron. Podría haberle dicho que no necesitaba sus consejos, porque Gwendal no tenía intención de criar niños todavía, pero no lo hizo.

—Será mejor que me retire a mis aposentos, estoy muy cansada —terminó diciendo con voz seca, tragándose el orgullo—. Buenas noches, querida.

Izura miró fijamente a Anissina. El corazón le dolía porque había lastimado a la única amiga que tenía en el reino por una estupidez. Ella solo intentaba animarla un poco.

—Que descanses, Anissina.

Pero Anissina no la miraba. Estaba con la vista clavada en el suelo, mordiéndose el labio inferior, disgustada. Finalmente, le dedicó una reverencia y se marchó.

 

 

****OO****

 

 

Tras aquellos recuerdos, Izura salió del transe. Su consciencia regresó a su control con prontitud, de súbito, sintiendo como si abriera los ojos de una pesadilla.

La pena no dejaba de acecharla. Sólo tenía que recordar las últimas palabras de Yuuri para que volviera a desatarse.

«Juro que hice hasta lo imposible por hacerte feliz, pero no puedo elegir a quién amar. Y sé también que soy un farsante, un hipócrita, que no tengo perdón, pero quiero que entiendas que esto no es ningún capricho. He intentado actuar de acuerdo a lo que se suponía que debía sentir, sin embargo, por más que trataba de mirarte con los ojos de un marido enamorado de su esposa, sinceramente he fracasado»

En efecto, lo había intentado y todo marchó bien durante un tiempo. Lo notaba por el modo en que la miraba, cuando la miraba. Había empezado a amarla. Y cuando por fin se cumplía su sueño, Izura se sintió arrollada por la desgracia. Yuuri empezó a compartir sus labios con otra, su calor con otra, su cama con otra, e incluso, sus atenciones con otra.

Todo por culpa de Conrad Weller. ¡Cómo odiaba a esos hombres asquerosos, sin refinamiento ni linaje! No tenían ningún derecho a permanecer cerca de la realeza con su sucia sangre, envenenando sus pensamientos y corrompiendo sus actos. Izura veía claramente las narices de él en todo este asunto.

Pero jamás se daría por vencida. Si su esposo intentó amarla una vez, lo haría intentarlo de nuevo. Yuuri sería suyo, por mucho tiempo que le llevara conseguirlo. Porque ya había superado lo más duro, y de ninguna manera se iba a echar para atrás ahora. Porque lo necesitaba a su lado para seguir adelante.

En eso pensaba cuando notó que alguien entraba y se movía de un lado a otro de la habitación real. Se trataba de Solly, que traía una gran bandeja con tapa. Su olfato reconoció el aroma del ciervo asado, pan recién horneado y mantequilla.

La muchacha echó una ojeada a la habitación para comprobar que todo estaba en orden y luego se acercó al sillón frente a la chimenea, donde reposaba su señora, y puso la bandeja sobre una mesita.

—Le he traído la cena, Majestad —anunció la doncella con voz firme mientras se encargaba de atar las cortinas de la ventana para dejar entrar un poco de aire fresco. Cuando se dio la vuelta de nuevo, vio algo que la aterró—. ¡¿Qué…?! —Se tapo la boca para no gritar y se aproximó rápidamente a la reina—. Izura-sama, ha tenido otro ataque… —Solly se hincó para recoger los paños ensangrentados, con temblor en el cuerpo. Solamente la suave mano de su señora sobre su hombro logró devolverle la compostura.

—No ha sido grave —la calmó Izura—. Rápido, ve a la cocina y tráeme una infusión de menta y eucalipto en un recipiente grande.

—Como usted ordene, Majestad —asintió Solly con lágrimas en los ojos.

—Y recuerda, de esto ni una palabra —advirtió Izura como tanta veces, a lo que Solly ya no respondió.

Minutos después, Izura estaba sentada frente al vapor aromatizado. La castaña tenía una toalla sobre la cabeza y estaba empapada en sudor.

—¿Está segura de que este remedio le hace bien, Majestad? —le preguntó Solly mientras agitaba la mano frente a su cara para disipar una nube de vapor.

—Me siento absolutamente desgraciada —respondió Izura con tristeza. Luego apoyó los codos sobre las rodillas y escondió la cara entre las manos, en un gesto angustiado—. No hay muchas cosas que me pueda hacer sentir mejor.

—Majestad, si yo pudiera hacer algo para ayudarla…

—Sí, sí puedes. Cumple con tu deber —interrumpió Izura a su doncella mientras se volvía a incorporar. Su voz tenía un matiz acusatorio.

Solly no se atrevió a mirarla a la cara y tampoco contestó.

—Ya debes tener una pista de quien es la nueva puta del rey —Izura tosió—. Dímelo, no te quedes callada —exigió y lanzó a Solly una mirada tan dura como una patada en la cabeza con una punta de acero—. ¿Aún no tienes nada?

—No mucho —admitió la muchacha con un escalofrío. Miró a las reina observándola desde su sitio, con aquella atmósfera sofocante en la que se respiraba su desaprobación.

—¿Qué dices?

—Sé que no es ninguna de mis compañeras —añadió Solly con seriedad—. He hablado con cada una de ellas minuciosamente y ninguna lo ha confesado. Además, las he seguido muy de cerca y ninguna ha hecho algo sospechoso.

—Entonces es una Noble… —señaló Izura en voz alta, preocupada—. ¿Con quién me estas engañando esta vez, Yuuri?... —dijo a su vez, como hablando para sí.

—Mi señora, se me ha hecho muy difícil investigar porque que el rey no se ha dejado ver en semanas —agregó la muchacha—. A lo mejor y es alguien que no es de este mundo sino del otro, de donde él proviene.

El vuelco que le dio a Izura el corazón fue tan doloroso como una puñalada.

—Tal vez… —replicó en un hilo de voz. «Quizás por eso Yuuri quiere hacer de esa su amante oficial, para darle una cálida bienvenida» pensó Izura, y enseguida sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos horrorosos. Una parte de ella le hacía pensar que el destino simplemente le estaba dando una prueba que tenía que superar.

—¿Majestad?…

La voz de Solly la trajo de nuevo a la realidad. Izura miró a su doncella e hizo un bosquejo de sonrisa, ya más tranquila y sosegada.

—Gracias y buen trabajo, Solly.

—Estoy a sus órdenes, Majestad —se apresuró a decir Solly casi con vehemencia, y avanzó un paso. Parecía aliviada—. ¿Su Majestad desea algo más? —preguntó solícita.

—Ayúdame —respondió Izura y se levantó con esfuerzo del sillón. La doncella la ayudó a ponerse la bata. Cuando estuvieron frente a frente, Izura apretó a Solly de los hombros con una mirada cargada de angustia—. Cualquier cosa, no dudes en informarme.

—No dude que lo haré.

En ese momento, llamaron a la puerta.

—Izura… —habló Anissina desde el pasillo—. Soy yo, Anissina. ¿Puedo entrar?

Solly abrió la puerta enseguida y la saludó con una respetuosa reverencia.

—Milady.

—Buenas noches —saludó Anissina al tiempo que entraba a la habitación.

No había ni recorrido la mitad de trayecto hasta donde se encontraba la reina, cuando fue ella misma quien salió a su encuentro y se arrojó a sus brazos.

Con la misma rapidez, la pelirroja la atrapó.

—Has llegado justo en el momento adecuado —sollozó Izura. Anissina sintió que la pobre mujer temblaba en su regazo—. Necesito conversar con una amiga. Tengo el corazón en el puño, hasta siento nauseas. Y lo peor es que no puedo hacer nada para remediarlo.

—Maou Yuuri —adivinó Anissina.

—Sé que no debería mostrar así mis sentimientos, pero…

—Desahógate conmigo. —La pelirroja la tomó de las manos y se las apretó con fuerza para infundirle confianza.

—Necesito quitarme este peso de encima. Nunca me pasó por la cabeza que una infidelidad me iba a doler tanto como esta.

—¿Tan mal está?

—Muy mal. —Izura condujo a Anissina a un sofá y la hizo sentar sobre él, poniéndose ella a su lado. Luego echó una rápida mirada a Solly—. Preferiría que esto no saliera de nosotras tres.

—Te doy mi palabra de honor —respondió Anissina de inmediato. No fue necesario que Solly le expresara con palabras que guardaría silencio.

—He sentido este dolor muchas veces, pero esto va más allá de lo que puedo soportar —se sinceró Izura, notando que un nudo se le formaba en la garganta—. Es como si me ahogara. No estoy acostumbrada a estar por debajo de nadie.

—¿Por debajo?, ¿de quién? —inquirió Anissina, arrugando el ceño.

—De una amante oficial —Izura comenzó a sollozar e, incapaz de contener el llanto, dejó que éste fluyera libremente. Anissina esbozó una mueca con expresión indignada.

—Deberías dejarlo.

—¡Dejarlo jamás! —respondió Izura de inmediato—. Yo necesito tenerlo cerca, lo necesito tanto como respirar.

—Nunca terminaré de entender ese amor que le profesas.

—Ni yo —confesó Izura. Luego respiró profundamente e intentó tranquilizarse para pensarlo mejor—. Sólo sé que lo amo más que a nada en este mundo.

—Izura… —murmuró Anissina, mirándola compasivamente—. No te derrumbes, tal vez le considere un entretenimiento de una noche, un amante al que desechará cuando se dé cuenta de lo inconveniente que es tenerle cerca, como todas las demás.

—La culpa la tiene esa zorra, quienquiera que sea —espetó Izura, enojada de repente, y apretando los puños sobre sus piernas—.  Ojalá pudiera averiguar qué es lo que quiere.

—De cualquier forma, nunca estarás por debajo de nadie —expuso Anissina en un intento por consolarla—. Eres la única y legítima esposa del rey.

Izura no respondió. La miró con una extraña angustia; en todos los años que había pasado con ella jamás la había visto así.

—Debes ser fuerte —añadió Anissina, y la abrazó—. Cuando menos te des cuenta ya todo se habrá terminado y esto quedará como una horrible pesadilla.

 

 

—45—

 

 

La noche fue avanzando, interminable a criterio de Yuuri. Una densa niebla envolvía los helechos y los arbustos de aquella parte del jardín, donde había una discreta glorieta bajo las extensas ramas de un enorme manzano.

—No me lo puedo creer. Está caminando de un lado a otro. El siempre apacible Maou caminando impaciente de un lado a otro.

Yuuri dio un respingo al oír la voz.

—¡Wolf! —susurró, intentando ocultar su emoción al verlo—. ¿Qué ha sucedido?

—He tardado un poco más de lo que imaginaba en atravesar el jardín sin ser descubierto por los guardias —respondió el doncel, dejando ver su figura encapuchada—. Se esmeran demasiado en proteger a su rey enclenque.

La capucha cayó hacia atrás y la luz de luna dejó al descubierto una melena tan rubia que parecía de oro y el bello rostro del que él se había enamorado. Yuuri lo contempló con adoración. Estaba tan guapo, todo él era una obra de arte digna de admirar, aunque fue la última palabra que salió de sus labios lo que llamó más su atención.

—¿Enclenque? —repitió, luciendo estupefacto. Nadie nunca se había atrevido a insultar al Maou de esa manera.

Wolfram esbozó una sonrisa traviesa y descubrió que el Maou también sonreía. En ese momento lo contempló silenciosamente mientras se preguntaba cómo podía tratar de odiarlo y al mismo tiempo no poder impedir que todo su cuerpo temblara ante la sola idea de sus besos.

Sin esperar más, Yuuri se le acercó y le acarició la mejilla. Wolfram cerró los párpados unos instantes, sintiendo el calor en su piel a medida que la caricia continuaba. En lugar de querer escapar, sintió que lo que deseaba era abrazarlo. Yuuri lo estrechó en sus brazos en un movimiento rápido, cumpliendo así su deseo. Luego escondió el rostro en la curva de su cuello e inhaló profundamente.

—Me haces esperar toda la noche y encima me llamas enclenque —le reclamó con la voz ronca de excitación. La frescura de su piel aterciopelada y el aroma a lavanda que se había impregnado en Wolfram tras su reciente baño, desataron en Yuuri un deseo imperioso de probar la dulzura de sus besos—. Merezco una compensación por tal agravio —añadió a medida que alzaba la mano de Wolfram hasta sus labios y la besaba suavemente.

—¿Me va a castigar por ser sincero? —preguntó Wolfram con cierto aire de burla y coqueteo al mismo tiempo—. Yo solo digo la verdad.

El Maou se echó a reír. Levantó la mano para retirarle de la cara unos mechones rebeldes de cabello dorado y el roce de su mano hizo estremecer a Wolfram.

—Wolf, otros pasan la noche en una mazmorra por menos que eso —le advirtió, pero sin una pizca de enojo.

Yuuri estrechó a Wolfram aún más contra su cuerpo, hasta que su boca estuvo a pocos centímetros de la suya. Sus alientos se mezclaron, y Wolfram tembló ligeramente porque deseaba ese contacto.

—Umm, ¿Qué podría darle a cambio de su perdón? —ronroneó Wolfram, ignorando aquella molesta vocecilla que le decía que estaba perdiendo la cordura.

La respuesta estuvo en el beso ardiente de los labios que se posaron sobre su boca y en el cuerpo esbelto y joven que se fundió contra él. Wolfram no intentó resistirse a aquella boca voraz, suponiendo que era justo que lo hiciera.

Sus labios comenzaron una danza de la cual solo ellos conocían los movimientos. Yuuri no pensaba en nada más que detener el tiempo en ese instante. Le mordió suavemente el labio inferior para deslizarle la lengua en la boca y sacó todo el provecho que pudo para explorarla toda. Wolfram separó los labios con un suave y ronco gemido, pues incapaz de resistirse, éstos se tornaron suaves y complacientes al ritmo de los de Yuuri.

El beso de fue largo; con profundo asombro, Wolfram se dio cuenta de que Yuuri le enseñaba, pues le dominaba, le atraía, le brindaba una larga sucesión de besos bien probados, bien colocados, cada uno distinto del siguiente.

—Wolf… te quiero —susurraba el monarca mientras besaba a su amado con devoción—. Te quiero. ¡Amor mío, cuánto tiempo te he esperado!

«Y yo… » —pensó Wolfram, pero no pudo completar la frase. De repente, lo agarró por los hombros y lo apartó de él.

Yuuri clavó su mirada en los ojos de Wolfram, preguntándose qué sucedía. El silencio sólo era interrumpido por la agitada respiración de ambos.

Wolfram se tambaleó un poco. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué había hecho? ¿Acaso había perdido la cabeza? Se quedó mirando a Yuuri fijamente mientras intentaba recuperar el aliento. Esos ojos oscuros y pícaros, esa boca astuta... Lo había olvidado. Había olvidado quién era Yuuri Shibuya. Lo había olvidado todo a excepción de esa sensación de placer absoluto y deseo pecaminoso que provocaba en él.

—Ya es suficiente —susurró, rogando para que su voz sonara firme.

—Lo siento… no debí dejarme llevar… —se disculpó Yuuri de inmediato con sentido remordimiento ante el rechazo de Wolfram.

—Soy tan culpable como usted, Majestad, no es necesario que se disculpe. —El joven doncel hizo una reverencia formal.

—Por favor, Wolf —dijo Yuuri con un tono de tristeza en la voz—, no hagas eso. Ya recibo bastantes reverencias allí —y señaló hacia el castillo—. Y no me llames así. ¿Cuántas veces debo decirte que mi nombre es Yuuri?

—No creo que sea correcto eso que me pide —insistió Wolfram muy serio—. Todo mundo debe tener en cuenta su lugar.

Yuuri lo miró con una inquietud creciente. Wolfram se estaba distanciando justo en el momento en el que parecía estar más cerca de él. Su rostro reflejaba una dignidad imperturbable, misma que lo había enamorado desde la primera vez. Y aquello hizo que lo deseara aún más, incluso con su delicado temperamento.

—Ya, pero eso se puede arreglar ahora mismo. —Le atrapó las mejillas y comenzó a acariciárselas con ternura—. Tengo una propuesta que hacerte. Si te complace convertirte en mi leal amante, amigo y compañero, prometo tomarte como mi único amante. Nunca más mostraré afecto por otra persona. —Lo miró intensamente, y añadió—: Si aceptas convertirte en mi amante oficial, prometo entregarme solo a ti.

En vez de sentirse feliz con semejante propuesta, Wolfram sintió que su mundo se desmoronaba y clamó a toda su fuerza de voluntad para lograr fingir un poco de aplomo.

El atractivo rey con el que se había ilusionado, había hecho exactamente lo que se esperaba de él. Yuuri Shibuya no quería una relación seria, le bastaba con alguien que quisiera acostarse con él de vez en cuando. Le consideraba meramente como una distracción sexual. Jeremiah tenía toda la razón en lo que había dicho.

—Su amante oficial… —repitió con repugnancia.

—Sí, y tendrás todo lo que necesites, todo lo que desees, todo lo que esté a mi alcance para darte será tuyo con tan solo pedirlo —insistió Yuuri decidido a convencerlo, pero sucedió algo que le hizo detenerse. Wolfram no sonreía como lo esperaba. De hecho, su expresión era dura, casi severa—. ¿Qué sucede, amor mío?

—¿Qué es lo que yo he hecho para merecer que me trate de esta manera?

Le habló con tanta formalidad, con tanta frialdad y con tanta desilusión, que Yuuri se quedó de piedra y, cuando por fin consiguió reaccionar, intentó abrazarlo, pero Wolfram se apresuró a distanciarse de él. Yuuri se sentía completamente impotente.

—¿Qué? ¿Qué falta he cometido? —preguntó lleno de ansiedad.

—Es inútil, dejémoslo así —Wolfram se dio la vuelta para que Yuuri no pudiera ver las lágrimas de desprecio que brotaban de sus ojos—. No podría entenderme.

—No. Dime —Yuuri se había plantado frente a Wolfram. Prefería suplicar toda la noche antes que abandonar la partida—. ¿En qué te he ofendido?

—Me he dado cuenta de que he sido un iluso. —A Wolfram se le escapó una lágrima que se enjugó rápidamente. Detestaba la debilidad que lo empujaba a llorar—. Claro, ''El Maou de Shin Makoku y un soldado que además es huérfano'' suena tan ridículo —añadió con cierto sarcasmo, pero también con un pesar profundo en el corazón—. Pero yo jamás caeré en su juego. Tengo amor propio ¿sabe?, y auto respeto. He intentado mantener mi virtud intacta a pesar de las penurias que he vivido. Me he resistido a hombres más grandes y fuertes que usted para mantenerme puro. ¿Cree que me deshonraría a mí mismo a cambio de la vida de lujos que usted me ofrece? plebeyo o no, huérfano o no, no soy ningún títere que abra las piernas ante cualquiera.

—¡Perdóname, por favor! —pidió Yuuri, agarrándolo por los hombros—. Mi vida no es tan fácil como parece. Debo comportarme como un rey antes que como individuo, dejando al lado mis propios deseos por el bien de mi reino.

Un velo de frialdad envolvió a Wolfram. Su cerebro estaba como en medio de la niebla. No parecía querer entender lo que Yuuri le estaba diciendo.

—¿Va a decirme que no es feliz con su esposa, que en mí encontró al verdadero amor? ¡Por favor, otros me han contado historias similares! —le restregó en la cara, mirándolo duramente de pies a cabeza

—Yo no sé si esos otros mintieron, yo no lo hago —alegó Yuuri con voz agitada—. ¿Sabes que es un matrimonio infeliz?

—¿Uno en el que se orilla a la pareja a ser infiel, a buscar consuelo en otros brazos que no sean los de su pareja? —Wolfram soltó un bufido de incredulidad—. Ya conocemos el final de la historia, nada haremos con palabras que no llevan a nada.

Con aquellas palabras tan contundentes, sin decir más, Wolfram se dio la media vuelta para marcharse del lugar.

Yuuri supo entonces que estaba perdiendo al amor de su vida por cobarde. Un momento y se alejaría, un momento y sería demasiado tarde…

—¡Aún quedan hombres sinceros, Wolfram! —gritó desesperadamente.

Con cierta desgana, Wolfram se volvió para mirarlo a la cara.

—Tiene razón —respondió con desdén—. Todavía quedan algunos hombres sinceros en los que se puede confiar, hombres con principios que tienen muy claro que su posición no les da derecho a hacer lo que les plazca. Algún día, conoceré a uno de ellos, a un hombre que me respete por lo que soy y que me haga feliz. ¡Y ese no es usted!

Se miraron. De pronto parecía que no tenían nada más que decirse; y la distancia entre ellos se hacía cada vez más grande.

Wolfram entrecerró los ojos y meneó la cabeza lentamente, manteniéndose firme. Si daba marcha atrás en ese momento, no le quedaría más alternativa que aceptar la propuesta del rey. Y aquello era el equivalente a traicionarse a sí mismo, algo que no iba a permitir. Era mejor marcharse con la cabeza alta y el orgullo intacto.

—Con permiso, Majestad…

—¡No! ¡Espera!

En un movimiento que a Wolfram no le dio tiempo de interceptar, Yuuri lo agarró de la mano y lo besó intensamente, con todo el sentimiento que fue capaz.

El beso fue fiero: una mezcla de pasión, exaltación y deseo.

Durante un momento, Wolfram permaneció dócil ante Yuuri, incapaz de salir a la superficie desde una oscuridad rebosante de calor y deseo. Su voluntad ya no le pertenecía; estaba indefenso y asombrado.

—Acéptame porque me deseas —musitó Yuuri mientras bajaba hasta su cuello—. Puesto que ésa es la verdad.

Era verdad. Estaba completamente atrapado en las redes del Maou. Lo quería más que ninguna otra persona en el mundo, más que a su misma alma, y la intensidad de su necesitad le asustaba mortalmente.

—Ríndete.

—No… —alcanzó a responder el doncel antes de que sus labios volvieran a ser tomados con avidez.

Los dedos de Wolfram se enredaron en su pelo espeso y negro como la medianoche con la intención de tirar de su cabeza hacia atrás, pero su fuerza de voluntad no era lo suficientemente fuerte para poder hacerlo. 

—Se mío, por favor.

Una oleada de indignación que le resultó familiar invadió a Wolfram.

—¡No! ¡No haré esto! —Por fin consiguió escapar de su mágico y oscuro deseo—. ¡No de esta manera! —Todavía apresado por los brazos ajenos, comenzó a golpear su pecho con puños impotentes. Y como esto no fue suficiente, alzó una mano y le abofeteó con todas sus fuerzas—. ¡Sepa usted, que hacen falta más que palabras bonitas para llevarme a la cama! ¡Mi dignidad nunca será superada por un impulso! —espetó con decisión, para luego girar sobre sus talones y echar a correr hacia el castillo.

Yuuri permaneció inmóvil y aturdido por la cachetada durante un breve momento. En el fondo sabía que se lo había merecido. Avergonzado de sí mismo, se dio cuenta de que Wolfram lo había puesto a prueba y que no la había superado.

Wolfram no se merecía la indignante posición de amante; lo supo desde que lo vio por primera vez, tras conocerlo mejor lo había comprobado. Era un doncel, y como tal, debía mantener intacta su pureza. De ninguna manera se parecía a las otras amantes, con las cuales un regalo extravagante era suficiente para tenerlas a sus pies.

¡¿Y hasta ahora se daba cuenta?!

¡Idiota!

¡Idiota!

¡Idiota!

Había dañado a la persona que amaba, había hecho que sus esperanzas y sus sueños cayeran como castillos en el aire. Le había roto el corazón.

Enfadado consigo mismo, Yuuri gruñó, con furia, desdén y odio a sí mismo. Luego se secó las lágrimas saladas que caían por sus ojos. En ese instante comprendió que lo había arruinado todo.

Yuuri se maldecía a sí mismo de todas las maneras posibles por haber perdido el control de sus acciones, de sus pensamientos, incluso de sus estrategias y de sus planes. Si hubiese seguido su plan inicial nada de esto habría sucedido. Tenía planeado separarse de Izura por las vías legales y luego casarse con Wolfram. Era el plan perfecto, puesto que iba a asegurarse de que todo se realizara en perfecta armonía. Pero, en cambio, había seguido los consejos de los demás, ignorando sus propios criterios.

—Murata… —murmuró, resentido de cierta manera con el estratega. Pero Yuuri sabía que la culpa, mayormente, era suya, tan solo suya.

Por desgracia, no podía retroceder el tiempo para no cometer semejante estupidez. No sabía qué hacer para recuperar la confianza de Wolfram, y le aterraba la idea de haberlo perdido para siempre.

 

 

—46—

 

 

Templo de Shinou.

 

El recuerdo del heredero de la dinastía Bielefeld y el dolor con la que trataba el tema de su origen no le daba tregua a Murata. Intentó ahuyentarlo y lo consiguió con bastante éxito durante un par de horas seguidas, en las que se puso a plasmar sus memorias en un diario que recién había comenzado. Pero en cuanto perdía la concentración, allí estaban de nuevo los mismos pensamientos.

No estaba a favor de nadie. Murata prefería ser imparcial. Pero el remordimiento había hecho presa en él. Le hacía preguntarse si había hecho bien o mal al proponerle a su amigo Shibuya que tomara al descendiente de Shinou como su amante oficial. Aquel joven doncel no merecía más desilusiones, ya había sufrido demasiado en la vida y el apoyo incondicional que merecía por tantos años de soledad y constante tristeza, solamente estaba en manos de Shibuya, su alma gemela.

Por si fuera poco, Murata deseaba con todas sus fuerzas romper el silencio, decir de una buena vez quien era en realidad Wolfram Dietzel, para que nadie se atreviera a mirarlo de menos y para dejar en el olvido aquel apellido que seguramente Endimión Grimshaw le había otorgado para manipularle y hacer de su mentira algo más creíble.

Wolfram von Bielefeld también era un rey, ni más ni menos. Era el único y legítimo dueño de la corona de Blazeberly y además, también pertenecía a la casa Bielefeld. Tenía un tío que conocer, un hogar al cual volver, un titulo que ostentar; y sin embargo, él no lo sabía todavía. Y no sabía por qué. Según Shinou, no era el momento indicado.

Por otro lado, no podía simplemente darle la espalda a una mujer tan desdichada como Izura, que también cargaba con sus propios problemas. La reina era digna de su admiración; su comportamiento resultaba sosegado y noble, su vida era pura, su palabra sabia, sus pensamientos delicados y aristocráticos. Todo cuanto Murata había hecho hasta el momento era el resultado de la admiración que sentía por ella. Sin embargo, en el fondo de su corazón, sabía que tan solo estaba retrasando lo inevitable.

Murata se recostó en la silla y cruzó las manos en la nuca, pensativo. Debía encontrar la manera de explicarle a Shinou su manera de actuar en todo este embrollo. Una parte de él se sentía un poco culpable, aunque en realidad no le había mentido, simplemente, no había hecho las cosas como Shinou se las esperaba.

¿O estaría en peligro? ¿Se enojaría Shinou por desobedecerle? ¿Cómo funcionaba la mente perturbada de ese espíritu que se divertía a costa de los demás?

Unos toquecitos en la puerta lo hicieron saltar en el asiento. Murata giró su cuello solo para darse cuenta que la puerta de su dormitorio había sido abierta.

—¿Molesto? —preguntó Shinou, asomando la cabeza.

—Eres un mal necesario de cuya presencia no puedo escapar, Shinou —ironizó Murata con una sonrisa que intentó reprimir—. ¿Desde cuándo pides permiso para entrar, o tocas la puerta? Eres un espíritu. No es necesario que lo hagas. Puedes aparecer de la nada sin que la gente se dé cuenta, como siempre haces.

Murata miró a Shinou extrañado, pero el mayor se encogió de hombros.

—Nunca es tarde para empezar a hacerlo.

Shinou se adentró mientras echaba un vistazo alrededor de la pequeña habitación. Su mirada pasó por el diván, la silla, el armario, la cama. Finalmente se detuvo a pocos pasos del escritorio, mirándolo expectativamente.

—Bueno, como sea, ya estas adentro —sentenció Murata, arrojando la pluma sobre la mesa del escritorio—. ¿Qué deseas?

«¡Qué pregunta tan tonta!», se reprendió Murata enseguida. Shinou obviamente deseaba saber cómo le había ido en Pacto de Sangre.

—Quería darte la bienvenida, mi Gran Sabio —dijo para su sorpresa—. Han sido varios días que no te tengo a mi lado y te he extrañado muchísimo.

Se sonrojaron las mejillas del joven no sólo de la impresión, sino también de la calidez con la que se llenó todo su cuerpo al escucharle decir eso.

—¿Ah, sí? —balbuceó en respuesta. Shinou le dirigió una mirada larga y firme. Murata se abochorno, pero alzó la barbilla en un gesto de arrogancia—. Pues no creas que también te eché de menos. La vida en Pacto de Sangre es más tranquila.

Shinou se echó a reír.

—Es justo la respuesta que esperaba de ti —sentenció entre carcajadas. Fastidiado, Murata entornó los ojos. Shinou recobró la compostura a los pocos segundos—. Bueno. Dejemos eso a un lado, quiero saber las buenas nuevas me traes. Sé que Yuuri volvió a su mundo en busca de una respuesta a sus dudas y era lo único que lo retenía para que decidiera de una vez quedarse con mi descendiente. Pero dime, ¿la encontró?, ¿hará de mi descendiente su Consorte Real?

—No exactamente —respondió Murata, evasivo. Notó que las explicaciones se le atascaban en la garganta y que no podían salir—. Lo-lo hará su amante oficial… creo.

Shinou alzó una ceja, cruzándose de brazos.

—¿Y eso por qué? —La pregunta sonó a reproche, pero también a desconcierto; mucho desconcierto—. Todo estaba marchando perfectamente.

Murata se quedó un rato sentado en la silla del escritorio, con los brazos cruzados y la cabeza agacha, parecía no querer enfrentarse a Shinou.

—Porque así lo aconsejé yo, y Shibuya tiene mucha confianza en mí —respondió después de pensarlo bien, con más valentía que antes—. Él hace todo cuanto yo le diga.

Cuando por fin lo enfrentó, Shinou guardaba silencio, y Murata supo que ya lo sabía. Su propio silencio hablaba por él.

—Ya lo sabías ¿verdad?, ¿me estuviste espiando todo este tiempo? —retachó el estratega con indignación mientras se ponía de pie. Shinou le brindó una sonrisa tan fría y cruel que ansió borrársela de una bofetada

—Debía vigilar lo que es mío. —Shinou dio un paso hacia él. En sus ojos azules había un brillo extraño y aterrador, también muy sensual—. Te vi muy cercano a mi descendiente y eso no me gustó.

Murata gruñó, aunque sabía que Shinou esperaba que él perdiera el control; y aquello se había convertido en una especie de lucha entre ambos.

—¿Por qué te interesa tanto que tu descendiente ascienda al trono? —Murata entornó los ojos y endureció la voz—. ¿Qué secreto escondes tras tus intenciones?

—No sabes lo bastante para entender estos asuntos. No puedes entender; solo tienes que confiar en mí.

—Por eso te estoy preguntando —desafió Murata. No movió ni un músculo, permaneciendo tan inmóvil como una estatua tallada en granito—. Necesito estar convencido antes de actuar. Quiero saber si vale la pena. No puedes negarme lo que te pido.

—De acuerdo, te lo diré. Estoy en deuda con los Bielefeld —respondió Shinou sin una pisca de sarcasmo. Esta vez hablaba en serio—. Una deuda de sangre.

—¿A qué deuda de sangre te refieres?

—¿No lo recuerdas, mi Gran Sabio? —inquirió Shinou, pero al no obtener respuesta respiró profundamente e hizo un nuevo intento de explicarse—. Yo mate a mi medio hermano, que era de sangre Bielefeld, y su esencia sigue dormida en el interior de la caja El Suelo Helado del Infierno, esperando para poder vengarse de mí.

Murata no dijo ni una sola palabra, pero abrió los ojos enseguida, por lo que Shinou vio que estaba algo aturdido. Lo había recordado

—Siempre lo he dicho —añadió Shinou con una sonrisa resignada—. Es mejor mantener a los Bielefeld de tu parte si no quieres lamentarte después. Los Bielefeld son nobles de corazón, suelen entregarse por completo a la persona que aman. Pero si te atreves a traicionarlos, lo lamentarás durante el resto de tu vida y tu muerte.

—Por eso quieres que Wolfram von Bielefeld se una a Shibuya —dedujo Murata cuando por fin logró recuperar el habla—. Porque una vez que le entregue su corazón, jamás se atrevería a hacerle daño.

—El amor que sienten el uno por el otro es más fuerte que el resentimiento que los Bielefeld guardan en su corazón —añadió Shinou—. Yuuri podría ser el único capaz de salvar a mi descendiente de la oscuridad infinita que yace latente en su interior.

—¿Qué me dices de Rufus?, ¿también sintió traición en su corazón? —Murata miraba con firmeza a Shinou, que parecía extremadamente incomodo. Era obvio que no deseaba mantener aquella conversación.

—Nos amamos. Pero lo nuestro no era ese tipo de amor y ambos lo sabíamos. Fue más un acuerdo que un matrimonio —respondió Shinou, tras un breve silencio—. No voy a negarte que nuestras vidas fueron muy vacías en aquel entonces. Pero como ambos éramos conscientes de ello, no hubo remordimientos ni reproches. Mi único objetivo era mantener a Rufus von Bielefeld de mi lado para que no me traicionara, y Rufus quería luchar por su libertad. Todo mundo salía ganando con aquel acuerdo. Excepto, quizás, tú y yo.

—Gracias por responder con franqueza. —Murata desvió la mirada, consciente de la debilidad que se apoderaba de él cuando Shinou hablaba de aquella manera tan sincera, y que le exhortaba a intentar abrazarlo a pesar de saber que no podía hacerlo.

—¿Por qué le aconsejaste a Yuuri hacer semejante bajeza con mi descendiente?

—Perdón, supongo que me dejé llevar por la compasión que tengo por Izura-san —explicó Murata, arrepentido por lo que había hecho—. Sé que le he fallado a Shibuya, le fallé como estratega y como amigo. Y también te fallé a ti. Lo lamento.

Los dos se miraron. Fue una mirada franca, cómplice. Y con aquel fugaz intercambio de miradas, se dijeron todo y nada.

—La compasión nos vuelve vulnerables —La voz de Shinou sonaba tranquila—. No creas que no valoro todo lo que haces por los habitantes de este mundo y, especialmente, por los habitantes de Shin Makoku, pero debes confiar en lo que te digo.

—¿Cómo podía confiar en ti, si no me dijiste toda la verdad? —Murata volvió a adoptar su actitud prepotente con Shinou, causándole gracia al mayor—. Y si por mi error he arruinado tus planes, pues te pido una disculpa. Confórmate con eso.

—No, no me conformo. —Shinou se acercó a Murata y le pasó la mano por la nuca. Murata estaba demasiado anonadado como para moverse o respirar cuando vio que él acercaba su boca a la suya. Tan sólo le rozó los labios y le tocó el cuello, pero Murata se quedó tan inmóvil como si estuviera encadenado—. Tenía planeada una celebración especial por el logro de nuestro objetivo, pero lo has arruinado. Tendré que castigarte —sentenció el atractivo rubio de ojos azules.

Esta vez el silencio se prolongó durante un buen rato. Hasta que Murata negó con la cabeza luciendo incrédulo.

—Solo he tomado una copa de vino.

—No estás borracho, Ken. —Los ojos de Shinou lanzaron un destello divertido—. Será mejor que tomes aliento antes de que te desmayes.

—Se supone que eres un espíritu, que eres incapaz de emanar calor de tu cuerpo. Todo lo que siento cuando te toco es algo frío, sin vida… y ahora… a-ahora

—Y ahora si puedes sentirme —completó Shinou a su Gran Sabio, que también era el gran amor de toda su vida—. Puedes verme, tocarme y hasta olerme.

—No. —Murata se resistía a creer que fuera cierto. Dio un paso hacia atrás—. Estoy viendo una alucinación fruto de la abstinencia sexual y el cansancio.

—Podemos arreglar eso de ''abstinencia sexual'' —insinuó Shinou con malicia. Murata le fulminó con la mirada.

—¿Qué diablos has hecho? —le reprochó—. ¡Se supones que eres algo como un dios! ¡Debes cuidar de este mundo desde el más allá! ¿Has pensado en las consecuencias? ¿Has pensado en Ulrike?

—¡No! Ulrike no debe saber nada —se apresuró a intercalar Shinou ansiosamente—. Eres el único que puede saberlo, Ken.

—¿Supones que ella no se dará cuenta cuando te invoque y no le respondas? —Murata se cruzó de brazos y alzo una ceja, renuente—. Se va a preocupar.

—No, porque esto solo será temporal.

—¿Ah?

—No puedo reencarnar, lo tengo muy presente —se sinceró Shinou—. En aquella época tomé esa decisión porque sentí el llamado de los dioses. «Hay un camino ante ti, y esa es tu vocación» me dijeron entre sueños. Yo también lo sentía en mi interior, pues como un jugador que domina sus mañas, así jugaba con las personas que había a mí alrededor. Me movía la posibilidad de influir en sus vidas y así fue durante un largo tiempo. Los observaba y manejaba, me sentía en paz y a veces alegre, pero la verdadera vida pasaba de largo y no me miraba. Ya no era parte de nada.

—¿Te arrepentiste?

—La vida que se vive en este mundo es muy simple —reflexionó Shinou—. Cuando todavía estaba vivo todo era muy difícil. Cada día era una nueva lucha por sobrevivir. Ahora todo es más fácil. Tan sencillo, que a algunas veces siento envidia de sus habitantes.

Murata aguardó con un expectante silencio la respuesta que deseaba escuchar. Entonces Shinou agachó la cabeza con un tenue sonrojo.

—Entonces apareciste tú como Ken Murata y le diste vuelta a mis pensamientos y a mis convicciones. —El sonrojo no tardó en aparecer en el rostro de Murata, que no quiso interrumpirle—. Me hiciste desear vivir de verdad, obrar auténticamente, disfrutar realmente, vivir en vez de permanecer como un espectador solitario. Me hiciste desear participar en tu manera de vivir día a día, con ardor y con pasión. Y con aquel deseo, les pedí a los dioses superiores que me dejaran regresar a la vida. Quería hacer todo lo que hacían los vivos, descansar, comer, sangrar, sentir. Y como me había acostumbrado a imponer mi voluntad, no descansé hasta conseguirlo.

—¿Por qué yo? —Murata se remojó los labios, nervioso sin quererlo—. De todas mis reencarnaciones, ¿Por qué he sido yo el motivo que te impulsó a regresar a la vida?

—Tú eres como yo, diferente de la mayoría. Dentro de ti hay un sosiego y un refugio capaz de solucionar los problemas más difíciles —manifestó Shinou con una sonrisa—. La mayoría de las personas son como las nubes que vuelan y revolotean por el aire, que siguen el rumbo que se les impone. Otros, por el contrario, son casi como estrellas. Siguen un camino fijo, ningún viento les alcanza, pues saben con firmeza cual es su meta.

—Cualquiera puede ser perseverante —objetó Murata.

—Pero no todos son como tu —Shinou se acercó a Murata y lo abrazó—. Me he propuesto aprender de ti el arte del amor, donde más que en ningún otro asunto, el dar y el recibir es una misma cosa.

Murata adoptó una expresión indignada.

—En otras palabras, regresaste solamente para acostarte conmigo. —Le puso una mano en el pecho y se alejó.

—Lo reconozco. Te deseo, Ken. —Shinou sonrió cuando notó que las mejillas de Murata se ponían acaloradas—. No puedo desperdiciar esta oportunidad después de esperarte durante siglos. Sé que soy alguien difícil, y no encontrarás fácil convivir conmigo, pero debes acostumbrarte a mi manera de hacer las cosas.

Una débil sonrisa curvó la boca de Murata.

—¿Tienes que hacer de todo lo que dices una orden? —Sus ojos se alzaron para revelar un brillo travieso en ellos—. En realidad no soy muy bueno siguiendo órdenes.

Shinou esperaba censura, rabia y disgusto por parte de Murata pero su cuerpo entero emanaba y mantenía una expectación que intentaba con fuerza ocultar, nada más. La forma en que lo miraba hacía que le diera un vuelco el corazón, fundiéndose en cada borde afilado de su deseo por él.

—Salvaste mi alma. —Shinou se inclinó, rozando tiernamente sus labios a lo largo de la frente de Murata—. Gracias por aceptar quedarte a mi lado. Con toda honestidad, no tenía ni idea de que semejante sacrificio fuera posible.

—Hablas demasiado —Murata alzó la cabeza para rozar deliberadamente sus labios con los de Shinou—. ¿No dices que quieres aprender de mí el arte del amor?

La cara de Shinou se encendió con la respuesta y su enorme sonrisa afloró mostrando una enorme alegría.

—Me verás dócil, Ken. Seré un buen alumno. He aprendido cosas más difíciles que lo que tú me puedes enseñar.

El triunfo recorría las venas de Shinou, Murata sonrió.

—No me retes, Shinou, que saldrás perdiendo.

Murata lo besó y fue gustosamente correspondido. Ya era muy tarde para negarse, quería hacerlo también. Quería tenerle cerca, quería besarle, tocarle, quería sentirle de una manera completamente diferente. No sabía que podía sentirse tan vivo al contacto de unos labios ajenos. Era Shinou quien le devolvía la vida.

Sintió sus manos rodearle la cintura mientras besaba desesperadamente su cuello y le condujo rápidamente a la cama, más que con una determinación viril y seductora, con dones de domino y ansiedad.

Se tumbaron en la cama, besándose y acariciándose mutuamente. Una fuerza descomunal los invitaba a seguir, a compartir todos esos segundos perdidos, a devolverse todos los besos que no pudieron darse.

Se besaban una y otra vez, correspondiendo con dulzura y decisión a partes iguales, como si no pudieran creerse lo que estaba ocurriendo después de esperar tanto tiempo, que por fin volvían a tener esa pieza imprescindible y suficiente para ser felices, aunque solo fuera un encuentro limitado a unos cuantos días.

Se olvidaron de todo y de todos los demás, por primera vez en mucho tiempo pensaron únicamente en ellos mismos; los segundos dejaron de contar y decidieron retomar su historia tal y como la dejaron, amándose el uno al otro, deseándose, sabiendo mejor que nunca que lo suyo nunca acabó del todo, algo que nunca empezó.

Las manos de Shinou enmarcaron la cara de Murata, los pulgares acariciaron la delicada línea de sus sienes hasta quitarle los anteojos. Sonrió cuando sus preciosos ojitos pestañearon, acostumbrándose a la visión.

Fueron quitándose la ropa poco a poco, dejándola en un montón en el suelo. Después permanecieron así, juntos, durante varios segundos y Murata tomó conciencia de sus cuerpos desnudos rozándose, hundiéndose nuevamente en un embriagador mar de deseo.

—Mírame, Ken. —La voz de Shinou sonaba tranquila; no obstante, era una orden. La mirada de color chocolate se posó en él, expectante—. Ya no existen más obstáculos para estos dos corazones que juntos volvieron a encontrar la calidez de un abrazo.

Murata se obligó a serenarse y respiró hondo. Las manos ajenas exploraban su esbelta figura, lentamente, enloquecedoramente, acariciándolo, tocándolo con dulzura, y era aquel que siempre había amado. Un débil gemido escapó de su garganta cuando los labios de Shinou dejaron su boca, magullada por los besos ardientes, para deslizarse lentamente hasta los pezones endurecidos. El placer que le proporcionaban sus dientes al mordisquearle con ternura la carne tibia, enviaba un escalofrío por toda su espalda. Sus manos tibias seguían moviéndose sobre la piel, acariciándolo lentamente, descendiendo por la columna hasta las caderas, excitándolo más allá de toda razón.

Cuando la mano de Shinou tanteó suavemente entre los muslos, Murata se sobresaltó entre la impaciencia y temor.

—¿Así que seré yo el que reciba? —ironizó el chico, tratando de mantener sus emociones en línea con su carácter—. No me entusiasma mucho la idea, pero como estoy demasiado caliente para resistirme, dejaré que lo hagas por esta vez.

—Tu cuerpo te traiciona, Ken. Sé que tienes un largo historial de amantes, pero que permaneces intacto para mí. —La risa de Shinou fue suave—. Seré el primero en recorrer tus paredes internas, en enterrarme en ti hasta lo más profundo de tu ser.

—¿Lo apostarías?

—¿Vas a luchar conmigo a cada paso? —La voz de Shinou se endureció—. ¿Cuándo fue la última vez que te hicieron el amor, que una caricia te hizo estremecer?

No hubo respuesta por parte de Murata, tan solo le empezó a dar patadas, intentando resistirse a su imposición, pero, físicamente, Shinou era mucho más fuerte que él.

—¡Eso no es de tu incumbencia!

—Nunca. Porque nadie en este mundo te ama tanto como lo hago yo. —Shinou esbozó una sonrisa de triunfo mientras sus dedos, gentiles y expertos, facilitaban el camino para la posesión. Se puso entre sus muslos, le separó las piernas con las rodillas y lamiendo el lóbulo de su oreja, ronroneó—: Estoy enloqueciendo, desesperado por tenerte a todas las horas del día, de la noche…

Murata mordió sus labios cuando sintió el primer dedo adentrarse en su entrada. Era incapaz de reprimir suaves murmullos de placer mientras Shinou seguía jugueteando con su ano lentamente.

—Que promesas tan tentadoras. —Logró articular obstinadamente.

—Sabes que lo estás deseando, Ken. Quieres suplicarme. ¿Por qué no dejas a un lado tu orgullo y lo admites?

Murata alzó la cabeza con una ceja arqueada y en los ojos un destello de burla.

—Es que después de tantos años de abstinencia sexual… yo me esperaba menos romanticismo y más acción.

—¡Esta bien, basta de juegos! —exclamó Shinou como fuera de sí ante las bromas de su amante—. Intenté ser gentil, pero contigo no se puede.

Murata, aturdido y preso de un alterado frenesí de deseo, sintió que se alzaban sus caderas y luego experimentó la primera presión de su entrada. Él lo poseyó de golpe, sin miramientos, intensificando aquel instante de dolor, y luego se deslizó dentro de la suavidad tibia y húmeda de sus paredes. Intentó mostrarse lo más sereno que podía, pero fue imposible. Una mueca confirmó lo que Shinou ya sabía dentro de su corazón, que Ken era virgen, que él era el primero.

—¡Maldición, muévete ya! —Murata ahogó sus lágrimas, limpiando sus ojos, y luego dio un puñetazo en el hombro de Shinou.

—Si mi amor, eras virgen después de todo —exclamó Shinou en un tono ligeramente cariñoso.

—¡Muévete!

Shinou le pasó la lengua por la mejilla y se apartó de un salto para esquivar un mordisco de Murata.

—Tus ansias por controlar la situación me parecen tiernas, Ken. Uno de estos días vas a admitir que me amas con locura.

—¡Idiota!

Murata le dio un golpe en la cabeza, gruñó y se abalanzó sobre Shinou para estar arriba de él y después le arreó un bofetón con todas sus fuerzas.

—¡Siempre he querido hacer esto! —confesó con placer—. Esperaba el día en que volvieras a sentir el dolor de una buena bofetada.

En vez de enfadarse, Shinou se excitó mucho más. En su mejilla todavía sentía la vibración de aquella bofetada y a punto estuvo de correrse debido al torrente de adrenalina que acababa de experimentar.

Shinou se colocó arriba y su boca tomó posesión de los labios entreabiertos de Murata y su cuerpo, y a pesar de no querer hacerle daño, empezó a mecerse contra él hasta que no pudo aguantarlo más, y embistió violenta y casi dolorosamente dentro de él. Murata no estaba preparado para los movimientos súbitos y violentos de aquel cuerpo viril y dejó escapar un grito de dolor mesclado con placer.

—¡Eres mío!

Shinou se inclinó sobre Murata, usando el peso de su propio cuerpo para inmovilizarlo, y lo sujetó por los brazos. Se los levantó por encima de la cabeza, y mientras con una sola mano le sujetaba las muñecas, con la otra le acariciaba la erección. Las piernas de Murata estaban totalmente abiertas, lo que le permitía a Shinou deleitarse con el orificio rosado que se abría entre las nalgas.

—Déjame… ah… tocarte… por favor —suplicó Murata, desesperado por la manera en la que había terminado.

Shinou soltó el aliento lentamente, siendo consciente que de que había estado conteniéndolo todo este tiempo. Entonces contempló a Murata, y observó en su rostro la inocencia, la intriga y la malicia que asomaba a sus ojos y que le llenaba el corazón de ternura y deseo.

—¿No intentaras golpearme esta vez? —Ante la notable docilidad que mostraba, por fin lo soltó. Sus bocas se buscaron y se fundieron en un beso intenso y húmedo.

Súbitamente, con un arrebato febril, Murata se emparejó con Shinou, alzando su cuerpo al encuentro de sus embestidas mientras sus brazos le rodeaban atrayéndolo hacia él, para hacerle saber que nunca había dejado de echarle de menos, que siempre había sido su único y verdadero amor, el único, a pesar de la falsa necesidad de buscar en brazos ajenos lo que desde el comienzo supo encontrar solo en los suyos.

—¡Oh, Shinou! ¡Ahhhh!

El intenso dolor de los dientes de Murata clavándoselos en el lóbulo de su oreja, más el escuchar su nombre entre gemidos, enloquecieron al rey original. Shinou tragó con dificultad, recordándose a sí mismo que todavía no debía correrse o estropearía todo lo que había logrado. Pero lo siguiente que sucedió hizo que ahogara un grito y que le hirviera la sangre a la espera del próximo movimiento de su Gran Sabio: Murata echó una pierna sobre él y se irguió para colocarse a horcajadas sobre sus caderas, observándolo todo el tiempo con ojos brillantes mientras le cabalgaba con frenesí.

—Te entregas a todo con pasión, mi Gran Sabio —dijo Shinou con voz ronca.

Murata sonrió.

—Confieso que llevaba demasiado tiempo esperando que llegara este momento. —Se inclinó hacia delante para rozar sus labios con los suyos—. Tal vez debería atarte, para poder explorarte con más calma.

La mirada de esos ojos cafés desprendía algo muy superior a felicidad, eran incandescentes, puros y vibraban de pasión.

—Me encantas… —Shinou se inclinó hacia delante y lo tomó de las caderas mientras salía de su culo y luego volvía a entrar de golpe. Murata gimió fuertemente. Shinou empezó a castigarlo penetrándolo a empujones; tan fuertes que los testículos golpeaban contra sus nalgas, y a cada embestida, le tiraba de los pezones con los dientes.

—¡Me voy a correr! —advirtió Murata, sacudiendo la cabeza para apartar las gotas de sudor que emanaban desde la punta de sus mechones húmedos. El sonido de carne golpeando carne era fácilmente perceptible.

El aire olía a sexo.

—¡Juntos! —dijo Shinou al eco de sus palabras, mientras aceleraba el ritmo. Supo que tampoco aguantaría más, así que salió y entró de nuevo con fuerza. Murata estaba tan excitado que a los pocos segundos se corrió entre temblores, haciendo vibrar su esfínter a cada espasmo. Shinou ya no pudo contenerse más y explotó de placer, eyaculando dentro de Murata pero sin dejar de embestir, buscando prolongar el momento.

Finalmente, Murata se desplomó sobre Shinou, jadeando, completamente satisfecho. Sus manos estaban entrelazadas.

—He olvidado decirte algo más, quizás lo más importante —dijo Shinou de pronto. Murata se apretó más a su cuerpo para indicarle que podía seguir—. Perdóname.

Murata abrió sus ojos cansados; había empezado a dormirse, pues todo estaba en silencio y solamente oía su respiración jadeante.

—¿Por qué? —murmuró apenas audiblemente.

—Perdón por cada momento en que te he hecho sufrir. Perdón por no haber estado contigo cuando más me necesitabas. Perdón por haber esperado demasiado tiempo, y perdón por no haberte dicho cada día que te amo —respondió Shinou sin dudar en la elección de sus palabras como si hubiera estado pensando en ellas desde mucho tiempo atrás—. Te amo, y si me perdonas me gustaría que te convirtieras en mi esposo. Claro que para ello tendrías que ir al mundo al cual pertenezco ahora, yo ya no tengo la opción de volver a este mundo, pero tú si tienes la oportunidad de ir al mío. Lo he arreglado todo.

Murata sintió el picor de las lágrimas en la garganta. Tragó saliva con dificultad e hizo un esfuerzo enorme por contenerlas. Hacía calor en la habitación, cuyas paredes parecían desplomárseles encima.

—Shinou, tú has sido la persona más importante de mi vida —musitó débilmente—. Y durante siglos he esperado que llegara este momento… —su voz se tornó ronca repentinamente, y las ganas de llorar le impedían continuar—. Pero ya no… nuestro tiempo ya acabó —notó que le estaba agarrando la mano demasiado fuerte y trató de soltársela un poco, pero Shinou se la sostuvo con más fuerza y no lo permitió.

—¿Qué lo impide?, ¿acaso no me amas?

Shinou volvió a sentir tristeza en su corazón, después de tantos siglos. Había deseado volver a sentir y ahora que lo tenía, se arrepentía un poco. En la alegría que había sentido no había tenido cuidado con no demostrar sus sentimientos, pero se daba cuenta en ese momento de que Murata le había recordado lo difícil que es la vida.

—No, no es eso —respondió el menor mientras levantaba la mano para acariciarle la mejilla y la garganta—. Sin embargo, tengo un deber que cumplir, y tú también —tenía los ojos muy fijos y entreabiertos—. Si me voy contigo ahora solo seré una distracción. Y también debes saber que deseo fervientemente ayudar a mi mejor amigo en todo lo que pueda. Yo… quiero protegerlo en estos momentos —añadió—, Shibuya aún es muy ingenuo.

Shinou tiró de él para acercarlo más a su cuerpo. Sintió que Murata vacilaba un poco. Era un sueño hecho realidad tener a su Gran Sabio de esa manera. Él estaba desnudo a su lado. Le acariciaba el pecho con ensimismamiento, suavemente.

—Déjale ese trabajo a mi descendiente, que para eso es su alma gemela —contradijo Shinou con una pizca de celos que no se molestó en disimular—. Ese par se tiene el uno al otro.

Murata sonrió, pegando sus labios a su garganta.

—¿El mismo que ahora quiere asesinarle? —preguntó con sarcasmo—. Discúlpame, pero creo que tu descendiente es más un peligro para mi amigo que una salvación —susurró mientras se acurrucaba más contra su pecho.

—Buen punto.

Murata rió suavemente y con satisfacción.

—¿Ves?, no tengo opción —Le echó una pierna a cada lado y se sentó en su abdomen mientras Shinou se deleitaba con la vista que le ofrecía—. ¿Cuánto tiempo te quedarás conmigo?

Una sonrisa iluminó las comisuras de los labios de Shinou.

—Cinco días con sus respectivas noches —contestó a la sorpresiva pregunta.

—Entonces debemos aprovechar nuestro tiempo —insinuó Murata y le pasó la mano por el pecho tentativamente—. Deja de pensar en el futuro, jamás retrocedas al pasado, mejor disfruta del presente, que es nuestro regalo  —deslizó la mano por su estómago—. Solo deja que te mime, que te disfrute al máximo —acarició sus musculosas piernas.

—Eso debería decirlo yo, mi querido Ken —Shinou se echó a reír. Sus ojos azules tenían un brillo de desafío—. No te robes mis ideas.

—¿Quién es el alumno y quién es el maestro? —se jactó Murata.

Shinou, que en todo este tiempo había estado acostado, se levantó para agarrarle la cara con las dos manos y le besó las mejillas, bajando hasta el cuello.

—Los maestros también aprenden de los alumnos —murmuró antes de dar rienda suelta a su pasión, encendida con facilidad por ese chico de mirada tierna.

Hicieron el amor toda la noche.

 

 

—47—

 

 

Cuando Wolfram volvió a su habitación, hizo algo que no hacía desde que era un niño y que ahora parecía ser cosa de todos los días: Llorar.

Wolfram emitió un gemido entrecortado y aguantó la respiración. Sus sentimientos iban mucho más allá de la amargura y de la rabia. Estaba destrozado. Y era porque se había dado cuenta de que para Yuuri no había sido más que alguien con quien se podía acostar pero que no era nada especial para él.

El rey no podía arriesgarse a desprenderse de su respetable reputación con un escándalo de cama, donde se involucraba además la regencia de su reino. Eso era lo que le había parado los pies, no la falta de amor que pensaba que el rey pudiera tenerle a la reina, o cualquiera de las demás cosas que se hubiera imaginado que guiarían sus actos. Ésa era la cruda realidad.

No podía creerlo. Se había rebajado todo lo posible y no había servido para nada. Se había olvidado del orgullo y, ¿qué es lo que había recibido a cambio?

Haciendo un esfuerzo supremo para no sentirse como si lo hubieran partido por la mitad, se dijo que parte de la culpa de lo que había sucedido había sido, efectivamente, suya.

Wolfram se hallaba ante el dilema más angustioso de toda su vida: despreciaba el capricho que le había dominado de improviso, y condenaba a Yuuri Shibuya por ser una tentación tan irresistible, pues no podía negar que aún lo amaba. Y eso era lo que realmente le corroía el alma, enfureciéndolo y torturándolo hasta que casi no podía mirarlo sin sentir el deseo feroz de tomar su cuello entre las manos para acabar con todo su martirio.

Resignado, Wolfram se enjugó las lagrimas, recordándose a sí mismo que no había cabida en su vida para las emociones. Él nunca había sido un crédulo del amor, ni de promesas ni tampoco de historias con final feliz.

Respiró profundamente y logro sobreponerse justo a tiempo, pues Jeremiah irrumpió en la habitación tras haber ido al comedor como se le había ordenado. Caminaba despacio, con gesto perezoso, despreocupado y un tanto despistado. Cuando miró a Wolfram, sonrió.

—Te he traído algo de comer —anunció Jeremiah al tiempo que extendía el brazo y le ofrecía una manzana verde y jugosa. Wolfram la tomó gustoso, pues tenía que aceptar que tenía mucha hambre.

—Gracias… —dijo pronunciando mal, había dado un mordisco demasiado grande. Jeremiah le miraba fijamente. Wolfram se sintió intimidado. Aún tenía muy presente su conversación, en la que su compañero le había dejado muy claro su punto de vista sobre Yuuri Shibuya.

—¿Adónde fuiste? —preguntó Jeremiah de repente, y Wolfram casi se atraganta con el bocado.

—¿Eh?

Jeremiah apuntó con el dedo el abrigo que usaba, clara señal de que había salido. Wolfram maldijo en sus adentros.

—Todavía traes puesto tu abrigo, y estabas muy raro hasta hace poco —notó que fruncía el ceño en forma analítica—. ¿Qué ha pasado?

No muy versado en el arte de ocultar sus sentimientos, el semblante de Wolfram reflejó la tormenta que se había desatado en su alma.

—Me encontré a solas con el objetivo —respondió, desviando la mirada.

—¿Y?

Wolfram inhaló profundamente antes de responder—: El rey me ha hecho una oferta que tuve que rechazar.

—Te escucho —Jeremiah suavizó la voz.

—Convertirme en su amante oficial. —No dijo nada más ni dio más detalles. Su silencio pasaba a representar su indignación.

Jeremiah adoptó una postura reflexiva.

—Realmente no sé si es tan malo como lo presentes ver —soltó al cabo de sus pensamientos.

Wolfram formó un gesto de decepción y hastío. Era como si en su interior se desatara de repente un torbellino de odios, miedos, amores y frustraciones.

—¡¿Qué dices?!

—Aguarda —Jeremiah decidió explicarse, como si pudiera leerle los pensamientos—. No me has entendido bien, Wolfy. Conozco tus principios mejor que nadie. Sé que ninguna otra cosa guía tus acciones y tu voluntad. Por eso no se te puede convencer de nada, por eso eres tan molesto y tan atrayente. Utiliza esas armas a tu favor. No te precipites ni tomes decisiones a la ligera, eso es siempre un error. Confía en ti y manipúlalo a tu antojo.

—Yo no soy la puta de nadie. Y si eso significa mi fin, que así sea. No valoro tanto mi vida, o mi existencia si así prefieres que la denomine, como para dedicarla a los placeres de otro. No me prestaré al juego de Endimión ni tampoco al de Yuuri Shibuya. No me rebajaré a tanto, no me importa acabar con todo aquí y ahora. —La rabia hablaba por Wolfram—. Puedes irte despidiendo de nuestra libertad.

—Muy bien. ¿Sabes, Wolfy?, eres un chico que no aprovecha las oportunidades que se le presentan en la vida. Es la primera vez que te veo flaquear tanto. En lugar de intentar terminar la misión con éxito, has corrido como si en realidad sintieras amor por Shibuya, como si no quisieras verlo morir. Debería haberlo previsto, pero tenía esperanzas. De verdad llegué a creer que lo deseabas tanto como yo.

La habitación permaneció en silencio.

—Ser el amante oficial del rey es una oferta que ningún otro ha tenido —añadió Jeremiah de forma persuasiva—. Juega a tu manera, Wolfram.

Con aquella frase, Jeremiah logró que Wolfram le mirara fijamente.

—Sí —continuó—. Acepta su propuesta pero no te entregues al él en cuerpo todavía. Inventa excusas para mantenerlo a la expectativa. Si de verdad se ha enamorado de ti, querrá conservarte pese a tus caprichos. Sin embargo, debes saber que el solo titulo de amante oficial puede abrirte muchas puertas.

Esta opción no se la esperaba. Wolfram tardó varios segundos en reaccionar.

—No sé si sea capaz de contenerle.

—Tú mismo sabes hasta dónde eres capaz de continuar.

Wolfram pareció reflexionar, sin dejar de mirar a Jeremiah. Lo único que sabía con certeza era que jamás perdonaría a Yuuri por lo que le había hecho, y que su corazón se había llenado de una severa sed de venganza.

 

Continuará.

Notas finales:

Muchas gracias por leer.

¡¡No odien a Yuuri!! Y no crean que me gusta hacer sufrir a Wolfram :( lo volveré mas fuerte y ya no llorara tanto. No es su estilo.

Yo me voy a leer los fics de esta sección… jejeje… tengo que actualizarme n_n

Hay muchas historias que me dejaron picada la última vez.

Bye bye!

 


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