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Las trampas del corazón por Alexis Shindou von Bielefeld

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Notas del capitulo:

 Muchas gracias por el apoyo demostrado y sus reviews, si supiera que nadie lo lee no continuaría con la historia, pero saber que aún hay personas que disfrutan de ella me llena de gran felicidad.

 

 

Capítulo 16

 

La primavera

 

—51—

 

Wolfram miraba a través de la ventana. El amanecer era precioso, el sol brillaba en todo su esplendor y el campo estaba más verde que nunca. La primavera era sin duda la mejor y más hermosa época del año.

—Wolfy

Se volvió, sorprendido. Jeremiah rara vez se levantaba antes del amanecer. Aún llevaba puesta la ropa de dormir que consistía en una camisa de botones y pantalones cómodos.

—Buenos días Jeremy —saludó sonriente—. Hace una mañana preciosa, ¿verdad?

Él lanzó una mirada fugaz al alba.

—Sí —Lo miró—. Tengo algo para ti.

Jeremiah se dirigió al armario y sacó un paquete envuelto en papel de regalo. Se colocó de nuevo frente a Wolfram y se lo entregó.

—Esto es un pequeño detalle por tu cumpleaños —le dijo mientras le entregaba el regalo—. No creas que se me ha olvidado.

—¿Para mí? —se ilusionó—. No te hubieras molestado.

Abrió el paquete curioso como un niño pequeño. Hacía tanto que no le regalaban nada. Quitó el papel de regalo y debajo de éste había un enorme estuche de madera. Cuando lo abrió no pudo reprimir un grito de felicidad y sorpresa.

—¿Cómo has conseguido esto? —preguntó todavía impresionado por la sorpresa. Dentro del estuche había lienzos nuevos, pinturas exóticas de oso-abejas, lápices, carboncillo. Todo lo que un pintor apasionado como él podría desear—. No sé cómo darte las gracias. Estas pinturas son más de lo que pudiera esperar, yo…

—No digas nada —lo interrumpió—. Con tu sonrisa y saber que te ha gustado me sobra.

—¡Me encanta! —Wolfram estaba muy feliz.

—Sí, bueno. Ya podrás seguir pintando tus feos retratos —señaló Jeremiah, con una leve sonrisa en la comisura de sus labios, rompiendo aquel momento que podría haber sido perfecto.

—¡Mis pinturas son una belleza! —gritó Wolfram, ofendido—. ¡Yo no tengo culpa de que seas un inculto que no sabe apreciar el arte!

Jeremiah soltó la carcajada que había estado reprimiendo y, al verlo, Wolfram tuvo reprimir las ganas de tomar su cuello y estrangularlo.

—¡Deja de reírte! —gritó Wolfram y alzó el puño, con sus ojos ardiendo de indignación—. ¿O quieres que te golpee?

—No, por favor —dijo Jeremiah, alzando las manos  como una ofrenda de paz—. Ya pasó, tranquilo.

Wolfram frunció el ceño e hizo un mohín resentido.

 —Te ves lindo enojado.

—¿Sigues?

—No, ya no —Jeremiah le acarició la mejilla con la mano y suspiró—. Nuestra relación no ha cambiado mucho desde aquellos días cuando nos conocimos en el castillo de Blazeberly, ¿eh, Wolfy? Te la pasabas refugiándote en Matty cuando te molestaba. Él siempre te defendía diciendo que tus pinturas eran lo más bonito había visto, te quería demasiado.

—Matt fue mi única familia desde el orfanato —Wolfram soltó un suspiro melancólico—. Solo él me entendía y me apreciaba. —Agachó la cabeza, haciendo que Jeremiah se sintiese culpable.

—Beth, Anna, el idiota de Josh y yo, también te queremos Wolfy —se sinceró Jeremiah—. Somos iguales, el mundo era un lugar demasiado cruel para rechazados como nosotros, pero encontramos una oportunidad en el castillo de Blazeberly, donde pudimos ser alguien.

«¿A qué precio?» se preguntó Wolfram. Suspiró profundamente, pues sentía un gran peso en el corazón.

—Animo, Wolfy —siguió Jeremiah, al notar que Wolfram se quedaba absorto—. Nos apoyamos mutuamente. No estás solo.

Wolfram notó que era honesto y sincero. Sin embargo, cuando supiera la verdad… prefirió no pensar en ello, no el día de su cumpleaños.

—Gracias —dijo, sonriendo. Miró su regalo—. Y gracias por el estuche, me has hecho muy feliz.

Jeremiah sonrió complacido. El estuche lo había pagado con el primer salario recibido como soldado de la guardia real. Era la primera vez que ganaba plata de una forma honesta y, a decir verdad, se había sentido bien. Sin querer, se estaba acostumbrando a tener una vida normal.

—Será mejor que nos alistemos —dijo Wolfram, recordando que era el festival de primavera—. Hoy será uno de esos días largos y exhaustos.

Jeremiah asintió y ambos se pusieron en marcha.

 

 

 

En efecto, desde buenas horas de la mañana se celebraron varios festivales en las principales calles de Pacto de Sangre. La Nobleza más influyente se había hecho presente y eso aumentaba la seguridad local. Era costumbre tener un desfile con las más perfectas y elaboradas carrosas decoradas con flores y en donde las doncellas más hermosas hacían gala de su elegancia y carisma mientras saludaban a la tarima donde se encontraba el rey, la reina y los principales Consejeros.

La Plaza inmensa, trémula bajo el tibio sol, estuvo inundada de gente. Nadie quiso perderse las ceremonias ni los juegos de azar ubicados en las aceras. Otros parecían esperar la llegada de la noche para seguir la celebración. Y no era menos si, por la noche, había otro espectáculo no menos digno de admiración: grandes hogueras en todas las esquinas, rodeadas de gentío que armaba gran algazara por la llegada de la primavera. La bebida y la comida no podían faltar. Mientras tanto, en el castillo Pacto de Sangre, la Nobleza e invitados especiales se reunían para un baile especial.

 

 

La realeza de los países aliados como Hyscliff de Cabalcade, Antoine Jean Pierre y su esposa Laila de Francshire, Flynn Gilbit de Caloria, y hombres de diversas profesiones se paseaban por las habitaciones y los jardines del castillo. Entre bambalina, los sirvientes estaban muy ocupados limpiando las habitaciones que ocuparían los invitados. La cocina rebosaba de vapores y aromas; los hornos de pan estaban llenos de masa y los asadores repletos de carnes y jamones.

El gran salón estaba bellamente adornado con flores, los manteles hacían juego con las cortinas y la música era exquisita, todo gracias a los delicados y elegantes gustos de la reina. Las doncellas servían en bandeja vino y bocadillos a los caballeros y a las damas, cual femeninas figuras de pechos altos y plenos que desbordaban los escotes de sus vestidos.

Wolfram estaba dentro de la fiesta, custodiando e intentando pasar desapercibido mientras observaba con atención los rostros de los invitados, la mayoría desconocidos para él, y aunque había visto los rostros de los Nobles líderes de cada territorio durante la graduación, no sabía sus nombres, cosa que tendría que saber si se estaba haciendo pasar por un habitante de Shin Makoku.

Miró a Jeremiah y le hizo una mueca para que se le acercara. El castaño así lo hizo, y disimuladamente recorrieron el salón mientras hablaban en susurros.

—Tenemos un problema, Jeremy —Wolfram saludó con una inclinación a unos invitados que pasaban frente a él—. No conozco a ninguna de estas personas.

—Para eso me tienes a mí, mi querido Wolfy.

Wolfram deslizó la vista de un extremo a otro del salón. Diez personas estaban cerca del trono en el centro del salón, esperando la llegada del rey. No era difícil asumir que eran personalidades importantes en la jerarquía, siempre estaban cerca Yuuri, como en el día de la graduación. A algunos los conocía por su puesto; Gwendal von Voltaire y Gunter von Christ, sus enemigos, pero al resto…no.

—Comencemos con los más importantes —mencionó Jeremiah—. A ver… —escogió al azar—, el sujeto de elegante postura, de cabello largo, blanco-grisáceo, y de rostro alargado, es Lord von Gyllenhaal, señor del territorio Gyllenhaal, localizado al sur. Por otro lado tenemos a Lord von Radford, es el anciano de cabello gris, lentes y barba. Pero no te dejes llevar por su apariencia erudita y sosegada, es un soldado sobresaliente, todos tienen gran admiración hacia él. Es el actual regente de las tierras Radford —Hizo una pausa—. Quien conversa con Lord Radford es Del Kierson von Wincott, es de carácter apacible y amigo cercano del rey, tiene un hijo consentido y bribón.

Wolfram asintió, atento, guardando toda la información. Luego dirigió su mirada hacia un grupo peculiar. Una mujer de cabello morado y ojos verdes discutía con un tipo pelirrojo, de ojos azules dormilones, con un elegante peinado, muy parecido a lady Anissina.

—¿Qué hay de ellos? —preguntó.

—La mujer es lady von Rocheford, regente del territorio Rocheford, una persona astuta para los negocios, y el sujeto es Densham von Karbelnikoff, regente del territorio Karbelnikoff, con él debes ir con cuidado dado que es el hermano mayor de Anissina…

—La esposa de Gwendal von Voltaire —entendió Wolfram.

—Exacto.

Continuaron caminando entre la multitud con disimulo. Saludando de vez en cuando, siempre a la expectativa, sin perder de vista a los diez Nobles.

—Y ese grandote de allá —señaló Wolfram a un hombre fortachón, rubio—. Bien podría ser un gladiador, me recuerda a Kaz.

Jeremiah soltó una pequeña risa casi inaudible.

—Él es Adalbert von Grantz, acaba de tomar la regencia del territorio Grantz, y sí, es un sujeto gruñón y prepotente, adicto a sus ideales. Tuvo sus momentos de rebeldía, pero el soquete del Maou apaciguo su rencor con su característica simpatía y amabilidad.

—Ya veo.

—Por otro lado tenemos a Stoffel von Spitzberg.

Wolfram contempló al hombrecito menudo y vivaracho de alrededor de cuarentaicinco y cinco años humanos, brillantes ojos azules y cabello rubio cenizo. Sintió curiosidad por él.

—¿Es cercano al Maou? —preguntó.

—Si le conviene es leal al Maou —respondió Jeremiah—. Es un Noble cuyo único fin es la acumulación de riqueza y poder.

No supo por qué la información le decepcionó, tenía esperanzas en aquel tipo. En seguida, la mirada de Wolfram se posó en una persona que lo dejó deslumbrado por un instante debido al impacto de su sola presencia. De brillantes ojos verde jade y cabello rubio dorado; platicaba con el Gran Sabio y en la mano sostenía una copa de vino. Estaba pulcramente vestido con un atuendo elegante y a la moda, y era evidente que tenía buenos modales. Mantenía la cabeza erguida y los movimientos calculados. Hasta su risa era refinada.

—Finalmente tenemos a Waltorana von Bielefeld —Oyó decir a Jeremiah, pero Wolfram no quitaba la vista del mencionado—. Regente de las tierras Bielefeld. Indiscutiblemente, la persona más sensata de los diez Nobles, aún sobre Lord Voltaire. Es buen amigo del Maou.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Wolfram sin darse cuenta al escuchar aquello. Siempre había sentido especial simpatía hacia las personas como Lord Bielefeld, tan correctas y honradas. Más no pudo observarlo por más tiempo, pues se escucharon las trompetas que anunciaban la llegada del rey y su consorte.

—El rey Yuuri y su reina, Lady Izura —anunciaron.

Todos los presentes saludaban con inclinaciones de cabeza y reverencias al verlos pasar. Yuuri iba vestido con un pantalón negro y una camisa color marfil bajo un chaleco negro, y portaba la corona real en su cabeza, tenía diamantes con cuatro cruces con piedras preciosas engarzadas. Llevaba del brazo a Izura. Ella estaba resplandeciente con su vestido color azul marino y también portaba la corona de la reina, de oro como la del Rey, pero con una única cruz con piedras preciosas engarzadas en la frente.

Los monarcas ascendieron los escalones hasta el Estrado y los cordiales saludos dieron paso a un silencio respetuoso y expectante. Izura tomó asiento al lado derecho del trono con una expresión de serenidad en sus facciones.

—Sean bienvenidos al baile de primavera —dijo Yuuri con voz cálida—. Para todos nosotros la primavera debe simbolizar un periodo de renovación. La primavera nos proporciona un clima más más agradable. Florecen los campos, el cielo se despeja, el sol es más brillante. —Hizo una pausa y sonrió con sus propias palabras, pues en ese momento recordó que la belleza de Wolfram era tan brillante como el sol—. Es un tiempo donde todo renace y la gente se enamora, porque la primavera logra en nosotros una disposición especial a la felicidad. Luchemos pues, por nuestra felicidad y hagamos de esta primavera la oportunidad idónea de alcanzarla.

Los aplausos no se hicieron esperar por parte de los invitados y los guardias presentes.

A Izura no le gustó en absoluto lo que había escuchado. El discurso de Yuuri era claramente una premonición a su caída, a su separación, pero estaba muy equivocado si pensaba que lo conseguiría tan fácilmente; antes lucharía hasta las últimas consecuencias.

Maoritsu, que se hallaba justo delante del ella, se le quedo viendo con ojos de reproche e incertidumbre. Tendrían que hablar en cuanto les fuera posible.

Gwendal se volvió hacia Anissina.

—¡Te lo dije! ¡Está decidido!

Anissina contempló la escena que tenía lugar en el estrado.

—Sí, tenías razón. Lamento tener que reconocerlo —murmuró—. Izura está perdida —Miró a su izquierda, donde se encontraba Gunter—. ¿Tu qué opinas?

—No permitiremos que el país caiga en ruinas por el capricho de una fulana —respondió Gunter decidido, pero sin alzar la voz.

El sonido de la música tras el discurso del rey dio lugar al inicio del baile, por lo que las jóvenes y los donceles casamenteros fueron rápidamente solicitados para bailar. Mientras tanto, Yuuri bajó del estrado para saludar a cada uno de los gobernantes de los países aliados como Caloria, Cabalcade, Francshire, Raki, Laika y Zuratia, que honraban con su presencia.

—¡Majestad, es un gusto volver a verle! —exclamó una mujer de ojos verdes y cabello celeste al tiempo que se arrojaba a sus brazos.

—Lady Flynn, me da gusto que nos honre con su presencia —dijo Yuuri, al tiempo que se liberaba del cordial y efusivo abrazo—. Está usted tan bella como siempre.

Las mejillas de la mujer se sonrojaron.

—Oh, Majestad, es usted todo un caballero —Lo abrazó y él gentilmente frotó su espalda—. Espero podamos tener un baile esta noche—. Le susurró al oído.

—Será un placer —Yuuri cogió su mano y la besó con galantería.

 

 

Yuuri era toda una celebridad, y parecía pasársela bien platicando con los invitados e invitadas, haciendo cumplidos de vez en cuando.

Wolfram sintió una punzada de celos al ver la forma en que las mujeres revoloteaban a su alrededor, nerviosas y excitadas con su presencia, y cómo le hablaban y le sonreían y le lanzaba miradas coquetas.

—¿Te preocupa mucho? —inquirió Jeremiah.

Wolfram estaba distraído, pero las palabras de su amigo lo devolvieron de golpe a la realidad. En el primer momento ni siquiera supo si había comprendido lo que quería decir…

—El soquete del Maou ¿Te preocupa mucho que esté rodeado de tanta lindura? Sabes que la razón por la mantienes una relación con él es porque no tiene fama de ser el abnegado y fiel esposo que todos quieren creer. Dijiste que a ti no te haría lo mismo que le hace a la reina, según tus propias palabras. ¿Qué piensas ahora?

Wolfram reflexionó sobre la pregunta. En primer lugar, miedo era la palabra más adecuada para expresar lo que sentía. Porque el núcleo de sus sentimientos de odio hacia Yuuri había quedado oscurecido, y en cierto modo alterado por el amor. El amor que se habían demostrado y profesado una y otra vez. Pero tenía miedo de ser traicionado de la misma manera que Izura, después de todo, le estaba haciendo a ella lo que no quería que le hicieran a él.

—¿Wolfy? —preguntó Jeremiah en voz baja—. ¿Sigues aquí?

—Sí —repuso Wolfram casi sin aliento—. Estoy aquí, y si te soy sincero, tengo miedo. Obviamente no quiero que nadie se interponga entre él y yo.

—No es de extrañar, ¿sabes? De alguna manera, supongo que siempre le tendrás miedo. Pero todo irá bien mientras no te engañes con tu propia mentira.

—Ya lo sé.

Lo dijo con firmeza, pero una parte de él todavía dudaba…, siempre dudaría, suponía, a menos que Yuuri apareciera y disipara cualquier duda que pudiera existir; no obstante, la manera en la que se estaba comportando no ayudaba en lo absoluto.

 

 

 

—00—

 

 

Por fin le habían dado un poco de espacio todas aquellas personalidades importantes que tenía que saludar y con las que tenía que charlar. A Yuuri no le agradaba ser el centro de atención ni verse obligado a comportarse según el protocolo, el cual le parecía ortodoxo y estricto. Pero esa noche no tenía otra opción más que comportarse de la manera más agradable posible con sus más fieles aliados, necesitaba de ellos más que nunca. Por Wolfram y su felicidad.

Su amado Wolf en ningún momento había salido de su cabeza y esperaba ansioso el encuentro que tendrían esa noche. Solo esperaba verle para saber el momento exacto de su fuga y así por fin saber qué hacía de ese día tan especial para él. Aunque otros asuntos ocupaban su cabeza por supuesto. Uno serio y decepcionante. Saralegui aún no había hecho su entrada, pese a que había reservado para él una de las mejores habitaciones del castillo. Tomaría como un insulto personal el desprecio del rey de Shimaron Menor.

—Majestad, no he tenido la oportunidad de verlo desde la graduación. Me gustaría que encontrara el momento para visitarme y charlar de unos asuntos sobre Rocheford, que es mejor tratarlos en persona. Además, los habitantes mueren por saludarle —comentó Lady Rocheford, que se había acercado a él, a ella se le habían unido Densham, Anissina, Gunter, Waltorana y Murata.

Yuuri, atento a la llegada de Saralegui, miraba impaciente hacia la entrada del salón.

—Encontraremos el momento adecuado, Lady Rocheford —le respondió y luego se dirigió a Gunter—. Por favor, escríbelo en la agenda.

Gunter asintió.

En ese momento, Gwendal se colocó al lado de Anissina, saludó con una inclinación de cabeza y pasó un brazo alrededor de la cintura de su esposa.

—Esta noche parece excepcionalmente contento, Majestad —comentó Densham von Karbelnikoff—. Me alegro mucho. Un rey feliz es el reflejo de que todo marcha bien.

Yuuri asintió y esbozó una brillante sonrisa.

—Sí, yo también me he dado cuenta de ello —concordó Waltorana—. En sus ojos noto un equilibrio emocional que no le había notado en años.

—Me siento de esa manera, Lord Bielefeld —confesó Yuuri—. El tiempo cambia, vienen cosas nuevas.

Murata rió suavemente y a su risa la acompañó las de lady Rocheford y Lord Karbelnikoff.

Gwendal y Anissina intercambiaron miradas de alerta.

—Sin embargo, también lo noto impaciente —mencionó Lady Rocheford para después mirar hacia la misma dirección en la que Yuuri mantenía puestos sus ojos—. ¿Qué acaso alguien muy importante entrará por esa puerta, Majestad?

Yuuri no dijo nada, pero se inquietó. Gunter y Gwendal se dieron cuenta de que Yuuri había querido ocultar la invitación de Saralegui hasta estar seguro de su presencia.

No obstante, Gunter supo estar a la altura de las circunstancias.

—¡Desde luego que sí, Lady Rocheford! Para nuestro querido rey, todos y cada uno de los invitados son especiales. Tan especiales como usted—. Trazó una de sus sonrisas más seductoras.

Lady Rocheford se ruborizó y volvió la cabeza, aunque se sentía muy complacida por el cumplido.

Yuuri agradeció la oportuna intervención de Gunter con una sonrisa y un gesto de cabeza. En ese preciso instante, apareció Conrad y se unió a la conversación.

—Lady Rocheford, está espléndida —alagó Conrad, acercándose a ella para inclinarse con gran formalidad sobre la mano de la regente.

—Querido Conrad, siempre tan atento —respondió—. Oí decir que ahora eres la representación del rey ante el Consejo. Felicidades.

—Gracias, Lady Rocheford.

—Conrad es uno de mis más fieles Consejeros —intervino Yuuri—. Entiende a la perfección mis intereses y compartimos la misma visión —Sonrió y miró a Murata, colocando una mano sobre su hombro—. Él y mi Gran Sabio, por supuesto.

—Naturalmente —contestó Murata—. Sería un tonto si no lo hiciera. Siempre lo he dicho, Yuuri es el Maou consentido de Shinou.

El grupo emitió una risa colectiva a excepción de Gwendal y Gunter, que arrugaron el entrecejo y miraron seriamente a Conrad y al Gran Sabio.

—Me atrevería a afirmar, Conrad —intervino Lady Rocheford —, que todo ese trabajo administrativo no parece haberte afectado un ápice. En todo caso, estás más tenaz que nunca, pareciera que no te has desligado del trabajo militar.

—Y no lo he hecho, Milady —respondió él—. Aún sigo liderando la tropa militar. Para mi es imposible no hacerlo, no con la calidad de tropa que tenemos este año.

—Sí es cierto, oí hablar del incendio —Lady Rocheford bebió de su copa de vino, con sus ojos llenos de expectación—. Uno de sus soldados hizo un acto heroico al salvar a una mujer y a un recién nacido, fue un tal Dietzel, Wolfram Dietzel.

—Está usted muy bien enterada —apuntó Conrad—. Fue el soldado Wolfram Dietzel quien hizo tal proeza. —Conrad lanzó una mirada perspicaz a Gwendal y a Gunter.

—Permíteme que te exprese mis más sinceras felicitaciones, aunque sea algo tarde. Un buen soldado es el reflejo de una buena formación —dijo Lady Rocheford.

—Más bien creo que eso ya forma parte del corazón —alegó Conrad.

La sonrisa de Yuuri reflejaba lo complacido que estaba por lo que escuchaba.

—¡Por supuesto! —Lady Rocheford se llevó una mano a la boca, como si hubiera descubierto el gran secreto de la noche. Después de un instante, asintió con la cabeza y continuó—: El joven Dietzel es aquel apuesto doncel ¿verdad? El que sobresalió en su grupo por la manipulación del elemento fuego—. Se volvió a Waltorana—. Querido, te comenté de él el otro día ¿recuerdas?

Waltorana hizo memoria y recordó la conversación que había sostenido con la regente de Rocheford durante la hora del té en su visita por el territorio Bielefeld.

—Claro que lo recuerdo, Lady Rocheford. El capitán William Sinclair también lo tiene muy bien recomendado.

—Ese muchacho va directo a la cima —continuó Lady Rocheford.

Gwendal dejó escapar un suspiro de frustración. Ni siquiera en un día como ese podía escapar de la sombra de ese chiquillo insolente.

—Le noto incomodo, Lord Voltaire —Murata hizo ese comentario pues sabía que Gwendal y Gunter siempre estuvieron en contra de aceptar a Wolfram en las filas militares. Y pensar que Wolfram iba en camino a ser el nuevo consorte del rey... La vida sin duda daba muchas vueltas.

—Ciertamente, me parece que el joven Dietzel está muy sobrevalorado —rugió Gwendal. Le palpitaba una vena en la sien.

El comentario dejó sorprendido a más de alguno.

—Es deber de un buen soldado velar por la seguridad de todos —continuó Gwendal—, apoyará en la evacuación y extinción de un incendio sacrificando su vida de ser necesario. En el juramento están los detalles. No hizo nada del otro mundo, me temo. Además —añadió, mirando a Yuuri—, no es justo que se lleve todo el crédito siendo que fue Su Majestad el que le rescató al final.

Yuuri pasó por alto ese último comentario. No le apetecía entrar en discusiones que seguro no iban a llevar a ningún lugar.

—Ese lindo doncel que te negaste a aceptar demostró tener más coraje que el resto —dijo en cambio, con voz segura—. ¿Ves como no siempre tienes la razón, Gwendal?

—Y para celebrar la valentía del joven Dietzel es por lo que tenemos un nombramiento pendiente esta noche —Mencionó Conrad, cambiando de tema para desechar el horrible ambiente que se había formado entre Yuuri y Gwendal, quienes se miraban retándose mutuamente—. ¿Podemos proceder, Majestad?

Yuuri consiguió tranquilizarse y asintió con la cabeza.

—Prosigamos.

Conrad sacó de una caja una hermosa medalla de oro con forma de estrella y listón rojo, Yuuri la había mandado a hacer especialmente para Wolfram. Lady Rocheford saltó encima para verla.

—¡Oh que linda medalla!

La escandalosa reacción llamó la atención de Waltorana, que también le echó un vistazo.

—¡Ah! ¿Pero en dónde tengo la cabeza? —Se recriminó Waltorana al recordar que había olvidado el broche de alas doradas de la familia Bielefeld en el mueble de su habitación. El escudo de su familia era un distintivo que no podía olvidar en eventos importantes. Ver la medalla le hizo recordarlo al instante—. Majestad, si me disculpa, debo ir a mi habitación por algo que olvidé. Pero pueden empezar sin mí —Dicho esto, hizo una reverencia y se marchó.

—Iré por el joven Dietzel —avisó Conrad a Yuuri. También dieron aviso a Izura, que desde el inicio del baile estuvo platicando con los gobernadores de Raki y Laika.

La música cesó.

Los invitados reunidos en el salón mantuvieron un respetuoso silencio mientras Yuuri, seguido de la reina y los diez Nobles, ascendían los peldaños hasta el Estrado. La expresión de Izura era tensa y sus ojos no se cruzaron con los de su esposo, pero a Yuuri no le molestaba en lo absoluto. Al parecer estaba celosa de Flynn.

Gunter, a quien correspondía anunciar el inicio del nombramiento, se situó en el lugar que debía ocupar en el Estrado.

—Su Majestad el rey Yuuri y Sir Conrad Weller, reunidos en sesión privada, hacen saber a la Corte de Shin Makoku que, tras considerar los actos de valentía y heroísmo por parte del soldado Wolfram Dietzel, han tomado la decisión de otorgarle el título de héroe de la corona. El cual se llevará a cabo esta misma noche. Por lo que pedimos al soldado que nos honre con su presencia.

Wolfram, acompañado de Conrad, caminó al estrado. Los cuchicheos no se hicieron esperar, sobre lo joven y guapo que era para recibir un nombramiento así. Wolfram desvió la mirada y se obligó a caminar con paso firme y la cabeza en alto.

La presencia de Wolfram, aunque ya la esperaba, afectó profundamente a Yuuri y no podía apartar los ojos de él. Se preguntó si su rostro delataba las emociones que sentía, la necesidad casi irreprimible de correr hacia él y besarle.

Yuuri se puso de pie y cuando se hubo asegurado de que todo el mundo prestaba atención, asintió con la cabeza a Wolfram, y este se apoyó en el suelo sobre una rodilla.

—Teniendo en cuenta la virtuosa valentía demostrada y tus honorables logros, habiendo sido probados como debe ser, un buen y leal soldado, te nombro a ti, Wolfram Dietzel, héroe de la corona, defensor de los débiles y del reino. Y todos ustedes han sido testigos de este suceso.

Los presentes ofrecieron un aplauso.

—De pie —ordenó Yuuri a Wolfram—. Recibe el emblema de la valentía —dijo en tono firme mientras colocaba la medalla en la chaqueta gris de Wolfram—. Honra a tu rey y protege a los débiles con tu fuerza y coraje.

—Así lo haré, Majestad.

En ese momento, Izura dirigió su atención hacia Wolfram, aunque no se levantó. Wolfram saludó a la reina con una reverencia y, al mismo tiempo, miró de reojo a Yuuri, al que también le dedicó una fría reverencia para después dar la vuelta y marcharse.

Yuuri se preocupó por Wolfram. A pesar de que sus ojos verdes y penetrantes eran los mismos, el amor que había acostumbrado a percibir en su mirada se encontraba ausente. Solo podía ver en él una fría restricción que le recordaba a sus primeros encuentros.

Se quedó pensativo, quiso seguirle, pero era demasiado peligroso. Además, cuando se quiso acercar a Conrad para pedirle que interceptara a Wolfram y le preguntara que le sucedía, las trompetas sonaron anunciando la llegada del rey Saralegui y su Reina, Lady Renate.

Las puertas de la sala se abrieron y tras ellas apareció Saralegui. El joven rey, ignorando los cuchicheos y las malas miradas, entró erguido y con paso firme, llevando del brazo a su hermosa esposa, de cabellos castaños, casi rubios, que sujetaba con una delicada cola trenzada, sus ojos eran marrones con un peculiar tinte verdoso, su tez blanca y fina como porcelana. Se podía decir que la reina era la pareja ideal de aquel extravagante rubio de cabello largo y ojos amarillos. 

Detrás de la pareja real de Shimaron Menor, Berias, su guardaespaldas de confianza, caminaba serio y atento.

Una enorme satisfacción invadió a Yuuri. Sin embargo, era notable el hecho de que Izura pareciera poco complacida de que el enemigo de Zuratia estuviera en territorio de su señor y esposo.

Se levantó de su asiento y se colocó al lado de él.

—¿Qué hace ese sujeto aquí? —Aunque Izura habló en susurros, se percibía un tono acusador y amenazante en su voz.

—¿No es obvio?, yo lo invité —Yuuri se giró a su esposa y la miró con postura firme.

Izura contuvo la respiración.

—Sabes perfectamente que él es enemigo de mi país. ¡Ese bastardo me odia! —La última palabra fue casi un siseo y estuvo acompañada de una temperamental mirada a Saralegui.

Yuuri miró a Izura y sonrió.

—Pero a mí me ama —dijo, mientras la sonrisa desaparecía de su rostro—. Y no hables de Saralegui de esa manera. Que te quede claro de una vez por todas, Izura, tu esposo y rey, no tiene ninguna enemistad con Shimaron Menor —Le advirtió con una patente frialdad en la voz—. Ahora, ocupa tu lugar y sonríe. No es momento para dar pábulo a más rumores sobre tu descontento.

Izura contempló a su esposo y estuvo a punto de añadir algo más, pero recordó que estaban rodeados de personas que nada tenían que ver con sus peleas y contuvo el comentario. El seguir discutiendo solo disminuiría su influencia y consideró que sacaría más provecho esforzándose por lograr una buena apariencia frente a los gobernadores.

Cuando Saralegui estuvo frente a los reyes de Shin Makoku, extendió los brazos y habló con esa voz suya tan astuta y cordial.

—Yuuri, mi buen amigo, como lo prometí, aquí estamos para celebrar la primavera. Venimos en son de paz y esperamos recibir paz de ustedes, nuestros anfitriones.

—¡Sara, mi buen amigo, cuanto tiempo! —Para sorpresa de los presentes, Yuuri lo abrazó y hundió la cabeza en su hombro. Todos miraban estupefactos mientras ambos reyes se abrazaban en silencio. Después se separaron y Yuuri se volvió hacia Renate, haciendo una reverencia—. Reina Renate, es un gusto que estén aquí.

—El placer es nuestro, Majestad Yuuri —respondió ella, esbozando una preciosa sonrisa al tiempo que saludaba con la cabeza—. Reina Izura, está usted muy bella —Se acercó a la reina consorte y se dieron un beso en ambas mejillas.

Izura se mantuvo en absoluto silencio, pero Yuuri se pronunció en voz alta:

—Sean bienvenidos, rey Saralegui y reina Renate, de Shimaron menor, a Shin Makoku. Que el pasado se quede en el olvido, y que nuestras mentes se iluminen para tomar siempre las mejores decisiones para nuestros reinos.

—Que así sea, Yuuri —aceptó Saralegui y, seguro de mismo, alzó la mano para palmear el hombro de su viejo amigo mientras de la multitud se elevaba un nuevo aplauso.

Incapaz de soportar un instante más aquella aberración, Izura salió del estrado mientras la música y el baile volvían a reinar en el ambiente.

—Más tarde necesito hablar contigo a solas —susurró Yuuri a Saralegui, nadie salvo Murata y Conrad sabían al respecto. Saralegui asintió con una sonrisa ladina.

A continuación, Yuuri invitó a los reyes de Shimaron Menor a disfrutar del banquete y del baile. La fiesta siguió con total naturalidad.

 

 

—Eso estuvo cerca  —comentó Jeremiah, mirando la escena entre Yuuri y Saralegui en una esquina oscura del salón—. Un segundo más y ese rey presumido de Shimaron Menor te habría reconocido.

—Y que lo digas —concordó Wolfram, de brazos cruzados y mordiéndose el dedo pulgar en señal de inquietud.

Saralegui sabía de la existencia de los asesinos de Blazeberly y, peor aún, sabía de su pasado. Si había alguien que podía contarle a Yuuri toda la verdad, esa persona era Saralegui.

—Supongo que tendremos que comprar su silencio. —El comentario de Jeremiah trajo a Wolfram de nuevo a la realidad y reaccionó al instante.

—No es fácil tratar con él. Hay en todo su aspecto algo siniestro que produce desagrado. Jamás he conocido a alguien que me resultase tan repelente.

Le temblaban las manos, aunque más de furia que de miedo. Saralegui había estado en Blazeberly en un par de ocasiones, pidiendo apoyo a Endimión para intimidar a su pueblo. Eran de la misma calaña. ¿Por qué Yuuri lo trataba con tanta amistad? ¿Significaba entonces que había cambiado de bando? ¿Y si Endimión y Saralegui estaban de acuerdo? ¡No, no podía ser así!, ¿o sí?

—Algo escuché al respecto —mencionó Jeremiah, enfocándose ahora en su camarada—. Saralegui ha cortado amistad con Alkaláh, Sigmarus, Perna, Blazeberly y Shimaron Mayor, al parecer Ranzhil lo traicionó haciéndolo su prisionero. Y conociendo el gran orgullo que posee Saralegui, no dudo que quiera venganza hacia todos los que le dieron la espalda.

Esto último tranquilizó a Wolfram en gran medida. Por lo menos Saralegui no tenía intenciones de traicionar a Yuuri.

«Mi amor, tienes que ser más listo» pensó instintivamente, olvidándose un instante de lo enojado que estaba con él. Nunca pasó por su cabeza enamorarse de un enclenque como Yuuri. Se dejaba engañar por todos y era amable con cualquiera que se le pusiera en frente sin detenerse a pensar si era amigo o enemigo.

Y al pensar en él, escuchó una risa que le resultó familiar. Se adentró entre el tumulto de personas y miró a Yuuri al otro extremo de la sala, hablando con una mujer. Le daban la espalda, pero la ondulada melena color celeste de la mujer, que le llegaba prácticamente hasta la cintura, era inconfundible, al igual que el peculiar movimiento de su cuerpo, que la dotaba de un aire distinguido. Era la misma que minutos antes había estado muy cerca de Yuuri. ¿Por qué tenía que ser tan pegajosa?

Los observó con atención. Al parecer, estaban en una conversación bastante agradable. Yuuri reía a todo pulmón de algo que había dicho la tipa. Ella apoyó delicadamente una mano sobre el hombro de Yuuri, el cual le pasó el brazo por la espalda, acercándose un poco más.

Se hizo fuerte contra la punzada de celos que lo acometió, pero deseó con todas sus fuerzas intervenir de alguna forma y averiguar quién era esa mujer y qué relación tenía con él.

—¿Quién es esa? —preguntó a Jeremiah, con voz ronca.

Jeremiah alzó la mirada y la vio.

—Flynn Gilbit, gobernadora de Caloria. Una viudita que tiene buena relación con el soquete. Parece una mosquita muerta pero es más lista de lo que parece.

—Sí, que lo es.

Wolfram descubrió que ya no podía sostener la mirada directa de la escena. Se miró las manos entrelazadas con tal fuerza que los nudillos estaban blancos del coraje. Bastaba con un detalle tan pequeño como ver a Yuuri riéndose con alguien más para desencadenar sus celos.

—Tomaré un poco de aire fresco —avisó a Jeremiah pues el ambiente dentro del salón le sofocaba demasiado.

Wolfram dejó escapar un suspiro profundo y se dio media vuelta, dispuesto a llegar al balcón más cercano para coger el aire fresco que tanto necesitaba. Pero sus intenciones se vieron interrumpidas cuando chocó con alguien con demasiada fuerza.

—Disculpe, Milord —dijo al instante.

El choque ocasionó que a la persona se le cayera de la chaqueta un broche que Wolfram rápidamente se encargó de recoger. Cuándo lo tuvo en sus manos, sintió una extraña sacudida y su corazón comenzó a latir muy de prisa. Fijó su mirada en el broche y descubrió que se trataba de una pieza preciosa de alas doradas.

—La culpa fue mía, venia distraído porque no me quería perder…

Waltorana se interrumpió en seco, observando con los ojos abiertos de par en par, incrédulos, al muchacho frente a él. El parecido del joven con su fallecida cuñada, Cecilie von Spitzberg, era impresionante y lo único que los diferenciaba a los dos eran las duras facciones del chico.

—Tenga.

Wolfram extendió ambas manos en un gesto que desechó bastante aquella dureza inconsciente que Waltorana había percibido en él con anterioridad. Waltorana titubeó un instante y a continuación se acercó para tomar el broche.

Sus dedos se unieron durante un momento en el que ambos sintieron un estremecimiento en todo el cuerpo.

Es Lord von Bielefeld, se dijo Wolfram. Salúdalo. No te conviene que te recuerde como una persona antipática, la antipatía se graba en la memoria y en el corazón, así que salúdalo y déjalo seguir su camino.

—Es muy bonito su broche —dijo al fin alzando la vista para mirarlo; le costó un gran esfuerzo y sintió que se ruborizaba, pero lo logró.

Verde esmeralda y verde jade se encontraron. Había algo muy familiar en sus miradas, algo... agradable.

—Gracias —asintió Waltorana en voz baja y temblorosa—. Es un recuerdo preciado de la familia Bielefeld. Todos los miembros poseen uno. Bueno, es decir, solo yo.

El fantasma de una sonrisa apareció en las comisuras de los labios de Waltorana.

Recordar que era el único sobreviviente de su dinastía resultaba doloroso. En ocasiones, cuando estaba acostado en su cama, los recuerdos arremolinaban su mente. Lo más frecuente era ver a su hermano mayor, Willbert von Bielefeld, y a su cuñada, despedirse de él en el muelle, rumbo a Blazeberly, todos contentos. Entonces la escena cambiaba y veía la sangre esparcida de su familia en manos de un maldito asesino. Pero entonces escuchaba el llanto de un recién nacido, esperando quizás ser rescatado. Sabía perfectamente de quien se trataba. Era su sobrino, el heredero al trono, aquel que describieron como la viva imagen de Chéri.

—¿Se encuentra bien, Milord? —preguntó Wolfram, mirándolo con preocupación.

Waltorana tragó saliva pese al nudo que se le había formado en la garganta. Sí, intentó responder, aunque de sus labios no brotó sonido alguno. Se limitó a asentir con un gesto.

—Ya, bueno, créame que no soy una persona de pocas palabras, tampoco es que sea lento, es solo que de pronto me sentí… mareado —dijo Waltorana, recuperando la voz—. Por cierto, es la primera vez que lo veo por el castillo, debe ser de los nuevos guardias reales.

—En efecto, Lord Bielefeld. Mi nombre es Wolfram Dietzel —se presentó él, aunque en seguida se arrepintió. Probablemente no debería ni haberle dicho su nombre.

—Oh, es usted el soldado Dietzel —exclamó Waltorana, abriendo bien sus profundos ojos color jade, que ahora estaban brillantes de emoción.

—Sí.

—Me han hablado mucho de usted —Hizo una pausa y lo miró con cuidado—. Cosas buenas.

—¿Quiénes?

—Tenemos amigos en común —dijo Waltorana.

—Amigos en común —repitió Wolfram, levantando una ceja—. ¿Quiénes son?

—William Sinclair es uno de ellos —respondió Waltorana —Por lo que se, el capitán Sinclair tiene puesta una gran confianza en usted, y el Maou también.

—Claro, conozco al capitán Sinclair —asintió Wolfram sin abandonar la sonrisa ni la expresión solemne de los ojos—. Lamento mucho haber denegado la invitación a las tropas Bielefeld, pero asuntos de fuerza mayor hacen que permanezca en la guardia real.

—Es una pena, quizás en el futuro —dijo Waltorana, sin ser capaz reconocerse a sí mismo. ¿Desde cuándo suplicaba a un soldado unirse a sus tropas?

—En ese caso, le tomaré la palabra.

Sin darse cuenta, Waltorana sonrió complacido. No recordaba haberse sentido tan feliz en mucho tiempo.

—Bueno, no le quito más su valioso tiempo, seguro llevaba mucha prisa —Se despidió Wolfram mientras hacía una reverencia, pensando en que no debería entretener tanto a Lord von Bielefeld. Él correspondió el gesto amablemente—. Con permiso.

Waltorana lo vio marchar y tras eso dejó escapar un largo suspiro tembloroso que palpitaba como un ser vivo al son de su corazón frenético. Los ojos se le llenaron de lágrimas, y no pudo hacer absolutamente nada para contenerlas. Lloró como había llorado tantas veces por la falta que le hacían sus seres queridos.

—Lord von Bielefeld, ¿le pasa algo? —indagó William Sinclair con voz preocupada, luego de haberse acercado a él. Por primera vez veía lágrimas en los ojos de Lord Bielefeld—. ¿Se siente mal?

—No te preocupes por mí, William —respondió él con voz ronca y después advirtió—: Y de esto ni una palabra a nadie.

—De acuerdo, yo no he visto nada —William sacó de su chaqueta un suave pañuelo de lino y se lo entregó con una leve sonrisa—. Tenga.

Waltorana cogió el pañuelo y se secó las lágrimas.

—Detesto llorar. Es mi secreto más profundo. De vez en cuando me digo que es la última vez, que tiene que ser la última vez, que debo superarlo, pero entonces los recuerdos me arremeten.

—Veo que su impresión fue igual a la mía, Lord Bielefeld —dijo Stoffel, acercándose. Había estado observándolos todo el tiempo desde una esquina—. Ese soldado es idéntico a mi hermana.

Sonriendo y suspirando al mismo tiempo, Waltorana asintió.

—Es increíble su parecido.

Stoffel sonrió. Waltorana creyó detectar un matiz amargo en el gesto.

—Oh, sí —asintió—. También recuerdo haber llorado la primera vez que lo vi. En cualquier caso, no creo que sea una simple coincidencia.

Una vez más, Waltorana pensó en Chéri y en sus ojos verdes.

—No —dijo decidido—. No es una simple coincidencia —Se giró a William—. Capitán Sinclair, le ordeno que investigue cuanto pueda del soldado Dietzel. Además, cualquier cosa que él desee hágamelo saber.

—¿No crees que estas sobreactuando, mi querido Lord Bielefeld? —le preguntó Stoffel—. Ese chiquillo puede ser solo un don nadie.

—Así como también puede ser nuestro sobrino —dijo Waltorana en respuesta a su pregunta—. No sé tú, pero yo no me he dado por vencido. Jamás se supo nada del recién nacido, jamás se hallaron los cuerpos, se dice que la servidumbre y algunos Nobles lograron escapar ¿Y si entre ellos estaba Chéri con su hijo en brazos?

Stoffel se puso al lado de él y apoyó una mano sobre sus hombros.

—Ya habrían regresado.

—No. A veces es mejor vivir en las sombras a la amenaza de ser asesinados por el hecho de ser el legítimo heredero al trono.

Stoffel le miró fijamente durante unos segundos; luego, soltó un bufido.

—¡Bah! —gruñó—. Si eso es lo que quieres creer… —Repasó detenidamente al decidido Waltorana y añadió—: No seré yo quien te convenza de hacer lo contrario.

—Creo en mi instinto, pero más en mi corazón —dijo Waltorana y en su fuero interno deseaba que su intuición no le fallara esta vez.

 

 

—00—

 

 

Media hora más tarde, Yuuri llegó a una sala desalojada después de atravesar discretamente los abarrotados pasillos del castillo. Conrad le seguía el paso y tras mirarlo fijamente, le encargó decirle a Saralegui que lo esperaría en ese lugar.

Pasaron algunos minutos y se oyó un ligero golpe en la puerta. Saralegui, con su elegante traje color marfil y dorado, acompañado de Conrad, entró a la sala.

—El rey Saralegui de Shimaron Menor —anunció Conrad de una forma tan formal que Saralegui no pudo evitar sonreír—. ¿Desea algo más, Su Majestad?

—Por ahora, nada más. Gracias, Conrad.

Conrad volvió sobre sus pasos y finalmente se quedaron solos. Yuuri se encaminó hacia la estantería de la sala y sirvió vino en dos copas de cristal.

Saralegui se reunió con él junto al aparador.

—Preferiría que esto no saliera de nosotros dos, por ahora.

—Te doy mi palabra de honor —respondió Saralegui de inmediato.

Yuuri alargó la copa a su viejo amigo y ambos, con sus copas en la mano, se desplazaron sobre la sala oscurecida. Se sentaron uno frente al otro en un par de sillones frente al fuego.

—Debo confesarte —comenzó Yuuri—, que hubo veces en las que me pregunté si alguna vez podríamos volver a vernos. He oído historias acerca de tu comportamiento deshonroso, así como tus tratos con Shimaron Mayor.

Saralegui bebió un largo y reconfortante trago y sintió el fuerte líquido arder mientras llegaba a su estómago.

—Fui un idiota, esa es la verdad —Levantó la copa y bebió otro largo sorbo. Había imaginado la recepción que le ofrecerían, y no se había equivocado. Sólo había rezado para que la reina Izura no se le abalanzara encima; pero tal como habían resultado las cosas, Yuuri hizo que esa difícil tarea resultara mucho más fácil de lo que él imaginaba.

—Me alegro de que hayas vuelto —dijo Yuuri—, pero tengo entendido que tus problemas aún no han acabado.

—El tiempo pasa muy deprisa, mi querido Maou, hemos pasado por tantas situaciones… creo que nos hemos vuelto viejos.

—Y eso debería habernos hecho más sabios.

—En antaño, si te hubiera visto como ahora, a mi merced, te hubiera hecho mío. Necesitaba tu poder a toda costa.

—Tampoco haría yo las cosas como las hice en aquel entonces —dijo Yuuri, melancólico—. ¿Ves como si nos hemos vuelto más sabios?

—¿Ves posible un arreglo?, ¿ves posible un acuerdo?

—Si estás dispuesto a trabajar por el beneficio de Shin Makoku sin atentar, por supuesto, contra los intereses de Shimaron Menor, puedes contar con ello.

Saralegui esbozó una sonrisa.

—Habrá paz entonces.

Yuuri suspiró.

—No me es fácil olvidar tus tratos con el tirano de Ranzhil —Bebió un sorbo de vino—. ¿Estás dispuesto a llegar hasta el final?

—Totalmente.

—En ese caso, cuando nuestra alianza se consolide, te explicarán lo que pido a cambio.

Saralegui le extendió la mano

—Que así sea.

Yuuri entrelazó su mano con la de Saralegui, determinando un pacto secreto. El acto coincidió con un suave toque a la puerta. Con un suspiro de frustración, dudando entre sentirse molesto por la interrupción, o aliviado por el buen resultado de la reunión, Yuuri fue hasta la puerta de la sala.

Afuera aguardaba una doncella hermosa y bien proporcionada.

—Con su permiso, Su Majestad.

La muchacha entró como una gacela con todo y su esplendor, y sus sensuales caderas moviéndose de un lado a otro con energía y precisión.

—Yuuri, eres un pillo, no cambias —soltó Saralegui, riendo maliciosamente. Posterior a ello, dejó su copa sobre la mesita—. Buena suerte, mi querido Maou. Espero que sepas que puedes contar conmigo para cualquier cosa que necesites. Ahora, creo que piensas atender ciertos asuntos importantes esta noche.

Yuuri soltó un suspiro de fastidio.

—Sí, creo que sí.

 

 

—00—

 

Wolfram se encontraba solo, recostado en un balcón. Un agradable viento había comenzado a soplar sobre sus mejillas. Con un suspiro, miró al cielo. Necesitaba con todas sus fuerzas despejar su mente, olvidarse de los celos que Flynn Gilbit había provocado por la cercanía a su…

Volvió a suspirar, luchando por contener aquella punzada de inquietud. ¿Qué era Yuuri de él?, ¿su novio?, ¿su prometido?, ¿su amante?

Estaba cada vez más nervioso y confundido. ¿Acaso Yuuri esperaba que él desempeñara el papel de amante que había aceptado desempeñar? ¿Esperaba hacerle el amor? Le dieron escalofríos por la vergüenza y de pronto se sintió acalorado.

Quizás Jeremiah tenía razón. Yuuri había prometido esperar hasta estar casados pero, y si él no le daba sexo, quizás lo buscaría en otro lado. Después de todo, siempre estaba rodeado de mujeres que se le ofrecían.

El solo pensamiento le ocasionó un nudo en el estómago. No, su enclenque no era así, porque su amor era puro. Su destino se vio alterado desde el día en que se conocieron y a partir de ese momento su felicidad quedó definitivamente enlazada a la de él.

—Lo mejor es hablar de frente —se dijo—. Debo expresarle todas estas inquietudes que me torturan día a día. Estoy seguro que sabrá darme la respuesta que espero.

Se dio la vuelta y corrió a la sala privada del rey, sin pedir permiso. Ya pediría perdón más tarde por lo que se disponía a hacer. Pero no podía estar más tiempo con esta zozobra.

 

 

 

—00—

 

 

 

—¿Cómo te llamas? —preguntó Yuuri a la muchacha que se había colado a su sala privada y había atrasado, molestamente, sus intenciones de buscar a su prometido.

—Elizabeth, Su Majestad.

Yuuri la observó de pies a cabeza. Una belleza clásica mazoku, de cuerpo perfecto, largo cabello rubio, y grandes y encrespados ojos color purpura.

—¿Qué deseas?

Ella sonrió maliciosamente.

—Mi tío Raven me envía para darle un trato especial —Dicho esto, comenzó a desnudarse de la parte de arriba, y sus pechos se mostraron plenos e invitantes, pero el interés de Yuuri era nulo.

—Detente —ordenó Yuuri, su voz sonaba irritada—. Lady Elizabeth, no tiene que hacer esto, ni por su tío, ni por nadie que le ofrezca algo a cambio de su virtud.

—Es cierto, mi tío y Lord Stoffel me enviaron por usted. En realidad no estaba interesada, me iba a negar, pero cuando le vi… —El rubor de sus mejillas ofrecía un agradable contraste con el tinte cremoso de su piel—, la decisión fue toda mía.

Se acercó a él y le tomó el rostro entre sus manos, y su mirada amatista y sensual no dejó dudas con respecto a lo que tenía planeado hacer.

—No —Yuuri detuvo sus intenciones. Por poco y le robaba un beso—. Será mejor que se vaya, Lady Elizabeth.

—No me arrebataría nada —se impacientó Elizabeth—. Me he acostado con otros, pero nunca con hombres como usted.

Durante un instante, Yuuri clavó su mirada en la de Elizabeth, y la joven sintió la frialdad y el nulo interés que el rey tenía de acostarse con ella.

Sintiéndose humillada, Elizabeth se disponía a vestirse, pero antes de poder hacerlo, la puerta se abrió estrepitosamente y visualizó a un joven rubio y de ojos esmeraldas, que se les quedó mirando con estupefacción y dolor.

—¡Wolf! —dijo Yuuri.

Wolfram quería decir tantas cosas, pero no podía articular palabra. Se veía totalmente incapaz.

El corazón le latía con violencia.

 

Continuará

Notas finales:

Curiosidades del capítulo.

1. Para los que han estado en el fandom desde hace tiempo notarán que Renate es, en efecto, la misma Renate de Mision Fujoshi de mi amiga Kasidid, Yuram-chan. Recuerdo haber leído que a ella le gustaba Saralegui entonces, quise cumplir su deseo en este fic también.  Y bueno, en todo este tiempo mantuve en mente hacer esto, lo tenía anotado en una libreta.

2. Nunca me ha agradado el personaje de Flynn, la verdad yo solo he visto el anime, no sé cómo será en el manga o en la novela. Pero en general, creo que Jeremy la describió tal  y como yo la veo.

3.  ¿Qué les pareció el primer encuentro entre Waltorana y Wolfram?

4. Me gustó volver a escribir Bielefeld. Ya quiero que Wolfram recupere su identidad, aunque para ello falta muchísimo. Y hablando de eso, creo que Wolfram ya tiene ganado dos aliados sin saberlo, sus tíos Waltorana y Stoffel. ¿A poco no son tiernos?

Muchas gracias por leer.

Gracias por los reviews.

Nos leemos.


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