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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

A todos ustedes que leen, o han llegado a leer el fic, por su paciencia. Mis más sinceras disculpas por tardar taaaaanto en actualizar T.T

Adevertencia: OOC Out Of Character" significa fuera de personaje, cuando un personaje canon tiene una personalidad distinta al de la obra original.

Capítulo 13

 

La decisión de Wolfram

 

Izura estaba sentada junto a la ventana. Ésta daba jardín, que en otro tiempo fue fuente de muchos momentos felices para ella; momentos junto a su hija y junto al hombre que amaba. En la actualidad, las cosas habían cambiado en gran medida. La vista de aquel jardín le producía una sensación de tristeza y melancolía. Los bellos momentos en los cuales jugaba con su pequeña hija, los paseos que tenía con su esposo, todo aquello se había esfumado de un momento a otro.

Había que afrontar el hecho: su vida no era lo que había sido. Naturalmente, en cierto modo, ya nada era lo que había sido en otro tiempo.

—Le he traído el vestido que usará para la ceremonia de graduación, Majestad —dijo Solly al tiempo que entraba a la habitación—. ¡Es precioso! —exclamó la recién llegada con una especie de alegre motivación previa al evento.

Recordando sus deberes, Izura desvió la vista del jardín y se dio la vuelta. En efecto, ese día tenía que fingir que era una reina feliz frente a la gente, cuando en realidad su vida se estaba destruyendo en mil pedazos.

—Déjalo sobre la cama.

Izura se dio cuenta de que la muchacha se había percatado de su falta de humor, ya que hizo lo que había ordenado sin añadir ni una sola palabra más.

—Gracias, Solly —musitó entonces, lo cual fue una sorpresa para la doncella. Una reina nunca daba las gracias a la servidumbre.

—Le haré un peinado estupendo. Será la más bella de la fiesta. —Como siempre, Solly ardía en deseos de ayudarla.

Las comisuras de sus labios esbozaron una triste y dulce sonrisa.

—Mi señora, Lady Rossou está aquí —Le anunció con solemne respeto otra de sus doncellas.

En aquel preciso momento, con una postura firme y segura, según su costumbre, Lady Rossou irrumpió en la habitación. Era una mujer en la etapa de vejez, alta, delgada y algo rígida, con su cabello gris primorosamente peinado, los ojos provistos de gafas, la nariz larga y delgada y, bajo ésta, una boca afable y un débil mentón.

—Su Majestad —saludó Lady Rossou, haciendo una reverencia—. He traído a su hija para despedirse.

En aquel momento se abrió la puerta, dando paso a Greta. Izura se volvió hacia ella y la dulzura y calidez de su sonrisa volvió. Se sintió vivamente impresionada por el suave resplandor de su belleza. Era el exquisito contorno de las mejillas, la forma en que el cabello rizado caía libre y naturalmente sobre sus hombros, prestando un bello marco a su rostro, y esos ojos almendrados, tan vivaces y resplandecientes.

—Serán tres días de viaje a Cabalcade —anunció Lady Rossou para romper la tensión que se había formado.

Izura le miró unos instantes.

—Es mucho, deben abrigarse bien —dijo por fin con un ademán de asentimiento.

—Su Majestad debe estar tranquila. La princesa será bien cuidada de acuerdo a su posición. Se le enviaran informes constantes sobre su salud y logros. Y, naturalmente, la princesa regresará al término de cada semestre.

—Debe asegurarse que practique la pintura —Dicho esto, Izura fijó los ojos de nueva cuenta en la figura de su hija—. Tiene verdadero talento para ello.

Lady Rossou hizo una reverencia de despedida, e incorporándose con un súbito movimiento, se dio la vuelta con la intensión de marcharse junto a Greta.

Izura guardó la compostura unos instantes, pero luego, con un brusco ademán, se acercó a su hija y, acariciando suavemente su mejilla con el dorso de la mano, le dijo:

—En la realeza, sin importar cuan difíciles puedan ser las cosas, debes afrontarlas con nobleza y dignidad. Se fuerte hija, recuerda siempre quien eres. Heredera al trono, la única hija de Maou Yuuri. Se fuerte y honesta, y un día…, un día serás una buena reina.

—Sí, madre —contestó la niña.

—Greta, debes ser fuerte… —Izura se remojó los labios. Hablar suponía una tortura—. No importa cuán lejos estemos, tu madre siempre velará por tu felicidad…


      

FaLalala Lalala el carro se va y el trigo dorado cruje suavemente con el viento

Lalala Lalala el molino de viento está cantando

La canción de cuna de las ardillas.

Incluso si no puedes ver más a tu madre

Por favor, deja de llorar.

Seré una nube, seré un arco iris

Y velaré por ti.

FaLalala Lalala el carro se va y el trigo dorado cruje suavemente con el viento

Lalala Lalala el molino de viento está cantando

La canción de cuna de las ardillas.

Cuando terminó de cantar la canción de cuna del viento, Izura rodeó a Greta entre sus protectores brazos.

—Te amo, mi niña —susurró la reina, conteniendo las lágrimas.

—Yo también, mamá —balbució Greta, abrazándose a ella—. Yo también te amo y te echaré de menos.

Después de esperar durante un tiempo prudente, Lady Rossou se acercó a Greta, y posó la mano en su brazo con un suave ademán.

—Es hora de partir, querida.

—Sí, Lady Rossou —musitó Greta, volviéndose ligeramente.

Las dos salieron presurosamente de la habitación, y tras su marcha se cobró un ambiente de inusitada soledad.

Izura exhaló un profundo suspiro, sintiendo puro dolor en el pecho. Recordó que su tío le había dicho en una ocasión que cada lágrima derramada por una reina significaba el sacrificio por la felicidad de su pueblo y luego se deshacían en bendiciones diminutas que caían silenciosamente sobre las personas.

«Por eso las reinas son recordadas en pinturas y esculturas —había dicho—. Para admirar con cuánta resignación soportan todo lo que les toca sufrir.»

«No voy a rendirme» —pensó mientras cerraba los ojos y dejaba salir sus lágrimas—. «No voy a rendirme ni ahora ni nunca. Por ti, Greta…»

 

 

 

—48—

 

 

El día de la graduación de los jóvenes militares por fin había llegado. Todo Pacto de Sangre estaba inmerso en una celebración. La atmósfera reinante era de emoción y regocijo. Una multitud había acudido a presenciar la ceremonia desde todos los territorios que conformaban Shin Makoku. Dar un solo paso en el majestuoso castillo sin tropezarse con alguna persona era prácticamente imposible. Por entre los pasillos y los jardines circulaban en todas direcciones multitud de soldados vestidos cada cual al color de su territorio, los cuales formaban un extraño y pintoresco contraste.

Wolfram no parecía afectado por el gentío en lo más mínimo. Había anticipado que estaría nervioso por la ceremonia y por el escrutinio despiadado de la gente, pero nada. Aquello le tenía sin cuidado.

Giró la cabeza y observó a su compañero, que parecía más bien aburrido con tanta formalidad. Ni un ápice de nerviosismo era visible en Jeremiah. Ambos asesinos de Blazeberly decidieron dar una vuelta por los alrededores para matar el aburrimiento mientras llegaba la hora de la ceremonia. William Sinclair pasó junto a ellos en dirección a la tarima preparada para los miembros de la mesa de honor. Ambos le saludaron con un movimiento de cabeza y el capitán les regresó el saludo con una cálida sonrisa. Fue una sonrisa hermosa, de dientes blancos y expresión sincera.

—Felicidades, Joven Dietzel —expresó William Sinclair, quien vestía con orgullo el uniforme militar de gala con varias insignias de honor en la solapa.

—Muchas gracias, capitán Sinclair —respondió Wolfram en voz baja.

Jeremiah se fastidió con la escena, pero se mantuvo al margen.

—Mi Señor, Waltorana von Bielefeld, está un poco indispuesto de salud. Por eso no ha podido asistir a la ceremonia de graduación —explicó William Sinclair con un notable gesto de decepción en el rostro—. Es una lástima no poder presentarlos formalmente, pues como le había comentado con anterioridad, para el territorio Bielefeld sería un placer que se uniera a nuestras tropas.

—Es muy amable de su parte, capitán Sinclair. —Wolfram no sabía qué importancia podía tener el apoyo de aquel Noble en el futuro, pero, en todo caso, la buena voluntad que demostraba le dio buen augurio—. Tal vez pueda ser en otra ocasión.

—Me encargaré que así sea —aseguró William Sinclair al tiempo que guiñaba uno de sus hermosos ojos azules a Wolfram—. Sigo esperando que usted tenga intención de aceptar mi propuesta.

—Lo consideraré —aceptó Wolfram con cortesía—. Después de todo, un cambio de ambiente no me vendría mal.

—¡Magnífico! —exclamó William Sinclair antes de despedirse. Wolfram puso su mejor sonrisa mientras éste se alejaba y después de perderlo de vista, continuó observando los alrededores tranquilamente.

Inmediatamente tras la despedida de William Sinclair, Jeremiah se acercó a Wolfram, con las manos metidas en los bolsillos y la mirada observante.

—Él tiene los ojos puestos en ti —aseguró con notable desaprobación.

Wolfram, profundamente sorprendido, resopló.

—No te hagas ideas absurdas. El capitán Sinclair solo fue cortés —bufó y después bajó la cabeza y sonrió sin que Jeremiah pudiera notarlo. Las cosas iban mejor de lo que esperaba. En líneas generales, se sentía bastante satisfecho de contar con el apoyo de aquel simpático capitán.

—¡Soldados, en filas! —gritó un comandante a lo lejos. Había llegado la hora de iniciar la ceremonia.

—¡Agh! ¡Por fin! —exclamó Jeremiah con cara de fastidio, antes de acatar las órdenes del superior al mando. Estaba nervioso e irritable.

El momento había llegado. Wolfram dio la vuelta y se ubicó en la primera escuadra liderada por Conrad. Gwendal dio unas cuantas instrucciones generales y luego despidió a todos excepto a los oficiales, a los cuales les indico la distribución de los soldados. Ambos vestían uniforme de gala. El uniforme verde de Gwendal resplandecía por todas sus insignias bajo la luz del sol y el de Conrad, de color caqui, no se quedaba atrás. Wolfram sintió un ardor en el pecho parecido a la envidia. Juró que algún día portaría más insignias de honor en su uniforme que ese par.

—Pueden relajarse —empezó cordialmente Conrad detrás del escenario, haciendo una pausa mientras esperaban la señal para presentarse en el patio de armas, donde se llevaría a cabo el evento principal—. En primer lugar, me gustaría expresarles personalmente el orgullo que siento de haber trabajado con ustedes. Han trabajado tan duro, que solo me queda la satisfacción de haber sido parte de su formación militar.

Con esas palabras, Wolfram observó que los ojos de todos los presentes, a excepción de los de Jeremiah, se llenaban de lágrimas que contenían con todas sus fuerzas. Era un sentimiento de orgullo colectivo, silencioso y disciplinado. Todos los presentes reconocían su arduo esfuerzo. Todos habían sobrevivido a meses de entrenamiento. Habían pasado por un sinfín de pruebas y a pesar de ello habían seguido adelante. Todos compartían un sentido del deber y con ello una visión del mundo que debían proteger.

—¡La tropa del capitán Weller es la mejor! —gritó una voz desde los últimos lugares de las filas, sorprendiendo a los demás. El arrebato de euforia causó una risa colectiva.

—Gracias, Bryan —dijo Conrad al tiempo que reía con sus soldados—. Ese es el espíritu que necesitamos. Así que ya lo saben, mis soldados. A partir de ahora serán un orgullo para nuestra nación, obren según se espera de ustedes.

Los soldados asintieron, y cuando todos estaban en posición de firmes, como si fuera una sola voz, retumbaron—: ¡Señor, sí señor!

—Bola de parlanchines que has entrenado.

—Sí, lo sé —Conrad sonrió con una mueca burlona ante el comentario de Gwendal—. Es lo que los hace especiales.

Gwendal sacudió la cabeza y se dirigió a todos los soldados.

—¡Es hora!

El enorme patio de armas estaba completamente abarrotado de espectadores, familiares y amigos de los soldados que culminaban su formación, quienes aplaudían al ritmo de su marcha.

Gwendal, Conrad y Gunter se dirigieron al centro del escenario. Allí se había preparado una tarima de honor. Los tres se giraron en el centro del patio para situarse frente al Maou y se arrodillaron en muestra de respeto.

Yuuri estaba sentado en un alto trono hecho de roble y oro. Vestía un uniforme militar negro con bordados dorados. La corona en su cabeza brillaba increíblemente al toque de los rayos del sol. Izura lucía preciosa a su derecha, vestía un largo vestido verde y también tenía adornos dorados al igual que el de su esposo. Su cabello recogido con una sola trenza le daba un adorable toque de elegancia. En su cabeza, una sencilla corona atenuaba la habitual seriedad de su rostro. Al lado izquierdo de Yuuri se encontraba Murata como invitado especial, ya que era considerado una divinidad. Los tres soberanos eran acompañados por los líderes de las casas Nobles de los territorios que conformaban Shin Makoku. A su derecha estaban sentados Densham von Karbelnikoff, Lady Rocheford y Lord von Radford mientras que a su izquierda estaban Stoffel von Spitzberg, Lord von Gyllenhaal y Del Kierson von Wincott, el capitán William Sinclair representaba a Waltorana von Bielefeld, y el líder de la casa Grantz era el mismísimo Adalberto von Grantz, quien se había reconciliado con su país tras una notable ruptura.

En medio del bullicio de los allí presentes, Yuuri se puso en pie, dio un paso adelante y con su amable pero firme voz se dirigió a toda la audiencia:

—Apreciada gente de los diez territorios de Shin Makoku.

En el instante el bullicio cesó abruptamente y todos los presentes escucharon en silencio las palabras del Maou, desde el gran patio de armas y en los corredores.

—Les doy la bienvenida un año más a la Ceremonia de graduación militar en este tan señalado día en la historia de nuestro país. Hoy es el paso de la juventud a la madurez de nuestros jóvenes militares y les damos la bienvenida para que ocupen su lugar dentro de nuestra nación, para que hagan uso de sus conocimientos por el bien de la misma —Sonrió cálidamente y mirando a toda la gente allí reunida, extendió los brazos—. Es una enorme satisfacción saber que nuestro país crece fuerte y poderoso. Hoy es un día de celebración y alegría, disfrutemos todos de esta gran ceremonia a la espera de que como nación podamos disfrutar en paz y libertad de este acontecimiento en los años venideros.

Los presentes comenzaron a aplaudir; todos gritaban jubilosos y llenos de emoción.

—¡Que pasen nuestras nuevas tropas! —Al término de su discurso, Yuuri se dio la vuelta y dio un suspiro de alivio. Los discursos no se le daban bien, siempre terminaba hablando de beisbol o de cualquier otra cosa sin sentido. Pero Gwendal había sido muy enfático en esta ocasión. Echarlo a perder, no era una opción.

—No estuvo mal, Shibuya. Veo que vas mejorando en esto —comentó Murata mientras aplaudía, intentando disimular el latente dolor de caderas que tenía gracias a Shinou y sus apasionadas noches de sexo.

—¿Te sientes mal, Murata? —preguntó Yuuri, mirándolo de pies a cabeza. Tenía mal aspecto. Demasiado pálido, los ojos hundidos, con ojeras—. Te ves fatal, como si no hubieses dormido en días.

Murata comenzó a retroceder, agitando la cabeza y las manos en señal de negativa.

—¡Nada! —soltó una risa nerviosa—. Debe ser por tanto trabajo…

—Es curioso —dijo Yuuri, arqueando una ceja—. ¿Entonces por qué Ulrike dio un aviso de alerta por la presunta desaparición del Gran Sabio en el Templo? Ella pensó que estabas en el castillo, rehuyendo de tus deberes, como siempre. Hasta tuve que mandar a unos soldados para verificar que todo estuviera en orden.

Murata recordó aquella ocasión, donde casi fueron atrapados por unos soldados curiosos y unas sacerdotisas chismosas, que golpeaban la puerta sin cesar, mientras él se encontraba aprisionado entre el cuerpo de Shinou y la cama.

Tuvieron suerte aquella vez. Luego de librarse por fin de los brazos de su amante, se vistió rápidamente con lo primero que tuvo a su alcance y salió de la habitación alegando que estaba inmerso en un tiempo de meditación exhaustiva para encontrar su paz interna. Los soldados y sacerdotisas parecieron creerle y se alejaron rascándose la cabeza, confundidos.

—¡Mira, Shibuya! —señaló Murata, cambiando de tema convenientemente—. ¡Las tropas ya están entrando! ¿No es emocionante?

Yuuri no quiso indagar más en el tema e hizo lo que su amigo le decía. Los soldados comenzaron a desfilar entre los aplausos y aclamaciones de euforia de los asistentes y se iban formando en bloques según en color de su uniforme.

Cuando todos los soldados terminaron de marchar, Gwendal se situó en medio de la audiencia; silencioso, hermoso, serio, con sus ojos azules y penetrantes, que asustaban cuando miraban fijamente. Daba la impresión de que era un hombre vacío, privado de cualquier otro sentimiento aparte de aquella profunda calma. Era una verdadera lástima, pues una cara tan bella, de rasgos tan perfectos, debía tener una sonrisa preciosa. Y, sin embargo, Gwendal solo trasmitía frío y temor. Wolfram le observaba con atención, aquel hombre que, inexplicablemente, le inspiraba tanto repudio y respeto al mismo tiempo.

Gwendal se dirigió a sus jóvenes guerreros:

—Este día, jóvenes, pasan a convertirse en protectores de la paz y la armonía de nuestra querida nación. Este día adquieren el derecho de empuñar las armas para salvaguardar a nuestro pueblo. Se convertirán en defensores de niños y adultos, lo que es un gran honor pero al mismo tiempo les ata con una responsabilidad de por vida. Su destino pasa a estar ligado al de Shin Makoku hasta el final de los tiempos. Acataran sin vacilación los mandatos de nuestro líder y soberano, el Maou. —Gwendal señaló a Yuuri, que estaba sentado en su trono. Todo mundo le observó con gran admiración—. En cualquier circunstancia rendirán honor a nuestro rey, Yuuri Shibuya. Todo lo que podíamos hacer para prepararlos ya ha sido hecho; no podemos hacer nada más. Sin embargo, estoy muy satisfecho. No olviden que a partir de hoy, traicionar a su territorio, traicionar a Shin Makoku, equivale a traicionarse a ustedes mismos.

Cuando Wolfram y Jeremiah escucharon la última frase del discurso, tensaron los músculos e intercambiaron miradas, pensando en alcanzar su único objetivo. Debían recordar que ellos no eran parte de Shin Makoku, que eran asesinos de Blazeberly al servicio del rey Endimión, con una sola misión: Desestabilizar el reino de Shin Makoku. Sin embargo, algo se removió en la conciencia de Wolfram.

—Soldados, cuando escuchen su nombre pasarán a la tarima para recibir su medalla y posteriormente saludar a las autoridades —anunció Gwendal. Y uno a uno los soldados fueron llamados en medio del aplauso general de la multitud congregada—. Del territorio Wincott llamamos a Wolfram Dietzel.

Llegó el turno de Wolfram.

Todos los asistentes prestaron especial atención en el misterioso chico de cabellos rubios que se acercaba a la tarima. Hermosamente escultural, serio, impenetrable. Nadie podía quitar su mirada de él.

A Yuuri le saltó el corazón cuando lo tuvo en frente.

—Joven Dietzel…

—Majestad.

Pasaron segundos. Los dos permanecieron inmóviles al contacto de sus manos. Sus miradas hablaban en silencio, decían lo que ambos sabían, con mayor claridad tal vez que con palabras. Después, Wolfram se alejó tras una fría reverencia.

Yuuri examinó a Wolfram a hurtadillas, mientras fingía mirar a Murata. Tuvo ganas de golpear los puños contra cualquier cosa. ¡No había más que verlo! Sin duda aun no le perdonaba lo de la otra noche, estaba indignado y lo despreciaba por esto. Lo vio en la línea dura de sus labios; en su postura tiesa, inconmovible.

Mientras Wolfram terminaba de desfilar por la tarima, la cara Gwendal permanecía inexpresiva, parecía furioso. En cambio, el Capitán Sinclair lo recibió cortésmente, y Wolfram les dedico un breve pero elegante saludo.

Y cuando todos los soldados terminaron de pasar a la tarima, juramentaron con la mano derecha sobre corazón.

Entonces Gunter tomó la palabra:

—Este día otorgaremos una medalla especial a aquellos soldados que mostraron una habilidad superior en el manejo de sus elementos. —Todos los soldados comenzaron a mirarse unos a otros, algunos contentos otros expectantes—. Por eso llamamos de nuevo al soldado Wolfram Dietzel, por su brillante destreza en el manejo del elemento fuego.

Los miembros de la tropa a la que pertenecía Wolfram comenzaron a aplaudir alegres y lo felicitaban. Wolfram se sonrojó un poco ante tal muestra de compañerismo.

—Sus aptitudes son excepcionales —comentó el capitán Sinclair a Gwendal, que se encontraba a su costado derecho.

—Pero aún le queda mucho por aprender, William —contradijo Gwendal—. Sus habilidades le han vuelto… no sé… arrogante —Frunció el ceño con desdén—. Demasiado arrogante.

Gwendal no se sentía satisfecho del todo. Cuando un estudiante le resultaba personalmente insatisfactorio, no le daba una segunda oportunidad.

William Sinclair, que no entendía aquella reacción, se limitó a encogerse de hombros. Prefirió observar como el Maou colocaba la medalla de fuego en la chaqueta del soldado Dietzel.

Yuuri no desprendía su atención de la figura de Wolfram, lo miraba con un delirio embriagador, percibiendo la sensación inextricable del deseo, del delirio de abrazarlo frente a toda su gente para que todos supieran del regocijo de su Maou al haber encontrado a su amor verdadero. Hasta que sintió que una mirada penetrante se posaba sobre él. Era la mirada color jade de su bella esposa y reina.

Finalmente se enderezó y le miró a la cara.

—Izura…                                                                                                          

—Hoy parece profundamente complacido, Mi Señor —comentó Izura entre dientes—. Por desgracia, le conozco demasiado bien como para saber que no es por la ceremonia.

—¿Qué te hace pensar eso? —Yuuri suspiró profundamente, observando a Wolfram bajar de la tarima—. Es un día maravilloso  ¿no te parece?

La expresión de Izura se entristeció.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque nuestra hija ha partido esta mañana a Cabalcade.

Hubo silencio entre los dos.

Izura entrecerró la mirada. Al menos consiguió captar de lleno la atención de Yuuri, cuyo rostro se había contraído secamente.

Los ojos de ella miraron más allá de él.

—Jamás has sido devoto a este tipo de ceremonias, Yuuri, y algo me hace sospechar que estas tan contento porque la persona que me ha alejado tanto de ti está presente. —Izura sabía que era ahora o nunca. Tenía que sacarle toda la información posible. No se atrevía ni a imaginar que sucedería si se quedara de brazos cruzados. Apostó todo en la última jugada y le sujetó la mano, apretándosela fuertemente.

—Hablaremos de eso cuando estemos en otra parte, pero ahora no. —Yuuri bajó la voz aún más—. No podemos discutir aquí.

—Pero…

Yuuri no le dio opción a hablar, ya que le dio dos palmadas suaves en sus manos y sonrió cálidamente a los Nobles que los observaban con gran interés. Luego, le dedicó a ella una mirada gélida, intentando decir sin palabras que tenían que actuar, un papel diminuto en un escenario considerable, con un público inmenso e interesado.

La ceremonia debía continuar. Los demás soldados que habían sobresalido en el control de los elementos agua, viento y tierra fueron llamados, y Yuuri les colocó las medallas. El público estaba emocionado.

—Les pido guardar silencio ¡Silencio! —impuso Gunter.

Con un nuevo carraspeo Gunter continuó: —Para finalizar, daremos una medalla especial para un soldado en particular que ha demostrado destrezas admirables en la lucha cuerpo a cuerpo. —La expectación del público aumentó—. Llamamos a Jeremiah Crumley.

—«¡Vaya ironía!» —pensó Jeremiah.

—Tendrías que hacerlo más a menudo —le dijo Wolfram al llegar a su lado.

 —¿Hacer qué?

—Sonreír.

—No es tan sencillo —contestó el asesino engreídamente mientras se cruzaba de brazos.

—Lo sé —musitó Wolfram con tono que expresaba su vencida resignación—. Pero hace un momento te he visto hacerlo.

—Porque me da risa lo ingenuos que son estos tipos —exclamó Jeremiah petulante, se dio la vuelta y comenzó a caminar. Avanzó unos pasos más, se calmó una pizca, y miró a su amigo que permanecía expectante algo más atrás—. Por cierto, tienes una decisión importante que tomar —añadió antes de ir a recibir su medalla.

Wolfram permaneció inmóvil, pensativo. Su cabeza estaba agachada, su mirada esmeralda parecía perdida y absorta como la de un cordero a punto de ser sacrificado.

 

—49—

 

 

Una alegre celebración se dio lugar después de la ceremonia de graduación en los jardines de Pacto de Sangre, en medio de un pequeño bosque de cerezos que se encontraba situado entre los terrenos del castillo y el complejo militar. La mayor parte de los habitantes de Shin Makoku estaban presentes en las afueras del castillo, desde la mujer más anciana hasta el bebé más pequeño en brazos de su madre. De tal modo que el resto del día todos estuvieron muy ocupados.

La gran tienda de campaña donde se servía el té estaba abarrotada de público. Gunter esperaba que los bollos circularan debidamente entre el los invitados. Afortunadamente, las doncellas encargadas de servir parecían muy competentes.

Los músicos, que parecían estarlo pasando tan bien como los invitados, tocaban una gran diversidad de instrumentos, entre los cuales había mandolinas, laúdes, varios tipos de flautas dulces y de percusión. Además, hacía buen tiempo y el día estaba claro y soleado.

Se habían preparado dos mesas con platillos deliciosos a ambos lados del amplio patio, y parte de la zona central estaba destinada a una pista de baile. El espacio restante quedaba abierto para que la gente se reuniera y charlara. También se habían dispuesto dos tronos al lado derecho de la plataforma en los cuales la pareja real pasó la mayor parte del festejo para saludar a los invitados y hablar con quienes quisieran tener una audiencia con ellos o con los miembros del Consejo Real.

Yuuri suspiró con gran pesar. El bullicio de la gente era cada vez más fuerte, las conversaciones con sus súbditos más largas, y muy pronto dio por imposible el intentar arreglar las cosas con Wolfram. El ruido y la atmósfera sofocante de la fiesta le habían hecho perder el momento en que él se marchó.

Se sentía tremendamente consciente de la presencia de Izura a su lado, ocupando el lugar que debía ser de Wolfram, y aunque había tratado de no pensar en la situación que lo tenía atado a ella y en lo difícil que sería obtener el perdón de quien amaba, hubo momentos en los que al pensar en su situación, sentía una fuerte tensión en la garganta y el calor de las lágrimas en los ojos.

Las cosas estaban así: Si no lograba encontrar una solución pacífica para obtener el divorcio y así tener la libertad total, entonces la felicidad con Wolfram era algo que nunca iba a tener, por más que lo deseara.

En ese momento de meditación, Murata lo miró a los ojos y le hizo un gesto hacia el fondo del jardín. Yuuri sintió un gran alivio al encontrar una salida de esa conversación abstracta que estaba teniendo con el gobernador de Spitzberg, Stoffel.

El saludo con el Noble había sido realmente exhaustivo. Stoffel salió al encuentro de su Maou con las manos tendidas y expresó su satisfacción de volver a verlo. Luego, se le había pegado como abeja a la miel.

Yuuri sonreía sólo por compromiso. Estaba aburrido de esas continuas conversaciones que solo lo utilizaban como anclaje para subir de rango. Siempre era lo mismo con él, elogios superficiales, chistes malos, sonrisas falsas…

—Su reinado ha constituido uno de los acontecimientos más excitantes que ha habido en Shin Makoku —declaró Stoffel, campechanamente, mirando con sus ojos azul marino hacia la copa que sostenía en las manos.

Yuuri le interrumpió con un gesto de la mano.

—Sí, bueno. —Dedicó a Stoffel un falso ademán de disculpa—. Si me disculpan, tengo un pequeño asunto que atender con el Gran Sabio —dijo de forma cortés al tiempo que se ponía de pie—. Mi señora, Lord von Spitzberg…

Yuuri hizo un gesto de despedida con la cabeza.

Inmediatamente, Izura lo agarró de la manga; esto provocó que Stoffel los observara con cierto grado de interés.

—¿Puedo ir con usted, mi señor? —susurró Izura casi simultáneamente.

—Lo siento mucho, mi señora, son asuntos privados. —Yuuri miró a Izura y esbozó una sonrisa de disculpa, pero no logró engañarla.

Ella se levantó y lo besó, con un beso dulce, profundo y tierno. Luego le rozó la mejilla con su mano un instante y se volvió a sentar.

—Está bien, entiendo.

Lord Stoffel von Spitzberg, que estaba junto ellos en la mesa, se echó a reír, encantado ante tal muestra de afecto en público por parte de los monarcas. Su impresión de que el matrimonio del Maou era una farsa, se modificó en alguna medida.

—¡No cabe duda que pronto nos estaremos reuniendo para celebrar la llegada de un heredero para Shin Makoku! —exclamó Stoffel con una risita picara—. ¿No crees, Raven?

—En definitiva, Lord von Spitzberg —Raven, el fiel servidor de Stoffel, sonreía con aire complacido al igual que él.

—Lo estaré esperando, mi señor —profirió Izura mientras miraba a su esposo intensamente, antes que él se marchara enojado y avergonzado.

Izura guardó silencio ante los siguientes comentarios de Lord Spitzberg. Tuvo el impulso de seguir a su esposo a escondidas, pero su temple se lo impidió. Estaba devastada por dentro, pero el dominio sobre sí misma no se hundió con ella.

De pronto, Izura experimentó el impulso decir:

—Espero que disfruten y puedan quedarse una temporada en el castillo. —Una sonrisa falsa adornaba su rostro.

Stoffel abrió los ojos, sorprendido.

—Quisiera vivir siempre aquí, al lado de mi querido Maou —exclamó—. Claro está que tendré que ausentarme con frecuencia. Mis deberes me llaman a estar en mi territorio, los habitantes de Spitzberg me necesitan. Pero ésta será mi casa. Volveré acá.

—Comprendo —murmuró Izura.

Pero al propio tiempo, pensó:

«De todos modos, necesito aliados confiables si en dado caso Yuuri me lleva a juicio. Lord Spitzberg no es uno de ellos».

Una vez más lanzó una mirada subrepticia a Lord Spitzberg.

«Aliados confiables…» —pensó. En aquel momento, Gwendal se acercó a la mesa de honor para tomar asiento junto a su bella esposa, no sin antes saludarla respetuosamente, como lo merecía según su posición; al mismo tiempo llegó Gunter para ofrecerle unos ricos bollos espolvoreados de azúcar.

Izura se sintió más tranquila.

 

—00—

 

—¡Oye, tranquilo! —exclamó Murata en alto a su amigo, que caminaba como alma que se lleva el diablo—. Shibuya… tu gente está observándote.

En efecto, los invitados observaban como el Maou caminaba por el corredor, alejándose a grandes zancadas con el Gran Sabio, siendo el centro de atención.

—¡Maldición! —murmuró Yuuri por lo bajo, y tomando con fuerza el brazo de Murata comenzó a acelerar más el paso, casi arrastrándolo, para que fuera a su velocidad.

—¡Shibuya! —se quejó Murata al ser llevado con aquella brusquedad. Comenzó a sentir miedo al verle la cara y notar como esta se fruncía con una ira tal, que le temblaron las piernas y se arrepintió de haberlo llamado—. Cálmate…

—¿Qué me calme? —soltó Yuuri con ironía—. ¡Me pides que me calme, Murata…!

Llegaron a un lugar solitario en medio de los árboles de cerezo, allí se detuvieron para conversar en privado.

Yuuri respiró profundamente, cerrando los ojos, porque era una persona pacífica por sobre todas las cosas y estupideces de los demás.

—Wolfram no quiere verme ni en pintura —continuó finalmente—, gracias a la estúpida propuesta que me aconsejaste hacerle. —Yuuri se retiró un mechón de cabello negro de la cara con un sentido suspiro, y Murata notó que parecía pálido y cansado—. Debería encerrarte en la mazmorra por lo menos durante una noche por haberme arruinado la oportunidad con Wolfram. —Aunque lo decía en broma, la voz de Yuuri no vaciló. Murata le miró extrañado, se conocían demasiado bien.

—Shibuya…

—Lo siento… —se disculpó Yuuri ya más calmado.

—¿Eh?

Yuuri cerró los ojos un instante y sonrió con amargura. ¿Acaso parte de la culpa no era de él?  Sí, claro que sí.

—Tú no tienes toda la culpa, Murata —Volvió a suspirar—. Tampoco debí desahogar mi frustración contigo.

—No pasa nada —habló Murata manteniendo la calma e intentando mantener el control de la conversación—. Podremos solucionarlo.

—¿Por qué dices eso? —Yuuri se giró para mirarle.

Murata había apoyado su espalda sobre el tronco del cerezo, con los brazos cruzados y los ojos cerrados.

—Él te quiere, ¿sabes? No lo admite, por supuesto, pero te quiere. Lo conozco lo suficiente como para saberlo.

—¿Cómo es que le conoces tan bien?

Murata reprimió una sonrisa al detectar cierto tono de celos en aquella pregunta.

—Quieres hablar con el joven Dietzel a solas, pedirle perdón y conseguir una segunda oportunidad  con él ¿o me equivoco?

Yuuri no le respondió enseguida, no hacía falta.

—Él me odia.

—Heriste su orgullo, eso es todo.

—¿Wolfram te dijo eso? ¿Qué estaba herido? —preguntó Yuuri desbordado por el asombro mientras lo observaba con gran interés.

Murata miró liado a otro lado.

—Lo cierto es que...

—Porque si es así yo…

—Shibuya, espera. —Murata frunció el ceño—. No he hablado con el joven Dietzel sobre este tema. Pero debes suponer que es así, y debes hacer algo para arreglarlo.

—Si pudiera tener la certeza de que Wolfram podrá perdonarme —replicó Yuuri volviendo a bajar el tono de voz—. ¿Sabes si tiene alguna debilidad por mí?

—O simplemente no quiere doblegarse. —Murata se llevó la mano debajo del mentón, pensativo.

—No quiere doblegarse… —La cara de Yuuri se ensombreció y su voz sonó un poco más apagada—. No quiere doblegarse al amor…

Los dos guardaron silencio tiempo en el cual Yuuri meditó en algo.

—Pero mientras Izura este de por medio… —Yuuri dejó la frase a medias y miró a Murata con cierto interés, éste sonreía de lado.

Por supuesto, Murata era un tipo inteligente, astuto como para encontrar los medios necesarios para conseguir lo que quería. Si había alguien capaz de conseguir un divorcio y al mismo tiempo evitar una catástrofe política, ese alguien era su Gran Sabio.

—Entonces, ¿qué harás, Majestad? —preguntó Murata maliciosamente, como si ya supiera a ciencia cierta lo que su amigo iba a responder.

—Tú te encargaras de conseguir el divorcio para mí. —La voz de Yuuri dura, capaz de transmitir una orden, de expresar autoridad—. Confió en ti, en tu sabiduría. Nadie más que tú puede ayudarme.

—¿Es eso lo que deseas?

—Si realmente amas a alguien, estar con otra persona no puede cambiar eso. Por más que lo piense, y de todas maneras, deseo separarme de Izura.

Sonaba tan convencido de lo que decía, que Murata se preguntó si valía la pena desengañarlo. La visión del amor que tenía su amigo era irreal e idealizada y obviaba todas las partes dolorosas y oscuras de las relaciones. El hecho de que su alma gemela quería asesinarlo, por ejemplo. Y el compromiso con Izura, con toda Zuratia, sólo agravaba la situación. Tal vez, después de todo, tenía razón en su corazonada, y él no podía hacer nada al respecto. Pero era el deber de un amigo hacer algo.

E iba a hacerlo.

—Por difícil que parezca, conseguirás tu propósito —replicó Murata con seguridad.

Yuuri lo miró perplejo, aun no lo creía.

Justo cuando estaba a punto de preguntar, se escucharon unas risas a lo lejos. Yuuri miró hacia aquella dirección, extrañado. No habría prestado atención suficiente si no fuese porque después de esas risas escuchó la voz de Wolfram. Frunció el ceño, y tras mirar de reojo a Murata, dio unos pasos hacia adelante.

—Entonces, Dietzel, ¿aceptas salir con nosotros? Di que sí, vamos —decía un tipo grande y robusto. Por su uniforme daba a entender que pertenecía a las tropas Rocheford—. Sera solo una noche, mira que no nos vemos tan seguido ¿verdad, Jun?

—Sí, Mike —concordó el otro. Un tipo alto y delgado, de cara guileña y ojos saltones—. Nos la pasaremos genial.

Wolfram no hablaba con esos tipos, salvo para exigirles que lo dejaran en paz. Grande fue su sorpresa al encontrarse con Yuuri a solas con el Gran Sabio, con quien siempre mantenía la guardia, quizá por su forma de mirarlo, acompañado siempre de una sonrisa por demás amable, casi falsa. No supo que pensar ni que sentir, si celos o irritación.

Se detuvo a una distancia prudencial y recorrió a Yuuri con la mirada de la cabeza a los pies. Maldición, había olvidado hasta qué punto eran devastadores aquellos bonitos ojos oscuros como azabaches. La contrariedad que sintió fue más profunda que la irritación del momento.

No era por la propuesta de aquella noche. Cuando Wolfram se esforzaba en ser sincero consigo mismo, debía reconocer que el motivo era que no había podido olvidar la ardiente sensación de sus besos. Esa era la causa de su confusión. Se había visto sacudido por un movimiento de deseo tan fuerte que se había asustado. ¿Cómo era posible que siguiera deseándole después de todo lo que le había hecho? ¿Cómo…?

Pero, ¿qué iba a hacer? Desde luego, no estaba dispuesto a perdonarlo tan fácilmente sin conseguir lo que quería. No lo iba a hacer. No debía pensar en él de ese modo.

—Wolf…

Wolfram no contestó. Rehuyó la mirada de Yuuri.

—¡Wolf! —insistió él.

Wolfram lo ignoró; se alejó varios pasos y se dio la vuelta, camino al lugar donde se llevaba a cabo la celebración.

Continuó andando sin parar, pasando las filas de árboles, y atravesando el jardín. Su espalda tiesa e inquebrantable, su pasó aumentó hasta que echó a correr.

—¡Espera! —Yuuri no esperó más y lo siguió.

Los soldados se quedaron confundidos al ver al Maou persiguiendo al joven Dietzel, y más al notar la cercanía con la que lo trataba.

—Ni una palabra de esto a nadie —escucharon decir al Gran Sabio mientras se acercaba lentamente a ellos con gesto amenazador—. ¿Entendieron? —Los soldados continuaron perplejos y al parecer el Gran Sabio no recibió la respuesta que esperaba—. Sería una lástima que ustedes dos perdieran el rango que hoy han ganado. —Sonrió—. Más aun, ser expulsados del reino solo por no saber guardar un secreto.

—¡No hemos visto nada, eminencia! —respondieron ambos con voz temblorosa. Murata asintió complacido.

—Así me gusta.

 

 

—00—

 

 

Yuuri corrió tras Wolfram. Por qué perseguía al único individuo que no se mostraba interesado en lo que él ofrecía, lo dejaba aún perplejo. Pero antes necesitaba saber de una forma o de otra, si Wolfram estaba dispuesto a ser su esposo.

Cuando lo alcanzó, trató de agarrarlo, pero él se liberó de su mano. Entonces, Yuuri agarró su hombro y lo hizo girar para enfrentarlo.

—¡Wolf! —Esta vez consiguió su objetivo, haciendo que se detuviera de golpe, sujetándolo firmemente del brazo—. ¡Espera!

Yuuri no esperó más y lo tomó de la mano para llevárselo con él, ignorando si era visto por alguien cercano, ni siquiera le importaba si de casualidad se encontraban con Izura. Tan solo guió a Wolfram hasta el fondo del jardín, y lo arrinconó entre la corteza de un árbol y su cuerpo para que no pudiera escapar.

—Déjeme ir. —Wolfram lo empujó hacia atrás, pero Yuuri se resistió, sujetándolo con fuerza.

—No podemos seguir así, tenemos que hablar.

—No tenemos nada de qué hablar. —Wolfram esperaba que Yuuri le dejara inmediatamente, pero él no cedió, y así continuó agarrándolo, aunque con más suavidad.

—Dame un segundo, Wolf…

Yuuri lo agarró de la parte superior de los brazos y lo estrechó contra su cuerpo antes de echarle el brazo a la cintura. Wolfram trató de permanecer impertérrito, aunque por dentro estaba temblando de miedo, pues su interior se estaba rompiendo al igual que su fortaleza para seguir rechazándole.

—No quiero ni pensar que sucedería si alguien nos viera aquí —susurró Wolfram y comenzó a mirar desesperado por todas partes.

—Tenemos tiempo de hablar a solas. —Yuuri se inclinó lentamente y posó su frente sobre la de Wolfram, respirando entrecortadamente—. Por favor… —suplicó.

En ese momento, la brisa removió las copas de los árboles, pero era el único sonido que les llevó el aire. Parecía que incluso los pájaros estaban pendientes, callados.

—Pero yo no quiero escucharle. —Aquellos tajantes ojos verdes se estrecharon más al enfurecerse, pero mantuvo la voz tranquila—. Será mejor que me vaya.

—Tienes toda la razón al no querer hablar conmigo. Me he comportado de una manera poco apropiada contigo —musitó Yuuri, aun sabiendo que no era el momento adecuado para exponer su argumento. No quería que Wolfram se sintiera acosado. No había transcurrido el tiempo suficiente para que él calmara su cólera. —Siento mucho lo mal que te hice sentir… yo… lo último que deseo es hacerte daño.

—Pues se ha lucido, pese a sus deseos.

—Lo sé —dijo Yuuri con sentida sinceridad—. Pero creo que aún estamos a tiempo de recuperar lo nuestro. Wolf, te quiero como nunca he querido a nadie. Y estoy seguro que nadie volverá a hacerme sentir algo semejante.

—Por favor, Majestad… —susurró Wolfram, tragando saliva mientras intentaba frenar el deseo que le consumía. Se agarró a sus hombros y negó con la cabeza, renuente a someterse al poder que tenía sobre él—. Es mejor que me vaya. No quiero hacer nada de lo que tenga que arrepentirme.

Yuuri pudo ver el resentimiento en sus ojos, y la apremiante necesidad que le era imposible camuflar.

—A mí también me duele. Pero sé que me quieres, que deseas tanto como yo que estemos juntos. Con tanto amor, no tiene sentido que estemos separados.

—¿Por quién me ha tomado? ¿Por una de esas fulanas que frecuenta? ¡¿De verdad piensa que soy tan estúpido?!

—Nunca he pensado eso de ti. Solo te pido que pienses en darle otra oportunidad a nuestro amor.

—¡No importa lo que crea! Esto que dije sentir se esfumó con su propuesta. ¡No me interesa ser el amante de nadie! —exclamó Wolfram, y embistió contra Yuuri.

—No es tu corazón el que habla, porque este me pertenece a mí…

—¿Ah, sí? Suélteme. —Wolfram renovó su lucha. Pero no lograba separarse de Yuuri—. ¡La única verdad es que no lo deseo! Y ahora, ¡quíteme las manos de encima!

—¡No es cierto!

—¡Sí lo es!

Yuuri negaba con la cabeza, como si le fuera la vida en ello. Tercamente, Wolfram se resistió hasta el último momento. El aire entre los dos se hizo espeso e irrespirable, y fue entonces que Yuuri jugó su última carta y se acercó para besarlo.

Por un momento, Wolfram permaneció rígido, pero, sin darse cuenta, envolvió los brazos al alrededor del cuello de Yuuri, mientras su corazón comenzaba a palpitar de prisa. Se abandonó a aquellos brazos que lo habían rodeado como dos cinturones de acero. Cayó en una espiral de placer que detuvo totalmente su actividad cerebral, tan solo para abandonarse a ese beso tan deseado, a esa necesidad de sentirse suyo. Yuuri lo besó de modo que él pudiera sentir toda la sinceridad que contenía su amor.

—No puedes mentirme —le susurró Yuuri al oído, dejando a la vez la marca de sus labios en su mejilla—. Tu cuerpo me lo confiesa, me amas…

En los brazos ajenos, Wolfram continuaba moviéndose, pero ya no para resistirse sino para corresponder de la misma forma a sus besos. Tan sólo sabía que estaba ardiendo y que esta vez iba a rendirse a lo que su cuerpo le exigía sin importar las consecuencias.

—Yuuri…. —Fuera lo que fuera lo que iba a decirle, sus palabras quedaron ahogadas en un gemido cuando él atrapó su labio inferior con los dientes y lo succionó.

La falta de resistencia de Wolfram pareció incentivar a Yuuri, que lo besó con más ahínco y pasión, sin dejar de sostenerle la cabeza. Luego lo alzó, usando los muslos para separarle las piernas, levantarlo y apoyarlo contra el tronco del árbol. Wolfram apoyó sus brazos en los hombros de Yuuri y comenzó a jadear por la falta de aire y la misma excitación.

Yuuri sintió el momento en que Wolfram se rindió, pues su boca y su cuerpo se relajaron junto a él.

Pero cuando le escuchó jadear, Yuuri se detuvo, asustado por sus acciones. ¿Qué estaba haciendo? Cerró los ojos con fuerza y luchó por recuperar la razón. Tenía la cara enterrada en el pecho de Wolfram, de modo que podía oír los latidos frenéticos de su corazón.

Se echó hacia atrás, alejándose de él. No lo podía creer. Estaba a punto de forzar a un chico indefenso. No importaba cuales hubieran sido los motivos, no había justificación para lo que estaba a punto de hacer. Yuuri se maldijo a sí mismo, tiró de su cabello desesperadamente y las lágrimas gotearon por los lados de su cara.

—Perdóname…

Yuuri suspiró amargamente, levantó la cabeza, con sus ojos implorando perdón, y cuando lo hizo, lo observó. Wolfram tenía la respiración entrecortada, el rostro sonrojado. Su mirada estaba tan nublada por las sensaciones y las emociones, que él apenas podía identificar cómo se sentía.

—Soy de lo peor… —Estaba tan arrepentido como para rogarle de rodillas.

Wolfram ya no podía más. Clavó la vista en el cielo mientras el deseo se agitaba en su interior, con su corazón palpitando fuertemente sin cesar. Y pidió un poco de valentía para afrontar lo que era irremediablemente cierto, que amaba a Yuuri Shibuya.

Lo supo al ver en su mirada que estaba asqueado de sí mismo, de sus actos. No tenía más marcharse para hacerlo sufrir más, pero nunca se atrevería a hacerle eso. En cambio, lo que deseó fue abrazarlo, consolarlo y decirle que estaba bien.

Lo amaba.

Y ese amor le consumía como nunca antes lo había hecho. Ya no podía continuar engañándose cada día con fingida indiferencia. Yuuri había hecho que se olvidara de sus ambiciones, de sus responsabilidades, de sus camaradas, y le había recordado con todo su amor que, ante todo, tenía que luchar por su propia felicidad.

Lo amaba.

Con toda el alma. Lo quería por completo, lo bueno y lo malo, quería a su amante, a su enclenque, al tipo que debía matar. Deseaba pasar el resto de la vida a su lado y entregarse por completo, aunque sabía que estaba mal y que su amor traería consigo  consecuencias irremediables. Wolfram enterró su descubrimiento en un lugar secreto de su corazón y después comprendió que aceptaría lo que viniera más adelante.

—Yo no le he reprochado nada…

Cuando escuchó  las palabras de Wolfram, a Yuuri le dio un vuelco el corazón, que después siguió latiendo desbocado. No sabía qué era, pero había algo especial esa vez, como si hubieran llegado a un punto sin retorno, y Wolfram hubiera elegido el camino hacia él, a sus brazos, a su amor. En ese momento parecía haber cruzado las barreras de su muro, de modo que el tesoro escondido dentro había quedado expuesto.

Los dos se quedaron mirándose el uno al otro, sin decir palabra, pero diciéndose todo. Los de Yuuri anhelantes, con la esperanza asomando en ellos, los de Wolfram verdes y brillantes. Saltaban centellas de sus ojos, la pasión estaba a flor de piel. En medio de aquel bosque de cerezo, con las flores danzando por doquier al compás de viento. Allí estaban al fin, aceptando sus sentimientos, sin sombras tras ellos que pudieran dañarles, sin prejuicios, sin miedo a amar.

Tan solo dos almas sin máscaras que los disfrazasen.

Siguió un largo silencio. Yuuri se quedó atónito al ver que Wolfram se abalanzaba sobre él en dos pasos rápidos y lo abrazaba con fuerza.

—Ya no puedo fingir indiferencia ante ti, cuando tú, Yuuri Shibuya, rey de los enclenques, te has clavado tan profundo en mi corazón. —Entrelazó sus dedos con los de Yuuri, en un intento de sentirse seguro de que era real, de que había dejado de ser aquel cobarde que rehúye de sus sentimientos.

Su boca se acercó buscando la de Yuuri.

—Te amo, Yuuri Shibuya. —Esa declaración tan sincera como apasionada se convirtió en la mecha, la flama ya no tenía remedio—. Ya no puedo ocultarlo más…

Yuuri cerró los ojos por un momento, saboreando las palabras de Wolfram.

—Arreglaré todo para que podamos estar juntos, Wolf. —Prometió Yuuri, envolviendo sus brazos a su alrededor, y él lo apretó. Ambos querían mantenerse así, abrazados—. Haré las cosas bien de aquí en adelante. Pero debemos ser cautelosos, no hay mayor error que actuar impulsivamente.

—Dime cómo se supone que debo actuar cuando te veo junto a ella. —Wolfram cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza y frustración—. No puedo ver cómo te abraza, o cómo te besa, como se adueña de ti. Dime cómo debo comportarme para no echarlo todo a perder, porque suelo ser muy impulsivo.

Yuuri entendió que se refería a su situación Izura, entonces Wolfram había visto el beso que ella le dio frente a Stoffel. Lo más seguro era que sí. Era evidente que estaba celoso y que los celos eran la razón que lo impulsaba a desconfiar de su palabra.

—No pienso perder la confianza que he visto hoy en tus ojos. —Al ver que Wolfram bajaba triste la mirada, lo sujetó por la barbilla y lo obligó a mirarlo a los ojos—. Te juro que ya nada hay entre ella y yo. Te pertenezco completamente, aunque aún no haya un papel escrito que lo declare. Y no sé qué nuevas pruebas nos traerá el futuro, lo único que tengo claro es que quiero que seas mi Consorte.

—Tu Consorte…

La atenta mirada de Yuuri no dudó.

—Sí, te prometo que conseguiré la anulación de mi matrimonio y me casaré contigo por todas las de la ley.

Wolfram se sumergió en su mirada oscura, entonces comprendió que era sincero. Una sensación de anhelo y nerviosismo eclosionaron en su pecho, dejándolo completamente sorprendido y ruborizado.

Yuuri lo besó en los labios regocijándose en su sabor. Wolfram sonrió y se dejó hacer, a merced  de aquella boca hambrienta que lo hacía enloquecer de amor.

 

¡Majestad!, ¿En dónde se ha metido, Majestad?

 

Escuchó Yuuri que le llamaban. Era la voz de Gunter.

Oyendo pasos sobre las hojas secas del patio, Yuuri se dio la vuelta y, al ver a su Consejero buscarlo con tal afán, suspiró y refunfuñó.

 

—¡Agh! ¡No me haga esto Majestad! —gruñó Gunter llevándose las manos a la cintura con gesto de preocupación para después continuar su camino.

 

Los pasos del Consejero Real se fueron alejando, y Wolfram se apartó de Yuuri en cuanto éste le soltó de la cintura.

—No tardará en regresar —soltó Yuuri con cautela—. Debo volver a la fiesta o comenzarán a sospechar.

—Tienes razón. Debes irte —Wolfram entendió la frustración de Yuuri. Él tampoco estaba listo para enfrentarse a nadie todavía.

—Mi Wolf… —Yuuri no pudo resistir el impulso de besarle el dorso de la mano y se inclinó para hacerlo. El rubor asaltó sus mejillas de forma tierna.

Cuando se incorporó, Yuuri lo rodeó con los brazos y lo besó. Se concentró en transmitirle con los labios y con todo su cuerpo que era sincero, que jamás lo traicionaría, que lo amaba. Wolfram le devolvió el beso con la misma pasión y ternura.

Al abrir los ojos, vio que el rostro de Wolfram estaba ruborizado, son sus ojos brillantes, y embargado de muchas emociones.

Le acarició la mejilla y lo miró con ternura.

—Te quiero.

Mientras se marchaba, Wolfram permaneció en silencio.

 

 

Tras advertir la larga demora del Maou, Gunter notó algo sospechoso y decidió buscarlo hasta encontrarlo sin importar con quien estuviera. Sin embargo, Yuuri le salió al paso antes de que pudiese cruzar la hilera de árboles donde Wolfram se encontraba escondido.

—Hola, Gunter —lo saludó amablemente, lo que causó que éste diera un salto del susto.

—¡Majestad! ¡Por fin lo encontré! —exclamó Gunter con una sonrisa en su rostro—. ¡Me tenía muy preocupado! —se lanzó para abrazarlo.

—¡Me asfixias… Gu-Gunter!

—Ah, no hay nada más gratificante que recibir el tierno amor de tus fieles súbditos, ¿no crees, Shibuya?

—¡Su Santidad! —Gunter se detuvo al escuchar la voz del Gran Sabio y por fin soltó a Yuuri—. Usted también se nos había perdido de vista.

Murata sacudió la cabeza.

—No se está perdido si se sabe exactamente el camino de vuelta —dijo mientras se aproximaba con una sonrisa—. Shibuya y yo tan solo dábamos un paseo.

Gunter lo miró con recelo.

—Me parece que es inapropiado que desaparezcan así de un evento público, lo que me recuerda, Majestad, que debe volver inmediatamente —remarcó—. Lady Rocheford y Lord Gyllenhaal desean despedirse se usted. Tienen asuntos urgentes que atender en sus respectivos territorios por lo que ya deben partir. El capitán William Sinclair también debe regresar a Bielefeld para informar a Waltorana todo lo acontecido en este día.

—Entonces vamos —Yuuri caminó de regreso con Murata—. ¿No vienes, Gunter? —inquirió al notar que su Consejero Real se quedaba atrás.

—He perdido mi agenda, Majestad —respondió Gunter—. Debió haberse caído mientras le buscaba en aquella dirección, será mejor que regrese a buscarla.

—De acuerdo, Gunter, no tardes mucho ¿eh? —Comprendiendo, Yuuri asintió y siguió su camino.

 

 

Gunter se desplazó rápidamente de vuelta.

—Te atraparé —gruñó cuando pasó junto a la hilera de árboles de cerezo, sus ojos agudos incontrolablemente. Hizo una pausa, y olfateó. Al estar seguro de haber encontrado a alguien escondido detrás de los troncos, se dirigió presuroso—. ¡Maldición!

Casqueó la lengua al encontrar soledad detrás de esos árboles. Estaba seguro que esta vez daría con la nueva amante del rey, que estaba escondida en ese lugar.

 

—¡Ah, Majestad, ahí está! Qué suerte, pues no deseaba partir sin antes hablar de un asunto con usted —exclamó respetuosamente William Sinclair, que en ese momento conversaba con la reina.

—Capitán Sinclair, Izura san —Yuuri saludó también a su esposa, que intento tomarle la mano la cual rechazó y luego volvió a centrar su atención en el Capitán—. Soy todo oído.

—Le comentaba a Su Majestad, La Reina, sobre un asunto militar interno… —William trató de explicárselo de forma más diplomática—. Es sobre la reubicación de un Militar de las Tropas Weller. Tengo la certeza de que funcionaria mejor estando en las Tropas Bielefeld por sus capacidades para utilizar el Majutsu de fuego.

Yuuri asintió.

—¿De quién se trata? —inquirió, aunque, ciertamente, los asuntos Militares eran cosa de Gwendal.

—Del Joven Wolfram Dietzel.

La sonrisa de Yuuri desapareció, sustituyéndose por un ceño fruncido.

—Me temo que eso será imposible, Capitán Sinclair —respondió Yuuri, que no estaba dispuesto a permitir tal cosa.

Izura volvió la cabeza hacia él.

—¿Y eso porque, cariño? —intervino—. Ese muchacho puede continuar su formación en cualquier parte. No es que sea alguien indispensable. Es solo un simple soldado.

—No es alguien que puede pasar desapercibido, Majestad —contradijo William con el debido respeto—. Ese muchacho tiene habilidades extraordinarias.

Izura formó una mueca.

—He intercambiado unas cuantas palabras con el susodicho y no he encontrado en él eso que usted llama extraordinario, Capitán —expuso con menosprecio—. Lord Voltaire dice que es un mocoso prepotente. Se la pasa perdiendo el tiempo en los salones de arte, alza la voz con sus superiores y es holgazán e indisciplinado.

—Ni es un mocoso, ni es un prepotente —Oyó decir a Yuuri, un poco exaltado.

—Parece que le conoces muy bien.

—Y tú parece que lo detestas sin conocerle.

Izura se mordió la lengua para no gruñir y entrecerró los ojos peligrosamente. De modo que el desprecio de Yuuri había llegado al punto que se atrevía a llevarle la contraria por un insignificante soldado. Esto era el colmo.

—Lo lamento, Capitán —se disculpó Yuuri, dando por finalizado el tema—. El soldado Dietzel se quedará aquí. Es mi última palabra.

—Como usted diga, Majestad —aceptó William con una reverencia.

 

 

Wolfram entró a la habitación respirando con dificultad, cansado después de haberse escabullido de ese Consejero entrometido. No sabía si había hecho lo correcto o no, tan solo estaba seguro de haber seguido sus instintos. Aceptaría todo lo que tuviera que venir con tan solo estar al lado de la persona que amaba.

Respiró hondo. Se sentó sobre la cama y pensó que la habitación estaba vacía. Un sonido desde el vestidor lo alertó de la presencia de Jeremiah.

—¿En dónde te habías metido? —De pie al lado de la ventana, Jeremiah vio que su camarada mantenía la mirada perdida.

—Por ahí… —Lo miró. Jeremiah se había bañado y se había cambiado de ropa, así que supuso esa noche iba a salir a algún lugar—. Luces bien.

—¿Tú crees? —Jeremiah observó su reflejo en el espejo y sonrió complacido—. Tú también estás invitado, Wolfy. Seguiremos la celebración en la taberna.

—No podemos.

—No habrá problema, Weller ya autorizó el permiso.

—Eso no es lo que yo tenía planeado —Se quejó Wolfram mientras se echaba sobre la cama con los brazos extendidos.

—¡Vamos, no seas aguafiestas! —Jeremiah le sonrió y dio un paso adelante para intentar levantar a su holgazán camarada—. Haz que valga la pena.

—No estoy de humor.

—Tú nunca estas de humor, pero en Blazeberly no te quedaba de otra.

Wolfram se levantó y frunció el cejo.

—No vuelvas a mencionar ese país aquí —masculló con desprecio y desvió la vista hacia la puerta de salida—. Las paredes oyen.

Jeremiah entrecerró sus ojos verdes y lo observó.

—Estos pueden ser nuestros últimos días aquí, ¿lo recuerdas? Tu respuesta definirá el rumbo de nuestra misión. Podemos continuar con el plan inicial o podemos regresar a Blazeberly y dar la misión por fallida.

—No hay motivo por el cual regresar —respondió Wolfram y mantuvo la mirada fija en su camarada, sin titubear—. He tomado una decisión.

Apretando los labios, Jeremiah permaneció en silencio.

—He decidido quedarme y luchar por lo que es mío, algo valioso que me fue arrebatado desde el día en que nací.

—Tu libertad.

Wolfram jamás le confirmó a Jeremiah que le había entendido, que estaba en lo cierto y que únicamente buscaría su libertad. Había algo más que le habían arrebatado y que tenía que recuperar, algo que solo Yuuri era capaz de darle: La tan anhelada felicidad.

 

 

Continuará.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado el capítulo.

Perdón si quedo muy cursi.

Me costó mucho este cap ya que es uno de esos capítulos donde se toman decisiones importantes que marcan el rumbo de la historia. Sip, llegamos a un punto clave. La castidad de Wolfram pende de un hilo >.< jajaja, son bromas. Yuuri no la tendrá tan fácil, pero lo importante es que lo que tenga que venir en adelante lo afrontarán juntos. (¡Que viva el amor!)

Dejen sus comentarios, a ver que les ha parecido.

Comenzaré a trabajar en el siguiente cap en cuanto pueda. Quiero dejar claro que no he dejado este fic o de escribir, simplemente no me queda tanto tiempo para hacerlo y por eso me tardo en sacar la actualización.

Chao!

¡¡Gracias por leer!!


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