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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

Pásele, pásele, este capítulo tiene mucho Yuuram.

¡TADAN! Estoy aquí con un nuevo capítulo aunque he llegado a la conclusión de que por más que lo intento no puedo sacar capítulos tan rápido como desearía. Trabajo de Lunes a Viernes y a veces parte de Sábado :(  

Pero muchas gracias por continuar leyendo. Agradecimientos especiales para Cho-chan y GreenCrow, gracias a sus bonitas palabras me apuré más, jejeje me dieron energías.

Advierto que el próximo capítulo tardará más, pero eso no significa que deje este fanfic.

Sin más preámbulos, ¡disfruten!

 

Capítulo 15

 

Destino

 

—50—

—¡Ladrón!, ¡Guardias, atrapen a ese ladrón!

La voz afligida de una mujer hizo eco en una de las plazas comerciales más importantes de Pacto de Sangre. Aparentemente, un pilluelo había hecho de las suyas, aprovechándose de los agitados consumidores, siempre tan activos, en continuo movimiento, sin descanso en el mercado. Los guardias de la tropa Weller se pusieron en marcha para atraparle.

El ladrón echó a correr. Los ciudadanos realizaban las compras del día, charlaban animadamente o simplemente curioseaban. Los guardias intentaron atravesar entre la multitud lo más rápido posible pero el gentío les impedía avanzar, cual obstáculos interponiéndose constantemente sobre su avance. Solamente los guardias más agiles conservaron y siguieron el rastro del ladrón.

El pilluelo no era más que un niño de unos diez años humanos, carita redonda y pecosa, cabello rojizo y ojos color miel, la delgadez de su cuerpo delataba las penurias que debía afrontar a tan temprana edad.

Preso del pánico, corrió con rapidez, como si su corazón y piernas se alimentaran del miedo que lo inundaba. En más de una ocasión, su velocidad y conocimiento de los parajes circundantes a la ciudad le habían salvado de más de una paliza segura por parte de los guardias reales.

El sol lo cegaba, se llevó la mano sobre sus ojos y justo entonces divisó a uno de los que le perseguían, que avanzaba a toda velocidad por él. Logró perderlo de vista pues, justo a tiempo, dobló una esquina, llegando a un corredor estrecho y oscuro. El corredor era tan estrecho que las piernas casi rozaban aquellas paredes anaranjadas. Echó una mirada hacia atrás y vio a un grupo de tres pasar de largo sin percatarse de su inesperado giro. Sonrió.

—¡Por aquí!

La alegría le duró poco, pues otros guardias no le perdieron el rastro. Eran más agiles de lo que pensaba.

El niño trepó por la pared de una casa hasta el tejado. Dos construcciones estaban divididas por una calle algo ancha; si apuntaba bien y corría con la suficiente rapidez podía saltar y cruzar aquella abertura del otro lado.

Miró hacia atrás de nueva cuenta. Cuatro guardias intentaban escalar la alta pared de ladrillos para llegar hacia él, mientras otros tres le cerraban el paso debajo.

El niño se llenó de valor. Llegó al borde del tejado y saltó.

Los guardias también dieron un salto hacia lo alto del muro pero no pudieron alcanzarlo. Se estrellaron con fuerza contra los adoquines, desparramándose en el suelo.

El niño respiró con alivio. Por fin los había burlado. Al otro lado del barranco, los guardias se habían detenido y maldecían.

Echó a correr otra vez.

Bajó por la escalera de incendios, creyéndose a salvo, más inmediatamente sintió la presencia de un sujeto con uniforme, más aún no lo había visto pues estaba de espaldas. El temor lo invadió, y en su inocencia, no hizo más que esconderse detrás de unos contenedores de basura.

—¿Tienes alguna pista del ladrón, Crumley?

Escuchó que preguntaban al soldado frente a él.

—Aquí no hay nada —respondió—. No hay rastros de él. Es un pilluelo muy astuto.

El niño se extrañó por la actitud del soldado. El tono de su voz parecía despreocupado, incluso sarcástico. No percibía nada amenazador en el desconocido, pero había algo que lo mantenía en guardia.

Lo último que escuchó por parte del otro fue un «¡Maldita sea, perdimos el rastro!» a medida se alejaba del callejón, dejando al impasible soldado a solas.

El pequeñuelo observó al soldado, que vestía el uniforme de las tropas Weller. Era un tipo alto, aunque no tanto, un poco fornido. Su pelo, corto y castaño, casi naranja, se agrupaba en mechones lacios que daban la impresión de estar siempre en movimiento.

Pero más allá de estudiar la apariencia del soldado, el niño suspiró con pesadumbre. Parecía ser que aún no había salvado su pellejo de ser arrestado.

—Ya puedes salir.

—¡Eh!

El niño se enderezó y también parpadeó muy rápido, confundido. ¿Acaso el soldado sabía que estaba escondido detrás de los contenedores de basura?

—Dije que ya puedes salir, mocoso —Era evidente que lo había descubierto. Sin embargo, el soldado utilizaba el mismo tono de voz, despreocupado y para nada acusador—. No te piensas quedar todo el día ahí ¿o sí?

El soldado se dio la vuelta y por fin pudo ver su rostro. Era atractivo y parecía simpático. Sus ojos, de un verde con tonos amarillos, brillaban divertidos.

El niño salió lentamente del escondite con el trozo de pan en la mano.

Jeremiah se rascó la cabeza

—Te has burlado completamente de esos inútiles —dijo riéndose—. Eres muy ágil, mocoso. Me has dejando sorprendido.

—¿No me va a delatar?

—No —contestó Jeremiah—. A mí eso me tiene sin cuidado.

—A ti no te importa nada, Jeremy.

Otro soldado surgió detrás de las sombras, silencioso, hermoso, serio. El niño se quedó un momento sin respiración, pensando en que un rostro tan bello, de rasgos tan perfectos, debía tener una sonrisa preciosa.

—¿Harás que arresten al niñato por un trozo de pan, Wolfram?

—No, pobre muchachito —respondió mirando al niño con ternura.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Jeremiah.

—Nico.

—Yo soy Jeremiah, y él es Wolfram. Y no te preocupes, no estamos interesados en atrapar pilluelos como tú.

Se podía pensar que Nico había tenido mucha suerte al haber encontrado gente tan amable, y el propio Nico lo pensaba así.

Jeremiah volvió a tomar la palabra.

—Dices que te llamas Nico, ¿no es así?

—Sí.

—¿Tienes padres?

Nico se encogió un poco de hombros.

Jeremiah miró a Wolfram y suspiró.

—¿No tienes ninguna tía, ningún tío, ninguna abuela, ni familia con quien puedas ir?

—No —murmuró—. Nada aquí en Shin Makoku.

—¿De dónde vienes, pequeño? —intervino Wolfram.

—Soy de Blazeberly —Nico miró a los dos y calló un rato—. Mis padres fueron asesinados por la guardia real, fueron acusados de traición. Me mandaron a un orfanato pero… era un sitio feo. Había rejas en las ventanas. Había azotes cada día, y muy injustos. Entonces, de noche, escalé la pared y me fui. No quiero volver allí.

Jeremiah y Wolfram volvieron a intercambiar miradas y a suspirar.

—Es comprensible… —musitó Wolfram.

—Escuché sobre un lugar —continuó Nico—. Un lugar en donde el Maou trata a los lugareños con respeto y cortesía; que se ha ganado el cariño de las gentes a base de compartir alimentos y de ayudarlos en todo, desde ayudar con la reconstrucción de sus casas.

Wolfram notó un cosquilleo en la piel y se sonrojó al saber que Nico hablaba de Yuuri. 

Pese a las desigualdades de clase y de poder, los habitantes de Shin Makoku poseían un fuerte sentido del deber y respeto a sus semejantes. Incluso los ricos y poderosos contribuían a la seguridad de la ciudad, de ahí que la guardia real no permitiera que ningún bandido se saliera con la suya. Siempre había ladrones y villanos rondando alrededor, por supuesto, pero era por pura maldad y decisión propia, no por necesidad. Si el rey sabía que sus súbditos pasaban hambre, mandaba repartir alimentos entre ellos.

Todo ello era gracias a Yuuri, a su amado Yuuri.

—Me escabullí en muchos barcos para poder llegar a este destino —Wolfram volvió a poner atención en el relato de Nico—. He caminado desde el muelle hasta llegar a la ciudad. Pero el hambre apremia, y no tuve otro remedio que robar para comer. No conozco a nadie, y aún no he podido ganar dinero.

El estómago de Nico se le contrajo y luego soltó un rugido que hizo que sus mejillas se sonrojaran.

Wolfram se quedó pensativo.

—Puedes ir a una casa comunal —dijo finalmente.

Nico le prestó atención.

—El Maou es bondadoso y no deja que sus súbditos pasen hambre o frío, mucho menos un niño indefenso como tú.

—He oído tantas cosas buenas sobre él —dijo Nico, sonriente—. Me dan ganas de conocerle. Debe ser excepcional.

Wolfram asintió imperceptiblemente.

Nico lo miró y también asintió. Entonces, ambos sonrieron.

—Ten —Wolfram se sacó una moneda de la bolsa del pantalón—. Compra algo para comer y luego pregunta por la casa comunal más cercana.

—Muchas gracias, es usted muy amable —Nico tomó la moneda, sus grandes ojos brillaban con una mezcla de gratitud y perplejidad. Wolfram le sonrió. El pequeño no pudo dominar el ligero rubor que tiñó sus mejillas, pero con una sonrisa insegura le dijo:— Es usted muy amable y… y muy hermoso.

—¿Eh?

Nico miró hacia un lado y se rascó la barbilla, nervioso.

—Su sonrisa… —musitó—. Su sonrisa es muy hermosa.

Jeremiah se echó reír a carcajadas.

—¡Entiendo perfectamente cómo te sientes! ¡Bienvenido al club! —Luego se dirigió a Wolfram—. Al parecer tienes un nuevo admirador, Wolfy!

Wolfram apretaba los dientes y los puños, rojo de vergüenza. Jeremiah temió que fuera a estallar en mil pedazos, como si una bomba detonara en su interior.

—¡Basta!

Jeremiah no podía contenerse.

—¡Cállate ya! —se quejó Wolfram, girándose resentido hacia Jeremiah, apretando los puños—. ¡Te odio! —exclamó, antes de sujetar con fuerza la oreja de Jeremiah.

—¡Ay, ay! ¡Ittai, Ittai! ¡Wolfy, perdón, perdón! ¡Suéltame por favor!

Wolfram no soltaba el agarre a pesar de sus quejas.

—¡Ya me calmo! ¡Ya me calmo! —rogaba Jeremiah.

Por fin lo soltó, pero con una condición.

—Deja ya las bromas.

—Está bien —refunfuñó Jeremiah—. Wolfy, querido. Debes disculpar mi torpeza. Soy un patán, ya me conoces—. Se disculpó sin dejar de sonreír.

Wolfram suspiró con pesadez y se cruzó de brazos. Nico tan solo observaba la escena. De repente, los tres se echaron a reír.

Unos intensos ojos verde esmeralda les observaba. Aquella persona tenía la mano en el pecho, a la espera. Mil pensamientos se agitaban en su mente. Después de varios días de búsqueda, de preguntar a extraños, de recolectar información, comprendió que aquel era uno de esos instantes de la vida en los que debía decir lo correcto, hacer lo correcto.

Con una sonrisa en los labios, susurró:— Por fin te he encontrado.

 

—00—

 

 

Yuuri estiró los brazos, sentado frente a su escritorio. Después de todo, no había casi nada que hacer y lo poco que había no le parecía demasiado importante, tan solo firmar documentos. Sopesó la idea de tomar un descanso, pero sabía que Gwendal se lo reprocharía de inmediato y no tenía ánimo para soportar sus sermones. Decidió relajarse solo por diez minutos, pero apenas si había cerrado los ojos cuando un resuelto golpeteo en la puerta le anunció que lo buscaban.

Era Gunter, traía una carta en sus manos.

—Majestad —dijo con voz elocuente y con una exagerada reverencia a Yuuri—, acaba de llegar una carta de parte del internado donde se encuentra la princesa.

Las facciones de Yuuri se animaron en su rostro. Saber de su hija siempre le ponía de buen humor.

—Por favor, léela —le dijo.

Gunter desdobló el papel y comenzó a leer.

—En resumen, pone que los obsequios que Su Majestad ha enviado, han llegado sanos y salvos a las manos de su alteza, la princesa Greta. La princesa está contenta y dice que se ha adaptado maravillosamente al régimen formativo de la institución, así como a las actividades recreativas como la danza y la música.

Una sonrisa iluminó el rostro de Yuuri.

—Me alegra escuchar eso —mencionó complacido.

Gunter asintió solemne.

—Eso es todo lo que pone —dijo e hizo amago de entregar la carta al rey.

—No —Yuuri lo detuvo con un gesto de mano—. Entrégale a la reina la carta —ordenó—. Que al igual que yo se sienta tranquila y complacida con nuestra hija.

—Como usted ordene, Majestad.

—Gracias —sonrió Yuuri—. Puedes retirarte.

El Consejero correspondió con una sonrisa, hizo una reverencia y salió de la oficina.

Dos o tres minutos después, se oyó de nuevo el llamar a la puerta. Conrad hizo una reverencia y entró con su patentada sonrisa en el rostro.

—He conseguido entablar comunicación con el rey Saralegui.

Yuuri miró a Conrad con expectación.

—¿Y?

—No ha sido fácil —añadió Conrad—. La seguridad prácticamente se ha triplicado en Shimaron Menor desde que el rey fue liberado de su secuestro. Interceptaban todas mis cartas. No me sorprendería que…

—¡Conrad! ¿Qué ha dicho?

Conrad Bufó.

—Tranquilícese, Majestad. Es como si esperara la confirmación que tanto anhela…

—¡No me digas Majestad! —Yuuri cruzó los brazos y fulminó a Conrad con la mirada.

—De acuerdo, ha dicho que sí.

—¡Sí!

—Sí, Saralegui vendrá para la fiesta de primavera y entablará una reunión contigo para decidir bajo que términos tendrán una alianza.

Yuuri se llenó de alivio. Formar una alianza con Saralegui garantizaba estabilidad en el proceso se divorcio que llevaba con Izura. Debía hacerse de aliados para que en el momento de la confrontación, Izura no le amenazara con iniciar un bloqueo comercial o, peor aún, una guerra. No podía subestimar a esa mujer.

«Solo tengo que sobrevivir al Concejo… Y mantener a Wolfram paciente, a no ser que se canse de esperarme…» Ahuyentó este pensamiento de su mente. No podía ir por la vida temiendo siempre lo peor. Hasta el momento había superado todos los obstáculos que surgían en su camino. Su única preocupación, por ahora, aparte de dirigir su reino, era conseguir el divorcio. Para ello necesitaría la ayuda de Conrad y Murata.

—Bueno ¿A quién delegarás para firmar la alianza? dado que no puedes ausentarte de Shin Makoku por ahora. No mientras la reina continúe teniendo comunicación con su tío Maoritsu.

—A Murata y a Gunter.

—¿Y si este último se niega?

—No puede —Yuuri esbozó una sonrisa—. Él es incapaz de negarme algo. Mientras tanto, tú encárgate formar los pactos con los demás Lords. Lord Bielefeld, Lord Karberkinoff, Lord Wincott y los demás. Quiero que voten a mi favor.

—Por Lord Spitzberg no te preocupes, ésta a tus órdenes.

—¿A cambio de qué?

—Sorprendentemente, Stoffel quiere tan solo tu gratitud. Por ahora —añadió Conrad con una ligera sonrisa.

—Era de esperarse.

Ambos sonrieron.

—Conrad —dijo Yuuri, pensativo, tras unos minutos de silencio—. ¿Qué hay si la reina se niega a compadecer ante el Consejo? —preguntó con seriedad.

—No podría. La ley la obligará a hacerlo.

Yuuri respiró hondo.

—¿Cuándo será, entonces?

—Cuando las cartas estén a tu favor.

Yuuri asintió.

—Será mejor que me vaya y continúe con mi deber —mencionó Conrad—. Por cierto, hay algo sobre Gunter y Gwendal que he querido mencionarte desde hace tiempo.

—Dime.

—Se han estado comunicando con las oficinas administrativas de los distintos territorios. Su interés son las partidas de nacimiento de todos los soldados recién graduados. Al parecer, buscan información sobre el Joven Dietzel.

Yuuri frunció el ceño.

—Qué extraño.

—¿Deseas que intervenga?

Yuuri lo pensó por un momento.

—Ummm… no —respondió, con cierta culpa hacia sus Consejeros—. No me gusta estar peleado con Gwendal ni con Gunter. Ya no quiero malos entendidos, y no quiero castigarlos más —añadió, al recordar que le había disminuido el rango a Gwendal por lo que hizo a Wolfram. No quería que odiaran a su futuro esposo, al contrario, quería que le aceptaran—. Que investiguen cuanto quieran investigar. Estoy seguro que no encontrarán nada en contra de Wolf.

—Como tú digas, Yuuri —dijo Conrad y luego ejecutó una ligera reverencia, pero al momento de enderezarse, notó algo a través de la ventana—. ¡¿Pero qué…?!

Yuuri se intrigó, se puso de pie y dirigió su vista a la misma dirección que Conrad. Lo que vio lo puso alerta. . Una espesa columna de fuego se alzaba en el horizonte. Parecía que la ciudad estaba ardiendo. En ese instante, entró Dorcascos, agitado, casi sin habla.

—¡Majestad! —gritó el soldado—. ¡Un fuerte incendio consume unas casas cerca de la plaza!

—¡…!

Yuuri y Conrad intercambiaron miradas de perturbación. Ninguno podía articular palabra. Yuuri fue el primero en reaccionar.

—¡Andando!

 

 

—00—

 

 

Wolfram se había despedido de Nico con una sonrisa, mientras éste se alejaba con una bolsa de pan recién horneado y leche. Sin embargo, algo en su corazón le causaba una gran culpa, incapaz de hacer de aquella sonrisa algo genuina.

No pudo evitar reconocer que todo el sufrimiento de Nico era a causa de Endimión y, por más que le doliera, de él mismo.

Con sus ansias de poder, avaricia, crueldad y muchas cosas más, Endimión se había encargado de sumergir a Blazeberly en el más profundo estado de escasez, agrupando todas las riquezas a un grupo reducido de la Nobleza. Y él, a sus órdenes, se había encargado de que fuera así. Le enseñaron que todo debía ser de una manera determinada porque eso garantizaba la seguridad, el poder y la riqueza del reino, y yo no lo ponía en duda. Pero conforme se hizo mayor, empezó a cuestionarlo. Empezó a darse cuenta de que si no se resistía era por ignorante. Comprendió que la única personas cuya seguridad, poder y riqueza protegía era Endimión; que el rey acababa a los rebeldes por miedo a perder su poder.

Hasta ahora, pensó, pues había decidido no darle la corona de Shin Makoku a Endimión. No iba a permitir que ese hombre arruinara todo lo que Yuuri había construido a base de trabajo y entrega. A pesar de ser leal a su Señor, Wolfram se sentía incapaz.

Cuán diferentes eran Endimión y Yuuri. Éste último era bondadoso, amable y servicial. Todo lo que un rey de verdad debe ser. A decir verdad, nada de lo que esperaba que fuese. Qué ironía, el plan inicial era persuadirle y después encontraría la forma de hundirle, debía herirle de la forma más profunda posible, debía hacer que se enamorara de él para poder lastimarle de tal forma que no pudiera recuperar, debía… asesinarlo. Pero al final, todo ese odio se ha desvanecido y se había convertido en amor, un sentimiento que no creyó sentir nunca. Dos almas que están destinadas a encontrarse y jamás separarse.

—Wolfram —le llamó Jeremiah. Él reaccionó de un brinco—. ¿Qué te pasa? Desde hace días estás muy extraño, como ausente. Y respóndeme con la verdad. Somos camaradas, ¿no?

Jeremiah lo observó con aire crítico, esperando, evidentemente, que le dijera la verdad de una buena vez.

—Bien, tú ganas. Te lo diré. —Wolfram le respondió con otra pregunta—: ¿Alguna vez de has arrepentido de todo lo que has hecho en tu vida?

Wolfram guardó silencio.

—Nunca me he permitido cuestionarme el pasado. No son más que pensamientos insignificantes, y los remordimientos me volverían loco.

A Wolfram le disgustaron aquellas palabras, pero prefirió callarse.

—En cambio tú… —continuó Jeremiah, mientras tomaba delicadamente la barbilla de Wolfram—. Se la clase de persona que eres, Wolfy. Te castigas a ti mismo más severamente de lo que nadie lo haría. Apuesto a que la situación de Nico de conmovió tanto que ahora piensas renunciar a esta misión, llegarás a la presencia de Endimión disculpándote por tu fracaso, y el hermoso, inteligente y noble asesino de fuego, el gran Wolfram Dietzel será perdonado.

A Wolfram se le hizo un nudo en la garganta y se reprochó a mismo por sentirse tan herido.

—Yo no he dicho que me iba a retractar —replicó Wolfram entre dientes—. No pongas palabras en mi boca. Tú lo has dicho en repetidas ocasiones ¿no? Endimión es capaz de matarnos.

Jeremiah frunció el entrecejo ante aquella muestra de debilidad tan impropia de Wolfram.

—Entonces, ¿a qué viene ese alarde de remordimientos ahora?

—A que algún día pagaremos por nuestros pecados —A Wolfram le dolía el corazón a pesar de todo. Por primera vez, estaba aprendiendo a decir lo que sentía y, sin embargo, le dolía.

—Entonces arderemos en el infierno —Jeremiah sonrió de forma siniestra—. Estaré rodeado de todos los hombres que padecieron a causa de mi espada, será divertido —Y tras esas palabras comenzó a reír, una risa trastornada y demasiado ruin.

Wolfram maldijo en sus adentros. No podía permitirse tener ninguna equivocación con Jeremiah Crumley, porque entonces sería él quien le mataría. Tenía claro que Jeremiah jamás retrocedería ante sus planes. Todos y cada uno de sus movimientos estaban perfectamente diseñados para un solo fin.

Decidió ignorarle. Suspiró y se dio la media vuelta para continuar con su deber. No obstante, sintió de repente que unos delgados y delicados brazos le rodeaban la cintura.

Jeremiah desenvainó su espada, aunque rápidamente bajó la guardia y quedó perplejo. Vio a Wolfram literalmente atrapado entre los brazos de su madre, que no dejaba de sollozar.

—¡Honey-chan! —gritó Cecilie—. ¡Me alegro tanto de verte!

Su hijo gruñó, soltándose progresivamente de esas dulces ataduras.

—Lady Chéri, ¿Qué hace aquí?

Cecilie le dio otro abrazo tan fuerte que a Wolfram le empezaron a doler las costillas en ese preciso momento. Aguantó la respiración hasta que segundos después se separaron.

—¡Ha pasado tanto tiempo!

Cecilie desvió la mirada y se encontró con los ojos amarillos de Jeremiah. Con cierto recelo, se adelantó y le saludó.

—¿Cómo estas Jeremy?

—Bien, gracias. —Miró asombrado a Cecilie, sus elegantes vestiduras habían  sido sustituidas por una túnica negra—. Creo que no hace falta que le haga la misma pregunta, lady Chéri.

Sin saber cómo debía tomarse tal comentario, Cecilie se limitó a sonreír.

—Dejémonos ya de saludos amistosos e hipócritas —se encabronó Wolfram—. Le hice una pregunta, Lady Bercoviah —la miró con intensidad y resentimiento. Jeremiah miró a su compañero especulativamente—. ¿Quién le dijo en dónde podía encontrarme? y ¿para qué?

—Fue… —Cecilie dudó un poco, pero al notar la impaciencia de su hijo no dudo en continuar—. Fue Josh… No te enojes, cariño, sabes que Joshua te quiere muchísimo.

Wolfram apartó la mirada. La tez de sus mejillas se sonrojó.

Jeremiah resopló, celoso.

—Grandísimo idiota —masculló.

—Eso no tiene nada que ver —musitó Wolfram—. En todo caso —recobró la compostura—. ¿Para qué ha venido?

—Josh y yo estamos preocupados por ti —respondió Cecilie, mirando a Jeremiah con cautela—. Josh está inquieto por el terrible sacrificio que tendrás que hacer para ganar tu libertad y yo también.

Era inaudito. ¿Joshua se había atrevido a contar a su madre sobre su situación? Jamás se lo perdonaría, ¡jamás!

—No es de su incumbencia, Lady Chéri —Wolfram fue directo—. A veces tienes que ser valiente y hacer cosas arriesgadas para conseguir otras más importantes —murmuró.

—No permitiré que te denigres de esta manera.

—Lo dije y lo repito, ¡no es de su incumbencia! —La miró cegado por la furia—. ¿Por qué no regresa de dónde salió, Chéri? ¿Qué le hace pensar que puede ayudarme ahora, cuando en el pasado jamás hizo tal cosa?

Las palabras ardieron pese a que las esperaba. Cecilie cerró sus ojos y lentamente los abrió de nuevo.

Jeremiah se sintió incómodo, y apartó la mirada de la escena. Por alguna razón, no podía detestar a Cecilie tanto como lo hacía Wolfram, a pesar de ser su hijo. La mujer era realmente amistosa, los ojos esmeraldas estaban llenos de sinceridad. No era una mala mujer. Y sus amores se habían producido mucho antes de que Wolfram le conociera.

—Dame la oportunidad de decirte lo que tengo que decir —suplicó la ex reina.

Tenía las mejillas muy pálidas, los ojos vidriosos y la respiración entrecortada. Si estaba fingiendo, se dijo Jeremiah, era sin duda una gran actriz.

—Vamos —Wolfram encontró compasión en su corazón. La tomó del brazo y la arrastró rápidamente por la plaza. Cecilie se dejaba guiar. Llegaron a otro callejón oscuro, pero alejados del oído de Jeremiah—. Tú dirás.

—Vengo por ti —habló Cecilie rápida y directamente—. Quiero que huyamos juntos, lejos de Blazeberly y lejos de aquí. He hecho una gran fortuna, suficiente para sobrevivir ambos el resto de nuestras vidas, con la garantía de que Endimión no volverá a molestarnos nunca más.

—¿Por qué?

—Porque eres mi hijo, y te amo

—¿Y si me rehúso?

—Entonces te ayudaré a terminar con esta misión —Cecilie bajó la cabeza, entristecida—. Sé que debes convertirte en el amante del Maou, hacer que se divorcie y se case contigo, para después matarlo a sangre fría y entregarle este reino a Endimión —levantó el rostro con determinación—. Lo haré por ti si es necesario, aunque, más allá de querer hacerlo quiero que recapacites, ¿destruirías la vida de estos ciudadanos por el capricho de un mal rey?

Wolfram palideció. Su mirada se posó en la fuente de agua en el centro de la plaza. Se sintió emocionalmente confuso y con unas horribles ganas de estar entre los brazos protectores de Yuuri.

—¿Quién es ese tal Maou Yuuri? —continuo Cecilie—, si quieres puedo seducirlo por ti.

—¡No te atrevas! —exclamó Wolfram, mirándola con el ceño fruncido—. ¡Yuuri es mío, solo mío!

—¿Eh? —A Cecilie le sorprendió la reacción de su hijo, ¿acaso estaba celoso?

Wolfram se sonrojó por su arrebato.

—Será mejor te vayas —le dijo sin atreverse a mirarla a los ojos—. Te lo dije en otra ocasión ¿no? Nunca has sido una madre para mí. No vengas a hacerte la heroína a estas alturas.

Wolfram elevó la cabeza y se encontró con los ojos de Cecilie, que lo miraba de tal manera que lo hizo sentirse como si fuera un villano.

—Wolfram yo… —El corazón de Cecilie se quebró totalmente, inundado de dolor al ver los ojos acusadores de su hijo, empañados por lágrimas que se negaban a salir—. Supongo que sí, supongo que he sido una mala madre. No he sabido hacerlo mejor hijo mío, no he sabido. Solo quiero que sepas que nunca fue mi intención hacerte daño, y espero que me perdones algún día.

Con un nudo en la garganta, Wolfram le dio la espalda.

—Ya no tenemos nada más que decirnos —Comenzó a caminar, alejándose de ella—. Adiós.

—Wolfram, daría todo lo que he vivido, porque te quedases a mi lado —fueron las últimas palabras de ella, llenas de sinceridad. Había tristeza al reconocer esto, y él sintió un remordimiento instantáneo pero siguió caminando.

Cecilie lloró. La sonrisa que a menudo practicaba en el espejo nunca llegaba a sus ojos, sin embargo, nadie la miraba lo suficientemente de cerca como para darse cuenta. Tampoco ninguno de sus muchos admiradores sabía que ese mismo rostro delicado a menudo se retorcía por la angustia de saber que había perdido lo más importante en su vida: El amor de su hijo. Como en ese momento, en el oscuro pasaje, siendo rechazada por él una vez más.

 

 

—00—

 

 

Wolfram apresuró el paso y dejó escapar un suspiro. No sabía dónde ir así que decidió sentarse un momento en un banco de la plaza. Era inaudito. Todo se complicaba más cada vez que creía que las cosas irían bien. Por más que ofendiera y despreciara a Cecilie, en innumerables ocasiones, jamás se había echado atrás en su intento por conseguir su perdón. Sin embargo, su proceder era algo obvio, indiscutiblemente ella era su… su madre. Pero ¿por qué ahora?, ¿en Shin Makoku? Definitivamente la suerte no estaba su parte. ¿Y qué era eso de seducir a Yuuri? ¡Por los dioses! ¡No! ¡No! ¡No, y no! La sola idea le dolió y de repente se sintió muy vulnerable.

Una mano se posó en su hombro, y se volvió con lentitud.

Era Jeremiah diciéndole de todas las formas posibles que estaba allí para él. De una manera retorcida, el idiota de Jeremiah era su único apoyo.

—¿Estás bien, Wolfy?

Wolfram encogió los hombros. Sí, estaba bien. Pero recordaba momentos en los que había estado mucho mejor.

—¿Y?, ¿qué quería decirte tu madre?

—En primera, no es mi madre —aclaró, incorporándose—. Al menos no en todo el sentido de la palabra, tan solo me dio a luz —suspiró—. Y en segunda. No tienes por qué preocuparte, nada de lo que me diga esa mujer va a hacer que yo me aleje de Shin Makoku.

Jeremiah lo miró y sonrió.

—Eres demasiado frío para eso. No te dejas dominar por nada ni por nadie.

Wolfram trago grueso y esbozó su mejor sonrisa fingida.

—Supongo que no.

—¡Crumley! ¡Dietzel! —gritó un soldado, encolerizado—. ¡Par de idiotas, a ver si dejan de perder el tiempo y comienzan a cumplir con su deber!

—¿Qué…?

—¡De prisa! —ordenó el soldado.

Las pupilas de Wolfram se dilataron a medida observaba el alud de humo negro que cubría la ciudad. ¿Tan ensimismado estaba en sus asuntos que no se había percatado de nada?

Comenzaron a correr de prisa y, a medida se acercaban al lugar, se oían gritos y gente que corría de un lado a otro con cubetas de agua. Los fuegos de tono anaranjado brillaban de entre las ventanas de una posada de tres pisos.

—¡Menudo infierno! —exclamó Jeremiah, luciendo estupefacto.

Los soldados parecían guerreros cubiertos por sus armaduras que luchaban contra un enorme monstruo rojo. Con cubetas que se pasaban uno por uno, lanzaban agua a las llamas y un espeso humo negro se extendía por todas partes. Wolfram lo estaba respirando y le hacía toser, casi no podía respirar, así que se cubrió la boca con la camisa.

Uno de los soldados gritó:

—¡Aún hay personas atrapadas en el edificio!

Otro soldado chasqueó la lengua.

—No se puede acceder aún a los pisos de arriba —dijo con cara muy seria—, al parecer el incendio se originó en la cocina de abajo.

Los cuatro miraban sin decir palabra. El espectáculo poseía una grandeza siniestra. El General Brown habló por fin, con voz tenue pero firme—. Salven cuántas vidas puedan.

El corazón de Wolfram se llenó de piedad.

—Jeremy, ¿puedes utilizar majutsu de agua?

—La magia tiene un límite, no pienso gastar mis energías por gente que me tiene sin cuidado. Y por si fuera poco ¿Qué ganaría? —respondió fríamente. A Wolfram le dio escalofríos.

—Todo lo haces siempre por interés —se quejó.

—¡Pero es un interés positivo!

—¿Sabes?, ya me he cansado de ti y de tu actitud de mierda; haz lo que quieras. ¡Imbécil!

Entonces, salió corriendo, raudo como una flecha, hacia el abrasador fuego. Desapareció por un sendero que serpenteaba desde el piso y una cortina de llamas se cerró tras él. Molesto, Jeremiah le siguió.

—¡Soldado Dietzel! —gritó el General, molesto. Aún no había dado orden de ingresar por lo arriesgado que era. El soldado Crumley se abrió paso a través de la cortina de llamas y desapareció también —¡Tengan cuidado! —gritó.

Dentro, sólo se podía oír el rugir de las llamas y el crepitar del fuego. Estaba oscuro. Wolfram intentó orientarse.

—¡Socorro! —se escuchó.

Wolfram alzó la vista hacia todos lados.

—¡¿Me escucha?! —gritó.

Jeremiah lanzó majutsu de agua y así pudieron localizar a un hombre de mediana edad, sudado y cubierto de tizne y hollín. Estaba petrificado.

—Hay una mujer con un bebé atrapados arriba —gritó, desesperado—, ¡tienen que salvarlos, por favor! —En efecto, se escuchaba el llanto del bebé.

—Condúcelo a la salida —ordenó Wolfram a Jeremiah—. Yo me encargaré de la mujer.

—¡No sería más lógico que yo fuera en tu lugar! —exclamó Jeremiah, ahogándose.

Un humo espeso remolineaba alrededor y los hacia toser.

—No te preocupes, el fuego es mi elemento. Además, yo te metí en esto. Ya has hecho mucho al venir conmigo.

Se sonrieron.

—Si no vuelves en diez minutos, vendré por ti —advirtió Jeremiah, al mismo tiempo que una pared se desboronaba a diez metros de ellos. Dicho esto, se marchó con el hombre.

Wolfram ascendió a los niveles superiores por una escalera. Debía tener cuidado de no quemarse pues toda la casa estaba cubierta de llamas. Había ascendido tan sólo cinco peldaños cuando oyó el derrumbamiento de otra pared de madera.

—«¡Ayuda!» —se escuchaba gritar a la mujer mientras tosía sin cesar. Wolfram avanzó—. «¡Por favor que alguien nos ayude!»

Se encontró en un pasillo, y a los lados estaban las puertas de las habitaciones «¡Auxilio!» Wolfram siguió la voz de la mujer. Consiguió dar con la habitación donde se encontraba, pero era imposible ingresar debido a las llamas.

—¡Señora, voy en camino! —gritó para darle consuelo. Ella lloraba, y el bebé también—. No se preocupe, cof, cof! —Se estaba quedando sin aliento de correr y hablar al mismo tiempo.

Una parte del suelo se derrumbó.

Sus piernas se negaban, pero su corazón le decía que continuara.

—¡Mierda!

Dio una patada a la puerta de la habitación continua un par de veces y consiguió abrirla, entonces caminó hacia la ventana y la abrió aunque le quemó los dedos, y salió por el balcón. Después se colgó de la barra que salía de la pared y avanzó apoyando el cuerpo contra la pared y los pies con el borde, aferrado a la viga. Si daba un mal paso, caería.

De pronto, hubo una explosión tan fuerte que lo empujó hacia atrás e hizo que quedara colgando de la viga con la punta de sus dedos. La gente que observaba abajo dio un grito de angustia. Wolfram se quedó un momento petrificado, con la mente en blanco. Pero el llanto del bebé le dio fuerzas para continuar. Subió una pierna y luego la otra y pudo incorporarse.

Llegó al siguiente balcón, la de la habitación donde estaba la pobre mujer, pero la ventana estaba atrancada. Se detuvo. Horrorizado, temió lo peor.

Pero no se daría por vencido.

Se colgó con ambos brazos a los bordes superiores de la ventana y se meció con las piernas juntas, apuntando cual flecha al vidrio para romperlo. Cuando entró, se sintió abrumado por una tremenda oleada de vapor que golpeó su cara.

—¡Aquí estamos!

Wolfram apareció por la ventana rota, sudoroso y sin aliento

—¡Salgamos de aquí!

—¡No puedo respirar! —decía la mujer, al borde del colapso—. ¡Moriremos!

Una sonrisa alentadora curvó los labios de Wolfram.

—Tranquila —le dijo—. No vamos a morir aquí, se lo prometo.

La mujer al verlo se calmó.

—Sigamos —ordenó.

La sonrisa se le desvaneció al instante y se endurecieron sus facciones en una máscara de severidad implacable.

Wolfram rompió la pared de madera que dividía las habitaciones y salieron al pasillo; mismo que seguía intacto, pero en la parte de abajo, el fuego se propagaba. Caminaron evitando las llamas y los obstáculos que caían del techo. Brincaron por los agujeros hasta llegar a la escalera, ya casi estaban a salvo.

Debían bajar por las escaleras, la mujer iba adelante y Wolfram la seguía detrás, cuando él dio un paso más, su pierna se balanceó sobre un abismo. Se agarró a la barandilla justo a tiempo. La mitad de la escalera se había desplomado.

—¡Maldición!

—¡Joven ¿está bien?! —le preguntó la señora.

—¡Siga! —respondió con determinación, sabiendo que faltaba poco para llegar a la salida—. ¡Salga de aquí!

Wolfram regresó por sus pasos, refugiándose en lo que quedaba del segundo piso de la posada. Sus fuerzas de debilitaban. La garganta le quemaba. Entonces sus piernas sucumbieron al cansancio provocando que cayera al suelo.

Cerró los ojos y, de pronto, escuchó la voz de Matt. «¡No te rindas, Hermanito!» Abrió los ojos, como si esperara ver su cara, los grandes ojos purpura, la sonrisa juguetona. Pero no había nada, salvo llamaradas de fuego.

—¡Matt! —Intentó gritar, pero no había aire en sus pulmones, tan sólo un dolor afilado en su garganta.

Tosió. El sonido ahogado apenas salió de sus labios.

Sus fuerzas perecieron y una lágrima rodó por sus mejillas.

De nuevo, la voz de Matt resonó en su cabeza: «¡Él vendrá por ti!»

—Él… —musitó—. ¿Quién?

«Tu alma gemela»

Wolfram cerró los ojos.

 

 

 

—00—

 

 

En el exterior, la gente miraba atónica la escena. El Maou y otros soldados más habían llegado al lugar y se ponían al tanto de la situación. Yuuri, con una corazonada, miraba por todas partes esperando ver a Wolfram, mientras conversaba con los generales al mando.

De repente, alguien exclamó, interrumpiendo la conversación: «¡Están de vuelta!» Eran la señora y el bebé. Habían vuelto sanos y salvos de la posada en llamas.

El general Brown se alegró mucho al verlos sanos y salvos pero, hacía falta alguien. Se acercó a la señora, que recibía primeros auxilios y le preguntó:

—¿Y el soldado que la ayudó?

La señora sacudió la cabeza.

El General Brown no dijo nada. Desvió la vista un momento. Después se volvió hacia Jeremiah.

—¡Crumley, ve por Dietzel! —ordenó—. ¡Sigue atrapado!

El tiempo y el espacio se detuvieron para Yuuri al escuchar esas palabras, y su desesperación fue absoluta.

Y en ese momento de angustia, una insólita luz azulada despertó en su interior, proveniente de lo más profundo de su ser. El resplandor luminoso rodeó todo su cuerpo, como aura  alimentándose de la energía de su alma. La extraña luz comenzó a ganar en intensidad, irradiando cada vez con mayor poder. Yuuri la sentía tomar posesión dentro de su ser, y aun con los ojos cerrados la percibía claramente. Al mismo tiempo, las nubes se tornaron grises, y cada vez más grandes y monstruosas y del cielo comenzaron a caer gotas de agua que se convirtieron rápidamente en una tormenta.

 

 

—00—

 

 

Mientras yacía tirado en el suelo sofocándose, Wolfram recordó la voz de Matt. Lo llamaba de nuevo. «¡Wolfy, resiste! ¡Todo estará bien, porque yo estoy a tu lado!»

La melancolía lo invadió, porque todo eso era una mentira; sabía que estaba muerto. Matt ya no estaba a su lado para protegerlo. Su mejor amigo, el ser que más amaba en el mundo... Ya no tenía a nadie… ¿o sí?

Oyó su nombre una y otra vez «Wolfy… Wolfy… Wolfy-chan…»

Su voz era persistente. Su nombre era dicho con ternura ¿Quién más lo trataba con ternura? ¿Quién más lo trataba como lo más importante en su vida?

Repentinamente, la voz cambió a otra. «Wolf… Wolf… Wolf…»

Entonces, con escalofriante lucidez, lo supo.

—¡Yuuri!

De manera milagrosa empezó a llover, despacio y luego con más fuerza, gotas frías que le caían por la piel a través de los agujeros en el techo.

Tembloroso, se levantó del suelo. ¿Qué estaba pasando?

Escuchó una voz.

—Tu vida, tu felicidad y bienestar está por encima de la mía propia —La voz se hizo más fuerte, como la de Yuuri, pero más profunda

Cuando la vista empañada de Wolfram se aclaró, descubrió que, en efecto, era él. De una manera distinta pero sabía que era Yuuri. ¿Quién más tenía el cabello y ojos negros como la noche? Tan sólo que, este nuevo Yuuri tenía una mirada felina, lo contrario a los grandes ojos del otro. El cabello le llegaba a los hombros de una manera rebelde, el otro lo tenía corto. El nuevo Yuuri tenía una presencia fría e intimidante, nada que ver con la ternura y calidez del otro, de su Yuuri.

Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron, lo invadió un sentimiento más dulce. Tenía la extraña sensación de estar a salvo, aunque esa seguridad estuviera rodeada de peligros.

El agua seguía cayendo desde arriba. Fresca y cristalina.

—Te doy mi protección, mi lealtad, mi corazón, mi alma, y mi cuerpo —le sonrió con dulzura. Era imposible escucharlo sin estremecerse—. Y a cambio tomaré lo mismo de ti.

Era hipnótico, tan hipnótico que era imposible luchar contra él.

—Aunque intentes escapar, mi pequeño, el vínculo entre nosotros es lo bastante fuerte como para perdurar a través del tiempo y el espacio —Tomándole el mentón lo obligó a contemplarlo más de cerca, tan cerca que sus alientos se mesclaban. De forma casi amenazadora añadió:— Nos pertenecemos el uno al otro. Tu alma y la mía decidieron por nosotros hace miles de años.

El uso excesivo de sus fuerzas más ese arrebato de entrega y pasión de lo que parecía ser Yuuri hicieron mella en Wolfram provocando que se desvaneciera. Maou Yuuri lo tomó en brazos antes que cayera y lo llevó a la salida no sin antes besarlo sutilmente en los labios.

 

 

 

—00—

 

Wolfram abrió lentamente los ojos. Permaneció acostado e inmóvil, intentando recordar los acontecimientos ocurridos. De pronto, todo se reveló en su mente: la llegada de su madre, la discusión con ella, el incendio, la desesperación y, finalmente… finalmente el extraño encuentro con un Yuuri totalmente distinto al que se había enamorado. Necesitaba explicaciones.

Se sentó en la camilla del consultorio de la doctora Gisela, ya había estado allí antes, y se llevó una gran sorpresa. Yuuri estaba apoyado sobre la puerta, de brazos cruzados.

Estaban solos.

Miró a Yuuri, que lo observaba con esa mirada de ojos oscuros. No se parecía al anterior del incendio, éste si era su Yuuri; era doblemente hermoso.

Solo bastaron unos segundos. Yuuri dio un suspiro de tranquilidad, antes de correr hacia Wolfram y estrecharlo entre sus brazos con gesto exaltado. Enterró la mano entre sus cabellos dorados y unió sus labios a los de él, y Wolfram se rindió ante Yuuri con un leve gemido, antes de entreabrir los labios. No pudo contenerse. Esa ansia libidinosa era desconocida para él y lo dejaba indefenso. Lo besó con el mismo anhelo, con las mismas ganas.

El vital aire les hizo falta, y tuvieron que separarse.

—No vuelvas a asustarme de ese modo —suplicó Yuuri, casi sin aliento, uniendo su frente con la de Wolfram—. Si te hubiera pasado algo malo, no sé qué hubiera sido de mí.

—Hice lo que cualquier soldado en mi posición haría, ¿no es eso lo que enseñan en la academia? La seguridad de los civiles siempre está por encima de la nuestra —replicó Wolfram, que acariciaba su rostro con las manos.

Yuuri no pudo refutar eso.

—Sin embargo —replicó, resignado—. Mi vida sin ti no tendría sentido. Hay muchas cosas que has traído a mi vida... sentimientos y emociones que nunca podría experimentar sin ti. —Se inclinó para acariciar su boca con la de él—. No me faltes nunca. Por favor —le dio un beso.

—Tú estarás siempre para cuidarme, ¿o no? —sonrió Wolfram para luego suspirar—. No puedo creer que un enclenque como tú me haya salvado.

—El único héroe aquí eres tú.

Wolfram tosió un poco, consecuencia de haber inalado mucho humo. Yuuri le dio pequeños masajitos en la espalda.

—¿Cómo están la señora y el bebé?

—Están estables y muy agradecidos. Cuando salimos todos aplaudían y gritaban "¡Bien hecho!" lo demás, aún es confuso para mí.

—Precisamente a eso quería llegar —A Wolfram lo invadió de pronto una inquietud tremenda—. Tú eres mi Yuuri, el que me rescató de Lord Christ y de Lord Voltaire, mi primer beso, el que me ha hecho profundas promesas de amor pero… el que yo vi durante el incendio no eras tú.

—Te lo contaré, porque no quiero que haya secretos entre nosotros. El que viste durante el incendio en efecto, no era yo, no del todo —reveló Yuuri, despacio. Wolfram se quedó mirándolo, atento a la explicación—. Era mi alter ego, un ente que vive en mí, y que se manifiesta cuando caigo en rabia y desesperación, para demostrar su poder y arreglarlo todo —Hizo una pausa—.  Él sabe manejar mejor la magia que poseo.

—¿Y eres consciente de lo que él dice o hace cuando te posee? —preguntó Wolfram con curiosidad.

Yuuri negó.

Wolfram suspiró, decepcionado. Yuuri lo notó.

—¿Qué?, ¿qué ocurre? —preguntó—. ¿Hizo o dijo algo malo? ¿Te hizo algo? —insistió casi con aprensión y muy receloso.

Wolfram desvió la mirada y se sonrojó un poco.

—No…

—Wolfram… —canturreó Yuuri de manera inquisitiva. Wolfram comenzó a jugar con las sábanas, a Yuuri no lo podía engañar.

—Bueno, él prometió cosas muy bonitas… que… —Se puso rojo como tomate—, que quisiera que salieran de tus labios.

La cara de Yuuri era un poema.

—«¡Lo mataré!» —pensó, totalmente celoso

Wolfram notó sus celos, y para compensarlo lo agarró del rostro y le plantó un beso cargado de todo el amor que tenía para él, y solo para él.

—Yo te amo a ti, Yuuri, rey de los enclenques, solo a ti.

—Todo lo que él te haya dicho yo también te lo digo, y si te dijo que te ama pues yo te amo más, mucho más.

Wolfram comenzó a reír sin poder evitarlo.

El llamado de la puerta cesó sus risas, era la doctora Gisela.

—Me alegra verlo despierto, joven Dietzel —dijo Gisela, mientras entraba a la habitación—. Ni el fuego puede con usted ¿Cómo se siente?

—Bien, si no fuera por el dolor de cuerpo ya estaría patrullando.

—Vamos a ver eso ahorita mismo —Gisela sacó su estetoscopio del bolso y en seguida lo puso en la espalda de su paciente—. Respire.

Wolfram así lo hizo.

—Tosa.

Wolfram tosió.

—Perfecto.

—¿Cómo está? —se adelantó a preguntar Yuuri.

—Para haber sobrevivido a un incendio, el Joven Dietzel se encuentra muy bien —replicó Gisela con una sonrisa sincera—. Debe tomarse su tiempo y descansar. Debería ir un tiempo al campo para respirar aire puro. Los héroes como usted deben ser bien tratados.

—Me temo que eso será difícil —dijo Yuuri, tomando la mano de su pareja—. Durante el baile de primavera se le concederá una medalla honorífica como héroe de la corona —Sonrió con ternura—. Debes estar radiante como siempre, mi amor, quiero que todos de admiren.

Wolfram volvió a sonrojarse.

—El inicio de la primavera —Recordó que ese día celebraba su cumpleaños—. Yuuri, ese día… ¿ese día puedes hacer un espacio para mí? ¿Podemos vernos a solas?

—Sí, pero ¿Puedo saber porque?

Wolfram movió la cabeza de un lado a otro.

—No, hasta ese día.

—De acuerdo —Yuuri se inclinó para besarle la frente.

—Majestad, debo comunicarle que lo requieren en el comedor —Gisela se odió por tener que interrumpirlos.

—No, me quedaré.

—Disculpe que me entrometa pero… ya es demasiado extraño que Su Majestad estuviera toda la tarde al cuidado de un soldado, que, aunque héroe, no mantiene una relación directa con usted. La reina puede sospechar, e imagino que aún necesitan tiempo para soltar la verdad. Lo mejor será que sigan aguardando las apariencias. Actuar por impulso siempre es un error.

—Ella tiene razón —dijo Wolfram, mirando a Yuuri consoladoramente—. Estaré bien, lo prometo.

—Yo cuidaré de él, Majestad —Las palabras de Gisela eran leales—. Me aseguraré que cene algo y que se tome el jarabe aunque no le guste.

—No tengo opción, ¿cierto? —refunfuñó Yuuri—. Haz todo lo que te diga Gisela, sin rezongar—. Advirtió a Wolfram. Él asintió—. Yo estaré pensando en ti en todo momento—. Le agarró la cara con las dos manos y le besó las mejillas, llegando a los labios. Wolfram se suspiró, estremeciéndose con tanta pasión—. Te amo.

Wolfram sonrió

—Yo también.

Yuuri salió de ahí, dejando a un pensativo Wolfram. No sabía que les deparaba el futuro pero, el amor más que querer es un cuidar, y sabía que Yuuri estaría para él en todo momento.

 

 

Continuará

 

 

 

Notas finales:

Como dato curioso. Cecilie pudo observar como Yuuri rescataba a Wolfy, pero no lo plasmé en este cap

 

¿Será que Saralegui sabe sobre Endimión y  los asesinos de Blazeberly?, recuerden que Sara era aliado de todos los enemigos de Yuuri, o sea que tenía relaciones comerciales con Blazeberly…

¿Qué tramaré?... todo se complica.

Descúbrelo en el próximo capítulo que también tendrá mucho romance.

 

 


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